Unforgettable Fire; La Historia de U2

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Unforgettable Fire: La Historia de U2

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 Título Original: Unforgettable Fire: The Story of U2 Traducción: Domingo Santos Edición Electrónica; Yanira Santibáñez & Rodrigo “Dafy” Masferrer 1° edición: Mayo 1988 © 1987 por Eamon Dunphy Nuestros agradecimientos por su autorización a reproducir los siguientes extractos a: U2/Chappell International y Blue Mountain Music por la letra de las siguientes canciones de U2: «Bad», «Shadows and Tall Trees», «Twilight», «Y Will Follow», «Fire», «Gloria», «Rejoice», «Is That All», «Tomorrow», «A Celebration», «Sunday Bloody Sunday», «Surrender», «Two Hearts Beat as One», «A Sort of Homecoming »,«Silver and Gold», «Running to Stand Still», «Bullet the Blue Sky», «Out of Control»; la revista In Dublin por tres artículos: «Self Aid lo hace peor» y «U2 y los corifeos de la prensa» de Eamonn McCann, y «Deus ex machina» de John Waters; la revista Magill por «No creas ni una palabra» de Fintan O’Toole. © Ultramar Editores S.A., 1987 Mallorca 49. Fono: 321 24 00. Barcelona-08029 ISBN: 84-7386-492-1 Depósito legal: NA-505-1988 Fotocomposición: Fénix, Servicios Editoriales / CompuSet Impresión: Gráficas Estella, S.A., Estella (Navarra), 1988. Edición Electrónica, Septiembre 2011 Nota Edición Electrónica; Con el fin de guiar en forma cronológica los acontecimientos de la banda y darle un aspecto “histórico” a la idea del libro, estimamos poner las fechas que corresponden a los momentos que ocurren e indican el autor en su proyecto. Sin ánimo de ser intruso en el concepto original, estimamos oportuno por la cantidad de años pasados, anotar dentro de la historia, el lugar y fecha específica. Rodrigo Masferrer 25 de Septiembre 2011, Santiago - Chile.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 Agradecimientos Hace dos años, en 1985, Paul McGuinness me pidió que escribiera un libro sobre U2. Acepté, pero siempre que la banda no ejerciera ningún veto sobre el manuscrito definitivo. Cumplieron su palabra. Son unas personas notables que han tenido el valor de darse a conocer en una época de su vidas en que la mística les hubiera podido servir de mucho mejor. Estoy en deuda con mucha gente por la ayuda que recibí documentándome para este libro. Ningún reconocimiento incluido aquí puede expresar completamente mi gratitud. Doy las gracias especialmente a las familias de Paul McGuinness, Bono, Adam, Edge y Larry. Bobby y Norman Hewson, Jo y Brian Clayton (Jo fue particularmente amable y valiente), Garvin y Gwenda Evans, Dick y Gill, Larry Mullen Senior y Cecilia, la Señora Sheila McGuinness, Kathy McGuinness, Ali y Ann Aislinn. Todos fueron comprensivos mientras yo hurgaba en sus vidas. Me siento profundamente agradecido hacia todos ellos. Lo mismo se aplica a Anne-Louise Kelly, Barbara Galavan, Dennis Sheehan, Joe O’Herlihy, Tom Mullally, Tim Buckley y Steve Iredale cuyo trabajo cotidiano interrumpí con frecuencia. Fueron infatigablemente corteses y colaboradores. Ellen Darst y Keryn Kaplin, en Nueva York, fueron similarmente pacientes. A Caroline, Bridget, Suzanne, Jackie, de la oficina de U2, sólo puedo decirles: gracias. Frank Barsalona, Owen Epstein y Ossie Kilkenny me dedicaron algo de su valioso tiempo. Gracias, caballeros. Gracias también a Barbara Skydell y a Chris Blackwell de Island Records. John Clark, que cuida de la seguridad del grupo, me permitió quebrantar el sistema unas cuantas veces. Gracias, John. Algunos colegas más cercanos fueron generosos más allá de la llamada del deber. Sin Fintan O’Toole, Ferdia MacAnna y Dave Fannir no hubiera comprendido tan profundamente como lo hice para describir la ciudad de Dublín. Bill Graham fue maravillosamente cooperativo. Es un hombre especial en un medio que no merece sus dones. Donald Moxham y Steve Averill me proporcionaron vividos recuerdos de los principios de esta historia. Brush Sheils y B.P.Fallon me proporcionaron interesantes perspectivas que me resultaron muy valiosas. Nunca conocí personalmente a Neil McCormick, pero utilicé su material. Lo mismo puedo decir de los escritores de Hot Press que contribuyeron con el archivo de la revista, que fue esencial para mis investigaciones. Steve Lillywhite fue un paciente y bien humorado guía que sólo se rió unas cuantas veces de mis preguntas. Me siento especialmente en deuda con Danny Lanois por permitirme meter la nariz en Danesmoate durante la elaboración de The Joshua Tree. Los periodistas Eamonn McCann, Sam G. Smyth y John Waters situaron mi entusiasmo sobre el tema dentro de una cierta perspectiva. Sus valiosas contribuciones a la historia de U2 se hallan al final de este libro. Paul Tansey y Shane Ross habían olvidado la mayor parte de sus años en Trinity, pero fue divertido mientras intentaba recordar. Ambos me deben una cena. Pasé unas semanas felices y productivas en el Tyrone Guthrie Centre de Linnamakerring, en el condado de Monaghan, trabajando en este libro. Me siento profundamente en deuda, como muchos otros, a Bernard y Mary Loughlin. The Village se mostraron siempre dispuesto a ayudar pese a negarme el título de miembro. A Gavin, Guggi, David, Strongman y especialmente Pod, mis más sinceras gracias. Maeve O’Regan proporcionó una visión especial de los años en Mount Temple. Los recuerdos de Barry Devlin de los Tiempos Difíciles fueron igualmente inapreciables. Mi agradecimiento también a Terry O’Neil, que «los conoció cuando no eran nadie». 3

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Patrick Brocklebank proporcionó la fotografía del primer encuentro entre banda y mánager, en el Project, en 1978. Todas estas personas, y muchas más, me dieron ánimos y me proporcionaron ayuda durante los últimos dos años. Verónica Farrel hizo mucho más que su trabajo, consistía en mecanografiar el manuscrito. Sin su paciencia, inteligencia y escrupulosidad, temo pensar en lo que hubiera podido ser este libro. Aengus Fanning, director del Sunday Independent, fue un amigo bueno y generoso. Espero pagarle esa generosidad. Mi agradecimiento a Tony Lacey, director editorial de Viking, por mejorar de forma sustancial el manuscrito que le envié originalmente. Agradezco también a Clare Harrington, Carol Heaton y Tessa Strickland, de Viking, por sus ánimos y convicción. Finalmente, quizás éste no sea el lugar más adecuado para hacerlo, pero debo agradecer el amor que me brindaron toda mi familia y mis amigos durante este difícil proyecto. En este aspecto, nadie fue más considerado que Inge Eulitz. Y me siento eternamente agradecido por ello. Eamon Dunphy 12 de Septiembre 1987, Dublín – Irlanda

The Unforgettable Fire - 1984

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 Prólogo; Live Aid 13 de Julio de 1985: Wembley Stadium, Londres - Inglaterra En marzo de 1985, la revista Rolling Stone incluyó a la banda irlandesa de rock U2 en su portada. El titular decía: «Nuestra Elección: La Banda de los 80». Era el espaldarazo definitivo de la crítica del rock ‘n roll. Pero en el caso de U2, podía argumentarse que el honor concedido era un tanto prematuro: llegaba dos años antes de que la banda justificaran la afirmación hecha en su favor. Live Aid se celebró cuatro meses más tarde de que la Rolling Stone llegara a los puestos de venta con ese mensaje tan premonitorio, y fue en el estadio de Wembley donde se dio el inicio del proceso creativo que produciría el magnífico álbum de 1987, The Joshua Tree. En 1985 y para el show de Londres, U2 todavía no se sentían que eran una banda de estadios. Tenían mucho que perder en ese momento, mientras aguardaban el momento de ocupar su lugar en el escenario de mayor acto de rock and roll de todos los tiempos. Tenían quince minutos y tres canciones que desgranar. Aquél no era el público de U2, no había fervor residual ninguna relación establecida de antemano que justificara un abrazo apasionado y personal. Pero estaban decididos a correr el riesgo, a exponerse como lo habían hecho aquella primera vez en Mount Temple School, poniéndolo todo – miedo, esperanzas, «jodida desesperación», como lo describiría irreverentemente Adam – en aquellas tres canciones, en aquellos quince minutos, como si nunca fuera a haber otro show, u otra oportunidad. Todo dependía de Bono. En momentos de aguda necesidad como aquél, era como si él fuese el receptáculo donde se disolvían todos los miedos y esperanzas, ideas y emociones, en él y a través de él, la amalgama de tristeza, alegría, furia y anhelo acumulados se hinchaban y empezaba a fluir: de la guitarra de Edge, a través de la batería de Larry y el bajo de Adam, la música acumulaba fuerzas y estallaba a través de Bono, cuya tarea era proporcionarle palabras, significado y sustancia, en un día como aquél, era el medio para su mensaje. Cuando Bono rezó aquel día, como lo hacía siempre entre bastidores, pidió fuerzas. Y Adam rezó silenciosamente para que el sistema de sonido funcionara correctamente. La regla de Geldof era que nadie del público debía subir al escenario. No había un territorio especial para fans entre público y escenario, precisamente para que se cumpliera esa regla. Las canciones que U2 habían planeado interpretar eran «Sunday Bloody Sunday», «Bad» y «New Year’s Day». Pero Bono echó el plan directamente por la ventana. Y con él echó todas las reglas del día, incluso una que Geldof ni siquiera había pensado en imponer: Nadie debía bajar tampoco del escenario al público. Nadie iba a ser tan loco como para hacerlo. Nadie iba a tener el tiempo necesario para hacerlo. Paul McGuinness, el mánager de U2, estaba viendo la actuación entre bastidores a través de un monitor de televisión. Se sentía anormalmente tenso. En general, no dudaba de la habilidad de Bono para entregarse, pero aquello era Grande. La banda arrancó directamente con «Sunday Bloody Sunday». Sin ninguna introducción. Bono parecía engañosamente tranquilo. Su miedo había tenido el curioso efecto de calmarle. De concentrarle en la música. Parecía sentirse bien, intenso, controlado, pensó McGuinness. Contemplando la enormidad de Wembley, su tensión empezó a ceder. Bono estaba presentando «Bad»: - Somos de Dublín – dijo. La multitud rugió en reconocimiento –. Como todas las ciudades, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Ésta es una canción dedicada a las segundas: «Bad». La introducción fue tajante, clara, precisa. Bono había captado correctamente el ambiente. «Bad» era la canción de U2 favorita de Paul. A menudo se sentía atragantar privadamente mientras les observaba interpretarla desde las sombras, entre bastidores. Ahora sintió una 5

Unforgettable Fire: La Historia de U2 incontrolable oleada de emoción. Geldof había arrastrado una silla hasta su lado, la visión de aquella larguirucha figura familiar, algo suavizada ahora, mientras Paul observaba al muchacho que había conocido en la calle Grafton conmover e inspirar a su enorme audiencia y a los millones que estaba contemplando el acto en todo el mundo, hizo repentinamente que la fantasía que era aquel día se convirtiera en algo real. Para Geldof, el efecto fue muy parecido. McGuinness y U2 evocaban Dublín, sus vistas y sus sonidos, sus fracasos y sus victorias menores…, todas aquellas apasionadas disputas sobre nada.

Wembley - Inglaterra, Julio 1985 El pasaje de apertura de «Bad» era una sorprendente evocación del aterrador poder y sí, de la belleza de aquellos momentos cuando la heroína se agita en tu torrente sanguíneo, eliminando todo dolor, toda debilidad. Era un atisbo – breve pero poderoso- de invulnerabilidad, de armonía entre mente y espíritu. Esa belleza era capturada por la calma de Edge, el equilibrio de Adam, la apuesta inocencia de Larry y quien evocaba el dolor que yace aguardando al otro lado de la belleza de la heroína. Aquello era lo más lejos que podía llegar el rock ‘n roll en su lucha por expresar el conflicto, la ironía y la definitiva futilidad de la experiencia humana. Aunque no hubiera tocado nunca la heroína, te sentías arrastrado hasta un nivel muy profundo e intimo por «Bad». Porque te recordaba lo efímera que es la belleza, te recordaba la realidad que la heroína no puede borrar. Con el rostro pálido y sombrío, el cuerpo inmóvil, ya sin ufanarse, Bono cantó: Dislocación Separación Condenación Revelación Incontención Incomunicación Desolación. La letra de «Bad» dejaba desnuda la ilusión de poder y belleza propuesta por su melodía. «Bad» era un amargo lamento, una advertencia de que el momento más hermoso es a menudo el más solitario, el más engañoso. Oyendo a una banda de rock ‘n roll tocar así comprendías en lo más profundo de ti por qué este hombre se emociono hasta las lágrimas cuando se enfrenta a la belleza.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 Paul estaba llorando. Geldof también. Se abrazaron, medio riendo, medio llorando. - Nunca me gustaste, sinvergüenza - refunfuño Geldof. - Tú tampoco a mí - admitió Paul. Pero se comprendían lo suficientemente el uno al otro como para saber lo que aquel día significaba para ambos. En el escenario, Bono había apelado al público. Cuando tendió el micrófono hacia él, la respuesta fue intensa, frenética. Aquella era su forma particular de comprobar cómo estaban yendo las cosas. Se aventuró hasta la parte delantera del escenario. Ahora era un concierto de U2. Eligió a una muchacha entre la masa de cuerpos que tenía delante. Le hizo una seña. Varias chicas avanzaron. Pero él sabía la que quería. Era hermosa, de pelo oscuro, con suéter blanco. Entre bastidores. McGuinness miró su reloj. El tiempo se estaba agotando. No habría tercera canción. ¿Qué pretendía hacer Bono? Había un profundo foso frente al escenario. Bono se preparaba ahora para saltar. «Bad» era adaptable, sus variaciones de ritmo con intensidad eran lo suficientemente flexibles como para permitir a Bono hacer todo lo que quisiera. ¿Pero allí? ¿Aquel día? La muchacha estaba ahora al otro lado del foso. Bono saltó. Los hombres de seguridad se apresuraron para contener a la gente que estaba más cerca del escenario y que luchaba por ver al cantante. Ahora la muchacha de pelo oscuro llegó hasta él. Se abrazaron. “Jesús”, pensó McGuinness, esta vez se ha pasado. Bono había desaparecido. Nadie en Wembley Stadium podía verle, excepto los guardias de seguridad y las pocas personas junto a la barrera. Pero los millones de espectadores que presenciaban el acto a través de sus televisores pudieron seguir cada uno de sus movimientos. Para ellos la escena fue íntima, un elaborado espectáculo de televisión que por su brillante teatralidad superó a todo lo demás en aquel día trascendental. Aquella simbólica unión de intérprete y público, de música y gente, captó el espíritu del acto. Del mismo modo que era percibida en Wembley Stadium, aquella atmósfera única, parte compasión, parte concierto de rock, parte de unión con toda la gente joven del mundo, fue transmitida, gracias a aquel sorprendente acto de teatralidad, a los millones de personas que lo contemplaban desde sus hogares. Bono había corrido el riesgo definitivo. Hubiera podido parecer algo artificial, una torpe intrusión, una brecha en el espíritu de Live Aid. Pero su instinto animal cara al público, en aquella ocasión, le había ayudado a actuar correctamente. La diferencia entre la manipulación cínica y una gran actuación era en este caso el grado en que el intérprete creía en la causa y en la música. El grado en que estaba comprometido con su trabajo. Después, mientras aceptaba las felicitaciones, Paul McGuinness tuvo dudas acerca de lo que había visto. ¿Había funcionado? Un mes más tarde vio el vídeo de la actuación, y comprendió por qué había funcionado y supo que su banda podría tocar en cualquier lugar.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 La Historia de Bono El 6 de mayo de 1960, un avión estadounidense que transportaba equipo electrónico de observación fue derribado en el transcurso de una misión de espionaje sobre la Unión Soviética. El piloto, Gary Iwers, fue capturado y presentado en Moscú ante la prensa mundial. Powers iba a convertirse en un peón de la Guerra Fría que se estaba desarrollando entre la Unión Soviética de Jruschov y los Estados Unidos de Eisenhower. El escándalo internacional que siguió a esta captura fue conocido en todo el mundo como el «incidente de U2». Los aviones especialmente equipados para realizar misiones de inteligencia usados por los americanos eran conocidos coloquialmente como «U2». Dos años más tarde, en 1962, la información recogida por aparatos equipados del mismo modo conduciría a la Crisis de los Misiles en Cuba, que arrastró al mundo a lo más cerca de una confrontación nuclear de lo que había estado nunca. El 10 de mayo, cuatro días después de que los soviéticos derribaran el U2, nacía Paul Hewson en el Rotunda Hospital de Dublín. Era el segundo hijo de Bobby e Iris Hewson, cuyo otro chico, Norman, tenía ya siete años. Bobby e Iris eran dublineses, auténticos dublineses, nacidos y educados allí, como declaraba orgullosamente Bobby cada vez que se preguntaba su origen. Procedían de la zona de la ciudad de Oxmantown Road, donde habían crecido juntos. Decir que procedías de Oxmantown Road era aclarar algo específico acerca de ti y los tuyos. Significaba que eras ciudad, no suburbio. Significaba que eras Dublín, Irlanda, que no venías del campo, del medio rural, de los verdes campos. Ser un «dub», de la forma en que lo daba a entender Bobby cuando lo proclamaba, era ser diferente, separado de la galería de personajes irlandeses de renombre mundial. Los dublineses eran audaces y listos y ambivalentes en muchas cosas, cosas que, se decía, importaban a los irlandeses, como religión y nacionalismo. Sí, en un rincón de sus corazones suscribían ambas cosas…, pero la cabeza pensaba de otro modo y la cabeza era la que gobernaba la vida de los dublineses. A Bobby Hewson le gustaba contar una historia que reflejaba ésta y quizá la mayor parte de las actitudes de los dublineses nativos frente al movimiento republicano. Había ido a la escuela secundaria de la calle Brunswick, regida por los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Los Hermanos eran conocidos por su republicanismo. A veces, cuando Bobby y sus compañeros estaban aburridos, corrían el peligro de ser castigados o deseaban desviar la atención del Hermano profesor de los asuntos del día, suscitaban la cuestión del Norte y los británicos. Agitada su sangre republicana, el profesor, como lo describía Bobby, «hubiera ido en desfile por Whitehall Road (que conducía a Belfast) para luchar por Irlanda». Y así, para una clase de dublineses de trece años, el republicanismo era una forma de pasar sin esfuerzo una lección de historia. Esto ocurría en la Irlanda de De Valera, a principios de los años 40. Reflexionando, años más tarde, sobre el tema de una Irlanda Unida y Libre, Bobby hablaba en nombre de la mayoría de los auténticos dublineses: -Aunque soy republicano de corazón, nunca podría verme disparando contra nadie. Hay una frase en una obra que siempre recordaré: «Irlanda… ¿qué demonios es Irlanda? Irlanda es sólo el trozo de tierra que impide que me moje los pies.» Y hay mucha verdad en eso- . Pese a todo, Bobby se sentía un «republicano de corazón». Para los dublineses como Bobby, la cuestión de la identidad distaba mucho de ser sencilla. Eran irlandeses, y como tales compartían con sus compatriotas, hombres y mujeres, una sensación de ultraje hacia los crímenes cometidos a lo largo de los siglos por los imperialistas británicos. Ningún irlandés, hombre o mujer, podía racionalizar los sufrimientos de generaciones pasadas, el hambre, la persecución religiosa, la violación económica, el desnudo e inflexible desprecio que había caracterizado la ocupación británica de Irlanda: de ahí el republicanismo de corazón de Bobby. 8

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Pero ningún hombre o mujer de Dublín podía negar las influencias culturales y estéticas que los habían modelado, ni escapar de ellas. Los dublineses viven en una hermosa ciudad georgiana edificada por los británicos. Hablan el inglés, leen libros y periódicos ingleses y escuchan la BBC. Absorben la cultura popular inglesa a través de music-hall, el cine y los discos. Sus hijos leen comics ingleses. En todos los demás lugares de Irlanda el idioma irlandés y la cultura gaélica, junto con el catolicismo, han servido para preservar la identidad nacional, a lo largo de los siglos, contra la ocupación británica. Los dublineses son una raza diferente. Han resistido a los invasores absorbiendo las nuevas influencias, ya fueran normandas, vikingas, hugonotas o británicas. Fueron adoptados nuevos oficios, costumbres e ideas. La resistencia no había desaparecido…, sino que era constante. Mundanos, pragmáticos e independientes, los mejores dublineses, los auténticos dublineses, situaban la calidad de la vida, sus propias vidas, por encima de la iglesia y del estado. La causa era la supervivencia, para ti y para los tuyos. Un buen trabajo, un lugar donde vivir, el bienestar de tu familia. Los dublineses no eran tan cínicos como los agnósticos sobre causa movimientos, culturales o religiosos, que exigían el definitivo sacrificio ti mismo, tu propia identidad individual. En consecuencia, estaban separados de sus compatriotas irlandeses. Cuando, el día de San Patricio de 1943, De Valera se dirigió al pueblo irlandés, expresó más intensamente que nunca la visión de Irlanda, los irlandeses que impulsó la lucha por la Independencia Nacional contra los británicos: «Esa Irlanda con la que soñamos debería ser el hogar de un pueblo que valora la riqueza material sólo como la de una vida correcta, de un pueblo que se sintiera satisfecho con la comodidad frugal y dedicara su tiempo libre a las cosas del espíritu de una tierra cuyo campo resplandeciera con hogares acogedores, cuyos campos y pueblos se alegraran con los sonidos de la industria, con juegos de robustos niños, las confrontaciones de jóvenes atletas y risas de hermosas doncellas, cuya chimeneas fueran el foro para la serena sabiduría de la vejez. En una palabra, debería ser el hogar de un pueblo que viviera la vida que Dios desea y que el hombre debiera vivir.» Sería difícil concebir una definición de los irlandeses mas alejada de la experiencia cotidiana de los dublineses. De hecho, en ese trascendental discurso, Dev (como era conocido de una forma más bien crítica) ni mencionó en absoluto a Dublín. Sin embargo, pese a su escepticismo y el grado en que sus valores estaban reñidos con el carácter distintivo oficial católico-nacionalista, los dublineses eran, en el fondo de sus corazones, irlandeses. En conjunto habían permanecido indiferentes desde los levantamientos de 1916. Cuando Pearse y Connolly y los demás héroes de aquella aventura fueron sacados de la Central de Correos por los británicos, hallaron hostilidad en las calles de Dublín en su camino a Arbour Hill. Tres semanas más tarde, después de que los británicos hubieran ejecutados a sus cautivos, los dublineses lloraron cuando los ataúdes pasaron por aquellas mismas calles. Una menos profunda, pero no menos significativa, manifestación del pragmatismo dublinés por descubrirse – y de hecho aún se puede – en los pubs de la ciudad a la hora de cerrar. Allá, el cantar del grupo forma parte de la tradición de cualquier viernes o sábado por la noche pueden oírse las canciones de Vera Lynn, la heroína inglesa de la guerra, de Frank Sinatra y, con pasión particular, las baladas irlandesas que hablan de la persecución británica, canciones que homenajeaban a James Connolly, Kevin Barry «que dio su vida en bien de la li-ber-tad», y Los Hombres tras la alambrada. Ésta es una ciudad donde decenas de miles de ciudadanos se presentaron como voluntarios para morir en el ejército británico durante la Gran Guerra. Los dublineses no se unieron a él por la causa, sino por el trabajo y la pensión que iba acompañado con él. Oxmantown Road se halla en el Lado Norte del río Liffey. Un lugar estupendo. Cerca de todo. En diez minutos podías ir caminando a la calle O’Connell al este. Detrás de ti, y hacia el norte y el oeste el parque Phoenix ofrecía espacio y la sensación de estar en el campo, el rio quedaba a diez minutos del sur. El Dublín donde creció Bobby Hewson durante los años 40 y 50 era grande y 9

Unforgettable Fire: La Historia de U2 escuálido en la misma medida. Oxmantown Road no era ninguna de las dos cosas sino que se hallaba, en su modesta y decente respetabilidad, en algún punto entre ambas. La casa donde Bobby se educó tenia dos dormitorios y una terraza, y era limpia. Al salir de ella, si giraba a la izquierda y caminaba hacia la parte de arriba de Oxmantown Road, llegaba al North Circular Road y se adentraba en la grandeza de las villas georgianas de ladrillo rojo para la clase media. Si en cambio giraba a la derecha y descendía hacia el distrito comercial de Stoneybatter, Bobby se sumergía con la misma rapidez en las apiñadas casas de vecindad, también georgianas, que flanqueaban la orilla del rio. Así, entre grandeza y escualidez, Oxmantown Road se erguía como un oasis de respetabilidad y aspiración para la clase media baja. Pero debido a que aquello era Dublín, la zona poseía una vitalidad que se hallaba ausente en la existencia de la clase media baja de otros lugares. La ciudad, con sus salones de baile, cines y music-halls, se hallaba a sólo un paseo de distancia. El parque ofrecía deportes y, en las tardes de verano, una persistente sensación de carnaval. Siempre ocurría algo en Stoneybatter, donde las tiendas, los pubs y los mercados atraían a una multitud Cosmopolitan. La vida era intensa y estaba al alcance de la mano. El padre de Bobby Hewson trabajaba como técnico en la oficina Central de Correos. En el Dublín de aquella época era un buen trabajo, permanente y con una pensión de retiro segura. En su tiempo libre, Hewson y su esposa eran miembros de un grupo aficionado de music-hall con base en el Father Matthew Hall, donde él hacía un número cómico y pantomimas vestido de mujer. En casa era un hombre serio que sufría enormemente de problemas bronquiales, que se veían exacerbados por la humedad y el frío de los salones donde le encantaba actuar. El recuerdo que tiene Bobby de su padre es cantando todas las canciones del viejo music-hall en el pequeño cuarto de baño de Oxmantown Road. Cuando abandonó la escuela secundaria de la calle Brunswick a los catorce años, con su certificado de estudios de enseñanza media, Bobby siguió los pasos de su padre en Correos. Era un muchacho robusto, alegre y sociable. Destacaba entre la multitud, nunca se mostraba timido ni se quedaba sin palabras. Jugaba al críquet en el parque, y cuando los muchachos con los que salía empezaron a ir a bailar, Bobby era normalmente el primero en la pista. La Segunda Guerra Mundial acababa de terminar, el dinero era escaso incluso para aquellos con buenos empleos, y el racionamiento era un hecho más de la vida. Alimentos esenciales como la carne, el azúcar, el té y los productos lácteos eran distribuidos por onzas a aquellos que tenían sus cartillas azules de racionamiento. A veces el dinero podía proporcionarte lo que deseabas en el mercado negro, pero la mayor parte de las veces el dinero extra, lo que podías ahorrar del sueldo, se gastaba en los salones de baile, los cines y los pubs. El escapismo estaba de moda en Dublín. A Bobby le gustaba la música. Le encantaban Al Jolson, Bing Crosby y especialmente la ópera, las arias que escuchaba por la radio, cantadas por Tito Gobbi, Mario Lanza y Richard Tauber. Disfrutaba paseando por el centro de la ciudad hasta los «cinematógrafos» para ver los grandes musicales interpretados por Crosby y Jolson. En la oscura intimidad el cine, el Bobby Hewson que había dejado atrás la oficina de Correos se sumía en románticas ensoñaciones que tenían que ver con una vida algo más opulenta, más satisfactoria que la que llevaba detrás de un escritorio. Era alguien distinto que deseaba ser algo más que un extrovertido, ocurrente deportista, alguien que pudiera expresar a través de la música o las canciones sentimientos más profundo melancólicos o intensos que los permitidos a los funcionarios. Si había algo de melancolía en la vida juvenil de Bobby, derivada, como en el caso de su padre, de la sensación de tener más que decir de lo que permitía la vida de un trabajador. Bobby era miembro de la CYMS, la Catholic Young Men’s Society, Sociedad de Jóvenes Católicos, que era más un club social que una institución religiosa. Y fue allí, en la CYMS de la calle Aughrim que corría paralela a Oxmantown Road, donde bailó y habló por primera vez con Iris. Se habían 10

Unforgettable Fire: La Historia de U2 visto muchas veces mientras crecían. Ella era morena, hermosa, bajita y reservada. Pero debajo de su reserva era alegre y menos rígida de lo que parecía. Le gustaba la exuberancia a Bobby, su extrovertido gusto por la vida. Una tarde bailaron juntos, después él la acompañó a su casa de la calle Cowper, que estaba justo en la esquina de la casa de él. Tenían diecinueve años. Pronto se enamoraron. Iris Rankin era la segunda de ocho hijos. Su padre Alee era montador en las Coras Iompair Eireann, la compañía nacional de transporte. Iris era pequeña y esbelta, con un aire casi desamparado, pero mucho más fuerte de lo que parecía. Cuando dejó la escuela a los dieciséis años entró a trabajar en Premier Dairies como pagadora. Fue despedida a la semana siguiente: el personal se había quejado de que manejar sus salarios semanales no era trabajo para una niña. Entró a trabajar a Kelmac Knitwear como contable. Tras su fanfarrona fachada, Bobby era sensible, suave y bastante romántico. Iris era más divertida, menos mojigata de lo que parecía. Juntos exploraron Dublín. Iban al cine, al Metropole, al Carlton, Savoy. Los sábados iban a bailar, a menudo al Crystal Ballroom, otro lado de la ciudad, en la calle South Anne. Ocasionalmente tomaban el autobús en el College Green y se aventuraban hasta Bray, para ir a bailar al Arcadia Ballroom. Eran felices, estaban enamorados, y era algo más que buenos compañeros. Sólo había una nube en el horizonte, pero era grande, negra y difícil de cruzar. Bobby era católico, Iris protestante de la iglesia de Irlanda. Ahora sabían que querían casarse. Sin embargo, en la Irlanda de los 40 la perspectiva de un matrimonio entre un católico y una protestante era un acontecimiento casi escandaloso. En ambas comunidades. La Irlanda de De Valera era un estado católico de poco menos de 3 millones de habitantes. Que esta población incluyera 125.000 protestantes, la mayoría de la iglesia de Irlanda, fue un hecho pasado por alto en la Constitución de Dev en 1937, en la que fue institucionalizada la confesión católica romana. El divorcio no sólo era ilegal, sino también impensable. El control de la natalidad era igualmente una práctica idólatra, no tan prohibida como despreciada. El protestantismo estaba asociado con todas estas cosas y, a otro nivel, con el perseguidor imperalista, Gran Bretaña. El hecho de que muchos de los más grandes hombres de Irlanda, desde Wolfe Tone a Yeats, desde Edmund Burke a Parnell, fueran protestantes, no importaba en absoluto a los ahora ascendentes nacionalistas. Que mucho de lo más glorioso que existía en el arte y la literatura emanara de la tradición angloirlandesa no representaba ninguna diferencia para la clase gobernante católico-nacionalista. El Dios que De Valera elogio en 1943 era el Dios católico. El «vivir como corresponde» era vivir católicamente, y por supuesto eso no incluía el matrimonio con protestantes. Era imposible. El dogma católico afirmaba que la suya era la auténtica iglesia. Sólo los católicos iban al cielo. Sólo los buenos católicos. A fin de asegurar su bondad, tu derecho a entrar en el reino de Dios, tomabas tu primera comunión a los siete años. Cuando cumplías los once eras confirmado. Esos eran días especiales, inolvidables, de tu infancia, cuando te vestías como un príncipe o, si eras niña, como una novia. Sentías temor pero también excitación. Preguntándote cómo se sentía uno al ser auténticamente santificado. Tras el servicio religioso eras llevado a una comida especial, seguida de visitas a los familiares, que llenaban tu bolsillo o tu bolso de monedas. Desde el día de la primera comunión en adelante recibías cada semana los sacramentos de la confesión y de la santa comunión. Si faltabas una semana, te sentías malo. Confesabas tus pecados, tus malos pensamientos (sexo), tus acciones impuras (sexo), robar, mentir o maldecir (sexo). Cada domingo, y los días de fiesta, que eran muchos, ibas a misa. Pertenecías al rebaño del Señor. Tu sacerdote era el pastor. Los protestantes eran distintos. Eran agradables, respetables y decentes. Pero no pertenecían a la auténtica iglesia. Debido a ello, estaban estigmatizados de alguna forma extrañamente mal definida que nadie se molestaba nunca en perfilar. Yo fui educado en Dromcondra, la calle de 11

Unforgettable Fire: La Historia de U2 encima de Stoneybatter, en los relativamente liberales 60, diez o quince años después de Bobby e Iris, y yo sentía lo mismo hacia los protestantes. Sentía más que pensaba. Nuestra intolerancia era, como nuestro republicanismo, una respuesta que salía más del corazón que de la razón, la consecuencia inevitable de una educación católico-irlandesa. El resentimiento de los protestantes hacia todo esto se hallaba envuelto en la educación. Se mantenían dignos y distantes. Eran, en su mayor parte, gente acomodada, empleados y clase media, aunque ninguna de esas suposiciones podría ser grabada en piedra. Había empresarios «protestantes», como Guinness y Premier Dairies. Había enclaves protestantes –los suburbios de Dublín de Malahide, Dundrum y el municipio de Dun Laoire hacia Bray, partes de la Irlanda rural, notablemente los condados de Offaly y Laois- donde aquellos no incluidos en la visión pastoral de De Valera podían unirse para crear una sensación de comunidad. Tomaban su identidad de su fe fuera de la ley. No hallaban su expresión en la constitución del país al que llamaban su hogar. Presumiblemente les sorprendía de una forma irónica el que a menos de ciento cincuenta kilómetros de distancia, en Irlanda del Norte, la comunidad minoritaria, católicos y nacionalistas, se agitara con violenta convicción por sus derechos civiles.

Bono y África, (1986) Casi cuarenta años después, la constitución de la Republica de Irlanda sigue siendo de naturaleza profundamente sectaria. Un indiferente intento de reforma para permitir el divorcio y las segundas nupcias, emprendido por el poco convincente taoiseach, el jefe del gobierno, Garret Fitzgerald, fue rechazado por el pueblo en el referéndum de 1986 por una mayoría de dos a uno. El único cambio constitucional de los últimos años se ha producido en relación al aborto, que de acuerdo con el dogma católico se halla, ahora más que nunca, fuera del alcance de las mujeres irlandesas. Los matrimonios mixtos como el propuesto por Bobby e Iris eran raros. La penetrante influencia de la Iglesia Católica aseguraba que desde los días escolares, las comunidades católica y no católica vivirán vidas separadas. La auténtica Iglesia controlaba las escuelas y universidades a las 12

Unforgettable Fire: La Historia de U2 que acudía el 95 por ciento de la población. En esas instituciones educativas, el dogma que prevalecía era el católico, y constituía la piedra angular de una curiosa y típicamente irlandesa forma de apartheid que dividía a la comunidad según líneas religiosas. Católicos y no católicos hablaban el mismo lenguaje, tenían el mismo aspecto, leían los mismos periódicos, compraban en las mismas tiendas, trabajaban para las mismas compañías, y en materias de cultura popular –música, filmes, libros, deportes y los cómics que leían los niños-, las dos comunidades eran idénticas. Sin embargo, entre personas que usaban el mismo «trozo de terreno para no mojarse los pies», gente que vivía lado a lado en la misma calle, se alzaba la impenetrable barrera de la religión. Si, como ocurría a veces, algún joven precoz desafiaba el dogma católico haciendo preguntas inconvenientes acerca de las pretendidas diferencias entre nuestro Dios y el suyo, se hacía referencia a la inmaculada concepción, a la infalibilidad papal y la formula más condenatoria, a las acusaciones según la educación católica, el hecho de que los no católicos ni siquiera santificaban todos los domingos. Eran diferentes. No aceptaban que María, a la que conocíamos como la madre de Dios, había seguido siendo virgen. Tampoco aceptaban que el Papa fuera infalible, incapaz de error en sus pronunciamientos. Esas inquietantes revelaciones acerca de los no católicos eran pronunciadas con más pena que ira. Se evocaba la piedad antes que la hostilidad. Eran buena gente, a su manera. El problema residía en que no era nuestra manera. No era la manera de Irlanda. Ese punto de vista era propagado por todas partes, desde la constitución hasta la iglesia parroquial. Ningún político con auténtica ambición, ni ningún partido político que aspirase a gobernar Irlanda, era negligente con respeto a la primacía del dogma católico. Las pastorales de los obispos se extendían hasta los más impensables rincones de la vida irlandesa. Ningún católico podía entrar en el Trinity College de Dublín sin recibir primero una dispensa de su Iglesia para hacerlo. Establecido en 1591 para preparar a los jóvenes para el ministerio protestante, el Trinity era ahora uno de los lugares de estudio más respetados de todo el mundo. Sin embargo, era considerado por las jerarquías católicas como una fuente probable de contaminación para los estudios católicos. A menos que se consiguiera una dispensa especial sobre la base de que lo que el Trinity ofrecía académicamente no podía ser obtenido en ningún otro lugar –en ninguna otra parte del mundo-, los estudiantes católicos que estudiaban allí eran automáticamente excomulgados por su iglesia. El Trinity permaneció fuera de los limites de los estudiantes católicos hasta 1971, cuando el gobierno ansioso por conseguir mayores rendimientos a las inversiones efectuadas en la universidad, y para aliviar la carga que sufría la única otra institución comparable de la ciudad, el University College, presiono a la Iglesia Católica para que reconsiderara su política de contaminación académica. Tras un considerable revuelo, las jerarquías eclesiásticas, pendientes de la opinión pública, tuvieron que ceder. Bobby Hewson e Iris Rankin supusieron que la noticia de su propuesto matrimonio iban a alterar y a preocupar a sus familias y amigos. No se equivocaron. Sorprendentemente, sin embargo, no era Dios quien planteaba el principal problema, sino sus representantes sobre la Tierra, y más específicamente sus representantes católicos de Irlanda. La preocupación de aquellos que querían a Bobby e Iris al oír sus planes fue ocasionada por consideraciones más prácticas que el temor de Dios. Mientras la gente siguiera siendo decente, Dios comprendería, permanecería a su lado. Y nadie dudaba de que Bobby e Iris fueran decentes. La iglesia protestante de Irlanda era, en el espíritu de Dios, lo bastante madura como confiar en su gente. O al menos para ser más confiada, teniendo hacia el punto de vista de que la conciencia individual, antes que la ley de la iglesia, era la salvaguardia definitiva contra el pecado. Dios podía “comprender”, y la Iglesia de Irlanda se tranquilizó, pero la Iglesia Católica Romana había diseñado una carrera de obstáculos de fabricación humana pensada para intimidar a los 13

Unforgettable Fire: La Historia de U2 miembros de su rebaño que se atrevieran a unirse en santo matrimonio a aquellos que no pertenecían a la auténtica iglesia. Los matrimonios mixtos estaban permitidos, pero la actitud de la Iglesia Católica ante tales uniones era planteada de una forma muy clara desde el momento en que eran propuestos. El miembro católico de la pareja era advertido por su sacerdote de los peligros de casarse con un o una no católico. Era aconsejable, en interés de preservar su propia fe, persuadir la pareja de que se convirtiera al catolicismo romano. Si este consejo no era escuchado, el miembro no católico de la pareja era invitado a asistir a un curso de instrucción en enseñanza católica. Era un tipo de invitación que nadie podía rehusar. Mientras tanto, el miembro católico remitía una petición al Papa de Roma solicitando permiso para casarse con su amado o amada. Luego al miembro no católico se le pedía que firmara un documento aceptando que los hijos de aquel matrimonio fueran educados en la fe católica. Este procedimiento desdeñaba abiertamente todos los valores que no fueran los promovidos por la Iglesia Católica. Pero lo que realmente preocupaba a Bobby e Iris era las consecuencias prácticas y cotidianas del amor y la amistad que compartían ¿Dónde debían casarse, y cómo? ¿A qué iglesia deberían asistir sus hijos? ¿A qué escuela irían? ¿Acaso el matrimonio no era ya suficientemente difícil sin añadirle el peso adicional de diferencias fundamentales, sociales y religiosas? Cuando se dio cuenta que estaba enamorado, Bobby empezó a reflexionar sobre estos y otros asuntos que amenazaban con minar la felicidad que él e Iris habían hallado juntos. Al principio le preocupaba la inminente confrontación con familia, sacerdotes y, por supuesto viviendo en Dublín en 1949, el mundo en general. Poco a poco, bajo su máscara social, fue formándose una convicción. Se casaría con la mujer que amaba. Y se casaría con Iris en la iglesia de ella…, como correspondía. Porque el hecho era que incluso después de las humillaciones infligidas al miembro no católico de un matrimonio mixto en preparación del acontecimiento, todavía había que soportar otro insulto: la ceremonia de matrimonio tenía que celebrarse ante un altar desprovisto de flores, velas o cualquier otro símbolo de celebración. La iglesia permanecería a oscuras, para significar la desaprobación del obispo a la unión. Bobby decidió que aquello no le ocurriría a Iris. El día de la boda era el día de la mujer, pensó Bobby. Era un día en la vida donde todo tenía que ir bien, donde los sueños de una muchacha debían hacerse realidad. No tenía que haber oscuridad el día que se casaba con Iris. Bobby era un hombre más serio de lo que parecía. Era un «personaje», de acuerdo: siempre en el centro de la multitud, riendo, bailando o discutiendo con amigos y conocidos. Pero debajo de su “bonhomo” (buen hombre) había, soterrado, un rasgo de melancolía. Como la mayor parte de los hombres nacidos y criados en Stoneybatter en los años 20, 30 y 40, el guión había sido escrito para Bobby, no por él. La vida se resumía a conseguir trabajo, casarse con una chica, tener hijos, y aposentarse a morir. En la Irlanda católico-nacionalista, el cómo te sentías acerca de los grandes interrogantes de la vida estaba probablemente determinado para ti en vez de por ti. Había poco margen para soñar. Bobby tenía su trabajo, su vida era buena, pero no demasiado grande. La melancolía era quizás un anhelo de una cierta grandeza, de otro tipo de guión, un papel más importante que representar que el personaje de empleado de Correos y bailarín de sábado por la noche. La melancolía estaba poseyendo más imaginación y sensibilidad de la que podía ser expresada adecuadamente tras un escritorio de Correos o dentro de los comunes de la vida de la clase media baja en Stoneybatter a finales de los años 40. Dublín, especialmente en la parte de la ciudad donde vivía Bobby, no era un lugar para un artista frustrado. El pecado de presunción suscitaba probablemente un despectivo « ¿Quién mierda se cree que es?» se aplicaba más despiadadamente aún sobre « ¿ese hombre de la calle?». Mucho después de fracasar en los locales de mala muerte de Dublín, Brendan Behan llevó su número del camarada borracho a Londres y Nueva York, donde fue celebrado como algo enormemente 14

Unforgettable Fire: La Historia de U2 original. Más tarde en su vida, el artista fracasado que se agitaba incansable dentro de Bobby Hewson emergería como una estrella en la Sociedad Musical y en los grupos dramáticos de aficionados, un pasatiempo que alternaría con la pintura al óleo. «Encantadora» era la palabra utilizada con mayor frecuencia cuando la gente hablaba de Iris Rankin. Su oscuro pelo y su pálida piel le daban un aspecto ligeramente extranjero, pero era su tranquilidad y reservada personalidad, una quietud de serena aura, lo que distinguía a Iris de las demás muchachas de Oxmantown Road. Ella y Bobby eran dos opuestos, intrigados primero el uno por el otro, luego, a medida que pasaba el tiempo, extrayendo cada uno de la personalidad de sus oponentes elementos para afirmarse, para completarse. Bobby hizo que Iris se abocara más al exterior, la animó a reír, y cuando Iris reía, el profundo y agradable sonido era una deliciosa sorpresa. Ella lo frenó a él un poco, hizo que le pareciera menos importante el ser siempre el centro de atracción. Fue precisamente en esta recién hallada seguridad en sí mismo, tanto como en su audaz espíritu dublinés, en lo que confió Bobby mientras reunía el valor necesario para enfrentarse a las reacciones de la familia y la iglesia ante su decisión respecto a la boda. Casarse con una protestante ya era atrevido; hacerlo únicamente en una iglesia protestante era un desafío. Visto objetivamente, en el contexto de la Irlanda de aquella época, el desafío de Bobby era generoso, valeroso, una profunda declaración de amor por Iris. Se casaron el 6 de agosto de 1950 en la iglesia de San Juan Bautista de Irlanda, en la avenida de la Iglesia de Drumcondra. Más tarde, Bobby e Iris fueron bendecidos formalmente por un sacerdote católico, con lo que Bobby hizo las paces con su propia Iglesia. Vivieron durante unos meses en un piso de alquiler antes de comprar una casa en Stillorgan, a diez kilómetros de distancia, en el Lado Sur de Liffey. Norman, su primer hijo, nació dos años más tarde. Bobby e Iris hicieron su propio pacto acerca de cómo serian educados los hijos con los que les bendijera el Seños; los chicos irían a la Iglesia Católica, y las chicas a la Iglesia de Irlanda. Pero una vez nacido Norman, Bobby reconsideró el pacto. Iris había llevado en su seno a Norman y ahora lo estaba criando. La relación entre madre y niño era importante. Podía ser un error separarlos en la cuestión religiosa, así que Norman iría a la iglesia con Iris los domingos por la mañana mientras Bobby iba a misa por su lado. Eran muy felices. Iris era un ama de casa natural. Le encantaba cocinar, coser, hacer punto. Ocasionalmente acudía a la ciudad a ver a sus dos hermanas menores. Ruth y Stella. Iban de compras, tomaban el café de la mañana en el Bewley’s Café; Iris escuchaba los últimos chismorreos del Lado Norte, que normalmente se perdía. Siempre insistía en volver a casa para hacerle la comida a Bobby. -No te preocupes- le aconsejaba Ruth. Deja que se prepare su propia comida. -Iris nunca aceptaba-. Bobby se había unido al grupo teatral que se había organizado en Correos. Jugaba al golf, y empezó a pintar. Seguían yendo a bailar a menudo con Ruth y su amigo Ted, y preferían el placer del gran Dublín de aquellos años inocentes, un helado en el Cafollas Ice-Cream Parlor de la calle O’Connell, a la euforia inducida por la bebida de los bares. En Correos, Bobby había sido promovido al puesto de supervisor de inspectores. Norman era diligente, bien educado y sano. Seis semanas después del nacimiento de Paul, Iris y Ruth estaban paseando al recién nacido cuando pasaron junto a algunas casas que estaban construyendo en Ballymun, donde vivía ahora Ruth con Ted, con el que se había casado recientemente. Pese a lo feliz que se sentía Iris aun se notaba atraída por el Lado Norte. Se pregunto si Bobby estaría dispuesto a mudarse. Lo hizo. La semana siguiente compraría una casa en el 10 de Cedarwood Road. Aunque estaba a sólo unos minutos en coche de Stoneybatter, Bamun se hallaba en los límites entre el campo y la ciudad. Entre la zona y el aeropuerto de Dublín sólo había campos. A principios 15

Unforgettable Fire: La Historia de U2 de los años 60, Irlanda se encaminaba hacia la prosperidad. El antiguo miedo al paro, que se remontaba a los años 20 y anteriores, estaba retrocediendo. Había más trabajo, el dinero era mejor. Los comerciantes eran habilidosos, los tenderos y los más humildes oficinistas podían aspirar ahora a ser propietarios de su propia casa. Estaba empezando a desarrollarse el cinturón de viviendas en torno a Dublín y tener sus suburbios establecidos. Las casas eran de tres dormitorios, semiindependientes, con un jardín delante y otro detrás. Los nuevos suburbios tendrían tiendas, escuelas e iglesias. El sueño suburbano era de espacio y pulcritud, ver familias vivir decentemente, lejos de la suciedad y el ruido de la ciudad, lejos de las tentaciones de los bares. La promesa de Cerdaw Road, Oak Drive y Willow Park era la de una vida mejor en el mundo mejor que parecía extenderse ante ellos. Paul fue un niño irritable. Lloraba la mayor parte del día. La paz no se asentaba en la nueva casa hasta después de acostarlo, cuando agotado del trauma de sus horas despierto, dormía larga y profundamente. Iris intento todos los métodos conocidos para apaciguar los sonidos que llegaran a la cuna. Su hermana Ruth acudía a menudo a echar una mano. Onagh Byrne, una amable vecina que vivía dos casas más allá se alisto también a los intentos de pacificación de Paul. Norman, que era ahora un sensible niño de ocho años, paseaba a menudo a su hermano pequeño alrededor de la manzana para darle a Iris un respiro. Iris estaba segura de que algo iba mal. Nadie lloraba a menos que quisiera llamar la atención. Cuando tenía ya dos años, Iris llevo a Paul al doctor Lee Kidney, un conocido especialista del Hospital de Crumlin para niños. El doctor Kidney no pudo encontrar nada malo en el joven paciente, pero sugirió que se quedara en observación en el hospital durante una semana. La buena noticia, siete días más tarde, fue que Paul era sano y normal. La mala noticia fue que era poco probable que dejara de querer llamar la atención. Bobby había comprado un pequeño coche, un NSU Prinz. Al llegar a casa del trabajo a la seis, se quedaba sentado fuera del coche para leer el periódico de la tarde, porque sabía que no habría paz dentro hasta que Paul se fuera a la cama. Las noticias del mundo parecían buenas en 1963. John F. Kennedy, el joven presidente americano, de ascendencia irlandesa, había venido a simbolizar una nueva era de paz, justicia y prosperidad. El abismo que separaba la bondad en los corazones de la gente normal de la política de los líderes mundiales parecía ahora más angosto que nunca. En Gran Bretaña, el líder laborista Harold Wilson prometía terminar con treinta años de gobierno conservador. Habría una nueva Gran Bretaña, prometía Wilson, «forjada en el calor blanco de la revolución tecnológica». Como anticipación de los tiempos mejores que iban a venir. Gran Bretaña empezó a bailar el sonido de los Beatles, cuya juventud, irreverencia y entorno provinciano de clase obrera eran juzgados reales y en consecuencia buenos. Las divisiones sociales basadas en las clases que habían paralizado Gran Bretaña dejarían de existir. La nueva aristocracia estaría basada en el talento, la imaginación, y sobre todo estaría abierta a la gente y a las ideas de todas las clases y educaciones. La antigua élite gobernante había acabado sus días. En los Estados Unidos, el racismo estaba siendo enfrentado por el presidente Kennedy y su hermano Robert, el fiscal general. La administración había declarado su intención de ceder el poder a los hombres y mujeres «mejores y más brillantes» de América, que arrojarían la injusticia a los rincones más oscuros de la mayor democracia del mundo. Puesto que Kennedy era de ascendencia irlandesa y católico, Irlanda podía identificarse fácilmente con el estado de ánimo general. También había otras buenas razones para el optimismo nativo. El Segundo Concilio Vaticano del Papa Juan XXIII apuntaba hacia ello en asuntos tales como el control de la natalidad y el ecumenismo, era posible que la iglesia romana fuera en el futuro más sensible a las preocupaciones cotidianas de su gente. La gracia de Dios parecía, en 1963, al alcance de la 16

Unforgettable Fire: La Historia de U2 mano de aquellos a quienes les importaba. El gobierno irlandés, capitaneado por el taoiscach Sean Lemass, había situado la prosperidad económica en el primer lugar de la agenda nacional. Trabajos y viviendas para la gente antes que el viejo sueño nacionalista de una Irlanda Unida, hacia el cual se mostraba decididamente agnóstico era el armazón sobre el que Lemass había edificado su plataforma política. En 1963, el IRA era un anacronismo. Aunque una Irlanda Unida seguía siendo la aspiración declarada de todos los partidos políticos irlandeses, todos admitían también que la unidad tenía que ser conseguida por medios pacíficos. En realidad, la raison d’etre del Ejército Republicano Irlandés no estaba en la agenda política de los años 60. Comprendiendo esto, y admitiendo su creciente aislamiento de público, tanto el norte como al sur, mucho de los más esclarecidos luchadores del movimiento hablaban de abandonar la lucha armada, entrar en la política parlamentaria. Aquellos que seguían creyendo en las armas sumaban menos de cien, fanáticos con oxidadas armas de antes de la guerra que eran como reliquias de una causa perdida. La revolución violenta era un callejón sin salida espiritual al que el pueblo irlandés se negaba a entrar. El mundo era un lugar optimista aquel verano de 1963. Había razones para creer que los chicos buenos estaban ganando. Todas las soluciones estaban aun por hallar, pero la retorica era esplendida, los héroes convincentes. Junto a los Kennedy, el Papa Juan y Harold Wilson, había otros, como Martin Luther King, Bob Dylan y Muhammad Ali, cruzados en busca de la verdad, la belleza y la justicia para todos. En junio de 1963, John Kennedy visitó Irlanda, confiriendo al país un glorioso sentido de participación en los acontecimientos mundiales. El presidente llegó al aeropuerto de Dublín una opaca y cálida tarde de junio. Su caravana automovilística se abrió camino por la ciudad a lo largo de la Drumcondra Road, una de las arterias principales. Bronceado y apuesto, con una amplia y graciosa sonrisa, recibió la «bienvenida a casa» de decenas de miles de personas. Como frecuentemente recorrió la nación en días anteriores, él era uno de nosotros. Y así podíamos sentir que nuestra isla era la fuente de la sabiduría, valor y belleza del joven presidente de los Estados Unidos ahora personificado. Bobby Hewson llevó a Norman y a Paul a la avenida principal para ver pasar a Kennedy en su coche descubierto. Paul, a los tres años había dejado de llorar todo el día y ya hablaba. Era un niño lleno de curiosidad, pensaba Bobby. Una tarde de aquel verano había observado a Paul en el jardín de atrás. El niño estaba haciendo algo junto a un arbusto, hablando consigo mismo. Cuando Bobby se acercó a él, sobresaltó al ver una abeja que arrastraba por la palma abierta de la mano de Paul. Le gritó una advertencia, diciéndole que podía picarle. -No, papá - sonrió Paul -. Nos hemos hecho amigos. Cuando al año siguiente Paul estuvo listo para ir a la escuela, Norman estaba preparado ya para pasar a la escuela de segunda enseñanza, la prestigiosa Escuela Secundaria Protestante. Norman era un buen chico, brillante, académicamente concienzudo, obediente y una gran ayuda en la casa. Si le pedias que subiera al piso de arriba en busca de tu cepillo para el pelo, estaba de vuelta en treinta segundos. Si se lo pedías a Paul, bajaba diez minutos más tarde. -¿Dónde está mi cepillo? – le preguntabas. -¿Cepillo? – Respondía Paul - ¿Qué cepillo? Parecía vivir en un mundo propio la mayor parte del tiempo. Cuando no estaba soñando despierto, estaba yendo de un lado para otro de la casa, haciendo preguntas y generalmente metiendo la nariz en los asuntos de Bobby y Norman. Paul empezó a ir a la escuela en la Escuela Nacional de Glasnevin, en la avenida Botánica de Glasnevin. Como había hecho con Norman, Bobby había decidido que Iris educara a Paul en la fe protestante. Glasnevin era una escuela primaria protestante, a diez minutos en autobús de Cedarwood Road. De haber sido católico, Paul hubiera ido a la escuela nacional local en Ballymun, 17

Unforgettable Fire: La Historia de U2 junto con los demás chicos de Cedarwood. Así, sutilmente, pausadamente, sin dramatismo, el proceso separador del apartheid irlandés empezó su trabajo. Eras un «proddy», de alguna forma distinto, aunque vivieras en la puerta de al lado. Esto no importaba a Bobby e Iris. El suyo era un matrimonio mixto, así que tenían un pie en los dos campos. La mejor amiga de Iris, Onagh Byrne, que vivía en el número 14 de Cedarwood, era católica. Nunca hablaban de religión, en realidad nunca pensaban en ella. De todos modos estaba allí, flotando en el entorno, visible solo los domingos por la mañana, cuando todos acudían a los oficios. Paul jugaba en la calle con los chicos de la señora Byrne, que tenían más o menos su edad. Los campos detrás de las casas, llenos de hierbas y abiertos al viento, eran un maravilloso campo de juegos. Había amenaza y misterio entre los montículos y las hondonadas, la maleza y los arbustos. Las tiendas locales al final de Cedarwood proporcionaban una fuente alternativa de aventuras. A Paul le encantaba la vida en la calle. Apenas había regresado de la escuela e Iris le había dado la comida, salía, sin que volvieran a verle hasta el anochecer o la hora del té, según lo que llegara primero. Paul era un pícaro, absorto en el melodrama que le aguardaba fuera de la puerta delantera del número 10 de Cedarwood Road. En la casa, Iris era su aliada y protectora. Debido al abismo de casi ocho años entre ellos, los hermanos Hewson vivían vidas separadas. Tenían distintos intereses, distintos amigos y distintos temperamentos. Norman escuchaba a Bobby, Paul no lo hacía o al menos no le prestaba atención. Norman no perdía sus libros escolares. Norman permanecía tranquilo mientras Bobby se relajaba escuchando su tocadiscos por las tardes. Paul se ponía a cantar, o se entremetía de alguna otra forma. Bobby era un padre severo. Le gustaba ser obedecido, y a menudo echaba a Paul de la habitación. Paul protestaba, intentando decir la última palabra. Una noche Bobby perdió la paciencia, agarró al chico por el brazo y lo echó físicamente de la habitación. Todo quedó tranquilo. Diez minutos más tarde Bobby abandonó su sillón para investigar…, y justo al otro lado de la puerta de la sala de estar había una piel de plátano en el suelo, dejada por Paul, que permanecía agazapado en las sombras del vestíbulo aguardando pacientemente a que su padre resbalara hacia la derrota. En tales momentos Iris intercedía a favor de Paul. Bobby y Norman le querían, pero podía convertirse en un terrible fastidio después de un duro día de trabajo o estudio. Con Iris era profundamente afectuoso, se hacía querer, y era muy vulnerable a causa de la confianza que depositaba en el mundo en general y de anhelo que sentía hacia la aventura, los descubrimientos y los estímulos. Físicamente bajo y fornido, vital y de espíritu intenso, Paul era, a los ojos de Iris, no muy distinto del hombre al que había conocido hacía años en Oxmantown Road. Cada domingo por la mañana la familia asistía a los servicios religiosos tomando caminos diferentes. Iban en coche, y Bobby dejaba a Iris y los chicos fuera del templo de la iglesia de Irlanda en St Canice antes de encaminarse a solas a la misa de once en el templo de la iglesia católica de St Canice. Cuando terminaban los servicios, Bobby se sentaba fuera y esperaba para llevarlos de vuelta a casa. Paul se sentía separado de la comunidad protestante. Eran ligeramente más elegantes, un poco más reservado, de alguna forma altanera, algo más a la moda de lo que notaba que eran él y su familia. Se sentía católico entre los protestantes, un poco más tosco, algo menos unidos de lo que ellos parecían estar. Entre los católicos se notaba también igualmente extraño, sabiendo que escuela e iglesia lo separaban, le hacían distinto de los demás chicos de la calle. El ritual de los domingos por la mañana de la familia Hewson daba forma y sustancia a la vaga pero constante sensación de separación. Paul creció con ella. Los domingos suscitaban las preguntas: ¿Qué era él? ¿A qué lugar pertenecía? El que fueras identificado, tanto social como espiritualmente, por la iglesia a la que acudías, solo servía para aumentar la confusión de Paul. Como parte de una iniciativa radical de alojamientos para sanear algunos de los peores barrios del interior de las ciudades de Europa, el gobierno irlandés construyó Ballyum Flats en 1967. El lugar 18

