Muñiz Raul - Cuentos Imposibles - Relatos Increibles Y Fantasticos

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CUENTOS IMPOSIBLES Raúl Muñiz

© 2013

Índice Contenido 1.-SILENCIO 2.-LOS RETRATOS 3.-LA MUERTE 4.-LA ROSA 5.-COLOR 6.-DESTINO 7.-EL EXTRAÑO 8.-POEMARIO 9.-TRASCENDENCIA 10.-LA SALIDA 11.-AVRA 12.-MISANDRIA Y MISOGINIA 13.-REALIDAD

1.-SILENCIO

Soy Allan y habitaba en el poblado de Sled Town, en las faldas de una colina denominada “La alianza del mas allá”. Tenía mi propia casa que compartía con mi esposa María. Vivía muy feliz al lado de mis familiares y amigos. Nuestro pueblo era prospero: su principal actividad comercial era el de exportar hortalizas y frutos a las ciudades donde las requerían. Con esto se subsistía bastante bien en el poblado. No obstante, un atroz día, apareció una plaga de unos insectos enormes con una longitud de varias pulgadas que amenazaban con afectar los cultivos. Las perdidas se acrecentaban al igual que la desesperación por acabar con los intrusos. Hasta que finalmente un vecino del lugar, llamado Peter, divulgó alegre que había encontrado la solución a la problemática. Había logrado mezclar varios químicos muy tóxicos e hierbas desconocidas, creando, luego, una sustancia nunca antes conocida. También advirtió que no se podían saber sus reacciones al aplicarlo. De esta forma, puso la solución en un cilindro de metal, el cual poseía una terminación de punta en el extremo, por el cual tendría que salir dicho compuesto. Planeado todo, Peter, tres personas y yo nos acercamos al nido a ras de piso, que era la entrada a su vivienda subterránea. El artífice de la solución se dispuso a aplicar dicha sustancia, pero en ese momento comenzaron a brotar abundantemente los tan abyectos bichos. El pánico le tomó preso y se atemorizó tanto que contra su voluntad huyó de ahí, pero con esta acción me golpeó con la punta del artefacto y caí desplomado, herido frente al dolor intenso que provocaba que me retorciera del sufrimiento. Un grupo de personas asistentes tuvieron piedad de mi situación y acudieron a mi auxilio. Poco después me encontraba con el medico del lugar que examinaba meticulosamente la herida, pero al hacer sus observaciones me hizo ver que era una lesión de poca profundidad, haciendo hincapié en la suerte que había tenido de no haber sido afectado severamente y me aseguró que con el paso del tiempo, tal vez una semana, la secuela habría desaparecido. Confiado en el diagnostico regresé a mi casa, y luego, como no había sido grave el accidente, trabajé ese mismo dia, con tan gran fortuna que solo aparecieron ante mi media docena de los horribles bichos en toda la jornada.

Ya descansando en la sala de mi hogar, después de todo esto, me encontraba sentado frente a la ventana que daba al jardín, cuando súbitamente sentí que el brazo lesionado se me paralizaba, después le siguió la pierna, pasando lo mismo con el otro brazo y paulatinamente me vi envuelto en un terrible sincope que me dejó inmóvil, incapaz de hablar y aun de girar mi vista a cualquier dirección. Aunque mis sentidos quedaron intactos todo era abrasivo y desesperante. Pensé que seria temporal y después de algunos instantes el efecto pasaría. No fue así. Mi esposa entró a la habitación y al mirarme no paró de gritar y dar plegarias a Dios. Me conmovió profundamente su reacción e hice todo lo posible para mostrar mejoría. No lo logré. Salió alarmada de la casa, supe que llamaría al medico para ver que era posible hacer para sacarme del letargo. No ingresó nadie a la casa por angustiosas horas. Todo era incisivo. No me sentía mal, pero la impotencia se apoderaba de mí al sentirme esclavo de la situación. Por fin entró mi mujer, lo que tanto había aguardado, pero tras ella aparecieron dos hombres con formal traje negro que traían una amplia caja de madera. Era un ataúd. No podía creerlo, era espantoso, una pesadilla -¡Dios mío! ¿Por qué no despierto? La bruma se volvía más densa y la escena era macabra. Usé hasta las mas vehementes fuerzas para dar señal de que aun estaba vivo -¡No¡ ¡Por los cielos! ¿No ven que aun puedo mirarlos, puedo oír, puedo soñar, puedo pensar y puedo amar? Ya no tenía propiedad de mi mismo, todo parecía tan irreal y a la vez tan cierto. Los hombres colocaron el féretro en la mitad de la sala y pusieron las varillas para evitar que se cerrase -Este es un error ¡Por Dios, caballeros! ¿No pueden sentir mi esencia?- quise gritar, pero por un tétrico encantamiento no pude. El par de sujetos me cargó, mientras me sentía como un objeto cualquiera y esto me amedrentaba de sobremanera. Después me recostaron dentro del féretro y lo cerraron mientras no podía dar fe de tan increíble suceso. El trayecto hacia mi fin fue exhaustivamente espantoso, lagrimas y gritos de

miseria de familiares y amigos, horas y horas de palabras postreras y lapidarias, peticiones al cielo y plegarias. La tapa del ataúd permaneció abierta durante algunas horas y pude ver los rostros destrozados de conocidos y desconocidos diciéndome bellas frases, deseé con toda el alma responderles que todo era falso y yo podía escucharles. Todo en vano. Finalmente cerraron el ataúd y lo cargaron hasta un automóvil, sabia que tenía que dar señal de vida antes de que todo sucediera o habría terminado para siempre. Por fin, llegamos al camposanto, ante mi honda desesperación de hablar o moverme. Todo pasó frente a mi, mi infancia en Bristol, mi adolescencia y mi etapa como adulto, cada persona, cada rostro, cada experiencia. Todo había llegado a su fin. Me descendieron y pusieron el ataúd frente a mi tumba, según pude percibir. Escuché estupefacto en el alma las oraciones y alusiones al paraíso. Se abrió la tapa del féretro por última vez y fue como si el mundo se me cayera encima, la mirada de desolación de mi esposa y la frustración de mis conocidos, tenia que separarme de ellos para siempre y conscientemente ¡Era horrible! Sentí por agónicos segundos que de verdad iba a morir, sentía una loza sobre mí y el corazón compungido y destrozado. No pude ni tan solo llorar. Cerraron el ataúd, mientras tuve el más profundo deseo de gritarles: -¡Malditos! ¿No ven que aun vivo, que quiero estar con mis familiares y amigos? ¡Por Dios, no condenen mi alma! Con estos fatales pensamientos fueron descendiendo el ataúd a su destino final. Todavía en el fondo de la fosa escuché los gritos desahuciados de mis conocidos, entre ellos oí claramente a mi esposa exclamar: -¡No, amor, no mueras! ¡No me separen de él, es mi vida, mi todo!¡Nos encontraremos en el cielo, veras, mi amor, estaremos juntos por siempre. Escuché un grito ahogado de asombro y luego el más espantoso sonido que mis oídos han captado, un disparo, después como un bulto pesado caia sobre mi ataúd. Todo en mi mente era confusión, no sabía a ciencia cierta lo que había sucedido ¡Era horrible! Los gritos eran la sinfonía de la perdición

-¡Señora María, no muera!- gritó una -Quiso tanto a su esposo que dio su vida para seguir con él- exclamó otra. De esta forma supe que se quitó la vida. Mi tristeza ardió como una fogata que se convertía en un incendio sin control. Estaba muerto mi espíritu. Sacaron el cuerpo de mi esposa y finalmente terminaron por lanzar tierra sobre mi ataúd, al tiempo que también enterraban mi felicidad para siempre. La sangre de mi esposa sobre el féretro pesa mas que toda la tierra del planeta. Desde entonces sigo aquí, sin poder moverme pero sí pensando. El aire ya no es necesario para mí y puedo mantenerme vivo sin él, estoy condenado a estar aquí encerrado por las eternidades. De vez en cuando escucho la voz de mi esposa diciendo: -¿Lo ves, Allan? Juntos por siempre

2.-LOS RETRATOS

Un amigo me invitó a pasar un fin de semana en su casa. A mi me pareció considerado que quisiera pasar un tiempo conmigo y acepté complacido. La tarde del sabado llegué a su esplendida casa. No era opulenta pero sí muy acogedora y limpia. Le hice saber mis impresiones y este me respondió: -La verdad es que llevo tan solo un par de semanas aquí y como es bastante amplia no conozco todos los rincones -Pero, naturalmente, con el tiempo has de reconocerla completamente ¿No es así? -Ciertamente. Me mostró varias habitaciones y salones muy bellos y esplendorosos. Todo estaba en perfecto orden. Aun así no me sentía completamente seguro, pero de esto nada le comenté. Me invitó a comer junto a él en el salón principal y lo acompañé gozoso. Había preparado una suculenta langosta, me sirvió una porción y la engullí ávidamente. Más tarde salimos al jardín, que considerando todo el patio, rodeaba la enorme casa en toda su extensión. Desde afuera aprecié a la residencia mucho más amplia de lo que me había parecido al estar adentro. Le externé esto a mi amigo y me dijo: -Si, es verdad, yo mismo he pasado a la parte de atrás y no he sabido que se encuentra detrás de la pared. Solo conozco lo elemental de la misma. Entramos nuevamente al recinto y estuvimos un rato sentados en la sala de estar charlando. Súbitamente me dijo: -Disculpa, ahora recuerdo que debo de visitar a un amigo llamado Tedfor ¿Estarás seguro si te dejo solo un par de horas en la casa durante mi ausencia?. Le convencí de mil maneras de que no había razón para que se preocupase al dejarme sin compañía. Este pareció tomarlo bien, y después de

coger su abrigo y sombrero abandonó la vivienda. Me quedé, entonces, unos minutos solo en la casa, pensando en todas las cosas increíbles que podían encontrarse ahí. Dentro de la curiosidad me entró un fuerte anhelo de conocer el interior del inmueble en su totalidad. Decidido, dejé la estancia y caminé en dirección de las habitaciones consecuentes. De esta forma , pasé por oscuras encrucijadas y salones lóbregos mientras en el ambiente que parecía predominar una cierta niebla sepia suspendida en el aire; y el polvo húmedo y antiguo saturaba cada sitio de esos desconocidos lugares. Observé atraído melancólicas e imponentes estatuas de metal y muebles trémulos y demacrados. Me adentré en los pasillos más profundos de la vivienda, a los cuales mi amigo no había tenido la oportunidad de aventurarse. Vi un conjunto de puertas que se extendían en un oscuro corredor tapizado por una alfombra color granate y donde la luz que lograba ingresar era muy poca. Me llamó la atención una puerta que tenia grabado un extraño símbolo indescifrable en su superficie. De un momento a otro experimenté un deseo inmenso de abrirla para averiguar lo que se encontraba en su interior. Tal vez el dueño anterior guardaba joyas, reliquias o artículos preciosos y raros. Abrí la puerta y entré sigilosamente. El cuarto estaba dilucidado por un candelabro de al menos diez luminarias. Esto me proporcionó la tranquilidad precisada para adentrarme y cerré la entrada a la habitación. Miré las paredes rojas y no advertí más que una serie de retratos que hacían su aparición en una cara de la habitación. Quise salir, pues lo que ahí se encontraba no me importaba en demasía. Tal vez solo eran cuadros de familiares del antiguo propietario, de los cuales nada conocía. Pero al intentar abandonar el cuarto di cuenta de que no tenia manija para abrirla desde adentro y me llené de pánico. Me supe encerrado y golpee fuertemente la puerta. El sonido se perdía en la inmensidad del recinto para retornar al silencio inmediatamente. Supe perfectamente que solo mi amigo habitaba esa casa y debía de esperar a que volviese para que diera conmigo y me sacara de ahí. Volví mi mirada al interior de la habitación y busqué detalladamente. Nada había, esa era la única manera de salir. En la recamara tan solo se encontraban el candelabro y los retratos contiguos.

Resignado, decidí aprovechar mi estancia para observar los cuadros. Me acerqué pero dí un paso atrás conmocionado al ver en el primero de ellos mi imagen mientras aparecía entrando al siniestro cuarto escarlata. Pensé que era una broma o ilusión visual y voltee para mirar el segundo. Encontré una impresión de mi mismo mirando un hueco de forma cuadrada en la pared al tiempo que salía de este una vil criatura con una cabeza con enormes colmillos. piernas de toro e inmensas garras Me socavó el terror y el pánico me hizo que girara mis prismáticos al tercer cuadro. Me vi en él, ignominiosamente decapitado y el terrible ser aparecía devorando mis entrañas. Me sentí morir y giré mi vista al último retrato, que no era un cuadro ¡Era un hueco cuadrado!

3.-LA MUERTE

Las lapidas rígidas yacían sobre el silencio de los difuntos. Los cipreses se inclinaban cómplices ante el intempestuoso viento que los azotaba con furia. Mi curiosidad fue atraída. Una ventisca de tierra se elevó misteriosamente en algún confín del camposanto. Una estridencia resonó en los orígenes del severo clima. La soledad ocultaba una historia importante. Se acrecentó mi interés. Las grietas visibles en las criptas parecían serpentear inconstantes al saberse tan solo observadas por mí. Yo mirando la postuma irreconciliacion de la vida, ella inmóvil parece reconocerme. Inútil, mi esfuerzo por contenerme es vano. Tuve que entrar al cementerio. Pero tan ruin fue mi suerte que al llegar a la reja la noté cerrada. No fue mi intención el creer tan pésima fortuna, por lo tanto no lo hice. Las oxidadas capas de metal cobrizo aparentemente se burlaban de mi frustración. En un acceso de locura ignoré el obstáculo, escalé la estructura metálica, la cual produjo un tétrico chirrido e ingresé. Al caer sobre el suelo se originó un ruido sordo. Vi hacia los lados para cerciorarme de que, efectivamente, me hallaba solo. Y en efecto, en ese escabroso lugar tan solo me encontraba yo con vida, no obstante todo el suelo estaba sembrado con materia que alguna vez la tuvo. Cada suspiro que brotaba de mi respiración acelerada me recordaba que algún día tendría que morir. Mientras tanto, el frio recorría cada parte de mi cuerpo. Levanté la vista y observé en toda su amplitud la extensión del camposanto. Las inertes tumbas blancas de mármol, los imponentes mausoleos ornamentados con cruces, y ángeles hermosos y albos, además de los cipreses débiles y austeros componían en su mayor parte el horizonte que recién descubría. Observé el suelo agreste que parecía inconforme con el fin con el cual se le utilizaba, ocultar en el olvido a personas que también amaron, que desearon con toda la pasión estar en compañía de los seres que apreciaban. Pude percibir incluso que la tierra lucia más oscura y severa que las propias criptas, las cuales al lado de esta parecían ser débiles y carentes de solidez. Hechas estas observaciones, me dispuse a avanzar en ese mar de

muerte y silencio. Al estar en la vereda principal, advertí la presencia de un letrero que anunciaba “Calle de la Paz”. Supe que así se le nombraba a ese camino central. Mis pies producían un ruido que iba muy conforme a la situación en que me encontraba. La noche estaba comenzando y el espeso y firme suelo se resistía a aceptar que alguien caminara sobre él en calidad de intruso. A cada paso giraba mi vista temiendo que algo se ocultara detrás de esas siniestras tumbas o quizás auspiciado en la parte que se anegaba a mi observación correspondientes a los arboles. Traté de ser precavido y juicioso en cada movimiento que realizaba. Procedí a, entonces, a leer varias inscripciones que aun resultaban legibles entre las tinieblas que ya habían aparecido y ocultaban gran parte de la visibilidad. En una pude leer (“Rosario Espinoza del Prado. Nació el 15 de junio de 1936. Murió el 23 de enero de 2011. Dios la tiene descansando en su santa gloria”) 64 hasta 2000, más once, la mujer falleció a los 75 años, pero, un momento, no había cumplido años en 2011, por lo cual la señora cesó de existir a los 74. De esta forma mi morbo procuraba saciarse con el calculo del tiempo que había vivido cada persona y deduciendo de ello la causa de la misma. Mis pensamientos concurrentes eran que una persona de edad avanzada tendría que morir necesariamente de un deceso natural y una joven debia de haber fallecido a raíz de un accidente o enfermedad. A cada momento ia mi mirada a parar en las dedicatorias plasmadas en las lapidas de los finados, las fechas de nacimiento y las de muerte; a las que omitían algún dato las desdeñaba y continuaba mi trayecto. Imaginaba la vida de todos y cada uno de ellos, su empleo, su forma de vida y la manera en que parieron de esta existencia. La estructura y calidad de las tumbas me proyectaban una idea de la clase social a la que pertenecían. Aunque el cuidado que transmitían, como la limpieza y el estado de las flores (de las cuales encontré varias frescas y rebosantes, como si hubieran sido colocadas hace unos días, y otras resecas y marchitas, como si dataran de años anteriores) me comunicaban la atención y el recuerdo que aun provocaban entre sus familiares vivos. La ominosa noche se oscurecía rápidamente y pasaba de ese azul

mortecino a constituirse en un negro impenetrable por luz alguna. Observé mi alrededor; mi visión había sido limitada tan solo a los objetos más cercanos y no pude ni tan solo ubicar la reja que indicaba el limite del cementerio. Había caminado sin recordar el rumbo que había tomado y ahora me encontraba varado en la desolación del terreno. Grité con todas mis fuerzas buscando ayuda, pero me encontraba absolutamente solo, y todo el esfuerzo que hiciese por llamar a alguien seria infructuoso. De esta forma vagué errantemente por las calles internas, e incluso en algún momento fui a salirme de ellas y me perdí en una infinitud de tumbas. A cada momento pisaba una de ellas a ras de piso y por más que lo evitaba volvía a hacerlo una y otra vez. Temía en lo más profundo de mi alma que mi falta de respeto provocara la molestia de los espíritus de .los difuntos y tomaran venganza al mirarme indefenso. -Lo siento, perdón- repetía constantemente en la pena y el temor que me inspiraba la osadía que involuntariamente estaba cometiendo. Llegó un punto en que la penumbra era tal que ya solo percibía el blanco puro de las lapidas y eso a condición de que me encontrara a unos centímetros de ellas. Tal era mi desorientación que en un momento fui a tropezar con un objeto. Caí raspado y golpeado fuertemente al tiempo que noté que lo que había roto era una cruz de madera que conmemoraba la muerte de alguna persona. Mis manos temblorosas palpaban la cruz, incrédulas. Había profanado el ultimo descanso de algún difunto y eso no tenia reparo. Intenté de varias maneras incrustar las partes del palo, pero fue inútil, estaba rota irremediablemente. Dejé la cruz en el piso, sobre la tierra helada, pero al hacerlo creí tocar algo, algo con la textura de un hueso humano. Sentí la piel de mi cara rígida y fría. Mis pulmones me impedían respirar de forma regular. Me levanté del suelo conmocionado y corrí rápidamente golpeándome con varias cruces, tumbas y paredes de mausoleos y yo, a su vez les causé varios daños a estos. Llegué, por fin, a un lugar con menos criptas. Jadeando y con sudor frio recorriendo mi frente suspiraba aceleradamente con un terror indescriptible y con la culpa de mi irresponsabilidad. De pronto, oí cerca mío como una piedra comenzaba a levantarse. Era una cripta. Resultaría angustioso el narrar la sensación que invadió mi ser.

Me sabía vulnerable en esa situación y sin dirección segura para saber a donde huir. La desesperación me lastimaba y me exhortaba a correr, al tiempo que el sonido parecía estar a punto de concluir. Mis oídos habían captado claramente como una tapa de mármol perteneciente a una tumba había sido removida siendo yo el único presente. No pude más y escapé como un demente de ese sitio hasta perderme en un lugar saturado de tumbas. Mi cansancio y frustración eran tales que me sentía a punto de desmayarme, sin embargo, recuperé el control sobre mi mismo y me senté. Permanecí unos segundos calmado y sereno notando como el silencio volvía a erigirse en ese sitio que siempre deis de estar en paz absoluta. De repente me di cuenta de algo, había tomado asiento sobre una cripta. Mi terror no pudo haber sido más enorme. Quise levantarme, pero por alguna extraña razón me hallaba sujeto a la loza. Tragué saliva, la cual tenia un sabor profundamente amargo. En ese momento consideré conveniente el perder el sentido para no pasar por esa terrible experiencia. De súbito, escuché como una persona se detenía frente a mí, siendo delatada por sus pasos a una distancia ya muy próxima. Mi cabeza daba mil vueltas mientras yo me aferraba a la tumba. En ese momento pudo escucharse como la tapa del sepulcro se desunía de la base, cediendo a mi peso y arrojándome a su interior. Esos instantes fueron traumáticos y horrorosos. El golpe fue impresionantemente doloroso, tanto que no logré comprender como pude continuar con vida. La lapida apareció destrozada a mi alrededor. Y no solo eso, para mi sorpresa no había caído sobre un ataúd, sino en una especie de caverna subterránea extraña y bastante oscura. Mi impresión no tenía palabras para ser descrita. En las paredes de la cámara había antorchas con fuego ardiente que anunciaba que era empleada con un fin especifico. Me levanté mal herido y cojeando me desplacé para buscar la salida. Pasé por un corredor, que supuse, me ayudaría a abandonar el lugar, pero para mi sorpresa me encontré con algo más asombroso.