Unforgettable Fire: La Historia de U2 elegido fue el espacio verde detrás de Cedarwood Road. Aquel intento de hallar una solución instantánea a un problema con varias décadas de antigüedad no fue bien recibido por la comunidad existente, que temía perder el carácter inocente de su agradable suburbio. El gobierno planeaba crear una ciudad satélite para albergar a varios miles de personas del peor barrio de la ciudad, con la construcción de siete torres de edificios de departamentos. La llegada de las maquinas excavadoras, las grúas y los constructores a los campos detrás de Cedarwood trajo una nueva y enormemente entretenida diversión a las vidas de Paul, que entonces tenía siete años, y sus amigos. Paul era un compañero de juego popular pero en cierto modo esquivo. Sentía tanta curiosidad por la gente como por todo lo demás. Esto conducía a una constante inquietud, a una tendencia de ir de amigo en amigo, de grupo en grupo. Así descubrió a los Rowen, que vivían en la esquina, una alborotadora e indisciplinada familia de Hermandad de Plymouth, una secta protestante caracterizada por una extrema simplicidad de creencias. La Hermandad basaba su fe en una interpretación literal de la biblia, y en un contexto irlandés de los Rowen constituían una presencia extraña. Paul se hizo muy amigo de Derek Rowen. Derek era rubio, inteligente, de rasgos y mente afilados. El lazo de amistad que se estableció entre Paul y Derek se debió en gran parte a su sensación mutua de no pertenecer a la comunidad suburbana convencional en la que vivían. Alimentado en el entorno liberal de su familia – los Rowen eran once, más papá y mamá -. Derek era inusualmente independiente. Si bien la separación que sentían él y Paul con respecto a los demás estaba arraigada sobre todo en su entorno religioso, también se extendía a otras cosas. Se reían ante la idea del futbol, una pasión que consumía a los otros chicos. La visión de desnudas y peludas piernas persiguiendo un balón de un lado para otro divertía enormemente a Paul y Derek. Descubrieron que compartían un interés en trastear con las pinturas, y más de un soleado día de verano lo pasaban sentados en el garaje de Paul, dibujando y pintando. A veces salían a campo abierto en busca de aventuras. El hermano mayor de Derek, Clive, capitaneaba a menudo aquellas expediciones. Clive era renombrado por sus habilidades de organizador y líder. Derek le adjudico el nombre de «Clive Whistling Fella», Clive el Silbador y más tarde el de «Clive Jive», Clive el Burlón. La casa de los Rowen se convirtió en un segundo hogar para Paul. Entre el caos creado por once chicos en una pequeña casa con tres habitaciones arriba y dos abajo, sus propias debilidades pasaban desapercibidas. Siempre había alguien con quien hablar o a quien oír. El día de su decimo cumpleaños, Paul eligió a Derek para que lo acompañara al cine a ver Dos hombres y un destino. El cine era algo que estaba fuera de los límites de los miembros de la Hermandad Plymouth, pero la madre de Derek hacia ojos ciegos a aquellas pequeñas transgresiones, en la creencia de que el señor Rowen no las descubriría. Robbie Rowen trabajaba por aquel entonces para Ever Ready. Era un severo abogado de las creencias de la Hermandad, que se sentía perfectamente feliz de explicar al joven Hewson, que siempre estaba pidiéndole información. Las iglesias establecidas se mostraban más interesadas en el poder y en su posición en el mundo que en Dios, argumentaba el señor Rowen. La mundanalidad y todas las demás trampas de la adoración religiosa se situaban entre el hombre y su Creador. Jesús estaba dentro de todos nosotros, era accesible a todos nosotros. Los rituales, la parafernalia y las rivalidades por el dominio que obsesionaba a las iglesias ortodoxas eran obstáculos creados por el hombre y no se acercaban a la autentica devoción. La palabra de Dios estaba escrita en la Biblia, y sólo eso debía ser nuestra guía. El señor Rowen explicaba luego la política de la Reforma y lo que había seguido. Todo aquello exaltaba la mente de Paul. Las reglas y regulaciones que ataban su propia vida, la confusión de la distintas escuelas y la iglesias separadas los domingos, el mismo asunto católicos-protestantes, todo aquello parecía absurdo a la luz de lo que decía Robbie Rowen. Por eso airearía el tema en su casa. 19

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Cuando Paul intentó iluminar a la gente del número 10, la única respuesta que recibió fue que subiera arriba e hiciera sus deberes. En casa seguía siendo el niño, al menos para Bobby y Norman, que ya trabajaba y era tomado en serio por su padre. La distancia entre Paul y su padre y su hermano mayor era demasiado grande. Para ellos no era más que un niño, y los Rowen eran, por decirlo educadamente, excéntricos. Cualquier discusión acerca de Dios y el significado de la vida deberían esperar hasta que Paul creciera, se organizara mejor y se concentrara un poco más de lo que había estado haciendo hasta ahora. Desdén no era la palabra. Aparte del comportamiento cada vez más inconstitucional de Paul, el número 10 de Cedarwood Road era un oasis de satisfacción suburbana. Bobby e Iris estaban más enamorados que nunca tras veintiún años de matrimonio. A veces dejaban a Norman y Paul con Ruth, la hermana de Iris, y se marchaban juntos de vacaciones. Bobby jugaba al golf los sábados por la mañana. Seguía tocando con la Sociedad Musical y actuaba en obras de aficionados durante la temporada. Tenía su colección de discos y su pintura. Onagh Byrne, desde su casa, podía oír a menudo a Bobby cantar alegremente en el cuarto de baño de los Hewson. De su tensa relación con Paul podía decirse que Bobby, como la mayor parte de los padres irlandeses de su generación, creía que un niño de once años debía ser visto pero no oído. Iris pertenecía también a la tradición irlandesa de amas de casas. Comprendía mejor a sus tres hombres de lo que éstos se comprendían entre sí. Emotiva física y psicológicamente, era la proveedora de confort y seguridad. Ella siempre se ponía al final: Iris era de las que daban. Lo que daba era estabilidad. Pasaba mucho tiempo con Ruth comprando en la ciudad o hablando de sus hombres o de la familia en general. Pertenecía a la Unión de Madres. Los fines de semana de verano él y la familia iban a Rush, en la costa, donde los Rankin eran propietarios de un chalet en la playa. Se sentía completamente feliz con aquella vida familiar. Al contrario de Norman y Bobby, Iris se sentía interesada por Paul, sus ideas, deseos, ambiciones. Comprendía sus frustraciones. Durante el verano de 1971. Paul se enfrentó a otra crisis. Acababa de terminar la escuela primaria en Glasnevin. Tras las vacaciones, iba a ir a la escuela de San Patricio en la ciudad. La escuela había sido instalada a la sombra de San Patricio, la más austera de las dos catedrales protestantes de Dublín, edificada en 1190 por John Comyn el primer inglés que se convirtió en arzobispo de Dublín. La historia no impresionaba a Paul. Él deseaba ir a la misma escuela secundaria de Norman. Pero Norman había conseguido una beca. Los gastos, explico Bobby, eran demasiado elevados, y además la escuela secundaria de Norman había sido trasladada ahora a Dartry, unos cuantos kilómetros más al sur del Lado Sur. Paul tendría que tomar dos autobuses. San Patricio era una escuela perfectamente buena. Eso era todo. Paul se había desenvuelto bien en la escuela nacional de Glasnevin. Había terminado el segundo de su clase. Era un chico brillante, que se portaba bien, aunque un tanto desaliñado. Después de la escuela siempre vagabundeaba un poco por Griffith Park, a lo largo de la avenida Botánica, un lugar de reunión para los chicos de Dromcondra. En Tolka siempre se producían pequeñas escenas que implicaban chicas, fumar, música y deporte. Paul iba mucho con los grupos de música. Una de las ventajas de tener un hermano mayor era la sofisticación musical que recibía al escuchar los discos de Norman. La mayoría de sus contemporáneos estaban en la música pop, pero Paul, gracias al buen gusto de Norman, podía hablar con autoridad de cosas más serias. Dejaba caer nombres como Jimi Hendrix, Keith Moon y Pete Townshend. Los chicos mayores se sentían impresionados. San Patricio no tenía nada que ofrecerle…, ni el soplo de vida que clase baja que se captaba en Griffith Park, ni el estilo y elegancia del consumado protestantismo que, tras su perpetua sensación de ser más tosco, más torpe, menos pulido, había prometido conferirle la escuela secundaria. San Patricio, se dio cuenta, era para protestantes no tan elegantes como eso. Se resintió de ello. Al principio intento que funcionara. No le gustaba el deporte, pero se apuntó al 20

Unforgettable Fire: La Historia de U2 fútbol y al hockey. Su recia constitución física hacia que fuera útil en el campo de fútbol. Él prefería el ajedrez, que había persuadido a Bobby de que le enseñara. Durante un tiempo se dedico a fondo al ajedrez. Ganarle a Bobby lo inspiró a seguir adelante. Jugó representando a Ballymun en los juegos de la comunidad. Terminaron segundo en el torneo irlandés. Se unió a un club de ajedrez y participó en una competición internacional para juniors en el Wesley College, un establecimiento educativo para clase elegantes. Pero el problema con el ajedrez era su naturaleza solitaria. Tenía que viajar solo al otro lado de la ciudad. Lo separaba de sus compañeros. Aunque su pericia en el juego proporcionaba a Paul confianza en un momento en que la necesitaba, el ajedrez, cerebral y lento, no era en realidad la respuesta. Como tampoco lo era San Patricio. En Glasnevin, Paul había sido un gran pez en un pequeño estanque. En San Patricio era Hewson. Nadie le prestaba mucha atención. Empezó a faltar a clases, vagabundeando todo el día. Sableaba un poco de dinero a los turistas americanos que acudían a visitar la catedral. Con unos cuantos billetes en el bolsillo, pasaba el resto del día en la escuela paseando por entre las tiendas y los cafés de la zona entre la calle Grafton y Stephen’s Green. Haciendo novillos, o volviendo a Griffith Park después de la escuela en los días en que decidía asistir. Paul mantenía sus lazos con el pasado. Fingía que San Patricio era algo que no estaba ocurriendo. Su cuerpo estaba allí, pero no su mente. No trabajaba en clase. La maestra de español era particularmente despectiva hacia él, ignorándole casi todo el tiempo. Miraba su trabajo y, sin mostrar la menor emoción, trazaba líneas sobre todo lo escrito y se lo devolvía sin ningún comentario, sin siquiera mirarle. A la hora de comer solía ir con sus bocadillos al Cathedral Park, fuera de los límites permitidos a los estudiantes. Un día, Paul, humeando resentimiento, la siguió. Escondido detrás de unos arbustos, arrojó excrementos de perro a su atormentadora profesora. Fue sorprendido y cogido. No fue expulsado, pero las autoridades escolares no derramaron ni una sola lágrima cuando le comunicaron que no volviera durante todo el año académico de 1972-73. Paul había oído hablar del Mount Temple, y Bobby había leído sobre el colegio en los periódicos. Mount Temple había ocupado los titulares en el verano de 1972 debido a que iba a abrir sus puertas como primera escuela no religiosa, no exclusiva, y coeducativa, de Dublín. Sonaba radical, excitante y en el contexto de la educación irlandesa, sospechosa. La educación en Irlanda era algo más que simplemente aprender. La escuela, se decía, era una preparación para la vida: pero el ritmo de vida que ellos deseaban que llevaras. Así pues, los católicos debían recibir una educación católica. Los de habla irlandesa debían recibir una educación hablada en irlandés. Los chicos debían recibir una educación general. Las chicas, el tipo de educación que asegurara que iban a convertirse en buenas esposas y madres. Las clase superior debería ser entrenada para dirigir y por supuesto la clase media, servir. El resto debía recibir una educación mínima, la suficiente para que les permitiera participar en el proceso sin comprender necesariamente cómo funcionaba. La iglesia católica, cosa no sorprendente, estaba profundamente implicada en todo el sistema educativo irlandés. Los chicos eran suyos. Como los jesuitas les gustaba alardear: «Dadme a un chico hasta que cumpla los siete años, y será mío para toda la vida». Podía confiarse en los padres para la tarea de inculcar a sus hijos cantidades suficientes de Lo Correcto. Así, las divisiones religiosas, culturales y sociales en la sociedad irlandesa se veían perpetuadas en las aulas. Mount Temple se proponía ser distinto. Allí las distinciones serían borradas, las barreras eliminadas. Allí la gente recibiría educación, no adoctrinación. Allí el chico se sentaría al lado de la chica, los que tuvieran inclinaciones académicas coexistirían con aquellos cuyos talentos eran más prácticos. Allí en la escuela experimental, el lado de clase media del profesor de Howth compartiría un libro con la del comerciante del poco sofisticado suburbio de Donnycarney. Y por supuesto lo mas adelantado y por ende, mas crítico en aquel oasis educativo, sería que católicos y protestantes aprenderían lado a lado bajo un mismo techo. 21

Unforgettable Fire: La Historia de U2 En Mount Temple dejarías cada mañana tus prejuicios junto a la puerta. Quizá los volvieras a recoger de nuevo a la salida a las tres, pero las ideas sectarias acerca de la clase, sexualidad y religión no resultarían reforzadas por la experiencia de estar en Mount Temple, como ocurriría en el resto de Irlanda.

Paul Hewson Bobby Hewson, que sabía más que la mayoría acerca de intolerancia, necesito poco para persuadirse de que Mount Temple era el lugar ideal para su veleidoso hijo menor. Aparte de su espíritu ecuménico, la nueva escuela se hallaba sólo a unos tres kilómetros a lo largo de la avenida Griffith, pasados los antiguos suburbios de Whittehall, en Malahide Road. El lugar había estado ocupado por Mountjoy School una escuela privada protestante masculina, que había estado luchando durante años para llenar sus clases. En la Irlanda de De Valera el cinco por ciento de la población era protestante. En 1972 esta cifra se había visto reducida a algo entre el tres y cuatro por ciento. Había menos protestantes debido a que éstos, al contrario que sus vecinos católicos, utilizaban anticonceptivos para regular el tamaño de sus familias. De los protestantes que habían ido naciendo, muchos se habían enamorado de católicos y, sucumbiendo a las presiones de la auténtica iglesia, habían abandonado su fe para convertirse al catolicismo. De ahí que el núcleo de Mount Temple estuviera formado por la reunión de cuatro escuelas protestantes: Mountjoy, Marine, Bertrand y Russell. No mucho de esto tuvo que ver con la inscripción de Paul, que tenía entonces trece años. La naturaleza de amplia libertad religiosa y social de la nueva escuela lo atrajo. Pero lo que más le importaba era el hecho de que en Mount Temple podría empezar de nuevo. En muchos aspectos era un muchacho feliz, querido y sano, y socialmente popular. Su familia gozaba de una prosperidad que, aunque relativamente modesta, era auténtica en comparación con la vida en Ballymun Flats, detrás de Cedarwood Road, o la enorme ciudad dormitorio para la clase trabajadora de Finglas, que se extendía el oeste del viejo Ballymun. Materialmente, Paul se sentía 22

Unforgettable Fire: La Historia de U2 seguro, tan seguro y poco preocupado que frecuentemente olvidaba pedirle a Bobby dinero para su bolsillo. Lo que le preocupaba era más personal, tenía que ver con espíritu e imaginación antes que con la calidad de vida. Había una vaga sensación de no pertenecer que, en sus momentos más reflexivos, cuando no podía ser camuflada por la actividad de la vida cotidiana, se hacía realmente aguda. No era católico como su padre, y tampoco poseía el estilo frio e indiferente de los protestantes que encontraba cuando iba a la iglesia con Iris los domingos. Recordaba haber ido en una ocasión a la iglesia en el coche de unos amigos protestantes, y haberse sentido vulgar, torpe…, casi sucio. Socialmente le gustaban sus vecinos católicos, la señora Byrne y sus hijos, se sentía bien en su casa jugando con ellos. Pero sabía, sentía, que en asuntos del espíritu había un punto de ruptura en alguna parte, en la coyuntura donde la vida se convierte en algo serio, personal. Lo mismo podía decirse de los Rowen, cuyo protestantismo radical le intrigaba, porque no fuera el suyo. Espiritualmente, Paul existía en un mundo crepuscular en alguna parte entre el catolicismo de los Byrne y el protestantismo de los Rowen. No un católico como Bobby, ni el tipo de protestante que era Iris. Incluso en casa era el extraño, el chico que no encajaba. Mientras en casa Paul estaba dispuesto, aunque no siempre lo conseguía, a defender su rincón, afuera mantenía una postura vigilante. Se adaptaba a las circunstancias en que se encontraba, o a la gente con la que estaba. Para los Byrne, los Rowen, el grupo callejero de Griffith Park, era Paul…, encantador, divertido, curioso y, cuando imitaba a maestros, padres y otros que no comprendían, hilarante. Todo aquello era estupendo, pero seguía existiendo, royéndole constantemente, una sensación de no pertenecer, de ser extranjero, espiritual y socialmente. Mientras Paul crecía, Irlanda había experimentado un cambio brutal, de modo que cuando entró en Mount Temple en 1972, la nación se hallaba sumergida en un torbellino. El IRA volvía a ser un asunto serio, la cuestión nacional estaba de nuevo en la agenda. Sean Lemass había muerto. Con él se había enterrado el concepto de aproximación entre el Sur Republicano y el Norte Unionista que había florecido brevemente durante la década anterior, cuando, reflejando el optimismo universal de los años 60, las dos tradiciones históricamente irreconciliables habían hallado por un tiempo un terreno común. Lemass fue el primero en repudiar la rabadilla republicano-nacionalista. El rostro moderado del Unionismo del Norte estaba personificada por el capitán Terence O’Neill, primer ministro de Irlanda del Norte que respondía a Lemass y al espíritu de la época aceptando la naturaleza profundamente sectaria de la provincia que gobernaba. O’Neill prometía reformas destinadas a terminar con la discriminación con los católicos en lo que a viviendas, empleo y escuela se refería. O’Neill declaro también su intención de hacer algo acerca de la justa y arbitraria división de los registros electorales, por la que a los nacionalistas se les negaban una justa representación en el Parlamento de Irlanda del Norte en Stormont. Trágicamente, las promesas de Terence O’Neill desembocaron en el suicidio político. No pudo conseguir el apoyo de su Partido Unionista, que no estaba dispuesto a conceder lo que sostenía del mismo modo que no estaba dispuesto a concederlo, por su lado y a la inversa, la iglesia Católica en el sur tampoco quería aceptar la negación de los cambios. O’Neill fue destituido sin ceremonias. Pero la más fea esencia del Unionismo había sido expuesta a la luz. Se había recordado a católicos-nacionalistas, y a muchos que en el fondo de su corazón no eran ninguna de las dos cosas, que Irlanda del Norte era un estado protestante. Los grupos pro derechos civiles ocuparon las calles, donde fueron brutalmente apaleados por las fuerzas de policía protestantes y los ciudadanos protestantes más extremistas cuyo mandato alcanzaba las más altas autoridades. No iban a rendirse a los derechos civiles. Este mensaje fue brutalmente subrayado por los grupos de policías que persiguieron a los manifestantes pro derechos civiles dentro de los barrios católicos de Derry, Belfast y Newry. Fue en ese momento que aprovechando la coyuntura social, el IRA nació como defensor de los derechos civiles y de aquellos que abrazaban ideales nacionalistas, y vio como sus filas se llenaban 23

Unforgettable Fire: La Historia de U2 a rebosar con hombres y mujeres jóvenes ultrajados por la brutalidad unionista. El ejército británico llegó para poner paz, y como tal, fugazmente aclamado por los Protestantes. Pero la realidad era que el ejército iba a defender, como último recurso, el status quo de años. El status quo era el unionista protestante, fundamentalmente sectario. El mal separatista de nación y religión fue institucionalizado del mismo modo que en el sur había sido constitucionalizado. La injusticia y la opresión en el Norte infecto toda la isla. El talante conciliador de Lemass no era en 1972 más que un amargo recuerdo. Volvía a ser el momento para aquellos que creían que lo esencial se había olvidado, era para aquellos que creían que eran auténticamente, patrióticamente e indudablemente irlandeses y reafirmar sus declaraciones de lo que era, y lo que no era, irlandés. El odio hacia los ingleses, sus soldados, su idioma, cultura y sus religiones eran fundamentales para el racionalismo amarrado y estrecho de miras que ahora estaba volviendo de nuevo a la superficie en la vida irlandesa. Nada reflejó tan elocuentemente la nueva actitud como el espontáneo estallido de odio dirigido contra los ingleses en Dublín el 1 de febrero de 1972. El estallido nació porque el día Domingo 30 de Enero anterior, en Derry, el célebre regimiento de paracaidistas del ejército británico había abierto fuego contra una manifestación con ocasión del primer aniversario del encarcelamiento sin juicio, que había permitido el arresto y la prisión indiscriminados de centenares de reconocidos nacionalistas sin ninguna otra razón más que el hecho de ser reconocidos. Trece personas, la mayoría de ellas inocentes, murieron en el Bogside aquel domingo sangriento. Por eso la noche del primer día de febrero, la embajada británica en la Merrion Square de Dublín fue incendiada hasta los cimientos. Aquel acto fue cometido no por el IRA, si no por varios miles de dublineses normales inflamados por la carnicería de la tarde en Derry. La herida nacional se abrió de nuevo, y su amargo pus rezumó en la psique de la nación, envenenado mente y espíritu. Volvieron a cantarse viejas canciones rebeldes, se compusieron otras nuevas, en el Norte y en el Sur, los hombres del IRA volvieron a surgir del frío, y nacieron nuevos reclutas en un minuto. El saqueo de la embajada británica fue una aberración, si bien una que alimento la fantasía nacionalista de la gente hacia la idea de expulsar a los ingleses de Irlanda. Era Ballymun, como en todos lados de la Irlanda urbana, incluidos Derry y el oeste de Belfast, la vida cotidiana se encargó sin embargo de impedir una solución tan simplista. La gente siguió leyendo las revistas de Fleet Street, viendo la televisión británica, riendo con Jimmy Tarbuk y Benny Hill, bailando a los sones de David Bowie, Mick Jagger y The Who, y extrayendo un placer indirecto, como hacían en Londres, Birmingham y Manchester, de lo que ocurría detrás de las puertas del palacio de Buckingham. Si el ser antibritánico era una parte fundamental de ser irlandés, entonces teníamos un problema de identidad de proporciones épicas. En muchos aspectos, la vida en la parte de Irlanda donde vivía Paul Hewson siguió sin el menor cambio. La gente de Cedarwood, y por supuesto la inmensa mayoría de la gente de la República de Irlanda, podía distinguir entre la política del gobierno británico, que era resentida como insensible, indolente y estúpida, y la gente británica, que era captada como innatamente decente. Si bien a un nivel social las cosas seguían siendo como habían sido siempre, por toda Irlanda se produjeron cambios políticos y culturales como resultado de los problemas del Ulster. Hubo más robos armados en bancos y oficinas postales, para proveer de fondos a la guerra de liberación del IRA e inició entonces una gira por toda la nación en busca de esa rehabilitación. Sus discursos a los intransigentes residuos de su partido republicano Fianna Fail eran en código. Todo el mundo sabía dónde estaban sus simpatías. Las canciones que se cantaban a la hora del cierre en los pubs de Dublín no estaban codificadas. Los himnos estaban dedicados al IRA y a la gloriosa guerra que libraba con bombas y balas. El hecho de que el IRA fuese una organización terrorista, que en sus filas fuera muy probable encontrar tanto al psicópata como al idealista, al gánster o al estúpido bienintencionado, y ese era un punto de vista que tenias que guardarte para ti mismo en 24

Unforgettable Fire: La Historia de U2 momento del cierre de los pubs. Pese a la naturaleza subhumana de muchas de las atrocidades del IRA, el taladrar agujeros en las piernas de un soldado Ingles, la «justicia» de sus improvisadores tribunales, las bombas de los almacenes y estaciones de ferrocarriles, el asesinato de hombres inocentes ante los ojos de sus familias, y pese a la inexpresable maldad de esos crímenes, el IRA se estaba abriendo camino en el proceso político de Irlanda. A través del Sinn Fein, su frente político, tomo posiciones en un amplio abanico de cuestiones, desde el sindicalismo y alojamiento, sanidad y educación. La horrible violencia de Ulster quedaba así enmascarada en respetabilidad política. Esta ilusión era ayudada e instigada por las canciones a la hora del cierre de los pubs, que evocaban el glorioso pasado antes de que el sórdido presente. Wolfe Tom y los héroes de 1916, Pearse y Connolly, resurgían en las baladas de los pubs para conferir legitimidad al mal de aquí y ahora. Aunque gran parte de las nuevas generaciones a las que iba dirigida la propaganda del IRA se resistía a esa llamada emotiva, muchos extendían su simpatía, si no su decidido apoyo, a la renacida causa de la libertad irlandesa. Era virtualmente imposible ser joven e impresionable en los años 70 y no sentirse infectado, en mayor o menor extensión, por el virus radical o un violento republicanismo. ¿Acaso era correcto permanecer ocioso mientras los nacionalistas del Norte eran discriminados, encarcelados y torturados? ¿Qué clase de irlandés eras? ¿Dónde podías situarte en relación con la historia, cultura, tradiciones irlandesas, si volvías la espalda al movimiento republicano? ¿Dónde se hallaba el moderno irlandés con respecto a la antigua lucha por la libertad de su patria? ¿Acaso él, acaso tú, negabas los siglos de opresión, la brutalidad de Cromwell, el Hambre, el perverso terror de los Black and Tan, los policías reclutados por Inglaterra para luchar contra la rebelión de los irlandeses de 1919? ¿Por qué estabas con la música de David Bowie, y el insaciable apetito por una variopinta cultura extranjera, traicionando así tu herencia y a las decenas de miles que habían muerto para que tú pudieras vivir? Las nuevas generaciones se enfrentaban ahora a esas preguntas. Ningún joven razonable, hombre o mujer, podía evitar el reflexionar sobre ellas. Mount Temple no decepcionó a Paul. Era diferente, un oasis con tolerancia donde el Dios en el que creías no importaba más que dónde trabajara tu padre. Para tener éxito sólo necesitabas ser brillante y atractivo. No llevabas uniforme escolar, un gesto claro y simbólico de individualidad. El régimen era esclarecedor, tan dispuesto a oír cómo enseñar. Se discutían las cosas, se promovían las ideas. Mount Temple era, en todos sentidos, una institución más amplia que cualquiera a la que Paul hubiera asistido antes. Absorbió emocional e intelectualmente todo lo que tocaba. Con un papel secante humano, recogía todas las ideas, todos los matices, de la religión, la cultura y la personalidad que flotaban a lo largo de los pasillos de aquel poblado sin clases. Se desenvolvió bien académicamente. Florecía en los temas en los que estaba más interesado, como la historia y el inglés. Era excepcionalmente bueno en arte, y un espléndido colaborador de Albert Bradshaw en la clase de música. Socialmente, Paul se hallaba como nunca en su elemento. Estableció una fuerte amistad con Reggie Manuel, un vecino protestante de Ballymun. Reggie era tranquilo, apuesto, bien vestido, listo. Poseía esa afectación protestante que Paul había admirado y envidiado durante tanto tiempo. Reggie tenía una amiga, Zandra Laing, hija del reverendo Laing, vicario de St Canice, la iglesia a la que asistía Paul con su madre los domingos. Zandra tenía largas piernas, llevaba minifalda y era deseada por casi todos los chicos de la escuela. El pasillo que recorría todo Mount Temple era conocido como La Galería. A la hora de comer o entre clases, los estudiantes se paseaban por ella, charlando, haciendo amigos, mirando furiosamente a los enemigos. Las chicas hermosas eran admiradas, los presumidos abucheados. Paul, Reggie, Cheryl Gillard, la amiga de primer año de Paul, Mark Holmes y Shane Fogarty formaban su propia pequeña pandilla, y pronto establecieron su presencia en La Galería. En su 25

Unforgettable Fire: La Historia de U2 estadio natural, Paul se hallaba en su elemento. Siempre ocurría algo cuando él estaba allí. Siempre estaba haciendo algún que otro avance muy a menudo en dirección a las chicas. Aunque tenía a Cheryl, estaba algo más que un poco interesado en Zandra, pese a su amistad con Reggie. Paul propuso abrir su propio disco-club en la vieja escuela de St Canice. El reverendo Laing aceptó ceder la escuela. Paul bautizó su nueva aventura con el nombre de La Telaraña. Paul era la araña, Zandra la mosca. Paul estaba a cargo de todo. Él organizaba y ponía la música, dando una soberbia impresión de disc jockey transatlántico. Muy pronto Reggie se convirtió en el hombre de ayer. Zandra fue la primera amiga seria de Paul. Las mujeres siempre se habían sentido atraídas hacia Paul. Mucho antes de Zandra, las madres de Cedarwood se habían fijado en él más que en otros jóvenes. No era particularmente guapo y su nervudo cuerpo lo era todo menos garboso, pero había en él una intensidad que llegaba a las mujeres, que podían ver más allá de la descarada sonrisa y captar el solitario y gentil muchacho que había dentro. Maeve O’Regan llegó a Mount Temple al inicio del segundo año escolar de Paul, en septiembre de 1973. Maeve era una muchacha impresionante, alta, de pelo oscuro, ojos verdes, muy hermosa. Era católica, y había sido enviada a Mount Temple por su padre, que creía en el concepto de educación no religiosa. Académicamente era brillante; llevaba tejanos y hermosas blusas; no llevaba sujetador; a los atentos ojos de La Galería personificaba la sofisticación. Maeve vio a Paul, y no le gustó. Era chillón, manifiesto, socialmente promiscuo, intentando llevarse a la cama a todas las chicas que veía, incluida ella. No iba a ninguna parte. Pero también vio su grupo. Eran chicos apuestos, todos excepto Paul, que parecía el sobrante de la camada. Obviamente se hallaban entre la jerarquía social de su año. Había en ellos un espirit of corps que resultaba seductor: parecían la pandilla a la que valía la pena unirse. Por aquel entonces el asunto de Paul con Zandra estaba terminando. Pero pronto iba a perderla ante Keith Darling, que era mayor y más tranquilo que Paul e indiferente a los petimetres de La Galería. A Paul no le importaba perder a Zandra, puesto que Maeve era ahora el objetivo de su intensidad, pero le importaba cedérsela a Darling, que, con la apasionada Zandra del brazo, tendría una razón más para mirar a Paul desde arriba. Paul necesito dos trimestres para romper la resistencia de Maeve. Para conseguirlo empleó todo el abanico de sus dotes personales. Maeve se descubrió riéndose ante sus chistes. Paul tenía dotes de gran actor para la mímica, y captaba las vitales inflexiones de voz o los movimientos necesarios para desnudar las pretensiones de aquellos maestros o rivales como Keith Darling que incurrían en su desagrado. Su utilización del idioma era hábil, sus imágenes vividas. En la clase de educación religiosa de Sophie Shirley, Paul utilizaba sus conocimientos superiores para impresionar a los demás, especialmente a Maeve era un tema en el que se hallaba considerablemente adelantado. Sophie Shirley era una dedicada profesora, su clase un foro para las ideas. Hablaba de las auténticas creencias en la ética cristiana, del abismo que se abría entre Cristo y las iglesias que lo representaban. Paul desafiaba. Inteligiblemente, apasionadamente, sabiendo de lo que hablaba. Era el abogado del diablo. Maeve se sintió convenientemente impresionada. Había más en Paul que su reputación de latoso de La Galería. Esto resulto confirmado en las clases de arte y música, donde su sensibilidad era evidente. En temas más académicos Paul estaba empezando a caer por debajo de sus compañeros más brillantes, porque en lo referente al trabajo escolar normal Paul era irremediablemente desorganizado. Convirtió esto en una ventaja con Maeve. Los martes por la mañana tenían una doble clase de arte. Se sentaban todos juntos para hablar de la vida, de la música, del arte. No siempre se mostraba espiritual pero alegre, y ella apreciativa ante la destreza de su mente, ante la forma en que manejaba palabras e imágenes. Después de la clase pasaban los quince minutos de descanso juntos. La siguiente clase era de ciencias, donde Maeve estaba por delante de él. Ella le pasaba las respuestas a las preguntas del señor Fox. Él le 26

Unforgettable Fire: La Historia de U2 escribía graciosas y divertidas cartas de agradecimientos. Su amistad creció y se hizo más profunda a medida que se acercaba a final de año escolar. Su reputación en La Galería se vio enormemente incrementada por su «captura», y más aún por su negativa a alardear de ello. De hecho, había muy poco, a nivel físico de lo que alardeaba. Los lazos entre Maeve y Paul eran antes espirituales e intelectuales que físicos. Maeve estaba muy al control en ese aspecto de las cosas, y Paul era en privado demasiado caballero, además de ser demasiado respetuoso, para forzar una salida. Su empatía con las mujeres estaba ligada directamente a su íntima relación con Iris, Paul hacia lo que se supone que debe hacer un muchacho en la calle, en la escuela, en cualquier grupo o circunstancia donde se hallara. Pero la ternura que era algo fundamental a su naturaleza pedía algo más que la postura machista que tan fácilmente conseguía afectar. Esto lo sabía muy bien, así que protegía a sus amigas, nunca las traicionaba, no rompía las confidencias que compartían, ni siquiera las más íntimas. En el verano de 1974 Paul se sentía más feliz, más confiado en sí mismo que nunca antes. Si bien Mount Temple no le había proporcionado todo lo que estaba buscando, al menos le había ayudado a llegar a un acuerdo consigo mismo. Si bien no veía aun claramente el camino ante él, al menos había perdido esa sensación de no pertenecer. Mount Temple era católico en el mejor sentido de la palabra, enfatizando lo que la gente tenía en común en antes que lo que la separaba en términos de cultura, clase o religión. Aquel año Bobby llevo a Iris a Roma en sus vacaciones de verano. Paul fue a Criccieth, en Gales del Norte, a un campamento de verano con los «Bee Dees». El Boys’ Department era la sección juvenil de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Ocasionalmente Paul iba con Derek y Trevor Rowen a una clase sabatina de estudio de la Biblia en la YMCA de Lower Abbey Street. Era un acontecimiento más social que bíblico. Su asistencia te calificaba para asistir al campamento de verano de los Bee Dees, que se celebraba cada año en alguna parte distante de las islas Británicas. Los muchachos montaban sus tiendas cerca de las playas, asistían a la clase sobre la Biblia por la mañana, y pasaban el resto del día disfrutando. En Criccieth, Paul vivió un apasionado romance de verano con una chica del lugar. Cuando Paul se marchó para volver a casa, prometió a Mandy que volvería, una promesa que iba a cumplir tres años más tarde. La primera semana de septiembre la familia de Iris se reunió para celebrar el cincuenta aniversario de la boda de sus padres, pasaron una noche estupenda, cenando y bailando, pero al día siguiente el padre de Iris murió. Había estado muy animado la noche anterior, de modo que su muerte fue un shock particularmente terrible e Iris se sintió muy afectada. Fue enterrado en el cementerio militar de la avenida Blackhorse. Los asistentes observaron lo frágil que parecía Iris en el cementerio. Se sostenía fuertemente entre Bobby y Ruth y cuando regresaron a los coches, Iris se derrumbó por causa de una hemorragia cerebral. Norman la condujo en el coche hasta el Mater Hospital, donde el primer diagnostico fue alentador. Mientras aguardaban noticias en casa de Ruth, Paul leyó la Biblia. Dios, decidió, no iba a permitir que su madre muriera…, pero lo hizo, cuatro días más tarde, el 10 de septiembre de 1974. Norman, Paul y Bobby regresaron desde el Mater a casa de Ruth, los dos muchachos a cada lado de Bobby, los tres apoyándose unos en otros, como si caminaran sobre la cuerda floja. Su mundo se había desenfocado bruscamente, violentamente, irrevocablemente. Después del funeral, Paul se fue a su dormitorio. Había perdido a su campeona, su refugio, la única persona que creía en él. Todo lo que era suave y gentil había desaparecido. Después de un rato, Bobby, Norman, Onagh Byrne y la desconsolada familia, oyeron desde el primer piso de la casa el sonido de una guitarra que sonaba suavemente arriba. Ruth Byrne no iba a volver a oír a Bobby cantando en el cuarto del baño. Reaccionó estoicamente a la perdida de la mujer a la que había querido con tanta dedicación y valor. Se las arreglarían, le dijo a Ruth, que, llorando la doble pérdida de padre y hermana, ofrecía cualquier ayuda práctica 27

Unforgettable Fire: La Historia de U2 que pudiera proporcionar. Paul hizo eco de los sentimientos de su padre: él y Norman velarían por su papá. Bobby estableció un sistema que garantizara que el numero 10 de Cedarwood Road siguiera funcionando. Cada uno de los tres tomaría la responsabilidad de un determinado número de tareas domesticas. De esta forma se harían las camas, se limpiaría la casa y se pasaría el aspirador, se lavaría y cocinaría. Clavó una lista de tareas en la puerta de la cocina. Paul recibiría cada día el dinero para comprar la comida para su cena al salir de la escuela. Se las arreglarían compartiendo el trabajo, pero primero tenían que descubrir cómo funcionaba la máquina de lavar. Paul volvió a Mount Temple, y durante un tiempo se mostró algo apagado, como si no fuera el de antes, pero tenías que examinarlo desde cerca para darte cuenta de ello. Sólo confiaba en Maeve. En la escuela se unió a la Unión Cristiana. La casa a la que volvía por la tarde estaba vacía y silenciosa, con Bobby y Norman aún en sus trabajos. Paul conectaba la televisión para que le hiciera compañía. En la cocina buscaba un sartén, abría una lata de judías, o de carne, la echaba en un plato, tomaba la caja de puré de patata instantáneo, se ponía un poco y echaba agua hirviendo por encima. El dinero que le había dado Bobby para comprarse un bistec lo había gastado con sus amigos en las tiendas durante la tarde. A medida que el otoño de 1974 dejaba paso al invierno, Paul supo que la vida no volvería a ser nunca la misma en aquella casa. Sin Iris, estaba vacía.

La Historia de Larry Larry Mullen iba dos años más atrás que Paul en Mount Temple. Pero Hewson igual lo detectó. Paul lo veía todo. Incluso mientras entretenía a sus amigos o se citaba con chicas en La Galería, Paul no deja de mirar por encima de los hombros…, observando. Comprobada a chicos, chicas, profesores que pasaban, y se preguntaba acerca de ella que significaba la expresión de sus rostros, en qué estaban pensando. Paul era insaciablemente curioso. ¿Quién era ese muchacho tan apuesto? Larry Mullen era excepcionalmente apuesto. Llevaba el pelo rubio largo hasta los hombros. Su rostro era limpio, fuerte, compuesto, cuerpo musculoso, masculino. Pese a que era joven, tranquilo, sin formar parte de ningún grupo en particular, había algo en él que quedaba registrado en la memoria de cualquiera. Los progresos de Larry en clase eran satisfactorios, ni más, ni menos. No estaba especialmente dotado académicamente, ni trabajaba con excesiva intensidad. Hacía lo que tenía que hacer. Sus modales eran buenos, resultaba agradable, si bien ligeramente fuera del alcance de los profesores, y socialmente, era cauteloso. La fría y distante expresión que cultivaba lo mantenía apartado de los pseudosofisticados adolescentes que ocupaban gran parte del territorio en Mount Temple. Larry despreciaba a los farsantes, odiaba su verdosa charla, no le gustaban los repiqueteos de hueca risa que emanaban de las pandillas, sus condiscípulos en La Galería. Larry era amable, pero su amabilidad era un tanto exagerada. Era más duro de lo que su bondadosa apariencia sugería. Aunque no participaba en ningún deporte ni formaba parte de élite académica o social de Mount Temple, Larry era un joven en que se podía confiar. Ya sabía tocar la batería mucho antes de acudir a Mount Temple y había dominado aquel arte musical de las percusiones. Ésa era su distinción. Lo situaba aparte, era su arma y al mismo tiempo que su afición, y por ende hacía toda afección innecesaria. Tocaba en la banda de la Oficina Postal, y viajaba por todo el país con su música. Había tocado en el desfile del día de San Patricio en la calle O’Connell. Aquello hacía que existiera un núcleo de autoestima que alimentaba su desprecio hacia los farsantes. Dentro de su cabeza, Larry Mullen era un músico. Su sueño era en hacer de la música su vida, en derramar todo lo que sentía, bueno y 28

Unforgettable Fire: La Historia de U2 malo, toda la energía, en aquella batería. Pero Larry era práctico, y se mostraba tan cauteloso ante los sueños como ante los farsantes. La batería, sin embargo, no había sido todas satisfacciones para Larry. Había habido mucha frustración desde que había empezado a la edad de nueve años en la Escuela de Música. Aunque la batería estaba allí, también estaban los profesores con partiduras. Tenías que tocar esa música, su música. Larry resentía aquello, a él le gustaba tocar…, y punto. Deseaba tocar de la forma en que lo sentía, con naturalidad, sin intrusiones de los maestros, compositores, directores de orquesta. Y antes de cumplir los quince años ya había formado una idea en su cabeza: crearía su propia banda. Cuando discutió su plan con Donald Moxham, su tutor, y Colm McKenzie, uno de los profesores de música de Mount Temple, ambos le animaron a que siguiera adelante. La nota que clavó en el tablero de anuncios de la escuela era cautelosa. No prometía nada. La nota de Larry se refería al «dinero malgastado en una batería» y planteaba la pregunta: ¿«Había otros por ahí» que quizá también hubieran hecho lo mismo con guitarras? Pero nadie respondió. El hogar de Larry estaba a poco más de un kilometro Malahide Road arriba de Mount Temple, en Artane. Los Mullen: Larry, su hermana mayor Cecilia, su padre Larry Sr y su madre Maureen, vivían en la avenida de Rosemount. La avenida de Rosemount había sido antiguamente la avenida Harmonstown, pero sus residentes habían pedido que su nombre fuera cambiado para distinguir sus casas de propiedad semiindependientes de los grupos de viviendas edificadas por las autoridades locales de la Corporación de Dublín en Harmonstown Estate en los años 60. Como Ballymun Flats detrás de los Hewson en Cedarwood Road. Harmonstown Estate tenía mala fama y el estigma de una mezquina criminalidad y una irresponsabilidad general que se pegaba a todo lo relacionado con el nombre Harmonstown. Así pues, los ciudadanos decentes de la avenida, deseando que quedara clara su decencia y con la intención de impedir una caída en el valor de sus viviendas, solicitaron a la corporación el derecho de convertirse en Rosemount. (Coincidentalmente, casi al mismo tiempo la avenida Ballymun, cerca de Cedarwood, se convirtió en la avenida Glasnevin.) Artane no era simplemente otro suburbio. Poseía la identidad clara y exclusiva de los suburbios del Lado Norte de Raheny, Killester, Donnycarney y Marino. Era la comunidad de Charles J. Haughey, y en su desinhibida, callejera y socarrona personalidad los habitantes del Lado Norte se veían a si mismo representados por él. Le gustaba beber, pero seguía asistiendo a misa. Era un republicano, pero probablemente no con demasiada violencia. Le gustaban los caballos, y a través de su asociación con el Club GAA de St Vincent reflejaba el orgullo de la comunidad por los renombrados logros deportivos de la parroquia. Para los ciudadanos de Artane, Killester, Raheny, Donnycarney y Marino, Charlie era, dijeran lo que dijesen de él, «uno de los nuestros». Lo que decían los del Lado Sur era que Haughey tenía un «pedigree impuro». Pese a todo, tras cada período de elecciones, siempre era reelecto y enviado de vuelta al Dail Eireann, la Asamblea de Irlanda, con la mayoría más grande del país. Había pocas razones por las cuales los votantes de Charlie buscaran un cambio radical. Artane y las comunidades contiguas disfrutaban de lo mejor que podía ofrecer la vida suburbana. El mar estaba al alcance de la mano. Había parques, tiendas, pubs, iglesias y escuelas en abundancia. St Vincent proporcionaba deporte para los mejores futbolistas y bateadores, inspiración para aquellos que simplemente miraban y aplaudían. El hogar «Vincent» en Parnell Park se hallaba entre el Artane de Larry Mullen y Mount Temple. El Clontarf Golf Club de la puerta de al lado ofrecía este deporte con una naturaleza más relajada. Así creció Larry; a cinco minutos del mar, a diez minutos de la ciudad, a sus espaldas el campo y las playas de Portmarnock y Malahide. Larry Mullen Sr nació y se educó en el Lado Norte. Miembro de una familia de siete, creció en Marino. Su padre trabajaba de carretero para Johnson, Mooney y O’Brien, una de las dos grandes panaderías de Dublín. El carretero conducía por toda la ciudad el carro tirado por caballos que 29

Unforgettable Fire: La Historia de U2 repartía el pan y los pasteles. De niño, Larry Sr iba orgullosamente al pescante al lado de su padre. Fue un estudiante diligente y popular en la Escuela St Joseph de los Hermanos de la Doctrina Cristiana en Marino. (Charlie Haughet asistía a «Joey» casi al mismo tiempo.) Larry logró algo de renombre jugando al fútbol y bateando para «Vincent». Cumplidos los diez años, Larry Sr empezó a tomar en consideración el dedicarse al sacerdocio. Los Hermanos lo animaron a seguir la vocación. Hoy, la Iglesia Católica tiene que anunciarse en los periódicos para atraer a los jóvenes al sacerdocio. Antes de la guerra, era un gran honor ser elegido para servir a Dios. En 1939, a la edad de dieciséis años, Larry entró en un seminario en Ballinafad, en el condado de Mayo, para empezar la larga preparación hacia la ordenación. Su vocación fue fuente de inmenso orgullo familiar. Era el primero de su ascendencia en estudiar para el sacerdocio. La vida en el seminario era dura, de hecho brutal en muchos sentidos. La comunidad era exclusivamente masculina, y las comodidades no eran una prioridad. Los futuros sacerdotes dormían en camas duras dentro de dormitorios desnudos. El agua de las duchas era siempre fría, la comida frugal, las bañeras de estaño. Larry se trasladó a Cork y luego a la universidad de Galway. Larry Sr cumplía la promesa de sus primeros años. Era popular, un poco tímido, emocional a veces, pero un muchacho normal, no como algunos otros, mojigatos, repulsivos, más mayores de lo que correspondía a su edad y más piadosos de lo que nadie tenía derecho a ser. Su diligencia académica le valió una buena graduación, pero al final, a medida que se aceraba al paso irrevocable de la ordenación, empezó a experimentar dudas. Sí, había un aspecto heroico en el sacerdocio, especialmente en lo que se refería al trabajo misionero. Era eso lo que le había atraído al principio. Ahora no estaba seguro de poder soportar la soledad, no estaba seguro de poder aportar la cantidad necesaria de desprendida dedicación requerida a un buen sacerdote. Cuando Larry buscó la guía de sus superiores, fue tratado con simpatía. La Orden lo envió a casa, con un año sabático para que pudiera reflexionar antes de decidir qué rumbo debía tomar. Volver a casa fue duro también. Del mismo modo que tu vocación era un honor, la pérdida de ella era una fuente de decepción teñida de vergüenza. Esas cosas que ahora arrojabas sobre tu familia con tanta fuerza como el honor inicial pesaban enormemente. La madre de Larry se sintió muy decepcionada. Él mismo se sentía perdido, en alguna especie de limbo, ni un sacerdote ni un nosacerdote. Aquel año de reflexión se reveló como la época más traumática de su vida hasta entonces. En 1948, a la edad de veinticinco años, Larry Mullen Sr decidió no abrazar el sacerdocio. Eligió la opción más difícil, la que muy pocos jóvenes tenían el valor suficiente de adoptar. Inseguro de sus pertenencias a un mundo que había experimentado una guerra mientras él estaba recluido, Larry derivó durante un tiempo ya que la mayor parte de sus amigos eran sacerdotes. Sus vecinos y compañeros de escuela de su misma edad habían desaparecido, se habían casado, tenían hijos pequeños y buenos trabajos. Larry poseía una buena educación, pero estaba solo y llevaba encima los estigmas del fracaso. Siguió un curso de oficiales sanitarios de la Corporación de Dublín en asociación con el Departamento de Sanidad. Consiguió el primer puesto en los exámenes. Su diligencia no le había abandonado. Se convirtió en funcionario del Departamento de Sanidad y Medio Ambiente. Larry conoció a Maureen Gaffney el verano de 1951 en Ballymoney, en la costa de Wexford. Había ido de vacaciones a Ballymoney con Larry Skelly, un amigo de sus días del seminario. Skelly estaba estudiando para su licenciatura en Cambridge antes de partir para Ghana, donde iba a ejercer de misionero. Maureen estaba viviendo con unos amigos suyos que regentaban la pensión. Maureen Gaffney procedía de Leitrim, de la parte oeste de Irlanda. Leitrim es una hermosa región, a la que los lagos y los verdes bosques proporcionan un entorno idílico para los turistas. Pero la vida era triste para los nativos de aquel lugar encantador. No había industria local, ni buenas 30

Unforgettable Fire: La Historia de U2 tierras de labor. El desempleo era alto. Leitrim era, y sigue siéndolo, un lugar que la gente va abandonado poco a poco. Todos partían a Dublín, a Londres o Nueva York, en busca de trabajo. Maureen había nacido en 1922 en Anna, una ciudad situada en el limite Leitrim-Roscommon. Su madre murió al dar a luz. Maureen fue criada por su abuela materna en Leitrim Village. En 1932, cuando tenía diez años, la desesperada pobreza de la zona impulso a un hombre de lugar, Jim Gralton, a iniciar una agitación solicitando la reforma agraria. Gralton había estado en América, donde ahorró algunos dólares para regresar al hogar y comprar una pequeña granja. Inspirado por los radicales americanos como Joe Hill, regresó a Leitrim convertido en un comunista. Gralton empleo sus ahorros para construir Pearse-Connolly Community Hall en el pueblo de Drumsna, a unos pocos kilómetros carretera debajo de casa de Maureen. En aquel pequeño local, bautizado en honor de dos de los héroes del alzamiento en 1916. Jim Gralton esperaba establecer un foro donde pudieran oírse voces disidentes. Desde allí eran distribuidos y discutidos panfletos radicales y otra literatura socialista. Su modesto intento de reforzar enfureció a la iglesia y a los locales, y Gralton fue denunciado desde el pulpito en las misas dominicales. Persuadidos de que estaba promoviendo ideas ateas, un grupo de habitantes del lugar incendiaron Pearse-Connolly Hall. El gobierno de Fianna Fail de De Valera llevo el asunto aún más lejos. Jim Gralton fue deportado en Febrero de 1933 a América. Es él único irlandés que ha sido exiliado de este modo de su hogar desde que fue fundado el Estado. Llego de vuelta a los Estados Unidos sin un peso encima y sin más posesiones que las ropas que llevaba puestas, y murió en 1945 sin volver a ver jamás a su amado Leitrim. Al año siguiente, Maureen Gaffney abandono Leitrim. Sus tutores habían decidido enviarla a Dublín para que completara su educación y quizás, después, encontrar un trabajo decente. Viviría con las dos hermanas solteronas de su madre en su casa georgiana de la calle Lesson en el elegante y a la moda Lado Sur del centro de la ciudad. Y nada es demasiado bueno para Maureen. Asistió a la escuela convento del Sagrado Corazón antes de ir a la Alexandra College y tomó lecciones de piano, llegando a ser lo bastante buena como para ganar algunas medallas en festivales de música. Pese a su difícil y desarraigada infancia Maureen creció como una muchacha alegre que parecía llevar con liviandad el peso que el destino había puesto sobre sus hombros. La calle Lesson era elegante, pero no había muchos chicos por los alrededores, y la vida podía ser muy solitaria. Las tías solteronas eran cariñosas pero severas. En muchas cosas, el abismo entre la joven y los adultos eran insuperables. Maureen empezó a trabajar como mecanógrafa en Bowmakers, la financiera de Stephen’s Green. Los fines de semana le gustaba ir a bailar. El baile no era un simple asunto de diversión en Irlanda a principios de los años 50. Había amanecido una nueva y excitante época con la apertura de los salones de baile por toda la ciudad y la llegada de las orquestinas para llenarlos. Esas orquestinas eran conjuntos de ocho a diez miembros con una vocalista. Llevaban espectaculares trajes de fantasía y tocaban música popular americana y británica. Bailar, por aquel entonces, era un asunto serio. La Ley de Locales Públicos de Baile de 1935 de De Valera había intentado regular el baile haciendo necesario un permiso especial para abrir uno de esos salones. La Irlanda que «soñaba» De Valera podía verse amenazada por los bailes improvisados que se celebraran en las encrucijadas rurales o clubs privados o casas particulares. El problema era el contacto entre los sexos. Bailar estimulaba deseos prohibidos por el catolicismo, creaba la «ocasión para el pecado». Las necesidades de obtener una licencia hacía más fácil la supervisión de esos locales por parte del estado. Para conseguir una de esas licencias era necesario ser un hombre de buen carácter, católico y partidario del Fianna Fail de De Valera. En la mente popular, al menos la perteneciente a la generación de la que formaban parte las tías solteronas de Maureen, esos nuevos salones de baile significaban una mala noticia. En ellos ocurrían cosas oscuras y prohibidas. 31

Unforgettable Fire: La Historia de U2 La explosión de las orquestinas a principios de los años 50 se convirtió en una fuente de fricción, o peor aún, entre generaciones. Los bailes en lugares como el Four Provinces Ballroom (las 4 P), el Crystal y el Metropole, no terminaban hasta las dos de la madrugada. Fueron impuestos muchos toques de queda, solo para ser quebrantados por hijos e hijas que seguían bailando alegremente hasta que el reloj empezaba a pesar sobre ellos, precisamente cuando se había intercambiado una mirada o se había iniciado una conversación interesante. El placer del último vals se veía abrumado, para muchos chicos y chicas, por el temor de demostrarse demasiado en presencia del pecado. Las tías solteronas de Maureen vieron con desaprobación sus actividades, y siguieron haciéndolo hasta que cumplió los veintiún años. Se alojo en diversos sitios, alquilando habitaciones en la calle Harcourt y en otros lugares de la ciudad, hasta que finalmente se estableció con una familia en Dartry, en los suburbios del Lado Sur. Como Larry Sr, su vida se había visto frustrada, aunque por razones diferentes. Juntos hallaron la satisfacción que hasta entonces les había eludido. En su primera cita, Larry y Maureen fueron a ver a Gary Cooper en Solo ante el peligro. Se casaron en 1956, y establecieron su hogar en la avenida Harmonstown, donde al cabo de un año nacería Cecilia. Larry Jr la siguió cuatro años más tarde, el 31 de octubre de 1961. Otra niña, Mary, nació tres años después, pero murió en 1970. Larry Jr era un buen niño. Le gustaba que estuvieran pendientes de él, lo cual hacían Maureen y Cecilia a su satisfacción. Para asegurarse de saber lo que ocurría consiguió hacer dos agujeros en su cochecito, por los cuales contemplaba alegremente la vida familiar. Cuando tenía cuatro años rompió el cristal de un escaparate de Killester Shopping Centre con la cabeza. No le ocurrió nada serio. Tras pasar un año en la escuela nacional del lugar, Larry fue inscrito en la Scoil Colmcille de la calle Marlborough. La Scoil Colmcille era la escuela irlandesa, donde todas las materias eran enseñadas en esa lengua. Sin unas notas excelentes en irlandés no podías ir a la universidad o conseguir un puesto en la administración publico, así que Larry Sr razono que sería mucho más fácil para su hijo si empezaba a dominarlo pronto. Además, estaba la ventaja añadida de las clases poco numerosas, con no más de quince alumnos en cada una. Larry viajaba cada mañana con su padre a la ciudad. Luego caminaba los pocos cientos de metros que le quedaban hasta la escuela. Cada tarde Maureen acudía a recoger al joven Larry. Una vez, cuando Larry tenía siete años, Maureen se retraso. Sin saber que hacer pero decidido a hacer algo, Larry se fue, acompañado por su mejor amigo Basik Ling, y camino los seis kilómetros hasta Artane. Durante varias horas fueron declarados desaparecidos. Se llamo a la policía, y Larry Sr fue avisado al departamento. Para alivio de las dos preocupadas familias, Larry y Basil aparecieron a las seis. Maureen Mullen había encontrado un tipo de felicidad de que jamás había conocido. Aquel era su primer autentico hogar. Era una madre cariñosa y atenta, que no mostraba interés hacia las cosas fuera de su casa. Tras pasar toda su vida en casas de otras personas, no sentía deseos de alejarse demasiado de la avenida Harmonstown. Más tarde, cuando Larry Jr se unió a los scouts, Maureen se convertiría en monitora. Madre e hijo estaban especialmente unidos. A él le encantaba estar con ella. Eran amigos y compañeros, además de madre e hijo. A veces ella tocaba el piano que Larry Sr había comprado para Cecilia. No tocaba improvisando, sino que sacaba sus partiduras y tocaba antiguas canciones. Cecilia tomaba lecciones de piano en la Escuela de Música de Chathan Row. Cuando tenía ocho años, Larry Jr decidió que a él también le gustaría aprender a tocar. Se dedico a ello durante un año, pero era un mal alumno. Atacaba vigorosamente el piano, pero no hacia los ejercicios que se le pedía que hiciera en casa. Al final del primer año su profesor de piano sugirió muy educadamente a Maureen que estaba tirando su dinero. 32

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Mientras volvían a casa de la escuela, Larry oyó tocar una batería. Eso, le dijo a Maureen, eso era lo que le gustaría hacer a continuación. De acuerdo, acepto Maureen; pero ella y Larry Sr decidieron que tendría que pagarse él la matricula para su primer trimestre. El joven Larry prometió encargarse de las tareas de la casa hasta cubrir el valor de las 9 libras que sus padres deberían gastar en la matricula. Larry entró en la clase de percusión de Joe Bonnie en otoño de 1971. Joe Bonnie era el Baterista más conocido de Irlanda. Había tocado en los antiguos music-halls, como batería de sesión y en orquestinas. Si necesitabas un baterista, lo mejor que podías hacer era acudir a Joe. Larry odio como siempre meterse en los libros, ya que prefería establecer su propia relación personal con su instrumento. Al principio disfruto con la novedad de tocar el estilo militar que le enseño Bonnie, pero pronto se canso de ello. Joe le advirtió que no iba a conseguir nada a menos que primero dominara las técnicas básicas que había que aprender. Aunque durante el siguiente par de años la reluctancia de Larry a seguir las reglas de la clase frustro a Joe el profesor, la energía e instinto de su alumno hacia la percusión atrajeron a Joe el músico. Joe sabía muy bien que la música o estaba en tu alma o no estaba. Ninguna cantidad de teoría de la música podía compensar la ausencia de pasión o de sentido del ritmo. Joe le dio a Larry una almohadilla de caucho para que hiciera con ella sus ejercicios en casa. Larry la utilizaba para seguir a los bateristas de Top of the Pops. Cada jueves por la noche conectaba la televisión para ver a grupos como Sweet, la Glitter Band o Slade, observando atentamente cada movimiento que hacían los baterías. Después del programa, volaba escaleras arriba para practicar con su almohadilla. Soñaba con su batería propia, y planteó el asunto a su padre. Una amiga de Cecilia tenía un hermano que vendía su batería al precio de 17 libras, lo cual era bastante dinero en 1973. Una tarde, cuando Larry estaba en los scouts, Cecilia trajo el instrumento. Cuando regreso a casa, los distintos elementos de la batería estaban cuidadosamente colocados en el suelo de la habitación de los trastos, arriba. Larry se quedó sin habla por la excitación. Desde entonces, cada penique que conseguía iba dedicado a añadir nuevos elementos al equipo básico Hohner. Compró más tambores, platillos y baquetas. Cada día, después de la escuela, se metía en la pequeña habitación para experimentar. Finalmente podía hacer cosas a su manera, cometer sus propios errores, crear su propio ritmo y sonido. Mantenía la ventana abierta de par en par, y el sonido flotaba calle abajo, atrayendo a los chicos del vecindario, que se sentaban en el muro del jardín y gritaban su aprobación y le hacían sus peticiones. A Larry le encantaba todo aquello. Gozaba con el sonido y la atracción que conseguía con él. Sus gustos musicales estaban determinados por la colección de discos de Cecilia. Los preferidos de su hermana eran los Stones, Bowie, los Eagles y David Essex, uno de cuyos elepés, Rock On, era uno de los favoritos de Larry. Space Oddity fue el primer disco que se compró; Bowie y Roxy Music demostraron ser las más persistentes pasiones de su joven vida musical. Estaba intentando comprender el pop y percusión rock, abriéndose instintivamente camino hacia la música, midiendo constantemente la distancia entre los baterías de los discos y de él mismo. Joe Bonnie murió en 1974. Pese a la decidida individualidad de Larry, se habían hecho buenos amigos. Joe, que sentía un cariño especial hacia el singular muchacho, había llevado a Larry con él como una concesión especial a un prestigioso concierto en la Christchurch Cathedral, donde había permitido al orgulloso joven que pasara las páginas de las partiduras para él. Tras la muerte de Joe, su hija Mónica se hizo cargo de la clase. Larry y Mónica empezaron a pelearse muy pronto. A Mónica le gustaba que las cosas se hicieran como tenían que hacerse. Los días de Larry en Chatham Row estaban contados. Larry ya estaba por aquel entonces en Mount Temple. La decisión de enviarle allí había sido más un asunto de conveniencias que de convicción, puesto que Larry Sr no se decantaba ni a favor ni en contra de la educación no religiosa. Larry era, académicamente, del montón. Mount Temple 33

Unforgettable Fire: La Historia de U2 ofrecía materias como organización comercial y contabilidad, música, mecanografía, matemáticas aplicadas y arte: un amplio abanico de posibilidades para aquellos que no se distinguían en «las tres R»: Reading, (w) riting, (a) rithmetic; lectura, escritura y aritmética. En cualquier caso, Larry se apasionaba por poca cosa aparte de la música. Más de una vez se le había ocurrido a Larry Sr pensar que su hijo podía dedicarse a una carrera de músico profesional. Con esto en mente, planteo a Larry la posibilidad de alistarse en el ejército. ¿Por qué no enrolarse por siete años, unirse a la banda militar y aprender a tocar todos los instrumentos de percusión? ¿Por qué no hacerlo como correspondía, obtener toda una educación musical?, razono Larry Sr. Larry Jr decidió que no le atraían siete años lejos de la cocina de mamá y de sus amigos, aunque en realidad nunca había salido demasiado de casa para jugar con sus vecinos. Tenía amigos en toda la avenida, Paul Phillips, conocido como «Beezer», Sean Sodon (Bread) y Chooper Fagan, pero ir a la escuela irlandesa de la ciudad y su interés por la música habían creado un vacío, le habían hecho menos dependiente que sus amigos del simple jugar por jugar. A Larry le gustaba hacer cosas: jugar por jugar no era lo suyo. Coleccionaba sellos y monedas, incluso en sus amistades tendía a ser intenso, haciéndolo solo un amigo exclusivo a la vez, yendo a su casa o invitándole a la de él. Después de dejar a Mónica Bonnie, Larry dio su siguiente paso musical intentando entrar a formar parte de la Artane Boys’ Band. Sin embargo, el ser miembro de la banda, renombrada por su actuación en All-Ireland Day en Croke Park, dependía de que la longitud de tu pelo fuera la adecuada. En la primera audición de prueba, el jefe de la banda lo llevo discretamente a un lado para señalarle que sus encantadores rizos deberían ser recortados un poco. Larry aceptó. Cuando volvió la semana siguiente, tras el correspondiente corte de pelo, recibió la indicación de que había que cortar un poco más. Aceptó también, pero esta vez no volvió. Había terminado con la Artane Boys’ Band.

Larry Mullen Junior

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 Larry Sr pulsó algunas teclas para conseguir a su hijo un lugar en la Post-Office-Worker’s Union Band. Los dos años siguientes fueron los más felices de la vida de Larry. La Post-Office Band tocaba todo tipo de música, desde aires irlandeses hasta éxitos populares, en los pequeños festivales y ferias campestres del lugar como la feria equina de Ballinasloe. El punto culminante de la temporada era su participación en el desfile del Día de San Patricio en Dublín, y el 17 de marzo de 1975 la familia Mullen acudió en pleno a presenciar el desfile para ver a Larry efectuar su debut. Los pantalones no eran de su talla, su sombrero estaba perchado precariamente en su cabeza, pero se lo estaba pasando en grande. Él y su amigo tamborilero Martin Levins podían pasar de partiduras e improvisar. Nadie parecía darse cuenta de ello o importarle. -Eso fue una gran percusión, muchachos –alabaron los veteranos de la banda más tarde. Musicalmente, Larry aprendió mucho haciendo calladamente lo que quería. A nivel social, le encantaba la poco pretenciosa informalidad de la banda. Y las muchachas que formaban la escolta de la banda eran una bienvenida distracción. El tamborilero de largo pelo rubio era muy admirado por la escolta femenina. Larry viajo por toda Irlanda con la Post-Office Band. Salían de Dublín a primera hora de la mañana, comían bocadillos en el autobús, tocaban, luego cenaban y bebían unas cuantas pintas de cerveza. En el largo del viaje de vuelta a casa en el autobús celebraban sesiones espontáneas. Los miembros de la banda tocaban lo que querían, cantando y acompañando con sus instrumentos sin la menor inhibición, en la mejor tradición irlandesa. Aquellos fueron largos y felices días. Larry sentía la camaradería que era parte fundamental de «estar en la carretera». Le hacía sentirse más decidido que nunca a hallar su carrera en la música, convertir una afición en un medio de vida. Se daba cuenta de que había mejorado como batería, había madurado, se había liberado del estéril mundo de profesores y formulas. Sentía que la distancia entre él y los baterías del Top of the Pops había disminuido hasta el punto de que era fácil erigir un puente que la cruzara. Todo lo que necesitaba ahora era armar un grupo con el que pudiera tocar y decidió hacer algo al respecto.

La Historia de Adam Larry Mullen no obtuvo una respuesta inmediata a la nota que clavó en el tablero de anuncios de la escuela en Septiembre de 1976. Solo Dave Evans hizo una educada pregunta acerca de qué iba todo aquello. Al principio no hubo aglomeraciones o algún interés por su propuesta, así que Larry decidió empujar un poco las cosas iniciando una aproximación con Adam Clayton. Adam llevaba sólo un par de meses en Mount Temple, pero había causado un fuerte impacto tanto en estudiantes como en profesores. Lo primero que observaba la gente era las ropas de Adam. Era un hippie. Llevaba caftán, una colgante chaqueta de piel de pelo que había conseguido en Afganistán y gafas de sol. Pero aquella era la época punk, y el atuendo de Adam era el tipo de cosas que habían estado de moda hacía cinco o seis años. Parecía exótico, un poco como salido de una postal. Trabajaba muy poco en la escuela. Parecía estar en Mount Temple por el «crack»…, por divertirse. Durante las lecciones bebía café de un frasco: simplemente lo sacaba, se servía y bebía. Abiertamente. -¿Qué está haciendo, Clayton?- ladraba el profesor. -Tomando una taza de café, señor- respondía educadamente Adam. Adam era siempre educado. -Clayton, ¿por qué no ha hecho usted sus deberes? -Mire, señor, lo siento enormemente, pero es que no comprendo nada de esto- explicaba Adam. Y proseguía- : Sé que resulta extraño señor, y lo siento mucho, pero no puedo hacer nada. 35

Unforgettable Fire: La Historia de U2 La noticia de su audaz disidencia estuvo pronto de boca en boca por toda La Galería. Se rumoreaba que su familia era asquerosamente rica y que él tocaba el bajo en una banda de rock. Larry hizo su aproximación de una forma un tanto reluctante. -Creo que tocas la guitarra baja. Yo toco la batería y estoy formando un grupo… ¿estarías interesado? Adam pensó que aquello sonaba a algo grande. Había visto la nota de Larry, pero había creído que la banda que se proponía era una actividad oficial de la escuela, y por lo tanto la había ignorado. Llámame cuando quieras, dijo a Larry. Adam Clayton nació el 13 de marzo de 1960 en Chinnor, Oxfordshire. Su padre, Brian, era piloto de las Reales Fuerzas Aéreas; su madre, Jo, un antigua azafata. Cuando Adam tenía cinco años la familia, mamá, papá, Adam y su hermana Sarah Jane, a la que Adam llamaba Sindy por las muñecas Sindy, se trasladaron a Dublín, donde Brian se había unido a la Aer Lingus (Las líneas Aéreas Irlandesas). Otro chico, Sebastián, nació en Dublín. Los Clayton se instalaron en Malahide, una hermosa población costanera a unos trece kilómetros del centro de la ciudad, Malahide está habitada por clase media, con una sustancial comunidad protestante. Elegante y rica en historia, la ciudad es anterior a Dublín como asentamiento escandinavo. Malahide ofrece todo lo que hay de más gracioso y deseable en la vida suburbana. Rodeada por el mar y el campo pero cerca de la ciudad, tiene sus clubs de yates, golf, tenis y críquet, un gran hotel y un castillo señorial, la sede de la familia Talbot, que fue ascendida a la nobleza en 1831. El 5° Lord Barón, el Muy Honorable Richard Wogan, barón Talbot de Malahide, se casó con Emily, biznieta de James Boswell, el gran biógrafo del siglo XVIII. Los papeles de Boswell, un importante tesoro de manuscritos literarios ingleses, fueron descubiertos en el castillo de Malahide en 1926. Hay salones de té y tiendas en la High Street, todo el mundo se conoce, católicos y protestantes viven confortablemente, unidos y en armonía. Malahide posee la vida propia característica de una pequeña ciudad, con un toque de grandeza, con decencia, respetabilidad y moderación, y todas las cosas que son más importantes que la iglesia en la que rezas tus oraciones. Brian y Jo habían descubierto en este sector una copia de los Home Counties, los condados cercanos a Londres, en la costa este de Irlanda. Eran felices, decidieron enviar a Adam a un internado cuando tenía ocho años. No fue una decisión fácil. Por supuesto iban a echarle en falta, y sabían que él no se iba a sentir contento tampoco. Pero tenían que pensar en su futuro. Brian no sabía cuánto tiempo iba a durar su relación con la Aer Lingus. Podía verse de vuelta en Londres en cualquier momento, y allí una educación irlandesa dejaría a Adam por detrás de sus compañeros. Una escuela preparatoria, seguida por una buena escuela privada como Eton o Harrow, y luego Oxford o Cambridge…, eso era lo mejor que podías darle a tu hijo. Así que, reluctantes, Brian y Jo enviaron a Adam a Castle Park, una escuela preparatoria en Dalkey, al otro lado de la bahía de Dublín. Castle Park permanecía aparte del sistema educativo irlandés. Se ocupaba de los hijos de aquellos padres irlandeses que trabajaban embarcados y necesitaban un lugar donde dejar a sus hijos. Se ocupaba también de los miembros de la clase media irlandesa engañados por la idea de que el carácter de un muchacho puede formarse enviándole lejos de las comodidades del hogar y el vecindario. La escuela preparatoria hacia de ti un hombre. Castle Park reforzaba esta noción proporcionando los rituales de la vida de una escuela privada. Los muchachos vivían en Casas, que eran gobernadas por estudiantes mayores que se hacían llamar prefectos. El «fagging» era un rasgo integral de la vida en las escuelas preparatorias. Los «fags», los estudiantes que servían en las escuelas a otros de grado superior, eran aquí los jóvenes pupilos eran asignados al servicio de los prefectos, una práctica pensada para enseñar a los jóvenes cual era su lugar. Adam odiaba abandonar su hogar, y odiaba Castle Park. La casa de los Clayton se volvía melancólica los domingos por la tarde cuando se acercaba la hora en que Adam tenía que volver a 36

Unforgettable Fire: La Historia de U2 la escuela. Jo preparaba un esplendido te, pastelillos de crema, fresas, cualquier cosa, con tal de aliviar el golpe de la partida. A las cinco Brian sacaba el coche, Adam tomaba su maleta, besaba a Sindy y a mamá, y se encaminaba valerosamente hacia la salida. Era un largo trayecto de cincuenta minutos a través de la ciudad. Brian no hablaba; se sentía tan mal respecto a aquella situación como el propio Adam. Mientras recorrían el camino a través de los suburbios del norte cruzando la ciudad y hacia el sur en dirección a Dalkey, padre e hijo permanecían en silencio, escuchando a Adam Singers en la BBC. Durante los próximos veinte años, Adam se sentiría siempre deprimido los domingos por la tarde a la hora del té, con el recuerdo de aquellas travesías de la ciudad y que tenia muy vivido en su memoria. Los domingos por la noche en Castle Park, junto al mar, en el oscuro Dalkey, eran miserables. De vuelta. De vuelta el frío dormitorio la insípida comida y los jodidos rituales. Dentro llevabas zapatos marrones, y afuera negro. Tenias que «servir», aunque, si el prefecto era alguien con quien podías charlar, a Adam no le importaba. No se permitía escuchar música o ver la televisión. La música era decadente, porque lo importante era el deporte. Los juegos inter-casas eran promovidos para alentar el espíritu adecuado. El alumno ideal era diligente, entusiasta hacia los deportes, orgulloso de su casa y de su escuela. Adam se resistió al régimen, aunque al principio suavemente. Era muy inteligente, con una sonrisa cautivadora y unos modales que encantaban. El informe de su primer trimestre reflejo el grado hasta el que fueron engañados inicialmente sus profesores por el encanto de su persona. «Muy bueno, pero necesita aplicarse un poco más», observaba el profesor de inglés en las Navidades de 1968. En historia, «Adam demuestra un vivo interés por el tema». En geografía era «muy bueno». En francés había hecho «un buen comienzo». Su profesor de matemáticas pensaba que «su conocimiento de las reglas básicas es bueno», aunque «no siempre trabajaba a límite de sus capacidades». Bajo el apartado de conducta en la escuela estaba escrito lo siguiente: «A veces tiende a mostrarse débil». El señor Carter, el rector concluía que «Adam se ha amoldado muy bien y parece muy feliz. Ha empezado bien con su trabajo». En el verano de 1969 las opiniones habían sido revisadas. En inglés, «su trabajo ha sido decepcionante». «No está haciendo muchos esfuerzos en esta materia», observaba el profesor de geografía. Las matemáticas se habían deteriorado también hasta el punto de que «su trabajo es sucio y no sistemático, sus tablas de multiplicar flaquean». De su conducta en la escuela, el responsable de su Casa observaba: «A Adam le gusta entretener a los demás. ¡Es un absoluto parlanchín!». Asi que en términos del espíritu al que aspiraba Castle Park, Adam era un fracaso previsible. Phillip Thursby era el amigo más íntimo de Adam en Castle Park. Los padres de Phillip estaban en Pakistán. Él y Adam disfrutaban observando los pájaros, escuchando música y contemplando arte antes que las más enérgicas actividades que le calificaban para el heroísmo en la escuela. Los lunes después de comer iban juntos a la Gramophone Society. A Adam le encantaba escuchar música clásica durante tres cuartos de hora. La regla era no hablar, así que podía derivar hacia el reino de los sueños, pacifico, solo, sin que nadie le molestara. Las faltas leves eran castigadas con unos golpes propinados con una zapatilla de gimnasia. Adam recibió su cuota de estos golpes. A medida que iba creciendo los golpes cesaron, puesto que resultaba claro que eso simplemente no servía de nada. «Trabajó bien durante la mayor parte del trimestre, pero últimamente ha adoptado una actitud de arrogancia», escribió su profesor de ciencias en Pascua de 1973. Por aquel entonces ya casi había terminado con Castle Park e irónicamente, había llegado a un acuerdo con la vida de la escuela preparatoria. No iban a conseguir nada de él, lo sabía, y así fue. Ahora tenía algo de un viejo hombre de estado, estilista, agradable, desdeñoso hacia el espíritu de la escuela pero siempre civilizado, educado, divertido. 37

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Hubo momentos, sin embargo, en los que afloró la hostilidad. En el último trimestre del año escolar de 1975-76, Adam fue seleccionado para jugar al críquet representado a su Casa. Mirad, dijo no voy a hacer nada por esa mierda de la política de la Casa, no quiero meterme en el juego del críquet. Jugarás, Clayton, le dijeron. Éste iba a ser su último y glorioso acto de desafío. El partido empezó con su equipo en el campo. Ocupo su posición y se sentó en el suelo hasta que fueron lanzadas las seis pelotas. Cuando el árbitro señalo over, se levantó y se fue a la siguiente posición, y se sentó de nuevo a esperar el siguiente over. Cuando su Casa bateó, Adam fue expulsado por no tener anotada ninguna carrera. Al día siguiente fue llamado al estudio del rector. -Clayton, es usted un asno- rugió el señor Carter-. Es usted un completo inútil. -Mire, señor, no quiero saber nada acerca de estúpidos juegos de críquet. Son una pérdida de tiempo. -¿Qué piensa hacer usted con su vida, Clayton?- preguntó el señor Carter. -Cuando crezca seré comediante, señor- respondió Adam. Parecía como si Adam no fuera a ir a Eton y Oxbridge después de todo. Los Clayton se habían instalado felizmente en Malahide. Los padres de Jo se habían unidos a ellos y comprado una casa en primera línea del mar. La familia estaba echando raíces en Irlanda. Sin embargo, la casa de Adam y su escuela seguían siendo quinta esencialmente ingleses en carácter: no veía la televisión irlandesa ni leía los periódicos locales, y aún seguía hablando con acento londinense. Aunque la escuela había separado a Adam de los demás chicos de Yellow Walls Road, en algunos aspectos al menos había hecho un hombre de él. Era más mundano y autosuficiente que los demás muchachos de trece años. Pasaba gran parte de su tiempo en Malahide. Por la mañana iba en bicicleta a casa de sus abuelos para desayunar. Le encantaba hablar con su abuelo, o más a menudo escuchaba. Adoptó el punto de vista de Longfellow sobre la educación de que «una sola conversación en la mesa con un hombre sabio es mejor que ocho años de simple estudio de los libros». Tras el desayuno, paseaba por la orilla del mar. Adam era un muchacho solitario pero más gentil que débil, más optimista que amargado y autocompasivo. El mar y la vida salvaje de la orilla alimentaban su espíritu de una forma que desafiaba toda definición. La fuerza y vastedad del mar situaban la insignificancia del hombre en algún tipo de perspectiva, hacían una burla de todo lo que era pequeño, mezquino y limitado en la existencia humana. En algún lugar ahí fuera se extendía un mundo mejor y más grande que el que se veía obligado a habitar, y sentía que algún día llegaría a más. Algún día haría y seria lo que deseaba hacer y ser. Daría la espalda a sus paseos por la orilla, pensaba a menudo Adam, y seria fuerte y haría las cosas a su manera. Gran parte del tiempo de Adam en su casa lo pasaba en su dormitorio, sumido en los pensamientos que se le negaban en la escuela. Le gustaba permanecer tendido escuchando la radio, poniendo discos, leyendo libros. Jo y Brian habían decidido enviar a Adam al St Columba’s College de Rathfarnham, un internado co-educacional. La naturaleza rígidamente sectarista del sistema educativo irlandés restringió las elecciones disponibles para las familias protestantes. Los católicos podían atormentarse sobre la calidad y accesibilidad de las escuelas a las que enviaban a sus hijos, pero los protestantes no. Conseguir acceso a la escuela mejor o más adecuada era a menudo, para los hijos protestantes y sus padres, un asunto de grandes gastos y problemas. Dados los resultados académicos de Adam hasta entonces, y el hecho de que Brian Clayton tenía que efectuar un viaje de trabajo a Singapur St Columba’s parecía una elección razonable…, pero no para Adam. Sabía que St Columba no era ni Eton ni Harrow. Tenía la sensación de que era el fondo del barril. La escuela no supero sus expectativas.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2

Adam Clayton El St Columba’s College estaba encajado al pie de las montañas de Dublín en Rathfarnham, a unos diez kilómetros al sur del centro de la ciudad. Los suburbios del lado sur se detenían a muy poca distancia de sus puertas. El colegio era austero, los edificios viejos, no habían cortinas en las ventanas. Hacía frío ahí arriba. Un frío que Adam recordaría altos, más fuertes y más rudos que los chicos de la escuela preparatoria. Muchos de los alumnos de Columba’s eran hijos e hijas de pastores protestantes a quienes la institución ofrecía un trato especial. Había algunos campesinos, gente rural, así como los desplazados hijos de los padres de Castle Park en el exilio. Para Adam, el lugar era tan extraño como la gente que lo ocupaba. Adam se mantuvo tranquilo durante un par de trimestres. Leía mucho, principalmente thrillers de Alistair Maclean y Desmond Bagley. A veces leía durante toda la noche, secretamente, en el dormitorio, después de que se apagaran las luces. Leía en clases, ocultando su Alistair Maclean debo de su libro de texto de latín. En deporte, que en Columba’s tenía gran importancia, Adam sabía exactamente cuál era su postura: si tenía que darse una ducha fría para lavarse las rodillas enlodadas por el rugby, no se enlodaba las rodillas. Si querían que se ensuciara, ¿por qué no proporcionaban agua caliente? No le gustaba el frío. Académicamente era en buena parte la misma historia, sólo que peor. El primer informe escolar de Adam fue una letanía de condenas: «un trimestre absolutamente improductivo… No se ha distinguido… Sus progresos son lentos… No toma excesivo interés en su trabajo.» Esas observaciones de los maestros eran resumidas por el responsable de su Casa: «No es lo bastante bueno. Se muestra siempre educado, pero su agradable exterior me hace pensar que en el fondo no es tan ocioso como aparenta ser a veces. Se necesitarán muchos esfuerzos. El próximo trimestre intentaré que estos esfuerzos se lleven a cabo.» Lentamente, Adam empezó a hacer amigos, en particular dos. John Lesley era del norte de Irlanda. Como Adam, no tenía tiempo para la mezquina disciplina o el deporte, John estaba metido en la música, sabia tocar la guitarra, y estaba familiarizado a través de su hermano mayor con las bandas de rock más sofisticadas como Cream, Grateful Dead y Crosby, Stills, Nash y Young. John 39

Unforgettable Fire: La Historia de U2 entraba cintas de contrabando, y las escuchaba. Sabía tocar la guitarra acústica siguiendo la música. Adam se sentía más fascinado por el sonido auténtico que por las cintas. En la escuela preparatoria había escuchado a menudo tocar la guitarra clásica por uno de los alumnos de allá, John Spencer. Siempre había deseado en secreto tocar, y observar ahora a John Lesley hacerlo despertó de nuevo sus ambiciones. Pero no podía revelar esta ambición. Hubiera sido traicionar sus auténticos sentimientos. Gordon Petherbridge era muy parecido a John y Adam, se sentía repelido por el régimen de Columba’s. Como ellos, no sentían nada en común con el plantel de granjeros/campesinos o la orgullosa progenie de los pastores de la iglesia de Irlanda. Gordon era un australiano alto y cetrino, un muchacho atractivo que era muy perseguido por las muchachas de Columba’s. Era sensato, sensible, y se sentía completamente desplazado en las colinas de las montañas de Dublín. Su padre era el Alto Comisionado australiano para Pakistán, y él había sido enviado a la escuela en Irlanda porque la familia tenía parientes en Dublín. Compartía muchas cosas con Adam, pero nada más intenso que su aborrecimiento hacia el frío. En la escuela estaba formándose un cierto ambiental musical. Un estudiante de tercer año, Stuart Dolan, habían persuadido a las autoridades de que le permitieran convertir uno de los establos en una sala de música. Dolan era un mago de la electrónica. Construyo una mesa de sonido, compro un amplificador y, junto con una batería y un guitarrista, formó una banda. La banda de Dolan tocaba a Santana y una emotiva version del «Imagine» de John Lennon. De pronto, la música dejo de parecer algo fuera del alcance de Adam. Podía hacerse, él podía conseguir su propia banda del mismo modo que la había conseguido Dolan. Después de todos los años de escuela, aquella fue la lección más importante que aprendió Adam. Tenia la sensación de que aquello era lo mas excitante que jamás le hubiera ocurrido. Empezó a tocar acordes en una vieja guitarra que compró en el Quays por 12 libras. Entonces John Lesley le hizo a Adam una proposición; mira, Dolan se va el año próximo. Podemos conseguir que nos ceda su sala. ¿Por qué no consigues una guitarra baja y formamos nuestro propio grupo? Te enseñaré a tocar. Puedes conseguirlo, eres bueno. Adam no estaba seguro. Le gustaba la música, pero no se sentía musical. Nunca podría tocar del mismo modo que lo hacia John. El miedo al fracaso se mezclaba confusamente con su excitación. Para el exterior, seguía siendo frío, divertido, Adam. Las montañas detrás del Columba’s eran como el mar en Malahide, un refugio y una fuente de fortaleza para Adam. Dio un largo paseo y medito. Quizá fuera eso, el algo que siempre había sabido que había ahí fuera. La música era un camino mejor y mas positivo de decirles que se fueran al diablo con sus estúpidos rituales y sus cansadas mentes grises. Un camino mucho mejor, pensó, que la disidencia en las clases o el cómico nihilismo y le pidió que comprara una guitarra baja. Jo Clayton se sintió encantada. Pese a las apariencias, no eran asquerosamente ricos, y el costo de 52 libras de la guitarra de Adam hizo una mella en el presupuesto familiar. Pero era un precio pequeño ante el entusiasmo que demostraba Adam. Éste prometió trabajar hasta conseguir dominar su bajo, y prometió también mejorar en clases. Hubo un inmediato progreso, que quedo reflejado en el siguiente informe: «Me siento muy impresionado por su trabajo más reciente», comentó su profesor de inglés. «En pocas ocasiones había hecho un trabajo tan bueno», reconoció el profesor de historia. De sus matemáticas solo decía ahora: «Cuando hace un esfuerzo serio, sus resultandos son muy razonables.» En biología, «ha mejorado realmente, y ha aprendido mucho». El responsable de la Casa se mostraba escéptico: «Quizá se hayan producidos algunos ligeros signos de mejoría, pero evidentemente aún queda mucho por hacer.» Su comportamiento era de todos modos descrito como «excelente, agradablemente excéntrico». La nueva guitarra baja de Adam era agradable al tacto. Cuando la cogía y hacía sonar algunos acordes, un estremecimiento recorría todo su cuerpo. Era como si, mágicamente, le hubiera sido 40

Unforgettable Fire: La Historia de U2 otorgado otro miembro, con nuevos poderes. Aun no podía tocar de una forma coherente, pero contemplando la guitarra, sujetándola entre sus manos sabía que el poder estaba allí, en alguna parte. Y en él. Él y John escribían poemas y les ponían acordes. Sus composiciones eran deprimentes, egocéntricas, y reflejaban la miserable rigidez de Columba’s y su propia melancolía adolescente antes que nada grande y liberador. El tono moderadamente animoso del informe final de 1975 de Adam, significo un cierto alivio para Jo y Brian, que ahora se hallaban temporalmente exiliados en Singapur. Adam los visito aquel verano. Fue una agradable y exótica pausa de Rathfarnham. Regresó a Columba’s con historias que contar y unas gafas de sol que empezó a llevar en vez de las gafas normales. El régimen era severo respecto a las gafas de sol. Fue enviado al rector. -Clayton, ¿qué es eso que lleva usted? -Gafas de sol, señor, -Clayton, usted ya conoce las reglas aquí. No puede llevar gafas de sol en la escuela. -¿Por qué no, señor? Las necesito para protegerme los ojos. Tuvo que renunciar a ellas. El libro de reglas salió a relucir una vez más algunas semanas más tarde. Los padres de Adam habían regresado de Singapur, y aquel fin de semana iba a ir a casa. Cuando Jo y Brian llegaron a la escuela a buscarle, Adam llevaba su atuendo hippy: las gafas de sol, un turbante árabe que su abuela le había regalado y un caftán suelto que encontrado en alguna parte. -Clayton, ¿qué lleva usted? – preguntó el responsable de la Casa -. Ya conoce las reglas, Clayton. Cuando se sale hay que llevar el uniforme de la escuela. Va usted incorrectamente vestido. Vuelva a cambiarse o no saldrá hoy. Que te jodan, pensó Adam. Volvió atrás, se cambió a su uniforme, metió sus ropas de hippy en una bolsa, y pasó junto al responsable de su Casa. Cuando su adversario estaba ocupado en otra cosa, hizo un rápido cambio, le dio el uniforme a John Lesley para que lo devolviera al dormitorio, y entró en el coche. Pero cuando el vehículo abandonó los dominios de la escuela, el responsable de la Casa vio un turbante árabe mirarle desafiante desde la ventanilla trasera del coche. Clayton se había metido en problemas. Cuando regresó a la escuela fue llamado delante del rector. -Ésta es una seria transgresión, Clayton. Desespero de usted. ¿Qué tiene que decir en su favor? Adam pensó en razonar con él. ¿Qué tenia de malo llevar tu propia ropa cuando ibas a casa? ¿Cuál era el problema? Pero no parecía que fuera a servir de mucho. -Nada, señor – respondió. -De acuerdo, Clayton; queda usted confinado. Ser confinado significaba verte restringido en tus movimientos a ciertas partes de la escuela. No se le permitía ir más allá de sus puertas por ninguna razón. Adam había alcanzado el punto de no retorno con St Columba’s. No sabía que demonios deseaba ser, aparte músico, o donde iba, pero por Dios, sabía que no deseaba ser como aquella caterva, y no iba a serlo. No iban a quebrantar su espíritu. De alguna forma, en algún lugar a lo largo del camino, sabia que era importante mantener su independencia. Había alcanzado el punto donde cuando se veía metido en problemas simplemente confesaba, decía de acuerdo, soy culpable, ¿cuál es mi castigo? A veces recibía unos azotes. A veces era multado. A veces tenia que hacer tareas extras, como levantarse temprano y despertar a todos los demás. No lo comprendían. -Clayton, no sé qué pensar de usted – le dijo un día el responsable de su Casa-. Cada vez que se mete en problemas es usted la persona más razonable que nunca haya conocido. Comprende mis problemas, comprende sus propios problemas. Entonces, ¿por qué demonios los hace? -Porque las reglas son estúpidas, y no estoy dispuesto a hacer nada estúpido ni siquiera para cubrir apariencias. 41

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Los padres de Adam habían empezado a albergar dudas respecto a la utilidad de mantenerle en Columba’s. Académicamente, no estaba yendo a ninguna parte. Como había apuntado su tutor en el último informe, «La promoción de Adam al Cuarto Grado al final del trimestre no puede darse por garantizada». Las dudas pasaron a ser convicción con la noticia de su confinamiento. Y parecía que las cosas se iban poniendo cada vez peor. Cuando Jo telefoneó al señor Gibson para discutir el sacar a Adam de la escuela, fue informada de otra nueva transgresión: había sido visto en las tiendas locales, y en consecuencia había roto las reglas del «confinamiento». Adam había negado la acusación pero no fue creído: iba a ser suspendido. Adam consiguió detener la ejecución ofreciéndose a probar que no había estado en las tiendas. El problema al que se enfrentó fue que lo que había estado haciendo era igualmente ofensivo para el régimen de Columba’s. Había estado en las montañas con un par de chicas, fumando. Así, de un salto escapo de la sartén para caer al fuego. Decepcionados, pero decididos a no seguir tirando más el dinero, los Clayton sacaron a Adam de St Columba’s. Iría a la escuela libre más cercana. Mount Temple. Adam se sintió amargado. Su carrera musical se veía interrumpida en un punto crítico. Creía que había estado mejorando académicamente, incluso participaba en los deportes, donde sobresalía en las carreras a campo través y en los sprints. Tenía la sensación de que estaba siendo arrojado a los leones. Jo y Brian Clayton suavizaron el golpe de enviar a su hijo mayor lo que él llamaba despectivamente «ahí-entra-todo-lo-local», permitiéndole aceptar la invitación de su amigo Gordon Petherbridge de Columba’s a unas vacaciones en Pakistán. Adam pasó un mes glorioso en Rawalpindi. Se enamoró, fumó su primer porro y, entre los hijos e hijas de la comunidad diplomática, se sintió libre por primera vez en su vida. Era Adam, no «Clayton»; la única regla observada era «No te dejes atrapar». Rawalpindi situó la tiranía de la escuela pública en una perspectiva. Adam voló reluctante de vuelta a casa, trayéndose consigo una maleta llena de material hippy. Iría a Mount Temple, pero el mes en Pakistán había reforzado su determinación de ser él mismo. No iba a dejarse apabullar por nadie en aquella nueva escuela.

La Historia de Edge Cuando Albert Bradshaw oyó que el joven Mullen, de cuarto año, estaba organizando una banda, pensó de inmediato en Dave Evans. Evans era el tipo de muchacho que hacía que la labor de un profesor valiera la pena. Dave era tranquilo, inteligente, interesado, tenía buen oído para la música, y era inteligente sin ser pedante o pelmazo. Al principio no había visto el anuncio de Larry y cuando Albert le habló de la nota, el rostro de Dave se iluminó, y fue inmediatamente en busca de Mullen Jr. Dave Evans había nacido en el Barking Maternity Hospital del Este de Londres el 8 de agosto de 1961. Su familia se traslado a Dublín un año más tarde. Garvín y Gwenda Evans había nacido en Llanelli, una ciudad galesa famosa por sus jugadores de rugby y sus coros. Se trata de una región minera de la que se extrae carbón, rica en tradiciones y melancolía, severa, con el paisaje salpicado por las montañas de carbón junto a los pozos. La gente del lugar trabaja duro, conoce también la pobreza y la tragedia, porque el folklore minero esta orlado de negro en memoria de aquellos que murieron cuando las cosas estuvieron mal abajo en el pozo de las minas. Los hombres juegan a un rugby brutal y cantan en los Male Welsh Voice Choirs, los coros vocales galeses masculinos. Aquí no hay ninguna contradicción, como podría ser el caso en otros lugares. Los galeses no tienen que probar nada en términos de masculinidad, su valor queda demostrado

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 cada mañana cuando se meten en la jaula del ascensor que los lleva a las entrañas de la tierra para arrancar de ella el carbón británico. La iglesia no Anglicana es tan importante como el rugby y las canciones para la gente de los valles. Dios, con sus bendiciones y su ira, no es una figura abstracta sino una presencia viva en las comunidades mineras, y su relevancia en la vida cotidiana queda reflejada en el lazo existente entre el cristianismo y la política galesa. La espina dorsal del partido laborista británico se formo en torno a los valores de los evangelios. El socialismo de la iglesia no Anglicana, amparado en fervor evangelista, ha transportado desde hace décadas a los grandes oradores de la política británica desde los valles hasta la sede del gobierno de Su Majestad en Westminster. Allí, apasionadamente, líricamente, hombres como «Nye» Bevan, Michael Foot y Neil Kinnock han abogado por los valores de la decencia, la compasión y la justicia de una forma que podría constituir el tema de un sermón de la iglesia no Anglicana en cualquier tarde de domingo en los valles.

Dave Evans Garvin Evans y Gwenda Richard nacieron en la clase media de Llanelli. Ambos procedían de familias religiosas, los Evans presbiterianos, “Richard baptistas”. Ambos se marcharon con sus padres, él a Londres con su padre, que era farmacéutico, ella a la localidad minera de Blaegwynfi, donde su padre tenía una tienda de comestibles. Durante la Segunda Guerra Mundial, Garvin fue evacuado de vuelta a casa de sus abuelos en Llanelli, donde fue a la escuela secundaria. Allí conoció a Gwenda. Ambos estudiaron en el University College de Londres a principios de los 50, y se casaron después de graduarse. Garvin se califico en ingeniería, Gwenda como maestra. Enfrentado a dos años de servicio en las Reales Fuerzas Aéreas, Garvin pidió ser destinado a Gales. Pero con gran decepción de su parte, fue enviado a Eglington, en Irlanda del Norte. No obstante para su sorpresa, los Evans disfrutaron de su estancia allí, hasta el punto que, cuando una vez finalizado su servicio la empresa donde trabajaba, la Plessey Engineering, le ofreció la elección de 43

Unforgettable Fire: La Historia de U2 trasladarse a Wigan (al norte de Inglaterra), o a Dublín, eligió cruzar el mar de Irlanda. Sus jefes le sugirieron que se instalara en Malahide, que poseía una activa comunidad protestante. Por aquel entonces Dave tenía un año, su hermano Dick tres, posteriormente su hermana Jill nació en Dublín. Para la familia el chico era Dave, no David. Los Evans no eran pretenciosos. Y treinta años después de instalarse en Dublín, aún siguen viviendo en la misma confortable casa suburbana a casi un kilometro del centro de Malahide. Siguen siendo claramente galeses en acento y valores, una gente cálida, decente, hospitalaria, popular entre sus vecinos. Garvin posee ahora un negocio propio como ingeniero contratista, trabaja en un anexo que ha edificado junto a su propia casa, es un hombre vibrante que se dedica con deleite a una gran variedad de pasiones aparentemente irreconciliables. Es un anciano de la Iglesia Presbiteriana, un jugador entusiasta de golf, el tenor solista y uno de los miembros fundadores del Dublín Male Welsh Voice Choir, y un dedicado seguidor del equipo de rugby Welsh Rugby Union. Gwenda es miembro y una activa participante de la Sociedad Musical de Malahide. La música constituye una parte importante de su entorno. Las dos familias han proporcionado desde siempre miembros para los coros locales en los valles. La madre de Gwenda tocaba el violoncelo. Garvin era un excelente pianista, y además él y Gwenda, (que era sólo una principiante), tocaban para sus hijos en casa cuando éstos eran pequeños. Dave tuvo una infancia feliz, convencional, suburbana. Asistió a la escuela St Andrew’s de la iglesia de Irlanda en Malahide Village, donde conoció brevemente a Adam Clayton antes de que Adam fuera a Castle Park. St Andrew’s era una escuela pequeña, acogedora e intima. Dave era trabajador. Al primer encuentro, aquel muchacho atento y de habla suave daba la impresión de ser tímido. De hecho era listo, divertido, con un sentido del humor que tendía hacia el sarcasmo, muy realista. Cualquier inhibición que sintiera tenía que ver con su acento, cuyo tono era claramente gales-anglo-irlandés. Fuera de la escuela, Dave jugaba alegremente por las calles en torno a su casa de St Margaret’s Park. La orilla del mar y el castillo de Malahide estaban a pocos minutos de distancia, y pasando por entre la maleza y cruzando una empinada pendiente en la otra esquina de su casa él y sus compañeros podían escapar del mundo de los adultos hasta una línea férrea abandonada, completa, con viejos vagones y máquinas de vapor. En su conjunto, Dave gozó de todo lo que la infancia podía ofrecer. Mount Temple fue un brusco cambio. Shane Fogarty, el mejor amigo de Dave en St Andrew’s, había ido a Mount Temple el año anterior. Las noticias que le llegaron de vuelta eran que la gran escuela resultaba divertida. Estaba aquel charlatán llamado Paul Hewson que causaba explosiones en clase. Pero cuando fue, Dave halló Mount Temple pendenciero, frenético y demasiado impetuoso para su gusto. Era delgado para su edad, y tendía a ser ignorado. Las muchachas eran un gran problema. Dave era vergonzoso y no poseía el descaro que se necesitaba para conectar en La Galería. No era lo bastante inocente como para hacer escenas, así que, con su orgullo herido, optó por retirarse y concentrarse en sus estudios. Durante sus dos primeros años en Mount Temple Dave fue un solitario. Fueron tiempos difíciles, porque en el fondo era un muchacho vital que amaba la diversión. Intelectualmente era sofisticado y un buen conversador, dones que eran tristemente superfluos en aquel periodo quinceañero. Había superado ligeramente a su pandilla callejera, pero no había hallado nada que la reemplazara. La música ofreció un poco de alivio a su angustia adolescente. Aprendió las bases de la guitarra española e inició clases de piano. Adquirió un pequeño repertorio de piezas clásicas de piano que podía tocar de oído. El hermano de Dave, Dick, tocaba también la guitarra, y juntos empezaron a interpretar viejas canciones de los Beatles. En la venta benéfica del convento local su madre encontró una vieja guitarra acústica blanca sin ninguna cuerda, que compro por 1 libra. La llevo a una tienda del pueblo para que le pusieran cuerdas antes de regalársela a Dave. 44

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Dick había heredado la habilidad de su padre para construir cosas. Colaboraba con Everyday Electronics, una revista de háztelo tú mismo. Respondiendo a las inclinaciones de la época, uno de los números de Everyday Electronics presentaba en su portada una hermosa guitarra eléctrica, y en su interior las instrucciones de cómo hacerte una. Dick y su amigo Barry O’Connell decidieron probar, Dave les observó construirla en el cobertizo de la parte de atrás del jardín de los Evans. Cuanto más se veía interesado por el instrumento, más arraigaba en su mente la idea de unirse a una banda.

El Punk El punk era honesto, brutal e indiscriminadamente honesto. Atacaba y se burlaba de todo, lo rechazaba todo, y en el proceso garabateó el capítulo final de una era del rock n’ roll. Capitaneados por Johnny Rotten y Sid Vicious, cuyos nombres lo decían todo (Podrido y Vicioso), los punks emergieron en 1976 para decir “que se jodan a todos”. Los punks eran furiosos. Tenían derecho a serlo. Habían nacido en la prosperidad de la posguerra, habían crecido en los optimistas años 60, cuando la pobreza, el racismo y la injusticia parecían estar a punto de ser eliminados. Habían crecido escuchando la retorica de la libertad, a Kennedy, Harold Wilson, Bob Dylan, los Beatles y la gente del flower-power de San Francisco. Ahora, recién cumplidos los veinte años, los líderes del movimiento punk podían ver que nada había cambiado. Las cosas se habían puesto peores. El desempleo crecía con rapidez. Y ello pese al hecho de que el partido laborista, el partido de la liberación, llevaba gobernando Gran Bretaña desde hacía nueve de los últimos doce años. Harold Wilson, el Kennedy de Gran Bretaña, llego al circo en 1964, pero abandonó la política en 1976. Había sobrevivido a las acusaciones que lo relacionaban con corruptelas de orden especulativo a principios de los años 70. Ahora, a su partida del 10 de Downing Street, causó más controversia aún porque publicó una lista de honores que ennoblecía a muchos cuya única distinción parecía ser, a los ojos de la nación que observaba, su voluntad de servir a los intereses de Wilson y su entorno. Las promesas de los años 60, transformadas en música por los Beatles, no se habían mantenido. No había una mayor igualdad de oportunidades, ni libertad, ni belleza. Había una nueva aristocracia en la Gran Bretaña que Harold Wilson dejaba atrás. Sus miembros no eran los mejores y los más brillantes, sino los más hábiles y los más oportunistas: los especuladores inmobiliarios, los promotores y los constructores. Junto con ellos, recitando aún pomposamente la retorica socialista, estaban los poderosos barones de los sindicatos buscando todavía más dinero a cambio de menos trabajo, buscando, buscando, buscando, para sus miembros. Los punks vivían en la nueva Gran Bretaña socialistas que los especuladores y sus amigos los constructores habían edificado. En un frenético espasmo de actividad orientada hacia el socialismo, viejas comunidades habían sido barridas de raíz para ser reemplazadas por bloques de edificios de apartamentos y planas casas unifamiliares carentes de todo rasgo distintivo. Personas que estaban acostumbradas a vivir en calles donde todo se conocía, comprendían e identificaban, se vieron transportadas a un feo laberinto de pasos elevados y subterráneos. La tradición fue excavada, removida y aplanada por los bulldozers, los vecindarios barridos de la noche a la mañana. La gente, hombres, mujeres y niños, viejos y jóvenes, conducidos a un mar de cemento, extirpados de amigos y enemigos, escuela e iglesia, pub y tienda. Era posible que tu nuevo mundo tuviera de todo excepto la sensación de ser un lugar, excepto la sensación de dónde estabas y de dónde venías, tuviera de todo excepto tu identidad. La vida en esos guetos urbanos era fría y las grandes ciudades británicas de Londres, Glasgow, Birmingham, Manchester, Liverpool y Newcastle, quedaron como monumentos a un sueño traicionado. Fue hacia todo esto, en 1976, lo 45

Unforgettable Fire: La Historia de U2 que los punks, amargados, cínicos, derramaron su odio, tan indiscriminadamente como los hippies habían derramado su amor en el verano del 67. Johnny Rotten y Sid Vicious pertenecían a una banda llamada los Sex Pistols, un nombre que era una sátira del engañoso paz-y-amor acuñado por la generación que había venido antes que ellos. Afirmaban odiarlo todo: políticos, sociólogos, asistentes sociales, periodistas, todos aquellos que habían conspirado para joderles, pero era hacia el negocio del rock n’ roll y sus ídolos que los punks dedicaban su más ácido desprecio. El rock n’ roll era la mayor de todas las traiciones. Se suponía que el rock era la música de los desposeídos, pero los héroes de su clase trabajadora eran multimillonarios. Los antiguos hippies que habían despreciado dinero, trabajos y posesiones vivían ahora en lujosas mansiones y viajaban como príncipes medievales. Donde antes había habido furia ahora había Rod Stewart. Elvis, en los albores del Rock, había suplicado que no pisáramos sus zapatos de gamuza azul (blue suede shoes), ahora la nueva generación del rock n’ roll estaba más preocupada por proteger sus Rolls Royce y empleaba ejércitos de guardaespaldas para cuidarlos. Donde había habido furia ahora había decadencia. Donde antes, con tres guitarras y una batería, unos jóvenes habían articulado dolor, angustia, frustración y desesperación, ahora había un gran abanico de tecnología en torno a la que los hinchados ídolos arropaban su presunción. El rock n’ roll se había convertido en una gran empresa, se había puesto cuello duro y corbata y había vuelto la espalda a las calles miserables y a los bloques de viviendas aún más miserables a los que pertenecían. ¡Adiós muy buenas! El punk era un disgustante y disgustado recordatorio. No es música, decían, y tenían razón. El punk era arte escénico, una atonal y arcaica patada en los testículos para todos aquellos que no viven en la Calle de Concreto. El punk no era música, pero arrastraba consigo un poderoso mensaje para el negocio de la música: ¡que se jodan todos!, ya hemos tenido bastante. Ésta es nuestra música, cualquiera puede tocarla. Los Sex Pistols no ocultaban el hecho de que no sabían tocar sus instrumentos: alardeaban de ello, como tampoco cultivaban su público. Aclamados por una generación que procedente o no de los desiertos urbanos, sabía que era lo que representaba el punk. Pero Rotten y Vicious escupían sobre aquellos que los idolatraban, porque esa idolatría era lo que había ocasionado en su origen el problema. ¡Jodeos y encuentren su propia respuesta!, decía el evangélico según los nuevos anti-héroes. El punk se produjo en el momento en que Paul Hewson empezaba su último año en Mount Temple y lo comprendió de inmediato. Le encanto la energía, el crudo sonido básico. Vio, a través de la vulgaridad, la rabia y la desesperación que había debajo. Y comprendió y se sintió excitado por la primera ley punk: que cualquiera podía usar el rock n’ roll para hacer lo que quisiera, decir lo que quisiera, expresar sus propias ideas. No tenías que ser un virtuoso, ni ser apuesto, ni ser millonario. Paul fue el primer punk de La Galería. Se presento un día, a mediados del 76 con el pelo en punto, ceñidos pantalones purpuras, botas con puntera, una chaqueta de los años 60 y una cadena que iba desde su nariz hasta su oreja. Deseaba identificarse con los punks, deseaba decir “que se jodan todos”. Aunque muy en lo profundo, un Paul que raras veces, si lo había hecho alguna vez, ya se había presentado en La Galería como un ser diferente, ya que deseaba antes que llegara el movimiento anti-cultural, algo mucho más de lo que el nihilismo punk tenía por ofrecer. Aunque había seguido brillando socialmente, los dos años desde la muerte de su madre habían sido una época desesperada para él. La relajante presencia de Iris nunca fue reemplazada en el 10 de Cedarwood Road. Ahora aquello era solo una casa, no un hogar, un lugar que compartía con dos hombres con los que tenía muy poco en común. Siempre estaba en apuros; perdía las llaves de la casa; olvidaba, o simplemente no le importaba, hacer su parte de las tareas domesticas; dormía durante semanas en una cama sin hacer. Su comida eran paquetes de cereales, puré de patatas instantáneo, o cualquier cosa que fuera rápida y cómoda. 46

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Paul había hecho algunos nuevos amigos en el vecindario. Formaba un grupo que se hacía llamar The Village. Se enorgullecían de ser más listos y más sofisticados que sus colegas de Ballymun y Fingland. The village se congregaba en casa de Paul durante el día, cuando Bobby y Norman estaban trabajando. El lugar solía estar hecho un asco cuando Norman volvía a casa, todo lleno de tazas y platos sucios, humo de cigarrillos, además del sonido de risas insolentes. Aquello era más de lo que Norman podía soportar después de un duro día de trabajo. La vida ya era bastante difícil para él y para su padre sin aquella pandilla invadiendo la casa. Él y Paul se peleaban con frecuencia, a veces físicamente. Una noche de hostilidad termino dramáticamente cuando un cuchillo arrojado por Paul se clavo en el marco de la puerta de la cocina, a unos centímetros de la cabeza de Norman. Pero Maeve O’Regan veía el otro lado de Paul. A los dieciséis años, era más alta, más hermosa, más confiada en sí mismo y más deseada que nunca. Había una dimensión física en su relación, pero no era lo más importante para ninguno de los dos. Lo suyo era la amistad, una amistad que se hizo, más profunda después de la muerte de Iris. A solas con ella, el desastrado animal social de La Galería echaba a un lado la armadura y revelaba al joven sensible que había debajo. Hablaban de arte, literatura, música y religión. A la hora de comer ella lo llevaba a su casa en Clontarf, donde su madre, viendo también muy claramente su vulnerabilidad casi de expósito, le daba de comer. Era un muchacho agradable y de muy buenos modales. ¿Por qué, le pinchaba a Maeve, siempre iba intentando demostrarse algo a sí mismo? ¿Por qué aquel fuego en la clase, con los remaches que había robado de la caseta de los operarios estallando por toda la habitación? ¿Por qué el atuendo punk? ¿Por qué todas las chicas? ¿Cómo podía Paul reconciliarse con el otro Paul? Aquél era su último año en la escuela, en el que debía obtener su certificado de estudios. Los exámenes gravitaban sobre él, sabía que académicamente no era ninguna gloria. Los problemas serios de la vida se alzaban delante, y Paul iba a quedarse rezagado con respecto a todos sus compañeros de La Galería. Maeve era una notable estudiante. Reggie Manuel, Mark Holmes y Ken Trimble estaban igualmente dotados. Mark y Ken planeaban estudiar medicina. Todos sabían cuándo había que parar, cuándo terminaba la diversión y había que empezar seriamente con los estudios. Todos estaban abocados al éxito. Paul era la oveja negra, el loco, el místico, el hombre de las chicas. Pronto supo que dejarían de reír con él para empezar a reírse de él. Hubo entonces un asomo de desesperación, fruto de la inconstancia; intentó organizar un grupo de actores, pero fracasó. Flirteó con el equipo de rugby, pero se cansó pronto. La telaraña, su disco-club, había cerrado sus puertas con la marcha de Zandra Laing. Quedaban dos constantes, la música y la religión. Paul se había unido a la Union Cristiana de Mount Temple tras la muerte de su madre. Asistía a las plegarias del sábado por la mañana, y persuadió a Maeve de que le acompañara. Si eras joven (o incluso no tan joven), idealista y espiritualmente vivo, al mundo podía ser un lugar sódico e indiferente a mediados de los años 70. En aquellos años post-Watergate era difícil creer en algo. No había héroes ni grandes causas, no había la sensación de que el mundo estuviera convirtiéndose en un lugar mejor. De hecho, con la economía occidental en plena confusión después de que el petróleo cuadruplicara su precio en 1973, lo cierto era lo contrario. La vida se había convertido en un asunto de supervivencia. Ya no se trataba de héroes y causas, sino de trabajo y dinero. La espiritualidad era un lujo que muy pocos podían permitirse. Los Estados Unidos había elegido al cristiano Jimmy Carter, en un noble intento de olvidar a Nixon. Pero las viejas democracias europeas eran más listas y estaban virando a la derecha en busca de líderes que pudieran establecer la prosperidad. Indiferentes, sensibles, preocupadas más por su propia política interna que por sus responsabilidades pastorales, las iglesias establecidas no conseguían llenar el vacío espiritual que ahora existía. Así que ese espacio era dejado en manos de los evangelistas independientes, las sectas cristianas, nuevas y viejas, y los cultos pseudorreligiosos como los Moonies y los 47

Unforgettable Fire: La Historia de U2 cientologos, para ejercer el ministerio para aquellos, especialmente los jóvenes, que necesitaban consuelo espiritual. Cuanto más despierto fueras espiritualmente, mayor era tu necesidad. Paul Hewson estaba completamente despierto, necesitaba agudamente algún consuelo. Desde la muerte de su madre había dejado de burlarse de Sophie Shirley, la profesora de religión de Mount Temple, y había empezado a escuchar los evangelios de Cristo. En ellos encontró lógica, coherencia, verdad. Podía relacionarlos con su idealismo. No había tropiezos ni dificultades, no había nada confuso o engañoso en el mensaje cristiano. Tenía sentido de una forma que nada, no el hogar, ni la escuela, ni la cultura, ni los representantes establecidos de Cristo en la Tierra, tenían. Los evangelios eran reales y auténticos. Paul y Maeve no eran los únicos en creerlo. Mientras el mundo fuera de Mount Temple se volvía cada vez más egoísta, un número creciente de estudiantes empezó a mostrar interés hacia el movimiento cristiano. La música era otra fuente de refugio del duro mundo. La música era una parte integrante del curriculum de la escuela, con su amplio abanico de sabores, desde las obras corales del Renacimiento hasta la guitarra española. Incluso aquellos no especialmente interesados por la música se sentían inspirados a probarla gracias a Albert Bradshaw, el dedicado profesor de música de Mount Temple. Paul era miembro del coro de Bradshaw. Incluso en sus peores momentos hallaba en la música, algo relajante. Pero el mundo real, fuera de las reuniones para rezar de Sophie Shirley y la sala de música de Albert Bradshaw, seguía frustrando a Paul. Maeve había empezado a relacionarse con un alto y apuesto jugador de béisbol americano llamado Lloyd. Aunque escéptico respecto a aquella amistad, Paul odió tener que ceder terreno a aquel muchacho de dieciocho años que, puesto que se sabía de memoria las letras de las canciones de Bob Dylan, se rumoreaba que era un intelectual. Aparte de sentirse celoso, Paul se mostró intrigado durante un tiempo hacia su rival, cuyos libros, discos y opiniones devoró. Al final se retiró de buen grado, sin por ello alejarse de Maeve, cuyas preferencias románticas comprendía y aceptaba. Ese día de mediados de Septiembre, Paul no vio la nota de Larry Mullen, pero oyó algo acerca de que se estaba formando un grupo. “Sí”, le dijo a Larry cuando el agraciado muchacho rubio le planteó el tema, decía que sabía tocar la guitarra y también cantar. Larry se mostró encantado con ello, la banda necesitaba un portavoz, alguien con un poco de cara y carisma para presentar los números y charlar un poco con el público. Este muchacho parecía perfecto para el papel, daba la impresión de ser el tipo de chico que tenía que haber siempre en una banda de rock. Norman había enseñado a Paul a tocar los acordes de do en una guitarra vieja que corría por la casa. Paul había tomado ocasionalmente el instrumento y tocado algo para distraerse. Había hecho lo mismo durante las lecciones de música en la escuela. Decir que tocaba la guitarra era casi un chiste. Mientras se dirigía a casa de Larry en la avenida Rosemount, Paul llevaba consigo multitud de talentos, pero la habilidad musical (al menos en lo que podía aplicarse a la guitarra que llevaba bajo el brazo), no era una de ellas. No sabía tocar ni sabia cantar. Lo que llevó consigo a aquella primera reunión fue presencia. Paul era un actor nato. Podía transformarse de un chico amable en un puro heavy en el tiempo que le tomaba ir a Mount Temple desde casa de Maeve O’Regan, (que estaba casi al lado). Según la compañía que llevara al lado, podía ser un chico sexy de la calle o un muchachito solitario. Podía ser tan vulgar como cualquiera del equipo de rugby y tan espiritual como cualquiera de los asistentes a las reuniones religiosas de Sophie Shirley. El problema con Paul era que no estaba actuando; él era toda esa gente, y más. Era tan sensible como un poeta y tan agresivo como un matón callejero. Era tolerante e intolerante. Era Bobby, católico, robusto, valeroso, un «dub», un dublinés de corazón. Y era Iris, gentil, sereno, protestante. A veces le dolía la cabeza con el conflicto. Del mismo modo que, de pequeño, había llorado durante todo el día, inquieto, atormentado, intentando reconciliar las voces conflictivas en su cabeza. Los demonios en lucha en su alma. Ahora ya no lloraba. Pero el conflicto seguía 48

Unforgettable Fire: La Historia de U2 haciendo estragos en su enorme espíritu. En el blando mundo suburbano de su alrededor, Paul se sentía torpe, perdido, y muy a menudo solo. Aún no había encontrado una identidad lo suficientemente amplia, lo suficientemente profunda, lo suficientemente universal, para albergar el espíritu que había dentro de él. Los punks habían hecho de nuevo el rock n’ roll accesible a los chicos como Paul, a los chicos que no podían encontrar un lugar para sí mismo en el mundo real. «Cualquiera puede hacerlo», recordó Paul mientras se encaminaba a casa de Larry. Era la mejor noticia que había oído en años.

La Cocina

25 de Septiembre de 1976; Rosemount Avenue, Dublín - Irlanda Larry Mullen se contactó con Dave en el momento preciso. Sí, estaba interesado en un encuentro. Traería con él a su hermano Dick. La guitarra eléctrica de fabricación casera estaba lista. Tenía un hermoso aspecto, amarilla y limpiamente diseñada con la forma de un cisne en vuelo. El único problema era el sonido. Había algo ahí dentro que no funcionaba como debería. Dave y Dick se reunieron con Adam Clayton en la parada de autobús de Artane. Adam llevaba sus gafas de sol. Su bajo colgaba indolentemente de su hombro y llevaba un amplificador para su bajo en el otro brazo. Adam parecía saber lo que quería. Mientras los tres se dirigían a casa de Larry, Adam habló con fundamento de causa sobre la idea del Rock n’ roll, dejando caer palabras como «contratos» y «sesiones» para establecer su bona fides. Cuando llegaron al número 60 de la avenida Rosemount, Dave y Dick se sentían adecuadamente impresionados. La escena en el interior de la casa fue un tanto confusa. La nota de Larry pedía un guitarrista, y ahora se encontraba con cinco. Paul Hewson se había presentado con otro alumno de Mount Temple, Neil McCormick, que, como todos los demás presentes excepto Larry, esperaba ser el guitarrista solista del nuevo grupo. Nadie deseaba ser el vocalista. Aunque todos asistían a la misma escuela y eran vagamente conscientes los unos de los otros, los seis protagonistas no eran amigos. Apenas se conocían entre sí. Hubo mucho tira y afloja mientras se aposentaban en la habitación de delante de casa de Larry para discutir su proyecto. Ninguno de ellos estaba metido especialmente en la música rock, nadie poseía una envidiable colección de discos o tenía una predilección especial para algún grupo o estrella en particular. Sus gustos eran eclécticos y diversos. A todos les gustaba Bowie y los Stones, a Larry le encantaba David Essex y los Sweet, Paul estaba en el rock n’ roll de los 60. Hewson acababa de descubrir a Elvis y por supuesto el movimiento Punk. A Dave le gustaba Rory Gallagher y Taste, los Beatles y Yes. Adam compartía ampliamente estos gustos pero con una pizca de la música de San Francisco además. Ni Neil ni Dick expresaron alguna preferencia en contra. En consecuencia, la cuestión de lo que iban a tocar en la banda, aun sin nombre, quedo abierta. Primero había que decidir la logística de acomodar una banda de seis miembros en la modesta casa semiindependiente de los Mullen. Fue elegida la cocina como único escenario adecuado. Con la puerta de atrás abierta y la batería de Larry instalada en el jardín, los cinco guitarristas en competición apenas cabían entre la nevera y la caja del pan. Enlazaron un par de clásicos de los Rolling Stones, «Brown Sugar» y «Satisfaction», que sonaron horriblemente y atrajeron en seguida a un público de curiosos quinceañeros del vecindario. Larry les dijo que se fueran, pero el sonido era demasiado atractivos para ellos, y el batería del jardín de atrás se vio obligado a regar a sus admiradores con la manguera antes de poder terminar el show. El primer encuentro revelo una serie de importantes verdades. Larry y Dave sabían tocar. Paul y Adam encajaban menos. Dick sabía tocar, pero su hermosa guitarra electrónica no acababa de 49

Unforgettable Fire: La Historia de U2 sonar bien. Neil decidió dejarlo correr y seguir en otra cosa. Dave seguía siendo el hombre tranquilo, pero un espectacular solo de dos minutos en «Blister on the moon», un clásico de Taste, le valio el respeto y la aclamación incondicional al papel de guitarrista solista. Larry resulto tan eficiente como era de esperar. Aunque no tan musicalmente dotados como sus cómplices, Paul y Adam tenían otras virtudes, no menos importantes, para entrar a formar parte del grupo que se proponían a formar. Paul tenía convicción. Podía resultar. Y tenía ideas acerca de cómo debían proceder. Pedirían a la escuela permiso para utilizar una clase para sus ensayos. Había montones de lugares en el Lado Norte donde podían conseguir contratos una vez hubieran perfilado una actuación básica. También tenían una visión más amplia acerca de lo que podían conseguir el rock n’ roll, acerca de cómo podrían proporcionarse una voz en el mundo, al menos el mundo en torno a Mount Temple. Paul era infinitamente más convincente hablando que tocando la guitarra. Con sus gruesos dedos de obrero joven, pensó ociosamente Dick mientras le escuchaba, era simplemente un milagro que Paul pudiera tocar la guitarra. Adam asentía mientras Paul perfilaba el plan acción. Con un cigarrillo colgando de sus labios, su bien modulada voz de escuela privada consiguiendo sin esfuerzo la atención, en la cual Paul tenía que esforzarse para obtener.