Un cuarto bien iluminado, tapizado con alfombras de coloras preciosos, muebles elegantes y hermosos en extremo, y lo más importante: personas comunes brindando y comiendo en un extenso comedor cubierto con una fina tela blanca con detalles rutilos. Me acerqué lentamente y en silencio, pero de pronto sentí un dolor punzante en el costado y emití un gemido. Al instante, los presentes, que no se había percatado de mi ingreso, voltearon a verme atónitos, y sin encontrar explicación. Su conmoción fue aun más grande que la mía. El silencio se produjo por largo tiempo. Por fin, un hombre con mal humor me cuestionó: -¿Qué haces aquí? -No lo sé, simplemente me encontraba dentro del cementerio y me precipité dentro de una cripta, es por esa razón que estoy aquí. Las personas murmuraron incrédulas entre ellas -¿Qué es esto?- me atreví a preguntar -No puedes saberlo- respondió una mujer -Exijo conocer el por qué de estas cámaras subterráneas. Todos guardaron silencio. Después unos cuantos conversaron entre sí -Está bien, te diremos la verdad puesto que ya has descubierto nuestro secreto. La muerte no es real. Cada uno de nosotros, en su momento ha expresado su intención de salir de ese mundo triste para siempre y se nos ha revelado esta forma de vida, por lo cual, cada uno de nosotros ha fingido su muerte y ha venido a parar a estas estructuras- dijo el hombre que habló anteriormente. Una mujer de avanzada edad levantó la copa en forma de saludo, mirándome fijamente -Y ahora que lo sabes no puedes salir de aquí- acotó severo otro sujeto de aspecto desgarbado y siniestro

-Pero, pero yo quiero volver con mi familia. No quiero aislarme en este lugar donde ya no podré ver a mis padres ni a mis hermanos -Los siento, pero no podemos arriesgarnos a que pongas en riesgo nuestro secreto -Pero ¡No quiero!- reclamé desesperado -No está en tus manos elegir. Has llegado de forma inesperada, pero aprenderás a vivir entre nosotros. Desconsolado, no hice ninguna refutación más. Recordé que algunos familiares habían sido sepultados en ese mismo cementerio y pregunté por ellos. -Deben estar en otra cámara. El hombre que fungía como líder se levantó de la mesa y me acompañó por otro corredor. Al verme golpeado y con severos golpes me dijo: -¡Uy, Que mal! -Si, me siento pésimo -Tendrás que mejorarte por tu bien. Caminamos angustiosamente hasta llegar a otro pequeño cuarto con paredes blancas y sillones color azul. Ahí estaban mis abuelos charlando: -¡Abuelos! -¿Nieto?- respondió mi abuelo- ¿Qué haces aquí? ¿No me digas que ya te has cansado de la vida? -No, lo que pasa es que caí por error dentro de una cripta. Mis abuelos miraron fijamente al hombre cuestionándole algo, pero él hizo un gesto de que no sabía la razón. Caminé hacia ellos todavía con el terrible sufrimiento de los golpes. Mi abuela soltó un gemido de susto y mi abuelo me miró triste:

-Espero que esos golpes no sean severos, nieto. Mi vida dentro de la cueva fue buena. Se comía de forma abundante y variada, pero los golpes habían empeorado con el tiempo y llegó hasta el punto en que no fui capaz ni de caminar. Los demás parecieron percatarse de esto y me miraban alarmados. Hasta que de pronto, mientras me encontraba durmiendo, me levantaron varios hombres. Me desperté en el acto, al tiempo que mis abuelos me miraban sin decir nada. Junto a los hombres estaba el sujeto que tenia el carácter de líder. El individuo dio una señal para que me cargaran a otro lugar, a una cámara oscura y apartada de las demás. Era imposible ver su interior. Le pedí una explicación sobre esto, para lo cual respondió: -Lo siento, pero en este lugar no hay espacio para el sufrimiento. Irás al infierno donde tu dolor será eterno

4.-LA ROSA

El día de San Valentín, el pasado 14 de febrero , fue bastante triste para mi, mi novia no estaba en la ciudad, pues había visitado a unos parientes en un pueblo. Me sentí tan solo que fui a la florería y pedí un encargo de dos docenas de rosas y ordené que se las llevaran hasta donde ella se encontraba. Pagué el importe e hice la nota de dedicación. Regresé a mi casa un poco mejor, con la consolación de que mi amada recibiese las flores. En mi habitación estaba cuando sonó de pronto el teléfono. Era Abraham, un amigo que me invitó a ir con una gitana, para que le leyese las cartas. Yo soy bastante escéptico solamente.

sobre

eso,

me

parecen

supersticiones

Fui a la casa de mi amigo y de ahí al lugar donde se encontraba la gitana. Llegamos y atravesamos el umbral de tela translucida mientras al fondo la capté mirándonos. Nos sentamos frente a ella y nos dijo: -Julio, Abraham, los estaba esperando. Estaba confundido por que no sabia como nos conocía. Aunque pensé que Abraham le había dicho nuestros nombres anteriormente. Mi amigo no me dijo nada de la razón de su visita, pero si se la externó en ese momento a la gitana: -Quiero saber cuándo moriré. La gitana sonrió y posteriormente tomó un mazo de cartas del escritorio, lo barajó y lo extendió: -Toma una- incitó la señora Abraham cogió una de las de el medio y pudimos ver en ella a un

perro conduciendo un carro. Este le preguntó alarmado que significaba aquello y la gitana le respondió pasivamente: -Esa es la señal de tu muerte, cuando veas esa imagen tu deceso llegará. Abraham no pudo contenerse y se echó a reír frente a ella, diciendo que era imposible y que nunca pasaría: -Verás, todo tiene que pasar- sostuvo la mujer. Mi amigo siguió burlándose y me dijo que tomase una carta. Yo miré los ojos de la mujer y esta asintió tranquilamente. Tomé una y vi en ella una flor, una simple flor: -Oiga, pero flores hay en todos lados. No puedo continuar con mi vida normal sin encontrar una de ellas -Yo te advierto, hazlo así o morirás- sentenció misteriosamente Me entró un pánico inmenso y no supe que decir. Mi amigo había parado de reír, pero aun hacia uno que otro comentario burlesco. Entrecerré mis ojos para que mi vista se oscureciese y de esta forma no ver casi nada. Salí con Abraham del lugar, y entre tropezones que di por tratar de no observar bien, me dijo: -Abre los ojos, Julio, eso no es cierto -No estoy seguro, puede ser verdadero, prefiero hacer caso- aseveré -Como tu quieras- terminó diciendo. Le pedí que tomáramos un taxi, por que caminando seria un martirio y todos se nos quedarían viendo. Este no tuvo inconvenientes y detuvo uno afuera del negocio de la gitana. Subimos y nos sentamos en la parte trasera, uno junto al otro. Abraham le contó al conductor acerca de lo que vivimos con la señora y este también rió:

-Muchacho, esas cosas son falsas- insistió el hombre al ver mis ojos entrecerrados -Si- replicó mi amigo observando hacia a fuera del vehículo- Mira, en esta ciudad suceden hechos extraños. Ahora mismo veo a un señor en caballo, a un joven cruzando la calle en patines y a un perro conduciendo un auto… No terminó de decir esto cuando cayó desplomado hacia el frente. No quise abrir los ojos y solo el chofer habló entonces -Amigo, levántese- oí como lo tomaba de la cabeza- ¡Por Dios, está muerto!. Esto me llenó de pavor, por lo cual le pedí que no hiciera nada, que me llevara a mi casa y después avisara a sus familiares. Le di la dirección y me dejó justo frente a mi vivienda. Sin abrir los ojos me enfilé a la puerta. Yo no tenia flores en mi jardín, pero mis vecinos plantaban por montones. Abrí la puerta y entré. Me sorprendieron los hechos y no pude creerlo. Me llamaron en varias ocasiones parientes de Abraham para invitarme a su sepelio, pero yo no podía asistir, por que no cabía duda de que en él habría flores por toneladas. Pasaron unos días y le pedí a un jovencito que saliera a comprar mis alimentos y a otros encargos, dándole una propina de vez en vez. Me abstuve de ir al trabajo y solo le abría la puerta a quien me visitara, sin desviar mi mirada hacia a fuera. Así me visitaron amigos y familiares. Un día tocaron a mi puerta. Era mi novia que con las manos en la espalda me dijo: -Te regreso el detalle.

5.-COLOR

Nos decidimos varios amigos: Luis, Pedro y Paola y yo, a ir al parque de atracciones. Disfrutábamos el subir a los juegos mecánicos, pero sobre todo nos sentíamos con ánimos de conocer la nueva casa del terror que se inauguraba ese día. Era muy promocionada en los medios de comunicación. Se decía que era la mejor y que proveía a quien se atreviera a visitarla de una experiencia inolvidable. Nos pusimos de acuerdo y Luis se propuso para llevarnos en su auto. Ya en el camino solo hablábamos de la nueva atracción y de lo grandiosos que seria el entrar juntos. Llegamos al parque de diversiones. Hicimos nuestro plan durante el día anterior. Llegamos al apenas abrir. Subimos a juegos diversos, para posteriormente ir a nuestro destino principal, que era la casa del terror. Solo hubo dos personas delante de nosotros cuando llegamos a la atracción. De esta manera supimos que formaríamos parte del grupo que entraría a continuación. En esos momentos observamos a un joven, con sangre en la cara y ropas desgarradas, todo vestido de rojo. Se le notaba asustado. Llevaba con él un perchero con ruedas. Colgando en este había seis trajes. Uno azul, uno amarillo, uno negro, uno blanco, uno rojo y uno verde. Nos señaló que tomase cada quien uno. Exactamente había suficientes para los dos sujetos, mis amigos y yo. Tomé el rojo, pues era mi color favorito, Luis tomó el verde, Pedro el azul y Paola el blanco; por su parte los otros dos hombres cogieron los sobrantes: el negro y el amarillo. Nos vestimos poniéndonos el traje sobre las ropas. A los diez minutos se abrió la puerta de la casa y una silueta negra nos dijo que entráramos. Ingresamos entusiasmados mientras la puerta se cerraba de golpe: -Bienvenidos, dama y caballeros, estamos aquí para dar un recorrido

muy especial, ja, ja, ja. Lo que sucede aquí se queda aquí ¿Entienden? -Si- contestaron solo algunos -¡¿Entienden?!- gruñó mientras sentís que alguien me levantaba de la camisa -¡Sí!- gritamos todos. -Su actitud dirigió su destino, esto nos llevó a tener éxito de donde venimos -¿De donde provienen?- pregunté -¡Cállate!- obtuve como respuesta. Nadie habló por unos instantes. De pronto la voz dijo: -Síganme. Caminamos por un pasillo oscuro que solo tenía señales luminosas bastante pequeñas en las paredes. Segundos después llegamos a un cuarto grande de color blanco. Había una luz intensa. -Miren esto- ordenó el hombre oscuro que nos guiaba. En un rincón había un retrato de un espantoso ser, un monstruo azul, con dos pies blancos y gruesos, cabeza verde, con un hueco en la cara y brazos negros con cuchillas. Abajo podía leerse:”Sus brazos son la muerte”. De pronto el guía nos dijo: -No tengan miedo, solo va a matar a - leyó la inscripción- este sujeto de negro. De súbito, por la entrada, ingresó el ser referido mientras una puerta impedía salir de ahí y otra entrar. Todos, excepto el hombre con traje negro, nos quedamos paralizados. Intentó quitarse la vestimenta, pero no pudo. La criatura se paró frente a él y el sujeto intentó patearlo. Le golpeó pero la pierna permaneció adherida al monstruo, el cual movió al brazo y le cercenó la pierna.

El tipo cayó al suelo ante nuestra impotencia de querer ayudarlo: -A ustedes no los reconoce- habló el guía- pero si tratan de auxiliarlo o no abandonan esta habitación a tiempo, también los matará. Salimos asustados de ahí en el momento en que la puerta de salida se abrió para permitirnos el paso a los cinco y al guía, al tiempo que el hombre nos pedía ayuda a gritos. Caminamos por un pasillo más angosto y entramos a un cuarto también de grandes dimensiones. Lentamente nos dirigimos al cuadro. Pudimos observar en él a una serpiente azul, con ojos de color blanco y verde, además de una cola roja. Había unas letras pequeñas colocadas de arria abajo en el lado derecho de la imagen “Me petrificaron y me dieron muerte: sus ojos”, Las puertas se cerraron rápidamente y se abrió un pasadizo a ras de suelo, por donde entró serpenteando la víbora enorme. -Mueren tú y tú- dijo el siniestro guía señalando a Luis y a Paola. Estos quedaron inmóviles pero después reaccionaron ante el peligro. Paola le dijo a Luis: -Vamos, Luis, solo es un putrefacto gusano- se puso en guardia mientras Luis también esperaba a que lo atacase. Querían vencerlo entre los dos, miraron a la serpiente a los ojos y ambos explotaron como si les hubiese caído una bomba. Los miembros mutilados se esparcieron por el salón y la serpiente se arrastró para comerlos. Quedé impregnado de sangre por todo el cuerpo, en la cara, brazos, torso y piernas. Vi al otro hombre y a Pedro manchados al igual que yo y denotaban un rostro de terror: -Recuerden, ni una palabra- dijo el oscuro guía mientras la puerta de salida se abría- de ahora en adelante los acompañará mi amigo Clown, buen viaje. Me quedaré limpiando este desastre ¡Que muchachos tan sucios!concluyó con una sonrisa. Los tres caminamos por un pasillo oscuro y de súbito vimos la silueta de un payaso que ordenó:

-Síganme. Así lo hicimos y llegamos a un cuarto circular, mientras se exhibía el cuadro de un monstruo de cuatro brazos y cuatro piernas, no tenia cabeza y ¡Era todo rojo! De igual manera se abrió una compuerta enorme y salió la bestia La inscripción decía:”No importa el color. Asesina el amarillo” Corrió hasta el hombre ataviado de las ropas de dicho color. No le dio tiempo de hablar, le arrancó la cabeza y posterior mente se la puso sobre su cuerpo. -Bien hecho, sigue el final.- dijo Clewn el payaso. Pedro y yo nos mirábamos el uno al otro, no sabíamos que iba a suceder y solo me quedé mirándolo con su traje azul manchado de sangre, al igual mío, pero yo a mi vez con una vestimenta roja. Por fin hicimos la entrada a un cuarto rojo Dibujadas en las paredes había alusiones al infierno. En el muro opuesto había un cuadro. Pedro y yo nos acercamos detrás del guía. Lo vimos y no pudimos creer lo que vimos. Estaba vacío. Pedro y yo sentimos alivio, mientras ya se dejaban escuchar los sonidos del parque de diversiones. -Hemos ganado, amigo, felicidades- dijo Pedro estrechando mi mano en señal de triunfo. De repente el payaso infernal mostró los colmillos y se los clavó en el cuello a Pedro -¡¿Qué haces, maldito?!- le grité. Le intenté dar un empujón para quitarlo de mi amigo, pero me rasgó con las uñas. Lastimado salí por la puerta. Había un pasillo corto. En lo alto había un letrero: “Amigo vestido de rojo has ganado lo más importante: Tu vida. Agradece

que para las criaturas es el único color que no pueden ver en respeto a nuestro amo”. Salí bastante mareado, horrorizado y perturbado. De pronto alguien me preguntó: -¿Y tus acompañantes? -Salieron por otra puerta, una especial- respondí Vi como un perchero se detenía frente a mí, con trajes de los seis colores -¡Repártelos!- gritó alguien.

6.-DESTINO

Hace varios días, durante el crepúsculo imperial que se producía al declinar el día, me encontraba paseando melancólico y deprimido, con una pasividad extenuante en una alameda cercana a mi casa. Sabia claramente el motivo de mi tristeza y dolor: Se debía en total medida al encontrarme solo , extrañando a esa mujer hermosa, de esbelto talle y mirada angelical que había desaparecido tan fugazmente de mi vida como había aparecido y dejando un profundo sentimiento de desolación. El verde intenso del pasto y las hojas de los arboles reanimaban mi espíritu de alguna manera y provocaban que me olvidara por un momento de las penas que me afligían. La noche comenzaba a invadir con su tétrica bruma penetrantemente oscura, al tiempo que el viento circulaba con una fuerza inverisímil y transtornba el ambiente severamente. Al darme cuenta de esto, mi única reacción fue la de tomar asiento al borde la acera y cruzar los brazos para tratar de evadir el intenso frio que se acrecentaba a cada momento. De pronto sentí como una diminuta gota de agua caia sobre mi nariz, humedeciendo, por consiguiente, mi piel que se hallaba petrificada como si estuviera muerto en vida. El decaimiento de mis fuerzas incrementó y me sentí completamente abatido. Había comenzado a llover, de suerte que ese dia se había convertido en uno de los mas trágicos de mi vida, marchitando mi alma y sintiéndome sepultado en el olvido de la historia de la humanidad. Las lagrimas que emergían de mis prismáticos eran una analogía perfecta del fenómeno que la lluvia exhibía ante mí. Entonces me dí cuenta que el terrible vendaval que ya se cernía sobre mi era de limitadas proporciones si consideraba lo sucedido hace pocas horas. El haber concluido una relación tan prometedora, larga y firme, repleta de amor y comprensión era el peor

acontecimiento que me había sacudido, nada se le asemejaba. Ni la peor herida, ni la más vil situación se equiparaban al hondo dolor que experimentaba. Nada importaba más que lo abyecto de ese hecho. ¿Qué iba yo a responder cuando Dios me preguntase, al morir, que había hecho yo con un amor tan sincero e inmenso?. Las mejillas se inundaban de lagrimas, aun más cubiertas de angustiosas gotas de dolor y sufrimiento que de esa helada lluvia que golpeaba con furia. Estaba congelado por el frio abrasivo del clima, tanto que al fin comenzaba a sufrir los estragos, entendiendo que las consecuencias podrían ser bastante malas si no regresaba a casa cuanto antes. Entonces, saqué de mi bolsillo una foto de mi amada. Ahí estaba ella, con su largo cabello oscuro como esa noche perdida en la infinitud del universo y con su sonrisa plena y revitalizante. La observaba lleno de gozo y de dolor, de dicha y sumido en la desesperanza, sosteniéndola con mi mano izquierda y evitando que se mojase con la diestra. Esa era la única fotografía que conservaba de ella, por lo cual, aunque no soy una persona materialista, la considero mi objeto más preciado. Al fin me levanté y corrí desenfrenadamente hasta mi casa. Al arribar, saqué la llave de mi saco rápidamente, abrí la puerta y entré. Al estar en el interior procedí a devolver la llave al bolso, pero al hacerlo me di cuenta de que algo me faltaba. Inspeccioné meticulosamente cada uno de mis bolsos y comprobé la ominosa y escabrosa realidad: en mi intempestiva intención de regresar a mi hogar había dejado caer la imagen de mi amada. Sentí como si mi vida hubiese perdido el ultimo tono de color que le había faltado de difuminar. La confusión me enloqueció con su febril orbitación descontrolada. Sabía con todo mi corazón que no podía resignarme a extraviar esa preciosa alusión visual de ese bello ángel. No podía, no porque yo fuese un obstinado, sino por que el tiempo y el sufrimiento lucubrarían para lograr que yo me desprendiera de la vida. Estaba en juego más que un simple recuerdo. La decisión que tuve que tomar no fue fácil, pero después de varias conjeturas la resolución que emanó fue la que me obligó a salir de la casa en busca de la fotografía. Tomé un paraguas para evitar empaparme más de la

cuenta y enfermarme innecesariamente. Caminé y corrí por cada tramo que haia recorrido en mi regreso. Exhausto y desanimado por lo infructuoso del esfuerzo, comenzaba a convencerme de que lo que estaba realizando era vano y desgastante. Había asimilado estas ideas y me dirigía de vuelta a mi casa, cuando observé a unos metros de mí a una chica. Era rubia y de piel blanca, esplendorosa como todo aquel paisaje que se observa con detenimiento. Se veía frágil y celestial. Un sentimiento de protección bajo la lluvia

compasión me

invadió: No

podía dejarla

sin

La llamé para compartir mi paraguas con ella. La joven acudió apresuradamente y sin dudar. Me agradeció el haberla acogido del despiadado clima y el haberme preocupado por ella. Le respondí que era lo menos que podía hacer por una chica tan bella y educada. Se sonrojó profusamente y me preguntó mi nombre: -Soy Raúl ¿Y tú? -Yo soy Destino. Me sorprendí ante tan primorosa y simple manera de llamarse. Seguimos conversando unos minutos. Me pidió que la llevara a tomar un taxi. Así lo hice y me lo agradeció. Antes de subirse al vehículo me dio un papel. Volví a quedarme sin compañía bajo la lluvia que parecía cesar de una vez por todas. Observé el trozo de papel que me obsequió la hermosa chica, esperando que fuera su número telefónico, pero para mi sorpresa se trataba de una dirección. La simple reminiscencia de sus ojos me estremecía y me dejaba sin aliento. Regresé a mi casa, mirando de soslayo en cada lugar que pasaba para percatarme del lugar donde había caído la imagen de Diana, pero lamentablemente no la encontré, por lo cual regresé bastante desanimado pero no del todo, debido a que me había encontrado con destino en esos momentos terribles y duros. Mi mente daba mil vueltas al tiempo que mi corazón se sabía contrariado por esta paradoja.