Slane Castle - Irlanda, Julio 1984 Adam proyectaba mundanalidad y confianza. Conseguirían contratos, él se encargaría de ello. Conocía a unas cuantas personas en la ciudad, confió. Así, Paul y Adam pagaban en ambición y confianza el optimismo que habían extraído de la música de Larry y Dave. Se llegó a un acuerdo razonable. Se llamarían Feedback, una irónica referencia al sonido que emergía del amplificador de Adam. Dick podría unirse al grupo a condición de que consiguiera una guitarra que funcionase. Para Larry, Feedback era una lógica progresión en su carrera musical. Para Dave, la guitarra era una manera de expresarse y la banda una forma de salir de detrás de su tímida personalidad, de probar que no era del montón. Para Paul y Adam, Feedback era más, mucho más de lo que debiera haber sido. Tras los recursos que sin ninguna duda poseían ambos, había una historia distinta, más 50

Unforgettable Fire: La Historia de U2 triste. Ambos eran refugiados del hogar y de la escuela, de la misma cultura a la que nominalmente pertenecían. Los dos eran inteligentes, imaginativos… y solitarios. Paul y Adam no iban a ninguna parte, no tenían nada que perder. Ambos necesitaban una causa en la que poder creer, una institución sobre cuyos valores y ambiciones pudieran ejercer alguna influencia. Feedback era esa causa, esa institución. La escuela había decidido organizar en Octubre de 1976 un concurso de talentos entre sus alumnos. La noticia galvanizo al nuevo grupo. Durante ese mes de práctica, se había ido desarrollando un lazo entre ellos, basado en la aceptación de las fortalezas y debilidades de cada uno. Larry era un músico y un ejecutante publico experimentado. Dave podía tocar la guitarra lo bastante bien como para «cubrir» la mezcla de rock clásico y éxitos actuales que formaban su repertorio, y también podía tocar un impresionante solo. La guitarra de Bono no era nada excepcional, hasta el punto de ser superflua. Su modo de cantar era fuerte, recio y atonal. Pero poseía el valor de los auténticamente desesperados. No temía fracasar, y la importancia de su pertenencia a la banda era comprendida y reconocida por los demás. Bono tenía agallas. Estaba preparado para situarse al frente y ofrecer un blanco a las burlas que de otro modo podían ser dirigidas hacia los otros. Bono era de constitución recia, lo suficientemente grande como para que sus compañeros pudieran ocultarse detrás. También tenía ideas acerca de cómo debían desplegar sus talentos y la convicción de que, si lo hacían de modo correcto, Feedback podía conseguir algo. Adam estaba aun más convencido de eso que Bono, si eso era ya posible. Adam había visto la banda inglesa punk The Clash tocar en el Trinity aquel verano recién pasado. Sabía que Feedback podría hacerlo igual. Y sabía cómo debían proceder. Incluso antes de su primera actuación, Adam era ya mentalmente un músico de rock. Hablaba de conseguir un «contrato de grabación», de la necesidad de «una buena dirección artística», y cuando terminaran con la mierda de la escuela, «lanzarse a la carretera». Estaba tan desesperado como Bono pero era más frío, dando a los demás una impresión de falta de nervios que, si bien no era divertida, sí era tranquilizadora. El destino, según Adam, les tentaba. Por eso iban a triunfar en el concurso de talentos. Feedback tenía previsto actuar en penúltimo lugar. Tendrían diez minutos. La mayoría de los demás estudiantes consideraban el concurso como una diversión. Todo el mundo que sabía hacer algo lo hacía. Había cantantes, bailarines, comediantes imitando a grandes personajes y profesores. Interpretes y públicos se intercambiaban insultos. Bono sonrió tranquilizadoramente a sus amigos mientras aguardaban para salir. Larry no necesitaba ser tranquilizado, había estado allí antes. Dave estaba muy nervioso, no le gustaba exponerse al público, no era un actor nato. Aquello era traumático. La parte de Adam que no temblaba por los nervios era la peor. Se sentía como aterido y no podía distinguir una sensación de la otra. Prepararon un programa compuesto por «Show Me The Way» de Peter Frampton, una parodia de los Bay City Rollers, y un climático popurrí de éxitos de los Beach Boys. Bono estaba decidido a no sonreír. Odiaba su sonrisa, que parecía hosca y en cierto modo falsa cuando se miraba al espejo. Pero al final no pudo evitarlo. Los aplausos fueron fuertes y entusiastas. La gente pateaba y silbaba pidiendo más. La intensidad de Feedback había parecido curiosa al principio, luego impactante, y al final había conseguido el respeto de la audiencia. Era su voluntad de entrega, la de Bono en particular, la que los separaba de los demás participantes. Los profesores que actuaban de jueces no le concedieron el premio a la banda; eso hubiera sido inapropiado, sin mencionar una afrenta al profesor que se levanto disgustado y se marcho durante la actuación. Pero todo el mundo aquella noche abandono Mount Temple hablando de la banda. Ellos mismos se sentían orgullosos y aliviados. Desde aquella noche, Dave Evans se sintió más confiado. La gente, en especial las chicas, sabían ahora que el existía. Ya no era anónimo, era el guitarrista de una banda de rock n’ roll. Larry había demostrado que podía tocar la batería de la forma que siempre había deseado hacerlo, dictar sus propias reglas y, pese a Mónica Bonnie y la Artane Boy’s Band, ser un músico. Adam irradiaba una sensación de logro sin 51

Unforgettable Fire: La Historia de U2 precedentes. Nunca se había enfrentado a una aprobación tan incondicional como la que había desplegado aquella noche el público ante él. Era estupendo, la justificación de cualquier cosa. Deseaba más, y lo deseaba pronto. Mientras regresaba a casa, Bono se sentía excitado. Su alegría tenía que ver con algo más profundo que la vanidad. En su hermosa canción de alienación quinceañera, «She’s Leaving Home», los Beatles tenían una estrofa que se acercaba mucho a resumir la vida de Bono hasta aquella fecha. Como la anónima heroína de Lennon y McCartney, Bono sentía «algo dentro que siempre se le había negado». Como ella, no sabía lo que era ese «algo». En la canción, ella «se marcha de casa después de haber estado sola durante tanto tiempo». Él no se había ido de casa, al menos no físicamente, pero pese a su envidiable éxito como animal social Bono había estado solo durante tanto tiempo, aislado por su espíritu, que permanecía rugiendo como un volcán detrás de su personalidad callejera. Aquella enorme sensibilidad al mundo y a todo y a todos en él era ese «algo» dentro de bono que «siempre se le había negado». Había buscado alivio en su fe y en la ternura de sus amigas. Había hallado algo de consuelo en cada una de aquellas experiencias, pero nunca el suficiente para eliminar la frustración que se alojaba muy profundamente en él. Bono había sido siempre cauteloso respecto a la rebelión, siempre, al contrario que Adam, había intentado mantenerse al margen. Pero recientemente los conflictos y confusiones dentro de él habían ocasionado severas alteraciones físicas y psicológicas. La nariz le sangraba a menudo, y en un par de ocasiones había perdido el conocimiento. En una ocasión, en un espasmo de rabia no provocada, había volcado un escritorio y revuelto toda la clase. Las habladurías de La Galería atribuían este comportamiento a Bono el «personaje», pero otros, como Maeve, que le conocía mejor, sabía que era algo más. Sus amigos le animaron a que hablara con Jack Heaslip, un profesor que también era considerado un poco “rebelde”, y que se sabía que simpatizaba con los alumnos de Mount Temple. Heaslip era, como el joven al que dio sus consejos, un hombre espiritual, que finalmente abandonaría la enseñanza para convertirse en ministro protestante. Comprendió como la espiritualidad puede distanciarte de la Irlanda de los años 70. Simpatizo con aquel joven suburbano que veía más allá del síndrome de la sidra, las patatas fritas y los bebés, que sentía que había algo más en la vida de lo que una casa semiindependiente en los suburbios puede ofrecer. Heaslip comprendía también lo que era ser irlandés y no sentirse nacionalista o gaélico, ser dublinés y no pertenecer a la ciudad mítica creada por Joyce y O’Casey. Había problemas de identidad comunes a la generación a la que pertenecía Bono, condenada a luchar en las batallas de sus abuelos, obligada por los mitos irlandeses que pasaba por historia a pagar una aparente lealtad a una causa. La causa que, irónicamente, la mayoría de sus abuelos habían rechazado. Toda confusión provocada por la diferencia entre lo que la generación de Bono sentía y lo que se suponía que debía sentir se veía exacerbada en este caso por su identidad religiosa. Del mismo modo que no era auténticamente irlandés y sin embargo tenía que conformarse al estereotipo del dublinés, Bono no era tampoco ni católico ni protestante, sino que se hallaba perdido en algún lugar entre los dos. De las muchas tradiciones que competían por su alma, no había ninguna con la que pudiera alinearse. No era sorprendente que, como recordaría él mismo años más tarde, «me sintiera jodido por todas partes». Así pues, buscó refugio en su papel de «personaje» de Mount Temple, un papel en el que ahora se sentía cada vez más a gusto. Jack Heaslip le ofreció apoyo, pero no alivio. El «fantasear» le ofrecía alivio, pero no escapatoria. Esa idea, y la posibilidad de poder realizarse a través de Feedback, de poder realizarse a través del rock n’ roll, era lo que estaba detrás de la excitación de Bono mientras regresaba a casa tras su primera actuación. Se había ofrecido a sí mismo, apasionado, en toda su absoluta desesperación, al público, y éste había respondido. No le había dado un trozo de sí mismo, sino que le había dado todo; el «personaje», el amante desastrado, el evangelista, el católico y el protestante. Había dado 52

Unforgettable Fire: La Historia de U2 por sentado que ellos sentían lo mismo que él, que sus espíritus estaban tan vivos como notaba el suyo propio, que ellos también tenían «algo dentro que siempre se les había negado», «algo» que estaba más allá de la iglesia y Estado, mito y leyenda. Para él, el triunfo de aquella primera noche era no sentirse tan solo como se había sentido durante todo tiempo. Sí, la banda necesitaría escribir nuevas canciones, canciones que dieran voz y sustancia al «algo dentro», y cuando lo hicieran, sabían después de esta noche que podría ofrecérselas a un público mucho mayor que el de su habitación de la parte de delante. Finalmente sabía que era, quien era y donde deseaba ir.

The Village El último día de 1976 Graham Dougan, un bebé de quince meses fue enterrado en Belfast. Había resultado muerto en un fuego cruzado entre terroristas del IRA y una unidad del ejército británico. Las fotos de los desolados padres de Graham estuvieron en las portadas de los principales periódicos irlandeses el día de Año Nuevo de 1977. Junto a ellas estaba la trágica historia de Mónica McAvera, una encargada de compras de Macey’s, unos grandes almacenes de Dublín. Mónica se hallaba en Belfast visitando a unos amigos de la zona de los Republican Markets de la ciudad. En una operación destinada a asesinar soldados británicos, el IRA colocó una bomba en el coche de Monica equivocándose de vehículo. Cuando Monica abrió la portezuela del coche, los explosivos destinados a los soldados se le llevaron las dos piernas por delante. Una semana más tarde nadie en Irlanda recordaba el nombre de Mónica McAvera ya que había perdido sus piernas por “La Causa”. Los problemas en el norte hubieran podido muy bien estar a un millón de kilómetros de distancia de Dublín si los vemos desde el punto de vista si afectaba en la conciencia de los dublineses. Historias como las de Graham y Monica eran leídas con indiferencia y olvidadas al cabo de pocos minutos. El doctor Garret Fitzgerald era Ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno de coalición a principios de 1977. Él y algunos otros activistas liberales de la República habían estado armando ruido acerca de la necesidad de un cambio social. La República, argumentaban, para aplacar los conflictos con los intolerantes del Norte, aplicaron algunas reformas en áreas de anticonceptivos, divorcio y educación, permitiendo así a la minoría protestante del Estado practicar sus creencias sin problemas. El ecumenismo estaba en todas partes en los primeros días del nuevo año. La semana de la Unidad de la iglesia fue un intento por parte de los liberales de ambos lados de la divisoria católico-protestante de avanzar un poco desde las atrincheradas posiciones. La semana de reuniones la abrió con un discurso el Reverendo Jeremiah Newman, obispo de Limerick, uno de los miembros más influyentes de jerarquía católica. Hizo una reflexión sobre lo que describió como «recientes manifestaciones» de «personas situadas en altos puestos políticos que parecen creer que todo irá bien si sólo la Iglesia Católica Romana se muestran menos inflexibles en cuestiones como el divorcio, la disponibilidad de anticonceptivos, los matrimonios mixtos y la educación no religiosa». Centrándose en el tema, el obispo Newman prosiguió: «No todo es tan sencillo. Algunos de esos asuntos son aplicables al tema mismo del bienestar de la civilización.» entre esos asuntos estaba la cuestión de la educación católica, que era, afirmo el obispo, «básica para la consagración de La Fe». La posición rígida, dogmática y no comprometida de la Iglesia Católica Romana quedaba así bien establecida, como lo había estado antes y parecía que iba a seguir estando. Sorprendido por el furioso ataque inicial de la Iglesia Católica, el obispo Walton Empey habló al día siguiente de la «decepción» de la Iglesia de Irlanda. «En una época como ésta de nuestra historia», argumentó el obispo protestante, «ésta (la Semana de Unidad de la Iglesia) tendría que ser una semana en la 53

Unforgettable Fire: La Historia de U2 que diéramos gracias a Dios por todo lo que tenemos en común. Sentimientos como los suyos», señaló Empey a Newman, «hacen muy difícil las cosas para aquellos que nos hemos empeñado en la obra de la reconciliación». Al tercer día de la Semana de Unidad, Newman expresó su «pesar» por «causar dolor» a sus feligreses cristianos. Había sido, citó, «completamente ecuménico». Por eso, y siguiendo contra la corriente, cinco años después de abrir sus puertas, Mount Temple, la escuela no religiosa, seguía siendo una afrenta para la enseñanza católica. Con la ayuda de un profesor favorablemente dispuesto, Donald Moxkam, Feedback había conseguido una sala de ensayos en la escuela. La banda de rock no religiosa llegó al acuerdo de ensayar tres veces por semana. Inspirados por David Bowie, Elvis Presley, los Rolling Stones y los Sex Pistols, Paul, Adam, Dave, Larry y Dick (justificando sus gustos musicales), eran en su injustificable desprecio por las cosas irlandesas, gaélicas, nacionalistas y católicas, la representación y ejemplo, un gran mal ejemplo, de lo que les ocurriría a los jóvenes en la era de la televisión y el ecumenismo. La formación de la banda no alteró radicalmente sus vidas. Adam seguía llevando sus gafas de sol y sus ropas hippies, y estaba más enfrentado que nunca al régimen de la escuela. Lo que tenía que hacer, decidió, era aliarse con los fumadores. Estaba permitido fumar en algunas partes de la escuela. La mayoría de los personajes más marrulleros de Mount Temple fumaban y Adam empezó a unirse a ellos. Por las noches asistían a actuaciones e iban a tabernas de la ciudad. Había lugares agradables en el Lado Norte que flotaban entre el Moran’s Hotel, el Hijack’s Wine Bar en la calle O’Connell y los Crescent y Spinning Wheel Coffee Bar en la calle Mary. Cada zona del centro de la ciudad tenía esos lugares, oscuros, cosmopolitas, relajados, en absoluto respetables. Había humo, bebidas, chicas «que lo hacían» (pero en Dublín normalmente no lo hacían), y un poco de droga. La música de fondo que sonaba incesantemente era rock n’ roll. Allá, durante unas cuantas horas melancólicas e ilícitas, los jóvenes, alineados por todo lo que era respetable, se sentían felices. Adam tomaba el último autobús a casa a las 11:30, vomitando a menudo la última cerveza que había bebido en el último tramo a pie del trayecto Yellow Walls Road. La escuela, al día siguiente, era tan sólo algo que había que pasar. Dave, Larry y Dick pertenecían al sistema y le gustaba esa forma de educación, mientras que el espíritu de Paul funcionaba a niveles muy distintos. Pero la banda, de una forma característica, mantenía abierta sus opciones. Paul estaba en su último año en Mount Temple, y se enfrentaría en junio a su examen para obtener el certificado de estudios. Soñaba con ir a la universidad, pero para conseguirlo tenía que trabajar a fondo en los temas que mejor dominaba, como inglés, historia, arte y música. Estaba haciendo un esfuerzo. La mayor parte del tiempo. En su último año académico Paul era un rebelde parcial. Estaba muy cerca, aunque sólo platónicamente, de Maeve, e intentaba denodadamente acercarse a Alison Stewart, que estaba en quinto año con Adam y Dave. Ali era una muchacha encantadora. Era un sueño mirarla, con su perfecta piel ligeramente morena, su esplendida figura y su largo y brillante pelo negro; y su carácter era estupendo: tranquila, con una cálida y alegre sonrisa que era atractiva sobre todo para Paul por el ligero asomo de ironía que contenía. También era inteligente. Paul había intentado contactar con ella el mismo día que llegó a Mount Temple, pero ella lo había rechazado. En el año transcurrido desde entonces, se había librado una guerra de guerrilla, intentando conseguir su atención utilizando su humor como arma, al final había tenido más éxito del que esperaba. A Ali, pese a sus instintos auto protectores, parecía caerle bien. En realidad, pocas mujeres, jóvenes o maduras, listas o tontas, no se emocionaban ante el intrigante personaje que se había convertido Paul Hewson a medida que se acercaba a los diecisiete años. Era el truhán que leía a Patrick Kavanagh, el creyente que lo intentaba una y otra vez con las chicas, la naciente estrella de rock n’ roll que jugaba al futbol, el cómico cuyo rostro en reposo revelaba una emotiva tristeza. Por encima de todas sus demás obvias virtudes, Ali era una muchacha sensible, no puritana, pero tampoco una víctima. No 54

Unforgettable Fire: La Historia de U2 iba a convertirse en «simplemente otra de las chicas de Paul». Y su relación avanzó lentamente, al ritmo de ella. Cada vez que Bobby Hewson suscitaba el tema del futuro de su hijo pequeño, fracasaba en conseguir una respuesta concreta. Paul afirmaba que le gustaría ir a la universidad, pero Bobby no podía ver por ninguna parte la base académica sobre la que sustentar esa aspiración. Todo lo que veía eran jóvenes de extraño aspecto en la habitación de delante de su casa. El número 10 de Cedarwood Road se había convertido en un club para Paul y sus amigos. Después de la escuela, cuando Bobby y Norman estaban fuera, o a última hora de la noche, cuando ya se habían ido a la cama. The Village se reunía para charlar. Un cierto número de rostros nuevos se habían unido a Paul, Derek Rowen, «Strongman» y Reggie Manuel, para formar una alianza que era algo más que una pandilla callejera. De hecho, la palabra pandilla es singularmente inapropiada en relación con The Village. Eran más sofisticados que eso, mucho más. Fionan Hanvey vivía en la calle sin salida en la parte superior de Cedarwood Road. El sector era conocido como «Handbang Country» a causa de Fionan. Todo el mundo en el vecindario le conocía. Era «El Hippy». Era un joven de aspecto rudamente atractivo, no exactamente apuesto, pero sí musculoso y decidido. Era un fan de T. Rex y David Bowie, y había adoptado la ambivalencia sexual de sus ídolos en ropa y actitudes. Llevaba sus pertenencias en un bolso colgado al hombro. En la King’s Road, en el Chelsea de Londres, Fionan hubiera atraído más de una segunda mirada. En Dublín su personalidad era osada más allá de lo concebible. Caminar por Cedarwood como él lo hacía requería el tipo de valor que hace ganar medallas a los hombres. Cuando Fionan bajaba por Cedarwood, pasando por delante de Paul y sus amigos, podía sentir sus risitas. Se mantenía tranquilo y seguía andando. No siempre era tan fácil. En otros lugares en Ballymun y Finglas se enfrentaban a algo más que las burlas; frecuentemente era golpeado por los jóvenes locales, a los que no les gustaba los «Nancy boys», como eran conocidos sarcásticamente los gays en Dublín. Fionan no era gay, sino más bien un veterano mujeriego. Pero los que se burlaban de él nunca dejaban de discutir sus preferencias. Fascinaba a Paul. Y Paul sabía cómo abordar a alguien que le caía bien. -Veo que te gusta Bowie – aventuró un día, cuando Fionán pasaba por su lado. Paul señaló la pegatina de David Bowie que decoraba el bolso que Fionán llevaba en bandolera. -Si – respondió el hippy. A ello siguió una discusión acerca de los meritos relativos del punk y de Bowie, y se formo una nueva amistad. The Village no tenía ningún líder reconocido, sus miembros eran demasiado listos, demasiado independientes para ello, pero cuando se trataba de música, Fionán y Paul eran los personajes más fluyentes. El título de miembro de The Village era algo exclusivo. Derek Rowen se califico para él, lo mismo que Strongman y Reggie Manuel. Estaban Skello, David Watson y su hermano Niggles. David Watson había contraído meningitis cuando era niño. La enfermedad lo había dejado físicamente incapacitado, afectando su movimiento y respuestas, y parecía ligeramente desequilibrado. De hecho era muy brillante, con un intenso sentido del humor. El humor que tenía, además que David poseía una gran colección de discos atrajo a The Village hacia él. La viva personalidad que yacía bajo sus incapacitaciones aseguró una duradera amistad. Anthony Murphy, un robusto quinceañero que vivía en la puerta de al lado de los Rowen, también formaba parte del grupo. La mayoría eran amigos de Paul y Derek, algunos, como David y Niggles, viejos compañeros de colegio de Fionan. A medida que iban conociéndose unos a otros en la Irlanda del 76-77, el lazo entre aquellos muchachos ingeniosos, enérgicos e imaginativos fue haciéndose más fuerte. La Irlanda de las bombas y balas, clérigos cobardes, tabernas y deleznables programas americanos de televisión, políticos arribistas tan obvios en su quehacer que eran considerados como un chiste antes que como la obscenidad que realmente eran, la Irlanda en que vivían, no les servía para nada, ni ellos 55

Unforgettable Fire: La Historia de U2 le servían al país. Si bien la Irlanda oficial, la Irlanda gaélica, nacionalistas, católica romana, ya no era la fuerza opresiva que había sido en vida de sus padres, la nueva Irlanda, era soñolienta por el pub y la televisión, y por eso los chicos sentían que era algo a lo que había que resistirse con igual vigor. The Village era un movimiento de resistencia, algo con lo que identificarse, un sustituto del país que debería haber sido pero no era. Incapaces de identificarse con la cultura que les rodeaba, la gente de The Village inventó su propio mundo. Sentados en casa de Paul la última hora de la noche, reflexionaban sobre la vida tal como les era presentada en los suburbios medio separado de todo. Sus reflexiones podían ser condescendientes, pero eran concluyentes; “Mira a esos tontos culo grande calle abajo, comiendo patatas fritas, bebiendo sidra, casados a los veintiuno, cuatro hijos a los veinticinco y barriga de barril de cerveza apenas cumplidos los treinta”, decía uno. “Ir a misa, mirar de reojo a la secretaria o a la chica de la oficina, trabajar para tu jefe, besarle el culo durante cincuenta años, comprarte una tele portátil para ver en la cama, y terminar reventando jodidamente” concluía otro. Ésa era la perspectiva, eso era lo que te enseñaba la escuela, conformarte, conformarte, conformarte y conformarte a su jodido esquema. Reza tus plegarias y vota a Charlie o Garret y sé un buen ciudadano.

Dublín - Irlanda, Noviembre 1979 Fionan estaba en la confrontación antes que en la asimilación. Iba a la escuela local de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. La escuela “era” deporte, futbol irlandés y llevar el pelo corto. La vida era difícil por el sistema impuesto por los hermanos, algunos de los cuales eran unos bastardos fascistas. Era normal ver a Fiona leyendo a Oscar Wilde, que no estaba en el programa de estudios de la escuela. Barney Rock y John Kearns, dos de los mejores futbolistas gaélicos de Irlanda que jugaban en Dublín, eran los héroes de la escuela. Fionán odiaba el deporte. Formaba parte del síndrome de las patatas fritas y la sidra. Pero los hermanos se preocupaban por Fionan, cuando no estaban moliéndole a palos. ¿Qué clase de muchacho era? 56

Unforgettable Fire: La Historia de U2 La respuesta de The Village era humor, desprecio antes que rabia abiertamente expresada. The Village era un estado mental, un rechazo tanto subconsciente como consciente de los estereotipos que ofrecía la joven hombría irlandesa. Tras rechazar su identidad cultural, procedían a ajustar también sus identidades personales. Y como medida de búsqueda de personalidades, inventaron nombres para cada uno, nombres que eran más acordes con sus auténticas personalidades que los nombres que les habían dado sus padres. Fionan Hanvey se convirtió en Gavin Friday. Dados sus sentimientos hacia la hombría católicoirlandesa, el nombre gaélico de Fionan parecía un chiste perverso. Se parecía a una gavina, suave, fría y atrevida. La gavina era encantadoramente transatlántica. Gavin, una visión singular por Cedarwood, era conocido a menudo como «el hombre con el bolso». –Hombre Friday– Gavin Friday. Derek Rowen era también una especie de institución en el vecindario. Le apasionaban las motos, llevaba chaquetas de cuero con remaches plateados por todas partes, el pelo largo enmarañado, y lucía un par de botas de media caña de puntiagudo tacón. Era un brillante pintor al óleo. Su nombre de The Village hacía referencia, sin embargo, a algo más sustancial de su carácter que la forma cómo iba vestido. Derek era Guggi debido a su labio inferior. Había algo indefinible, un asomo de vanidad que necesitaba ser mitigado constantemente, en el rostro de Guggi. Gug, Gug, Gug… Gug-gi… Había algo cálido y pegajoso en el sonido de G-U-G-G-I si lo pronunciabas lentamente. Era como miel caliente, goteando de un grifo. Guggi bautizó a Paul. The Village bajaban un día por la calle O’Connell cuando vieron un cartel de una tienda al otro lado del Gresham Hotel: Bonovox. Se sintieron sorprendidos, intrigados, divertidos por el nombre. ¿Qué significaba? El lugar resultó ser una tienda de aparatos para la sordera. Paul se convirtió en Bonovox de la calle O’Connell, Bono para abreviar. Había cierta fuerza en el sonido de Bono. No sugería un personaje flaco y huesudo, sino que era redondo, profundo, resonante: Bon-Oh. Bono. ¿Qué significaba? ¿Qué significaba? ¿Qué era él? Bono el de las muchas personalidades. Bono el Evasivo era tan sorprendente como el cartel original que había sugerido su nombre. Trevor Rowen sufría de asma, así que se convirtió en «Strongman», hombre fuerte. La gente pensaba que David Watson era un estúpido. Todos hablaban len-ta-men-te, condescenciemente, con él. Le llamaron Day-Vid. Él sabía lo que estaban haciendo, no era tonto. Así que empezó a llamarse a sí mismo Day-Vid y a declarar que era tonto. -Soy Day-Vid, estoy loco – sonreía neciamente, disfrutando con la confusión que eso provocaba en su interlocutor -. Sí, sí – tartamudeaba -. Estoy seguro de que usted no es… tá… lo… co. Yo si – insistía – Completamente loco. Anthony Murphy era un idealista, un idealista honesto, declarado, de los que creen que la fortuna favorece a los valientes. Le apodaron Pod por un personaje de la literatura inglesa acerca del que Gavin había leído algo: Sir Poddington, el Más Valiente de Todos los Caballeros. Como su clon de la ficción, Pod era un guerrero, un luchador de sangre ardiente sin tiempo para tonterías. Pod era un impaciente. Reggie Manuel había sido bautizado «Cocker Spaniel» por Bono en Mount Temple. Ahora eso fue revisado. Apuesto, tortuosamente apuesto, frío, protestante acérrimo, irresistible con las mujeres, Reggie fue desde entonces Bad Dog, perro malo. Junto con sus nombres, los miembros de The Village asumían también papeles que les eran designados por sus compañeros. Bono era El Juez, si bien un juez podía verse en problemas si sus sentencias no recibían la aprobación popular. Gavin estaba a cargo de estar a cargo. Guggi era el distribuidor principal de nombres. Pod estaba a cargo de la moral, Strongman a cargo de la ignorancia. No todo el mundo tenía un papel, le decían a Strongman cuando se quejaba del suyo. The Village visitaba Mount Temple para ver los ensayos de Feedback. Conocieron a Adam, Dave, Dick y Larry, y empezaron a establecer relaciones sociales con la gente de Mount Temple. 57

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Cedarwood Road, flanqueada por Ballymun Flats y las Finglas Housing Estate, prometía mucho menos que el nuevo mundo que estaban descubriendo ahora. Un corto viaje en el coche de Guggi o en sus muy usadas motos los llevaba cruzando el Lado Norte a través de la llanura a Drumcondra, pasado el semiindependiente arrabal el Marino, hasta los ricos pastos de Clontarf y Howth. Allá, mirando al mar, todo un mundo guardaba a ser explorado, un mundo que si bien no era enteramente o siquiera esencialmente distinto a Cedarwood, era, para el ansia de estímulos de unos muchachos de diecisiete años, algo más invitador. Tales aventuras empezaban normalmente cuando, como un antídoto al aburrimiento de Ballymun, alguien sugería ir a ver «los cerdos de Howth». Eso no pretendía ser sarcástico. Ocurría simplemente que Howth conjuraba imágenes de clase media que eran imposibles de definir. Había en Howth y Clontarf una vastedad, una cualidad llana y rotunda que, junto con el aura de pulcritud y comodidad de la zona, hacía pensar a los miembros de The Village en… ¡cerdos! Mark Holmes era conocido también como Pompous Holmes. -Vayamos a visitar a Pompous Holmes – exclamaban los de The Village, haciendo que el pobre Mark sonara como un nuevo grupo de viviendas de moda. Detrás del humor había algo cercano a la desesperación. Muchos de ellos se hallaban en su último año en la escuela. El hombre con el cheque semanal de la paga y la televisión portátil aguardaba…, si tenías suerte; si no, la cola del desempleo. Guggi había dejado la escuela y estaba trabajando para su padre, que ahora tenía un negocio familiar. Tenía un coche pequeño, un NSU Prinz, como el que Bono había tenido también en una ocasión. Por el precio de un galón de gasolina el pequeño vehículo podía llevarles a cualquier parte. Una noche de principios de 1977, hastiados, llenaron el depósito y se encaminaron a Howth. Simplemente para ver qué ocurría. Algo podía ocurrir, pensaba Gavin, Bono y Guggi. Estaban cruzando el bullicio del centro de Fairview para alcanzar la carretera de la costa. Guggi se detuvo ante un semáforo. Bono salto fuera del coche. Pensaron que iba a buscar unos dulces, así que se echaron a un lado para esperarle. De pronto hubo una gran conmoción a sus espaldas, con autobuses y coches haciendo sonar sus bocinas, a gente parándose por todas partes para señalar, estupefacta. Bono estaba de pie en medio de la carretera, con los pantalones y los calzoncillos bajados hasta los tobillos. Fantasear, le llamaba a aquello. Lo había hecho otras veces antes en la ciudad. Nunca decía nada a nadie, simplemente lo hacía. Bang. Conmoción. Ahora Fairview era un tumulto mientras él permanecía allí en medio, con los faldones de la camisa sujetos entre los dientes. -Puu, puu, Georgie Higgins – murmuraba para sí mismo. Dos «ole wans» dublinesas se pararon para señalar su cuerpo. -Jesús, mira que tamaño tiene – exclamó la una a la otra. Bono cruzo la calle con pasos cortos y saltarines, los pies trabados por los pantalones, y se les acerco. -Disculpen, ¿podrían decirme dónde vive Georgie Higgins? – Al momento siguiente estaba de vuelta al coche, y los tres partían en dirección a Pompous Holmes. The Village era un mundo alternativo, cuya gente y valores comprendía, un mundo que él y sus amigos habían creado para sí mismo. Pero The Village era angosto, claustrofóbico, insular. Se reían del mundo, se burlaban de él, afirmaban ser diferentes, mejores. Bono deseaba probarlo. Deseaba hallar a otros que sintiera lo mismo que ellos, para crear una comunidad mucho más amplia que The Village. Estaba metido en la subversión, pero a una escala mucho más grande de lo que imaginaban sus propios amigos.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2

The Hype

11 de Abril de 1977: St. Fintan's School, Dublín - Irlanda Las noticias de boca en boca por todo el Lado Norte aseguraron una buena audiencia en su segunda actuación en el St. Fintan’s Hall de la iglesia protestante de Sutton (Barrio norte de Dublín). Se hablaba de una nueva banda que estaba teniendo éxito. Se decía sin embargo que el cantante era un autentico chalado que no paraba de ir de un lado para otro durante todo el rato. En una reunión después de su debut, la banda había decidido cambiar su nombre. Feedback, un chiste contra ellos mismos, se convertiría en The Hype, un sarcástico comentario sobre el mundo y el negocio de la música. Sutton era un encantador suburbio de clase media. El publico en la pequeña sala del St. Fintan’s estaba formado por muchachos muy parecidos a la propia banda. Aquella era su disco del sábado, una ocasión para bailar antes que para permanecer de pie escuchando una banda. Bono deseaba su atención. No se contentaba con tocar música de fondo. The Village estaba allí en pleno para apoyar a sus amigos, de pie frente al escenario, ofreciendo ánimos y protección para el caso que fuera necesario. La banda había añadido algunos números de los Rolling Stones y uno de los Boomtown Rats a su programa de Mount Temple. Allá donde Bob Geldof y Phil Lynott proyectaban oscura y melancólica sexualidad, parecían distantes y (al menos hasta que terminaba la actuación), inaccesibles, Bono rezumaba sinceridad. En vez de buscar poner una cierta distancia para crear un encantamiento entre él y la banda, de sus sueños y de su deseo de estar con ellos, el público, que eran los que realmente importaban. Era un jodido charlatán, pensaron algunos de los jóvenes; ¿por qué no empezaban ya con algo de jodida música? Al fondo de la sala, Ali halló difícil conciliar aquel torpe cachorrillo desesperadamente ansioso de complacer con el brillante, apasionado, divertido muchacho del que se había encariñado. Tras él, la banda aguardaba pacientemente a que dejara de hablar, Larry inclinado soñadoramente sobre su batería, Adam ligeramente divertido, Dave tan inmóvil como su guitarra sujeta blandamente entre sus manos. Mientras hablaba en aquel salón de actos de aquella iglesia suburbana de su deseo de crear alguna especie de lazo entre banda y público, parecía ridículo. Sin embargo, cuando empezó a cantar, y los tres muchachos a sus espaldas a tocar, las convicciones tan torpemente expresadas por el vocalista empezaron a tener algo de sentido. La intensidad del sonido emocionó incluso a aquellos que se habían agitados incómodos durante la homilía de Bono. La sangrante pasión en su voz era real, y algo raras veces oído en el confortable Sutton. Era extraño, sorprendentemente compulsivo, más que un muchacho, se vio obligado a admitir incluso el más duro corazón antes de que terminara la velada. Habían actuado todo tipo de bandas en St Fintan’s, pero nunca ninguna como The Hype. A solas en su cama aquella noche, Bono se sintió mejor. Los dolores de cabeza y la nariz sangrante habían cesado. Actuar tenía un efecto catártico, liberando su espíritu, apaciguando la rabia contra la mentira que era la vida. Ahora deseaba más que un simple alivio. Nunca había sido un rebelde feliz, siempre había intentado los positivos antes que los negativos. No era suficiente sentir rabia contra la mentira, tenias que ofrecer verdad en su lugar. De eso tenía que ocuparse la banda. De eso tenía que hablar, en su intento por establecer una auténtica relación con el público. La idea punk era estupenda, pero no llegaba lo bastante lejos. El punk no era una idea, no ofrecía nada en lugar de la vanidad y el engaño contra lo que arremetía. The Village discutió sobre esto. Bono tenía la sensación de que la nueva música debía esforzarse en la verdad y la honestidad, debía reflejar lo 59

Unforgettable Fire: La Historia de U2 que había realmente en los corazones de las personas. Gavin la veía de un modo distinto. La música debía enfrentarse y ofender a aquellos que difundían las mentiras, la música debía ser impresionante, no buena. Pero la música en la cabeza de Bono era y tenía buenas ideas. Por eso no le gustaban las canciones que The Hype estaba tocando, música de otra gente que llevaba en sí las ideas de otra gente. Sabía que aquélla era la nota falsa en la actuación de The Hype. Donde antes había habido frustración, ahora sentía acordes y palabras creando ecos en su cabeza. Había aprendido cómo tocar y cómo actuar, ahora tenían que escribir sus propias canciones. Ésa debía ser la verdad definitiva.

Dublín - Irlanda, Octubre 1979 Inspirado por el éxito de The Hype, The Village empezó a pensar en formar un grupo alternativo. Gavin, Guggi y Pod contactaron con Dick Evans, que ya se estaba descolgado de The Hype, aceptó proporcionarles la música. Nadie sabía cantar, pero eso no importaba porque lo que se proponían hacer era más actuación que música. Su banda se llamaría los Virgin Prunes. Gavin sería el portavoz. Después de años desafiando las ideas de Ballymun acerca de la masculinidad, hacer aquello mismo desde un escenario no representaría ningún problema. Pod, animoso como siempre, prometió aprender a tocar la batería. Guggi sería el que daría la réplica a Gavin. Day-Vid aparecería también, como él mismo. Reggie sería el mánager de los Prunes. La primera aparición de los Virgin Prunes en público fue en una fiesta en Galsnevin dada por James e Isobel Mahon, dos antiguos amigos de la escuela primaria de Bono. Respaldado por la guitarra de Dick, Gavin ocupó el centro del escenario en el jardín de atrás de la casa de los Mahon. Había escrito una canción llamada «Art Fuck», una diatriba punk que atacaba el síndrome de la sidra y las patatas fritas, las vacaciones en España, los Beatles y todo lo demás que podía identificar como central en la cultura vulgar en la que vivían. Deseaba darle a la gente un puñetazo en la nariz. Bono, que escuchaba y reía con los otros, deseaba más. Él deseaba que The Hype influyera en su público, le ayudara a levantarse por encima de las cosas de la vida que lo mantenía hundido. Las diferencias de opinión que siguieron a partir de estos puntos de vista fueron dejadas para el debate a última hora de la noche en casa de Bono, Pod o Gavin. Las fiestas como la de los Mahon eran para hacer vida social, para divertirse, para conocer chicas. Estar en The Village ayudaba. Se habían hecho unas insignias con el nombre de The Village impreso en ellas. Se habían establecido como una fuerza en la sociedad del Lado Norte, desde Glasnevin hasta los suburbios mayores 60

Unforgettable Fire: La Historia de U2 junto al mar en torno a Pompous Holmes. Adam, Dave y Dick viajaban a menudo con The Village; Larry, que era más joven, tenía sus propios amigos y en consecuencia estaba menos frecuentemente con ellos. Dick fue adoptado como miembro honorario a través de su asociación con los Prunes. Adam se consideraba miembro, aunque no lo era. Gustaba a todos, admiraban su brío, pero el pertenecía al enorme gordo, presumido, confortable y prospero ambiente bohemio de Dublín. Veía la vida desde un ángulo diferente. Lo mismo ocurría con Dave. Le dieron un nombre, pero no el título de miembro. Bono bautizó a Dave con el nombre de Edge, filo. Era algo que tenía que ver con la forma de su cabeza, que era como su mente, afilada. Tenía que ver también con su actitud, que siempre era precavida. Edge nunca se hallaba en el centro de las cosas, sino siempre al filo, al costado, observando. El advenimiento del punk y el éxito en las listas británicas de los Boomtown Rats y Thin Lizzy había inspirado a muchos jóvenes dublineses a formar sus bandas de garaje. Había otros grupos en el Lado Norte como The Hype (aunque ninguno como los Prunes), todos ellos luchando por conseguir las pocas actuaciones que se ofrecían. Adam trabajo duro para cumplir con su promesa de proporcionar actuaciones. Estaba trabajando con Lloyd McIntyre, un compañero que tenía influencia en el Nucleus Disco, que era gestionada en una sala parroquial en Raheny por un comité de jóvenes. Lloyd arreglo las cosas para que Adam y Bono se encontraran con ellos para discutir la posibilidad de que The Hype actuara allí. Tras mucha persuasión, el comité se mostro dividido, pero dispuesto a viajar hasta casa de Edge en Malahide para una audición de la banda, Gwenda Evans, conocida ahora como la señora Edge, demostró las excelencias de la hospitalidad galesa, y The Hype fueron contratados. Pero la actuación resulto ser un desastre. Planearon abrirla con «Jumpin’ Jack Flash», al menos así Edge lo planeó. Dick planeó abrirla con otro número de los Rolling Stones, «Brown Sugar». La innovación que habían introducido en el número era que cada instrumento empezaría separadamente con la guitarra de Edge, y llegarían todos al clímax con la voz de Bono. Fueron a la taberna de Delfín Verde, un poco más abajo, a acumular algo de valor. Cuando fueron anunciados entraron corriendo al escenario, tomaron los instrumentos que habían dejado cuidadosamente en su lugar antes de ir al pub, y Edge empezó a tocar. Solo hubo dos problemas: habían olvidado afinarlos, y Edge y Dave estaban tocando canciones distintas. A medida que se les unían los demás miembros, los problemas iniciales se complicaron. Cuando le llegó el turno a Bono, la música era irreconocible. El comité permanecía sentado impasible, dándose cuenta demasiado tarde de que habían contratado a la banda equivocada. Ninguna de las dos bandas pudo conseguir una actuación para el fin de semana de las vacaciones bancarias de octubre. El panorama se presentaba triste para The Village. Bono y Guggi propusieron una aventura; podían ir de acampada a Gales el fin de semana. Los otros, algo dubitativos, aceptaron. Gales podía ser frío a finales de octubre. ¡Gales podría ser frío incluso en julio! Alguien consiguió una tienda. Reunieron dinero de todas las fuentes habituales. Frank Mangan, un amigo de Gavin que estaba trabajando y en consecuencia tenía dinero, fue hecho miembro asociado de The Village para aquel fin de semana. Compraron un hornillo para cocinar y mochilas para llevar la ropa y la comida. A bordo del ferry Dublín-Holyhead del viernes por la noche, Bono y Guggi recordaron sus tiempos felices en Gales del Norte con el Boys’ Department, los «Bee Dees», Bono habló con voz añorante de Mandy, su amiga galesa de hacía tres años. Sí, recordó, estaba esplendida con aquel traje de baño negro. Mientras ellos recordaban, los demás se fueron dando cuenta lentamente de la autentica finalidad de aquella aventura de fin de semana. Habían sido engañados, pero cuando el barco enfilo fuera de Holyhead, se dieron cuenta de que no podían hacer nada al respecto excepto seguir hacia Criccieth. Acamparon en la playa. Era sábado. Descubrieron que las tiendas de Gales cerraban los domingos, así que antes de ir en busca de Mandy se aprovisionaron de pan y jamón y queso para hacer bocadillos para la comida 61

Unforgettable Fire: La Historia de U2 del domingo. Una lata de patatas a la menta fue el único lujo que se permitieron. Se hizo un pacto: nadie tocaría la comida hasta el domingo a la hora de comer. Cuando aquella noche encontraron a Mandy en el pueblo, la muchacha había cambiado. Tenía un amigo, y ya no le importaba nada Bono. The Village se mostró enormemente divertido ante su desilusión. Mientras regresaban lentamente al campamento, los punks irlandeses atrajeron las desconcertadas miradas de los ciudadanos de Criccieth. Strongman se había comprado una escopeta de aire comprimido en Dublín, antes del viaje, y ahora la llevaba amenazadoramente al brazo. Estaba lloviendo, y un fuerte viento soplaba a lo largo de la costa de Gales del Norte. Cuando llegaron de vuelta la tienda había sido derribada por el viento. Volved a montar la tienda, yo prepararé algo de comer, ordenó Bono. Nada de comida hasta mañana, le dijeron. Cada vez que fijaban la tienda, volvía a caerse. Al final durmieron tapándose con ella como si fuese una manta. Al amanecer un ruido despertó a The Village. Bono estaba de pie en ropa interior, inclinado sobre el hornillo, calentando la preciosa lata de patatas de menta. El muy bastardo, pensó Strongman mientras cogía su escopeta de aire comprimido. Apuntó al trasero del ladrón. El grito de Bono resonó por toda la playa. Se lanzó sobre Strongman, y los demás tuvieron que separarlos. Aquella misma mañana, más tarde, Strongman sufrió un ataque de asma. Lo llevaron al médico del pueblo, que recomendó una cama caliente. Frank Mangan fue tosiendo en busca de una habitación en el hotel del lugar. Los bocadillos estaban empapados, incomibles; ni siquiera Bono pudo con ellos. El fin de semana había sido un desastre, pero ahora los miembros de The Village se vieron atrapados por una especie de histeria; las cosas habían ido tan mal que resultaban divertidas. Pasaron el resto del domingo metiéndose con la gente del lugar, «pinchándoles», como dijo Gavin. Las ropas de Bono estaban empapadas, así que llevaba su impermeable amarillo sobre su ropa interior. Se cubría la cabeza de la lluvia que aún seguía cayendo con una cabeza de zorro que había comprado el día anterior. Los demás se metieron en unos lavabos de señoras, donde utilizaron el secador de aire para las manos para echarse aire caliente a los mojados pies mientras aguardaban al tren que por la tarde les llevaría de vuelta a Holyhead. Ahora la policía les buscaba, interesada por la escopeta que los del lugar, en una descripción de la salvaje pandilla irlandesa, habían identificado como un rifle. El Bobby local les aconsejó que salieran de la ciudad, que salieran de Gales, algo que se mostraron contentos de hacer tan pronto como hubieron recogido a Strongman de su cama enfermo. Empapados, derrotados y hambrientos, los miembros de The Village regresaron triunfantes a Dublín. Para muchos el fin de semana podría parecer un completo desastre, pero ellos lo veían de otro modo. Su espíritu no se había quebrantado, habían sobrevivido a lo peor que podía echarles encima Gales del Norte en octubre. Habían vencido. Y realmente era estupendo estar de vuelta en casa. ¿Qué más podía pedirse de un fin de semana?

La Escena Bono salió sorprendentemente bien de sus exámenes para el certificado de estudios, consiguiendo los puntos suficientes en los temas en que estaba más fuerte para aspirar a un lugar en la universidad. Su padre dudaba de enviarlo al University College de Dublín. Bobby había visto montones de alumnos allí haraganeando durante cinco años, jugando a los estudiantes y gastando alegremente el dinero que sus padres tanto habían sudado. Conociendo la capacidad de su hijo para negarle la oportunidad. Hicieron un trato: Bobby pagaría la matricula del primer año. Si Paul

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 trabajaba y conseguía buenos resultados, podría quedarse y completar sus cursos. Si no, si surgían problemas, buscaría un trabajo. Bono entro en el University College en septiembre de 1977. Dos semanas más tarde Bobby recibió una carta del tesorero de la universidad pidiéndole que acudiera a verle. Oh, Dios mío, pensó, ¿qué ha pasado ahora? Ante la acusación de posible mal comportamiento, bono proclamó su inocencia. Tras una noche sin dormir, Bobby viajo hasta Belfield para entrevistarse con el tesorero. Fue mejor –y peor- de lo que temía. Lo siento mucho, señor Hewson, le dijo el hombre, pero Paul tendrá que salir de aquí. No nos dimos cuenta cuando lo aceptamos que según su certificado de estudios había reprobado en Mount Temple el irlandés. Bobby se puso furioso. ¿Cómo podían aceptar a su hijo, y la matricula, sin comprobar las credenciales de Paul? Eso iba a tener un efecto devastador para el muchacho. ¿Seguro que no podía hacerse nada? Lo sentimos, señor Hewson, pero ésta es una regla inquebrantable, no hay nada que podamos hacer. Si Paul volvía a Mount Temple otro año y pasaba su examen de irlandés la próxima vez, entonces tendría garantizado (sin hacer de nuevo las pruebas de admisión), un puesto en la Universidad para el inicio de las clases en Septiembre de 1978. Bobby recibió una carta confirmando el acuerdo. Reflexionando, años más tarde, sobre el cruel rechazo (el dominio del irlandés no era esencial para estudiar y graduarse en arte, que era lo que Paul se proponía), Bobby y su hijo estuvieron de acuerdo en que este incidente, más que cualquier otro, fue lo que determino el curso de la historia y que iba a tomar a continuación su vida. Sin nada que hacer en Mount Temple excepto estudiar irlandés, y con muy poco interés en hacerlo, Bono le dedico más tiempo a la banda. A finales de febrero de 1978 fue divisado un streaker (corredor desnudo) en La Galería. Las autoridades de la escuela no lograron atrapar a nadie, pero en la Sala de Profesores se dijo que al muchacho Clayton le había dado por pasear desnudo por los pasillos de Mount Temple. Clayton era un muchacho agradable pero exasperante. Incluso Donald Moxham, su tutor de conducta, que sentía una cierta simpatía hacia él, había renunciado a la esperanza de que la escuela pudiera hacer algo por Adam. Su informe a finales del trimestre anterior era, según Moxham, «inquietante». El tutor mandó a llamar a Jo y Brian. Las noticias no eran muy alentadoras. A menos que se produjera un cambio radical en la actitud de Adam, no habría posibilidades de que hiciera los exámenes para su certificado de estudios y así entrar a la Universidad. Socialmente, informó Moxham, era un muchacho encantador, cuando no estaba haciendo tonterías, pero no había realizado ningún trabajo académico en los dieciocho meses que llevaba en Mount Temple. Quizá Jo y Brian quisieran considerar la posibilidad de llevarse a Adam de la escuela, para la cual, especuló amablemente Moxham, tal vez su hijo fuera demasiado «desarrollado». Las relaciones entre Adam y sus padres se habían vuelto tensas desde su partida de Columba’s. No parecía pensar en nada que no fuera su música. Seguía mostrándose educado, pero distanciado de Jo y Brian. Y El episodio del streaking selló su destino en Mount Temple. La escuela daría unas decentes referencias de él, no se hablaría en absoluto de su expulsión. Sabiendo que en el piso principal, en el estudio del Rector Medlycott, se estaba discutiendo su futuro, Adam se ocultó en unos arbustos fuera de la ventana para espiar. Fue descubierto husmeando, y así abandonó el sistema educativo irlandés tras pasar casi nueve años en él, como bajo una nube, y faltándole solo algunos meses para egresar del colegio. Dadas las circunstancias, la carta de despedida del señor Medlycott fue generosa, por no decir discreta: “A quien pueda interesar; Adam Clayton, nacido el 3-3-1960, ha sido alumno de esta escuela desde septiembre de 1976 hasta marzo de 1978. Ha trabajado bien cuando ha sido estimulado a ello. Ha mostrado una considerable iniciativa y capacidad organizativa, especialmente en relación a su «grupo» de música, que ha conseguido un considerable éxito. Es una persona agradable y alegre, popular entre sus compañeros, y que ha tomado parte en la 63

Unforgettable Fire: La Historia de U2 vida social de la escuela. Debido a su tardía llegada, no ha ocupado ninguna posición de responsabilidad en la escuela, pero lo considero una persona en general madura. Creo que es honesto, sincero y que se puede confiar en él, y estoy seguro que en una posición adecuada será a la vez consciente y responsable”. Firmado, J. T. Medlycott Rector Mount Temple Comprehensive School Jo Clayton era una mujer capaz y decidida. Tenía que serlo, con su esposo volando lejos la mayor parte del tiempo que llevaban casados. Pero ahora se prometió imponer algo de disciplina en su errante hijo mayor. No iba a salirse así de aquello. Jo redacto una lista de trabajos que había que hacer: su coche debía ser lavado una vez a la semana; el jardín de su madre necesitaba una buena limpieza; su propio jardín tenía que ser adecentado; también había que limpiar los cristales de la casa. Adam se sometió. No tenía otra elección, puesto que Jo era su única fuente de finanzas. Liberado del peso de la escuela, Adam asumió ahora el papel de mánager de la banda, mientras Larry, Edge y Bono estudiaban en Mount Temple. The Hype había conquistado por aquel entonces el circuito de salas parroquiales y clubs de juventud del Lado Norte. Estaban preparados, o al menos eso creían los muchachos, para dar el salto a la ciudad y a los locales más importantes. Larry leyó una noticia en el Evening Press anunciando el Concurso de Nuevos Valores Harp Lager del Evening Press para nuevos grupos, que tendría lugar en Limerick el 17 de marzo como parte de la Semana Ciudadana. El primer premio consistía en 500 libras y la posibilidad de una audición para la compañía de discos CBS. Adam recibió el encargo de inscribirse en el concurso y organizar el viaje al sur. Unas cuantas actuaciones en la ciudad serían la preparación ideal para Limerick, decidió la banda. Adam prometió asegurar el trabajo. Con su pase de autobús, que podía ser utilizado durante las horas escolares, y el dinero necesario para unas cuantas vitales tazas de café, el mánager partió a la conquista de la ciudad. Los dublineses se sentían ligeramente, optimistas respecto a 1978. Un nuevo gobierno del Fianna Fail, dirigido por Jack Lynch, prometía mejores tiempos. La economía irlandesa, estancada desde la crisis del petróleo de 1973, parecía expandirse ahora como siempre lo había hecho bajo el Fianna Fail. Los impuestos municipales sobre las viviendas y sobre los coches fueron abolidos, dejando a la gente con más dinero en sus bolsillos. Generosos subsidios del gobierno para los que compraban su primera casa crearon trabajos en las industrias de la construcción, y situaron el sueño de ser propietarios de una casa semiindependiente al alcance de decenas de miles de recién casados. Tras años de melancolía y fatalidad, el mensaje del Fianna Fail era que todo iba a ir bien a partir de entonces. La comunidad del rock n’ roll de la ciudad tenía sus propias razones para sentirse optimista. Los años 70 habían demostrado que las bandas de rock de Dublín podían entrar en las listas británicas. El éxito de Bob Geldof con sus Boomtown Rats y Phil Lynott, con los fabulosos Thin Lizzy, se acercaron más a Londres y Dublín, hicieron que la calle Grafton y el rock n’ roll de sus alrededores pareciera de algún modo más relevante y menos una avanzadilla provinciana de lo que había sido hasta entonces. De pronto, espectacularmente, sorprendentemente, el sueño de «conseguirlo» parecía menos ridículo. Ver a los Rats y a Lizzy en el Top of the Pops alimentaba las esperanzas de muchachos que sólo unas semanas antes habían compartido amplificadores, cigarrillos y groupies con Geldof y «Philo». Cuando se midieron contra los nuevos héroes del rock n’ roll, las bandas locales como Revolver, los Vipers, Berlín, Fit Kily, Kenny y los Remoulds, los Radiators y Atrix, The Hype supo algo de lo 64

Unforgettable Fire: La Historia de U2 que nunca hasta entonces habían estado seguros: no había ningún ingrediente misterioso para lograrlo que ellos no tuvieran. Geldof era un buscavidas del Lado Sur, un muchacho del Blackrock College, atrevido, imaginativo, un showman – y un despiadado bastardo -, pero musicalmente, en lo que importaba Geldof conseguía lo que quería. Si él puede hacerlo, nosotros podemos, seguro. Philo también era de allí. Era un protegido de Brush Sheils, que lo había echado de Skid Row. Brush era una vieja leyenda en la escena de Dublín. Aun estaba por ahí con Skid Row tocando cada jueves en el Baggot. Si Geldof inspiraba a sus colegas consiguiéndolo pese a sus insuficiencias musicales, Brush conseguía el efecto contrario. Brush era un brillante guitarrista bajo y era muy listo, sin embargo no lo había conseguido. Aquel era un pensamiento incomodo. Allá a principios de los 70, Skid Row había conseguido un contrato para grabar con la CBS. Habían ido a Londres, y parecía que todo estaba decidido. Pero todo el asunto se había derrumbado ásperamente, con Brush afirmando que habían sido engañados. Había vuelto derrotado y amargado a la escena local. Su experiencia le había enseñado que en el rock n’ roll ser bueno no era suficiente, de hecho importaba poco. Todo se trataba de estimulo, de imagen, de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado y tener la suficiente poca personalidad y ser lo bastante artificial como para permitir a las compañías de discos y directores artísticos que te modelaran según la moda del momento. Había fracasado, reconocía irónicamente Brush, pero debido a que era demasiado bueno, demasiado listo. Había intentado aconsejar a Philo, pero el alocado salvaje de clase trabajadora de Crumlin, en el Lado Sur, no le había escuchado y partió a Inglaterra. Ahora el estrellato del rock n’ roll hacía reír a Brush y se conformaba con ser el mejor de Irlanda. Con Geldof y Lynott partiendo hacia los grandes escenarios de Gran Bretaña, había entre los que quedaban en Dublín en la primavera de 1978 la sensación de estar batallando por la conquista de la corona vacante, el título de mejor banda de la ciudad, que en la estela del éxito prometía más de lo que nunca antes había prometido. En aquella lucha por la supremacía no se pedía ni se daba cuartel. La ciudad estaba llena de buenas bandas. Sólo había unas pocas actuaciones que importaran; el Baggot Inn, McGonagles, el Moran’s Hotel, el Project Arts Center. El Celebrity Club era de segunda categoría pero aceptable cuando no salía nada más. Se empleaban despiadadamente trucos sucios, muchos de ellos presuntamente patentados por Geldof. Una banda rival tenía una actuación en el Baggot Inn, tú tenías la noche libre. Así que telefoneabas a Charlie McGettigan, que regentaba el Baggot, fingiendo representar a tus rivales: lo lamentabas, pero no podrías actúa la noche siguiente, el guitarra solista se había puesto enfermo. Media hora más tarde te dejabas caer por el local de Charlie para ver cómo iban las cosas. ¿No hay ninguna posibilidad de que estés libre mañana por la noche?, te suplicaba él. Bueno, supongo que podríamos hacerlo, respondías, hojeando tu agenda. Lo que ocurriera la noche siguiente como resultado de la confusión que habías causado sólo podía ir en tu beneficio…, e inevitablemente arrojaría una sombra sobre la actuación de tu rival, sin mencionar su reputación de grupo en quien podía confiarse. Otro truco popular era la llamada telefónica al promotor de la actuación fingiendo ser de una importante compañía de discos británica. Hola, Iremos a Dublín el próximo viernes para ver a…, y aquí insertabas el nombre de tu banda. Tenemos entendido que el suyo es el mejor local de la ciudad. ¿Podría contratarlos para nosotros el viernes? Enfrentando a la elección de cumplir con su trato original con tus rivales o promocionar una Ocasión Histórica, el organizador del espectáculo optaba invariablemente por su lugar en la historia. Cuando la compañía discográfica británica no se presentaba, el hecho era achacado al legendario desprecio de esas organizaciones Británicas hacia la escena local. Había otras maneras menos sofisticadas de romper los planes de otras bandas. Podías simplemente derramar una jarra de cerveza sobre sus amplificadores o iniciar una refriega en mitad de su actuación. 65