Esa noche quise dormir pero me sentía bastante inquieto y saturado de interrogantes, tanto que no pude descansar en lo absoluto. Los días siguientes solo dos palabras rondaban mis pensamientos “Diana” y “Destino” haciéndome dudar a mi mismo de mi cordura y equilibrio. Resignado por no encontrar la imagen de mi amada y de no volver a ver a Destino en mis repetitivos y prolongados paseos que realizaba, volví a tomar el trozo de papel que me dio esta ultima, y decidí ir a buscarla para aclarar mis ideas. Seguí el rumbo indicado y llegué a la dirección. Toqué y un caballero de edad madura y porte altivo fue quien apareció ante mí. Temí que fuera pareja o pretendiente de la hermosa joven, pero aun así sabia que todo era mejor que continuar con esa perpetua vacilación del alma. El hombre me invitó a pasar a la habitación principal y así lo hicimos. Me senté en un sofá verde oscuro al tiempo que el individuo se dirigía a tomar asiento en una silla frente a mi -¿En que le puedo servir?- espetó amablemente el sujeto -Me gustaría hablar con Destino, si no hay algún inconveniente. El caballero frunció el ceño denotando un gesto de molestia o de extrañeza. -¿Hay algún inconveniente?- me atreví a replicar -Ninguno, solo que aquí no vive otra persona, tan solo yo. Este fue el instante en que yo repetí el gesto observado en mi interlocutor -¿Está seguro? -Absolutamente. Me pasmé un momento y permanecí pensativo. Entonces, decidido, le conté al sujeto todo lo que había decidido sin omitir detalle alguno. -Ya veo, pero le replico que el único que habita esta vivienda soy yo y siento decirle que no conozco una mejer semejante a la que me describe- señaló el hombre

comprensivo. En ese instante no pude contenerme, pues mi fortuna a era pésima y me sabia desorientado, luego, me puse a gemir amargamente -Lo siento- externó el sujeto- no sabía que había llegado a enamorarse de esa joven -No, no lloro por ella, sino por Diana, o tan solo por su recuerdo que aun reluce notablemente en mi memoria. En verdad, venia con la voluntad de encontrarme con Destino y verla una vez más a los ojos, para entender si lo que sentí por ella fue tan solo atracción o consistía en amor verdadero y llegar a saber si en sus suntuosos brazos lograré olvidarme de ese bello y suntuoso ángel llamado Diana. -Lo entiendo- aseguró el hombre conmovido -No, no lo comprende- protesté herido y molesto- esto es más doloroso de lo que cree -¿En verdad?- dijo interesado- ¿Qué seria capaz de hacer usted para conocer cual es su amor realmente? -Sería capaz de sufrir un accidente en auto y hasta de perder una mano, de obsequiársela, si fuera el caso. -¿Tanto extraña usted la dicha? -Ya lo ve usted -Creo que usted hallará la felicidad pronto- aseguró sonriente. Salí de la casa con el ánimo mejorado en menor medida, pues había narrado algo que estaba afectando severamente mi espíritu. Pasaron un par de días y todavía no encontraba el sosiego esperado, no encontraba la respuesta. Me sentía fuera del mundo. Una mañana iba conduciendo de camino al trabajo cuando de pronto un viso terriblemente brillante se apoderó de mi vista. No observé con claridad y de un momento a otro mi coche fue a chocar contra un árbol. Por fortuna, el impacto fue menor y las heridas que me produjo fueron insignificantes. Salì del vehículo bastante confundido acerca de lo que había sucedido, al hacerlo

noté que había una persona del otro lado del árbol, parada como si nada hubiese sucedido -¿Está usted bien?- pregunté. No hubo respuesta, por lo cual debí acercarme y distinguí al hombre que me había recibido en su casa -¿Qué hace usted aquí? El sujeto no me respondió, solo embozó una sonrisa y se fue corriendo entre las calles de la ciudad, mientras yo permanecía sin poder dar una explicación a los hechos y necesitado de una respuesta. Al día siguiente, en la mañana, me dirigí a la casa del hombre para exigir que me explicara lo que había sucedido. Llegué a su puerta y toqué vehementemente, esperando notar la silueta del hombre abriendo, pero por alguna causa nada sucedía. Después de varios minutos me di por vencido y di la vuelta. Al hacerlo observé al sujeto con una cuchilla en la mano y con una sonrisa maléfica. Repentinamente perdí el control sobre mi mismo, paralizándome de pies a cabeza, mientras mi boca no podía proferir grito alguno. El sujeto se acercó amenazadoramente hasta quedar a un metro de mi, sosteniendo la navaja al tiempo que el sudor frio recorría por mi frente. De pronto me derrumbé y con todas mis fuerzas fui a sujetarme de las piernas del hombre: -¡Por favor, no me haga daño! -¿Qué dices?- escuché decir a una voz dulce y melodiosa. Levanté mi vista y distinguí a Diana con su largo y precioso cabello azabache y sus rosados labios de tierna piel mientras notaba que lo que cargaba no era una cuchilla sino la imagen que había perdido. Todo había sido una ilusión. Me levanté de sus piernas y la abracé -Te amo Diana y siempre lo haré, bello ángel. -Yo también te amo con toda el alma- replicó ella.

Su abrazo enmendó todo el sufrimiento que había experimentado y me regresó a la vida -Por cierto- agregó dándome la foto que nunca en mi vida volvería a perder¿Qué haces aquí? Giré mi cuerpo hacia la casa y observé una construcción en ruinas. El asombro que me invadió fue desmesurado. De repente sentí el abrazo de Diana -¿Vamos a la alameda?- me preguntó -Claro, solo una cosa, ¿Cómo encontraste la foto que yo perdí? -Me la dio una chica rubia- dijo simplemente

7.-EL EXTRAÑO

Últimamente ha tenido innumerables problemas que han impedido que yo recupere la calma y la serenidad de mi vida. Han sido situaciones que han tomado dimensiones tan descomunales que han salido de mis manos para actuar independientes a mi expectativas. Por si no fuese esto suficiente infortunio, he tenido que sobrellevar la inhóspita realidad de la enfermedad de mi amada. Rubia, celestial y gloriosa, ha sido uno de los principales componentes de mi felicidad, por lo cual me he sabido desdichado por esa noticia. Desde entonces he acudido todos los días, durante las tardes para asegurarme de que se encuentra bien. En añadidura, puedo agregar que si transcurra un día sin verla, la tristeza destruiría cada rincón del vigor que habita en mi corazón. Al posar el magnífico astro rey sobre la cima de las escarpadas mesetas, he recorrido la nimia cantidad de doscientos metros calle arriba para estar a su lado, y olvidar por un momento las vicisitudes de carácter cotidiano, animado por el aliciente de recibir como recompensa el que pudiera admirar una de las màs portentosas sonrisas de las que el ser humano tenga memoria. Al llegar a su hogar era recibido de buena gana por sus padres, y estos conscientes de mis intenciones benignas, aceptaban complacidos el que yo visitara a su hija y la acompañara por un par de horas, aunque por dentro, sabia que se encontraban heridos por la condición de Ángela y que deseaban con todas sus fuerzas el que superara su convalecencia. En este aspecto les hice conocer que me encontraba con ellos, dispuesto a cooperar para que esto así sucediera. Sin embargo, a pesar de que arribaban médicos de distintos lugares y con buena reputación conseguida por los avances magníficos que lograban en pacientes que sufrían las más variadas dolencias, el enigma no podía responderse y todo continuaba en las mismas condiciones. A pesar de que yo continuaba concurriendo a su gabinete, seguro de encontrar en ella la máxima dicha, pasando largo tiempo sentado en una silla de madera vigilando su sueño, o cuando se hallaba en vigilia, platicando con ella pasivamente. Todo en búsqueda de observar en su rostro esa hermosa sonrisa. Yo condescendía alegre a todo lo que me decía, alegre de estar acompañándola.

A pesar de todo esto, la cuestión era de atención relevante para mi, y me ponía a razonar durante extensos lapsos. Fue tan importante para mi, que incluso, durante la noche, estando recostado en el lecho, los pensamientos me turbaban y me hacían permanecer en el insomnio largamente y procurando encontrar una salida a la problemática. La mente surcaba lo más recóndito de las intuiciones almacenadas durante toda la vida y ahora exhumadas por la facultad que tenia el amor para arremeter a su empleo desesperado. Era normal el pasar abyectas horas percibiendo el rumor que irrogaba el viento al estremecer las copas de los árboles y el escuchar los casi imperceptibles ruidos producidos por el reloj de la estancia. Pero lo más intrigante fue que durante las noches que yacía sobre la cama era certero que acontecía un hecho inexplicable. Creí que tal vez se trataba de un engaño de la consciencia, pero fue tal la consuetudinariedad de la experiencia que no restó duda alguna. At raves del cristal de la ventana de mi recamara, la cual colindaba a la calle, pude escuchar de forma precisa como un individuo se conducía corriendo justo fuera de mi vivienda calle arriba. La posibilidad de que se tratara de un acontecimiento macabro y fuera de los cánones de la existencia de los seres humanos. El suceso se repitió durante varias noches, dejándome desorientado en cuanto a mis cavilaciones. La conmoción aumentaba gradualmente y me inducia a tomar una decisión. Tomé la iniciativa de aguardar en la ventana de mi casa para percatarme de la identidad del individuo que transitaba a esa velocidad en ese costado de las periferias de la vivienda. Así lo hice y esperé extasiado a descubrir la verdad del asunto. Pasaron unas horas antes de que se me revelara el hallazgo. De súbito apareció entrando a mi horizonte visual un caballero de tez alba y vistiendo un suntuoso traje negro. Su aspecto era elegante, lo cual me causó extrañeza en extremo. Le llamé. Se detuvo al instante y se quedó mirándome fijamente. Me pareció sumamente inexplicable la presencia de ese hombre y su comportamiento a esas horas de la noche. No acudió a mi mente alguna conjetura de mis palabras, no obstante, el hombre se anticipó a mis intenciones:

-¿Me llamaba usted?- cuestionó frio. Su voz era profunda y solida. Al realizar el análisis de la situación, procedí a responder -Deseaba conocer la razón por la cual recorre esta calle corriendo a esta hora indebida, pues esa actitud no es propia de una persona como usted. El hombre me miró pasivamente tratando de asimilar el afán de mi declaración. Enseguida, espetó: -Lamento el haberle causado cualquier clase de molestia. Para lo cual repuse: -No se preocupe, pero, ¿Por qué lo hace? El silencio helado se repitió al tiempo que una siniestra ave oscura cruzaba el firmamento en las lejanías, dibujando el contorno parabólico del misterio. Pasado esto, el sujeto externó con un gesto seco: -Busco a mi amada, Ángela. La respuesta no pudo haber calado más intensamente dentro de mi espíritu. Le pregunté por el apellido y resultó ser el mismo de mi prometida. Le referí las señas físicas y este asintió asegurando que se trataba de la misma mujer. En ese momento se destrozó la única parte de mi ser que aun permanecía integra. Me había mentido con su falaz convalecencia. Me sentí horriblemente destruido en mi interior. El sujeto aguardó unos instantes, para después decir: -¿Cuál es su nombre? Me extrañó que hiciese tal cuestionamiento, aun así respondí: -Soy Pablo. El hombre quedó inmerso en sus conjeturas mentales, abstraído por largos segundos, ignorando lo que sucedía a su alrededor. Le escuché murmurar: -La próxima semana

La pregunté en que estaba pensando. No obstante me replicó que se trataba de una cuestión sin importancia. Me miró a los ojos y sin ningún recato ni contemplación me cuestionó: -¿Sabe usted donde vive Ángela? Estas palabras me hicieron pensar en la relación de estos dos y recordar cada momento con ella. Todo había sido falso. El hombre lucia tranquilo al parecer, pues yo no le había confesado ser el prometido de Ángela y este no podía sentirse engañado. Fui incapaz de manifestarle la verdad. Retomando mi atención a su pregunta anterior, sabia perfectamente que si Ángela había sido capaz de engañarme, y había establecido otra relación con ese hombre, no tenia sentido el que yo intentara seguir luchando por su cariño y procurando el que solo me amara a mi. Le di las instrucciones para que llegara sin confusiones y lo antes posible hasta donde ella vivía. Me sentía completamente afligido por esta decepción, nada podría redimir esa ominosa falta. Este agradeció la ayuda que la proporcioné y se retiró corriendo calle arriba. Justo cuando se encontraba en la esquina lo detuve con otro grito: -Amigo, ¿Quién eres? -Soy la muerte- respondió sonriendo.

8.-POEMARIO

Mi vida es un poema, puedo asegurarlo. Cada palabra, cada verso, todo se funde para describir lo hermoso de la vida. La relumbrante corporeidad del vidrio dilucidaba el paradisiaco entorno exterior. Las firmes columnas daban fuste al perímetro del salón. Mis compañeros se mantenían exánimes a las cátedras del profesor en turno. Mis cavilaciones no poseían el ritmo adecuado para estribarse en las extensiones de mi espíritu. Necesario era que yo me encontrara abstraído por mi propia voluntad impúdica. Los rostros de los presentes merodeaban en el universo de mi fantasía plasmados en el muro contiguo izquierdo. Uno destacaba como si su destello opacara a los demás. Esas facciones meticulosas de la cara de esa suntuosa mujer. De Clara. Ella, solo ella, la causa de mis desvelos. Estaba sentada atrás de mì, en la fila inmediata derecha, a tres asientos de distancia hacia la parte posterior del cuarto. A cada segundo giraba mi vista de soslayo discretamente tratando de captar la esencia de su belleza sin ser descubierto. Las palabras del mentor se deslizaban en las praderas de mi entendimiento bloqueadas por mi propensión a ignorar todo aquello que no se tratara sobre ella. Un movimiento, cualquiera que fuera delataría mis acciones y revelaría a ella misma que me empecinaba solamente a deleitarme por la visión esplendorosa que de ella provenía. No me era posible evadir esa hermosura gallarda que asía mi mirada extraviada y dominada, lívido ante la fuerza gravitatoria que ejercían sobre mi esos imponentes luceros castaños. El ambiente pendía del glorioso abismo producido por ella, solo por ella. ¡Cuánto momento transcurrido, cuantos segundos gastados, cuantos minutos perdidos y cuantas horas consumidas admirando sus portentosos ojos, brezales del cielo, rosales del firmamento anímico!....... de mi fuerza personal, ese era el problema. Ignominiosamente el desfavorecido era yo, por ser susceptible a las frondas de sus encantos. Esa belleza nunca ha sido apreciada en la tierra, juraría que nunca había aparecido en el mundo la virtud de la belleza exacerbada con tanto fulgor como ahora se presentaba en esa musa, mi musa. Y yo me sentía tan deplorable y desganado en mi fuero interno por vacilar en mi precipicio, por admirarla y beatificarla sin saber si ella también sentía una

emoción reciproca por mi (Mi vida, mi vida, juro que daría al menos veinte años de mi existencia por conocer el grado de devoción que le merecía. Solo quiero recuperar esa tranquilidad que perdí arbitrariamente ¿Qué le he hecho yo a Clara para que ella echara de cabeza mi mundo y me robara el sueño? ¿Qué?) pensaba fatigado y abatido. Lóbrego pensamiento que merodeaba nefasto e hiriente. Solo una palabra requería para dar forma a mi convicción, para apuntalar mi decisión y ser certero en mi proceder. El tiempo se detenía y me dejaba suspendido en un vértigo asfixiante. En el ambiente flotaba imberbe el nerviosismo saturando mi entendimiento. (¿Por qué soy yo el único que extravía el aliento inexorablemente al estar junto a esa bella mujer que hacia reposar mis ensoñaciones en su regazo). Venia la pasividad sinuosa de mis compañeros ¡Anfractuoso pesar que me embriagaba cruelmente! ¿Acaso nadie reparaba en ese cielo infinito que magnificaba ese bello café suscitado en mi procaz insomnio crónico. Algo debía de hacer, no podía permitir que mi vida se consumiera gradualmente como una bujía esporádica que aparecía y se esfumaba en la plenitud del día y en el silencio secreto del monte. ¿Qué tal dejar huella para la posteridad de ese jubilo rebosante de sus magníficos luceros, sobre una hoja de papel, describiendo conscientemente cada rasgo de su destello inigualable? (¡Lo tengo! ¡Decidido está! Compraré un cuaderno en el cual desarrollaré los más fecundos poemas acerca de mi musa. Ella y todo el mundo conocerán la máxima magnitud del amor verdadero. Habrá una reforma radical en la concepción del mundo, y yo poseeré su cariño, y por tanto, la felicidad subsecuente. Solo debe de considerar un pequeño inconveniente: requiero dinero para adquirir una libreta con el fin de hacer mis notas, para mostrar que la adoraba y que seria el hombre que más la amara en el mundo. Pero supongo que eso no será problema, mi madre estaría dispuesta a proporcionarme la cantidad que necesitara. Sí, es verdad que somos miserables en cuanto a lo económico y que carecemos aun de elementos básicos para tener una vida digna: Adolecíamos de luz eléctrica y la calidad del agua era deficiente, pero aun así conozco a mi madre, es noble y abnegada. Ella sacrificaría aun sus mas fundamentales satisfactorias para darme lo que pedía, y todo con una sonrisa perfecta sobre sus labios, todo con

la esperanza emanando de su rostro, todo con la luz inequívoca de un nuevo amanecer. Hago fuerte hincapié en que si no necesitara la libreta para un fin tan floreciente y pulcro, no me atrevería a molestar a mi madre, asfixiándola aun más en su presupuesto. La aspiración más benevolente y razonable era la que me alentaba a llevar a cabo mi empresa. En esos profundos razonamientos y empeñadas conjeturas se fue formando un proceso que las fue traspapelando a si mismos, a cada instante, como las trémulas hojas otoñales que se precipitaban inertes sobre el gélido piso. Sonó la campana enseguida, palpando mi mente vacio y contradicción (Sin lugar a dudas este proceder fulminará con la concomitante inseguridad de mis ánimos) dije para mis adentros más remotos. De manera irregular fueron abandonando uno a uno el aula mis condiscípulos mientras yo aprovechaba la febril confusión y algarabía del paso atropellado que ellos realizaban, para ver, entonces sí, sus maravillosos ojos directamente presionándome para no dejar salir una palabra de admiración que me delatara. Avancé con presteza ante los cuerpos rápidos y agiles que merodeaban buscando la puerta. Ella seria la ultima en salir, pues se había demorado ordenando meticulosamente su material de estudio, que consistía en cuadernos y utensilios de escritura. Quería encontrar una situación univoca: aguardarla en el umbral del zaguán, y provocar un encuentro seguro para hablarle. En pocos segundos se habían marchado todos, y Clara que se hallaba en aras de llegar a mi lugar, estaba bastante cerca. Erguido, pero un poco concorvado, elegí el momento preciso en que ella discurría a mi lado. Solos, ella y yo. Nadie para enjuiciarme ni analizar mi conducta. -Clara- musité tembloroso de la voz Se detuvo enseguida y me miró impertérrita, sin decir nada. Su mirada penetraba en lo más recóndito de mi ser y me debilitaba inequívocamente. Todo esto originó que yo desviara mi mirada hacia el suelo, inclinándola y buscando evadir la intensa potencia de su disquisición ocular.