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Esos diabólicos planes eran probablemente algo de lo que se hablaba más de lo que se hacía, pero su prominencia en el folklore local de la época refleja algo de la atmósfera que rodeaba la claustrofóbica escena del rock en Dublín. La idea de que el éxito en el rock n’ roll era más un asunto de suerte y de juego sucio que de logros musicales fue el legado de Bob Geldof a la ciudad que ahora había dejado atrás. Brush Sheils estaba a mano para confirmarlo, si alguien tenía alguna duda al respecto. El escenario del rock ocupaba algo más de dos kilómetros cuadrados de la ciudad, con su corazón en la calle Grafton. El bulevar más de moda de Dublín era el lugar donde encaminarse cuando abandonabas tu casa suburbana en busca de la fama en el rock n’ roll. En 1978 los punks ocupaban The Street, que era una calle peatonal. Su líder era Brummie, un dublinés recién cumplidos los veinte que había vivido en Birmingham por un tiempo y hablaba con una voz nasal de los Midlands. El y sus acólitos, Little Reb, Dustin, Garret y Aengus, se burlaban de cualquiera que no perteneciese a la clase trabajadora y fuera punk. El hecho de que algunos de ellos fuesen de clase media era un detalle marginal. Constituían una presencia en The Street, proporcionando color y sabor mientras obligaban a los compradores a dar un rodeo en torno a ellos cuando se dirigían a las tiendas como Switzers y Brown Thoma’s. Brummie y sus colegas proporcionaban amparo a los rockeros que andaban por las inmediaciones. Por fuera de lugar, por inhibido que te sintieras, nadie iba a prestarte mucha atención mientras los punks estuvieran allí exhibiéndose. Las tardes transcurrían en torno al Dandelion Market en Gaiety Green, en la parte superior de The Street. El mercado proporcionaba artículos de moda, permitía pasear sin rumbo fijo, proporcionaba un lugar para encuentros casuales. Advance Records, en Gaiety Green, era el lugar donde pasar el rato, aunque raras veces se comprara. Cuando era la hora de tomar un café, bajabas hasta Bewleys o cruzabas al The Coffee Inn en la calle St Anne. Había algo de droga por allí, y unas cuantas chicas disponibles. Pero la mayor parte de la decadencia estaba sólo en la superficie. Pasabas los días hablando de actuaciones y especulando acerca de tus «contratos». Las actuaciones eran lo más importante, pero Conseguir Un Contrato era lo realmente importante. Un contrato para grabar un disco era la forma de salirse de aquello, la llave a la fama y a la fortuna y a todas las otras cosas por las que en realidad te habías metido en el rock n’ roll. Después de que Geldof y Philo hubieran demostrado que podía hacerse. La fiebre por un Contrato había barrido Dublín durante un tiempo. Cada banda tenía un contrato, estaba a punto de conseguir uno, o había rechazado uno que «no era correcto». Tu contrato era tu vindicación, y el día que dejabas de creer que tu contrato era inminente era el día en que empezabas a buscar un trabajo decente. Los días realmente malos eran aquellos en que la noticia del contrato firmado por alguna otra banda se extendía por The Street como un incendio forestal. Los orgullosos poseedores del contrato tenían aquella noche su corte a su alrededor en el pub de Davy Byrne en la calle Duke, en el Bailey o en Larry Tobin’s. Ninguna pinta de Smithwicks sabía jamás tan bien como la que bebías la noche en una de las actuaciones cerca, en McGonagles, el Baggot o el pub de Toner’s, en la puerta de al lado. En lo que a la Irlanda oficial (rama dublinesa) se refería, nada de esto ocurría. Como los juegos extranjeros y las religiones distintas al catolicismo, el rock n’ roll era extraño al pueblo irlandés, y como tal no debía ser animado. El monopolio de las estaciones de radio establecido por Telefis Eireann Radio, ignoraban el rock n’ roll. Aquellos que deseaban escuchar música rock o pop se compraban una radio decente y escuchaban la BBC o Radio Luxemburgo. Los periódicos irlandeses mencionaban el rock ‘n’ roll sólo para efectuar la crónica de los excesos de sus alocados hijos e hijas, cuyas historias, a menudo trágicas, eran ofrecidas como testimonios de los maligno de aquella música.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2

Dublín - Irlanda, Enero 1980 Si querías leer acerca de los héroes del rock n’ roll tenías que comprar el New Musical Express o el Melody Maker. Si estabas realmente enganchado recorrías las tiendas de la ciudad en busca de un ejemplar de Rolling Stone. Pero ninguna de estas revistas cubría la escena irlandesa del rock. La BBC y Radio Luxemburgo no ponían discos grabados por bandas irlandesas que habían conseguido un contrato de grabación. Hacer música rock en Irlanda era una existencia solitaria, triste, independiente. No había una infraestructura que sostuviera y alimentara a sus héroes, y tampoco ningún medio de comunicación entre ellos y los centenares de miles de jóvenes de toda la Irlanda gaélica que pudieran haber inspirado y animado a Brush Sheils y a hombres como él. A lo largo de los desinhibidos 60 de los Beatles, los Stones y Dylan, y pasando por los años de excesos y desenfreno del dominio hippy, los súper-grupos, Bowie, Rod Stewart y Elton John, aquellos irlandeses que se suscribían a una cultura extranjera y se atrevían a emular a sus héroes avanzaban solos, sin ser oídos en las ondas, sin que se escribiera sobre ellos en los periódicos, ignorados en el mejor de los casos, despreciados en el peor. Luego, en la Irlanda expansionista de Jack Lynch, empezó a agitarse algo notablemente subversivo. La primera revista seria de música rock de Irlanda, Hot Press, apareció en los puestos de venta a finales del verano de 1977. Simultáneamente, un tipo loco llamado «el Capitán» puso en marcha una emisora comercial pirata de radio en el ático de una casa en el Lado Sur. El mundo alrededor de la calle Grafton ya no volvió a parecer tan pequeño. Niall y Dermot Stokes eran hermanos, antiguos alumnos del Terenure College, rockeros fracasados que habían tocado en un grupo llamado Eyeless en la época de los cantautores, a principios de los 70. En 1976 iniciaron con un grupo de amigos, una revista llamada Scene, que floreció brevemente. Desanimados por la falta de apoyo en la revista, ya que solo incentivaba la música extranjera, Niall y Dermot abandonaron Scene y lanzaron Hot Press en 1977. Bill Graham, que había trabajado junto a los hermanos Stokes en Scene, se fue con ellos. Hot Press se tomó en serio la escena musical. Actuaciones y discos eran criticados de forma inteligente. Las ideas eran discutidas, el mundo de la calle Grafton recibía por primera vez forma e 67

Unforgettable Fire: La Historia de U2 identidad. ¿Qué era un contrato de grabación? ¿Quién tenía uno, y quién estaba engañando? ¿Cuáles eran las mejores bandas irlandesas? ¿Qué música era popular y por qué? ¿Dónde se producían las actuaciones? ¿Cuánto costaban? Ahora las preguntas podían ser formuladas y eran contestadas…, con autoridad. Hot Press legitimó el rock n’ roll irlandés, dio a la calle Grafton un sentido de sí misma, proporcionó a aquel mundo crepuscular un asomo de grandeza. Creó héroes. Héroes irlandeses. Phillip Byrne, el apuesto cantante rubio de Revolver, que era visto muy a menudo provocativamente en la sala de atrás del Berni Inn con las chicas más espectaculares, se convirtió de algún modo en alguien más real cuando fue distinguido en Hot Press. Paul Boyle, de los Vipers, hizo tambalear su corona una noche en Moran diciéndole al público «jodeos» cuando éste empezó a impacientarse mientras la banda afinaba sus instrumentos. Hot Press difundió la leyenda, creó interés y un mercado para aquellos héroes locales. Bill Graham escribía inteligentes y bien informados ensayos sobre el rock. Bill aprobaba el punk…, de hecho puede que fuera el único periodista en Irlanda que comprendía la Nueva Ola, de qué iba y por qué era necesaria la revolución de la que era heraldo la música rock. Graham había estudiado en el Blackrock College un año por delante de Geldof, y se había graduado en el Trinity antes de convertirse en el primer periodista de rock del país. Como todos los mejores escritores especializados, Graham amaba el tema del que hablaba. Dave Fanning también había ido al Blackrock College. Como Bill Graham, amaba el rock n’ roll. Pertenecía a la clase media del Lado Sur, como los hermanos Stokes. Cuando Niall y Dermot rompieron con la revista Scene, Fanning ocupó el puesto de director en la revista Scene. Estaba sentado en su oficina una mañana de septiembre de 1977, comprobando un número especial de la revista dedicada a Elvis, que había muerto el mes anterior, cuando entró en tromba el Capitán. -Soy Eamonn Cooke, el capitán Eamonn Cooke – anunció el visitante de Fanning. Luego afirmo que dirigía Radio Dublín, y que estaba interesado en intercambiar anuncios en su emisora de radio por anuncios en Scene. Fanning explico que su negocio era conseguir anuncios para su revista, no hacer publicidad de ella. Y además, ¿qué era Radio Dublín? El Capitán le aseguro que su emisora existía, que transmitía música pop todas las noches y los fines de semana. Medio creyendo que aquel tipo estaba loco, Fanning aceptó ir a visitar radio Dublín para comprobarlo por sí mismo. La ley irlandesa en radiodifusión era explicita: radio y televisión pertenecían al Estado. Eso era todo. No existía la radio comercial, y nadie podía ser tan necio como para intentar quebrantar la ley en una ciudad del tamaño de Dublín, donde la detección era inevitable. Es decir, nadie con la más pequeña pizca de sentido común. La emisora de radio que encontró Fanning cuando visito el ático de la casa en Inchicore al día siguiente consistía en un trasmisor y una pequeña colección de discos esparcidos por la habitación delantera del capitán Cooke. Tras afirmar que era un mago de la electrónica, el Capitán extrajo el maletín que había llevado a la oficina de Fanning el día anterior. -Escuche esto – ordenó a su pensativo visitante. Esto era la grabación de la conversación que habían mantenido el día antes. El Capitán estaba pensando en expandir su operativa y emitir entre semana. Ofrecía a Dave el espacio del miércoles por la noche, desde las once hasta las dos de la madrugada, a cambio de publicidad en Scene, Fanning aceptó. El capitán no creía en pagar a su personal. Cuando surgió el tema del sueldo, señaló que había «un millón de pequeños desgraciados ahí fuera» a quienes les encantaría hacer lo que él estaba haciendo. En diciembre un par de locutores de Radio Dublín se marcharon para poner en marcha la ARD, una emisora rival. Radio Dublín sufrió una incursión de la policía, que iba acompañada por la prensa nacional. A la tarde siguiente Radio Dublín y el capitán Cooke ocuparon la primera página de los periódicos irlandeses. Todo el mundo aquella noche sintonizó la emisora. Al cabo de un mes había emisoras de radio piratas por todas las longitudes de onda irlandesas. El capitán había roto el molde de la radiodifusión irlandesa, aunque nunca llegó a beneficiarse de 68

Unforgettable Fire: La Historia de U2 ello. Su pequeña casa estaba llena de equipo electrónico y era un blanco fácil para las autoridades. Otros eran más escurridizos, trasladándose de casa en casa, manteniéndose varios pasos por delante del Departamento de Correos y Telégrafos. En marzo de 1978, James Dillon, un antiguo socio del capitán – que por aquel entonces estaba metido hasta el cuello en procesos legales – inició Big D, la instalación pirata más profesional hasta la fecha. Y Fanning se fue a trabajar para Dillon. Por aquel entonces Dave Fanning se había metido de lleno en la radiodifusión. En su momento había persuadido al Capitán que le dejara emitir durante toda la noche en Radio Dublín. Le encantaba poner la música que le gustaba y hacerlo de la forma que le gustaba. Los disc jockeys de la BBC y de Radio Luxemburgo eran notablemente plásticos, con sus acentos puramente atlánticos y su afectada actitud de hey-miradme-todos. Se interponían entre la música y el oyente, o mejor dicho, sus egos se interponían. Fanning lo hacía de una forma distinta. Su inconfundible acento de Dublín era real, nunca utilizaba diez palabras donde una era suficiente, el humor era espontáneo, no leído en un guión. Dave era natural. En Big D formuló una política para su emisión de toda la noche. Primero, le dijo a James Dillon que se mantuviera fuera del estudio. Tú vende los anuncios, déjame a mí la música. No lo lamentarás. Fanning deseaba poner discos hechos por bandas irlandesas junto con aquellos que figuraban en los Hits Parade de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Trajo al estudio a las nuevas bandas dublinesas, las entrevistó, y puso sus cintas de demostración. Pronto su programa era escuchado compulsivamente por aquellos que habían estado escuchando las emisoras extranjeras antes de Big D. Cuando Hot Press publicó la votación de mejores disc jockeys en la primavera de 1978, Dave Fanning en la Big D ya era mejor que el del Capitán, Fanning se estaba haciendo un nombre. Allá en Malahide, Adam escuchaba el programa de Dave Fanning, y puso el nombre del disc jockey en su lista de Personas A Contactar. Las tardes de Adam empezaban con el autobús número 42 a la ciudad. Su política era difundir el nombre de su banda por toda la ciudad entre aquellos que importaban en el circuito de pubs, y hacer que todo el mundo que pudiera ser útil supiera de la existencia de The Hype. Antes de salir de casa Adam hacía sus llamadas telefónicas. Esas llamadas formaban parte del plan. Normalmente empezaban como sigue: -Hola, soy Adam Clayton, toco el bajo en una nueva banda que se llama The Hype. Acabamos de empezar y nos preguntamos si podría darnos usted algunos consejos. – la idea era que, además del consejo eso ayudaría a difundir el nombre de la banda. Gerry Cott era el guitarra solista de los Boomtown Rats y estaba en la lista de Adam. El número de teléfono de casa de Cott era el problema. Adam conocía a un amigo que conocía a la hermana de Cott. Cuando le contó su plan, el amigo de Adam se negó a darle el número de teléfono de la hermana. En esa epoca los Rats fueron a tocar a Dublín, y Adam consiguió dos entradas para la actuación. Su amigo deseaba ir pero no tenía entradas. Adam se las proporcionó, a cambio del número de teléfono secreto. -Hola, soy de la CBS de Londres – mintió Adam -. Creo que Gerry cena con usted esta noche, y estoy intentando contactar con él. Es urgente. -Gerry no está aquí – respondió la hermana -. ¿Por qué no prueba usted en su casa? -No tengo su número a mano – Aventuró Adam. -No cuelgue – dijo la hermana. Al día siguiente Gerry oyó hablar de The Hype. Aquella misma noche Adam informó a Bono, Edge y Larry. Había estado hablando con Gerry Cott, de los Rats. Gerry había dicho esto y aquello, y les deseaba todo lo mejor. El ejercicio fue bueno para la moral. Conseguir actuaciones significaba tomar el 42. Cuando el autobús pasaba junto a Mount Temple en su camino a la ciudad, Adam solo permitía una sonrisa. Lo que le esperaba ahí delante no tenía que ser necesariamente divertido, pero estaba libre del sistema educativo irlandés. La primera 69

Unforgettable Fire: La Historia de U2 parada en la ciudad era el Moran’s Hotel en la calle Talbot. Adam se había congraciado con el director de Moran’s, donde los Rats habían efectuado algunas actuaciones legendarias. El sistema de Adam era la venta suave. ¿Qué bandas iban a tocar? ¿Podían entrar gratis para ver la actuación del viernes…, y traer un par de amigos? Era un joven agradable, curioso, atractivo. Con sus suaves modales y su agradable acento, al director le parecía muy por encima de los «correosos» muchachos que normalmente se dejaban caer por Moran’s. Los jóvenes no eran todos malos. Adam empezaba entonces a hablar de su propia banda. Acababan de empezar y aún no estaban preparados para Moran’s, admitía, pero quién sabe, quizás algún día… El Project Arts Center de la calle Essex, junto a los South Quays, era una caminata de quince minutos cruzando la ciudad desde el Moran’s. El Project era una alternativa a la moda del teatro estable de Dublín. Lo dirigían Jim y Peter Sheridan, dos oriundos del Lado Norte llenos de talento que escribían y producían sus propias obras y las de los demás. El complejo albergaba un pub, un café y una galería de arte. La música rock era una forma ocasional de hacer algo de dinero. El Project servía a las artes de una forma muy similar a la que Hot Press y la radio pirata servían al rock n’ roll. Atraía a las mentes originales, a las que tenían talento, a los furiosos y a aquellos que simplemente estaban locos. Siempre había movimiento allí, la sensación de que estaba ocurriendo algo distinto…, o que estaba a punto de ocurrir. Adam se paseaba por allí, tomando café, fumando, mostrándose tranquilo. Conoció a Caragh Coote, que se encargaba de contratar bandas. El corazón de la mujer se sintió atraído hacia aquel agradable muchacho que nunca se permitía una segunda taza de café. Se hicieron amigos, conspiradores. Él le hablo de su banda y le suplico una actuación. Ella prometió que vería qué se podía hacer. Mira, le dijo él, vamos a participar en ese concurso de Limerick para el día después de San Patricio, sería una buena ayuda que pudiéramos tocar aquí antes de ir. Caragh prometió pensar en ello. Mientras tanto, habló de Phil Lynott, al que conocía de los viejos días. Thin Lizzy actuaba en la ciudad, y ella iba a ir a su actuación como invitada de Philo. Pero Adam estaba más interesado en conseguir su número de teléfono. Caragh le dijo que Lynott siempre se hospedaba en hoteles por estos días. ¿En cuál?, presionó Adam. El Clarence. Telefonear a Phil Lynott podía ser un buen empujón, reflexionó Adam, mientras permanecía sentado en casa al día siguiente del concierto de Lizzy. Eran las 9:30. Ahora debe acabar de levantarse, pensó Adam, estará en buena forma. (Años más tarde, cuando supo más del estilo de vida de Philo, Adam recordaría apesadumbrado que su blanco estaría probablemente yéndose a la cama en aquellos momentos, no levantándose.) Antes de llamar al Clarence se sirvió otra taza de café y encendió un cigarrillo. Luego inspiró profundamente y marcó el número. -Hola, soy Adam Clayton… El consejo de Lynott fue sucinto, pero no falto de generosidad dada las circunstancias: consigue una buena cinta de demostración, envíala a todas las compañías discográficas de Londres…, y consigue un mánager. Adam se reunió con los muchachos y les dijo que había estado charlando con Phil Lynott. Bono se estaba poniendo impaciente. Adam estaba hablando con mucha gente, pero The Hype no conseguía actuaciones. Existía una cierta tensión entre el bajo-mánager y el vocalista. Adam volvió con Caragh y tiró del sedal. Necesitaba esa actuación. La chica al ver la absoluta desesperación del Bajista, contrató a The Hype para la noche del 16 de Marzo, la noche de San Patricio. Steve Rapid era el vocalista de los Radiators. Recibió una llamada telefónica de Adam. -Hola, soy Adam Clayton. Fui a la escuela con tu hermano. Estoy en una banda. Me pregunto si podríamos charlar un poco sobre el asunto. De día, Steve Averill trabajaba en Arrow, una de las principales agencias de publicidad de Dublín. Era un diseñador de talento, y por reputación una de las figuras principales de la escena del rock. Adam le hizo todas las preguntas habituales, pero pareció particularmente preocupado por el 70

Unforgettable Fire: La Historia de U2 nombre de su banda. Steve admitió que tenía razón en sentirse preocupado. The Hype sonaba demasiado flagrante, no era sutil, sugería un cierto desdén hacia todo el asunto del rock n’ roll. Adam pensó que necesitaba un nombre que fuera ligeramente misterioso, que no los identificara con nada ni ningún lugar en particular. Le encantaba XTC, que era el nombre de una de las bandas populares de la época. Steve pensó en ello durante unos cuantos días antes de llegar al nombre U2. El nombre hizo sonar un timbre en la mente de Adam. ¿Algo relacionado con el espionaje?, aventuró. Sí, confirmó Steve, había habido un avión espía americano llamado U2. También había un submarino U2, y unas pilas de mayor venta de la Eveready que se llamaba también U2. Nadie sabía lo que significaba, pero el nombre golpeaba en tu cerebro. También había un juego de palabras en el nombre basado en la forma como se pronunciaba en inglés; you too, tú también o incluso you two, ustedes dos. A Adam le gustó. Cuando lo propuso a la banda, los otros no se mostraron tan entusiastas. Bono, en particular, se mostró escéptico acerca de U2 y los importantes contratos de Adam. Pero Adam apretó fuerte y consiguió un compromiso. Su próxima actuación era el 01 de Marzo de 1978 en el Community Centre de la ciudad costera de Howth. Harían un experimento en cuanto al como presentarse en esa jornada. Tocarían la primera parte como un conjunto de cinco, con Dick en una guitarra adicional, llamándose The Hype, y la segunda parte sin Dick, como U2. Entre las dos partes, Adam, Edge y Larry colaboraron con los Virgin Prunes, que también participan en la función. La actuación de Los Prunes tenía más de teatro que de rock n’ roll. La abrieron con escenario oscuro y vacío y algunos efectos de sonido grabados como fondo. Gavin salió vestido de mujer, fumando un cigarrillo. Se detuvo mirando desvergonzadamente al público, que estaba compuesto claramente por Cerdos de Howth. Su expresión y sus ropas decían: Que se jodan todos. -Art Fuck-. Gavin pronunció las palabras con sentimientos. Y Luego se retiró. Day-Vid le siguió para recitar su monólogo acerca de todo y de nada. Luego Gavin y Guggi volvieron a salir como las dos Damas y Dick, Adam, Edge y Larry aparecieron detrás como conspiradores musicales. Allí donde Bono y U2 deseaban convencer, ser aceptados y emocionar al público, los Virgin Prunes, conducidos por Gavin, deseaban impresionar a los Cerdos de Howth y sacarlos de su complacencia, de su seguridad acerca de lo jodidamente todo. Dos semanas después The Village viajó en masse a Limerick para la competición Lager-Evening Press. Hubo más de treinta actuaciones preliminares antes de que fueran elegidas las seis finalistas para el programa de la noche frente al público. Lo primero que hizo Adam a su llegada fue cambiar el nombre de la banda de The Hype, con el que se había inscrito, a U2. Luego echaron un vistazo a la oposición. Observaron a todos los demás participantes utilizaban los cuatro micros permitidos para amplificar voces y guitarras. U2 decidió conectar también fuertemente la batería al sistema de amplificadores, consiguiendo así mayor efecto. A medida que progresaban las actuaciones preliminares, Jackie Hayden de la CBS, cuya compañía discográfica iba a grabar una cinta de demostración de los ganadores, y Billy Wall, de Radio Telefis Eireann, los dos jueces más influyentes, observaron lo poco potente que eran los estándares de calidad. Sólo los East Coast Angels un grupo pop estilo Gary-Glitter, y U2, mostraban algunas promesas. La voz de Bono estaba «agotada» después de la gran actuación en el Project la noche anterior. En Dublín Había sido incapaz de contenerse, de tomárselo con calma pese a la importancia de la competición. Pero pese a lo ronco, la voz tenía prestancia, una intensidad respaldada por la banda que le rodeaba, y su presencia de ánimo ante la inhibición del quéestamos-haciendo-aquí ganó a favor de U2 el respeto de los jueces. Su actitud le dio la victoria en la etapa de clasificación por la mañana. Y Por la noche, en la final, con la adrenalina fluyendo ante la audiencia, U2 convirtió una competición potencialmente vergonzosa en una celebración con su infeccioso entusiasmo. El listado de 3 canciones fueron Street Mission, Life On A Distant Planet y The TV Song (una versión Galeica de An Cat Dubh). 71

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Fue un triunfo absoluto, ganaron las 500 libras y la promesa de una sesión en los estudios de la CBS. Al menos se llevaron la promesa a casa. El cheque se lo entregaron a guardar al padre de Adam, que había acudido directamente desde el aeropuerto de Shannon para darles su apoyo. En la estela de Limerick, Adam consiguió una actuación el 11 de Abril como teloneros en McGonagles. Tocar como entrada al principio del programa era duro. El lugar apenas empezaba a llenarse, y la gente estaba más interesada en conseguir sus bebidas y buscar un lugar que en escuchar la primera banda que tocaba. Debía haber unas treinta o cuarenta personas, bebiendo y charlando en la parte de atrás de la sala. The Village constituyó el auténtico público de U2, aplaudiendo ruidosamente en primera fila. Terry O’Neill llevaba años en la escena del rock en Dublín. Había sido mánager de varias bandas, incluido el Skid Row de Brush Sheils cuando Phil Lynott era el cantante solista. Y había estado allí cuando Brush echó a Philo debido a que no sabía cantar. Y había estado por ahí también cuando Lynott y Thin Lizzy habían subido a los primeros puestos de las listas inglesas con «Whiskey in the Jar», y había escuchado a Brush insistir en que había tenido razón con Philo. Terry sonreía mucho, ya que era la única forma de permanecer cuerdo. Ahora estaba a punto de iniciar un nuevo trabajo como director de McGonagles. Bill Fuller era el propietario del lugar. Fuller era una leyenda en todo Dublín y los alrededores. Era propietario de Filmore West Ballroom de San Francisco, donde muchos de los nombres principales del rock habían actuado para el legendario promotor americano Bill Graham. Fuller era un bromista. Cerraba los tratos con un apretón de manos, lo cual hacia difícil demandarle cuando después te decía: «lárgate, muchacho, y no me molestes.» Aquella noche Fuller estaba mostrándole McGonagles a Terry O’Neill. Los negocios iban mal. Fuller lo había comprado cuando era el Crystal Ballroom en los días que Bobby e Iris Hewson y Larry y Maureen Mullen habían bailado allí al ritmo de las orquestinas. Posteriormente había sido el Nashville Rooms antes de su último renacimiento como McGonagles. Cuando O’Neill le conto sus planes de crear un club de rock n’ roll de primera clase, Fuller le cortó en seco: -Haz lo que quieras con él. Es tuyo. El día del concierto al mirar hacia el escenario, Terry se sorprendió de la juventud de la banda. Parecían escolares (de hecho lo eran), y en su ansiedad, tocaban también como escolares. Después de su actuación, los cuatro miembros de la banda llamaron a la puerta de O’Neill. -Venimos por nuestro dinero – empezó Adam. -¿Cuánto quieren? – preguntó O’Neill. Hubo una pausa, mientras Adam, Edge, Larry y Bono se miraban unos a otros, buscando algún indicio en los rostros de sus compañeros. -¿Le importa si salimos fuera y lo discutimos? – señaló Adam. Cuando volvieron, un par de minutos más tarde, pidieron siete libras. -Veinticinco – sonrió O’Neill -. Todo el mundo cobra veinticinco por abrir la sesión. Embarazados, tomaron el dinero e hicieron una indigna salida. Este incidente subrayó la necesidad de un mánager. Después de salir de Limerick, habían llegado a un cierto número de decisiones. Usar su propio material musical para la cinta de demostración para la CBS y se contactarían con Bill Graham, de Hot Press, que parecía ser el periodista más serio por ahí, para que supiera de ellos, y le pedirían su consejo acerca de cómo enfrentarse mejor a la calle Grafton. Dave Fanning, de Big D era otro objetivo. Bono había estado leyendo NME, Melody Maker y Hot Press, y se había dado cuenta del valor de una pequeña mención de la banda en sus columnas con, si era posible, una fotografía de U2. La publicidad te consigue las actuaciones, no el otro viejo sistema. También tenían que controlar su trabajo en los estudios de grabación. No iban a quemar todas sus naves en la primera toma de la CBS. La decisión más importante que tomó U2 en aquellos momentos fue trabajar aun más duro para desarrollar sus propias canciones y sonido. Edge y Bono dejarían Mount Temple dentro de unas pocas semanas y perderían su sala de ensayos 72

Unforgettable Fire: La Historia de U2 ese verano y mucho más si no iban con cuidado, porque estaba previsto que Larry empezara a trabajar los meses de vacaciones. The Edge partiría a una escuela técnica superior y Bono de vuelta al University College, si las previsiones de Bobby Hewson se cumplían. Aquello iba a significar un período de interrupción para U2. Adam telefoneo a Bill Graham y le invitó a acudir a uno de sus ensayos del sábado por la tarde en la escuela. Más tarde, sugirió Adam, podrían charlar un poco. Necesitaban algunos consejos. Graham aceptó ir. Bill tenía veintisiete años, diez años mas que la banda cuyo ensayo iba a escuchar aquella tarde de sábado. Era un joven estupendo en el duro mundo de la música y el periodismo en la ciudad. Si algunos de sus amigos le hubieran visto aquella tarde de sábado subir al autobús numero 33 en la calle O’Connell y le hubiera preguntado donde iba, hubiera reído ante su respuesta: -¡A los suburbios, a descubrir una gran banda! -Que tengas suerte, Bill. Era un entusiasta de la gente y de la música. El que ambas cosas decepcionaran constantemente no corroía su espíritu, y nunca lo haría. Bill era un hombre grueso, jovial, desprendido, que aun creía, después de los años, en ese «algo dentro que siempre se le había negado», el algo llamado alma, una palabra tan obscena en el periodismo como lo era en la música, en la política o en la iglesia. Mientras escuchaba aquel día a U2, Bill sintió algo de pena. Eran unos chicos estupendos, diferentes, jóvenes, más frescos que las bandas que pululaban por la ciudad. Pero, musicalmente, a U2 aun le quedaba mucho camino por recorrer. De todos modos, lo excitaron y le llamaron la atención de una forma un tanto curiosa. Eran muy serios acerca de lo que les gustaba. Tras el ensayo se fueron a una taberna para a charlar un rato. The Village les acompañaba. Deseaban saber cosas acerca de los contratos de grabación, las actuaciones, el dinero, otras bandas. Declaraban su ignorancia, pero también su determinación a conseguir el éxito. Sugirió que olvidaran por el momento el contrato de grabación. Les contó un par de historias de horror acerca de contratos de medio millón de libras que habían dejado a las bandas implicadas debiendo dinero. Funcionaba así, explicó: U2 firma un contrato de medio millón. El disco es un éxito. Entonces la compañía discográfica hace sus números. Tanto de tiempo de estudio, tanto de promoción y marketing del disco. Luego esta el coste de un estudio para el montaje del disco. Ese medio millón es una cifra puramente simbólica. Olvidadla. Sois jóvenes, tomaos vuestro tiempo, desarrollaos como músicos, aguardad hasta que podáis controlar la situación en el estudio. Bill podía darse cuenta de que estaban escuchando, de que estaban registrando su consejo. Tantas bandas jóvenes alardeaban de su experiencia, fingían que lo sabían todo y terminaban destrozadas unos años mas tarde. Tantas entraban en el juego de la música por el sexo o el alcohol, tantas habían embarrancado en las drogas que podían conseguirse fácilmente en la ciudad, tantas no estaban preparadas para trabajar en su música. La mayoría de la gente que encontraba Bill Graham en la calle Grafton le hacia sentirse cansado y triste. Esos chicos lo devolvieron al centro de la ciudad sintiéndose un poco mejor. Y les dejo un consejo más importante que cualquier otro: conseguid un manager. Les dio un nombre, Paul McGuinness.

La Historia de Paul El teniente de aviación Philip «Mac» McGuinness y su esposa Sheila tuvieron un hijo, Paul, el 16 de junio de 1951. Philip y Sheila se habían casado dieciocho meses antes en la ciudad natal de Mac, Liverpool. Paul, su primer hijo, nació en Rinteln, cerca de Hannover, Alemania Occidental, donde estaba destinado Philip en una base de las Reales Fuerzas Aéreas. 73

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Philip McGuinness estaba trabajando como oficinista para los muelles y la junta del puerto de Mersey al empezar la Segunda Guerra Mundial. Se presentó como voluntario para las Reales Fuerzas Aéreas un cierto número de veces antes de alcanzar la edad suficiente para ser admitido. Finalmente fue aceptado durante los desesperados días de la Batalla de Inglaterra, la hora más lúgubre de los seis años de guerra de Gran Bretaña con la Alemania de Hitler. La RAF se ganó el respeto mundial como el más valeroso de los servicios británicos, pero con un precio muy alto ya que uno de cada tres de sus pilotos y tripulantes halló su muerte defendiendo el país. Philip era muy consciente de los riesgos, pero fue un alegre e impetuoso oficial en la renovada, y «osada» tradición de la RAF. Fue recompensado con la Cruz de Vuelo por servicios distinguidos, la mayor condecoración del arma aérea, al terminar la guerra. De vuelta a la paz, Mac decidió seguir carrera en las Fuerzas Aéreas. Se unió al Escuadrón de Comunicaciones, cuya tarea era enlazar entre sí los distintos puestos de avanzada de la RAF por todo el mundo. Indudablemente era un trabajo mucho más estimulante que hacer de oficinista para los muelles y la junta del puerto. Aunque su familia llevaba tres generaciones lejos de Irlanda. Philip McGuinness seguía considerándose irlandés. Le encantaba visitar el «hogar», especialmente la parte occidental de Cork, donde pescaba e iba en barca con sus amigos, siempre que tenía algo de tiempo libre. Fue en Cork, en 1947, donde conoció a Sheila Lyne, que había nacido en el Lado de Kerry de la línea divisoria Cork-Kerry. La familia de Sheila llevaba un nombre famoso en Kerry. Los Lyne podían rastrear sus raíces hasta 1485. La tatarabuela de Sheila fue la hermana de Daniel O’Connell, el líder político radical del siglo XIX conocido como el Libertador, del que recibe su nombre la calle O’Connell de Dublín. Sheila estaba estudiando magisterio cuando conoció a Philip ya un oficial de la RAF y un amigo suyo se lo presento en un hotel de Cork. Fue un amor a primera vista entre el atrevido y apuesto joven héroe de guerra y la tranquila e inteligente Sheila de Kerry. Le siguió a Inglaterra, donde ejerció de maestra en el Holy Child Convent de Liverpool antes de casarse con Philip en 1949. Iba a ser una vida de servicio, su hogar seria una base de las fuerzas aéreas, una distinta cada tres años o así. Después de Rinteln, en Alemania Occidental, los McGuinness se trasladaron de vuelta a Inglaterra, a la isla de Thorney, en Hampshire. Paul era un niño saludable que jugaba alegremente con los hijos de los otros oficiales. Su pasión privada era leer. A la edad de tres años Paul era un prodigioso lector de cualquier cosa que cayera en sus manos. Sentado, leyendo un cuento de hadas, chillaba de alegría cuando el bien triunfaba sobre el mal, deseando siempre compartir la noticia con mamá y papá. Tras una temporada en Cosford, cerca de Wolverhampton, Malta fue la siguiente parada en el servicio de Mac. Era un oficial eficiente y popular que parecía destinado a los más importantes destinos en las Reales Fuerzas Aéreas. A Sheila le encantaba la vida de servicio, especialmente el clima y sol de Malta. Ocasionalmente acompañaba a Mac en un viaje de dos días a París, Roma o Londres. En los intervalos utilizaba sus conocimientos como maestra para suplementar la poco satisfactoria escolarización que la vida de servicio imponía a los hijos de sus oficiales. En Malta, cuando tenía siete años, empezó a formarse uno de los principales rasgos del carácter de Paul. Uno de ellos era la autosuficiencia. La familia podía disfrutar de la vida como unas vacaciones prolongadas en la playa durante la mayor parte del año maltés. Pero había tres meses en invierno en los que hacía demasiado frio para nadar, aunque caminar por la playa era muy agradable. Paul decidió crear un museo que lo mantuviera ocupado durante los meses invernales. El trabajo semanal de su padre implicaba el viajar durante un día o dos a las demás estaciones de la RAF esparcidas por toda Europa. Paul le pedía que le trajera piezas para su museo de esos viajes. También exploraba la playa y el famoso Hipogeo, las cuevas prehistóricas maltesas, para reunir su propio material. Pronto tenía una piedra del Foro, otras similar de la Via Apia, conchas de 74

Unforgettable Fire: La Historia de U2 las playas de Malta y muestras del Coliseo. Lo que parecía raro a Philip y Sheila era la meticulosidad del muchacho en guardar en cajas su colección. Cada pieza estaba etiquetada y fechada, y el conservador de siete años disfrutaba enseñando su museo a amigos y visitantes. Todo estaba hábilmente presentado, incluso la pieza más intrascendente se veía realzada al convertirse en objeto de devota atención por parte de Paul. Tenía un sentido altamente desarrollado de lo que parecía correcto, y esto, con su facilidad de palabra, impulso a su tutora en Malta, Miss France, a informar a los McGuinness: -Creo que Paul va a hacer carrera escribiendo para la televisión. Su meticulosidad se extendía a los regalos que compraba para su madre y para su padre y para su hermano pequeño Niall, que había llegado más tarde. Los regalos de Paul siempre eran útiles, apropiados y estaban primorosamente envueltos. La noticia de que el siguiente destino de la familia iba a ser Polonia en Dorset, fue recibido estoicamente por Paul. Aunque muy capaz de ingeniárselas por sí mismo, era un chico popular, un amigo de todos antes que el empollón solitario que su museo sugería. Sin embargo, la partida no pareció trastornarle demasiado. Cuando llegó el momento de irse él mismo se ocupó de empaquetar sus libros, juguetes y demás cosas para ser transportadas a su nuevo destino. La educación de Paul estaba empezando a crear problemas a Philip y Sheila. Hasta entonces ella se había basado en su propia experiencia como maestra, pero su alumno estaba pasando rápidamente por delante de sus lecciones de comedor. Buscando una palabra para un ensayo que estaba escribiendo un día, Paul recurrió a su madre. Ella pensó unos instantes y le proporcionó lo que creía que era una respuesta razonable. -No, mamá, no es ésa – insistió el niño de once años. -Bueno, pero servirá – eludió ella para quitárselo de encima. -No, mamá, te oí usar la palabra que busco la semana pasada – porfió él. El matiz y el contexto tenían que ser los correctos. Importaba siquiera su educada, razonable e instruida madre podía escapar del rigor de la mente del niño. Consultaron el Oxford. El diccionario mostró que él tenía la razón. Cuando Paul tenía once años, en 1961, sus padres lo enviaron a Clongowes Wood College, uno de los mejores internados de Irlanda. Clongowes, dirigido por los jesuitas, educaba a la clase media irlandesa, normalmente para carreras. La escuela siempre había tenido una gran reputación por sus equipos de rugby de primera clase. Kildare estaba a unos treinta y tantos kilómetros de Dublín. Los jesuitas eran intelectualmente menos intolerantes que otras órdenes católicas, obedecía la tradición, y en Clongowes eran animados las artes y los debates. Los seis años que pasó en Clongowes tuvieron una profunda influencia en Paul. Fue el período más largo que jamás hubiera pasado en un mismo lugar. Clongowes se parecía más a un hogar que cualquiera de las bases de la RAF donde había vivido. Tenía lo que les faltaba a todas ellas, un sentido de identidad, un sentido de lugar. Visitaba a sus padres, con los que mantenía una relación de amor y confianza, lugares tan diversos como Adén y Lincoln, pero regresar al internado no representó nunca para él el pesar que significaba para muchos otros internos. Las amistades que hizo Paul en la escuela siguieron siendo firmes veinte años más tarde. Donnell Deeny, hijo de un médico de Irlanda del Norte, era su amigo más íntimo. Donnell se convertiría más tarde en un importante consejero de la Reina en el tribular de Irlanda del Norte. A medida que avanzaba el año escolar y Paul empezaba a establecer su presencia en la escuela, quedó claro que ambos eran aún más particulares. No les gustaba mucho el deporte, y concentraban sus energías extraacadémicas en la revista de la escuela y el grupo teatral. También tomaban gran interés en los debates. Paul McGuinness era una mente brillante, de primera clase, opinaban los jesuitas, pero no un Joven desesperadamente serio. Sin embargo, adquirió poder e influencia. Se ocupaba de la revista 75

Unforgettable Fire: La Historia de U2 de la escuela, dirigió dos obras teatrales y, en su último año, ganó la medalla de oro en los debates de Clongowes. Todo esto fue conseguido con sencillo encanto que sólo raramente se convertía en perniciosa arrogancia. Era tan rigurosamente realista con los demás como consigo mismo. Todo lo que era cobarde, torpe, pretencioso o simplemente vulgar arrancaba invariablemente un comentario o una mirada despectivos de McGuinness. Su determinación de hacer las cosas bien antes que cualquier interés por el status conferido le impulsaban a buscar las posiciones de influencia conseguidas con la revista y en el grupo dramático. Después de la función o la salida del número de la revista era tan sociable con los arriesgados y los pródigos que con aquellos que como él mismo buscaban la excelencia. Era un elitista. Mientras permaneció en Clongowes, Paul desarrolló un interés hacia el arte. En una visita a sus padres, ahora en Lincoln, salió a comprar a su madre una reproducción de un cuadro de Van Gogh que había visto en la ciudad. La base aérea estaba a once kilómetros en las afueras de Lincoln, con un servicio de autobuses muy irregular. Tras perder el autobús el día que decidió efectuar la compra, Paul caminó once kilómetros hasta la ciudad para ir en busca de la lámina. Tenía entonces trece años. Un par de años más tarde, cuando la familia estaba estacionada en Penhill, Dorset, Paul descubrió algunas tarjetas postales de los grandes maestros de la pintura en la oficina de correos del pueblo. Le pidió a su madre que le enviara una cada semana durante todo el resto del año. Así las apreció mucho más que si las hubiera recibido todas a la vez. Sus hábitos de lectura cambiaron ahora de libros a periódicos, que devoraban diariamente en busca de noticias del mundo exterior a Clongowes Wood. Se sentía fascinado por la política y las noticas del día, de hecho por caso todo lo que había en ellos. Admiraba la buena escritura periodística y pensó en dedicarse finalmente al periodismo. La televisión y el teatro eran otras posibilidades. Pero primero deseaba ir al Trinity College de Dublín, una aspiración compartida por los mejores y más brillantes de sus condiscípulos en Clongowes. Las exigencias académicas para ello fueron cuidadosamente calculadas por un joven cuya experiencia escolar le había enseñado que había otros éxitos además de las distinciones académicas, que al final de la jornada no eran más que un medio para un fin. Ese fin era actuar con eficiencia y éxito en el mundo real, para lo que tenía la sensación que el interminable sistema de exámenes era bastante menos que la preparación ideal. Entrar en Trinity, sin embargo, requería desplegar alguna promesa mensurable, de modo que Paul consiguió honores en tres temas del certificado de estudios: inglés, latín y francés. Eso era suficiente. En los siglos transcurridos entre la fundación del Trinity y … cuando regularmente y no sin resistencia la Jerarquía aceptó que no era necesario que los católicos recibieran una dispensa especial y estudiar allí, la universidad cambió más que la nación a la que estaba representando. El Trinity, en los tiempos modernos, era un bastión de otro tipo, su ambivalencia fue descrita quizá de la mejor manera por Lewis, un estudiante de mediados los años 60 que, más tarde, escribió acerca de «amar al Trinity no sólo por su benevolencia y su ambiraría, su falta de compromisos y su tolerante cinismo, sino por no ser muchos aspectos, ni parte de Inglaterra ni parte de Irlanda». Desgraciadamente, en 1968, cuando Paul llegó a él, el fervor revolucionario de París, Berlín, Londres y Chicago había alcanzado a Dublín. El aroma, sin embargo, era inconfundiblemente Trinity. La democracia estudiantil suscitaba pasiones en el Trinity como en todas partes, pero en el también la universidad exhibía su inclinación hacia la excentricidad. Mientras los estudiantes de todo el mundo se agitaban contra la incomunicación de los Estados Unidos en Vietnam, el altercado más memorablemente violento en el Trinity se enfoco sobre el imperialismo. Cuando los reyes de Bélgica visitaron Dublín en 1969, las manifestaciones encabezadas por fanáticos maoístas provocadas en el Trinity fueron descritas como los peores disturbios estudiantiles en toda la historia de la institución. Paul Tansey y Shane Ross, dos de los amigos más íntimos de McGuinness en el Trinity, eran prominentes activistas estudiantes. Tansey se convertiría más tarde en uno de 76

Unforgettable Fire: La Historia de U2 los principales economistas de Irlanda, mientras que Ross, una figura wildeana, combinaría carrera en la bolsa con la política radical, y que practicó como senador independiente por Trinity. Paul McGuinness simpatizaba con la revolución del Trinity, pero no era algo que se sintiera impulsado a encabezar, ni era probable encontrarle entre la multitud que seguía a aquellos que, como Tansey y Ross lanzaban la retórica. Se había dedicado a leer filosofía y psicología, con más interés hacia esa última, que era un nuevo tema en el plano de estudios del Trinity, que hacia la primera. De hecho, sólo leía filosofía porque era obligatoria para aquellos que elegían psicología. Pasando primer año en la universidad alojado en Drumcondra, tomando autobuses número 11 o 16 a College Green. Descubrió a las muchachas entre las que muchas de las más encantadoras y liberadas iban a Trinity…, o, alternativamente, estaban interesadas en los antiguos clongownianos que iban al Trinity. Una medida de la liberación sexual había llegado a Dublín. Las chicas se iban libremente a la cama con chicos. O al menos podía suponerse razonablemente que estaban interesadas en hacer aquello que sus madres habían rechazado de plano. Con el advenimiento de la píldora, el miedo al embarazo ya no era una excusa aceptable. El miedo a Dios era aún menos creíble. Paul pronto empezó a participar en Players, el famoso grupo teatral de Trinity, como en Clongowes, se implicó en la revista de la universidad. El curso de filosofía era decepcionante. Pero la compañía de jóvenes brillantes y sofisticados como Shane Ross, con el que compartió la habitación en segundo año, Donnell Deeny, que se unió a él en el Trinity, Paul Tansey, Mike Colgan, un contemporáneo en Players, que se convertiría más tarde en un importante administrador-director teatral irlandés, y el joven Chris de Burgh, estimularon al animal social que yacía bajo el seco y en cierto modo espinoso exterior de McGuinness. Michael Deeny, el hermano mayor de Donnell, que había estado en Oxford, vivía ahora en Dublín con un buen trabajo como director financiero de Panaderías Kennedy, y presentó a Paul y Donnell a un grupo que no era ni político ni intelectual, sino más orientado a los negocios y al placer. Entre ellos estaban John Kelleher, un legendario hombre ingenioso y mujeriego, que más tarde fue controlador de programas para la RTE televisión, Sidney Minch, que se convertiría en director comercial de Securicor, y David Coyle, un contable que consiguió fama como pianista en Daddy Cool and the Lollipops. Era un grupo inteligente en torno al que la intensidad, el deseo de cambiar el mundo, había pasado. Eran sociables, más interesados en hacer dinero, en tener éxito (al tiempo que se lo pasaban bien), que en asuntos teológicos o filosóficos. Entre aquellas mundanas amistades, Players, la revista y Tansey y Ross, que compartían sus gustos desde el otro lado del activismo estudiantil, Paul se sentía cómodo. En 1969 Paul descubrió a Kathy Gilfillan, que estaba en su segundo año en la universidad. Kathy era de Eglinton, a unos doce kilómetros de Derry. Ella era uno de los cinco hijos de una familia granjera protestante, y había sido educada en la escuela elemental de Limavady, en el condado de Derry. Kathy era equilibrada, serena y ligeramente despreocupada, características que para la mayor parte de los ojos católicos la identificaban inmediatamente como protestante. Observada de cerca, su confianza en sí misma era subyugante, su rostro hermoso, con unos ojos brillantes e inteligentes. Kathy era una mujer antes que una muchacha, capaz y atractiva, ni necesitada ni susceptible de dominio masculino. Paul se encaprichó locamente por ella. La claridad de mente, la autosuficiencia, virtudes que el también poseía, resultaban irresistible en aquella mujer. Al principio simplemente se dejaba ver por los alrededores cada vez que ella aparecía en el escenario de Players. Como Kathy recordaría más tarde, «siempre aparecía como salido de la nada». Acostumbraba a pintar extraños cuadros que a última hora de la tarde le regalaba, sin decir ni una palabra. Ella no tenía la menor idea de quién era. Gradualmente empezó a gustarle. Era divertido, muy amable, jamás podías aburrirte con él. Se sentía halagada por la obcecada persecución de que era objeto, por los estoicos, desprendidos, ligeramente galantes gestos, por la sensación de que era un muchacho fuerte antes que débil, lo suficientemente fuerte como para 77

Unforgettable Fire: La Historia de U2 no intentar ningún número machista con ella. Se hicieron amigos, y en un estadio posterior se había ya enamorado, cuando las circunstancias les obligaron a separarse.

The Edge, Paul McGuinness y Bono (1987) Como estudiante de tercer año, Paul fue nombrado director de la revista de la universidad. Había perdido su interés en filosofía y la psicología. Utilizaba su tiempo en explorar los mundos del periodismo y del teatro como fuentes posibles de una carrera. Empezó a escribir artículos culturales ocasionalmente en los periódicos de Dublín, y formuló una estrategia que al final le permitiera dirigir filmes. Dirigió dos promociones de Players, mostrando una cierta promesa. Si la universidad era un medio de descubrirse uno mismo y hacer contactos que resultaban útiles cuando entrabas en el mundo real, Paul era el clásico beneficiario. Había visto el mundo establecido de clase media en el bus y aunque no estaba completamente seguro de qué papel había resignado para él allí, Paul tenía algunas ideas bastante claras acerca de que no era para él. No se convertiría, de eso estaba seguro, en el hombre de carrera, un médico, un contable o un abogado. No era un emulador. Estaba interesado en las ideas antes que en el dinero y la seguridad. Pese a sus talentos, una mente de primera clase, un rígido enfoque de los estudios, un aire natural de autoridad y una que otra imaginación, aún no había encontrado lo que estaba buscando. Las panaderías Kennedy cerraron, lo cual dejó a Michael Deeny sin empleo. Decidió abrir una discoteca móvil. John Kelleher, Sidney Minch y David Coyle fueron invitados a asociarse en la aventura. A Paul, ahora estudiante de tercer año, le fue ofrecido el trabajo de disc jockey. Actuaban en todo Dublín o en cualquier lugar de los alrededores a distancia razonable en coche de la ciudad. El experimento fracaso miserablemente, y pronto los socios se vieron buscando un comprador para el caro equipo de discoteca en el que habían invertido sus ahorros. Un hotel en la ciudad de Kerry expresó un cierto interés, de modo que partieron hacia el sur. Por desgracia, el «tipo listo» propietario del hotel quería el material por casi nada. Se lo trajeron de vuelta a Dublín. Por el camino Paul tuvo una idea. Donovan, el cantante folk-pop inglés se había trasladado a Irlanda para «centrar un poco las ideas…, hombre de pocas palabras, se instaló en una mansión en Kilcullen, justo en las afueras de Dublín. McGuinness paró la discoteca móvil y llamó a la puerta de 78

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Donovan. Afirmó que él y algunos asociados suyos eran promotores de conciertos, y que planeaban una serie de importantes conciertos en Royal Dublín Society (RDS), la más prestigiosa institución dublinesa». Afortunadamente, Donovan no miró más allá de la esquina, donde los asociados en cuestión habían ocultado su medio de transporte. Miró a Paul, pensó en ello ya que escuchó la hermosamente modulada voz de escuela privada, observó los agradables modales de su visitante, y aceptó sin más actuar en RDS. Gracias al fracaso como promotores de una discoteca, McGuinness y Deeny se convirtieron de un día para otro en promotores de importantes conciertos. Paul utilizo los beneficios de aquel ejercicio empresarial para embarcarse en viaje a Florencia en aras de su pasión por el arte. Pero de vuelta al Trinity le aguardaban problemas. Una colaboración que Paul había incluido en la revista de la universidad, escrita por Merily Harpur, que más tarde se convertiría en famoso dibujante de cómics en Inglaterra, considerada difamatoria por el decano subalterno, el entonces joven, y más tarde distinguido poeta irlandés Brendan Kennelly. El libelo se hallaba contenido en un inocuo artículo crítico acerca de la política de la sociedad coral del Trinity. Kennelly impuso una multa de 50 libras a McGuinness, que como director tenía la responsabilidad de todo lo publicado en la revista. Paul apeló, empleando a Shane Ross como su abogado. El comité disciplinario votó a favor de Paul, dictaminando que Kennelly no tenía poder para imponer una multa. Sin embargo, estaba establecido también que el consejo rector del Trinity College podía pasar por encima del comité disciplinario reafirmando la multa, lo cual hizo. Aquel sensacionalismo menor dentro de la vida de la universidad se resolvió cuando la compañía que publicaba la revista fue liquidada. No se pago ninguna multa. Pero un cierto estigma se pegó a la reputación de McGuinness en el menospreciado establecimiento. Cuando surgió, unas semanas más tarde, el hecho de que Paul no había asistido a las clases suficientes para someterse al examen de tercer año, fue rechazado. Era el primer estudiante de filosofía que nadie recordara en ser echado de este modo. Su beca desapareció, y con ella sus medios de seguir en el Trinity. Fue una amarga decepción la que llevo a sus padres a casa en Dorset. Su padre, ahora el jefe de la escuadrilla de la base, no se alegró. Su hijo mayor había caído en desgracia ante la familia, que ahora había añadido una nueva adquisición, una niña, Katy. Los padres de Paul se negaron a devolverle al Trinity a sus expensas, y decretaron que se inscribiera en la universidad de Southampton, cerca de allí. Después del Trinity, Southampton era provinciana a un grado inaceptable. Paul necesito solo dos semanas para decidir ir a Londres y ganar el dinero suficiente para volver a Dublín. Consiguió un trabajo de conductor de un mini-taxi por los barrios de Earls Court y Chelsea, con el que pasaba la noche de la mejor manera que podía. Fue un mal periodo de su vida, un nuevo periodo de dislocación tras diez años de estabilidad en Irlanda. Trabajó en un almacén de libros para suplementar su trabajo de taxista. Luego, cuando se dio cuenta de que vivir en Londres, incluso de una forma tan modesta como él lo hacía, era demasiado caro, Paul se puso a trabajar como guía turístico en tours vacacionales. El trabajo que consiguió fue con un tour inglés que iría a Dubrovnik, Yugoslavia. Pero cuando descubrieron que era “irlandés”, sus nuevos patronos tuvieron una idea mejor: Lourdes. Lourdes había sido escenario de una milagrosa aparición de nuestra Señora. Se decía que sus aguas tenían propiedades curativas, y aquello atraía a miles de peregrinos irlandeses cada año, muchos de ellos enfermos o desahuciados que buscaban desesperadamente la intervención divina. Paul pasó tres meses recibiendo a toda aquella gente al salir de sus aviones y conduciéndola a lo largo de su semana de peregrinaje. Uno de los aspectos de Lourdes que encontró más intrigante fue la vida que tenían los bares que salpicaban el lugar entre los diversos santuarios. Los irlandeses que tal vez experimentaran retortijones calvinistas de culpabilidad en 79

Unforgettable Fire: La Historia de U2 unas vacaciones en la Costa del Sol se sentían mucho más santos en Lourdes de Nuestra Señora, y en consecuencia bebían con mucho más entusiasmo después que anocheciera. Lourdes proporcionó a Paul el dinero suficiente para volver a entrar en el Trinity y repetir su tercer año. Era a Dublín y al Trinity al que deseaba volver, antes que la misma carrera de filosofía y psicología. Pero después de un año, las cosas habían cambiado. Michael Deeny actuaba ahora de manager de la banda de folk-rock Horslips. Donnell estaba a punto de graduarse de leyes. Ross estaba en el mercado de cambios y Tansey con el ITV Times. Lo más deprimente fue que Kathy, a la que había echado terriblemente en falta durante su «año perdido», había ido a Londres a ocupar un puesto como investigadora pictórica para Blackman Har, una conocida casa de marchantes y evaluadora de arte. Por eso había poca actividad en el Trinity ese 1972. En su constante búsqueda de oportunidades en el mundo del entretenimiento, Paul conoció a Seamus Byrne, un productor de cine que tenía la idea de producir una guía gratuita de la programación de los cinco canales de televisión para ser distribuida en los alojamientos suburbanos que ahora estaban siendo cableados para recibir los distintos canales. La guía gratuita sería financiada por publicidad. Paul se encargaría de la parte editorial, y recibiría un porcentaje de los beneficios, que sobre el papel parecía que podía llegar a ser considerables. Era una idea estupenda, pero había un factor investigando con su habitual meticulosidad, Paul descubrió que el copyright (derechos de autor), para reproducir las programaciones eran propiedad exclusiva de las compañías de televisión: BBC, RTE e ITV. Y cada una de ellas producía sus propias revistas, cuyo mayor atractivo era que listaban los programas con una semana de anticipación. La posibilidad de que las organizaciones cedieran un copyright a una guía competidora, además gratuita, era, a ojos de Paul, prácticamente inexistente. Seamus Byrne era mucho más optimista y pese al hecho de que Paul declinó participar en el asunto, Seamus siguió adelante. Byrne produjo un número de su revista antes de que la opinión de Paul se viera confirmada. Perdió el dinero invertido, pero igual aprecio el consejo que le había sido ofrecido y los amables modales que McGuinness había exhibido con él. Fue por compensación de Byrne que el estudiante de Trinity obtuvo el trabajo de director de localizaciones para Zardoz, una película dirigida por J. Boorman y protagonizada por Sean Connery. Ahora Paul se enfrentaba a una difícil elección; el periodo de filmación estaba previsto de marzo a agosto, exactamente el periodo designado para los exámenes de su tercer año. Se decidió a favor del filme. Se enfrentaría a la vida sin graduación Universitaria. Después de Zardoz, siguió trabajando en la producción cinematográfica. Viendo a sus amigos, no les iba nada de mal, La banda Horslips de Michael Deeny era una creciente fuerza en la escena musical. Donnell estaba ejerciendo la carrera de leyes en el circuito septentrional de Irlanda. Así que Paul debía tener planes ambiciosos en relación con el negocio del cine. Le gustaba dirigir, y se sentía capaz de hacerlo, además tenía a su disposición del dinero necesario. Él y Michael Deeny estaban interesados también en cómo se conseguía el apoyo para hacer una película, y tuvieron el germen de una idea para meterse en ella. En 1975 Kathy Gilfillan, en Londres, tuvo que enfrentarse también con una difícil elección. Echaba en falta a Paul, la partida había hecho que se añoraran más el uno al otro. Pero a él le encantaba Dublín, y no deseaba marcharse de allí. El problema quedo resuelto cuando ella regreso a la ciudad, después de que apresuraran su marcha de Inglaterra después de vivir los apagones y el frío, además de las semanas de tres días de trabajo que en su país de adopción tuvo que soportar durante la huelga de los mineros. La mayor parte del trabajo de Paul era como ayudante de dirección en cortos publicitarios. Iba en busca de su licencia de director, pero para conseguirla tenías que haber dirigido tres comerciales. Para poder rodar un comercial necesitabas tu licencia, puesto que las agencias se mostraban reluctantes a confiar en ambiciosos pero inexpertos jóvenes. Los jóvenes ambiciosos en el papel 80

Unforgettable Fire: La Historia de U2 de ayudantes eran los que se ocupaban de los problemas como el que tuvo que afrontar Paul a principios de 1976. Algunos países ofrecían exenciones fiscales a los hombres de negocios que invertían en películas. Canadá era uno de esos países. Un consorcio de dentistas canadienses había decidido ofrecer un mecenazgo libre de impuestos. Su filme era horrible, pero tenía que ser rodado en Dublín, y en consecuencia significaba empleo para los técnicos locales, actores y ayudantes de dirección. Paul entro a formar parte del proyecto de los dentistas canadienses. Para que la exención de impuestos fuera efectiva la filmación tenía que estar terminada en una fecha determinada, que se estaba acercando rápidamente mientras preparaban una difícil escena que implicaba un accidente de aviación en Stephen’s Green el Día de Año Nuevo. El apartado de seguridad era algo de la mayor importancia, y era responsabilidad del ayudante de dirección. Los dentistas canadienses no se mostraban muy dispuestos a gastar el dinero necesario en seguridad. En vez de ello pidieron a los actores y equipo que filmaran algo llamado «nota de descargo» que, a cambio de 10 libras diarias, eximía a los productores de cualquier responsabilidad por heridas o muerte. McGuinness se negó a aceptar eso. Vivía y trabajaba con aquella gente, y no deseaba verse implicado en ningún tipo de explotación. Los dentistas canadienses podrían buscar un ayudante de dirección más acomodaticio la próxima vez. Poco después de esto, Paul fue contactado por un viejo amigo del Trinity, Don Knox, que era parte de un conocido grupo local folk, Los Spud. Inspirado por el éxito de los Horslips, Spud había ampliado su formación para incluir un baterista y una guitarra eléctrica. Ahora estaban en el folkrock, pero acababan de ser abandonados por Polydor, la compañía discográfica irlandesa. Don Knox le pidió a Paul si quería ser su manager. Paul acepto hacerlo durante un año, con una clausula de rescisión por ambas partes. Spud había estado tocando en el circuito de clubs y cabarets, pese a que tenían los gastos generales de un conjunto de salón de baile. Los salones de baile pagaban mucho mejor, y McGuinness empezó a conseguirles contratos en lugares que Horslips habían abierto ya al folkrock. Los ingresos se incrementaron espectacularmente, Spud habían hecho una carrera en Suecia y habían permanecido todo un año en ese país. Paul tomo un nuevo disco sencillo que habían grabado en Irlanda e hizo un trato con Sonet Records, una de las principales compañías escandinavas, que tenía también una oficina en Londres. Firmaron un contrato para hacer un álbum para Sonet, y obtuvieron un lucrativo trato publicitario. Animados por Paul invirtieron el dinero ganado en una nueva camioneta y un sofisticado sistema de amplificadores. Consciente del valor de la publicidad, se contacto con Bill Graham, otro amigo de Trinity, que estaba escribiendo para la revista Scene. Llevo a Bill a un viaje con Spud, y la publicidad que resultó de ello fue impresionante. El éxito fuera de Irlanda hizo que la gente de casa se irguiera en sus asientos y prestara oído. Spud estaba empezando a «conseguirlo». Pero la banda estaba empezando a pelearse entre sí. El motivo fue la música – cuánto tenía que ser folk, cuánto rock – y el dinero. Algunos integrantes de La banda tenían familia e hipotecas y deseaban echar mano a gran parte de las ganancias que existirían a largo plazo. Para McGuinness era mucho mejor hacer varias giras con pérdidas por Alemania o el Reino Unido y ganar fans a verse restringidos a su mercado actual y ganancias instantáneas. Pero su argumentación fracaso. Sin una motivación suficiente, porque Paul comprendía la necesidad de alimentar a las familias y pagar las hipotecas, optó por salir cuando se cumplió el año de compromiso. De todos modos, en los casos en que si había sido aplicada, esa estrategia si funcionó en la banda Horslips y su Manager Deeny. Regreso al cine, dolido y cabizbajo por su experiencia en el mundo de la música. Ocasionalmente, durante su año en la carretera, Paul había compartido por la noche una botella de vino de última hora en la calle Leeson con Bill Graham. Habían ido a los disco-bares sin licencia Samantha’s o 81

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Maxwell Plum los únicos abiertos en la ciudad hasta más tarde que los pubs. Allá, de madrugada, él y Bill habían teorizado acerca de cómo podía conseguir el éxito de una banda irlandesa si tenía suficiente talento – de lo cual parecía haber escasez- y además tener un manager inteligente. Horslips casi lo había demostrado; no necesariamente con su música, porque el folk rock estaba demostrando que era un idioma notablemente difícil de dominar, sino con el ataque estratégico que la banda de Deeny había lanzado en los Estados Unidos y en el Reino Unido. Su destino contractaba con el de Phil Lynott que, pese a la leyenda que había crecido en torno a su éxito en las listas británicas de 1973, «Whiskey in the Jar» y el hecho de que podía actuar en cualquier club rock en Dublín, en realidad no estaban yendo estrictamente a ninguna parte. Los padres de Paul se fueron a vivir a Irlanda en 1976, trayendo consigo a Kathy, que ahora tenía trece años, y a Niall, con ellos. Paul y Kathy Gilfillan se casaron en 1977 y se mudaron a un piso en Waterford Road, Ballsbridge. La explosión del punk rock de aquel año repelió a Paul McGuinness. Se sentía intrigado por el apoyo de Bill Graham y aquella brutalidad y fealdad. Graham estaba escribiendo en la nueva revista Hot Press. Durante una de sus discusiones de última hora de la noche, Paul había confiado a Graham su deseo de descubrir algún día su propia «baby band», y con ella aplicar al rock and roll las lecciones que Deeny había aplicado al folk-rock con Horslips. Era posible, argumento apasionadamente Paul en Samantha’s, pasar por encima de la escena local, con sus mezquinos celos y sus limitados horizonte. ¿De qué servía ser el plato fuerte de McGonagles o el Baggot, o incluso, si se llegaba a ello, a una breve filtración a la gloria de Top of the Pops? Con una «baby band», una banda incipiente con el empuje necesario, el juego suficiente y sin problemas domésticos como hipotecas o familias, estaba seguro de conseguirlo. Había que llegar a los Estados Unidos, el Reino Unido y Europa. Pero tenías que hacerlo primero aquí… ¡y no solo limitarte a McGonagles! Bill Graham veía la lógica de todo aquello. Lo único que necesitaban era una «baby band».