-¿Te gustan los poemas?- pregunté con un mayor grado de seguridad y opaca miento, lo cual lo volvía casi inaudible. No me atrevía a verla, me encontraba esquivo mirando el suelo de azulejos granates. El tiempo se transmigro en una pesada eternidad y no encontraba la respuesta que esperaba. Imaginando que ella no podía articular expresión alguna, procedí a buscarla con mis ojos. Grande fue mi conmoción al darme cuenta de que ya se había marchado rumbo a la salida, ignorando mi cuestionamiento y limitándose a emitir por toda respuesta, unas pisadas apresuradas y sutiles. -Seguro que no me escuchó, debió de pensar que no le hablaba a ella y que solo su fantasía lo había supuesto- aseguré con palabra tenue, tratando de considerar mi reflexión como la verdad absoluta. Sabiéndome culpable por mi vacilación, me dirigí hacia mi casa, pendiente de todo mi entorno, intentando localizar a Clara en una ubicación cercana, sin lograrlo y con un vacio incomprensible que me insistía en obligarme a obtener su compañía a toda costa amorosa por toda mi vida. (¡Vamos! Quiero verla para reiterarle aquello que poseía la fuerza de mil huracanes y que por alguna escabrosa razón escapó tenuemente de mis labios. De otra manera, deberé de aguardar hasta la noche para reunirme con mi madre en el retorno de su jornada laboral y solicitarle el dinero para esa preciada libreta. Juro que seria capaz de iniciar esta misma luna a describir sus portentosos ojos, a establecer con palabras la belleza indómita de su perfecta silueta y a descubrirle al mundo el fascinante rostro de la musa que exaltaba más vehementemente el atributo de la hermosura. No hay objeción ni inconveniente, esta misma noche escribiré el poema más melodioso de la historia) pensé. Ansioso de sobremanera, ingresé a mi vivienda y lo primero a lo que me avoqué fue a llegar a mi recamara y a sentarme al borde del lecho y a cavilar fluidamente sobre todo aquello que merecía mi atención. Y en el lugar más apremiante se encontraba la cuestión de Clara. Contemplé la pasividad del paisaje reflejado a través de la ventana de mi habitación. Formas inconsistentes y gloriosas se extendían inocentes en el cielo fascinante. ¡Maravillosa plenitud de mi vida que me permitía gozar del placer insaciable del amor verdadero y profuso! ¡Oh, Vaya que dicha! En mi mente se representaba

la imagen imposible de difuminar de sus suntuosos luceros que me alentaban cada vez más a emprender mi labor de poeta manipulado. ¡Espero y pronto se produzca la grandiosa noche y experimentar dentro de mi la inspiración liquida y abundante del enamorado eterno y seducido! ¡Bendita Clara! Me devolvió la felicidad y el apego a la vida, me proporcionó el impulso que requería para definir una ruta única a la búsqueda de mi fin existencial, le devolvió el sus piro a mi alma. En esas circunstancias, cualquier otra actividad me parecía carente de sentido, vana, y por consiguiente inútil. Tan solo quería aguardar el regreso de mi madre. Durante un par de horas fui incapaz de hacer otra cosa que no fuera pensar y abstraerme. La tarde había llegado a su esplendor y a su apogeo luminoso, cuando, de súbito, escuché un ruido ahogado en la estancia. Decidí permanecer impasible y mantenerme atento a un nuevo indicio de alguna presencia. No obstante, la consideraba inverosímil, puesto que aun faltaban algunas horas para que terminara la jornada de mi madre; y por otro lado, nadie además de nosotros dos habitábamos ese recinto. Por increíble que se muestre, esta vez pude percibir esclarecidamente como alguien intentaba abrir la entrada principal de la sala de estar. Contrariado, me dispuse a avanzar sigilosamente hasta el lugar de los hechos. Con la inseguridad emanando a flor de piel alcancé el cuarto principal y me aventuré a averiguar la verdad. Para mi sorpresa, lo primero que observé fue a mi madre dándose la vuelta para cerrar la puerta con tal cuidado que parecía desear no crear sonido alguno. Yo me quedé inmóvil, esperando a que ella se percatar de mi presencia. Al instante, ella viró hacia mi dirección y pareció atacarla un pequeño sobresalto: -Lo siento, Manuel ¿Te asusté, chiquito?- espetó con bondad -No, mamá, no te preocupes- respondí- Aunque quería pedirte algo… -Lo que quieras, mi cielo, ven, dime- interrumpió asiéndome de la mano para que tomáramos asiento en un sillón color esmeralda de la estancia. -Bueno, te queria pedir diez pesos para comprar un cuaderno, pero si te

resulta un gran costo…. -Para nada, mi vida, ten, ten- se apresuró en responder al tiempo que hurgaba en su monedero para extraer las monedas. Asombrado por su benevolencia y accesibilidad, afiancé el dinero en mi mano y salí gozoso a adquirir la libreta. Inconscientemente miraba. a un lado y a otro intentando capturar a Clara con la vista ¡Que tortura!. En cada mujer, en cada rostro suyo estaba sobrepuesto el ella. Había invadido mi mundo y mi razón orillándome a imaginarla como la única chica sobre la faz de la tierra, había imperado en mi entendimiento como un febril delirio perpetuo. Se había apoderado de mi futuro y de mis anhelos. Al fin, volví a la casa, sintiéndome a salvo de esa inquietud y nerviosismo. Iba a mi recamara, cuando noté a mi madre sollozando y con las manos ocultando su rostro. Estaba destrozada. Con tacto me acerqué hasta donde ella estaba y me recliné a su costado derecho. La envolví con mi brazo a la altura del cuello mientras dejaba el cuaderno sobre la mesa de noche delante de nosotros. Al momento mi madre se descubrió y pude ver su agonía en toda su extensión, y sus mejillas estaban ataviadas por una cantidad incalculable de lágrimas que nacían y se precipitaban de su piel. -¿Qué te pasa, mamá?- le pregunté intrigado -Nada, hijo- respondió dulcemente -Vamos, mamá, puedes decirme Entonces ella hizo una pausa que pareció más larga que todos los siglos pertenecientes a la existencia: -Manuel, es complicado para mi confesarte esto, pero… tengo cáncer de huesos en etapa terminal y solo te podré cuidar una semana más. Te vas a quedar solito. Al cabo de esta última palabra, el pesar lóbrego de la situación la hizo estallar en lágrimas y sollozos, lamentos vánales y agobiantes. Yo, por mi parte, permanecer callado, sin saber que decir y cómo reaccionar. Mis ánimos no me

permitían llorar ni tan solo una mínima gota. Sentía todo como una realidad remota y falaz, como si todo se tratara de un juego o un sueño. Eso no podía ser verdad. Al paso de aproximadamente media hora, durante la cual no dejó de prometer que nunca me dejaría sin protección, me dijo -Toma, mi cielo, tu libreta- entonces levantó el cuaderno y lo colocó sobre mis manos temblorosas- Ve a tu cuarto a jugar. Seguramente yo estaba tan pálido y lívido como un difunto pero yo era incapaz de opinar sobre eso, porque en esos segundos únicamente mi fuero interno era el que podía comunicarse, y eso lo hacia de una forma inarticulada e inconexa. Me instalé en mi recamara y volví a sentarme en el lecho. Impertérrito y congelado mi metabolismo, mi alma clamaba tranquilidad. Esos pensamientos iban y venían veloces sin encontrar nicho que les correspondiera mientras el tétrico ambiente penetraba mi dicha ya esfumada recientemente. Lo único que hacia era escuchar mis suspiros entrecortados en esa nada auditiva esperando que el desorden interno hallara sosiego. Cuando supuse que estaba lo suficientemente repuesto para reanudar mi labor, fui hacia mi mochila y extraje una lapicera. Abrí la libreta oliendo el refrescante aroma de las hojas diáfanas. Entonces, como calculando cada arista y proyección de las líneas y curvas literarias, escribí “Poema a tus portentosos ojos”. Me supe conforme con la composición del título. Ahora faltaba el desarrollo que habría de marcar mi vida de ahora en adelante. Esos versos que habrían de florecer en el alma límpida cariñosa de Clara y que habrían de destacar como el componente del más bello poema de la historia. Ahí estaba yo, ante el papel, no obstante, ese papel se constituía en una laguna insalvable, en un mar innavegable. Por alguna razón mi inspiración se mostraba reticente a brotar, no se esparcían las palabras. El poema más esplendoroso del mundo no se escribía, a pesar de ese amor abismal e inmenso exclamaba que el cariño perfecto tan solo requería dos elementos fundamentales: Ella y yo. Algo inquietaba mi mente, una idea rondaba truncando mis intenciones, eso estaba claro. (¿Qué es?) Me cuestionaba frustrado.. Entonces, escuché un gemido tenebroso y tétrico proveniente de algún lugar de la vivienda, un grito que me caló con su gélido y fúnebre contenido de dolor.

-¡Ay!- resonaba estrepitosamente en todos los confines de la casa y me sumía en la impotencia y en la desesperación. Aquello me dejaba sin aliento. Los gritos se volvían más constantes e incrementaban en su potencia. Mi madre sufría horriblemente y yo me ahogaba inexorablemente ante una inmensa hoja en blanco. Todo era terrible. Entonces, convencido de lo infructuoso de mis convicciones, cerré el cuaderno y lo puse junto a la pluma sobre la repisa que se encontraba junto a mi cama. Me recosté en mi lecho buscando, al menos, perderme en lo inasequible del territorio del olvido y en lo inconsciente del sueño. Esta era mi voluntad, sin embargo, la intranquilidad me persiguió incluso hasta esos momentos, negándome la posibilidad de dormir. Por si esto no fuera bastante sufrimiento, las exclamaciones de mi madre por el escabroso dolor que le aquejaba a raíz del cáncer de huesos continuaban con una mayor intensidad. Esa noche fue una de las más siniestras de mi vida. Yo me sentía solo y vulnerable, atacado sin clemencia ni piedad absoluta de la vida misma. Sinceramente desconozco el momento en que tuve la facultad de comenzar a dormir. La realidad cruenta desapareció durante ese lapso. Lo cierto es que fue así y no desperté hasta que el imponente sol irradiaba pletórico en los horizontes de las comarcas. Debía de prepararme para asistir a la escuela. Como lo hacía habitualmente, llevé a cabo varias actividades consuetudinarias. Hecho esto, devolví la pluma al interior de la mochila e hice lo mismo con la libreta que había adquirido el día anterior, con la esperanza inmarcesible de hallar fuera de la casa el ambiente apropiado para embozar el poema. Fui hacia la estancia y encontré a mi madre abstraída en sus conjeturas intangibles. Después del plazo de varios segundos, comenzó a mirarme desconcertada, como si me encontrara a una distancia perentoria para comunicarme con ella. Como si yo fuera parte de un sueño borrascoso. Cuando cayó en cuenta y superó la paradoja a la que se había supeditado, procedió a darme un tenue y prolongado beso sobre la frente, y luego se despidió para que yo partiera rumbo a la escuela.

Así lo hice, pero por algún motivo mi razón asemejaba un lienzo en blanco, impecable y sin movimiento. Me di tiempo para pensar sobre esto hasta que me encontraba por llegar a la escuela. Sin perder la tranquilidad me encaminé al salón y me recliné en la butaca. Solo habían llegado pocos compañeros, entre los que aun no arribaban se encontraba Clara. Yo permanecí atento a cada individuo que cruzaba la puerta pensando: (Sin duda cuando ella llegue me preguntara ansiosa ¿Qué ibas a decirme ayer, cariño? Siento todo lo que sucedió, si interpretaste mal mi conducta. Estoy sumamente interesado en saber aquello. Dime mi amor) Luego del estiaje del cauce de varios minutos cándidos y pasivos, entró Clara. Se notaba impasible y tranquila. Se dirigió sin voltear a mirarme hacia su asiento en la parte posterior del salón. Yo hice un esfuerzo indirecto porque ella cayese en la consideración de que yo ya me encontraba ahí. Seguro que estaba tan distraída que había ignorado mi presencia. Tratando de no ofrecer una imagen evidente, la tocaba con mi contemplación visual, pero ella se mantenía pasmada. Al termino de trémulos y mustios instantes, al fin se percató de mi intención, pero solo se limitó a mirarme como si yo fuese un extraño, como si no fuera digno de apreciarla. Juzgado por un examen sin palabras, recobré mi postura regular y me incliné perfilado hacia el frente. (Esa mirada desaparecerá cuando escuche mi poema. La frialdad se desplegará con otra textura y con otra forma muy distinta, se convertirá en un amor inquebrantable y único) dije para mis adentros. Ese día fue inicuo, todo se menguó hasta instituirte en una nada sin importancia. Yo me quedé con un autismo profundo, tomando todo aquello que hablaban los profesores como algo ajeno a mi persona. A mitad de una clase, saqué la libreta virgen, la abrí y la apoyé en la paleta de la butaca, esperando iniciar con mi labor lirica. Pero, no obstante me esforzaba ¡Triste pesar! Las palabras no acudían, la inspiración no manaba y el albor se transmutaba en tétrica desventura. Quieto, como aquel que adquiría una composición semejante a la roca, establecia un puente estéril entre mi mano y el papel, donde indudablemente tenían que convertirse los pensamientos en verso. De esta forma, se produjo el final de la última clase, y yo me empeciné devolviendo todo el material a la mochila, incluyendo el dichoso cuaderno que solo

ostentaba unas escasa cinco palabras. Sin contradicción, el vergel de mis intenciones estaba yermo y escarpado, pues por algún motivo no acertaba a expresarme. Cuando terminé de hacer todo esto, levanté la vista: la totalidad de mis compañeros habían abandonado el aula, incluso Clara. Mi demora ocasionó que no pudiese conversar con ella y aclarar las cosas, pues sin lugar a dudas ese era el tema que me inquietaba. Resignado, dejé esas instalaciones rumbo a mi casa. De pronto, cuando me hallaba a medio camino, comencé a reflexionar (Empiezo a temer una cosa. En mi vivienda seré poco propenso a escribir. Ciertamente el dolor de mi madre y sus escabrosos alaridos serán un impedimento ineluctable para emprender mis versos. Preciso un lugar apacible para desplayarme a mis anchas, para embelesarme en esa noble tarea. Un parque, un tranquilo parque es lo que requiero, y yo sé donde hallar uno) pensé Entonces, decidido, desvié mi trayecto, sintiendo el halito apresurado que nacía de mi respiración.Llegué y me instalé serenamente sobre una banca que se encontraba frente a una fuente de estilo gótico y a un costado de un candil publico. Lentamente me iba adaptando a las circunstancias y al arquetipo del clima, estableciendo con ello una situación propicia para escribir. Entonces, comencé a trotar literariamente con las palabras, perdiendo la estática gradualmente hasta correr libre. Por fin los versos fluían ostentosamente. La aceleración se produjo sin un fundamento visible. La bóveda celeste iba mutando y transformándose ante mi estupefacción. Orientado y dedicado estaba en el escrito. Por último, cuando puse el punto definitivo, la noche ya me había aprisionado bajo su manto asfixiante. No le tomé importancia y procedí a leer el poema: “La realidad reside en tus ojos, es intrínseca a ellos, Pues jamás en mi vida había admirado unos tan bellos. El estero del fulgor define su forma cuando contemplo tu esplendida sonrisa Y olvido la melancolía cuando me la recuerda la gloriosa brisa. Tus atributos me imposibilitan mantenerme impasible.

He llegado a la conclusión de que un destino dichoso sin ellos es imposible. Conservo la gracia de tu mirada atesorada Y sustento la esperanza de que representes mi diosa venerada” Satisfecho hasta el éxtasis por el producto de mi trabajo, me dispuse a regresar a mi casa, aun sin saber las consecuencias de mi desaparición en los ánimos de mi madre. Indudablemente se hallaba nerviosa y preocupada por mi impúdica decisión de pasar la tarde en el parque, sin haberle solicitado permiso alguno y aun de no habérselo anunciado. Yo poseía las llaves de mi casa, que eran replicas de las originales y que mi madre me había confiado en vista de que podía necesitarlas en una situación imprevista. Llegué a mi casa y abrí la puerta precavidamente, buscando emitir sonido alguno que exaltara a mi madre. Flemáticamente fui avanzando con dirección a mi recamara, temiendo ser atrapado en mi regreso. En esa actividad me hallaba cuando observé una silueta nostálgica, triste y melancólica reclinada en el sillón de la estancia. Con un pavor indescriptible fui acercándome, sin saber a ciencia cierta lo que sucedía. Aunque la penumbra era reinante y casi total, pude discernir el rostro ahogado de mi madre sepultado en los campos de la desesperación desahuciada. Le hablé buscando llamar su atención: -Mamá- le dije levemente. Esta no me respondió y me empeñé en hallar una respuesta. -Mamá, en serio, lo siento mucho. Yo sé que te he lastimado bastante con el hecho de que me hayas tenido que aguardar tantas horas. Lamento el pesar que te he hecho experimentar por este trance, pero te aseguro que fue por una cuestión necesaria… Cuando terminé de hablar, mi madre comenzó a virar su mirada hacia mí, contemplándome como si yo fuera una escena remota y perdida en la senectud del tiempo.

-Está bien, mi cielo. Vete a dormir- respondió sin denotar alguna clase de exabrupto. Extrañado por su reacción apagada, me retiré a mi habitación llevando mi mochila y pensando profundamente. Me deshice de todo lo que acarreaba y me precipité sobre el colchón, rendido por el abatimiento que me causaron los últimos días. Intenté emprender mi sueño, pero nuevamente me fue imposible. No tuvo que transcurrir largo rato para escuchar los viles gemidos y lamentos de mi madre. Se retorcía por el sufrimiento inevitable del cáncer, y yo sufría igual o más que ella, no físicamente, pero sí emocionalmente, pues todo eso me trastornaba las fuerzas. Una vez más no supe el momento en que caí en el sueño profundo, tan solo capto mi razón cuando abrí los parpados en el momento en que el amanecer ya estaba avanzado. Mi madre había olvidado despertarme para acudir a la escuela y ya se me había hecho bastante tarde. Como me fue posible, me vestí acelerado y me dirigí a la estancia planeando salir sin desayunar. Mi madre permanecía absorta mirando a la nada y sentada en el sillón color esmeralda. En esta ocasión solo caminé hacia ella y le di un beso largo en la frente, como uno de aquellos que ella me daba cuando me hallaba en la cuna y las noches tenebrosas me infundían un temor indecible. Ahora me correspondía protegerla a ella. Mi madre tenía un temor profundo y yo le quería hacer saber con ese beso que contaba conmigo. Por su parte ella no parecía sentir mi presencia y ni siquiera volteó a mirarme. Sin esperar una muestra de respuesta en su mente, salí de la casa con la inseguridad de no llegar a clases a tiempo y a que no me dejaran pasar. Corrí desenfrenadamente, y justo cuando crucé la entrada, el encargado se disponía a cerrarla. Arribé exhausto y fatigado al aula, pidiendo permiso al profesor para ingresar mientras todos me miraban sin decir nada. Me recliné en la butaca al tiempo que mi mano capturaba una gota de sudor que se deslizaba desde la frente hasta el pómulo. Consternado por todo lo vivido en esos días, las frases del mentor seguían sin tener contenido para mí, era una voz sin sonido. El tiempo me parecía interminable en el salón, solo deseaba que todo terminara para escapar despavorido durante la campana de salida y recitarle a Clara el poema frente a sus suntuosos ojos. Ella caería flechada por el amor fugaz y