La oportunidad

25 de Mayo de 1978: Project Arts Centre, Dublín - Irlanda Adam telefoneó a Paul McGuinness el lunes siguiente al encuentro de la banda con Bill Graham. McGuinness no quiso comprometerse a nada. Spud estaba aún en el alero y los consejos de Paul. Además, en aquellos momentos estaba hablando con un cantautor americano de talento, Thom Moore. No le gustaba ni la Nueva ola Rock ni el punk, dijo claramente. ¿Por qué venía y les veía tocar, y quizá pudieran hablar un poco?, insistió Adam. De acuerdo, aceptó McGuinness, lo haría, pero en aquellos momentos tenía mucho trabajo con un comercial de Smithwicks, así que quedaron mejor a que Adam volviera a llamarle dentro de una o dos semanas. Era mayo de 1978, el año escolar estaba a punto de terminar de hecho, para Bono, Edge y Larry, y la escuela en sí estaba a punto de terminar para Hewson y Evans. Adam era ahora un manager musical a tiempo completo, pequeñas tarjetas comerciales impresas que anunciaban: Adam Clayton, Guitarrista Bajo, U2. Cualquiera que fuese algo en el mundo de escena en Dublín tenía una tarjeta de Adam Clayton. Cualquiera “era” de ciudad o bien era “alguien” o no, si tenía la tarjeta. El misterio era como había conseguido imprimirlas, porque no tenía dinero. Ni siquiera tenía el suficiente para pagarse el autobús desde Malahide. Todo el mundo en Dublín sabía que si te encontrabas en el autobús sin dinero, los requerimientos de la CIE te permitían efectuar el viaje dándole al conductor un nombre y dirección. Y la CIE te enviaba luego la factura a tu casa. Ocasionalmente podías ver a algún azarado pasajero rebuscando desesperadamente en sus 82

Unforgettable Fire: La Historia de U2 bolsillos o en su bolso en busca del dinero necesario dándose cuenta de que no llevaba suficiente, y escribiendo en un papel su nombre y su dirección. La variación de la maniobra por parte de Adam regocijaba a sus amigos y enfurecía a los conductores de autobús, ante su ya preparado acto. Nada de azarado rebuscar, nada de torpes disculpas. Adam simplemente les entregaba con toda tranquilidad la nota, escrita antes en la mañana, antes de salir de casa, con todos los datos necesarios, y como ocurría a menudo, el conductor del autobús se mostraba honestamente reacio, pero Adam se limitaba a sonreír dulcemente y a recitar al hombre la sub-sección correspondiente de las leyes municipales. La decisión de Adam había sido tomada muy seriamente desde hacia tiempo; era el rock n’ roll o morir. En cambio The Edge se hallaba en un dilema. Estaba previsto que empezara su etapa Universitaria en otoño en el Kevin Street Technical College. A menos que ocurriera algo con la banda. Algo como conseguir un manager y/o un contrato para un disco. Por eso necesitaba algo sustancial que presentar a Garvin y Gwenda Evans para que le permitieran dedicarse enteramente a la carrera musical. Edge había conocido hacia poco a Aislinn O’Sullivan, una hermosa muchacha de pelo negro cuyo carácter extrovertido proporcionaba un delicioso contrapunto a su alegre y tranquila inteligencia. Pese a su sangre galesa, el muchacho no era muy lanzado. Vio por primera vez a Aislinn en una actuación de U2, pero pasaron varias semanas antes de que reuniera el valor necesario para hablar con ella mientras asistían ambos a una actuación de Buzzcocks. Bobby Hewson desesperaba ahora de Bono. Su hijo se pasaba todas las horas de la noche con The Village. A Bobby no le preocupaba Pod. El joven Murphy parecía bastante decente. Pero Fionan, o Gavin como se hacía llamar estos días, era un autentico desastre, y el joven Derek Rowen, «Guggi», era tan extraño como el resto de su grupo. Una noche los dos llamaron a la puerta y preguntaron por Paul, o Bono, como llamaban ahora a su hijo. El chico Gavin llevaba los ojos pintados, y Guggi botas de tacón alto. Bobby apenas pudo contenerse. La idea de la universidad fue arrojada por la ventana, ahora su hijo deseaba dedicarse por entero a la música. Decía que había empezado a escribir canciones, aunque ni siquiera sabía cantar. Bobby le había conseguido una entrevista con una compañía de seguros para trabajar terminada la etapa escolar, pero Bono no se había presentado. Así que Bobby le dijo, al diablo con esto, no voy a financiar ninguna maldita banda punk. Bono no iba a recibir ni una moneda de él. De todos modos, al muchacho el dinero le importaba un pimiento, no era un problema. El ejemplo clásico que tenía su padre era un caso que sucedió un año antes, Bobby le había dado en esa ocasión 25 libras para que fuera a la boda de uno de sus compañeros de Cork. Cuando Bono volvió, le dijo a su padre que había tenido un maravilloso golpe de suerte. Alguien en la boda había tenido un soplo acerca de un caballo, y Bono había apostado 10 libras a él. El caballo había ganado, pagando catorce a uno. -Estupendo, dijo Bobby, ¿dónde está el dinero?-Se lo di al chico que se casaba-, respondió Bono. Bobby llegó a la conclusión de que Paul vivía en un mundo propio. Pero en secreto, se sentía profundamente preocupado. Sabia un poco acerca del mundo de la música y sus cantantes, de modo que sabia la distancia que iba a tener que recorrer Paul antes de que alguien prestara atención a la forma como cantaba. Pero era imposible hablar con el muchacho. Larry estaba ejerciendo su opción a abandonar la escuela tras su examen de grado intermedio. Podía elegir entre quedarse para conseguir su certificado final de estudios al cabo de dos años, o buscar trabajo ahora. La idea de convertirse en un miembro de U2 a plena dedicación nunca le había atraído en realidad. Deseaba seguridad, un poco de dinero en el bolsillo, y la posibilidad de echarle un vistazo al mundo real. Cecilia le había conseguido un trabajo como mensajero con Seis Delta, una compañía de explotaciones petrolíferas en cuyo departamento de contabilidad trabajaba ella. A Larry le gustaban la banda y los muchachos, pero no estaba completamente 83

Unforgettable Fire: La Historia de U2 seguro de adónde iba conducir todo aquello. Era el único que sabía realmente tocar, se daba cuenta de que había muchas bandas por los alrededores y estaban interesadas en reclutarlo. Él esperaba. Mirando hacia el lado, Larry se daba cuenta de que había bandas más antiguas y mejores en la ciudad que llevaban años dándose de cabeza contra la pared, bandas como Revolver, Berlín, Atriz, todas las cuales parecían tan buenas para el Top of the Pops como U2. Para sus compañeros, la excitación de tocar en directo ante un público durante los últimos meses había presentado un auténtico progreso, habían demostrado que estaban ocurriendo cosas. Pero para Larry, que había estado tocando ante gente desde hace años, la excitación quedaba un tanto mitigada. Y al contrario, además, sentía en una forma más aguda las decepciones. Dos incidentes en particular lo impresionaron profundamente. Habían sido contratados por el McGonagles como teloneros hacia dos semanas. Adam y Edge llamaron a Terry O’Neill para confirmar fecha. - Lo siento, chicos- les informó Terry-. Lo vuestro se ha cancelado. - ¿Por qué?- preguntó Adam. - Esta vez voy a poner a las Boy Scoutz- les dijo O’Neill. - ¿Las qué? – preguntó Edge, incrédulo. - Las Boy Scoutz, es un grupo de rock de chicas y con mejor marcha- explicó O’Neill. - Pero usted nos prometió esa actuación. No puede hacernos esto- insistió Adam. - Lo siento, chicos. Otra vez será – cerró O’Neill la conversación. Aquel sabor amargo del mundo del rock subrayó su vulnerabilidad sin un manager adecuado. La victoria en los concursos no significaba nada en torno a la calle Grafton. En algunos aspectos, el otro recurso reciente de Larry y que le afectaba, era aún peor. Tocando en Howth, Bono estaba haciendo su típico número con la audiencia. Dos chicas estaban intentando bailar delante del escenario. No miraban a Bono, al que le gustaba sentir que llegaba a todo el mundo, que contactaba emocionalmente. Entre número y número habló con una de las chicas. -¿Cómo te llamas? – probó. Ella enrojeció y no supo qué responder al micrófono que se encontró metido de pronto debajo de sus narices. Pero su amiga lo hizo por ella: - Ve a que te jodan, capullo. ¿Quién te crees que eres, David Bowie?- los que estaban en torno al escenario se echaron a reír. Bono retrocedió a las sombras, herido. Bill Graham llamó a McGuinness. Creía haber encontrado a la «baby band» que estaba buscando. U2 eran jóvenes, brillantes, y muy entusiastas que cualquier otra banda de los alrededores. El batería era de primera clase, y el cantante llamado Bono tenía algo. -¿Qué?- preguntó directamente McGuinness. -Ve y compruébalo tú mismo- animó Graham-. Son los que necesitabas si hablas en serio cuando dices que quieres una banda joven y «de impacto». Paul consulto a Kathy. Bill Graham deseaba que fuese a ver a aquella joven banda punk del Lado Norte. ¿Qué opinaba ella? Kathy conocía a Bill y le apreciaba. Él había sido el director de su campaña cuando ella se presentó como presidenta del sindicato de estudiantes en el Trinity (perdió ante Eugene Murray, que más tarde produciría Today: Tonight, el programa más importante de actualidades en la televisión irlandesa). Kathy aconsejó a Paul que echara un vistazo. Ella le acompañaría. Cuando Adam llamó de nuevo, Paul se mostró más positivo. Sí, acudiría la semana siguiente y hablaría con ellos. Concertaron una cita para reunirse en el mismo pub en el que se habían visto con Graham en Artane. Pero McGuinness tuvo que cancelar la reunión en el último minuto. Quedó en acudir al Festival de Phibsboro, donde U2 actuaria un domingo de mayo. Y también tuvo que cancelarlo. Otra cosa que lo tenía atareado eran los Spud, ya habían sido una decepción y ahora deseaba asegurarse de que todo terminara sin problemas. También estaba haciendo un anuncio para Smithwicks. 84

Unforgettable Fire: La Historia de U2 En el fondo de su corazón odiaba el punk, que tendía a ser negativo y destructivo, no importaba lo que Bill afirmara acerca de sus propiedades purificadoras. Los chicos se sentían desanimados. Adam se contactó a Steve Averill, era el rostro más amistoso en una escena hostil. ¿Querría él ser el manager de la banda? Lo sentía, no podía, pero les ayudaría en todo lo que pudiera. Le hablaron de las reuniones fallidas con McGuinness y de algunas canciones que habían empezado a escribir. Steve les dio un consejo que dijo era crucial. Había visto demasiadas bandas disgregarse por culpa del dinero, quien escribió eso, y por qué los que escribían las canciones tenían que recibir más dinero que los demás. Dividan todo lo que ganen por cuatro, aconsejó Averill, de esa forma correréis menos riesgos de desunirse por problemas legales. Finalmente, McGuinness cumplió con su cita el jueves 25 de mayo de 1978. U2 actuaba de teloneros de los Gamblers en el Project (gracias a Caragh Coote). Los Virgin Prunes abrían el show. McGuinness llevó consigo a Kathy y a un amigo, Tom Saunders. Además de ver a U2, Paul acudía en una misión de rescate para su hermana de quince años Katy y a su amiga Paula Flynn, que eran conjuntamente managers de los Gamblers, pero nunca conseguían cobrar su veinte por ciento. Igual no sería una velada perdida. Paul había estado trabajando intensamente todo el día para el anuncio de Smithwicks. Tenía consigo su Irish Times, aún sin leer. Cuando llegó al Project, el acto de los Prunes estaba en pleno apogeo, con Gavin y Guggi travestido en el escenario, respaldados en la parte de atrás por Adam, Edge y Larry. Aquello, de una manera definitiva, no le iba a McGuinness. Abrió su Irish Times y empezó a repasar los acontecimientos mundiales. Pod, aún no lo bastante seguro de sí mismo como para hacer su debut en el escenario a la batería, estaba sentado, escéptico, entre las sombras. Así que éste era el Gran Manager. Más bien un idiota, leyendo su jodido periódico mientras los chicos estaban en el escenario. Bono le dijo que se mantuviera tranquilo. The Village aguardaba ansiosamente la aparición de U2. McGuinness exhibió todo el rato anterior a la presentación de U2, una absoluta falta de interés. Pero se cuenta de cuando la banda entró corriendo en el escenario, le impresionaron, visualmente parecían interesantes. El batería era apuesto, fuerte, rubio, inocente y sabía tocar la batería. El bajo era elegante, atractivo a su indolente manera. El guitarra solista era fascinante. Por un lado tocaba auténticos solos, al contrario de otros guitarristas punk que McGuinness había visto, en el que bastaba con que rasguearas la guitarra y demostrar su artículo de fe, al menos de fe punk, según tenía entendido. La guitarra no era gran cosa, una Gibson Explorer, de forma angular, a toda escena. Pero cualquier guitarrista que tuviera la arrogancia de llevar una Gibson tenía que tener algo más de lo que el tipo aquel parecía tener exteriormente. Había huellas de un autentico sonido de guitarras en la música de U2, pensó Paul, evocando por un momento al legendario Duane Eddy en su fortaleza punk. El cantante era extraordinario, el muchacho sabía como expresarse, McGuinness sabía ver las tablas, sabia como se debía uno comunicarse, sabía ver la presencia escénica cuando aparecía ante sus ojos, y Bono la tenía. Iba de un lado para otro del pequeño escenario, sin hacer alardes a la moda de mostrarse «superior». Era un constante del punk ignorar al público, mucho más allá de él o a tus compañeros del escenario, como si estuviera compartiendo con ellos algún chiste personal a expensas de esos prados que eran lo bastante estúpidos como para pagar para verte tocar. Bono establecía un contacto visual con todos aquellos que tenía delante, arrastrándolos hacia su actuación, haciendo que todos los presentes reaccionaran de alguna forma a los sonidos y movimientos del escenario. Por todo lo que Paul podía decir, la música era original, con canciones de la banda Televisión, uno de los mejores grupos punk, intercambiando canciones propias de la banda. Se sintió interesado. Eran frescos, jóvenes, diferentes. No estaba seguro de lo que se podía hacer con ellos. Kathy y Tom Sanders estaban bailando, el lugar estaba vivo. Parecían adecuados. 85

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Paul considero las apuestas; el camino que veía por delante para su «baby band» era largo y difícil. Podía tomar tres, quizá cuatro años, conseguir algo concreto. ¿Tendrían el entusiasmo y la paciencia necesaria? ¿Los tendría él? ¿Y el dinero? Él tenía muy poco; los pocos miles de libras que había ganado con Spud se habían fundido en su boda con Kathy. El largo camino requería financiación. ¿Cómo viviría? ¿Cómo vivirían ellos? Eran muy visuales, muy «vivos», pero, ¿funcionarían esas cualidades en un disco de estudio?, ser buenos visualmente y tener una prestancia en el escenario era estupendo… ¿Estabas preparado para una gira, que era ardua, dura y muy poco recompensada antes de que empezara a ser divertida la experiencia?, si es que llegaba a serla alguna vez. Después de la actuación, McGuinness llevó a la banda al Pub Granary, en la puerta de al lado, para hablarles de todo esto. Tenía en mente decirles; «Miren, chicos, se meterán en un asunto difícil» Lo que les dijo realmente fue algo distinto: «Miren, chicos, vamos a meternos en un asunto difícil… » Había un rasgo impulsivo en Paul, por mucho que intentara disimularlo. Cuando se sentía impulsado a algo, se sentía impulsado muy profundamente. Había una frescura, una especie de belleza en aquellos chicos…, y eso era todo lo que tenían. Escucharon a Paul. Respondieron inteligentemente. Si, sabían que iba a ser largo y difícil. Si, estaban dispuestos a hacerlo. No, no deseaban la fama y el Top of the Pops de la noche a la mañana. Habían escrito sus propias canciones, y se lanzarían a la carretera. Deseaban conseguir el éxito, ser la mejor banda de rock n’ roll del mundo, costara lo que costase y aunque tomara mucho tiempo. Adam fue quien más habló, y quien hizo la mayor parte de las preguntas. Bono exhibía una encantadora sonrisa de chiquillo travieso. Larry se mostraba curioso, algo apocado, claramente decente. Edge era inteligente, tranquilo, hablador, tenaz y galés. U2 era realmente la «baby band», y McGuinness tuvo la completa seguridad después de hablar con ellos. Prometió preparar el borrador de un contrato y organizar una sesión de demostración como correspondía. Necesitaban una buena cinta de demostración. A Kathy le encantaron, y en su camino de vuelta a casa en Waterloo Road le dijo a Paul que había obrado correctamente. Los miembros de U2 se sintieron eufóricos cuando salieron a la noche de principios de verano. Tenían manager, y parecía y sonaba eficiente. Gavin, Pod y Guggi estaban por allí, aguardando a Bono. -¿Va a ser vuestro manager ese tonto del culo? – preguntaron a coro. Bono confirmó sus temores. La sesión de demostración fue la primera presión autentica impuesta al grupo desde fuera. Tenían que confirmar lo que habían afirmado en el Granary. Tenían que ser tan buenos como su aspiración de ser la mejor banda de rock n’ roll del mundo. En directo siempre improvisaban, siguiendo el talante que creaba Bono. Improvisaba estrofas en el par de canciones que habían escrito, y Edge, Adam y Larry le seguían. Las letras eran el problema. Ellos no escribían letras de canciones, componían sonidos en torno a imágenes. Las palabras brotaban espontáneamente. Bono había escrito una canción, o para ser más exactos había imaginado una, sobre su decimoctavo cumpleaños, unos días antes de reunirse por primera vez con McGuinness. Siempre recordaba a Iris en su cumpleaños, de hecho en todos los días calificados como especiales, que desde su muerte hacia ya casi cuatro años, habían sido muy pocos. El vacio que sentía no se había aun llenado. Ahora, por la mañana del 10 de Mayo que despertó a sus dieciocho años, fue consciente del vacío en el pequeño dormitorio delantero del número 10 de Cedarwood Road. Norman se había casado. Bono compartía la casa con Bobby, Bobby se había ido ya a trabajar. Tener dieciocho años no era nada especial. Ningún autentico hogar, ningún trabajo, una educación no excesiva, un aspecto no demasiado espectacular; estaban Ali, The Village y la banda. Pero nada en aquellos momentos a lo que aferrarse, nada en aquella casa que trajera alivio de la 86

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Muerte. Nunca se había recuperado de lo repentino de la muerte de su madre. El incontrolable dolor que él, Norman y su padre habían sentido aquel día mientras regresaban del Mater Hospital, se había quedado en algún lugar dentro…, dentro de él, dentro de la casa, dentro del mundo. Fuera de control. La imagen creció «Out of Control» fuera de control…, y las imágenes a su alrededor. Oyó el acorde en su cabeza, el acorde de apertura, luego otro y otro. Pasó la mañana tocando y volviendo a tocar, sintiendo una y otra vez el dolor y la alegría de Iris. Tomó su guitarra y pulsó los acordes. Tenía una canción. Pero no la letra. Tenía las emociones, una secuencia musical, un sonido etéreo pero que no podía reproducir en palabras. El sonido estaba en su cabeza, las emociones en su corazón, las imágenes delante de sus ojos. Acudió a otros para explicárselo. Había hecho lo mismo con «Street Missions», la primera canción que había escrito. Los demás se habían sentado a su alrededor escuchando sus explicaciones, oyéndole tocar los acordes básicos, intentando comprender de qué se trataba, y lo que él podía ver. Sí, veía las canciones tanto como las oía. «Shadows and Tall Trees», «The Food», «Cartoon World», todas eran imágenes a las que había que dar una vuelta con los sonidos apropiados. En vivo, las palabras eran incidentales, pero no en un estudio de grabación, donde pagabas por horas y endurecidos profesionales te miraban impacientes junto a los botones, aguardando la música…, tu canción de tres minutos, preparada de antemano, bien envuelta en acordes, con sus estrofas y sus estribillos. Solo creabas sonidos en un estudio cuando tenías dinero suficiente para pagarlo. Y para crear sonidos más allá de la guitarra y la batería tomaba tiempo. El asunto de la cinta de demostración con la CBS después del concurso en Limerick que fue grabado en Abril de 1978 en los Estudios Keystone, había sido un desastre. Jackie Hayden era comprensivo, pero era un funcionario de la CBS. Una cinta de demostración tenía que ser el resumen de tus mejores obras, canciones puestas una detrás de otras, bang, bang, bang. U2 había ya conseguido cuatro tomas de sus canciones; Tonight, Trevor, Inside Out y Jack In The Box, antes de que el padre de Larry llegara para llevárselo de vuelta a casa. Larry estaba preparándose para su examen intermedio y en la mente de su padre eso iba primero. Larry había llevado consigo a su amigo Frank Kearns al estudio, y la señora Kearns no se había apartado del teléfono de los Mullen, queriendo saber dónde estaba su hijo a las once de la noche. Temiendo otros desastres, la banda paso el verano trabajando en sus canciones para la sesión de grabación que McGuinness les había prometido para el otoño. Todos habían dejado ya Mount Temple, y no tenían ningún lugar donde ensayar. Edge sugirió el cobertizo o el jardín trasero de los Evans en St Margaret’s Park. Era pequeño apenas metro y medio por tres. Casi no podían meterse dentro, y ni hablemos del equipo. Pero cada día durante junio, julio y agosto, Bono, Adam y Edge trabajaron allí desde media mañana hasta última hora de la noche. Larry se les unía después de trabajar durante todo el día en Seiscom. Trabajaban en las composiciones. Bono o Edge se presentaban con una imagen o, en el caso de Edge, con una serie de acordes. Entonces los tres tocaban desarrollando la idea. Adam era estupendo en ello. Nunca se mostraba escéptico ni celoso, siempre estaba dispuesto a seguir. «Intentémoslo y veamos», era su actitud. Por la tarde, cuando llegaba Larry, improvisaban la parte de la batería, entretejiendo en la canción que estaban desarrollando las ideas que se le habían ocurrido durante todo el día, mientras trabajaba en Seiscom Delta. Durante este proceso del verano del 78 se formo el carácter de la banda. Eran amigos en el sentido convencional, mundano, de palabra. Tenían distintos gustos, además de amigos e intereses fuera de la banda. A Adam seguía gustándole la buena vida y la diversión. La vida de Bono fuera de U2 era una mezcla compleja de The Village y chicas, de las que Ali era la más importante. Edge era un miembro asociado de The Village a través de su relación con Dick, que estaba en el grupo debido a su posición en los Prunes. Larry trabajaba e iba por ahí con Frank Kearns, y desde su posición tras la batería mantenía un sano escepticismo acerca de U2 y su 87

Unforgettable Fire: La Historia de U2 música. Lo que compartían era el deseo de hacer que el concepto de U2 funcionara y de comprender el carácter definitivo de la banda. Estaban juntos en aquello. La música servía a la banda, no a ningún miembro individual de ella. Allí, la inteligencia y la confianza mutua les servían bien. Compartían ideas, dinero y ambición, y todo lo que poseían era invertido en los demás, en U2. Durante los largos días que pasaron trabajando ese verano, el lazo que se había formado entre ellos durante el año anterior se fue armando y robusteciendo. Cada uno de ellos tenía sus fuerzas particulares, musicales, emocionales, psicológicas, y todas esas virtudes estaban a disposición de aquella cosa llamada U2.

Dublín - Irlanda, Mayo 1978 Entre Adam, Edge y Bono existía una saludable competitividad. ¿Quién dominaría primero aquella canción? ¿Quién interpretaría la guitarra solista? La política del grupo estaba aun evolucionando. Bono y Adam habían sido hasta entonces las voces dominantes por diversas razones. Ahora, a medida que mejoraba la calidad del sonido en su cabeza. Edge lo desarrollaba, transformaba la teoría en una canción. ¿Cómo sonaban el miedo, la inocencia, la muerte, el misterio de la adolescencia? Edge lo sabía y podía ofrecerlo. Había sido el más tranquilo, el más afirmativo, el hombre en el filo. Ahora se convertía en el Hombre…, el hombre que comprendía mejor el sonido que buscaba U2. Y así, finalmente, se convertían en un grupo. Cada uno de ellos había sido la figura principal en un momento determinado: Larry al principio y el que técnicamente mucho mas avanzado. Bono delante cuando no había nada detrás, el que proporcionaba las ideas, el punto de contacto emocional entre la banda y la escéptica audiencia. Adam el animoso manager sosteniéndolos durante el periodo en que U2 hubiera podido llegar a abortar como grupo. Ahora, en el verano de 1978, cada uno de ellos había probado su valía a sí mismo y a los demás. Unas vidas carentes de finalidad y no apreciadas se habían encontrado finalmente a sí misma, gracias a U2. Gwenda Evans proporcionaba bocadillos, bebidas y comida a su hijo y a sus amigos allá en el cobertizo. Era amable y siempre prestaba su apoyo, sin expresar jamás las dudas que pudiera albergar en su interior. Bono tenía que andar a menudo los trece kilómetros a Cedarwood o la mitad de esa distancia a casa de Ali en Clontarf, después de todo un día en el cobertizo. Apenas tenía dinero y era demasiado orgulloso para pedírselo a Bobby, cuyas dudas acerca de U2 eran expresadas claramente y en voz alta. U2 salió de su refugio para actuar en McGonagles el 31 de julio. Por la escena de la calle Grafton corrió la noticia de que la joven banda había conseguido un misterioso patrocinador, un inglés 88

Unforgettable Fire: La Historia de U2 elegante con un montón de dinero. Aunque el Trinity College se hallaba al frente de la calle Grafton, el abismo entre el mundo del rock n’ roll dublinés y el lugar habitado hasta la fecha por McGuinness era amplio y virtualmente infranqueable. Paul hubiera podido venir muy bien de Marte cuando apareció con la banda en McGonagles aquella noche. Parecía confiado, seguro de sí mismo, como si tuviera derechos de propiedad. De hecho no tenía ningún indicio acerca del circuito del rock. Tampoco tenía dinero. Y eso era un auténtico problema en relación con la estrategia que había elaborado para U2. Su consideración era que no tenía ninguna utilidad convertirse en una gran banda en el ambiente de la calle Grafton. En la búsqueda de un contrato de grabación, unas actuaciones en McGonagles, el Baggot o Moran’s eran el símbolo de status casi más deseable para las bandas locales. Pero, luego, ¿Qué?, se preguntaban McGuinness. Si la gente pedía verte cada jueves en el Baggot, y en algún otro lugar el fin de semana, pronto se cansaban de ti. Esto te garantizaba el status de héroe por un tiempo. Pero no había ningún desafío para la banda, y al cabo de poco ninguna sensación de ganarte al público. Por el lado positivo las apariciones regulares proporcionaban dinero: 600 o 700 libras por semanas. Y si no ganaban nada tocando, ¿de dónde saldría el dinero de U2? Paul no lo tenía. Pese a ello, su plan maestro evitaba las actuaciones fijas, de hecho implicaba tocar muy poco en un escenario fijo. Imaginando el éxito en el rock n’ roll como un asunto de longevidad, no el éxito en un disco, solo un breve encuentro con la fama. El auténtico éxito se construía hacia arriba, a partir de unos cimientos. No era cuestión de conseguir un contrato de grabación, y solo un contrato de grabación que simplemente permitiera a las grandes compañías meter tu disco en el tocadiscos de los gustos populares esperando un éxito siempre imprevisible. El contrato de grabación que deseaba para U2 era un actuado a largo plazo que permitiera a la banda desarrollarse, efectuar giras por el Reino Unido y los Estados Unidos, establecer una relación con los fans del rock y aprender a tocar al mismo tiempo. La relación que deseaba era como la que existe entre un joven escritor y una editorial en la cual ésta última alimenta al primero mientras aprende su oficio. La gloria (y el dinero) ganados rápidamente suelen evaporarse con la misma rapidez. Y estaba la Realpolitik del negocio de la música; una vez disponías de una perspectiva sólida y a largo plazo en la que la compañía discográfica era socio y patrón, cada vez le resultaba más difícil a la compañía abandonarte. Los fans que acumulabas a lo largo del camino te aseguraban unas ventas discográficas decentes y construían un seguro contra una sumaria rescisión de contrato. En el contexto de esta estrategia, Dublín importaba solamente en términos de construirse una reputación. Hacer esto requería de ti y que cada actuación que ofrecieras fuese algo especial, algo que la gente ansiara ver, y que fuera bien recibida. Luego grababas tu cinta de demostración y empezabas a llamar a las puertas en Londres. Allá, antes que en Dublín, era donde estaba el auténtico campo de batalla…, era en Londres y en los Estados Unidos donde tenías que vender. Dublín era la falsa Guerra, donde luchaban los héroes locales que pronto serían derribados por otros nuevos. Cuando Paul esbozó la estrategia de la banda, sus miembros la aprobaron. También aceptaron la proposición financiera que les planteo: todo lo que ganaran tocando en vivo sería invertido en equipos, en su propio sistema de sonido y en una camioneta para las giras. Les concedería un sueldo de subsistencia de 25 libras semanales, y les reembolsaría todos los gastos que tuvieran tocando en U2. Si y cuando necesitaran financiar una gira por el Reino Unido, Paul buscaría y encontraría el dinero necesario. Si y cuando empezaran a ganar dinero, él cobraría un 20 por ciento… con efectos retroactivos desde un principio. Era un acuerdo duro, pero absolutamente honesto. Ellos eran unos muchachos metidos en una aventura, él era un hombre casado de veintisiete años que les proponía echar a un lado su carrera cinematográfica por ellos. 89

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Revolver, la banda de la que U2 eran teloneros aquella noche en McGonagles, eran la prueba viviente de la teoría de McGuinness. Revolver era una buena banda. Habían conseguido su contrato, habían grabado su disco, no habían conseguido llegar a las listas y tras llegar a ese máximo, habían vuelto a caer y se habían estabilizados como el plato fuerte de McGonagles. No había ningún lugar donde ir desde allí. Phillip Byrne, su vocalista, se parecía a Sting, pero su fama era estrictamente local, sus límites quedaban establecidos por el Berni Inn en la calle Nassau, el Baggot en la calle Baggot, el Gaiety Green y el Bewley’s Coffe Chop en la calle Grafton. Pero había todo un mundo fuera de esos dos kilómetros cuadrados, consistente y real. En definitiva, el único sueño que valía la pena se hallaba más allá de la escena de Dublín. Dave Fanning actuaba como disc jockey en McGonagles. Aquella noche vio a U2 tocar un programa vívido y confiado. Había furia antes que pasión, pero el infalible instinto de Fanning le dijo que aquella banda proyectaba cualidades que no había visto antes en Dublín. El sonido y el cantante eran únicos. Si eso era bueno o no, Fanning fue incapaz de decidirlo. Más tarde, Adam y Bono le pidieron una entrevista en Big D. The Village también se presentó. Day-Vid halagó a Fanning, que por aquel entonces era la voz del rock n’ roll irlandés. -Oh, Dave, creo que eres fabuloso-. Me gustaría ser una botella de kétchup para poder derramarme enteramente sobre ti. Pod, Gavin, Bono y Guggi miraron hacia otro lado, sin traicionar ningún regocijo. -¿Lo dices en serio?- rió Fanning. -Oh, claro que lo digo en serio, Dave, muy en serio – sonrió Day-Vid-. ¿No crees que lo digo en serio, Dave? -Sí, claro que si- aseguró Fanning a su fan. Con el rabillo del ojo captó a Bono y a los demás muchachos riendo. Acepto llevarlos a la radio la noche siguiente. -¿Significa eso que seré una estrella, Dave? – inquirió Day-vid ahora inexpresivo. No hubo ninguna respuesta a eso, decidió Fanning antes de retirarse, para tranquilidad de la concurrencia. Paul McGuinness recibió una llamada telefónica de Jo Clayton la semana siguiente. Tenía entendido que él era el manager de esto, y de la carrera de su hijo, empezó la señora Clayton. Había, pensó Paul, un asomo de desdén en la voz de acento londinense al otro lado de la linea. -Si – respondió. Bien, me gustaría hablar con usted de algunas cosas. ¿Le interesaría venir? Sonaba más como una orden que como una petición. -Por supuesto – aceptó -. Traeré a mi esposa Kathy. -¡Oh! ¿Está usted casado? Bueno, entonces vengan a cenar.- se sintió un poco cortada por el dominio de sí mismo que notó en la parte al otro lado del hilo. Cuando los dos ex alumnos de Trinity acudieron a cenar, Jo se sintió encantada al descubrir que Adam parecía haber hallado un tipo de persona mejor de lo que esperaba para asociarse en la banda. Jo le comentó que todo aquel asunto era una locura, pero sus temas se vieron enormemente calmados por la evidente inteligencia y el sentido de Paul y Kathy. Días después Paul llevó a Adam a Londres, donde Horslips y Thin Lizzy actuaban en el Wembley Arena, en un doble programa Irlandés. Había decidido proponerle a Barry Devlin que se encargara de la producción de cinta de demostración de U2. Devlin era un irlandés del norte que cantaba y tocaba la guitarra con Horslips. McGuinness y Devlin se habían hecho amigos a través de Michael Deeny. Devlin era listo y había aprendido las lecciones de años de giras y de grabar discos con la banda de Deeny. Nunca había producido, pero sabía todo de los estudios de grabación. Sería guía, antes que “El Productor” de U2. También era lo suficientemente honrado como para dar un veredicto justo sobre la «baby band». A Adam le encantó la atmosfera de Wembley, el ajetreo entre bastidores y la oportunidad de conocer en persona a su «viejo amigo» Phil Lynott. 90

Unforgettable Fire: La Historia de U2 La banda tomó justa medida de lo que era el Punk en esa época. U2 tendría su propia gran actuación como teloneros de los Strangler uno de los principales grupos punk, en el Top Hat Ballroom, en el barrio de Laoghaire, el 09 de Septiembre. Llegaron al Top Hat llenos de entusiasmo sólo para descubrir que los Strangler habían ocupado los dos camerinos. Mientras se cambiaban en el pasillo, el temperamento de Bono se encendió con los sonidos que llegaban de los camerinos de las “estrellas”. Se suponía que el punk era anti-estrellas. El último disco de los Strangler se llamaba precisamente No More Heroes, no más héroes. ¿Pero estaban jugando aquellos tipos? Bono entró en tromba por la puerta del camerino número 1. Allá, alrededor de unas botellas de vino pasándoselo en grande, se sentaban los enemigos de lo que creía Bono del Punk. -Que os jodan – bufó Bono -. Pensé que aquí no había jodidos héroes. -Sea cual sea tu problema, amigo, apáñatelas – respondió un Strangler. -Que te den por el culo – gruñó Bono, y cerró de un portazo a sus espaldas. U2 salió con la intención de superar a los bastardos sobre el escenario. Pero las cosas no fueron así. Una pandilla punk frente al escenario no dejó de gritar, reír y escupir durante toda la actuación. Bono intentó luchar contra aquello, pero era una batalla perdida. La gran actuación resultó ser, en definitiva, una amarga lección. El Top Hat era el mundo real, y las buenas intenciones no eran suficientes. Después de su actuación, no se quedaron en el lugar más que el tiempo suficiente para que Bono se metiera en los camerinos de los héroes y vaciara dos botellas de vino por todo el lugar. Tocando el 01 de Octubre en el Arcadia Ballroom de Cork, observaron lo bueno que era el sistema de sonido y lo profesionalmente que eran atendidas sus necesidades por el equipo del lugar. U2 actuó como teloneros de otra banda dublinesa, D.C. Nien. Todas las bandas alquilaban sus sistemas de sonido o utilizaban el del lugar donde actuaban. En el caso de U2 y siendo su sonido tan distinto, el sistema era siempre la mayor amenaza a su actuación. El arcadia fue una revelación en ese sentido. Fue una gran noche. Encantaron al publico de Cork, que los considero como los antítesis de la frialdad de las bandas de Dublín que-venía-a-demostrarles-a-los-del-lugar-cómo-sehacía. McGuinness, curioso como siempre por aprender la dinámica del negocio del rock, observó la mejora en el sonido y al responsable de ello, un hombre bajo y robusto llamado Joe O’Herlihy. Joe era el encargado, dueño y director comercial de Stage Sound Systems, la compañía a la que el Arcadia Ballroom alquilaba el sistema de sonido. McGuinness se presento y felicito a Joe por la calidad del sonido. La banda partió a los estudios Keystone, en la calle Harcourt, el 01 de noviembre del 78, para grabar su cinta de demostración. Habían decidido grabar tres nuevas canciones que la banda habia preparado en el verano pasado; Street Mission, Shadows and Tall Trees y The Fool. Devlin se sintió impresionado por la originalidad del material. Las canciones no eran ni liricas ni derivadas en términos de sonido de ningún rock n’ roll existente. Había asomos de Nueva Ola, pensó Devlin, pero la música se distinguía por su frescura y vitalidad. El tema que rodeaba en el Rock era el sexo y sus implicancias, Los Beatles habían cantado con “I want to hold your hand”, una metáfora sobre el sexo y los Stones con Satisfaction, un lamento de frustración sexual. Bowie era fantástico para explicar con su imagen lo que era ser deseado. Elvis había despotricado contra si mismo y sus caderas. Bill Haley simplemente deseaba Rockear Alrededor del Reloj, que era otra suplica de libertad sexual. Por eso gran parte de la música Rock y Pop era simplemente inofensiva, divertidos sonetos que presentaban a amantes idealizados que ganaban o perdían en el juego del amor y no explicaban otras ideas y contextos. Las canciones de U2 no se referían a ninguna de esas preocupaciones, sino mas bien a la vida tal como la experimentaban, la vida en un mundo suburbano que se suponía que era real.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 «Shadows and Tall Trees» era la composición más completa líricamente. Las imágenes de Shadows “Inquietas calles por la noche, paredes de blancas protestas, una piedra tumbal” (pintan las letristas como un intruso solitario). “¿Sientes en mi, algo redentor, algo que valga la pena sentir? pregunta. “¿Es la vida como una cuerda floja, colgada de mi techo?, La vida a través de una ventana, un dolor descolorido, la limpieza de la señora Brown es siempre la misma. Camino en la tragicomedia de la suave lluvia, caminaré de nuevo a casa hacia la melodía de la calle”. La tarea de Edge era proporcionar al dolor, la confusión, y la felicidad de aquellas imágenes transformadas en sonido. A la mitad de la sesión. Ya en su papel de guía y director de la operación, Barry hizo una sugerencia a Edge acerca de una estrofa del estribillo. Fue rechazada por el guitarrista educadamente y mientras regresaba al tablero de control Devlin observó que los otros 3 muchachos que tenia a sus espaldas se entrecruzaban una mirada de incredulidad frente a la capacidad de su productor. Aquellos chicos sabían lo que estaban haciendo, se dijo Barry. Paul McGuinness permanecía sentado con rostro inexpresivo, observando. Estaba tenso, curioso, impotente en aquellas circunstancias. -¿Qué opinas? – preguntó ansiosamente a Devlin, que al principio le había dicho que estaba «loco» por meterse en aquello, pensó cuidadosamente la respuesta. -Están seguros de sí mismos, son inteligentes y divertidos. Con ellos tendrás un gran éxito en las listas británicas, eso es seguro. Es cosa de química, Edge y ellos la tienen. Dos semanas más tarde Maureen Mullen, la madre de Larry, moría trágicamente en un accidente de carretera en Raheny.

Tiempos Difíciles 1979 se veía como un año lleno de esperanzas y de la mano de Paul, U2 creía que se lanzarían con todo al mercado Británico. Lo primero que hiso McGuinness a principios de año fue llevar la cinta de demostración de Devlin a Londres. Tenía pocos contactos en el negocio de la música. Recurrió a las Páginas Amarillas y empezó a llamar a las compañías discográficas. Nadie se mostró muy interesado, y sólo algunas ofrecieron entrevistarse con él o escuchar la cinta en su presencia. Pero la mayoría le dijeron que enviara la cinta por correo y la escucharían. La CBS parecía la mejor apuesta. Habían oído hablar de U2 a través de su representante en Dublín, Jackie Hayden, pero no se habían mostrado impresionados con la primera cinta de U2 que habían escuchado. Ésta última era mejor, pero no tanto como para que ansiaran escucharla de inmediato. McGuinness regresó a casa desanimado. Durante los meses siguientes iba a viajar de nuevo a Londres varias veces, siempre con el mismo resultado. Mientras tanto, otros elementos de la estrategia si estaban funcionando. Las actuaciones de U2 eran escasas y especiales. El 17 de Febrero de 1979 actuaron en “Dark Space Festival” en el Project Arts Centre. Con una extravagancia de veinticuatro horas de puro rock n’ roll encabezado por los Mekons, una banda inglesa de Sheffield. Paul Rambali, un periodista de rock del New Musical Express (NME) asistió. U2 seguía siendo una «baby band», y su actuación a las tres y media de la madrugada lo demostraba. Tocaron soberbiamente, pensó Dave Fanning, y así lo decía en el siguiente número de Hot Press. La próxima edición del NME era esperada ansiosamente por McGuinness y la banda. Con gran tristeza por su parte, Rambali les ignoró. En cambio las listas del Hot Press que se publicaron a finales de mes, mostraron a U2 y los Virgin Prunes en un punto honorable en la categoría de Nuevas Promesas, que era ganada por Bogey Boys, Bill Graham trazó un perfil de U2 en el número de mayo de la revista, una importante y primera divulgación pública 92

Unforgettable Fire: La Historia de U2 de su historia. En un artículo favorable y perceptivamente brillante, Graham captó la estimulante honestidad y escepticismo que sentían incluso entonces hacia la tradición del rock n’ roll: «U2 no estaban interesados en violaciones en grupo, alcahuetes neoyorkinos, cuero y látigo, no se retienen a seguir la moda. De hecho, la inminente contrarrevolución británica fue el testimonio de Bono en el cual después del acné viene la angustia, y las canciones Punk acerca de que el hacer el amor en el asiento de atrás del coche a los dieciséis años fueran sustituidas a los dieciocho por inseguridades espirituales mucho más amplias». Graham terminaba: «U2 no están estigmatizados por el pecado, son exuberantes porque retienen la inocencia». Nada de esto ayudó con el contrato de grabación. Las visitas de Paul a Inglaterra en Enero y Febrero fueron en vano. En marzo, McGuinness se vio obligado a regresar por Jackie Hayden a la CBS Irlanda y aceptar un contrato que Adam y Bono habían rechazado después de la presentación en Limerick (por consejo de Bill Graham). Pero estrictamente hablando, el contrato propuesto ahora era crucialmente distinto. Sería solo para Irlanda, dejando a la banda con libertad para intentar conseguir un contrato internacional en alguna otra parte. Pero Igual Hayden estaba entusiasmado y trajo a Chas de Whalley desde Londres para producir tres canciones, que formarían un sencillo con un tema en la cara A y dos en la B, y McGuinness con Ian Wilson prepararon un hábil plan promocional para el lanzamiento de este, su primer sencillo oficial con un sello. La idea tras el compromiso de McGuinness era conseguir una canción de éxito en Irlanda que disparara sus ventas y así tener algún reconocimiento en Londres. Una venta de 1.000 discos conseguiría el efecto deseado. Al menos el Gobierno había reconocido que por aquel entonces la popularidad de la música de rock n’ roll era creciente, y lanzaron una segunda emisora de radio estatal, la RTE 2, dedicada exclusivamente a material de listas de éxitos. Dave Fanning era ahora, legítimamente, el mejor disc jockey del país, con su propio programa en la nueva emisora en el cual Ian Wilson era su productor. Wilson y Fanning aceptaron cooperar con McGuinness en un nuevo plan de marketing. Solo serian prensados 1.000 discos enumerados. Bono y Edge participarían en el programa de Dave Fanning y tocarían los tres temas, «Out of Control», «Boy-Girl» y «Stories for Boys», y los oyentes de Fanning podrían elegir qué canción debía ser la cara A de la edición limitada del disco. Esta atrevida e imaginativa idea funciono de forma brillante. Iba a ser una característica de la estrategia de U2 en años sucesivos el combinar un hábil marketing con la identificación y relación del fan con la banda. Implicaba a los fans en una decisión que llegaba directamente al fondo del negocio discográfico, les hacía sentir que participaban en él, cosa que era cierta, y que eran apreciados y respetados, cosa que también era cierta. La entrevista de Fanning tuvo lugar en Junio. También en esa época U2 actuó en otro acontecimiento «especial»: Las Navidades en Junio, en McGonagles en la cual tocaron para sus fans en 4 históricas fechas (07, 14, 21 y 28 de Junio). Por eso Edge llegó al estudio vestido de Papá Noel y comiendo un helado. Toda la sensación y la pre-publicidad crearon un intenso interés y una clara sensación de anticipación hacia un disco que no estaba previsto hasta octubre. En el Bailey, el Berni Inn y otros lugares semejantes de la calle Grafton, los “conocedores” del rock n’ roll de Dublín murmuraban sobre sus vasos con Campari y Soda, acerca de los poderes manipuladores del rico bastardo ingles que estaba patrocinando a U2. Se suponía erróneamente que McGuinness era también el manager de los Prunes, y los más envidiosos rumoreaban maliciosamente que se acostaba con alguno o con todos ellos. La verdad era completamente distinta. Paul se veía sometido a presiones desde todos los frentes. En una reunión de la banda, un ritual formal de U2 que existía desde el primer día, se discutieron los progresos. O mejor dicho la falta de progresos hacia el auténtico mundo del rock n’ roll al que McGuinness había prometido conducirles. ¿Por qué estaban fracasando con las compañías 93

Unforgettable Fire: La Historia de U2 discográficas en Londres? ¿Por qué no aceptar el contrato internacional que la CBS parecía dispuesto a ofrecerles? ¿Qué pasaba con el dinero? Estaba muy bien tocar en acontecimientos «especiales», pero pagaban muy poco. Otras bandas estaban ganando 600-700 libras a la semana tocando en sitios fijos, constituyéndose en el número principal de McGonagles, el Baggot y el Moran’s. Ellos ganaban por término medio 300 libras a la quincena. Y si tenían suerte. Los padres de Edge le habían concedido un año después de la cinta de demostración de Devlin para conseguir algo concreto, y ese año pasaría pronto. Larry ya había abandonado su trabajo. Solo Paul seguía trabajando con sus filmes. Bono era el portavoz ahora en las reuniones de 5. Deseaban acción no excitación. Paul se mostro tranquilizador, pero firme. Miren, nos metimos en esto con unos principios claros acerca de un contrato discográfico, con el que nos hemos comprometido, y un sistema de actuaciones. Ahora, el contrato internacional de la CBS no es bueno para nosotros. Quieren lanzar el sencillo en todo el Reino Unido, pero no es lo bastante bueno en ganancias para la banda. No nos ofrecen ningún respaldo de dinero para una gira de promoción, y no piensan utilizar el material inédito para un álbum futuro. En este momento nos encontramos exactamente igual que un millar de otras bandas, hoy estamos aquí pero mañana habrán desaparecido. Bono insistía en la cuestión de ser la actuación principal en McGonagles. Deseaba eso. ¿Y luego que? contraatacaba McGuinness. Bueno, ¿Y dónde estamos ahora?, argumentaba Bono. La sofocante lluvia de verano caía fuera del piso de McGuinness en Waterloo Road mientras la discusión prosiguió toda la tarde. A las seis lo dejaron, sin haber resuelto ningún asunto. Paul les llevo el coche a la calle O’Connell para que tomaran sus autobuses de vuelta a casa. Él y Bono tuvieron una fuerte discusión bajo la lluvia al lado de la parada de autobús de Finglas, junto al cine Carlton. Los trabajadores que volvían a sus casas contemplaron sorprendidos a aquella extraña pareja discutiendo acaloradamente mientras la lluvia caía sobre ellos. El contenido resentimiento de Bono, agitado por The Village, estaba directamente relacionado con el modo de actuar en ocasiones intrascendentes de McGuinness. Los muchachos estaban permanentemente en la ruina. Bono se dejaba caer a veces por la oficina que McGuinness tenía en su propio piso de Waterloo Road para charlar un rato o quizás conseguir unas cuantas libras. Paul podía estar leyendo el Irish Times con los pies encima del escritorio. Enfrascado en lo que estaba leyendo a veces ni siquiera se daba cuenta de la presencia de Bono, un desdén que calaba muy hondo en el alma del cantante. El dolor se veía agravado ante la vista del frasco lleno de monedas que Paul tenía en la repisa de la chimenea, y al que echaba todo el cambio que llevaba en sus bolsillos. El dinero para el autobús de U2 salía normalmente de aquel frasco, lo cual, en los momentos más amargos, era visto por éstos como la indulgencia de un hombre rico. Adam era tan razonable como irrazonable era Bono. Él y Paul se llevaban muy bien, casi como dos hermanos. Hablaban el mismo idioma, con el mismo acento. Adam se sentía más feliz que nunca. De acuerdo, las cosas no estaban «ocurriendo» tan rápidamente como todos habían esperado, pero el diablo, se lo estaban pasando en grande. Era un apuesto muchacho, el embrión de la estrella del rock que siempre había deseado ser. Era libre, y las presiones resultaban manejables. Él y Paul tomaban un café por la mañana y examinaban las tácticas para la banda. Disfrutaban de su compañía mutua. Insatisfecho con casi todo, Bono decidió iniciar una acción directa. Partió a Londres con Ali y la cinta de demostración, y visito todos los periódicos y periodistas de rock de la ciudad. Viajaron en barco de Dublín a Holyhead y de ahí en tren a la capital de Inglaterra. Aquel enfoque directo e ingenuo llamo la atención de los londinenses con los que contacto, que estaban más acostumbrados a quinceañeros mayores y más cansados cuya desesperación no tardaba en brotar tras su aparente «impasividad». Pero Bono también estaba desesperado, pero su desesperación se 94

Unforgettable Fire: La Historia de U2 ofrecía desnuda. Obtuvo algunas promesas de que sus contactos verían qué podían hacerse con U2 cuando fueran a Londres, y la relativa seguridad de que la cinta era un buen esfuerzo inicial. En Dublín, a pesar del pequeño mercado para la música, igual seguían naciendo lugares donde se podía tocar a pesar del poco interés “oficial” de las casas disqueras del País. John Fisher era propietario de un aparcamiento en el Dandelion Market, al lado de Stephen’s Green, en la parte de arriba de la calle Grafton. Era un enorme almacén detrás de aquel mercado cubierto que ahora estaba de moda. Fisher, hijo de un productor de RTE y hermano de Caroline Fisher, que más tarde conseguiría renombre como periodista y locutora, empezó a ofrecer actuaciones en el almacén las tardes de los sábados y los domingos. Bono se puso en contacto con él para ver si U2 podían actuar algún sábado. La petición era muy lógica ya que muchos de los más fervientes fans de U2 eran demasiado jóvenes para poder asistir a las actuaciones en los pubs como Baggot o McGonagles, donde se servían bebidas alcohólicas. El Dandelion Green era ideal para la audiencia de U2. La banda sólo ofreció cuatro o cinco actuaciones en el Dandelion Green en la segunda mitad del año, pero se había formado una leyenda en torno a sus actuaciones especiales. Los muchachos, muchos de los cuales nunca habían visto antes una banda en directo en su vida, acudieron desde toda la ciudad. Mientras tanto, Paul McGuinness anunció que U2 emprenderían pronto una gira por Londres, actuando en algunos de los locales más prestigiosos de la capital inglesa. El viaje a Londres fue publicitado como el punto culminante de un año de “éxitos”, durante el cual la banda había «roto barreras» con su primer sencillo, apareciendo en radio y televisión y logrando incluso el anhelado honor de aparecer en la portada de la revista Hot Press. McGuinness dio a entender que era «inminente» un contrato discográfico a nivel internacional. También fue a ver al señor Kilmurray, director del Banco de Irlanda en la calle Leeson, para incrementar la póliza de seguro de 10.000 libras que tenían concedida. El señor Kilmurray se mostró condescendiente. Le gustaba aquel amable joven que siempre cumplía sus promesas y nunca se mostraba temerario en ningún sentido. Paul había mantenido la cuenta de Spud con saldo positivo y prometió a sus benefactores aquel acuerdo, que hacía en nombre propio, y daría sus frutos al grupo. Llegaron más buenas noticias a través de la figura de Gary Bookasta, que se presentó tras una actuación en McGonagles. Gary afirmó ser de la KROQ, una importante emisora de radio de la costa oeste de los Estados Unidos. Estaba en Europa buscando bandas que poder llevar a la costa oeste para que actuaran en los clubs dublineses de Estados Unidos. Le había encantado U2. Estaba alojado en el Shelbourne Hotel, ¿Por qué la banda no se dejaba caer por allí al día siguiente y hablaban un poco? Bono se mostró encantado, como todos los demás. Pero Paul, pensó para sí mismo que había algo extraño y se sintió cauteloso. The Village observó la escena y se mostró convenientemente impresionado por el deslumbrante aspecto del americano. La tarde siguiente, un húmedo domingo, se dirigieron todos al Shelbourne: la banda, McGuinness, los Prunes y Bill Graham, que era un curioso observador en busca de una posible primicia. Bookasta se alojaba en una de las más lujosas y caras suites del Shelbourne. Las que adornaban la pared presentaban a Gary junto a numerosas celebridades, entre ellas Elton John y Richard Nixon. El antiguo presidente de los Estados Unidos había caído ahora en desgracia, pero evidentemente no era así cuando había sido fotografiado con Gary en el norte de la Casa Blanca. El servicio de habitaciones trajo bebidas y refrescos. Luego examinaron algunas ideas. Gary tenía buenas conexiones en el mundo de la música, había ayudado a que algunas bandas «rompieran» en la costa oeste. Era un asunto difícil, en especial para las bandas de aquel lado del Charco. Pero no había de que preocuparse, a Gary le encantaba U2, eran originales. Se sentiría feliz de ayudarles cuando firmaran aquel contrato. No había ninguna duda de que creían en lo que decía, decidieron 95

Unforgettable Fire: La Historia de U2 mientras salían de nuevo a la noche irlandesa. Incluso el libro que había en su mesilla tenía algo, observó alguien. -¿Cuál era? – preguntó Larry. -La Divina Comedia de Dante, en la edición de Penguin. McGuinness se puso a trabajar a la mañana siguiente comprobando las credenciales de Bookasta. Mientras tanto, Gavin trazó un plan propio. Gary no había hablado de los Virgin Prunes. Todo había sido esto y U2 aquello, con Bono llevando la mayor parte de la charla y aquel arrogante McGuinness. Habló con Guggi y Dick Evans. Mirad, dijo Gavin, volvamos y veamos si está interesado en los Prunes. Puede venir a vernos actuar, seguro que le impresionamos. Los otros dudaban. ¿Qué hay de Bono y U2? No sabrán nada, ¿Creen que deberían saberlo?, les aseguró Gavin. De todos modos, si se enteran, siempre podemos decir que nos encontramos con Gary en la Grafton. Miren, insistió Gavin, así es el mundo de la música, si se presenta trabajo hay que hacerlo, además nosotros lo necesitamos tanto como U2. Los Virgin Prunes, le plantearon algunas ideas a Gary Bookasta aquella tarde. McGuinness, por su parte, estaba teniendo menos suerte. Nadie en los Estados Unidos había oído hablar de él, aunque la emisora de radio a la que afirmaba estar representando era real. Cuando telefoneó al Shelbourne al día siguiente, en busca de más información, supo la verdad: Bookasta se había marchado sin pagar la cuenta. ¿Acaso McGuinness sabía dónde estaba?, preguntó el director del mayor hotel de Dublín. Paul proclamó su inocencia y colgó. Bono supo lo de Gavin, y convocó una reunión de urgencia con The Village en el 10 de Cedarwood Road. Perdonó a Gavin, Guggi y Dick, pero no antes de acordarse vehementemente de ellos y de algunos de sus familiares por el más sucio de los trucos imaginables. Pod y Guggi estaban una tarde sentados en McDonald’s tomando un café y un Big Mac cuando se produjo un altercado en la mesa de al lado. Un hombre con un paraguas enrollado en la mano le chillaba a un joven tranquilo que estaba sentado a su lado, ocupándose al parecer de sus propios asuntos. El paraguas apuntaba acusadoramente a lo que parecía ser una biblia en la mesa del joven tranquilo. El hombre del paraguas gritaba palabras como “Dios, diablo e indecencias”. Los camareros hicieron salir al atacante. Guggi pregunto al joven tranquilo si se encontraba bien. Pod y Guggi se unieron al propietario de la Biblia y se pusieron a hablar con él. Se presento a ellos como Dennis Sheedy, predicador. Les pregunto si conocían al Señor. Pod, que era católico, nunca había oído antes aquel tipo de charla, pero Guggi conocía su desarrollo. Con sus antecedentes de la hermandad Plymouth, conocía la Biblia de una forma que los católicos jamás habían conocido. La misa era una devoción abstracta; la lectura de la biblia era una comprensión literal de la historia de Dios. Guggi mostró su escepticismo para apoyar su afirmación. Guggi era un descarriado, reprendió. -¿Qué es eso? – intervino Pod, fascinado. Aquél era un idioma desconocido para él. Pod había dejado de ir a misa cuando tenía trece años porque la Iglesia Católica no tenía lo que él necesitaba. Dennis no explicó su referencia al descarrío, pero invitó a los muchachos a acudir a su reunión de fieles para rezar. Les dio una dirección en la North Circular Road. Dublín, en particular la zona de moda en torno a la calle Grafton estaba llena en 1979 de religiones minoritarias y sectas. Y los jóvenes gravitaban hacia ellas en número suficiente como para preocupar la iglesia católica, que había establecido su propia unidad de vigilante para observar el fenómeno y a los padres cuyos hijos se veían implicados en él. El grupo del Hare Krishna se exhibía mucho por las calles mientras que otros, como los Cientologos, los Moonies y la Iglesia de Dios, una secta californiana, eran más discretamente activos. El mandamiento Cristiano Carismático evangelizaba orillando el protestantico por las calles. Esos grupos ofrecían espiritualidad en un mundo de cultura, política y religiones establecidas estaban unidas entre sí con una red de apoyo 96

Unforgettable Fire: La Historia de U2 de cinismo, decadencia y corrupción. El idealismo político había muerto con los Kennedy y Martin Luther King. El periodo laborista de Harold Wilson lo había arrojado fuera de Gran Bretaña, Thatcher y Reagan, que iba a ser elegido dentro de poco, eran opciones menos malas para una generación que buscaba el éxito en protección de material en un mundo desprovisto de gracia espiritual en Irlanda, el boom económico del 77 prometido por el Fianna Fail daba ahora expuesto como la ultima y desesperada tirada de los dos políticos que siempre había sido. En Septiembre de 1979 tuvo lugar la visita del Papa y condenó las muertes callejeras en Irlanda del Norte. La juventud irlandesa se arracimaba a su alrededor; era una estrella de los medios de comunicación con un propósito moral. Desgraciadamente, solo dejó el mensaje ya que cuando regreso a Roma, sus palabras resonaron amargamente para aquellas mentes bastante sensibles e inteligentes como para ver la realidad detrás de retorica. Los sacerdotes continuaban poniendo las cosas fáciles para asesinos, ofreciendo más, mucho más, que un entierro decente a hombres del IRA. Seguían teniendo sus ataúdes envueltos con la madera, sus gloriosas oraciones al lado de la tumba, y el desafío ritual con una andanada de disparos de rifle sobre el túmulo del héroe desaparecido. Todas aquellas cosas y más, igualmente desesperanzadoras, encadenaban a los jóvenes, a los sensibles, a los espirituales, en busca del mensajes más simple, un Dios que fuese comprensible y que contara a todos aquellos en la Tierra que habían tomado prestado su brebaje, en forma decente. Dennis Sheedy era uno de los líderes del grupo Shalom de Cristianos Carismáticos. Pod y Guggi asistieron a una de sus reuniones de puro curiosos. Había algunos jóvenes, muchachos sencillos de clase media, de aspecto serio. Había un joven tranquilo recién cumplidos los treinta, una pareja cortés que habían pasado los sesenta, una viuda enlutada, un tipo de aspecto militar, de mediana edad, muy erguido. El guía rezó y cantó al unísono. Dennis leyó una Biblia Estándar Americana. La palabra de Dios era sencilla y verdadera, hablaba de honestidad y justicia. Dios era bondad, Dios estaba en cada uno. Dios estaba vivo y se preocupaba por nosotros, se preocupaba por cómo vivíamos. La atmosfera era tranquila. El peso de la confusión, la duda, el miedo, la ansiedad se alzó del corazón de Pod mientras escuchaba. Cantaron un hermoso himno cristiano para terminar la reunión. Guggi y Pod habían acudido reluctantes e intrigados. Pero se marcharon sintiéndose mejor, más seguros de su presencia espiritual, en paz. Camino a casa fueron a ver a Bono. Le hablaron de la sesión y de la sensación que habían obtenido de ella. Bono escuchó y asintió; sí, conocía aquella sensación de las sesiones de Sophie Shirley en Mount Temple. Era buena. ¿Te gustaría venir la próxima vez?, aventuró Pod. No, por ahora no, respondió Bono. Quizá en algún otro momento. Pod y Guggi siguieron acudiendo al grupo Shalom. Al cabo de unas cuantas semanas Bono acudió también, para protegerles, bromeó; estas cosas se os pueden escapar de las manos, afirmó, recordando el fanatismo que había consumido en Mount Temple a algunos. The Village se unió al grupo. Bono persuadió a Larry y Edge de que asistieran también. Larry se había ido acercando cada vez más a Bono después de la muerte de su madre, que lo había dejado hundido. Bono había pasado ya por aquella experiencia y sabía mejor que nadie como mitigar el dolor que sentía Larry. La familia de Edge procedía de la tradición evangélica de los valles galeses. Sentía curiosidad por explorar el cristianismo. Adam pasaba de aquello…, no era lo suyo.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2

Cork - Irlanda, Febrero 1980 Un hábil marketing y la pre-publicidad aseguraron el éxito del primer sencillo de U2, que salió al mercado a finales de septiembre de 1979. Los oyentes del programa de Fanning habían elegido «Out of Control» como cara A, con «Boy-Girl» y «Stories For Boys» formando una doble cara B. Las 1.000 copias numeradas se vendieron rápidamente, y la banda tuvo un éxito inmediato en las listas. Sandy Harsh publicó una crítica favorable en Hot Press, aunque sugirió que «Stories» era el mejor tema, y en consecuencia hubiera debido figurar en la cara A. Paul McGuinness llevó la evidencia a Londres para hacer otro intento, esta vez con John Nolan, uno de los cazatalentos de la EMI, que simpatizaba con U2. Nolan persuadió a dos de los principales ejecutivos de la EMI a viajar a Dublín para echarle un vistazo a la banda. McGuinness se sintió extasiado. En su terreno, con la confianza de un sencillo de éxito tras ellos, estaba seguro de que la actuación en directo de U2 convencería a cualquiera. Las noticias de que Londres venia a la ciudad siempre creaban rumores, generalmente más de los justificados. La banda se mostraba tensa, pero la consigna era lo conseguiremos. Decidieron actuar en el Baggot el 27 de Octubre de 1979, con el espíritu de «consíguelo o déjalo». El lugar olía a sudor y orina, puesto que los servicios estaban justo a la entrada del club. Tenía un techo bajo y una capacidad de sólo unas 200 personas. El Baggot era tosco pero tenía atmósfera, el escenario y el público estaban separados por un estrecho pasillo por el que sólo podía pasar una persona a la vez. Allí se reunieron Ann, la amiga de Larry, The Village, Paul y Kathy McGuinness para ofrecer su apoyo. Dave Fanning y Bill Graham estaban a mano para ser testigos de cómo se escribía una pequeña página de la historia. El local estaba lleno mucho antes de la hora prevista para empezar, las ocho y media de la noche. Los VIPs de U2 se abrieron camino hacia sus mesas reservadas. En el camerino (los baños), los miembros de la banda se dijeron unos a otros que «iban a ir por ello». Aparecieron corriendo en el escenario, y se lanzaron a un programa que incluía todos los temas que sabían iban a arrastrar a la audiencia: «Out Of Control», «Shadows», «Concentration Cramp», «In Your Hand», «The Fool». Era un rock n’ roll poderoso y original, y suscitó una respuesta entusiasta de la repleta sala. 98

Unforgettable Fire: La Historia de U2 A media actuación, Chris Briggs y Ben Edmunds, los hombres de EMI, salieron fuera. Lo sentimos, murmuraron a McGuinness, queremos ir a ver los especiales de TV del Old Grey Whistle Test. Paul se quedó sin habla. Nadie más se había dado cuenta de la partida de los visitantes que habían ocupado sus asientos al fondo. La banda seguía tocando ignorante de su destino. Paul caminó a lo largo del callejón que unía al club con la calle Baggot. Se sentía dolido, más de lo que nunca se había sentido en su vida. También estaba preocupado: virtualmente había dejado de trabajar en los filmes para dedicar todo su tiempo a la banda, estaban viviendo del dinero que ganaba Kathy como redactora en una agencia publicitaria…, y ahora esto. No habían sido capaces de retener a los hombres de la EMI durante toda la actuación, y mucho menos convencerles de que U2 eran, potencialmente, un grupo internacional. Todo esto cruzó la mente de McGuinness, y todo eso se acrecentaba frente a los francos malos modales de los hombres de la compañía discográfica. Ellos se alojaban en el Jury’s Hotel. Paul tomó su coche y condujo los tres kilómetros que lo separaban del Hotel. En mitad de la emisión del Whistle Test interrumpió a Briggs y Edmunds y les dijo exactamente lo que pensaba de ellos. Luego salió y se tomó una copa en un bar cercano. Allá en Baggot, U2 tocó un par de bises, mientras Bono buscaba ansiosamente a los ejecutivos de la EMI. Supuso que se habían marchado con Paul para negociar un contrato, convencido que ya desde la mitad de la actuación que U2 eran lo bastante buenos como para interesarles y salir antes de terminar. Kathy comunicó las noticias a la banda cuando salieron. Ella no tenía la menor idea de donde estaba Paul, no le había dicho nada al irse. Aquel fue el momento más bajo en la vida de la banda, la sensación de fracaso, embarazo y duda que se hinchaba en el interior de cada uno de ellos fue inmenso, además no tenían a Paul a su alrededor para racionalizar las cosas y tranquilizarles. La excitación de los fans mientras les pedían autógrafos y les decían lo grandes que habían estado en la actuación no hizo más que apretar aún más el nudo en sus entrañas. Kathy volvió sola a su casa en Waterloo Road. Era una mujer decidida y valerosa, pero se sentía entristecida casi hasta el punto de la desesperación por lo que había ocurrido, y sentía pena por Paul, se sabía que era tremendamente emotivo debajo de su formalidad exterior, ella sabia que estaba muy comprometido con el ideal de U2, con el espíritu de la banda, su honestidad, sinceridad, decencia. Este camino no era el lógico para un sofisticado hombre de veintiocho años cuyos compañeros del Trinity estaban ahora abriéndose camino en el mundo, labrando nichos para ellos en una sociedad muy alejada de la sudorosa escualidez del Baggot Inn. Por eso Kathy lo sentía principalmente por Paul. Larry regresó a casa en Artane en el autobús con Ann. Eran una hermosa pareja joven, ella tan atractivamente rubia como él descaradamente apuesto. Pero eran agradables, sin nada de pose o desafíos. Eran unos muchachos agradables, decentes, inteligentes, desanimados ahora que el sueño parecía estarse disolviendo en la decepción. Larry Mullen Sr sentía ahora más simpatías hacia U2 de las que había sentido al principio. Los chicos se habían unido más en torno a Larry Jr tras la muerte de Maureen, habían demostrado ser unos auténticos amigos, especialmente el joven Hewson. La anhelante ambición había mantenido a Larry Jr ocupado, había ayudado a desviar su dolor por la muerte de su madre. Cuando Larry había pedido un año de margen para intentar «conseguirlo», su padre, animado por Cecilia, había consentido. La muerte de Maureen había situado muchas preocupaciones familiares, particularmente las relativas a la seguridad. Pero en perspectiva, realmente no había ninguna seguridad. Larry Sr reflexionaba a menudo en sus tiempos de seminario, en el rumbo diferente que hubiera podido tomar su vida si hubiera abrazado el sacerdocio. Hallaba frustrante el Departamento de Medio Ambiente, en realidad casi un chiste, pidiéndote que dejaras tu energía y tu imaginación en casa cuando ibas al trabajo, porque tales cosas eran opuestas al papel que se suponía debía desempeñar un funcionario público. Larry Jr se sentía ahora destrozado, y se preguntaba seriamente si valía la pena seguir en una banda. 99

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Bono y Pod esperaron un taxi que les llevara a casa en la parada de Stephen’s Green. Los taxis nunca estaban allí cuando los necesitabas. Se sentaron en el borde de la calle. Era una noche fría, húmeda y oscura. Bono llevaba las ropas con las que había actuado en una pequeña bolsa roja colgada al hombro. -Creo que voy a dejar todo esto- le dijo a Pod, riendo. -Harás bien- admitió Sir Poddington, el caballero que nunca se rendía. Pero Bono estaba sonriendo hoscamente para sí mismo. La sonrisa sugirió a Pod que Bono nunca lo dejaría. Cuando llegaron al 10 de Cedarwood, Bono descubrió que había olvidado su llave de la casa una vez más. Mientras Pod aguardaba abajo, su amigo empezó a efectuar su entrada por la ruta habitual, subiéndose por el desagüe hasta la ventana del cuarto de baño, abriendo el pasador y deslizando su recio cuerpo por la estrecha abertura. Bobby estaba en su cama. Oyó el ruido. -¿Eres tú, Paul? -Sí- dijo Bono, colgando aún del desagüe, a seis metros de altura. -¿Qué estás haciendo? -Me estoy lavando los dientes, papá. -Apaga todas las luces. -De acuerdo. Dejó entrar a Pod por la puerta delantera, y hablaron de su viaje a Londres hasta el amanecer. Al día siguiente, en una reunión de la banda, McGuinness no hizo traslucir nada de su desesperación interior. Confiaba en que iba a conseguir un contrato en Londres. Ian Wilson, su agente en Londres, seguía creyendo en ellos y había conseguido contratos en locales tan prestigiosos como el Hope and Anchor, el Bridge House en Camden Town y el Moonligth. También había una posibilidad de actuar como teloneros de Talking Heads y así rematar su gira de 15 días. Tocar en directo era su máxima fuerza y aseguraría de que las compañías discográficas y la prensa local Londinense estuvieran allí. Todavía seguían en el camino, les aseguro Paul. U2 tocó su último concierto antes de marchar a Londres en Dandelion Green el 17 de Noviembre de 1979. Fue un acontecimiento, un auténtico acontecimiento. Fueron más de 600 personas apretujadas en un viejo aparcamiento. Fue una fusión de todas las tendencias del rock n’ roll: aquellos a los que ya les gustaba la banda, muchachos que los consideraban lo mejor del mundo, incluso fueron quienes no les gustaba su música post-punk, e incluso aquellos que odiaban a Bono y sus letras que parecían salidas de «La casa de la pradera». Acudieron todos, siguiendo el aroma del éxito, deseando ver por sí mismos a las leyendas de Dandelion Green. Fue un concierto glorioso, el clímax de un maravilloso y difícil año. Todo el mundo sabía que iban a conseguir un contrato internacional. Excepto que nadie sabía de dónde iba a venir, y mucho menos U2. El viaje a Londres, incluyendo a Paul, la banda y un equipo de hombres costaría 3.000 libras. El dinero era asequible a través de contrato de edición que McGuinness había cerrado con Bryan Morrison, un editor de música ingles. El contrato especificaba 3.000 libras ahora y 3.000 libras cuando firmaran para un sello internacional importante. Pero tres días antes de la fecha prevista para marchar a Londres, Morrison telefoneó a Paul para decirle que lo había pensado mejor y estaba dispuesto a pagar solamente las primeras 3.000 y le dio a Paul veinticuatro horas para pensar en ello. Paul se veía metido ahora en un difícil trance, pero telefoneó veinte minutos más tarde para decirle a Morrison que las condiciones eran inaceptables. Luego convocó a la banda. Podía conseguir algo de dinero, no estaba seguro de cuanto pero si cada uno de ellos podía sacarles 100 libras a sus padres y familiares, el viaje a Londres aun seguiría en pie. Tiernan McBride y Seamus Byrne unos antiguos amigos de Paul, adelantaron una parte sustancial de las 100 libras necesarias. Larry Mullen Sr ofreció sin rechistar sus 100 libras. 100

Unforgettable Fire: La Historia de U2 -Te las devolveré, papá, tanto si me toma un año como diez- prometió su hijo desde sus dieciocho años recién cumplidos. Lo mismo hicieron los Evans, y también Bobby Hewson, feliz al fin de que Bono estuviera interesado en algo. Jo Clayton se negó a darle a Adam ningún dinero. Brian estaba lejos, colaborando con algunas líneas aéreas y no podía aportar. Jo dijo que los jóvenes tenían que ganarse su dinero, no ir pidiendo por ahí. Dijo lo que creyó que era mejor para su hijo, al que seguía considerando como fundamentalmente irresponsable. Adam sintió algo de vergüenza y humillación ante el hecho de que él no pudiera ayudar a superar la crisis. Pero lo peor aún faltaba por venir para Adam. El día anterior previsto para la partida, Jo le prestó el nuevo sedán de la familia, y dejo que él y Edge fueran al ensayo en el flamante nuevo auto. Sabía que negarles las 100 libras había sido un golpe para él, así que ahora quiso paliar un poco el efecto, dándole esa concesión. Justo a la salida de Malahide el coche pisó un charco en la carretera, perdió la dirección y se estrellaron, Edge adelanto la mano para protegerse, atravesando el parabrisas con la mano. Bono y Larry aguardaban para el ensayo. Adam se quedó atrás para ocuparse del accidente, diciéndole a Edge que fuera en autobús a la ciudad para decirles a los chicos lo que había ocurrido. Restañando la sangre de su herida, Edge lo hizo. La banda era lo primero, la mano era segunda. No fue necesario aplicarle puntos, pero tuvieron que vendarle la mano, y afectó ostensiblemente en el como tocar la guitarra. El viaje en bus desde Rosslare a Fishyguard la noche siguiente fue una agonía para el guitarrista de U2, y aun tenía que enfrentarse al problema de tocar cuando llegaran. La gira por Inglaterra tuvo altos y bajos. Bono los asaltó, habló con él, se sentó con él, subió y destrozó a golpes de volumen los amplificadores, en un intento de comunicar la pasión y la espiritualidad de la música. En el Moonlight de West Hampstead y en el Rock Garden de Covent Garden vencieron. Pero en el Hope and Anchor de Islington ante un público de nueve personas, fue un desastre. Edge, tocando a la mitad de sus facultades con su hinchada mano, rompió una cuerda a media actuación. Corrió fuera del escenario para intentar reparar el daño. Los demás, sabiendo los problemas que tenía con su mano terminaron la actuación y corrieron tras él. Justo para esa presentación estaba Paul con una cazatalentos de Chrysallis, la compañía discográfica que creía que ofrecía las mejores esperanzas del tipo de contrato que andaba buscando. Preocupado, McGuinness corrió a los camerinos. ¿Qué demonios ocurre?, pregunto. Otra vez parecía que todo estaba saliendo mal. La banda se alojaba en unos apartamentos amueblados que podían alquilarse por días en Covent Garden. Regresaron desanimados al pequeño bar de su alojamiento tras la actuación. Adam y Paul habían partido a alguna parte. Larry, Edge y Bono tomaron unas copas con el equipo y una agradable muchacha de la compañía de relaciones públicas de Ian Wilson. La muchacha parecía fuertemente encandilada por Larry. Aquel era el Londres Time Out, el feminismo era la regla, especialmente entre un cierto tipo de muchachas de clase media que imaginaban que la emancipación había llegado a su fin. Si tú deseabas acostarte con un chico, simplemente se lo proponías. ¿Por qué no? Y las señales fueron enviadas, pero Larry no estaba en esa situación y no le gustaba ser el protagonista de la escena. Tenía una amiga, Ann, en Dublín, y aquella noche tenía intención de irse solo a la cama. Aquel era un comportamiento increíblemente extraño para una estrella del rock n’ roll. La chica tras decidir que aquello era un nuevo tipo de señuelo irlandés, la muchacha se encaminó escaleras arriba tras Lawrence, que había rechazado la posibilidad y había hecho una discreta seña a Bono y Edge para que le libraran de aquella embarazosa situación. Al cabo de unos minutos Bono fue a investigar. Encontró a Larry explicándole a la muchacha que realmente no le interesaba. Y Bono la llevó de vuelta escaleras abajo. -¿Por qué no te ocupas de tus propios asuntos?- quiso saber Niall Shortall, el encargado de sonido, un veterano de la escena dublinesa. Desafió a Bono, exhibiendo un claro desdén hacia lo que 101

Unforgettable Fire: La Historia de U2 calificaba como «toda esa mierda bíblica». Siguió una desagradable pelea, y quedó claro que iban a necesitar un nuevo técnico de sonido. Al día siguiente Paul McGuinness telefoneó a Joe O’Herlihy, el hombre que había demostrado ser tan bueno con el sonido en Cork, y le pidió que se encargara de la actuación con los Talking Heads. Joe tenía su propio negocio que atender y ya había declinado trabajar con U2 porque no podían pagar nada que se acercara a sus tarifas actuales, pero igual aceptó ayudar en la emergencia y las actuaciones con los Talking Heads fueron excelentes. Después de 12 shows en 15 días, volvían a Dublín con mucha más experiencia, pero cuando su camioneta se encaminó de vuelta a Fishguard para el viaje de regreso, U2 seguía sin ningún contrato de grabación. Parecía como si la estrategia de McGuinness hubiera fracasado. Aguardando en la cola para embarcar en el Ferry, giraron el dial de la radio de la camioneta para sintonizar el programa de Dave Fanning en Radio Dos. Fanning estaba entrevistando al líder de Stiff Little Fingers, una importante banda Punk de Belfast. Jake Burns (el líder de la banda), se quejaba de la falta de chispa en la escena musical; no ocurre nada. ¿Nada?, preguntó Fanning. Bueno, reflexionó Burns, hay una banda que creo podría ser la más grande banda de rock de todos los tiempos, le aventuró. Esa banda es U2. Aquello suscitó vítores en la pequeña camioneta al lado de la larga cola de Fishguard.

Boy El mes siguiente, enero de 1980, U2 ganó en cinco categorías en las votaciones de los lectores de Hot Press. Fue maravilloso por lo que significaba. Pero igual esto no llevaba a ninguna parte. La verdad era que banda y manager estaban desesperados y su estrategia por la conquista del mundo del rock en punto cero. Sin un importante contrato internacional de grabación, U2 no iría a ningún lado excepto de vuelta al Baggot y a McGonagles. Se hallaban metidos en la típica trampa tradicional, con la que estaban familiarizadas todas las bandas irlandesas de rock. Habían llegado al final del camino a ninguna parte. En una reunión de la banda a principios del nuevo año reflexionaron sobre su dilema. El problema básico era el dinero. Sin dinero no podían hacer ninguna gira por el Reino Unido y Europa, y mucho menos por los Estados Unidos, que en mente de McGuinness seguía siendo el objetivo definitivo. Sin dinero no había ninguna gira, ni nuevos fans, ni ventas de discos, esa era la realidad. Pero un contrato internacional de grabación del tipo que habían estado buscando resolvería el problema. Un contrato adecuado proporcionaría lo que en el negocio era conocido como «dinero de apoyo a la gira», 50.000 libras o algo parecido podría pagar un pequeño equipo de los gastos, pero los únicos contratos que les ofrecían no cumplían con las expectativas, ya que los sellos buscaban la grabación de una sucesión de sencillos, solo con el Hit Parade en mente, y con una rápida gira subsiguiente “si conseguían” entrar en las listas. En el lado optimista de las cosas, la banda se daba cuenta de que iban subiendo cada vez más en popularidad, ante el público irlandés. Y debían capitalizar eso, decidió McGuinness. Ya que al fin y al cabo, era todo lo que podían capitalizar hasta el momento. Antes que sentirse desanimados, la banda decidió imaginar que estaban pasando por un buen momento y aceptó una gira importante por Irlanda durante todo febrero, con un clímax en una actuación final en el Stadium de Dublín el 26 de febrero. El National Boxin Stadium, en la calle South Circular Road, podía acoger a más de 2.000 personas. Era utilizado para conciertos por los principales grupos folk irlandeses como los Dubliners y los Wolfe Tones, y por las estrellas visitantes del Reino Unido y los Estados Unidos que tenían la suficiente reputación como para esperar llenarlo. Ninguna banda irlandesa de rock sin un 102

Unforgettable Fire: La Historia de U2 contrato previo se había arriesgado nunca a la humillación de actuar en aquel espacio sin conseguir llenarlo. Protagonizar una actuación allí era un enorme atrevimiento, apenas justificado por cinco premios en Hot Press y solo un sencillo de éxito en las listas irlandesas. Un nuevo sencillo de la CBS Irlanda, «Another Day», aparecería en febrero, para que coincidiera y promocionara la gira. Este sencillo traía en la cara A el sencillo mencionado y en la cara B el tema Twilight. McGuinness estaba ahora pendiente de todo, esperando que ocurriera algo. Llevaba dieciocho meses como manager de la banda, dejando gradualmente a un lado otros intereses y responsabilidades, pero se estaba acercando el día de rendir cuentas, e íntimamente se sentía pesimista respecto al futuro. Y estaban agotando las compañías discográficas. Island Records, un pequeño sello independiente dirigido por Chris Blackwell, era el siguiente en la lista de Paul. Rob Partridge, un publicitario de la Island, era un fan de U2, y presionaba intensamente a Bill Stewart, el cazatalentos de la compañía, en beneficio de la banda. Mientras ocurría todo esto, McGuinness tuvo que enfrentarse a un pequeño problema local. Un fanzine llamado Heat había publicado un chismorreo que afirmaba que McGuinness había jugado sucio para robarle una actuación en el Trinity College a Rocky De Valera y los Gravediggers, otra banda de Dublín. Alguien –probablemente McGuinness, sugería Heat- había telefoneado al promotor del Trinity y le había pedido que se permitiera que U2 reemplazara a los Gravediggers, sobre la base de que A and M Records había enviado a alguien a Dublín para «ver» a la banda con la intención de proponerle un importante contrato. La tradición exigía que una petición de este tipo fuera atendida. Rocky De Valera, alias Ferdia MacAnna, hijo de una de las principales personalidades del teatro irlandés, se enfureció cuando le fue comunicada la noticia de que su banda había perdido la actuación. Sugirió que alguien comprobara la veracidad de la noticia con la A and M Records en Londres. La A and M negó tener ninguna noticia de un inminente viaje de Dublín o algún tipo de contrato con U2. Heat sumo dos y dos, y apareció con la noticia de que creía que McGuinness era difamatorio y malicioso. Heat estaba dirigido por Pete Price y Jude Carr. Eamonn, el hermano de Jude, había sido miembro de Horslips, que ahora se habían disuelto, y no de muy buenas maneras, tras diez años en la carretera. Eamonn Carr capitaneaba una de las facciones de los ex Horslips, mientras Michael Deeny, apoyado por Barry Devlin, capitaneaba la otra. Y McGuinness se vio como victima de aquella lucha. Se puso furioso, y una carta de un abogado llego a los Carr. McGuinness estaba dispuesto a exigir, judicialmente si era necesario, que la revista fuera retirada de la venta. Los Carr aceptaron su proposición, pero a la semana siguiente McGuinness vio la revista a la venta en Easons y consideró que aquello ya era demasiado. Esta vez iba a demandarles. Aquel pequeño escándalo en torno a la calle Grafton termino con la desaparición definitiva de Revista Heat. Nadie llego a descubrir nunca quien hizo la llamada telefónica al Trinity. La gira irlandesa empezó en Queen’s University en Belfast el 01 de febrero de 1980, y aprovechando que U2 estaba en la carretera, Paul contraatacó para ver si las cosas pudiesen moverse en Londres. Chris Blackwell era propietario de su propia compañía editora musical, llamada Blue Mountain Music, separada administrativamente de Island Records pero obviamente muy unida a la compañía discográfica. Paul imaginaba que un contrato de publicación con Blue Mountain podía ser la forma de interesar personalmente a Blackwell en U2, y tal vez condujera a un contrato de grabación. Tres de los ejecutivos de Blue Mountain volaron a Belfast para ver la actuación de la banda. El cazatalentos de la Island, Bill Stewart, tenía que verles actuar en el Stadium de Dublín la semana siguiente. O sea y de una forma muy real, aquella era la última tirada de los dados que efectuaba Paul. 103

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Para la gira contrataron a Joe O’Herlihy y su equipo de sonido y la audiencia Irlandesa de Cork y Sligo, atraída por la buena publicidad de U2, respondió. Las actuaciones de U2 eran siempre una batalla y siempre eran enfrentadas así por la banda. La música era original, (nada de música de otras bandas para captar la atención en forma fácil), pero sin éxitos propios del momento y sin melodías pegadizas que conocieran en la audiencia, a la banda se le hacia difícil lograr la atención directa. Y como las presentaciones tenían un carácter personal, y el éxito del concierto dependía del establecer una relación con el público desde el principio, era salir a matar o morir. Bono era el plato fuerte de ese contacto personal. En Dublín, a veces, en el Dandelion Green, el Baggot o McGonagles, la batalla había sido ganada antes de empezar. Los fans conocían la banda, conocían la música, y el zumbido de la compatibilidad era instantáneo. Otras veces Bono tenía que trabajar duro para lograr el contacto. Desde un principio buscaba el voto de confianza del público; les pedía que le acompañaran con sus palmas, y si lo hacían aceleraba el ritmo. O hacía algunas afirmaciones acerca de su música, del mundo en que vivían, de la ciudad o la sala donde se hallaban aquella noche. Si la concurrencia respondía, la confianza de la banda crecía en consonancia. Si no, las cosas podían ponerse desesperadas. En ocasiones la gente se agrupaba en la pared del fondo de la sala o en los lados, observando, aguardando a que la magia brotara de escenario. Y esto exaltaba a Bono. -Vamos, vamos, acercaos, estamos aquí arriba- invitaba insistentemente. Si sólo dos o tres se adelantaban de sus sitios, él sabía, la banda sabía que la cosa no marcharía. Belfast era así, sólo que peor. Bono podía enfrentarse a ellos, mirando directamente al público, desafiarle a que le ignorara. Había visto a Iggy Pop en Londres y se había sentido fuertemente influenciado por las tablas desplegadas por el showman del rock. Iggy era predominantemente físico, se lanzaba al público, ofreciéndole no sólo la música sino su cuerpo, intentando llegar a la gente a todos los niveles, rompiendo la barrera entre interprete y público, entre arte y vida, entre los que era real e irreal. Iggy Pop era un genio del arte de la actuación, y una influencia seminal en Bowie y en el desesperado joven irlandés que ahora estaba agonizando en el escenario de la Queen’s University. Detrás de Bono, Edge era presa de esa misma sensación abrumadora que llegaba como una ola cuando las cosas iban mal. Pero como ese día en Belfast las cosas nunca habían ido tan mal. Eran los últimos coletazos del punk, y los estudiantes de Queen’s empezaron a demostrarle a la banda, siguiendo el espíritu de los tiempos. -Ahora tocaremos esto, ahora tocaremos aquello- (empezaron a gritar). -Dejen de predicar y toquen; ¿o a caso no saben?- Bono, furioso y dolido, retrocedió como si le hubieran dado un golpe. Iba a ser una larga noche, pensó Adam. McGuinness estaba abrumado y sus tres invitados de Londres, embarazados. La de Queen’s fue una larga y horrible noche. Esa noche en la que el futuro pareció, más que nunca, fuera de toda esperanza. Lo único que quedaba por hacer era volver a casa. Las entradas para el Stadium se estaban vendiendo lentamente. Y solo se habían vendido menos de 500 cuando llegaron a Dublín. Se había compilado una enorme lista de invitados para el concierto de «celebración». Todos los padres acudirían, incluido el ex líder de escuadrón Phillip McGuinness y su esposa Sheila. The Village y los amigos de The Village, el personal y amigos de Hot Press, viejos compañeros de la escuela y sus amigos. Pronto todo el mundo en Dublín parecía que iba a ir a los que ahora se conocía como la actuación. Cuando llegó el día los asientos del Stadium fueron redistribuidos para cubrir los huecos. Pidieron a Joe O’Herlihy que elevara el sonido unos cuantos kilovatios. Adam tuvo dificultades en persuadir a Jo y Brian que acudieran al espectáculo. Al final, dejo las entradas en la mesa de la cocina. Y si, Acudieron, y también otros como Bill Stewart, de Island, y aproximadamente otras 1.000 personas, la mayor parte de las cuales eran «invitados» de la banda. Fue una brillante noche. Desde la primera canción el público 104

Unforgettable Fire: La Historia de U2 estuvo con la banda, sus respuestas fueron las correctas, y Bono cabalgo sobre las olas de afecto y comprensión, de él, de la música, de la banda, de la noche que les rodeaba. La actuación alcanzó su clímax con treinta o cuarenta personas en el escenario, bailando juntas. Bill Stewart quedó convencido. Después del show, les ofreció a U2 un contrato…, allí mismo, en los vestuarios del Stadium. Hablarían de ello mañana, acordaron. Por ahora el lugar estaba rebosante de alivio. Paul permanecía tranquilo, sobre todo para un hombre que sabía que él y su banda habían conseguido un milagro de nervios y redaños en el último momento y oportunidad. Por fin U2 había salido del agujero y había entrado en el auténtico mundo del rock n’ roll.

New York - USA, Diciembre 1980 El contrato que ofreció Bill Stewart era a largo plazo, para cuatro álbumes, utilizando el material original de la banda, y que la Island aceptaría a ciegas. Había también el crucial dinero para la gira de apoyo por el Reino Unido, Europa y América. Island era una recién llegada al mundo de las compañías de música rock, puesto que su capital y su reputación se fundaban en el legendario reggae jamaicano de Bob Marley y los Wailers. Se decía que Chris Blackwell era Island Records y en lo referido a que aquella compañía tenía una política y una identidad que se extendía más allá de los valores corporativos de las potencias principales en la industria discográfica, y eso era cierto. Blackwell había nacido en Inglaterra, de padre anglo irlandés y madre costarricense, descendiente de una familia judío portuguesa. Chris se educó en Jamaica, donde su padre estaba en el ejército y su madre tenía negocios de ron, plátanos y cocos. Pasó su invierno en compañía de los jamaicanos, sirvientes de su familia, entre los cuales el jardinero negro se convirtió en su particular amigo y gurú. Blackwell partió a estudiar en Inglaterra al cumplir los diez años. Salió del sistema educativo Ingles sin buenas calificaciones, regresando a Jamaica cumplidos los veinte años después de fracasar en integrarse en el mundo londinense de los negocios. Tras trabajar como ayuda de campo de Sir Hugh Foot, el comisionado británico, Blackwell se dedico al negocio de alquilar coches a turistas, e inicio con éxito una escuela de esquí acuático en el hotel local. Le encanto una de las bandas locales que actuaba en el hotel y decidió grabarla y 105

Unforgettable Fire: La Historia de U2 como consecuencia de ello, se integro en el negocio discográfico. También le encanto aquel tipo de vida, con esa relajante compañía de los músicos. No había música popular en Jamaica excepto lo que había en el Calipso, así que Blackwell empezó a ir a Nueva York y exportar discos, que eran muy buscados, por su escases y que llegaban de la isla. Fue el primero en un mercado fuerte y competitivo. Pronto empezó a viajar a Inglaterra llevando consigo la música jamaicana, popular en sectores de la capital, y ahora por fin el reggae original llegaba de casa, a las tiendas de Brixton y Lewisham, al sur de Londres, donde existían grandes comunidades de inmigrantes. El negocio discográfico local de Blackwell cambio de carácter y creció cuando una grabación de Jamaica de una muchacha llamada Millie se encaramó a las listas de éxitos inglesas. «My Boy Lollipop» era una clásica canción pop y proporcionó a Blackwell el dinero y la credibilidad suficientes para armar Island Records. Bob Marley y los Wailers aparecieron un día por las calles de Londres buscando grabar un disco. Eran una de las principales bandas jamaicanas y una figura de culto en los guetos negros británicos y a pesar de eso, ninguna de las principales compañías discográficas confiaba en él. La verdad, se dio cuenta Blackwell, era que Marley era un líder fuerte, y un artista con demasiado orgullo para aceptar las acciones abiertamente racistas que hallaba en el mundo de la música. Blackwell tenía el convencimiento de que era el momento de la música reggae, y que el mercado en general estaba preparado para aceptar la gran música que era. Además Marley deseaba grabar un sencillo. Blackwell le sugirió un álbum. ¿Cuánto le costaría?, le pregunto a Marley. Cuando Chris recibió como respuesta la cifra de entre 3.000-4.000 libras, hiso pensar que los rumores de que no podía confiarse en Marley eran ciertos. Chris sabía que iba a perder su dinero. Pero había aprendido a confiar en la gente fuerte, era la gente a la que se podía apoyar, y esa opinión al final sobre Marley fue la acertada. Por eso en el proceso de convertirse en leyendas del rock n’ roll, Bob Marley y los Wailers aseguraron un futuro al sello independiente de Blackwell. Aunque Blackwell no había oído de U2 antes de que firmaran en el sello, el contrato reflejaba la política que gobernaba Island; confiabas en tu gente, representabas a la gente, confiabas en las decisiones de ellos, tomabas el camino a largo plazo y dabas el tiempo para trabajar en ello. Rob Partridge y Bill Stewart, fueron los ejecutivos de Island primariamente responsables del contrato con U2. Los beneficios financieros de la banda eran mínimos, 50.000 libras de anticipo, la mayor parte de las cuales quedarían absorbidas por los costes de grabación. También estaba aquel crítico dinero de apoyo para la gira, que ascendía a otras 50.000 libras. Por parte de Island, las esperanzas se basaban en que, con el apoyo del sello, U2 despegara y se ganara a los fans fuera de Irlanda, se desarrollaran como músicos y letristas y a su debido tiempo llenaran todo su potencial con álbumes que vendieran millones. Justamente era la misma convicción con la que los miembros de U2 lo hacían todos juntos lo que atraía a Stewart y Partridge. En la era de los súper-grupos, músicos individuales de talento que se unían entre sí para formar soberbias bandas, había algo atractivo en una unión a la antigua usanza, un grupo que permanecía y se sentía unido, donde cuatro corazones latían como si fueran uno solo. En el contrato se aclaró que la CBS Irlanda seguiría distribuyendo los discos de U2 en Irlanda. Pero con el contrato con Island, la batalla de U2 se había trasladado a otros horizontes. Como tenían tres meses antes de empezar a grabar su primer álbum en Windmill Lane, en Dublín, iniciaron una larga gira por Gran Bretaña entre Mayo y Julio de 1980, para establecer un mercado para su álbum y además para promocionar «11 O’Clock, Tick Tock», su primer sencillo para Island, en el Reino Unido. El single fue grabado a finales de Abril y editado el 23 de Mayo con Eleven O`clock como cara A y Touch como cara B. Como Niall Shortall había quedado fuera del equipo tras el incidente de Londres. Paul intento persuadir a Joe O’Herlihy de que efectuara la gira por el Reino Unido con ellos, pero el precio no 106

Unforgettable Fire: La Historia de U2 era el adecuado para el técnico de sonido y fue contratado un equipo inglés. Por otra parte en Dublín, en la calle Grafton, Shortall estaba contando su versión de la pelea de Londres. Larry, afirmaba Niall, se había encaprichado con aquella provocativa chica. Y Bono con Edge, enarbolando sus biblias, habían subido las escaleras, habían abierto la puerta de su habitación de una patada y habían arrastrado a Lawrence y a la chica fuera de la cama. Niall comentaba que ellos leían constantemente la biblia y eran un latazo, según el dolido ingeniero de sonido. Esos rumores llegaron a oídos de McGuinness, que se apresuro a amenazar a Shortall con demandarle si seguía difundiendo rumores por la ciudad acerca de las creencias religiosas o la vida sexual de la banda. El grupo Shalom se había ido haciendo cada vez más importante en las vidas de Larry, Edge y Bono. Pod, Gavin y Guggi, Ali, Aislinn, Maeve O’Regan y Rene, la amiga de Gavin, eran también miembros de Shalom. Aceptaban la estructura bíblica de que «a menos que nazcas de nuevo por el agua y el espíritu no veras el Reino de los Cielos». Bono y Edge habían sido bautizados en el Espíritu Santo por inmersión en el mar. Las reuniones se habían trasladado ahora a una vieja casa en Templeogue. El grupo se reunía dos veces a la semana, y cada reunión duraba entre dos y tres horas. Empezaban con canciones, hermosas canciones evangélicas, y luego la gente discutía los valores expresados en la Biblia. En aquellas reuniones no había prédicas de fuego y azufre, y ninguna parafernalia simbólica. Las reuniones de Shalom eran, en relación con las ceremonias de la iglesia establecida, reales. Había espíritu de humildad, un sentido de Dios en la forma de la bondad presente. Dentro de aquella sencilla habitación delantera de casa de suburbio, las personas de todo tipo, de todos los estratos de la vida, hablaban de muchas de las debilidades, por culpa del duro mundo sin Dios de fuera y hallaban la forma y la protección en la gracia, o el espíritu, de Dios. Su palabra llegaba a través de la biblia y a veces en la forma de hablar en lenguaje antiguo y sentían un brotar consciente de las angustias y deseos más profundos sentidos por el espíritu humano. Hablar en lenguas antiguas era algo que se remontaba a los Apóstoles, que se decía que se hablaban así entre ellos para comunicarse y comunicar la palabra de Dios. Para los ostensiblemente fuertes y unidos jóvenes de muchos sectores que acudían a Templeogue, las reuniones conferían una sensación de bienestar espiritual mayor que cualquier otra cosa disponible en el mundo exterior. Aquella era esencialmente la sensación que debían hombres y mujeres cristianas y protestantes que obtenían de la autoridad de devoción allá donde existía. De hecho los Hindúes, budistas, o cualquiera de los muchos grupos religiosos que se reflejaban contemplativamente en un Dios que era bueno, justo y comprensible, debían alcanzar el mismo estado espiritual que experimentaban aquellos que asistían a las reuniones de Shalom. Para jóvenes fuertes y afortunados en tantos asuntos mundanos, las plegarias de aquellas reuniones permitían una sensación de humildad que resultaba clarificadora. El ego era sacrificable y la fuerza, la fortaleza mundana, compartida con aquellos que la necesitaban. Había una maravillosa igualdad espiritual. No te rechazaban aquellos mucho peor equipados para la batalla exterior, sino que compartías simpatía hacia ellos y les ofrecías apoyo y comprensión. La reunión terminaba con todos uniendo las manos y cantando, abrazándose, rompiendo las barreras que los separaban. La paz era el dividendo. Eso si, habían muchos grupos radicales cristianos en la ciudad, atrayendo un buen numero de los jóvenes más brillante y sensibles. En un mundo donde la vida familiar se estaba desintegrando, que se preocupaba por la marca de coche que conducías, el tipo de vacaciones en España que emprendías, un mundo de cadenas de fidelidad y televisores a color portátiles, donde la fidelidad sexual era un chiste, el cristianismo era un bálsamo para los espíritus más sensibles. Fuera, este tipo de cristianismo era objeto de burlas y como un fenómeno extraño. Dentro, parecía como una búsqueda de los vacios de igualdad, decencia, justicia y humildad que Cristo había proclamado en la Biblia. El que esas aspiraciones fueran consideradas necias a la comunidad en general no hacía 107

Unforgettable Fire: La Historia de U2 más que mostrar lo dañada que estaba la sociedad por la conducta de las iglesias establecidas, en conspiraciones y tratos políticos y hombres de negocios las había convertido en indignas de ser creídas como representantes de Dios de una manera mucho más seria habían situado los propios valores cristianos en una situación de desdén. Ese era el desafío para los cristianos en el grupo de Shalom: no te avergüences, proclama tus valores de tu fe, lee tu Biblia si deseas hacerlo, cuando quieras, donde quieras. Aquellas parecían una proposición razonable para Bono y los demás. Las biblias no eran nada nuevo en casa de Edge. Los Evans procedían de los valles galeses, donde el cristianismo evangelista era una tradición viva. Algunos de los familiares de Gwenda y Garvin eran evangelistas. Pese a las influencias hogareñas, Edge, un joven muy inteligente y racional, se mostraba profundamente escéptico respecto a cualquier tipo de religión organizada. Cuando tenía diez años, escapaba con sus compañeros a las tiendas los domingos por la mañana para evitar el asistir a misa en la iglesia de St Andrew. Era consciente de la naturaleza sectaria del catolicismo, pero no se hacía ilusiones respecto al ecumenismo de su propia iglesia Presbiteriana. Un incidente de su juventud permanecía vivo en el, alimentando sus dudas acerca de las religiones en general y de la suya en particular. Una dama católica del lugar llamada Chrissie ayudaba a Gwenda Evans en su casa, cuidando a veces de los niños cuando ella y Garvin estaban fuera. Cuando el abuelo de Edge murió, fue dicha una misa en St Andrew, a la que los Evans invitaron a Chrissie. Durante la comunión, la amiga de la familia fue desairada pública y embarazosamente por unos de los oficiantes. Edge se sintió profundamente avergonzado. Su primera aproximación a Shalom derivo más de la curiosidad que de una autentica convicción. Aislinn había acudido con él a la reunión, y no fue hasta que ella se unió al cristianismo que Edge respondió positivamente al despertar espiritual que sentía de una forma creciente. Bono se mostraba silencioso y reflexivo en las reuniones. Las reuniones para rezar no eran nada nuevo para él, pero la segunda vez que asistió a ellas comprendió mejor por qué necesitaba el espíritu de Dios. El cristianismo moderaba su furioso e inquisitivo ego, proporcionaba un foco a su enorme receptáculo de espiritualidad. Todas sus objeciones a las instituciones religiosas de su infancia, cuyos dogmas había separado a su familia cada domingo, quedaban resueltas por aquel simple concepto de la gente reuniéndose con Dios en una habitación delantera suburbana. «Allá donde dos o tres se reúnan en mi nombre, yo estoy presente», había afirmado Cristo. Eso era algo que nunca podías llegar a creer contemplando las divisiones entre las iglesias establecidas. Larry halló la paz tras la trágica muerte de Maureen. También halló una gran alegría en la sensación de comunidad generada por aquellas reuniones. Odiaba el ego, la figuración, el orgullo, tanto en sí mismo como en los demás. En Shalom no había nada de aquello. Larry era Larry, no el apuesto objeto sexual tras la batería. Larry Mullen Sr fue el primero en observar el cambio cuando Larry Jr dejó de asistir a misa y empezó a leer la Biblia en casa. Se preocupó. Dublín estaba lleno de sectas extremistas, los periódicos publicaban regularmente historias de hijos que abandonaban sus hogares para seguir algún culto esotérico. Pero Shalom no era nada de ese tipo. Larry Jr tranquilizó a su padre. -Vivo en la avenida Rosemount- se echó a reír -. No vas a librarte tan fácilmente de mí. The Village, Edge y Larry seguían riendo y bromeando, su carácter no cambiaba para convertirse en Santones. Pero moral y espiritualmente habían hallado un refugio. Bono había dejado de soñar despierto y de perseguir a las chicas guapas. Él y Ali se habían comprometido mas seriamente, y ella una muchacha tan hermosa como inteligente y sensible, se preocupaba por él, le guiaba a través del mundo real de las comidas, las llaves de la casa, el dinero, la ropa y todas esas cosas que él era incapaz de hacer por sí mismo. Bono era inigualable en el escenario y en su fértil imaginación, que estaba permanentemente sobrecargada con ideas e imágenes de música y canciones. La amistad de Edge y Aislinn también se había hecho más profunda. Estaban 108

Unforgettable Fire: La Historia de U2 enamorados, y también se habían prometido para algo mas serio en un futuro cercano. Larry y Ann seguían siendo buenos amigos. Eran chicos decentes que ahora sabían que era importante continuar así. Y cuales podían ser las consecuencias si no lo hacían. Aquel desarrollo espiritual corría paralelo a la causa de U2. Se llevaron sus Biblias a la gira veraniega por el Reino Unido, y las leían durante el día, y celebraban reuniones para rezar en las habitaciones de los hoteles. Había una responsabilidad de infundir a tu vida y tu trabajo valores cristianos. No era para ti el evangelizar o proclamar tus creencias en voz demasiado alta, pero tampoco tenías que negar tu fe, ocultarla de aquellos con quienes entrabas en contacto. Tenían veinte años, la misma edad o a veces más jóvenes que el resto del grupo constituyente del rock n’ roll. Sus valores no eran considerados normales en la música rock. Hombres jóvenes recientemente famosos, con dinero en el bolsillo, se habían dedicado tradicional y muy comprensiblemente a los placeres de la carne que abundaban en torno a los héroes del rock n’ roll. A veces nadie resultaba herido. A veces se abusaba salvajemente de las chicas o se aprovechaba de ellas. A veces, mucho más de lo que se creía normalmente, era el ídolo del rock el que resultaba destruido por la indulgencia y los excesos. «No te hace feliz», podría haber sido el epitafio de los héroes saciados de sexo, alcohol y drogas que se habían perdido entre los deleites carnales de Ser Una Estrella De Rock. Nadie se reía de ellos. Nadie que conociera a U2 se reía tampoco. Muchos que habían oído de segunda mano su cristianismo se burlaban de la noción de unos rockeros espirituales interpretando un rock n’ roll espiritual. Pero en torno a la banda se sabía la realidad: Edge, Bono y Larry no habían cambiado, y seguían siendo respetados por lo que eran…, músicos. Su fe era asunto suyo. Adam había asistido a un par de reuniones, pero aquello no era para él. Era un joven elegante con unos modales tranquilos y simpáticos fuera de escena. Sus gestos en diversiones después de los conciertos eran más tradicionales que los de sus colegas de U2. Adam y Paul se sentían muy unidos, y acudían a bares y clubs a tomar unas copas después de la actuación. A Adam le gustaban las chicas y se lo pasaba todo lo bien que podía. Normalmente dormía hasta tarde el día siguiente, despertándose “a veces” en su propia cama. Sabía que los otros desaprovechaban aquello, pero no hacía nada malo y no causaba ningún problema en lo que a su trabajo se refería. La vida privada de cada cual era cosa suya. Paul McGuinness había aprendido muchas lecciones durante sus dos años en el mundo del rock n’ roll. La más importante se refería a la gente. Se había visto desengañado por editores musicales, compañías de discos, promotores y equipos, bajo la idea generalizada de que tienes que hacerlo de este modo para poder seguir adelante. Había encontrado aquello ofensivo, para él y para su banda, y era desesperanzador. Pero la gente de Island se había mostrado más tranquilizadora. Eran personas con ética, y la aplicaban al mundo del rock n’ roll. Había honorabilidad y un compromiso a objetivos a largo plazo en un negocio que ofrecía seductoras alternativas. Durante la primera reunión de Paul con Chris Blackwell, cada uno se había sentido tranquilizado por el profesionalismo y la falta de exageraciones del otro cuando se había tratado de hablar de rock n’ roll. Compartían unos antecedentes similares -entorno familiar y escuela privada-, así como una aversión a los tratos sucios y un respeto a los artistas que dependían de ellos. Eran buena gente en todos los aspectos, reflexionó McGuinness, a menudo cerca de la cima, sin aceptar cosas que no les convencieran enteramente, listos, duros, conscientes de que en definitiva el jugar sucio no compensaba. Tenían clase. Y a veces la gente también se reía de eso. McGuinness pensaba ahora en América, el terreno de prueba definitivo para U2. Blackwell sugirió que Paul hablara con Frank Barsalona, que dirigía Premier Talent en Nueva York. Premier no era la mayor agencia de contrataciones en los Estados Unidos, pero, con su pequeña y selecta clientela, Barsalona se situaba entre las más prestigiosas. The Who y Bruce Springsteen se contaba entre sus 109

Unforgettable Fire: La Historia de U2 presentados. Blackwell era vecino de Barsalona en Nassau, en las Bahamas, donde ambos tenían casa de veraneo. Le enviaría a Frank una cinta de U2, prometió a Paul. El resto corría por su cuenta. Paul voló a Nueva York, telefoneó a Barsalona y concertó una entrevista. Era el 10 de agosto de 1980. Aquella noche Philip McGuinness murió de un ataque al corazón. Impresionado, porque no estaba enfermo y gozaba siempre de buena salud, se sintió desolado, y por lo mismo Paul voló de vuelta a Dublín sin haber visto a Barsalona. Steve Lillywhite llegó a Dublín a principios de Agosto para producir el primer álbum de U2. Steve tenía veinticinco años y una creciente reputación en Londres. Había trabajado para Island Records como productor de plantilla antes de establecerse por su cuenta. Había conseguido algunos éxitos menores en las listas con Ultravox, Eddie y los Hot Rods, además de Siouxsie y los Banchees. Sentía que U2 eran grandes, no grandes intérpretes, pero había en ellos una agradable tosquedad, y su sonido original era bueno. Por primera vez en su vida, Steve Lillywhite era la persona más de edad entre las participantes en un proyecto, un amistoso hermano mayor. Decidieron hacer un sencillo, «A Day Without Me», para ver cómo iban las cosas en el estudio. Si todo iba bien, Lillywhite produciría su primer álbum. El single salió a la calle a finales de Agosto y como cara B la canción Things to Make and Do, que era una canción instrumental ya que Bono no sentía que podía aportar con letras esas interpretación. «A Day Without Me» trataba del suicidio, un emotivo recordatorio de las circunstancias que habían motivado a que Lillywhite estuviera presente en Windmill. Martin Hannett, que había producido «11 O’Clock, Tick Tock», tenía que producir aquel álbum pero se había retirado cuando el cantante Ian Curtis, de Joy Division, una banda con la que había grabado muchos discos, se había suicidado. U2 y Lillywhite trabajaron bien juntos. Odió el sencillo, pero le encantó la banda por su apetito a aprender y actitud para el trabajo. Bono era el que empujaba a los demás, incluso a él mismo. Sin embargo, era vulnerable, y se preocupaba terriblemente por la letra, que Lillywhite descubrió con sorpresa que aún no estaban escritas. Todo lo que tenía Bono eran temas, imágenes, sonidos y trozos de papel con estrofas embarulladas garabateadas en ellos. Edge era la fuerza musical conductora, decidió Steve. Intenso y confiado en sí mismo, Edge podía pasar horas luchando con los sonidos y, una vez conseguido lo que buscaba, tocarlo solo en cinco minutos. Era, pensó Lillywhite, un 20 por cierto guitarrista, un 80 por ciento un brillante ingeniero. Larry era imaginativo y estaba decidido a conseguir lo que quería. Había mejores que él en la técnica, pero era el adecuado para U2, jugando con la música, haciendo que la batería sonara tan distintiva como el sonido general de la banda. Adam era musicalmente el más inocente. Su problema era la confianza. Podía ser bueno a nivel técnico, pero muy malo si su confianza le abandonaba. En Boy, que como fue llamado provisionalmente el álbum, Lillywhite animó a Adam, alimentando la autoconfianza en el bajo. Hicieron multitud de mezclas en el álbum produciendo sonidos extraordinarios que, creía Lillywhite, funcionaban realmente bien. Adam y Steve, tallados por el mismo inteligente, divertido y modesto patrón, se hicieron muy amigos durante la confección del álbum. Trabajando con una joven banda aún no promocionada en su primer álbum, Steve hubiera podido permitirse el lujo de ir en busca de un sonido Lillywhite. En vez de ello fue generoso y perceptivo, identificando sus puntos fuertes, disimulando sus débiles. El resultado fue un soberbio primer álbum lleno de ideas, sonidos e imágenes únicas de aquellos cuatro jóvenes, auténticos y reales en una forma que raras veces lo había sido antes del rock n’ rock, que es una mezcla abstracta de imágenes, sonidos y arte de la actuación, y resultaba más fácil cuando comprendías de dónde procedían los cuatro jóvenes que hicieron Boy. 110

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Los sentimientos y emociones expresados en Boy reflejan las pasiones y la confusión adolescente de aquellos jóvenes y de otros de su generación que crecieron en Dublín entre 1960 y 1980. En «Twilight», Bono se enfrenta al miedo, la maravilla y la confusión de la sexualidad adolescente: Mi cuerpo crece y crece, me asusta, ¿sabes? Un viejo intentó llevarme a casa, Creo que debió darse cuenta. Crepúsculo… perdí mi camino. Crepúsculo… no puedo encontrar mi camino. (En las sombras el Muchacho encuentra al hombre) Y más tarde agrega: Corro en la lluvia, Me siento atrapado en un juego de última hora de la noche. Eso es todo, eso es todas las cosas, Estoy empapado hasta la médula. Esa extraña y triste canción que parece referirse a un encuentro sexual entre un muchacho y un viejo aparecía en la cara B del segundo sencillo de U2, «Another Day», y mantiene un lugar en el álbum Boy. «Out of Control» y «A Day Without Me» reflejan la muerte, y en el caso de «A Day Without Me» el suicidio. «I Will Follow» fue seleccionada como el sencillo de lanzamiento de Boy. La letra de esta inspirada canción de rock n’ roll puede ser tomada como una declaración de la intención del autor de seguir sus inclinaciones espirituales o, quizá más exactamente en este caso, como una expresión de lamento por el tiempo perdido cuando Iris Hewson estaba viva. Ella había seguido dándole incondicionalmente su amor, pese a su preocupación por la vida fuera del hogar. Un muchacho se esfuerza por ser un hombre, Su madre le toma de la mano. Si se para a pensar, Empieza a llorar. Oh, ¿por qué? Si te marchas, te marchas, yo te seguiré. Si te marchas, te marchas, yo te seguiré. Cuando él se había alejado de Iris, ella le había seguido. El amor a Dios era también incondicional. Los versos que cierran la canción hablan de pesar: Estaba ciego, no podía ver, Y optimismo: Estaba perdido, he sido encontrado. La esperanza de que el cristianismo pudiera proporcionar la tranquilidad perdida cuando murió su madre, y la decisión de que esta nueva fuente de paz no debía ser dada por segura, brillan a través de toda la canción cuando la letra de Bono es comparada con su experiencia. 111