perpetuo, me amaría por siempre y recordaría ese bello detalle eternamente, narrándoselos a nuestros hijos y a nuestros nietos. Mi pensamiento y mi anhelo eran solo ese, ningún otro. Paciente, recobré el control sobre el avasallamiento de mi desesperación hasta el preciso momento en el cual sonó la campana escolar anunciando el cese de las actividades académicas de esa mañana. Alerta y preparado, me precipité raudamente hacia la puerta, aguardando a un costado de la misma, centrado en no complicar la salida de mis demás compañeros. Mi vista dedicada al objetivo específico de seguirla no perdia detalle de cada uno de sus pasos. Ansioso, la intercepté con mi llamado y la aislé del cuerpo amorfo de la marcha de los otros alumnos. -Clara, ¿Podrías venir un momento? Con rigidez dirigió su trayectoria hacia mí, hasta enfrentarme cara a cara. Esta vez hice un esfuerzo inaudito por mantener el placentero contacto visual que me extasiaba. Me pasmé un breve lapso sin obtener el impulso y el arrojo apropiados para empezar a comunicarle mis versos. Mis dedos presionaban la pasta acartonada del cuaderno, estrujándola famélicamente. Tomando la iniciativa de algún sitio recóndito de mí ser, levanté la libreta y la abrí con una paz y una emoción entrelazadas: -¿Sabes, Clara? Has inspirado un poema que sé que te encantará, espera: Con una indecisión entendible fui mascullando las primeras líneas, y con el paso de las silabas fui estableciendo una mejora en mi expresión, hasta alcanzar una aurora poética que difícilmente hubiera podido imaginar que albergaba dentro. Maravillado por los efectos que ella ocasionaba en mi desempeño, fui recitando los versos de una forma natural. Al concluir esto, alcé la mirada del papel y la miré a los ojos, a sus soberbios ojos. Por su parte, ella se mostraba inafectable. -¿Te gustó?- le pregunté con el convencimiento a flor de piel de su respuesta

afirmativa. Sin embargo, ella solo se limitó a mover la cabeza como señal de negación. Tenía intención de preguntarle los motivos de su disentimiento, pero apenas el vigor me fue mínimo para balbucear algunos sonidos guturales. Esa era una situación imprevista. Notando mi conmoción, Clara se alejó sin dar una explicación y me dejó varado en la desolación física que se sumaba a la soledad sentimental. En ese momento perdí los deseos de hacer cualquier cosa. Solo quería aislarme y no saber del mundo, perder la percepción del mundo, y sustraerme de la acción de mis sentidos. Anhelaba dejar de sufrir en silencio y en quietud. Decepcionado me propuse regresar a mi casa y tratar de olvidar esto, de no ser afectado por este rechazo y buscar una nueva oportunidad porque yo sembré una esperanza imperecedera sobre un futuro precioso y genuino compartido con ella dichosamente. Pasé por las calles que mostraban un vacio terminante, una impropiedad al mundo, lo cual acentuó el sentimiento agobiante que experimentaba. Esta vez la busqué con la mirada más vehementemente, con una actitud enervada. La encontraba sin que ella estuviera realmente ahí, ella era cada mujer. Ella realzaba y destacaba con creces de las demás jóvenes, era mil veces más especial y un millón de universos más hermosa y encantadora que cualquier otra. En mi interior, aprecié la inquietud fortalecida de revertir esa condición, ese desprecio por un malentendido del espíritu. Me sentí incitado a hacerlo cuanto antes, no debía desperdiciar un minuto más. Paré de caminar y contemplé la perspectiva que se perdía en un punto de fuga inasequible a mi posición y a mis alcances sensoriales. Medité con melsa y con argumentos. Poco a poco me fui convenciendo de que era mejor actuar cuanto más pronto me fuera posible. Me dispuse a volver a pasar la tarde en el parque, pues era el único lugar al cual podía acudir para lograr que la inspiración brotase sin vicisitud alguna. Sé que mi madre entenderá. Que lo hago porque esa musa y sus poéticos ojos advinieran a mi vida y ser capaz de percibir a mi existencia como algo con sentido, como un paisaje con color y textura. Era un intento comprensible por conseguir un elemento vital e imprescindible para mis fuerzas. Estaba ávido por comenzar con la realización lirica. Fui a descansar en el misma parte del parque que había elegido la ocasión

anterior, y sabiéndome sin inconvenientes, me fustigué cada vez más para crear algo digno del esplendor de Clara. Con un proceso irregular, pero con una cierta pendiente ascendente, fui contribuyendo con el escrito. Al final lo miré, era más extenso y más hermoso que el primero. Lo había logrado. Podía volver satisfecho a mi casa, pero con la incertidumbre vinculada con la posible molestia y preocupación inmensurables que probablemente estarían manipulando en ese momento a mi madre. No obstante, todo eso se vería recompensado por el triunfo y obtención de su amor resplandeciente. Las tinieblas habían sepultado el paisaje bajo un marco vasto y majestuoso de una peculiar tinta destilada. Arribé a mi morada con el viento aviniendo a mis poros como un vino dionisiaco que estremecía mis bríos. Atisbé con la mirada la localización de mi madre, que seguramente no había podido emprender su sueño por la urgencia de conocer que es lo que había acontecido conmigo. Lentamente fui definiendo su silueta apagada y olvidada en ese siniestro y tan repudiado por mí, sillón esmeralda. Se le podia percibir deprimida por el problema de la frustración irresoluta. Conmovido por su situación problemática interior que ella enfrentaba, me aproximé sigilosamente y la escruté con los ojos, contemplando su enervante piel que brindaba al espectro indefinible del ambiente una apariencia opresiva y desgastante. -Mamá, ¿Estás bien?- indagué -Si, hijo. No te preocupes, cariño- respondió con una expresión divagada sin mirarme ni un solo momento. Indeciso, me retiré sin restituir mis conjeturas completamente pero con el contrapeso de haber fabricado el sendero que me llevaría a disfrutar de los encantos de mi musa. Sin encender vela alguna y evitando romper la serenidad que aunque incomoda, atenuaba la borrasca hiriente. Me conduje a tientas con rumbo a la cama, anhelando que llegara el dia siguiente para demostrarle cuanto amaba su magnifica y prendadora sonrisa acariciando cada uno de los días que me restaban por transcurrir. Estaba impaciente por mirarla cara a cara, por redimir todas aquellas erratas que tergiversaron la esencia de mi amor. No obstante, en el momento menos esperado, comenzaron a brotar los alaridos que me infundian una

angustia vil e indescriptible. La voz de mi madre aquejada por el sufrimiento incesante del cancer era terrible y me mostraba claramente que se hallaba vulnerable e indefensa ante algo inasible, ante un enemigo progresivo e inclemente, imposible de combatir. Yo apreciaba como aquellos gritos de condena y dolor irradiaban tan abominablemente que venían a afectarme a mí, y me congelaban y petrificaban provocando que me ahogara en una tempestad de nerviosismo. Deseaba poder caer postrado en el valle del placer onírico y hacia todo lo posible por alcanzar ese resultado, pero por alguna razón asfixiante no era capaz de ello. Tan solo los gemidos melancólicos e hirientes de mi madre reinaban en esa noche oscura. Yo me esforzaba en ignorar todo aquello y enfocarme en rememorar el portentoso rostro de Clara iluminando mi sino cuando más lo precisaba. Entonces, nuevamente me quedé dormido sin tener conocimiento del instante exacto en el cual ocurrió. Pensaba antes de esto, que por el único hecho de soñar alcanzaría la libertad. Nada más alejado de la realidad. Durante todo el tiempo que mandó mi subconsciente fui acosado por sombrías pesadillas, que aunque inverosímiles durante mi vigilia, me trastornaban inmensamente, más que cualquier realidad. Los sueños eran todavía más lacerantes que cualquier situación que se me presentara despierto. Llegó a tal punto incontrolable que a altas horas de la madrugada, desperté emitiendo un grito que había permanecido latente y contenido hasta formar una pesadumbre siniestra y desesperante. Sudaba constantemente de los pies a la cabeza y suspiraba como si el aire estuviera contaminado por un millón de alfileres que profundizaban suscitando dentro de mí una hemorragia y un infortunio tenebrosos. Tardé bastante en devolver a mi estado la tranquilidad relati8va en la cual me encontraba. Haciendo máximo empleo de mi convicción pude dormir nuevamente y a pesar de que logré no experimentar un exabrupto evidente, no me abandonaron las abyectas y hostiles pesadillas, tanto, que preferia morir a soportar esa experiencia insoportable. Al amanecer, me levanté apresurado por que una vez más era bastante tarde y mi madre no se había dispuesto a despertarme. Más preocupado por mi madre que por mi retraso aparente, corrí como pude a su habitación. Me sorprendí al hallar la habitación vacía e intacta. Anonadado, me precipité hacia la estancia, seguro de que ahí se encontraba. Y en efecto, mi madre estaba sentada en la misma posición invariante que habia adoptado los últimos días, en ese funesto y despreciable mueble esmeralda.

-Mamá, ¿No dormiste en toda la noche?- inquirí Pero esta se mostró inmutada, perdida dentro de su bogar interior, con las arrugas irrumpiendo en su rostro que hace algunos días se hallaba jubiloso y agraciado. En esos momentos asemejaba una parodia que parecía querer plasmar un boceto de aquel fragor precioso. Parecía haber perdido la noción del mundo, de la determinación del tiempo y el espacio. El día y la noche no atañían en lo absoluto sobre su razón. El sufrimiento le había flagelado la piel y el espíritu. Compasivo, caminé hacia ella y la toqué levemente en el brazo mientras ella posaba su vista en un punto inexistente en el mura frente a ella. -Mamá, deberías ir a dormir. Esto podría afectar severamente tu salud. Ella se percató finalmente de mi tacto y habla y con una lentitud sutil, se aprestó a observarme con sus prismáticos opacos y llanos, como si se hallara en un trance. -Estoy bien, hijo. Sin estar concertado de sus palabras, me dirigí a alistarme para la escuela, recordando como un relámpago que me iluminaba, aquella oda que habría de recitarle. Estos versos eran mejor a los otros. ¿Cómo pude creer que aquel poema deficiente e ineficaz habria de hacer brotar su docilidad oculta, esperando al enamorado adecuado y al cual habria de amar eternamente? En esos momentos tenis en la segunda hoja de la libreta la alegoría de su pletórica belleza (He aquí la llave a sus caricias y al apoderamiento a un lugar primario dentro de sus recuerdos recurrentes) dije en mi interior sumamente convencido Con el tiempo en mi contra, procedí a encaminarme a la puerta. No pude evitar contemplar aquella efímera forma y enfermiza silueta que se mantenia inerte, como aquel castillo derrumbado en una nación desierta y de subditos expatriados. Algo dentro de mí desdeñó aquella presencia ausente, aquel dolor apagado. Ya no sentía como propia aquella historia que no extendía sus manos llamadas implicaciones sobre mi cuello en ese momento. Estaba seguro de que así sucedía. Salí de mi casa sintiendo como el aire esparcía la frescura de la esperanza. Me apresuré a llegar a la escuela y esta vez llegué un poco antes que el día anterior. El profesor no había arribado, pero todos mis compañeros ya lo habían hecho. Viendo esta escena como una oportunidad para llevar a puerto mi

cometido, me giré hacia Clara, sin dejar descubrir que la buscaba a ella, solo a ella. Sin embargo, todo fue un acto volitivo que se quedó en la intención, pues al momento que Clara se dio cuenta del examen visual, procedió a devolver una mirada fría y friccionarte con la mía. Experimenté un estertor y una carga frenética y me conduje a devolver mi cuerpo hacia la posición natural, hacia adelante. (Debo de hablarle ahora. Es el momento. Dispongo del tiempo para comunicarle mis versos, voy a hacerlo.) me repetía tratando de despojarme de esa parálisis interna, pero me era imposible, mis piernas me temblaban y no respondían a mis órdenes. Tenían voluntad propia. Entonces, el maestro ingresó veloz y frustró mis planes; tenía que esperar hasta el final de las clases. Mis pensamientos se enarbolaban frágiles y divagando en mi cabeza. No capté nada de lo que acontecía a mí alrededor. Todo era inaudible, invisible, impalpable, inodoro e insípido. Todo era perteneciente al mundo del idealismo filosófico, incluso yo. Dudaba de la realidad (Seguro que la vida será un sueño, cuando muera despertaré al mundo real. Esto es un contradictorio sueño) presuponían mis cavilaciones. Pareció eterno el transcurso temporal entre el comienzo de la primera clase y el desenlace de la final, solo anhelaba el apreciar sus rasgos divinos. Quería destruir el naufragio de la incertidumbre y concluir con el frenesí delirante que me carcomía. Al sonar el timbre que indicaba mi libertad por ese dia, me precipité al portal del aula y me empeñé en dejar salir a la procesión de mis compañeros manteniéndome alerta de cada prendador movimiento de esa bella inspiración que irrogaba en mi ese universo llamado Clara. Tratando de templar mis fuerzas, asocié mi misión con esa bella mujer, tan solo con ella. Entre la salida brusca de toda mi clase, me propuse a tomar a Clara del brazo lo más tenuemente que pude, con un movimiento sutil y con gracia. Esta volteó hacia mí con un dejo de impresión, sin decir nada. Ella nunca exhalaba sonido alguno, no manaba de su boca ni de sus labios cristalinos la palabra oportuna. No había expresión oral, tan solo penetración ocular, tan sola eso. -Oye, Clara, disculpa. Yo se que tal vez te fastidié un poco con mi poema anterior, quizás hasta el punto de molestarte, pero entiendo todo aquello en función del objeto que lo causó. Sin embargo, te pido que escuches esto, por favor. Quiero que sepas que representas que representas lo más sublime y sagrado para mí.

Carraspeando un poco en el inicio, para después superar esa nitidez nacida del fracaso anterior, fui abriendo las alas de mi lenguaje con la seguridad que me proporcionaba la excelente y pulcra composición del poema. Sabía que aquellas palabras eran lo más hermoso que un hombre pudo haber manifestado a una mujer en algún punto de la historia. En esos momentos se estaba escribiendo la anécdota más prominente de los anales del romance, no cabía duda. A mitad de la recitación, levanté la mirada, ahí estaba ella, si, pero denotaba indiferencia y aun desdén. Alarmado comencé a infundir un sentimiento enfático en cada línea, gesticulando profundamente y agilizando mis brazos para concederle un sentido más favorable a las rimas. A cada instante, avanzaba en mi vehemencia, pero poco a poco me fui percatando que me acercaba al punto final. Con la angustia reinando dentro de mí, terminé el poema. Cerré los ojos y suspiré con alivio. Me iba asegurando a mí mismo que aquellas palabras nunca fueron empleadas de manera tan armoniosa y esplendida. Ella debió de haberlo amado. Ahora solo restaba abrir los ojos y fundirme en un beso glorioso con ella, en una muestra de gratitud y definición del momento más bello de la historia. Descubrí mí vista sonriendo. No obstante, lo primero que noté fue su truculento gesto severo cincelado en un rostro de roca, que aun así conservaba la hermosura inmanente. -¿Qué te pareció, Clara? ¿No es lo más precioso que has escuchado? Ella no profirió palabras, tan solo negó pasivamente con la cabeza, como si aquello sedara el estrepito y la frustración que yo sentía -¡Vamos, Clara!.. Dime algo, por favor. Te lo pido, lo que sea… Solo suspiró largamente y volvió a negar, con ese movimiento horizontal que aparentemente lucubraba para trepanar en mi mente como si quisiera destruirla. Asfixiado, me puse pálido, como aquel que busca oxigeno en el vacio sin encontrarlo. Quería tomarla de la mano y alejarme con ella y su amor pero claramente había una barrera imperceptible y gruesa entre los dos, un abismo desesperante e imbatible. Nuevamente ella se alejó sin la menor intención de brindarme una explicación y sin el apuro de salir pronto de mi vista para eludir la consecuencia

lobraga que me estaba provocando. Era como un escabroso y paulatino homicidio. Desconsolado y agobiado, abandoné la escuela. Ya no tenía fuerza de encontrarla con la mirada (Seguro de regreso a su casa asimiló los versos. Comprendió el significado tácito de mi poema. No necesito ni siquiera levantar mi vista. En cualquier instante sentiré el jalón oportuno de su grácil mano deteniéndome para aclararme que todo fue una equivocación y que ella me correspondía, que todo había sido un malentendido. En cualquier momento sucederá) pensé tratando de sobrellevar la fatiga inmensa. Pero el momento no tenía lugar, no anunciaba su advenimiento y mi decepción y dolor iban aumentando. Sin hallar el sosiego ansiado iba despertando a la revelación de que aquello sucediera era cada vez menor. Pero entonces concebí una posibilidad provechosa: Esta vez podía ascender a la gloria con mis poemas, alcanzando su corazón con un flechazo certero, con los versos adecuados. (Necesito emplear esta tarde, solo esta tarde) Nuevamente desvié mi curso con dirección a aquel parque rebosante y detenido en su propia quietud y placidez. Me tomó unos minutos eludir la impasibilidad y sustituirla por la serenidad necesaria para comenzar a escribir. No sé si era mi desesperación o desenvolvimiento lo que lograba que me expandiera más allá de mis propias expectativas. Me expresaba con soltura y naturalidad, no tenía ninguna complicación. Todo aquello pertenecía a mi espíritu y había sido despertado por su fragancia. Ella merecía lo más placentero de la cúspide de lo divino, pues ella era la que había provocado la perpetua felicidad de mi alma. Yo tenía como tarea iluminarle el sendero, el mostrarle que ella había nacido irrevocablemente para determinar el sentido de mis días y yo, a mi vez, me encontraba a su disposición absoluta para que ella gozara plenamente de un amor desinteresado e inigualable. Y al final, eso sucedería, porque siempre en la vida triunfa el bien, que es originado por aquellas personas que están implicadas. En cada ocasión los individuos luchan por aquel producto que nace de la virtud, y el amor que destaca como rey supremo del universo se encargaría de que Clara y yo fuéramos felices eternamente. Confiado en aquella proposición creada por mi entendimiento, me dirigí a mi casa, exento de cualquier preocupación.

Al arribar contemplé una vez más a mi madre abstraída y expelida el mundo. Conocía a la perfección que en su noción interior yo me hallaba difuminado. Ella ya no me percibía, por lo tanto, yo consideraba apropiado hacer lo mismo (Ella ya no me recuerda, yo debo proceder igual) me insté con un cierto grado de frialdad e indiferencia que no pude captar. Ignorando la presencia de mi madre y seguro de que no me pediría explicación alguna, y yo, a mi vez, con la concreción y determinación de no hablarle me propuse a dedicarme al asunto de Clara, de su sublime belleza y tan solo de eso. De esta forma me fui a recostar, con los pensamientos revoloteando estrepitosamente en mi razón ¡Cuantas ganas tenia de devolverle a mi vida aquella tranquilidad, de desarraigar esa amargura, de deponer las armas en aquella lucha en la cual jamás me alisté… en la cual me ví inmerso aun en contra de mi voluntad!. Apenas había terminado de reparar sobre esta contemplación cuando se oyó un grito inconfundible, esa agonía que permanecía muda durante el día y que recobraba su vigor y se franqueaba bajo la luz lóbrega de la luna, de esa luna que aun al ser inanimada era responsable de todo aquello, de esa turbación despiadada que me lastimaba al hallarme solo ante mi conciencia y mi alma desnuda. ¡Ya no lo soportaba!. En un vehemente ataque de furia lancé la almohada contra la puerta (¡Ya!) gritaban mis fuerzas. Quería que desaparecieran aquellos alaridos, quería que se desvaneciera la frigidez en la personalidad de la hermosa Clara, quería que el mundo no me sepultara bajo ese escabroso alarido, quería no ser condenado a ser desdichado por siempre y quería encontrar un motivo a mi vida para no sentirme así. Deseaba morirme pues esa loza inmensa era insuperable y me asfixiaba. (¡Que tranquilo seria si me olvidara de todo!) Pensaba. Una lágrima resbaló por mi cien vacilante y yo le daba golpes sordos al colchón con la mandíbula cerrada fuertemente. Con esa amargura inevitable caí en los dominios del sueño. Como podría esperarlo, desperté hasta entrado el día, pero ¡horror!, la hora era tan espantosa que cualquier intento de llegar a clase era inútil. Mi madre tenia la culpa, ella se había enclaustrado en su mundo egoísta y no se preocupaba por lo que a mi respectara.

Fui levantándome lentamente y paso a paso. No recibiría reproche por parte de mi madre pues ella se desapegaba a mi esencia cada momento en mayor medida, eso era incuestionable. Decidí aguardar en mi cuarto preparando la libreta y vistiéndome para estar a punto en la hora de salida y alcanzar a Clara para recitarle este bello poema, que sin duda, había alcanzado a aludir a su hermosura. Estos versos eran mejores que los anteriores, y ella lo notará inmediatamente. Siguiendo mi plan, salí sin preocuparme de hablar con mi madre. Llegué a la puerta de la escuela admirando el estético verde de las plantas que componían mi entorno. Ya solo faltaban cinco minutos para que ella saliera. Ensayando lo que iba a comunicarle para evitar un error que provocara otro malentendido, fueron transcurriendo esos escasos instantes que me separaban de comenzar mi historia con ella, de emprender la escritura indeleble y perpetua de nuestro romance. Escuché el tenue sonido del timbre encerrado por los muros del inmueble. Antes de lo que pudiera imaginar, los alumnos comenzaron a salir expelidos por sus ansias de disfrutar esa tarde esplendorosa y destellante y el fin de semana que recién comenzaba y que iba a marcar mi vida en lo sucesivo. Yo me empecinaba hasta la enajenación en detectar su magnánimo rostro. Y en efecto, la logré interceptar con mi mirada. Con la mayor rapidez que pude, logré alcanzarla. -Clara, Clara, aguárdame. Esta vez pude notar en sus facciones un mayor énfasis de severidad. Casí me pasmó hasta el límite de callar pero el cariño que le profesaba me animó a actuar. -Clara, por favor, te pido que olvides lo que te he dicho. Esto es muy importante para mí, y lo que sucedió antes no tiene efecto, queda rezagado en el pasado. Mira, tengo un poema casi tan divino como tu. Te fascinará. Y en ese momento comencé a desenvolver las líneas con mi voz concreta y firme. Esta vez no había inseguridad, no había vacilación, que había lo que había estropeado en gran medida los dos ensayos predecesores. Llegaba hasta mí el deleite de cada fonema que se filtraba conservando su plenitud y magnificencia. Esta vez no necesitaba alzar la vista puesto que la había prendado inequívocamente. Al terminar el poema exhalé con un suspiro de gozo y me propuse a mirar sus hermosos ojos. No era posible. Una piedra resplandecería más evidentemente que aquella muralla intransigente y falta de ímpetu que contra toda

expectativa venia a encontrar en ese momento ante mí. -Clara, dime que te maravilló, que hizo germinar en tu esencia el sentimiento supremo de la promesa viva. Las líneas perfectas delineaban su nariz y sus taciturnos labios preciosos. Lo que ahora deseaba menos era encontrarme ante esa helada reacción: su cabeza negando con esa inicua mueca envanecida. -¡Clara, por lo que más quieras! Te pido que no te encierres en esa inescalable dicotomía. Lo que desees estará a tu disposición, lo que me pidas pero te lo ruego, dame una explicación. Demostrando su austeridad hacia mí y su desdén, se marchó sin decir una palabra, sin arrojar una soga para sacarme del pozo en el cual me ahogaba cruelmente. Triste y sintiéndome como una entidad despreciada, supe que ya no poseía sentido alguno continuar en ese lugar y decidí regresar a mi casa. Clara, Clara, presente en todos los rostros de todas las mujeres que transitaban en las calles. Todo aquello era fatídico y nefasto. No, no podía dejar ese capítulo, el más importante de mi vida, así, sangrando. No hablaba de una línea, de un párrafo, es más, ni siquiera de una página, sino de todo un extenso y amplio apartado. Mi actitud iba a definir el capítulo más relevante de mis días, de esta existencia irrepetible. Si la perdía a ella, por consecuencia, mi dicha se extraviaría. Estaba claro. No importaba si tenía que escribir un poema cada atardecer y no reparaba en si tendría que desvanecerme en un desfallecimiento cada crepúsculo. Todo eso se vería recompensado por un día a su lado, por el disfrute de una sonrisa dedicada a mi cariño.,e sentía desesperado. Era viernes y tendría que esperar hasta el lunes para volverla a ver en clase, para volver a perderme en el lago inmenso de sus luceros y para recuperar mi vigor al admirar sus placenteras formas y líneas faciales. Era como si tuviera quien soportar la respiración por un tiempo irrisorio. Eso podría sr letal, podría arrebatarme el sosiego para siempre ¡No!. Otro poema, eso es lo que necesitaba (No hay mujer en la faz de la tierra que no sucumba ante la sensibilidad y dulzura del amor verdadero) pensé convencido. Fui al parque con los bríos alentándome. Los versos, las palabras, las analogías y la suntuosa evocación lingüística de sus atributos y virtudes me estremecían. Los poemas estaban a punto de tocar el cielo por ser las obras liricas

más maravillosas de la historia. Hubieran alcanzado fama internacional, pero ahora truncaban su camino por un dique inquebrantable: Clara. La fuente de la inspiración más devota d la historia ahora se convertía en la causa de la destrucción desconsiderada del amor correspondido. Esos días fueron abyectos, fueron iguales a las tardes anteriores. Arrebatos de pasión de mi parte, palabras surcando las laderas del romance y la petrificación de Clara. Nunca un motivo, nunca un argumento, nunca la palabra que restituyera en todo su esplendor mis intentos infructuosos. ¡Ya no los soportaba! Estaba desplomado en el abismo de la perdición. Sabía que solo tenia una oportunidad. La tarde del domingo estaba en el lecho, recostado, acababa de ir a su casa con el mismo resultado concluyente y rígido: No. (Una rosa. Eso es ¿Cómo no lo había visualizado antes? ¿Cómo no fui capaz de proyectar una respuesta tan simple? Una rosa, el símbolo más representativo del amor. Ninguna dama se ha resistido al encanto de una suntuosa flor) cavilé Me levanté de un sobresalto y apoyé la libreta y la pluma sobre la repisa. Hecho esto me dirigí a la estancia dispuesto a salir. Esa figura reflexiva y extraviada ya no representaba algo apreciado por mí. Incluso podría decirse que experimentaba cierta repulsión hacia aquel ser extraño y trastornado, hacia aquel ente que ya no vivía entre los cuerpos físicos y solo merodeaba entre las realidades racionales. Ya no quería sujetarme a los problemas mundanos que me aquejaban. Ahora había encontrado la clave para animar el corazón de la noble Clara. Había dado con la manera más pura y elemental para avivar su cariño. Corrí por las calles con el júbilo desplegado y la fe puesta en la fe del triunfo definitivo que provocaba que se formara en mis labios la sonrisa bendita que despejaba las nubes trágicas de mi desdicha. Todo volvió a recuperar su color original y su carácter desbordante. Alcancé el parque. Con una mirada abarqué toda la amplitud y la belleza alegre que ahí se mostraba. Una multitud inimaginable de flores de todas las gamas ornamentaban el paisaje encantador del lugar. Me acerqué para seleccionar aquella flor que mejor expresara lo que yo sentís por ella, que explicara todo aquello que la limitación de las palabras no alcanzaba a comunicar. Después de una búsqueda exhaustiva apareció ante mí, como una revelación repentina, una esplendida rosa roja. Cada pétalo suyo dejaba entrever en los

pliegos temblorosos un mensaje de amor sempiterno. Aquella aparición súbita era una señal segura de que había algo que me auxiliaba con el fin de concertar el destino precioso y genuino d una relación prospera. Con sumo cuidado, corté la flor sesgadamente con las manos. Feliz por mi fortuna me dispuse a ir a la casa de clara. El trayecto fue imperceptible a mis sentidos, pues solo me enfocaba en anhelar ese momento en que cedería la rosa como símbolo de nuestro amor inmortal. Llegué hasta la puerta de su casa, ante esa puerta que era la única barrera que se interponía ante nosotros, que me distanciaba del aroma inigualable de su piel seductora. El dseo me movía a tocar el timbre, pero otra parte indescriptible de mi razonamiento me exhortaba a desistir de mis propósitos, a abandonar mis objetivos. Pero finalmente decidí seguir adelante con mis pretensiones. Tenía todos los elementos a mi favor y en especial porque luchaba por el bien supremo. No podía permitir que aquella relación hermosa se consumiera como una demacrada vela a mitad de una terrible noche. Disuadido por estos argumentos, golpee la corteza metalica del zaguán que vibró sórdidamente. Al momento, contraje el brazo con un complejo de culpa, temiendo que uno de sus padres fuera quien se presentara molesto ante mí. No obstante, la inquietud desapareció cuando se presentó Clara con su habitual rostro inexpresivo. -Buenas tardes, Clara. La bella joven no transmutó su rostro inicial y tampoco devolvió el saludo, por lo cual me dispuse a proseguir: -¿Puedo decirte que luces aun más bonita que de costumbre, que puede proyectarse en tus ojos la magia reluciente de un porvenir dichoso?. Toma, te obsequio esta brillante rosa roja que refiere en proporción menor a tus encantos y virtudes. Clara comenzó a cambiar su carácter hasta el punto en que estuve seguro de que iba a sonreír. Sin embargo, no llegó a esas instancias. -¿Tienes algo que decirme?- pregunté seguro de que había roto ese hielo

lacerante que impedía la realización de mis sueños. Sin decir nada, pues ella, supongo, era aliada del silencio y temía desquebrajarlo en mil pedazos aun ante el pretendiente que venía a buscar el fulgor del gozo compartido, entró a su casa rápidamente. Impertérrito, aguardé su represo. Durante instantes eternos, desde aquel momento en que la divisé apresurándose hacia el interior del recinto con la rosa vibrante entre sus dedos. Temí que llamara a uno de sus padres. Por fin, al cabo de varios minutos irrumpió de nuevo en mi mirada, apresurada por alcanzarme. Sostenía algo en su mano derecha, un papel plegado. ¡Era un poema! ¡Nunca lo hubiera esperado! Había conseguido horadar en su alma y ahora cosechaba el primero de muchos frutos del placer de una bonanza venidera. Se detuvo ante, indicándome que tomara la hoja. Yo permanecí exánime, sin saber cómo actuar. -¿Esto es para mí? No te hubieras molestado, hermosa…- aseguré con la emoción más grande de mi vida exaltándome. Los latidos de mi corazón se acrecentaban profundos. Con una intranquilidad y paz hondas, extendí la hoja y entonces pude leer: “Déjame en paz. Entiende: Ni hoy ni nunca sentiré amor por ti. Te desprecio y estoy harta de tus pretensiones. No quiero volver a verte” Con un impacto que parecía volverme loco de la frustración y el dolor, me quedé boquiabierto y con el alma destrozada. No era posible que las palabras placenteras se hubieran convertido en ella en una reacción de aberración y repulsión. Ni una sola disculpa, ni una sola palabra que intentara atenuar en mí la devastación. -Clara, Clara...- fue lo único que era capaz de decir ante la atroz desolación. Me sentía como en la muerte más dolorosa posible, como en un infierno ardoroso que me azotaba sin piedad. Ahí estaba ella, hegemónica, inclemente y cruel. Era un monstruo asfixiante y opresivo. No me había cedido tiempo para asimilar la derrota, para regresar con

los ánimos sobrevivientes a mi cuartel. Todo estaba perdido, todo. Me hallaba destrozado a mitad del océano, como cuando el sol se ha ocultado en algún lugar del horizonte. Con una expresión severa, mi musa dio un paso atrás y cerró la entrada. Esa imagen nunca la olvidaría puesto que era la más terrible de mi vida. Era una decepción desquiciante. Sintiéndome débil comenzaron a precipitarse algunas lagrimas sobre el suelo. Con la mirada baja alcancé a observar la rosa que la había regalado. Estaba marchita como si hubieran pasado mil años y ahora se hubiera doblegado ante los estragos de la intemperie. No intenté ni siquiera recogerla, no poseía fuerza alguna. Con la angustia desgarradora, regresé a mi casa sin intención de hacer algo. Ya no quería escribir poemas, ya no quería seleccionar rosas y sobre todo ya no deseaba reparar en el amor. Abrí la puerta de mi casa agónicamente. Lo primero era la silueta de mi madre reclinada en ese nefasto sillón sorpresa!.. estaba vacío. La estancia resplandecía por su inicio pero con una preocupación que iba en aumento, imaginando lo peor.

que esperaba observar esmeralda, pero.. ¡Oh, vacio. Sorprendido al corrí hacia el interior

¡No! ¡No podía ser! ¡Era incapaz de soportar dos derrotas de esta magnitud!. Sin aliento llegué a la recamara de mi madre. Ahí debía de estar. No obstante, para mi confusión y desesperación, esta pieza también se hallaba yerma. Sin fuerzas, pensé que estaba a punto de perder el sentido. Me sabía a punto de desfallecer. Sin suponer donde podía encontrarse y temiendo una tragedia, fui a mi habitación para descansar de ese punzante sufrimiento que imperaba dentro de mí. Con los pies llevando a cuestas un abatimiento anfractuoso, llegué a mi cuarto. Pero, para mi impresión inmensurable, ahí estaba mi madre. Gracias al cielo seguía con vida. Estaba de pie con una sonrisa portentosa en su rostro regenerado. La felicidad la hacía rejuvenecer. Estaba leyendo el poemario que había escrito para Clara. -Mi vida, no sabía que pensaras tan dulcemente sobre mí. Qué lindo que hayas escrito esto la última noche que estaremos juntos. Yo no pude más que precipitarme y vincularme con ella a través de un

abrazo fecundo y hermoso. Ninguno de los dos contuvo su llanto, ella de felicidad y yo de una abyecta pena y un horrible sufrimiento que me enloquecían hasta el delirio. Entonces levanté la vista y pude contemplar los ojos más preciosos del mundo.

9.-TRASCENDENCIA

Era mi afición el frecuentar los más viles antros y prostíbulos para celebrar el éxito de alguna novela o libro. Iba en las más ocasiones, disfrazado para pasar inadvertido en esos truculentos sitios. Mi fama como escritor prolífico no podía verse manchada al conocerse mis asiduas visitas en busca de los más bajos placeres. Bebía y gozaba de los deleites concupiscibles con un gozo sobrehumano, haciendo que me perdiera en la dicha de la vida mundana. La deprimente oscuridad y el fulgor del alcohol provocaban en mi interior un júbilo indescriptible. La insistencia de disfrutar esas delicias terrenales podía ser enjuiciada por la moral social y se me censuraría como un hombre débil ante las tentaciones. Sin embargo, todo resultaba tan favorable que mis actos de presencia en esas tabernas nunca fueron descubiertos. Clara estaba mi rutina siniestra y oculta a la opinión pública, no obstante, este tipo de modo de vida hizo que mi salud fuera en franco declive. Las fuerzas me abandonaban por lapsos y me hacían proclive a perder el sentido de lo que hacia y en ocasiones me trastornaban profusamente dejándome inmóvil. Llegó un momento en que ya no era capaz de salir de mi hogar, y a pesar de mi afán de seguir disfrutando de la vianda pecadora de esos antros, la naturaleza se portaba sabia inmovilizando mi acción. Pronto los medios de comunicación se enteraron de mi condición y asistieron lo más pronto posible a mi casa. Las primeras entrevistas que me hacían fueron recibidas por mi mismo en la estancia, a lo cual me portaba solicito, sabiendo que ellos no estaban conscientes de mi vida oculta. Me cuestionaban acerca de mi radical caída en materia de salud y yo solo respondía que no tenia seguridad del motivo de mi convalecencia y les resolvería sus cuestionamientos al realizarse las pruebas medicas. Pasado el tiempo, todo se precipitó horrorosamente, dejándome postrado en mi lecho. Ya no era capaz de levantarme a recibir a las personas que acudían a visitarme. No era apto de mantener una conversación con alguien porque de inmediato perdía mi atención del tema tratado o alguna dolencia me aquejaba. Se conoció por medio de los facultativos de mis excesos en la prensa y esto

me apenó en demasía. Me entristecía el estar en esas condiciones y no poder negar la verdad que ya se había difundido. La gente curiosa comenzaba a recibir información sobre mi comportamiento guarecido por el silencio y el tiempo. Me aquejaban las dolencias y los juicios sobre mi persona. Los médicos realizaban su mejor esfuerzo para controlar el desarrollo de los perjuicios ocasionados por mi dejadez pasada a mi salud. Lentamente se fue extinguiendo mi poder para controlar mis facultades y los sentidos se iban volviendo ajenos al dominio de mi mente. No funcionaron las exhaustivas terapias a las cuales me sometieron. Los facultativos sabían claramente que yo no poseía capacidad para sobrellevar esa enfermedad por más tiempo y que solo era cuestión de días para que se concretase mi trascendencia a otro mundo. El cuerpo parece en extremo sabio, nos concede la consciencia y el conocimiento acerca de la hora exacta de nuestra muerte. Cierto de que me quedaba poco tiempo de vida, anuncié a mis familiares y conocidos de mi inminente partida. Después de múltiples conmociones, arribaron al perímetro de mi lecho mi esposa y mis hijos, además de un par de médicos y varios reporteros. Me cuestionaban estos últimos sobre mi perspectiva sobre la necesaria y misteriosa experiencia que estaba por encarar. Yo resolví sosteniendo que era una situación obligada para que la naturaleza continuara con su sistema vital y que estaba seguro de que la vida es solo una pequeña muestra de lo que en realidad aguardaba al ser humano en las praderas de la eternidad celestial. Mi esposa sonrió comprendiendo que la lucidez de mi mente era una señal de la proximidad de mi deceso y reconociendo mi actitud positiva hacia esa transición existencial. Mis dos hijos y mi hija corrieron a abrazarme y pude apreciar como se conmovían ante la ineludible experiencia. Yo solo oraba y me arrepentía de todos aquellos actos impúdicos que había cometido en la vida, buscando el perdón con una devoción inmensa. De un momento a otro experimenté como mi función respiratoria cesaba repentinamente provocándome una sensación indecible mientras mi pulsación cardiaca se detenía de igual manera produciendo un vacio terrible en mi pecho y causando que yo me sintiese como si estuviera en un abismo escabroso que originaba en mi alma una terrible angustia. Hice mi desesperado y último esfuerzo para retornar a mi condición sensual, sin embargo, nada se revirtió. Había sufrido un paro cardiaco y mi corazón y

pulmones dejaron de cumplir su función para siempre. Los instantes que siguieron fueron de pesar y oscuridad absoluta. Era como si la relidad hubiese perdido cada tono, no obstante, esto no ocurria así, delatado por el simple hecho de que yo era capaz de darme cuenta de ello. De pronto, apareció de las tinieblas estruendosas e impenetrables un diminuto haz de luz. El conocer la existencia de ese resplandor me hizo aceptar la verdad de que la vida continuaba, tal vez no como la conocía, pero si con la forma tangible con la cual se debía presentar para poder ser percibida por la consciencia. Gradualmente, la refulgencia fue aumentando su tamaño, dando la impresión de que yo me acercaba a ella. Tenía la apariencia fiel de un túnel, con su contorno habitual. Su plasmación ante mí apreciación irrigaba una cierta tranquilidad en mi ser y volvía a devolverme la paz que había extraviado. Era la infinidad compuesta por la tétrica penumbra y un espacio circular que rompía con el protocolo de ese macabro ambiente, el cual estallaba en una melodía armoniosa nunca antes descrita. Ya no me constaba mi unidad física como persona, pero sí podía afirmar que mi presencia se encontraba en ese sitio inusual y metafísico. Secuencialmente esa porción minúscula de universo oscuro que era iluminado por el fulgor de la claridad fue aumentando. Toda la bruma se esclareció momento a momento envolviéndome con una luz cegadora, por expresarlo de alguna manera. Así se fue incrementando el viso brillante y ocupó la totalidad de mi espacio visual, fue desvaneciéndose en potencia y mostrando una imagen inconcebible Miré un firmamento hermoso con un glorioso suelo blanco inmaculado. El paisaje me extasiaba hasta experimentar la más esplendorosa dicha y felicidad. Era, en efecto, el más reconfortante lugar en que un ente pudiera residir. Ya no cargaba con la pesadez ni severidad de mi cuerpo físico y no percibía ningún dolor o índole de sufrimiento. Mi presencia se fue acercando a una zona donde capté movimiento. Al cabo de unos momentos me percaté de cómo un grupo homogéneo y perfecto que asemejaba los cuerpos humanos, se sumergía repleto de placer, en un cumulo poco profundo de una magnánima sustancia blanca que parecía hacer relucir con más brillo la materia de aquellas almas. Eran personas que disfrutaban la plenitud

eterna. Al estar cerca de ellos supe que eran familiares míos que también habían pasado por ese trance estremecedor del fallecimiento. Reconocí a mi madre tan esplendida como en su juventud y a mi padre en el alud de su apogeo vigoroso. El encuentro con ellos nuevamente me produjo una dicha inmensurable. Mientras sucedía esto, en el mundo terrenal, los médicos hacían lo imposible para reanimar mis fuerzas; todo infructuosamente. Había fallecido irremediablemente. En el entorne celestial me daba cuenta de que esa realidad ideal e inmutable seria la representación máxima de la felicidad que me aguardaba. Descansaría sin vicisitudes por tiempo infinito. Los deliquios me embelesarían apasionadamente y mitigarían el torrente amargo de mi pasada vida. Dulcemente mi madre me ludió con ese albo líquido que contaba con una corporeidad al borde de lo gaseoso. Recibí el placer exquisito que me provocaba su divino roce con mi piel. Miré largamente el noble rostro de mi progenitora que aparentaba resplandecer como un astro imponente y sutil al mismo tiempo.la abracé conmovido por lo bello del sentimiento que provocaba su revestimiento dejando transcurrir largos instantes. Sin embargo, un fenómeno se presentó para subvertir la ocasión momentáneamente. Una luz inmensurable y bella apareció cerca de nosotros. Su esplendor me hizo experimentar la dicha y la paz más inigualables que nunca he asimilado. No cabia duda de la identidad de ese esplendido ente. Era Dios. Ningún vate o poeta sería capaz de describir mediante los más magnánimos versos la soberbia plenitud de aquella perfección. Quedé asombrado y maravillado por la visión afortunada que se me permitía al concederme la gracia de gozar con tan dulce compañía. De súbito escuché como una voz resonaba siguiendo el tono acompasado de la melodía divina: -Francisco, eres bienvenido a disfrutar de la dicha eterna. -Esto es hermoso- murmuré extasiado -Serás bienaventurado por siempre a la vianda de la felicidad y la

prosperidad. No obstante, me gustaría mostrarte una escena y que respondas a un cuestionamiento que te haré. -Por supuesto- repuse alegre. Entonces, entre la cegadora luminosidad de la refulgencia se dibujó claramente una imagen del mundo terrenal. Se distinguía a mi esposa y a mis hijos llorando amargamente al pie de la cama en donde se veía mi cadáver inerte yaciendo tristemente. La tensión y desdicha perturbó la calma de la naturaleza celestial- entonces recibí esa pregunta crucial: -Te doy la libertad de decidir… ¿Quisieras regresar a la vida y seguir conviviendo con tu familia que se encuentra en la tierra? La disyuntiva me trastornó al instante. El deseo de convivir con las personas que amaba me hizo confundir mi decisión. En el mundo terrenal y perecedero podría seguir pasando tiempo con mi esposa y descendientes, pero en ese plano trascendental podría reafirmar la relación que los años y la secuencia de la vida y la muerte habían atrofiado y marchitado. No podía elegir con diligencia. Debía de pensarlo detenidamente. Mi mirada se posó en la escena que me había exhibido el Todopoderoso y me llené de melancolía y depresión, luego observé a esas almas inmaculadas que se hallaban en mi presencia. El rostro de mi madre inspiraba la mayor expresión de dulzura. Me atacaba la indecisión. No sé que era mayor, si mi decaimiento por la tristeza de esta reciente separación o el júbilo por reencontrarme con mis familiares fallecidos. Pronto tomé una resolución. Los últimos años había departido en el brindis de la existencia con mi cónyuge y mis vástagos, por lo cual sentía una necesidad tremebunda por acompañar a mi madre y a mis demás familiares. Además la serenidad que ahí se percibía era maravillosa en cuestión. Me decidí a quedarme en ese sitio placentero: -Señor, deseo permanecer en el cielo La luz se intensificó y despareció la escena sensible que contenía a mi esposa y a mis hijos -Así sucederá- respondió

El fulgor se fue alejando, permitiendo que me encontrara nuevamente sin compañía, más que mi madre y los demás integrantes de mi prosapia familiar. Todos nos dispusimos a descansar sin inconveniente dentro de la esencia de esa sustancia blanca, gozando de la plenitud de la eternidad. Todo estaba redimido. Los terribles sufrimientos soportados en la experiencia mundana ahora eran compensados e incluso superados por la gentil esperanza de la felicidad pletórica. Mientras tanto, en la tierra mi cuerpo sufría algunos cambios y de un momento a otro mi cerebro dejó de tener funciones. A partir de ahí la nada se apoderó de la realidad y eliminó esa falsa visión celestial

10.-LA SALIDA

Desperté esta mañana con ganas de hacer caso a las recomendaciones de mi hermano. Así que decidí ir a una de las sesiones privadas. Verdaderamente no sabía en que consistían y me sentía muy atraído por averiguarlo. Había prometido llevarme a ese lugar donde todos los días de luna llena se reunían a altas horas de la noche y de la cual salía con cara pálida de muerte. Parecía que se ocultaba un secreto detrás de eso y quería descubrirlo. Siempre le insistí para que me contara lo que ahí sucedía pero había sido discreto y no logré sacarle una sola palabra. Sabía de antemano que ese día iba a aparecer la fastuosa luna con su iluminado rostro anunciando la noche de lo paranormal. Le comuniqué mis intenciones a mi hermano, y este pareció dudar: -¿Te sientes listo para esto? -Sí, eso creo -Sabes que al entrar lo que pase será responsabilidad tuya. -Sí, lo sé -Bueno. Iremos a las diez de la noche. Prepárate. Me vestí lo menos formal que pude sin llegar a lo ridículo. Todo lo preparé y estuve listo incluso media hora antes de lo pactado. -Edgar, es hora- me anunció pensativo mientras nos dirigíamos a la puerta de la estancia. Salimos y caminamos un dédalo de calles bajo la plutónica y misteriosa luna mistica hasta llegar a un viejo recinto desgarbado que parecía abandonado. En la pieza se encontraba una pieza de luna para tocarla.

-Puedes retractarte, estás a tiempo- me advirtió mi hermano -Ya no puedo decir que no. Estamos a punto de entrar -Bueno, está bien. Mi hermano golpeó la puerta con al pieza de metal y poco segundos después se abrió emitiendo un tétrico chirrido que heló mis huesos produciéndome los más terribles escalofríos. Apareció ante nosotros un tipo cubierto con una túnica negra de pies a cabeza y su rostro no podía distinguirse claramente. -Bienvenidos- nos dijo haciendo el cuerpo a un lado y estirando el brazo izquierdo en señal de invitación de que entrásemos. El sitio era oscuro y lúgubre. Nunca había conocido un lugar igual, que ofreciera un aspecto tan misterioso y siniestro. Mi hermano que venía asiduamente, entró en primera instancia y yo pasé inmediatamente tras él mientras el sujeto de la capa no dejaba de mirarme con una sonrisa en el rostro. Caminamos hasta una puerta de madera que mi hermano abrió y encontramos a varias personas sentadas en un suelo de tablas con las piernas cruzadas y formando un círculo que aun no estaba completo. Una imagen misteriosa y extraña. En medio, un sujeto terrible con cara diabólica y dos cuernos infernales en la cabeza nos observó al entrar y nos dijo con voz grave: -Los estábamos esperando. Tomen asiento. Me sentí bastante mal, débil por la sensación indescriptible que me provocaba ese ambiente abyecto y quise huir, pero sabía bien que aun no podía. No obstante, tomé de la camisa a mi hermano para externarle algo al oído. Le comenté levemente mi deseo por salir de ese escabroso lugar. -¡Ya no puedes salir de aquí hasta que terminemos nuestra actividad!- me gritó el espantoso hombre del centro que pareció haber escuchado mis palabras. El temor se apoderó de mí y no tuve más remedio que sentarme a un lado de mi hermano en el círculo de personas y esperar para ver qué era lo que sucedía. Entonces, el atroz hombre comenzó a hablar en un idioma desconocido y se retorció en el piso convulsionándose mientras todos le miraban indiferentes.

Parecían acostumbrados a ese espectáculo. En cambio, para mí fueron hirientes y perturbadoras esas imágenes. Finalmente el tipo se levantó del suelo y dijo: -Ya es hora -¿En que consiste?- cuestionó un hombre de los que formaban parte del círculo. -Pie es vida, mano es muerte- comentó naturalmente el sujeto infernal -¡¿Qué?!- dije sin contener mi miedo y asombro -Claro, tu eres nuevo- repuso el sujeto malévolo- Verás, estamos encerrados en esta inhóspita habitación. Abriendo esa puerta de madera por donde entraste, no encontraras pasillos ni puertas, que fue lo que viste. Allí, en este momento, se encuentra una gran habitación vacía, bueno, no completamente vacía. En el techo de ese cuarto hay una ranura misteriosa, una grieta malévola, del cual penden un pie y una mano. Si encuentras el pie, podrás salir ileso del lugar. Pero, si por desgracia encuentras la mano, perderás tu existencia. Todo es bastante sencillo y si no tomas alguna de las dos, entraré y te mataré sin ninguna contemplación ¿Entiendes? -Sí- dije muerto de miedo -No todo es lo que parece- bramó Después de esto entraron uno a uno los ahí presentes. Según calculé, cada aproximadamente veinte segundos se hacia la renovación de persona al cuarto maldito. El hombre sabía perfectamente cuando el sujeto había terminado su cometido. Yo, con el pavor a lo desconocido, miraba a los demás entrar antes que yo. Vi, incluso, a mi hermano ser el tercero en ingresar. -¡No vayas!- le grité asustado -¡Tiene que ir! Y también irás tú, no hay opción- me gritó como respuesta el ignominioso sujeto. No tuve más remedio que dejar entrar a mi hermano y apoyar el oído contra el muro que daba hacia la habitación. Todo fue inútil y no escuché nada, por lo cual nunca supe si una persona triunfaba o fracasaba.

-Es tu turno- dijo de repente el satánico personaje que se había quedado sin más visitantes que yo -¡No, por favor! ¡No me haga entrar ahí!- le supliqué destrozado. -Si quieres puedo acabar con esto de una vez- acotó mientras el sujeto de la capa negra le extendía una espada para que la tomase -¡No! Está bien, entraré. Abrí la puerta y todo fue oscuridad. Nada era visible y solo me imaginaba como podía encontrar a ese pie salvador. Caminé inseguramente mientras extendía los brazos sin mucha intención de encontrarme verdaderamente con mi destino. Esos segundos parecieron años y momentos después oí como alguien tomaba la manija de la puerta para entrar. De seguro era el sujeto satánico que esperaba asesinarme. Corrí como loco por el cuarto con los brazos extendidos hacia arriba. De súbito, toqué algo pero inmediatamente lo solté. No obstante, el instinto de supervivencia me hizo volver a tomarlo. Era piel humana. Sentí los dedos cortos, el talón y la planta del pie ¡Estaba salvado! Vería la salida en cualquier momento. Pero algo estaba mal. Nada sucedía. De repente, una terrible metamorfosis interrumpió el júbilo del festejo. Palpé como los dedos del pie se alargaban, la planta disminuyó notablemente su tamaño al tiempo que el talón desaparecía. -¡¿Qué?!- fue lo último que alcancé a gritar antes de que la mano me agarrara y me jalara hacia arriba

11.-AVRA

Pasé unas vacaciones en Praga. Mi amigo me recomendó un hotel barato y cómodo, lamentablemente, al solicitar un cuarto se me informó que todos estaban ocupados, por lo cual salí cabizbajo y me senté al borde de la acera. Eran altas horas de la noche y no conocía a nadie en la ciudad. Quizás tendría que dormir en la calle como un vagabundo, pues no sabia a donde ir. De pronto, percibí como alguien se detenía frente a mí. Levanté la vista y miré a un elegante hombre con un pequeño bigote, saco y pantalón negro; además de un sombrero del mismo color. Su presencia me sorprendió y aun más que este hablase español -Caballero, noto que no tiene lugar para pasar la noche -En efecto- respondí- Estoy solo en esta ciudad y no sé a donde ir -Si no tiene usted inconveniente puede hospedarse en “Avra”- dijo amable A pesar de que no comprendí del todo su proposición, acepté complacido el que me llevara a un techo bajo el cual pudiera pasar esa escabrosa noche. Tomé mis maletas y seguí al formal hombre- caminamos exhaustivamente, y al cabo de un par de horas, llegamos a una colina donde se erigia un gris castillo. Nos paramos frente a la entrada y esta se abrió mágicamente, sin ni siquiera tocarla. Entré y observé delante de mí a un sujeto de corta estatura, con un ojo saltado y que tenia una pierna de menor longitud que la otra. Su aspecto era desagradable y provocaba repulsión -Hola, amigo- saludó con una voz tenebrosa el individuo -Buenas noches. Soy Néstor, Néstor Arista, para servirle- le dije -Mucho gusto, soy Audrich, el mayordomo. Déjeme llevar sus pertenencias hasta la habitación que le corresponde Acarreó mis maletas por largos pasillos en los cuales se exhibían armaduras, símbolos, animales disecados y otras excentricidades. Poco antes de llegar a la

recamara pude observar tres jaulas polvorientas y de apariencia vetusta, que contenía cada una un animal particularmente extraño. En la primera se encontraba un animal de cinco pies con los ojos hundidos. A primera vista se podía creer que eran cavidades vacías..su tamaño sería el de un tigre, no parecía poseer nariz y tenia en compensación, colmillos larguísimos que abarcaban toda su cara. El segundo se trataba de un bípedo sin brazos. Su color era rojo, tenia un gran cuerno a medio rostro, no tenia ojos ni boca, únicamente facciones. En la tercera celda había una pequeña serpiente, un poco más grande que un gusano y poseía en la piel los colores amarillo y negro que parecian anunciar su carácter venenoso. Le escurría de la piel una sustancia verdosa. Parecía toxica. Le pregunté acerca de la peligrosidad de las tres criaturas y este me contestó: -Es cierto, los tres son verdaderamente peligrosos. El primero es horriblemente feroz, el segundo es espantosamente violento y el último es letalmente venenoso y corrosivo, un ligero toque puede provocar la muerte -¿No es arriesgado el tenerlos aquí? -Puede ser pero es idea del amo -¿Y si escapan? No se preocupe, le daré una trompeta, que es reliquia de la familia para que la toque en caso de emergencia y necesidad. En esta casa habitamos el amo, el sirviente que lo trajo a este castilo y yo. La recamara del amo está a tan solo unos pasos de la suya. Caminamos hacia un cuarto, uno enorme, que tenia aspecto de salón. En el costado derecho del mismo había una cama con una riquisima cubierta de seda teñida de rojo. Al frente de la habitación se encontraba una gran ventana y a la izquierda un escritorio, y tras el habia un sujeto de gafas gruesas y cabello hacia atrás. Además vestia un acamisa con cuello. -Entre- indicó el sujeto

Así lo hice y el mayordomo exiguo entró conmigo -Me han dicho que pasará la noche aquí -Si me gustaría. Pagaré lo justo, no se preocupe Le extendí algunos billetes como remuneración al hospedaje pero él puso la mano derecha erguida en señal de desaprobación -No es necesario, caballero -Insisto- le dije -No, señor, lo hacemos como cortesía Le agradecí y este abrió un cajón de su escritorio, sacó algo de el y me lo mostró. Era una trompeta cobriza. La tomé y dijo: -Supongo que Audrich debió de mencionarle su uso -Sí, todo está claro Volví a agradecerle y salí con el mayordomo. Entré a la habitación que dispusieron para mí. No era tan grande como la del amo pero tenia lo esencial para pasar la noche. Al instante puse la trompeta sobre la mesita contigua al lecho y me quedé sentado en la cama pensativa. Al poco rato escuché un tintineo en el pasillo. Era Audrich que golpeaba la campana anunciando la comida. Le pregunté quien cenaría y me respondió que solo yo; que el amo, el otro criado y él no apetecían. Acepté por que la caminata hasta “Avra” me había dejado hambriento. Caminé por el pasillo con largas pisadas. Quedaba un poco lejos, pero las zonas de referencia eran tan sencillas de memorizar que ya lo habia hecho. Llegamos hasta el comedor donde estaba servido un plato hondo con un turbio líquido negro y le pregunté de que se trataba: -Sopa de cocodrilo- respondió tranquilamente Para no herir los sentimientos del criado y hacerlo sentir mal, lo comí rápidamente, tratando de no captar el inicuo sabor pues resultaba desagradable en

demasía. Cuando creí que iba a volver el estomago, paré y posé los ojos en el tazón. Quedaba poco pero seria incapaz de soportarlo. El mayordomo, afable, me preguntó si no deseaba algo más. Le agradecí y le respondí que todo se encontraba bien. Se ofreció para llevarme a mi habitación pero le expliqué que ya había aprendido el trayecto y que no era necesario que se molestase. Recorrí los intrincados pasadizos sin equivocar el rumbo. No obstante, al llegar a las celdas di cuenta de que estaban vacías. No pude dar crédito. Me espanté y fui con el amo para narrarle lo sucedido. Llegué a la entrada de su habitación pero el terror casi me hace caer cuando vi a la criatura de los grandes colmillos masticando la cabeza del amo mientras el resto del cuerpo estaba separado sangrando fuertemente. Me alejé de ahí lo más pronto que pude, esperando que la bestia no me viese, pero afuera de la habitación miré a la criatura del cuerno atravesando el pecho del hombre elegante. El cuerpo de esta último estaba blanco y no le observé señales de vida. Me sentí atrapado y entré a mi recamara corriendo, toqué la trompeta y la soplé pero me empezó a faltar el aire y la nariz me sangró mortalmente al tiempo que veía la cabeza de la serpiente salir por mi fosa derecha

12.-MISANDRIA Y MISOGINIA

No es secreto para nadie el hecho de que somos esclavos de la voluntad de otros. La libertad es un mito. Nadie puede enfrentarse a la religión, a las leyes y a la moral sin salir perjudicado. A pesar de que se asegure que somos libres de acción, nuestra convicción es manipulada desde la manera de pensar. Y es claro, que no se puede ser libre de acción si se acondiciona nuestro pensamiento. Bueno, pues sabiendo que uno siempre es peón de la cultura e ideología, que irremediablemente se le imponga, sea implícita o explícitamente, les contaré lo que pasó en un futuro no muy distante a la época actual. En el año dos mil todo parecía ir bien. Se había permitido el voto de la mujer en casi todos los países, se logró la igualdad de todos los ciudadanos, se establecieron los derechos humanos y se otorgó libertades esenciales. Todos disfrutaron de este desarrollo, pero algo pasó desapercibido. En primera instancia, comenzaron a distinguirse individuos que tenían una preferencia sexual diferente. Eran homosexuales. Al inicio eran bastante pocos. Sin embargo, con el paso del tiempo fue incrementándose ese número de personas. Todos supusieron que se debía a la libertad que ahora se concedía. Pero no era así. Nadie se preguntó la causa de fondo. La razón radicaba en las ideas que dirigían a la sociedad de entonces los grupos dominantes. Nadie ignora que en todos los siglos de la historia hay grupos de personas que juegan con la humanidad y sus características. Ellos fácilmente a través de la religión, la moral, la política y los medios de comunicación pueden provocar las transformaciones que deseen en la población, y ellos, engañados como están, nunca se darán cuenta, y pensarán que son cambios naturales. Y esa es la razón de fondo: Esos grupos (La iglesia y el gobierno) habían fallado. Ellos eran los responsables. No se sabía si era a propósito o accidentalmente, pero no cabia duda que ellos eran los culpables. En esa época de comienzo de milenio se hacia lo siguiente: La iglesia desprestigiaba a la mujer tratándola como “pecadora” y causa de todo lo erróneo del mundo. Además la señalaba como apéndice del genero masculino y condenada por siempre a servirle. Esto originaba un profundo resentimiento de ellas hacia los hombres. Además, estimaban al hombre con una calidad divina, tanto como para imputarle ese sexo a su Dios. Esto provocó que, lamentablemente, los hombres dejaran de mirar a las mujeres y se relacionaran amorosamente con sujetos del mismo género. Por otra parte, el gobierno hacia el papel discordante. En todos los medios de comunicación comenzaron a proliferar

críticas denigrantes hacia el sexo masculino. Se le tachaba de interesado, violento e irracional. Nadie en esta época notaba las pretensiones purulentas y macabras del propio gobierno. Repito, no es posible saber, o al menos yo no sé, si esta actitud fue deliberada para generar un efecto irreversible o si fuera una clase de experimento. Por otra parte, se exhibía al género femenino como inteligente, sereno y bondadoso en todos los medios de comunicación. Esto originó un efecto complementario al de la iglesia. Los hombres desdeñaban a las mujeres por considerárseles mejores, y estas , a su vez, contemplaban por primera vez, una relación abierta con otra fémina. Y, tristemente, la gente creyó que todo esto se debía a una causa natural. Nadia reparó en esto ni se le estudió con detenimiento. En el año 80 d.x, seis de cada diez personas eran homosexuales, según los censos de esa época. A este extremo se había llegado. También se forzó al campo jurídico a aceptar estas tendencias. Tan fue así, que en el año 142 d.x., China fue el último país en reformar su constitución para aceptar el matrimonio homosexual. Hasta aquí todo parecía normal. No obstante, súbitamente las miradas fueron atraídas a una materia que pasó desapercibida por décadas y que ahora se veía influida por las preferencias sexuales de este nuevo siglo. El tema era la demografía o el crecimiento de población. Para el año 90 d.x. había 20 mil millones de personas. Pero, entonces, este numero fue decreciendo gradualmente, primero poco a poco, pero después el descenso fue vertiginoso. Al inicio, los gobiernos ofrecían dinero a las parejas que procrearan un hijo. Y esto pareció amortiguar por varios años el problema. No obstante, solo fue un bálsamo temporal y no revirtió el daño. Para el año 120 d.x., la población alcanzaba los 17 mil millones, es decir, se había reducido en 3 mil millones. Esto causó consternación entre los políticos del mundo. Ni siquiera, los índices de natalidad que en Africa seguía siendo los más altos, a pesar de que no se comparaba a los de los siglos anteriores, eran capaces de equilibrar la situación del balance del crecimiento. Ni siquiera el factor de la esperanza de vida, que llegaba a los 100 años era de ayuda. Pronto, a la gente ya no le importó el incentivo que se hacia por tener hijos. Era superior la aversión al sexo contrario. Y para desgracia de la humanidad, esta aberración creció. El resultado fue que para 150 d.x. la población mundial se redujo a 12 mil millones. Los gobiernos se estremecieron. Nunca pensaron que esto se saldría de sus manos. La iglesia cínicamente se cruzaba de brazos y esperaba para observar un horrendo porvenir. Entonces, varias naciones decidieron alentar a hombres y mujeres para que acudieran a centros clínicos a vender su esperma y ovarios respectivamente y se les retribuiría una uena suma de dinero. Al comienzo, la respuesta del público fue buena. El planeta conservaba sus 12 mil millones de personas. Los hijos que se concebían por inseminación artificial iban

a parar a una pareja homosexual de hombres o mujeres. Pero, las enseñanzas de las iglesias y los mensajes de los medios para ambos géneros se mostraban renuentes a cambiar. Terriblemente, la situación alcanzó su límite. La rabia de los hombres a las mujeres y el desprecio de ellas hacia ellos llegó a un punto irreversible. Los grupos que controlaban la sociedad no entendieron la lección. Poco después todos se negaron a vender su esperma y sus ovarios, evitando así que se mezclaran con las células del seño opuesto. Y ahora, los infantes que nacían por inseminación artificial quedaban excluidos de todas las familias. Nadie quería un hijo que hubiera sido creado con gametos del sexo contrario. Para el año 190 d.x. los habitantes en todos los países sumaban apenas 7 mil millones. Luego, comenzaron las protestas en varias ciudades del mundo ¿La causa? Querían que se consideraran ilegales los matrimonios heterosexuales. No era bien visto que un hombre y una mujer pasaran la vida juntos. Los congresos en todo el mundo sucumbieron ante las exigencias ciudadanas. El primer país en hacer efectiva esta prohibición fue Estados Unidos en el año 198 d.x., y rápidamente la decisión se propagó como una epidemia. El ultimo en reformar sus leyes fue el gobierno de Arabia Saudita en 250 d.x. Por si esto no fuera suficiente, comenzó a utilizarse la práctica de la operación para evitar tener hijos. Los hombres, al cumplir cierta edad solían hacerse la vasectomía y las mujeres se ligaban las trompas de Falopio. Esta actividad la llevaban a cabo casi todos los individuos. Luego, el desastre fue total. La gente quería que se disgregara la vida entre los sexos para evitar el contacto entre ellos. Y se promulgaron leyes para este efecto. Hubo ciudades enteras que se destinaron para un solo género. Por ejemplo, en Chicago, Estados Unidos; Guadalajara en México y Casablanca en Marruecos fueron destinadas a las mujeres. En cambio, Berlín en Alemania, Tokio en Japón y Quito en Ecuador, eran poblaciones donde solo habitaban hombres. Y la rutina, actividades y apariencia de estas ciudades distaban mucho unas de las otras. Contrastaba la imagen rígida y concreta de Berlín con la sutileza y moda de Chicago. Si alguien objetivo. Tal vez anterior o posterior a esta época hubiese visto esto, seguramente se habría alarmado. Por otra parte, también hubo ciudades mixtas, donde radicaban hombres y mujeres, pero estos estaban restringidos a comprar en ciertas tiendas. Había supermercados para hombres y supermercados para mujeres. Aunque fueran idénticos, se les prohibía el acceso a individuos del genero contrario. También el transporte público en esos sitios era diferenciado. Por ejemplo, había autobuses con fachada azul para los caballeros y camiones rosas para las damas. Si se era mujer, por ninguna razón se le permitiría subir a los vehículos azules, fueran autobuses, taxis o estaciones de metro. Cabe decir que para este ultimo se construyeron en estas ciudades dos líneas enormes, una para cada sexo. Yo no

puedo describir lo hiriente de esta vida porque no lo viví, pero puedo imaginarlo. Algunas de estas ciudades mixtas eran Madrid en España, Monterrey en México y Nueva York en Estados Unidos. La que nos interesa en estos momentos es la ciudad de Madrid. En estos años se había propagado una gripe bastante peligrosa llamada “La gripe de Niger”, denominada así, porque en esa nación comenzaron los primeros brotes, para después difundirse velozmente a toda África, para después causar los primeros problemas en Europa, Asia y América. En esa época, los nacimientos en todo el mundo alcanzaron el cero absoluto y la población en su mayoría era muy vieja. Apenas el 1% de los mil millones que habitaban en ese año 340 d.x. era menor de 40 años. La población era excesivamente senil y precisaba de servicios médicos que en esos tiempos escaseaan. Solo los más ricos tenían acceso a esos beneficios. Por otra parte, los censos en esos años mostraban la opinión de hombres y mujeres: El 100% era homosexual. Tal vez la humanidad se enfrentaba a su dificultad más insalvable. Pero, como todas las estadísticas tienen su excepción a pesar de parecer absolutas, en ese año 340 d.x. vivia en Madrid un hombre llamado Julio Hernández. Tenía 38 y era heterosexual en secreto. Además se había rehusado a practicarse la vasectomía y mentía acerca de eso porque no podía revelarlo. En una sociedad en la que se discriminaba a la minoría, él no podía confesárselo a nadie, y nunca lo había hecho. A pesar de las criticas que a diario escuchaba de las féminas, él las amaba locamente. Cambiando de tema, en los últimos días se habían producido disturbios en las calles de esa ciudad. Grupos de hombres lanzaban palos y piedras cuando veían a una mujer sola, y viceversa. Por otra parte, el gobierno madrileño había citado a sus habitantes a realizarse una revisión en uno de los cien centros médicos para cerciorarse de no haber contraído la Gripe de Niger. Los pobladores deberían de estar presentes en esos centros en día jueves 15 de agosto. Julio estaba en la estancia de su departamento, en el sexto piso, esa mañana Había decidido no ir a la atención medica pues se sentía formidablemente. En cambio, revisaba su pantalla multiusos OLED, mientras navegaba en la red social con acceso exclusivo a hombres y trabajaba en asuntos de la oficina. Más tarde, un amigo vino a visitarlo. Él lo recibió gustoso. Venía con ánimos de conversar. Le platicó un sinfín de temas. Entre ellos, le narró como un primo suyo había enfermado mortalmente de la Gripe de Níger. Julio se puso pálido al escuchar esto. El visitante se retiró a las cinco de la tarde. Julio se pasó unos minutos meditando y después de considerarlo bien, decidió ir a la revisión. Navegó en su pantalla OLED para observar el estado de saturación que tenían los centros. Todos estaban pletóricos. En todos había una concurrencia de alrededor de mil personas. Investigó a profundidad y notó que uno estaba muy por debajo de

esa cifra. Era el centro medico mixto del sur de Madrid. En su nombre estaba la causa. Ahí acudían hombres y mujeres, separados por filas, pero había contacto entre ellos, por lo menos visual. Seleccionó este centro. Apagó el monitor y salió. Condujo su automóvil a base de hidrogeno y llegó en 5 minutos. Las personas ahí eran notoriamente pocas. Alrededor de 40 hombres y 50 mujeres. Se formó en la fila de los caballeros. Pudo percibir como hombres y mujeres se ignoraban, y en una que otra ocasión se miraban con desprecio. Mientras avanzaba hacia su turno, no pudo contenerse y miraba de reojo a las mujeres con admiración. La mayoría de ellas eran muy bellas en ocasiones se distraía y perdía la noción de lo que hacia y miraba directamente a varias de ellas. Hubo una en específico, que le gritó indignada al atraparlo en el acto. Era pelirroja y alta. Julio se agachó cuitado. Media hora más tarde, los médicos encargados del programa lo examinaron. Le respondieron que gozaba de un bienestar físico incomparable y estaba libre de toda enfermedad. Julio salió feliz y justo cuando dobló por la esquina se le apareció una mujer. Era de cabello castaño, ojos brillantes y profundamente negros. La reconoció al instante. Era una de las que estaban formadas en el centro medico. Pensó que lo denostaría e insultaría. Pero, para su sorpresa, la mujer le sonrió. Y aun no había digerido la impresión, cuando esta le habló: -Hola, sé que piensas que soy indiscreta pero te vi allá, en la espera para la revisión. Sé por tu comportamiento y tu mirada que en el fondo eres diferente a los demás hombres. Eres heterosexual ¿Y sabes algo? Yo también. Incluso rehuí a la operación de la esterilidad Julio se quedó impresionado. Jamás había esperado eso -¿En serio? -Sí -repuso la mujer -¿Cómo te llamas? -Sarah, ¿Y tú? -Julio -Bueno, Julio. Creo que deberíamos ir a un sitio seguro. Aquí pueden vernos. Intentemos retirarnos sin que nos perciban

Y ambos se alejaron rumo al sur, por las calles más solitarias para no causar histeria en la gente. No obstante, alguien los había visto. Era la mujer pelirroja que había protestado contra él en la fila. Sospechaba acerca de Julio y ahora sus dudas se vieron confirmadas. Esta mujer se llamaba Wendy. Iracunda, los había seguido, y al verlos caminar fue tras ellos cautelosamente. Julio y Sarah entraron a un edificio abandonado en las periferias de Madrid. Ahí se entregaron el uno al otro. Wendy los miraba con ojos de furia. No podía aceptar eso. Cuando terminó este encuentro, cada uno se dispuso a ir a su casa y dieron fecha y hora para volver a verse. La mujer que los espiaba los escuchó claramente y resolvió llegar ese día. Pasaron cerca de seis meses y esas citas se volvían más frecuentes. Su relación amorosa y sexual iba aumentando. Casi siempre acordaban ese edificio para sus encuentros. Wendy se irritaba cada vez más. Sentía como si sus venas fueran a estallar de la exasperación. Por fin decidió notificar a los medios de comunicación. Al comienzo, estos no le prestaron atención. Estaban seguros de que todas las personas eran homosexuales. Pero tal fue la insistencia de esta desesperada mujer que decidieron hacerle caso por única ocasión. Les dio la dirección de donde se encontrarían y en qué momento. La cadena informativa que accedió a esto era muy importante. No se sabe, o al menos yo no sé si actuaron por malas intenciones hacia las victimas o por pura curiosidad. Los hechos son que, cuando ellos arribaron, no los atraparon ni besándose ni en una relación sexual. La cámara grabó como Sarah daba a luz a un niño y Julio la asistía recibiéndolo. Increíblemente, esta imagen conmocionó y sensibilizó a los reporteros, y aun más a la gente que veía esta escena en su pantalla multiusos OLED. Esa estampa les evocó la extraviada cooperación y complemento entre hombres y mujeres. Las personas lloraban de alegría. Nunca hubieran supuesto ese otro camino a seguir, esa otro modo de vida. Habían nacido con un paradigma en su mente que hasta ahora se había quebrado. En las ciudades hombres y mujeres se reencontraban. Las turbas ingresaban a las iglesias y congresos para quemar libros sagrados y constituciones. Finalmente se dieron cuenta de que habían sido engañados y ahora eran bastante viejos e incapaces para tener hijos, por lo cual, para desgracia de todos, este fue el último hombre que nació en la Tierra ¿Qué cómo lo sé? Pues yo era ese niño. Hoy tengo 80 años y soy la última persona en el mundo. Mi padre, Julio, murió a los 88, hace 31 años. Y mi madre, Sarah, falleció a causa de un accidente en automóvil a los 50, hace 60 años. ¿Qué cómo sé esto y toda la historia que les he contado, desde el año 0 d.x.? Porque a los 5 años recibí mi pantalla OLED y desde entonces no he parado de investigar. Además, he caminado por la deshabitada ciudad de Madrid

y he viajado a otras poblaciones alrededor del mundo y todo con el mismo resultado. Estoy solo. La humanidad se morirá conmigo. Sé que este es un final desquiciantemente triste. Luego me preguntó ¿Cómo las personas del 0 d.x. no pudieron darse cuenta a tiempo?

13.-REALIDAD

La clase de filosofía era un hervidero de voces, protestas y asentimientos. los alumnos murmuraban estrepitosamente entre ellos discutiendo lo que acababa de ser comunicado por el profesor. Este a su vez los tranquilizaba con palabras rápidas e inteligentes. -Silencio, silencio. Esta es tan solo la exposición de las ideas de Platón. Cada quien es libre para postular su teoría acerca de la existencia Las voces volvieron a crear un tumulto y descorrieron los postigos del desasosiego. Incluso yo me hallaba inquieto por esta enunciación de pensamientos. Al fondo las palabras de un estudiante resonaron como taladrando los muros -¿Y donde radica el mundo de las ideas? ¿Cómo llegar a ese recoveco de la abstracción? El maestro petrificó sus gestos y lo miró a los ojos -Eso no se sabe. Su naturaleza, en caso de existir, seria metafísica El murmuro decreció pero aun se mantenía extensa en aquella aula impregnada de un rastro de algarabía. Las miradas confusas se posaban en otras aun más consternadas. Un joven que estaba sentado en la butaca inmediata a la mia aseguró en voz alta: -Yo estoy seguro de que ese planteamiento carece de fundamentos El hombre encargado de la cátedra deslizó los anteojos sobre su nariz y lo enfrentó con la vista Claro. Cada uno posee su derecho para disertar sobre lo que crea más factible. Es más. Veo que la diversidad de respuestas que existe en esta clase acerca del problema de la realidad es muy amplia. Su tarea será escribir un ensayo acerca de la postura que crean verdadera -¿De cuantas cuartillas?- preguntó un chico de aspecto intelectual

-Las que gusten y requieran para explicarse de la forma más debida Los gestos de alborozo y regocijo se esparcieron entre las caras. Yo solo me recliné en el asiento. Terminó la clase y después de despedirme de unos compañeros, me encaminé a mi casa. Poco antes de las cinco de la tarde recordé que debía de realizar el escrito. Por lo cual, dispuse de unas cuantas hojas de papel y un bolígrafo al tiempo que tomaba asiento delante de la mesa. Suspiré largamente y busqué emprender mi ensayo, pero cada vez que elegía un tópico para desarrollarlo me inundaba un mar de dudas y lo rechazaba para continuar con mi indecisión (¿Creer en una vida que es una prueba para decidir si uno será tomado por Dios y arrojado al cielo o al infierno. No. Es una historia bastante improbable y adolece de posibilidad de ser ¿O es la existencia un hecho accidental que aparece de súbito y luego se esfuma sin razón para mostrarnos que no tenia sentido en lo absoluto? Es una teoría cruel y lacerante para el espíritu. Sin embargo ¿No seriamos unos seres insignificantes e impotentes que no pueden cambiar en nada su destino y tan solo son limitados a percibir de manera fugaz su entorno a través de los sentidos?) Me convencía de usar estos sustentos cuando tropecé con mayores inconvenientes por defender mis ideas. Debía de razonar acerca de porque somos unos seres efímeros y trémulos que nacen y mueren sin hallar un sentido a la vida, y además responder que papel jugaba esa capacidad de conocer por medio de los sentidos un mundo limitativo. No sabia que escribir, pero mientras tanto escribía mis avances que avanzaban media pagina. La mitad inferior de la hoja me exigía que buscara una explicación sensata. Pasaron al menos dos horas en las cuales me desesperaba por encontrar una solución. De pronto una posibilidad arribó a mí como un relámpago genuino en plena tormenta tropical (¿Y si la vida es tan solo un sueño de una existencia real, si somos unos seres perpetuos que huyen mentalmente de una dimensión donde son terriblemente frágiles y están tan sumamente hartos de su realidad que ilusionan con esta vida de cinco sentidos? ¿Qué tal sí al morir retornaremos a esa existencia desconocida?) Todo esto se conjuntó de tal manera que me fue posible escribirlo, continuando con esto mi ensayo. Mis ojos no perdían la pista del hilo del texto. Por fin, al estar anotando en el borde inferior de la hoja, plasmé las últimas líneas “Y al morir regresaremos a esa vida real e imposible de concebir por nuestras capacidades sensoriales y racionales humanas”

Puse el punto final y me froté los ojos fuertemente. Retiré mis manos pero al abrir los parpados la oscuridad fue absoluta. Incrédulo, volví a frotármelos pero al descubrirlos la negrura seguía ahí. Esta vez, alarmado, puse las manos delante de mí, pero mi vista no las captó -¡Estoy ciego!- grité azorado Sin embargo, no pude escuchar mi alarido. Fue como si mis labios se desplazaran ausentes en el vacio. No sabia que estaba sucediendo y me apresuré aterrado hacia la puerta como si fuera aquel recinto el que se propusiera arrebatarme mis capacidades. Pero, a la mitad de aquella huida intempestiva sin rumbo fijo, dejé de sentir el firme suelo con mis pies. Que totalmente desconcertado como se hallaría cualquier persona al saberse avasallada por una nada desquiciante. Ya no sentía mi cuerpo como algo físico, sin embargo todavía me sabia presente en ese nuevo sitio. Era una atmosfera portentosa. A mí alrededor exhibían una multitud de colores nunca antes vistos. No se parecían en nada a aquel rojo, azul, amarillo o sus combinaciones que aprecian en nuestra vida. Aquellos eran observados con la luz, y sin esta se tornaban negros. Sin embargo, estos otros solo podían ser captados cuando la oscuridad los inundaba, de otra manera no eran asidos por el ser. Si me pidieran nombrarlos de algún modo, los llamaría colores de la oscuridad. Pero yo no los veía. No era este sentido el que los atrapaba. Más bien los percibía o los intuía. Quedé maravillado, pero al mismo al tiempo este ambiente me mortificaba y me oprimía de forma escabrosa. A pesar de lo hermoso de ese lugar quería evitarlo a toda costa. De pronto recibí un mensaje de algún ser o tal vez fue un pensamiento. Su naturaleza no me permitió discernirlo: -Has descubierto la verdad. Ahora has quedado libre de ella por comprenderla. En cualquier momento serás capaz de crear otra realidad Capté todo el entorno majestuoso, pero no había otra entidad además de mí. Tan solo puntos y franjas de colores iban y venían sin ninguna dirección aparente. Me esforcé por salir de ahí. Puse todo mi esfuerzo en esta tarea y al fin volví a sentir una sustancia corporal que me pertenecía. Olvidé repentinamente mi anterior vida humana Ahora me encontraba en una realidad donde solo existían cuatro sentidos: La vista, el oído, el tacto y un nuevo sentido imposible de ser descrito con estas palabras y este lenguaje. Abrí los ojos y a mi alrededor había cinco paredes de un

color semejante al blanco, pero no era ese. De pronto alguien gritó: -Hijo, hijo. Acabas de nacer Giré mi vista a todos lados pero solo vi a unos bultos de color parecido al gris o al café que estaban de pie mirando frente a ellos a un lugar en el piso. Delante de cada uno había un cuerpo parecido a ellos pero de una proporción veinte veces menor. Bajé la vista y observé a un ser similar a los otros de tamaño diminuto. Este siguió hablando. Pero no tenía labios ni boca, lo hacia a través de la piel: -Mira, soy tu padre, soy más pequeño que tú. Los dos seguiremos reduciéndonos, pero como la proporción que guardaremos el uno con el otro será la misma, me verás siempre igual. Cuando llegues a mi tamaño tendrás un hijo veinte veces mayor a ti. Por cierto, aquí está tu abuelo- e indicó a un ente sumamente disminuido y que apenas podía apreciarse. Era veinte dimensiones menor al ser que me hablaba. Me pareció que el nimio bulto se movió- Y más allá está tu bisabuelo, pero no podrás verlo por la diferencia de estaturas Yo me quedé reflexionando. Todo esto me sorprendió. Luego el ente continuó: -¡Ah, y una cosa más! No te olvides nunca de adorar a nuestro Dios- dijo mirando hacia arriba. Yo lo imité y observé una mancha semejante al color gris o al café que interrumpía la pureza del ambiente