Unforgettable Fire: La Historia de U2 El optimismo se halla más rutilantemente expresado en la música que Edge creó para dar expresión a las imágenes. La colaboración entre Bono, el poeta-pintor-inventor de imágenes, y Edge, que podía hallar un sonido que diese expresión musical a las ideas que Bono traía al estudio, forman el núcleo del rock n’ roll de U2. Bono llegaba al ensayo en la Little Gingerbread House con ideas, imágenes y canciones a medio completadas golpeando en su cabeza. La casa que habían bautizado como la Little Gingerbread House, la Pequeña Casa Cursi, era una destartalada casa de guardabarreras junto al cementerio de Balgriffiram donde estaba enterrada Iris Hewson. Trabajando duramente durante todo Agosto de 1980, a lo largo de días y días en la Gingerbread House, U2 se descubrió y definió como una banda de rock n’ roll única. Aunque a otro nivel las relaciones públicas y el marketing de U2 funcionaban soberbiamente, cuando se trataba de música y de actuaciones en directo la meta era comunicar a aquellos que escuchaban una sensación de las experiencias que ellos habían tenido. El Boy, el Muchacho, era Paul Hewson, pero no exclusivamente él, porque Bono era demasiado el artista, el comunicador, el camaleón, para confinar la historia a su propia e incompleta vida personal. Boy era cualquiera hombre o mujer, que se hiciera preguntas, temiera, se sintiera confuso o alienado, y deseara compartir esas emociones. Lo que interpretaba U2 era emociones profundamente sentidas y de amplio espectro, antes que ideas políticas o comentarios sociales o el otro común denominador tradicional del rock n’ roll, la frustración sexual. El Boy era Adam el encantador alumno rebelde. El Boy era Dave Evans, el inhibido, decidido, inteligente joven de catorce años ansioso de dejar una huella en Mount Temple. El Boy era también Larry, sincero, decidido a hacer las cosas a su manera, amable, inocente pero listo, con un sistema de radar diseñado para detectar falsedades debajo del exterior joven agradable. El Boy fue Bobby e Iris, Maeve y Ali, The Village, Castle Park y St Columba’s, las clases corales renacentistas de Albert Bradshaw en Mount Temple, La Galería, la muerte de Maureen Mullen, los fracasos, éxitos y medios realizados temores y sueños de cuatro dublineses de veinte años de los suburbios del Lado Norte…, todo aquello estaba en el álbum Boy. Por eso fueron necesarios veinte años para que existiera. Producir a U2 fue un trabajo duro para Steve Lillywhite. Estaba muy lejos de la superficialidad de los estudios londinenses en los que había trabajado hasta entonces. Como unidad, U2 subvaloraban totalmente su propia habilidad. Se perdían lo que Lillywhite podía ver, la frescura de actitudes y la originalidad del material que traían a Windmill Lane desde Gingerbread House. No tenían nada con lo que medirse, y les quedaba un largo camino por recorrer antes de convertirse en una gran banda de rock. Pero U2 eran una unidad, con una mezcla única de dones personales y musicales que era rara en la experiencia del productor. Steve Lillywhite no era un hombre dado a las alharacas, pero pese a todo pensaba que U2 podía convertirse en una banda importante en los 80. La reacción de la crítica a Boy fue sorprendente cuando fue lanzado el 20 de Octubre. En Londres, Melody Maker la alabó de forma delirante: «Las actuaciones en directo de U2 han alzado las expectativas de su audiencia a lo que debió parecer alturas imposibles, pero no sólo han alcanzado la cúspide en éste su primer álbum, sino que se han situado por encima de ella». Dado que incluso la propia banda se había dado cuenta de que el impacto de su música en directo era imposible de ser capturado en disco, esto por parte de Melody Maker, era una autentica alabanza. Otros respetados críticos de rock compararon a Boy con los mejores primeros álbumes de todos los tiempos, de artistas tales como Patti Smith, Roxy Music y los Velvet Underground. Esta última comparación era especialmente agradable porque Lou Reed, el cantante de Velvet Underground, era uno de los pocos héroes de rock n’ roll de Bono. La única reacción negativa a Boy no tenía nada que ver con la música o la banda, pero revelo mucho acerca del mundo en el que estaban irrumpiendo a finales de 1980. Steve Averill, su antiguo mentor del nombre U2 de los días de la 112

Unforgettable Fire: La Historia de U2 calle Grafton, fue elegido para diseñar la portada del álbum. La banda deseaba retratar la inocencia, y junto con Averill eligieron al hermano menor de Guggi, Peter Rowen, como el símbolo que deseaban. Peter, o Radar como era conocido en The Village, era un apuesto muchachito de unos siete años. La portada de Boy lo mostraba solo, desnudo de cintura para arriba, mirando intensamente a la cámara. No había en ella ninguna mención de U2 o del título del álbum, Boy. Aquella era una arriesgada jugada comercial para una banda que hacía su debut, tomada sobre la base del decidido esfuerzo de comunicar el significado esencial de Boy. La contraportada llevaba el slogan U2 en un tipo de letra reducido en la parte superior, sobre cuatro taciturnas fotografías de Bono, Adam, Edge y Larry. Peter en el interior del disco, domina de nuevo con su imagen, en una pose que expresa maravilla. Algunas reacciones en los Estados Unidos sugirieron que U2 estaba rindiendo tributo a los pedófilos, la nueva moda en desviaciones sexuales en América. Las afirmaciones de que el álbum había hecho furor en los clubs gays de San Francisco cuando fue lanzado en los Estados Unidos a principios de 1981 se añadió a la controversia. El hecho era que Peter también había aparecido también en la portada del primer single. El U2 Three lanzado un año antes no había causado ninguna reacción cuando fue comercializado por CBS Irlanda. -Lo pusimos en la cubierta porque es un chico tremendamente listo. Y a veces me pregunto cuál será su futuro…, y me preguntó cuál será el nuestro – explicó Bono cuando se enfrentó con la teoría de la pedofilia. De todos modos, Warner Brothers, que había llegado a un acuerdo con Island para lanzar Boy en los Estados Unidos, cambió la portada para su mercado. Frank Barsalona había conocido a gran número de managers de bandas de rock. Muchos de ellos eran un problema. Algunos tenían sus egos hinchados por el éxito de sus bandas. Habían alcanzado la época dorada y querían ser el centro de todos los focos. Otros estaban robando a sus bandas. Y no pocos intentaban robarle a él. Los británicos eran a menudo los peores. Venían a los Estados Unidos en plan agresivo, hediendo con el esnobismo que caracterizaba las actitudes británicas hacia el Nuevo Mundo. No deseaban saber nada acerca del mundo del rock n’ roll en los Estados Unidos, que eran enormemente distinto e infinitamente más complejo que en Inglaterra. América era la máquina de hacer dinero, y venían a por su parte. Barsalona era inteligente y avezado y los veía venir desde un kilometro de distancia. Se había enfrentado a la locura de los años 60, a los excesos de los 70, había trabajado con éxito con los mejores, y las paredes de su oficina en Nueva York en la parte superior de un rascacielos de la Tercera Avenida estaban alineadas con discos de oro y fotografías dedicadas con frases halagadoras de leyendas como The Who, Springsteen y los Rolling Stones. Si eras listo no te metías con Frank. Sólo que la mayoría de los managers de rock n’ roll creían que ellos eran aún más listos. Había mil formas distintas de fanfarronear en el rock n’ roll americano, y Frank Barsalona las conocía todas, las había visto un millar de veces. En la mayoría de los casos era algo que tenía que ver con la creencia de que había dinero rápido y fácil de ganar y con la ansiosa impaciencia de meter todos los dólares en el bolsillo del manager tan rápido como fuera posible. A Barsalona le gustó Paul McGuinness cuando finalmente se entrevistaron en Octubre de 1980. Paul declaró su ignorancia sobre la escena americana y su disposición de aprender de ella todo lo que fuera posible. Hablaron constantemente acerca de lo que era mejor para U2 artísticamente antes que financieramente. Estaban, le dijo a Barsalona dispuestos a trabajar tanto tiempo como fuera necesario para conseguirles un público americano. U2 empezarían allí del modo que Barsalona sugiriera. Estaba previsto que Boy apareciera en los Estados Unidos en Enero de 1981. ¿Por qué no hacer una corta gira de introducción de diez días en diciembre, y luego un asalto importante desde Marzo a Mayo del otro año?, propuso Frank. Su idea fue aceptada. U2 era una banda pequeña para aspirar a que la agencia de Barsalona se ocupara de ella, pero, como Blackwell, Frank estaba lo suficientemente seguro de sí mismo y era lo bastante 113

Unforgettable Fire: La Historia de U2 experimentado como para apoyar a la gente que creía interesante, y aquellos muchachos irlandeses, con su inteligente y civilizado manager, parecían correctos después de veintitantos años en el negocio, Frank estaba cansado de drogados, maniacos del ego y gente que no tenía más que pose. Era un hombre normal, le gustaba el beisbol, le encantaba ir a cenar con amigos a los buenos restaurantes de Nueva York, y ya no necesitaba aquella mierda psicodélica. Los tiempos habían cambiado. Los años 80 serian una época de cordura, esperaba. Con el apoyo de Premier Talent, U2 se había movido, en cuestión de 12 meses, del circuito de Baggot-McGonagles al más duro desafío del rock n’ roll del mundo. Barsalona no iba a hacer nada por ellos, pero dejaría que lo hicieran todo por sí mismos. Empezarían desde el fondo, en teatros pequeños como el Penny Arcade en Rochester, Nueva York. Y el Penny Arcade estaba todo lo lejos que podías llegar a imaginar del Madison Square Garden. Paul McGuinness y la banda nunca habían olvidado a Joe O’Herlihy, el bajo y robusto técnico del Arcadia en Cork, con su buen sonido y sus enfoques profesionales. Desde entonces había trabajado esporádicamente para ellos, siempre sobre la base de que le contrataban a él y su sistema de sonido. Ahora Joe se había establecido ahora por su cuenta. Su negocio era el sistema de sonido: allí donde iba éste, iba él. Ahora McGuinness propuso a Joe que fuera con ellos a América y se encargara del sonido de U2. McGuinness comprendía el valor de los profesionales que primero hacían el trabajo y luego explicaban los problemas. Paul reconocía la calidad en Joe O’Herlihy, un tipo que sabía por dónde andaba. Joe O’Herlihy solo tenía veinticuatro años, era muy joven, pero había visto y vivido el mundo del rock n’ roll desde dentro. No era un rockero provinciano haciendo unos cuantos bolos con su sistema de sonido. Ya había recorrido el camino que ahora iba a emprender U2. Conocía los Estados Unidos y cualquier otro territorio donde el rock fuera tocado en directo. Conocía los golpes, los problemas, los peligros de la vida en la carretera. Sabia cual era el precio, y lo que costaba. Joe nació en abril de 1954 en St Anne’s Park, en Montenotte, un barrio de Cork. Fue a la escuela al Mardyke, en St Joseph’s, y de allí a la escuela secundaria del North Mall. Era un buen deportista, pero también estaba interesado en la música. Rory Gallagher era el héroe local que inspiraba a los chicos de Cork a tomar sus guitarras y empezar a formar grupos a finales de los años 60 y principios de los 70. Simbolizaba el rock n’ roll como una vía de escape. Tras actuar en el festival de rock de la isla Wight con Jimmi Hendrix y los Doors, Rory Gallagher Band realizó con éxito una serie de giras por todo el mundo. Todas las navidades, Rory volvía a casa para tocar durante una serie de fechas por toda Irlanda. Y en vez de traer bandas de tercera división del Reino Unido, Gallagher siempre buscaba a bandas locales como teloneros para sus actuaciones irlandesas. La banda de Cork, Sleepy Hollow, fue elegida para este honor durante cuatro años consecutivos, de 1970 a 1974. Joe O’Herlihy, que por aquel entonces se aproximaba a la veintena, formaba parte del equipo técnico de la Sleepy Hollow. Y se sentía feliz. Escuchaba las historias que contaban los miembros del equipo de Rory acerca de las megas actuaciones ante 50.000 personas, en ese o ese otro país extranjero. Era otro mundo, pero Joe se sentía conectado a él. Se había visto obligado a trabajar durante seis meses en los almacenes Roches en Cork como chico de los recados, y había empezando a remolonear en torno a una tienda de música, Crowley’s, en el Merchant’s Quay. No tenía dinero, simplemente sentía curiosidad, obsesionado por los instrumentos, guitarras, baterías y teclados que se hallaban hipnóticamente expuestos allí. Entraba casi cada día, volviendo loco al propietario, Michael Crowley, con sus peticiones de demostraciones y explicaciones acerca de la última guitarra o elemento de percusión. Cuando Crowley’s se trasladó a la calle McCurtain, Michael Crowley le ofreció a Joe un trabajo de ayudante, en el sentido más general del término. A 114

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Joe simplemente le encantaba tocar las nuevas guitarras, cogerlas, sentir las notas brotar de aquel objeto inanimado. Se imaginaba a sí mismo con una de ellas apoyada sobre su cadera en el Madison Square Garden (o incluso en el Crystal Palace). Aprendió a afinar la guitarra baja y acerca de los teclados y otros instrumentos de rock n’ roll en Crowley’s. Para cualquier banda de Rock era un valioso miembro de equipo por experiencia, que aplicaba entusiásticamente a su trabajo de todas las noches. Se casó con Marion, su amor de la niñez, cuando tenía dieciocho años, y era un itinerante arrastrado por un sueño inspirado en Rory Gallagher. Gallagher quedó tan contento con los chicos de Sleepy Hollow que se los llevo consigo a Inglaterra para preparar una cinta de demostración, y para que le hicieran de teloneros en sus cuatro noches en Marquee Club el fin de semana de Pascua de 1973. Y después de eso, les preparo una gira por universidades. Era tiempo de decisiones para el recién casado Joe. Michael Crowley había sido muy bueno con el joven de pelo largo, pero no podía mantener el puesto de Joe vacio por un par de meses mientras él hacía la gira por las universidades inglesas. Joe eligió Sleepy Hollow y la gira organizada por Rory. Justo en esa época uno de los miembros del equipo de Gallagher sufrió una apendicitis, dejando un hueco en el equipo técnico en el momento de su vuelta al Marquee. Joe, el siempre activo, el consciente colaborador de Sleepy Hollow y le ofrecieron ocupar momentáneamente aquel puesto en la banda de Gallagher. Lo pensó… diez segundos. Y vio la oportunidad mirándole cara a cara. Y dio más de lo que le pedían y aún más de lo que le correspondía. Si alguien le pedía lame este culo lo lamia, y sonreía mientras lo estaba haciendo. Y luego preguntaba si había alguna otra cosa que pudiera hacer. Joe sobrevivió a la jungla de los Back Stage y prosperó. Trabajo en una importante gira por la Isla Irlandesa con la banda de Rory Gallagher, cuatro noches en el Stadium en Dublín, tres en Galway, tres en el City Hall en Cork, terminando con cuatro noches en el Ulster Hall de Belfast. Joe volvió junto a Marion para las más felices Navidades de su vida. Todos los antiguos amigos en Cork le palmearon la espalda, mirándole con osadía el bolsillo trasero de sus Levis, donde mostraba lo que había ganado y con lo que formaba un pequeño y orgulloso bulto. El 5 de enero de 1974, Donal Gallagher, el hermano y manager llamó a casa de Joe para decirle que había una oportunidad para la organización de Gallagher. Joe podía encargarse de la «línea de fondo», propuso Donal. Encargarse de la línea de fondo significaba preparar los instrumentos de la banda –guitarra, batería y piano- en el escenario antes de que ellos salieran a escena. Los afinabas, y te asegurabas de que estuvieran todos a punto para cuando la banda apareciera. También te encargabas de retirarlos y guardarlos después, y eran tu responsabilidad hasta la noche siguiente. Joe acepto de inmediato. Cogió su pasaporte, beso a Marion y a Mark, el bebé recién nacido, les dijo adiós, y al cabo de pocos días estaba en la carretera camino a Reino Unido, Europa, América, Australia, Nueva Zelanda y Japón. Desde 1974 a 1978 Joe dio la vuelta al mundo varias veces con la Gallagher Band. La banda de Gallagher tenía una organización muy profesional. Él, su hermano, la banda y su equipo de cinco hombres se lo pasaron en grande. A medias se tomaban unas cervezas y se divertían un poco después de una buena actuación. Pero no eran los excesos del rock n’ roll, nada de ir por ahí de cabeza día y noche y nada de orgías sexuales. Estabas en la carretera para trabajar. Si se presentaba algún problema, Rory era el que daba la cara y el que sufría las consecuencias al final del día. Joe era el hombre para todo. Primero resolvía los problemas, luego decía a Rory o Donal lo que hubiera podido pasar. Era extremadamente listo, captaba inmediatamente todo lo que ocurría a su alrededor. Trabajaba cuarenta y ocho horas al día, catorce días a la semana. Para Rory Gallagher, Joe no tenía precio. Al cabo de dos años Joe había sido promovido a ingeniero supervisor. El rock estaba adquiriendo constantemente nueva tecnología. Los nuevos sistemas de sonido eran sofisticados, poderosos, pero inútiles en manos equivocadas. Gallagher era conservador en sus actitudes. Era un brillante guitarrista, llevaba tocando durante casi quince 115

Unforgettable Fire: La Historia de U2 años, y no estaba seguro de necesitar el material que no dejaba de llegar, aún envuelto en plástico. Cada nueva pieza de equipo llegaba con un agente de la compañía vendedora. Joe utilizaba su considerable ingenio de Cork para charlar con el hombre y extraerle toda la información que necesitaba. Al cabo de uno o dos días sabía lo suficiente como para explicarle a Rory las nuevas ventajas del equipo. En 1977, Joe tenía el trabajo que realmente deseaba, ingeniero escénico de Rory a cargo del sonido. Había recorrido un largo camino desde Cork. A los veintitrés años era un profesional del rock n’ roll, responsable, eficiente, ambicioso, un hombre infinitamente distinto del incompetente miembro del equipo clásico de la tradición del rock. Como ingeniero escénico era responsable de casi todo lo que tenía que ver con la actuación. Cada lugar era distinto, tenía sus propias peculiaridades que afectaban el trabajo de Joe. A los promotores les importaba un cuerno Joe, Rory Gallagher o el hombre de la luna. Aquí tienes tu escritorio, ponte a trabajar. Si deseabas cambiar algo o ajustarlo para que encajara con la actuación, podían ponerse como locos. Nadie lo ha querido nunca de ese modo, te decían, siempre lo hemos hecho así. Joe tenía que persuadirles, a veces incluso engañarles, para conseguirlo como él quería. Y podía hacer ambas cosas. La novedad de la vida en la carretera empezó a palidecer al cabo de dos o tres años. Cuanto más tiempo estaba Joe «fuera», más echaba en falta a Marion y los dos chicos que tenían ahora. Los veía tres meses al año, un mes ahora y otro después, entre giras. Era demasiado poco. Durante todos aquellos años en la carretera, Joe había estado maquinando un plan. Constantemente había bandas que empezaban en Cork, sin nada excepto guitarras, una batería y un amplificador básico. Su idea era proporcionar el sistema de sonido a tales bandas, alquilarles micrófonos, monitores, altavoces y columnas de sonido de la mejor calidad. Durante todo el tiempo que estaban de gira, Joe mantenía los ojos abiertos en busca de elementos. Un micrófono que costaba 120 libras en casa, si podías conseguirlo, se hallaba fácilmente por 20 libras en una casa de empeños en San Francisco. Lo compraba. Al cabo de un par de años tenía un par de sistemas de sonido de muy alta calidad en su casa en Cork. Ya estaba preparado para abandonar las giras. En septiembre de 1978, Joe volvió definitivamente a casa. Se metió directamente en el negocio, con el equipo suficiente para servir a dos bandas al mismo tiempo, y empleó a dos amigos de la escena de Cork para que le ayudaran, Tim Buckley y Tom Mullally. El sindicato de estudiantes del University College de Cork ofrecía actuaciones en el Arcadia Ballroom. Podía llegar a haber cinco bandas en una sesión. La mayoría de las bandas no sabían distinguir su culo de su codo o, como decía Joe, «un enchufe de una lata de cerveza». Sin embargo, el entrenamiento de Joe con Rory Gallagher había instalado en él valores que ahora no podía ignorar. En lo que se refería a él mismo, Timmy, Tom, y otros como Sammy O’Sullivan o John O’Sullivan, la política comercial de O’Herlihy decía: No importa que la banda sea peor que un grano en el culo, haz todo lo que sepas por ella. Ellos han contratado nuestro material, pagan nuestro sueldo. El rock punk estaba de moda y en el escenario se veían las cosas más asombrosas, pero que los jodan a todos, estamos metidos en el negocio. Cuando Joe conoció por primera vez a Paul McGuinness vio un joven inteligente salir de sus profundidades. Era en 1978, McGuinness estaba aprendiendo, conocer a U2 había tenido algo pero aún no sabía exactamente lo que era. Joe pensaba que el punk era pura basura, un desecho, no podía creer en él. Él había sido educado en el blues, que era autentica música. Cualquier cosa fuera del blues era basura, mierda, lo que quisieras llamarlo…, todo excepto música. Joe creía saberlo muy bien, una noción confirmada por las estrellas del punk con las que estaba trabajando ahora. Pero U2 eran distintos. La mayoría de las bandas que no sabían nada no deseaban saber nada. Ellos sí. Deseaban saberlo todo. ¿Por qué esto, por que aquello, puedes probar esto, eso o lo otro? A U2 les importaba también el público de Cork, les importaba realmente. Pero fue Edge quien más fascinó a Joe. Tras las giras con Rory, las guitarras eran lo suyo. Edge experimentaba 116

Unforgettable Fire: La Historia de U2 con ecos. El sonido era algo con lo que Joe no había experimentado antes. ¿Cómo podía usarlo en el contexto de lo que le habían enseñado? La forma como funcionaba el rock n’ roll tal como Joe lo conocía, la forma que había aprendido a hacer que sonara para una banda, consistía en colocar la batería y la guitarra baja -los músculos de la banda – en primer lugar, y luego colorearlas con la guitarra solista y la voz. No podías hacer esto con U2. La guitarra de Edge era el sonido básico. Joe tuvo que trabajar duro para comprender lo que estaba ocurriendo. Fue una «patada en el trasero», como lo expresó el mismo, pero algo nuevo siempre disparaba el botón de adelante en él, así que recogió el guante y aceptó el desafío que le impuso Edge. Había algo increíble allí, un desarrollo en el sonido de la guitarra tan revolucionario como la primera vez que Hank Marvin de los Shadows utilizó los ecos, o los experimentos de Dave Gilmour de Pink Floyd. Gilmour podía usar sus experimentos con los ecos en una de cada cuatro canciones. Edge los utilizaba en TODAS. Y no era un experimento. Era el sonido U2. Era el método del tanteo, pensó Joe, pero no le cabía ninguna duda de que se estaba produciendo un nuevo y espectacular avance en el sonido. Edge no era un virtuoso con su instrumento, sino un mago tecnológico. Podía tocar una nota y, debido a la forma en que colocaba las cajas, obtener una reverberación de seis notas. La tarea de Joe era integrar este nuevo sonido en sus viejos sistemas. Trabajó duro, rascándose mucho la cabeza por todos lados. Joe trabajo para U2, o mejor dicho, les alquiló su sistema de sonido, ocasionalmente durante los siguientes dos años. Ellos sabían que era el mejor, pero no podían permitirse el contratarlo de forma permanente hasta que se hubiese firmado el contrato con Island y cuando Boy hubiese salido a la calle. Entonces, Paul McGuinness se lo planteó claramente a Joe. Delineó la estrategia, prometió que iba a ser duro durante unos cuantos años, y le ofreció a Joe el trabajo de ingeniero escénico, empezando en diciembre de 1980 con una gira corta de diez días por los Estados Unidos. O’Herlihy aceptó. Se sentía excitado con U2, respetaba la forma como trabajaban y, qué demonios, podía seguir manteniendo Sound Systems Ltda en Cork con Tommy Buckley a cargo de todo. Mientras el avión descendía trazando círculos sobre Nueva York, las imágenes, mitos y leyendas de América ascendieron a su encuentro. Elvis, los Kennedy, Muhhamad Ali, Martin Luther King, Hollywood, Sinatra, John Wayne, Buddy Holly, Nixon, los policías de Nueva York, el Ratón Mickey, muerte, tragedia y gloria a una escala inimaginable, si no inimaginada por los cuatro jóvenes de Dublín a bordo del reactor de la Aer Lingus. América era un filme que pasaba por la imaginación de todos, por todas partes. Una fantasía, una pesadilla, un sueño, un lugar cuya cultura, mito, leyenda, político y gente conocías o creías conocer mejor – mucho mejor – que los tuyos propios. Los muchachos sintieron un vuelco en el estomago, se les puso la piel de gallina, se notaron excitados y temerosos. A medida que te acercabas al Aeropuerto Kennedy, mirabas hacia abajo y sabías que en aquellas calles, ahora claramente visibles, vivían, caminaban y cenaban en restaurantes italianos y delis judíos, Mailer y Woody Allen. Conocías los chistes, las peculiaridades de Brooklyn, el Bronx y Greenwich Village, donde Andy Warhol tenía su factoría y donde Velvet Underground habían conseguido el éxito. Cuando el aparato golpeaba la pista, inspirabas profundamente, te recomponías y sonreías a tu compañero. -Bien, ya estamos-. Pero la inmigración y aduana de Estados Unidos te despoja de todas estas románticas nociones. El Ritz era un salón de baile en la ciudad de Nueva York. Frank Barsalona había tenido que hacer un poco de presión con el propietario para poner a U2 en el programa del viernes, la noche del debut en Estados Unidos de U2. Ese viernes 06 de Diciembre era la típica noche de baile, y no habría un público para U2. La gente esperaba una banda con la que pudiera bailar como todos los viernes. -Pero si lo necesitas, Frank, tuyo es-. 117

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Barsalona llevó consigo a un pequeño grupo del medio musical para que viera el nuevo cliente de Premier. Bárbara Skydell, la ayudanta de Frank en Premier, lo acompañaba, junto con algunos representantes de Warner Brothers. Cuando ocuparon sus lugares reservados para los VIPs en el anfiteatro, el salón estaba vacío en sus tres cuartas partes. Detrás del escenario, los muchachos estaban excitados y nerviosos ante su debut en la ciudad de Nueva York. Joe estaba en la mesa de sonido, y Paul preocupado, arriba con Barsalona. Joe O’Herlihy iba a necesitar todos sus recursos en aquella importante velada. El sonido del Ritz era terrible, más adecuado a la música de baile grabada que a la música en directo. Bandas más grandes y mejor equipadas que U2 habían tenido que luchar denodadamente con la cavernosa acústica del local. De inmediato se hizo evidente que aquélla iba a ser otra típica batalla. Al momento de empezar la presentación, el Ritz ya se había llenado con neoyorkinos que esperaban las bandas de baile que se vendrían luego. Pero U2 abría la sesión. La multitud no se mostro hostil, simplemente no reaccionó en absoluto cuando Bono empezó a actuar en el escenario. Dijo lo que creía que tenía que decir, habló de estar en América y todo eso. Nada. McGuinness pensó en la Queen’s University, en Belfast. Jesús. Bono hizo parar la banda. -Hey, estamos aquí arriba- gritó a la sala donde la gente estaba indiferentemente reunida. Volviéndose hacia los grandes personajes de la compañía de discos en el anfiteatro, rugió; -Hemos venido a tocar para ustedes. Saquen sus gordos culos de los asientos y bailen si quieren bailar-. La banda arrancó, golpeándoles con todo, y Joe dando el máximo de potencia. «I Will Follow» era la pieza central de la actuación, una gran canción de rock, y fue arrojada con toda convicción. Barsalona miró desde arriba hacia el anfiteatro y vio lo que estaba ocurriendo. Lentamente, capa tras capa, aquella multitud de bailarines neoyorkinos que habían acudido allí para relajarse un poco y pasar un buen rato estaba decantándose hacia el escenario. Frank miró a Bárbara y a la gente de Warner y sonrió como si hubiera sentido miedo, como si hubiera estado en peligro: recordó cosas de su propio pasado. A Frank le encantaba el deporte. Había sido propietario de un club de fútbol Americano, era fanático de los Gigantes y los Jets, y además le encantaba el beisbol. Le gustaba ver a vencedores y vencidos, observar a los participantes luchar por conseguir la victoria. Frank sabía ver dónde estaban los redaños. Ahora, allá abajo, el Ritz estaba de pie, gritándole a U2, pidiendo más mientras la banda cerraba su actuación con «Out of Control», la canción de muerte compuesta en el numero 10 de Cedarwood Road el día que Bono cumplía dieciocho años. Barsalona, Bárbara Skydell, la gente de Warner, todo el lugar se había vuelto loco. Paul sintió que las lágrimas le inundaban por dentro y lucho por impedir que afloraran. Joe sintió una excitación que jamás había experimentado con Rory. Frank Barsalona, uno de los hombres más poderosos del rock en América, hizo entonces las cosas más estúpida que jamás había hecho; corrió -literalmente corrió- a los camerinos. Ya Había sido presentado ya a los miembros de U2, pero ahora los agarro y los empujó a un rincón, con McGuinness casi flotando a su lado. -Tengo que decirles algo- empezó Barsalona. -Sé que han tenido dificultades para conseguir que sus cuatro sencillos sonaran y que vas a tener más complicaciones cuando el álbum salga a la luz en América. Pero les doy mi palabra, en este país van a conseguirlo-. Durante todo aquel fin de semana, Barsalona estuvo pensando en formas en como poder ayudar. Esto es, decidió. Después de todos estos años, voy a empezar a pasar algunas cuentas. Durante años había estado haciendo favores, regalando entradas para los grandes shows. Y nunca había pedido nada a cambio. Ahora iba a llamar a todos aquellos directores de programación de todas las estaciones de radio a las que había estado favoreciendo de aquel modo y les iba a hablar de U2. La radio era la llave para «romper» en los Estados Unidos. Frank Barsalona había hallado una nueva causa. Pronto la gente iba a empezar a llamar a U2 “los chicos de Barsalona”. 118

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Eso importaba... El lunes 08, U2 debutó en el “Stage One” de Buffalo, New York frente a unas 200 personas que los miraban como fantasmas. Bono no entendía nada, y no sabia porqué este público estaba tan frío. Se lo dijeron…, en plena gran manzana, John Lennon había sido asesinado delante del edificio “Dakota” donde él vivía, frente al Central Park. La banda miró el techo del recinto y pensaron que las cosas habían terminado para algunos y empezado para otros. Allá en California, Ronald Reagan, el presidente actor se preparaba para acudir a La Casa Blanca, Jimmy Carter, el presidente cristiano, había sido derrotado en su reelección…, los tiempos acababan de cambiar bruscamente y una pequeña banda Irlandesa sin proponérselo estaba en el centro de todo. Eso importaba también...

A la Conquista de América U2 acaparó los primeros lugares en las votaciones de Hot Press en nueve categorías, en enero de 1981. La banda pasó la mayor parte del primer par de meses de 1981 de gira por el Reino Unido y algunas ciudades de Europa Continental. Viajaban por Gran Bretaña en su pequeña camioneta, Paul conduciendo, y su equipo detrás. El dinero estaba estrictamente controlado. Se alojaban en pequeños hoteles, permitiéndose sólo una indulgencia importante, a sugerencia de Paul: buena comida, en restaurantes elegidos a partir de la Guía del buen comer que tenían en el asiento delantero, al lado del manager-conductor. Cuando la camioneta presentaba problemas mecánicos, había suficientes manos disponibles para salir y darle un empujón. Boy no había subido a las listas en el Reino Unido, como tampoco lo había hecho ninguno de sus sencillos aparecidos el año anterior. La reacción en la carretera, sin embargo, era alentadora. En directo, U2 eran brillantes, y la relación crítica entre O’Herlihy y Edge añadía una sorprendente nueva dimensión de sonido a la espectacular presencia de Bono en el escenario. U2 se daba en sus actuaciones de una forma que ninguna otra banda de rock n’ roll hacía, desafiando la sabiduría establecida de que los públicos británicos rechazarían el apasionado abrazo, más propio de los fans americanos. Al final de la etapa Británica de promoción del Álbum Boy, con un concierto en el Lyceum Ballroom de Londres, realizado el 01 de febrero, en el que se agotaron todas las localidades, 700 fans se quedaron fuera, sin poder conseguir entradas. La banda había encontrado su público, una audiencia entusiasta que a su debido tiempo compraría los álbumes de U2 para conservar un recuerdo nostálgico de la noche que habían tocado en su ciudad. La estrategia funcionaba. Pero por otras partes las noticias no eran tan buenas. Además, The Village se estaba disgregando. La razón era el grupo Shalom, que había empezado a dominar cada vez más las vidas privadas de aquellos miembros de The Village y U2 que seguían asistiendo a sus reuniones. Guggi había abandonado, afirmando que obtenía malas vibraciones de las reuniones, que tendían a enfocarse cada vez más en la forma de vida de los miembros y cada vez menos en las Escrituras. En particular, el grupo Shalom empezó a cuestionar el rock n’ roll y su relación con Dios. U2 y los Virgin Prunes se hallaban bajo presión a causa de su forma de vida. Uno de los dogmas del cristianismo de Shalom era la renuncia del ego a fin de poder llenarte del espíritu de Dios. U2 era ahora una gran banda de Irlanda, y Bono en particular era su rostro público. ¿Cómo podía reconciliar esto con su amor hacia Dios? La mayoría de aquellos que asistían a las reuniones vivían tristes y solitarios. La vida no era tan excitante como lo era para U2 y los Prunes. Gavin era objeto de una atención especial. ¿Por qué llevaba pendientes? ¿Y qué decir de su actuación en el 119

Unforgettable Fire: La Historia de U2 escenario, donde se vestía con ropas de mujer y decía cosas como «Art… Fuck»? Y su pelo era demasiado largo, sus ropas apestaban a decadente bohemia. Gradualmente iba haciéndose implícito que había que elegir entre el rock n’ roll y Dios. Gavin reaccionó. Amargamente, y sin ahorrar imprecaciones. No iba a dejarse manipular. El grupo Shalom podía irse a tomar por el culo, declaró furioso mientras salía dando un portazo de su última reunión, con su amiga Rene a su lado. Lo que encendió particularmente a Gavin fue el hecho de que su presencia y la de U2 en las reuniones habían atraído a un buen número de jóvenes, principalmente muchachas, el grupo Shalom. Dublín es un lugar pequeño, y la implicación de Bono había sido convenientemente publicitada en y alrededor de los círculos cristianos. Shalom estaba preparado para aceptar al lado positivo del compromiso de Gavin, Bono, Larry y Edge, pero no la música y la cultura que iban emparejadas con él. Estaban siendo utilizados, decidió Gavin, y eso le impulsó a salirse. Los Virgin Prunes habían establecido un culto de seguidores en Dublín y disfrutaban de un cierto reconocimiento más allá, en Europa. Pod, ahora a la batería, Strongman, Dick Evans, Guggi y Gavin eran la espina dorsal de grupo. Day-Vid hacía su examen de conciencia sobre unas bases ad-hoc. Si la música de U2 era para elevar el espíritu, para inspirar creencias (y por supuesto, primariamente para ser rock n’ roll), Los Prunes atacaban a su público desde un ángulo distinto. Cuando Gavin miraba hacia fuera solo veía presunción, complacencia, un mundo brutal e insensible. Su show en el escenario (y las ideas procedían en su mayor parte de él) estaban pensado para impresionar. Salía al escenario con una cabeza de cerdo, una autentica cabeza de cerdo, empalada en una vara, y se reía cuando el público retrocedía horrorizado. Gavin llevaba mucho tiempo impresionando a la gente, enfrentándose a ella, excitándola. La cabeza de cerdo era una variación del bolso, el andar femenino y la sombra de ojos de otros días. La vida no es tan simple como creéis que es, éste era el tema esencial. Gavin había estado trabajando durante un año para el Dublín Meat Packers, un matadero de allá abajo, en el Royal Canal. Había visto cabezas de cerdos antes, estaba familiarizado con el proceso, horrible, sanguinario, a menudo inhumano, que terminaba con el tocino y la col, el muy querido alimento principal de las familias irlandesas, sobre la mesa. Es esto, amigos, parecía sugerir, levantando en alto la ensangrentada cabeza de cerdo. Cuando Gavin y Guggi abandonaron el grupo Shalom, Pod solicitó que fueran expulsados de los Prunes. Sir Poddington, el más bravo caballero de todos los tiempos, era el miembro de The Village más inspirado por el cristianismo carismático. Era un buen muchacho, franco y honesto, incorruptible, intenso, que sentía al fin que el espíritu de Dios y la sensación de bondad de los que estaba imbuido eran el descubrimiento más importante de su vida. Estaba dispuesto a entregar alegremente su cuerpo y su alma a Dios. Bono se mostro pasivo durante todo el proceso, sin condenar, como hacia Pod, ni apoyar las afirmaciones de manipulación de Gavin. Bono se sentía profundamente trastornado y confuso. Siempre había sido un camaleón, su espíritu demasiado amplio, su curiosidad demasiado intensa, su imaginación demasiado vívida, su ansia de experiencia demasiado constante para verse confinado a la camisa de fuerza de ser un solo tipo de persona. En sus raíces, su vida era la búsqueda de una identidad; era un amante o un luchador, un hombre de paz o un guerrero, humilde o egocéntrico. ¿Era el payaso de La Galería o el sensible joven tan gentil y emotivo con Maeve y Ali? ¿Era el áspero católico o el frio protestante? Esa cuestión nunca había quedado resuelta. Ahora, con casi veintiún años, con fama y algo de influencia, la pregunta se hacía más difícil aun de responder. ¿Era un hombre de intelecto o de espíritu? ¿Era el ejecutante o el compositor? Y, la más apremiante e inquietante de todas las preguntas a las que nunca se hubiera enfrentado, aquella en la que se reflejaba ahora después de las reuniones de Shalom: ¿era Bono la estrella del rock n’ roll o Bono el cristiano, comprometido con Dios y con la vida tal como prescribía la Biblia? 120

Unforgettable Fire: La Historia de U2 ¿Iba a rendirse? ¿Necesitaba su ego la aclamación de Bono el cantante de rock n’ roll? Ser aclamado era confuso, embarazador, erróneo. Sin embargo, un perfil público intenso, una imagen, la creación de algún tipo de personalidad artificialmente heroica, era parte del trato con el rock n’ roll. Puede que la fama no fuera lo principal, pero era la inevitable consecuencia de pertenecer a U2. Bono estaba atormentado por el conflicto que ardía en su interior. A menudo iba a Templeogue, donde se celebraban ahora las reuniones, en casa de una pareja cristiana que se habían hecho amigos de los jóvenes. Chris y Lillian tenían dos hijos. Habían consagrado sus vidas a Dios. Chris no tenía trabajo. Cuando necesitaban dinero hacía los oficios más diversos. La suya era autentica humildad. Había un lazo curiosamente intenso entre sus vidas y el dilema de Bono. En el filme Carros de fuego, el héroe, Eric Liddell, se siente desgarrado entre sus ambiciones atléticas y su cristianismo radical, que exige la subyugación de su ego. Su hermana le suplica que abandone sus ambiciones olímpicas, pero él argumenta que le gusta correr y que siente que Dios está con él cuando se halla en la pista. Liddell hace realidad su sueño de una medalla de oro olímpica antes de decidirse por Dios y pasar el resto de su vida como misionero en China. Uno de sus compañeros misioneros era el padre de Chris. Bono se sintió impresionado por el paralelismo entre su vida y la de Liddell. También por la parábola de los talentos en la Biblia. Edge y Larry se enfrentaban a la misma pregunta fundamental de reconciliar la fama del rock n’ roll con su cristianismo radical, pero en unas circunstancias personales y profesionales mucho menos agudas. Edge era un personaje mucho más contenido que Bono. No tenía problemas de identidad. Podía racionalizar sus creencias, de una forma inteligente y convincente. Sin embargo, veía el conflicto entre rock y religión, del mismo modo que veía el potencial para la manipulación que había en Shalom. Ambas eran casi circunstancias colaterales. La relación de Edge era con Dios, y las recompensas espirituales de esa relación pesaban más que todas las otras consideraciones. La actitud de Larry era por el momento muy parecida a la de Edge. Le gustaba la sensación de bondad y la calma espiritual que sentía en y después de las reuniones. Se sentía fortalecido y renovado por la comunidad con la que rezaba, cantaba y hablaba. Antes no había sabido nada de la Biblia, ahora encontraba sus historias inspiradoras, fascinantes en el sentido de que dichas historias reflejaban valores morales que prevalecían frente a las circunstancias. El ego no era un problema para Larry. Odiaba las poses y todas las demás formas de ostentación que parecían ser la norma en el mundo de la música. Aunque se prestaba a regañadientes a las sesiones fotográficas que eran parte esencial del marketing y la imagen pública de U2, trazaba su línea divisoria exactamente en aquel punto. No accedía a entrevistas para la prensa y las revistas, ni deseaba cultivar la personalidad de Larry la Estrella del Rock en ningún otro sentido. Larry era músico, batería, y no, repetía, no un ídolo quinceañero. La percepción pública del buen chico Larry que existía era, pues, una ilusión. Larry era un buen chico, pero en el estudio de grabación, en los camerinos, en las reuniones formales de la banda y en la vida cotidiana de U2 en general, el músico-batería tenía mucho que decir y su singular punto de vista, lo expresaba en términos nada inseguros. Al contrario de Larry y Edge, Bono no podía pasar su tiempo resolviendo el creciente conflicto entre la pertenencia a Shalom y la pertenencia a U2. Era necesario un nuevo álbum, canciones, música, había que proporcionar imágenes y en el estado embrionario de la creación, Bono era la principal fuente. La música de U2 se había centrado en ella, en sus vidas, experiencias, preocupaciones personales, temores, dudas y pasiones. ¿Cómo podía la espiritualidad que ahora le consumía ser traducida en música de rock n’ roll? ¿Cómo podía Bono emitir una imagen autentica y real cuando se hallaba consumido por las dudas? ¡No sólo acerca de quién era, no simplemente acerca de las canciones para el nuevo álbum, sino, más fundamentalmente, dudas acerca de si tenía que existir un álbum! 121

Unforgettable Fire: La Historia de U2 La naturaleza de estos problemas permanecía secreta, oculta del público en general por el aura de éxito que ahora rodeaba ahora a U2. Por supuesto, había rumores en la escena de la calle Grafton y en otros lugares en el pueblo chico-grande que era Dublín, pero la agonía existía en privado. Públicamente, U2 se estaba preparando para su importante gira por los Estados Unidos desde Marzo a Mayo para apoyar Boy, que había salido allí a principios de año. La actitud pública cristiana de la banda fue subrayada en un perfil en Hot Press escrito por Neil McCormick, su antiguo amigo de la escuela que había asistido a la reunión inicial de la banda en casa de Larry hacía cuatro años. Tocando delicadamente un tema tan sensible, Neil, un agnóstico que creía, en la mejor tradición del rock n’ roll, en el cual «el diablo poseía a todos los mejores músicos», consiguió que Bono hablara del conflicto entre su Dios y su música: -Es muy importante que no deseemos ser la banda que habla de Dios. No deseo hablar de ello en términos de música. Cualquier cosa que haya que decirse a ese nivel personal es en la música o en el escenario, y no deseo hacerlo a través de los medios de comunicación. No deseo hablarle al mundo de ello porque entonces nos enfrentaremos a una situación en que la gente nos vera con una bandera sobre nuestras cabezas. Esa no es la forma en que trabaja U2. Si hay algo que tengamos que decir se verá en nuestras vidas, en nuestra música, en nuestras actuaciones-. Aunque para el lector general de Hot Press esta declaración no era ni particularmente sorprendente ni reveladora, vista en el contexto de las dudas particulares de U2 señala el compromiso entre cristianismo y rock n’ roll que Bono, Larry y Edge estaban discutiendo entre ellos. «En nuestras vidas, en nuestra música, en nuestras actuaciones» era la frase clave. Si era posible una reconciliación de vidas públicas y privadas, esa reconciliación exigía que desafiaran el comportamiento tradicional de los héroes del rock n’ roll. La explotación y la complacencia para consigo mismo que eran el fruto de la gama eran negadas en el caso de U2, estaban prohibidas. Nada de sexo, nada de orgías, nada de acoso de fans. Su banda, su organización, conduciría a una revolución contra la antigua tradición del rock. Y en todos los frentes; el público sería respetado, no abusado por robustos miembros de los equipos de seguridad. Los shows de U2 darían lo que valía el dinero que se pagaba por ellos. Las camisetas de U2 estarían hechas del mejor algodón, no de un sucedáneo barato. No habría excesos ni decadencia, nada barato o degradante. U2 rechazaría el idioma del rock n’ roll que quinta esencialmente conducía a actitudes negativas, a simples declaraciones de protesta, alienación o simplistas excusas para «satisfacción» de los músicos. El amor que escribiría y cantaría U2 sería tanto espiritual como carnal. Así, sus vidas, su música, su banda, trazarían un puente entre el abismo del rock n’ roll al que amaban y el carácter distintivo cristiano al que estaban comprometidos. U2 inicio su primera gira importante por los Estados Unidos el 3 de marzo de 1981, con dos shows en el Bayou Club de Washington DC. Iba a ser una dura prueba de tres meses. Todos iban a viajar en autobús: banda, equipo, manager y Ellen Darst, que estaba efectuando el marketing y la promoción para Warner Brothers. Tenían un presupuesto estricto, se alojaban en hoteles baratos o de precio medio, y ocasionalmente dormían en el autobús entre actuaciones. Darst, una joven y astuta mujer de negocios, había sido asignada para comprobar las actuaciones de U2 durante su primera visita de diez días el diciembre anterior. Sobre la base de su uniforme, la compañía discográfica decidiría cuanto invertir en marketing y promoción de la banda. Las cosas se estaban ajustando mucho financieramente en el negocio estadounidense de la música. Los antiguos excesos ya no se aplicaban. Respaldabas la calidad, a los vencedores, ayudabas a las bandas que estaban dispuestas a ayudarse a sí mismas. Y Ellen Darst dio un informe favorable de U2. Era una idealista de los años 60 entristecida ahora por lo que había ocurrido a aquellos ideales, por la poca relevancia que habían tenido para los Estados Unidos y el mundo de la música. El desarrollo de los artistas era su especialidad, lo cual significaba frecuentemente introducir nuevas bandas británicas 122

Unforgettable Fire: La Historia de U2 en los Estados Unidos. El grupo Echo & the Bunnymen habían sido su anterior misión. U2 eran distintos. Eran, tanto fuera como en el escenario, enérgicos, entusiastas, curiosos acerca del país, de cómo funcionaba allí el asunto del rock. Eran ingenuos, pero eso era maravilloso después del hastiado cinismo de tantos otros artistas transatlánticos. U2 sabían que todavía no eran una gran banda, y apreciaban el trabajo que se les presentaba por delante si servía para convertirse en Los Próximos Grandes, una etiqueta que estaban empezando a adquirir, una que había demostrado ser el beso de la muerte para tantos otros.

Geleen, Holanda, Junio 1981 Paul McGuinness tipificaba la actitud de U2 hacia los Estados Unidos. La mayoría de los managers que visitaban el país intentaban hacer creer a Ellen que sabían más de lo que realmente sabían. Temerosos de ser descubiertos, normalmente abandonaban los Estados Unidos sabiendo muy poco más que cuando habían llegado. McGuinness hacía preguntas. Absorbía las respuestas. Y trabajaba haciendo un estudio académico el rock n’ roll americano. La radio era el medio clave. Era regional y especializada, y cada emisora tocaba su propio tipo de música rock. Había radios universitarias, radios dedicadas al blues, emisoras de heavy metal, emisoras de rock… Sólo necesitabas nombrar el tipo de música, y en algún lugar a través de aquel enorme continente sonaba -exclusivamente- en alguna emisora de radio. No había ningún programa estrella en ninguna cadena de televisión como Top of The Pops. No había ninguna radio a nivel nacional, ningún Dave Fanning, pero si diez mil disc jockeys con programas como el suyo influenciando a sus oyentes locales, promocionando sus gustos personales. U2 tendría que penetrar capa tras capa. Era un desafío enorme, complejo, a largo plazo. La prensa también era regional, aquí no había ningún Hot Press, aunque Rolling Stones, la aristocrática revista mezcla del rock y política, sería el blanco natural de cualquier campaña de prensa inteligente. Pero en definitiva el potencial de U2 sería medido por sus actuaciones en directo y las cualidades personales que poseían, su gusto juvenil por el diálogo, su apertura estilo americano, su rara, en un contexto europeo, disposición a

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 exponerse como personas y hablar acerca de sus vidas y de su música sin pretensiones ni vanidad. La apariencia que ofrecía a los americanos que encontraban era fresca y real. Tocaron en universidades, salas de baile y clubs de rock, era el circuito de Tercera División, desde Washington DC hasta la Universidad estatal de San José. Impactaron en el sur, en el Old Man Rivers de New Orleans, Luisiana, y triunfaron en el norte, en el Ryerson Theatre de Toronto, Canadá. En California tocaron en el Civic Center de Santa Mónica y tuvieron un exitoso show en el California Hall de San Francisco. El público americano les adoró, les encantó su música, les gusto su espíritu, sus redaños. No eran la lacónica e insípida banda de rock, sino cuatro jóvenes muchachos desesperados tendiéndose para abrazar a su público hablando con él acerca de sus vidas, tocando una música que era un rock n’ roll espiritual, personal y grande. Era una banda europea que no condescendía a actuar en los Estados Unidos, tan desesperada por ser querida y aceptada como su audiencia, en el primer año de Ronald Reagan, deseosa de ser vista y sentida como algo real, no plástico, algo humano, no fabricado. Bono y U2 eran eso. Hacía sólo un año la banda había agonizado en el hedor a orina de Baggot. Hacía un año desde Belfast y la actuación en el Stadium. U2 se recordaba de aquello, cada noche, antes de salir a una nueva presentación. Y para ser testigo personal de aquello, su primera gira por los Estados Unidos, estaba Bill Graham, que comprendía mejor que nadie de dónde venían, cuáles eran las posibilidades en contra de llegar a donde habían llegado. Informando tan perceptivamente como lo hacía siempre, Bill transmitió la noticia a Europa de un triunfo en el Harpo’s, un club en las afueras de Detroit en el que se presentaron el 18 de abril de 1981: . Al día siguiente, Graham entrevistó a Bono. El cantautor de U2 se mostró como de costumbre apasionadamente verboso, compartiendo con Graham y sus lectores de Hot Press las conflictivas emociones e imágenes de aquel viaje americano. Aparte de la fantástica reacción del público a la banda. Bono animaba a los lectores a celebrar algo más: el nacimiento de una nueva hija de Joe y Marian O’Herlihy. Días más tarde, después del concierto en The Decade en Pittsburgh, Pennsylvania, Bono, Ali, Edge, Aislinn, Larry, Ann, Paul, Kathy, Pod, Adam y Steve Lillywhite volaron a Nassau, en las Bahamas, para un descanso de diez días. Lillywhite estaba allí para hablar del proyectado siguiente álbum, que estaba previsto que empezaran a grabar en Junio. Bono había estado perdiendo cosas toda su vida: llave, monedas, cheques, números de teléfono, direcciones, calcetines, ropa interior, de hecho perdía todo lo que no estaba pegado a su cuerpo. La gente se preguntaba bromeando como encontraba su camino al trabajo por las mañanas. Pero esta vez la pérdida no era un chiste. Semanas antes de ir a Windmill para grabar lo que se 124

Unforgettable Fire: La Historia de U2 convertiría en el álbum October, Bono no tenía letras, ni imágenes, ni notas, ni ideas musicales. Lo había perdido todo, más el dinero personal (300 dólares) y el pasaporte. Perdió todo, cuando le fue robado su maletín en algún lugar entre los conciertos de Portland y Seattle en marzo, en la primera mitad de la gira. Dos días antes, caminando por el centro de San Francisco a principios de semana con «Sir Poddington», Bono había visto un precioso maletín en un escaparate. Siempre estaba perdiendo cosas, así que, ¿por qué no comprar un maletín y organizarse un poco?... A U2 le encantaba fraternizar con sus fans americanos. La banda sentía tanta curiosidad hacia la gente que acudía a verles actuar como la que sentían los fans hacia aquellos rockeros irlandeses tan intensamente originales. Los fans estaban en los camerinos, en el autobús y en los hoteles. Nada de mentiras, nada de barreras, ninguna distancia artificial entre intérprete y público. Era la política del grupo. Lamentablemente el maletín fue robado o bien “tomado como reliquia” en el camerino del Fog Horn, en Portland o en el autobús que los conduciría a Seattle. Y fue echado en falta durante el viaje. Bono se sintió abrumado. No era el dinero, el pasaporte o las cosas personales. Eran las letras que había escrito. Y la repentina brecha en la confianza. ¿Era aquello peor que la pérdida del material para el álbum? Este hecho varió el humor del cantante. Bono estuvo inabordable durante varios días. El álbum iba a ser como siempre duro, más que duro, puesto que quería ser, tenía que ser, un intento de reconciliar los agudos conflictos internos de aquella época. Ahora la tarea parecía imposible, y el temor a aquel fracaso se mezclaba con la sensación de ultrajada traición para producir un sentimiento de desesperación que afectaba a todos los presentes en el autobús de la gira. El humor general había estado inquieto desde un principio en la gira Americana. Eran un grupo pequeño que estaba pasando unos largos y claustrofóbicos días en la carretera, diseccionado aquel extraño y enorme país: la banda, Paul y Ellen, Joe, el director de la gira y Pod actuando como auxiliar general. Aunque el autobús no estaba rígidamente dividido, durante la mayor parte del día parecía estarlo. Bono, Larry, Edge y Pod ocupaban la parte de atrás. Allá leían sus Biblias y, ocasionalmente, cantaban alguna canción evangélica. Era la atmósfera, más que el comportamiento, lo que resultaba extraño. Al otro lado del autobús vivían los otros turistas, conscientes del cristianismo que había atrás. Al principio los muchachos de la parte de atrás se unían a ellos y se mezclaban, pretendiendo que las cosas eran normales…, pero no lo eran. Había tensión, un rechazo no expresado, un reprimido resentimiento. Y Adam se sentía terriblemente aislado. Adam siempre había sido vagamente consciente a nivel espiritual. Había sido confirmado. Toda su vida había respetado la religión. En la escuela, cuando los otros chicos se lanzaban las Biblias unos a otros a través de la clase o simplemente hacían bromas, tenía la sensación de que aquello no era correcto, y no participaba. Pero no le gustaba la iglesia, se sentía incapaz de sentarse en ella para rezar o cantar…, porque no creía en nada de aquello. Había sido consciente del interés de Bono hacia la Biblia desde los tiempos de Mount Temple. No le importaba. Bono parecía un muchacho estupendo, y Adam respetaba sus convicciones personales. Cuando Larry y Edge se unieron al grupo, el único temor de Adam fue que sus creencias pudieran interferir con la banda. Sentía lo mismo respecto a las chicas y los fans. Para Adam, U2 era lo más importante, U2 era la vida, la cosa más satisfactoria de la vida. La cosa más espiritual de su vida. U2 era, aunque nunca lo pintara así, su hogar, su amante, su lugar espiritual de reposo. Si bien al principio los cuatro admitieron que U2 tenía que ser un ideal para el que trabajaran y al que sirvieran, la autentica esencia de su identidad, nadie lo creía, sentía o necesitaba más que Adam, el joven de apariencia despreocupada que tocaba enérgicamente la guitarra baja. Ahora Adam, con el pelo decolorado a rubio, las gafas de sol en su sitio, ropa a la moda llevada elegantemente, era el epítome de la estrella del rock que tenía de todo. Pero había más que eso para Adam. Había experimentado los tiempos más difíciles labrándose un camino a través de la 125

Unforgettable Fire: La Historia de U2 jungla hostil que había sido su infancia y adolescencia. Había conocido la soledad y la desesperación en Castle Park y en St Columba’s. Había sido un auténtico rebelde, siempre encantador, cortés y razonable, pero igualmente decidido a luchar contra las tiranías menores de su mundo juvenil. Adam era un joven muy valiente, un hombre para el que Hemingway pudo haber escrito su definición del valor: «Gracia bajo presión.» Ahora Adam se hallaba bajo presión, más insidiosa por el hecho de no hallarse expresada (en su mayor parte) y no ser muchos aspectos maliciosa en sus intenciones. Estaba viviendo la vida de una estrella del rock, locamente pero no alocadamente. Tras el show, iba en busca de acción, una copa, una chica, o una buena charla con la gente del lugar que estaba en la onda. Tenía veintiún años, era soltero, y se sentía libre quizá por primera vez en su vida. Tenía unos cuantos dólares en el bolsillo, y línea directa a las chicas más encantadoras de la ciudad. Aquélla era una forma de vivir directamente en conflicto con la que ahora se celebraba en la parte de atrás del autobús. ¿Era ahora U2 una banda cristiana?, se preguntaba Adam. Aquél no había sido parte del trato cuando empezaron. Aunque actuaba con todo su viejo estilo, Adam se sentía muy vulnerable cuando llegaron a Nassau para su descanso veraniego de diez días. Musicalmente era al menos completo. Pero U2 era algo más, de hecho algo absolutamente distinto, que virtuosismo musical. Sí, lo era, le aseguraba Paul McGuinness cuando salían juntos después del show. Paul sentía pena e irritación por el aislamiento de Adam. Cuando Bono, Larry y Edge habían acudido a él para explicarle sus convicciones, Paul había observado que, aunque se mostraba comprensivo hacia sus creencias personales, él tenía las suyas propias. Ahora, lo que había sido algo personal se estaba convirtiendo en una intrusión en la vida y el trabajo de U2. Como Adam, Paul se había comprometido al concepto de U2. Como Adam, sabía lo que significaba aquel compromiso: un trato equitativo, trabajar duro, música honesta, nada de explotación, nada de desenfreno. La idea de que esos valores, relativos a la integridad profesional pero ligada inevitablemente al comportamiento personal, fueran exclusivamente cristianos, una noción implícita en gran parte de la actividad que se producía en la parte de atrás del autobús, era ridícula, y personalmente ofensiva para Adam y Paul. Como lo era la posibilidad de que Adam pudiera ser echado de lado…, en cualquier sentido. U2 era la fuerza de la unidad. Era un grupo, no una colección de virtuosos. Sí, Bono aportaba pasión, poesía, vividas imágenes y su imaginación musical única e instintiva. Y si, era el catalizador de las ideas, emociones, y el maravilloso rock n’ roll que fluía de ambas. Actuando en las noches grandes, en las no tan grandes, en todas las noches, el corazón de Bono era el corazón expuesto, el alma expuesta, en beneficio de U2, al público. Bono era lo que hacia U2 diferente, al menos cuando lo veías en directo. Pero aisladamente, ¿qué podía llegar a ser, excepto un torpe e inarticulado evangelista para la música que había en su cabeza? Edge poseía otras cualidades; más que su genio tecnológico, más que su glorioso oído musical, su despliegue visionario de las armas del rock n’ roll. Había redefinido el idioma, si. Pero todo eso solo no hubiera sido más que un soplo de viento en otras circunstancias, entre gente distinta a la que ahora compartía con él aquel autobús. Edge era tranquilo, racional, extremadamente inteligente, un duro y correoso galés con plena confianza en sí mismo. Ahora. Pero no había sido así siempre. No antes de que se uniera a sus compañeros de la banda en Mount Temple. Como Bono, Edge era indispensable para U2. Como Bono, Edge había sido hecho para y por U2. Larry era ahora un buen batería. Tenía un estilo distintivo. Tocaba la batería de la forma que Larry Mullen Jr sentía que debía ser tocada. Larry era un buen muchacho…, con una torpe prestancia. No tenía una autentica imagen pública, no «tenía» prensa, excepto para una revista especializada en baterías con cuyo periodista habló libremente durante horas. Larry había sembrado la primera semilla de U2 con su aviso en el tablón de anuncios de la escuela. Pero eso no importaba, era un viejo y mohoso cliché utilizando por pura desesperación por los escritores que tenían un espacio 126

Unforgettable Fire: La Historia de U2 que llenar y sólo fotos de Larry para llenarlo. Si esos escritores hubieran podido atisbar detrás del estudio o de la puerta del camerino, Larry Mullen hubiera sido retratado como alguien distinto al apuesto batería. Larry luchaba por su puesto en su esquina. Larry insistía en la organización: si tenemos que irnos a las 2:30, entonces cuando sea las 2:30 nos vamos. Punto. Larry era la personificación del joven dublinés suburbano, y proporcionaba la habilidad musical, la perspicacia y el valor o –como se manifestaba a menudo- la obstinación de decir no. Era la conciencia de U2, el que miraba de reojo cuando Bono se permitía pelearse a mostrarse excéntrico con los periodistas u otros dignatarios que los visitaban. Aquella dura y llana voz de Artane evocaba el pasado, la realidad, identificándose e identificándoles como un grupo de amigos del Lado Norte que trabajaban duro en eso del rock n’ roll. Larry reforzaba otros valores: nada de explotación sexual de las chicas que rondaban las puertas del escenario, por ejemplo. Ellas no eran groupies. Eran fans de U2 debido a su música, y cualquiera que quisiese aprovecharse de eso y acostarse con una de ellas sería mejor que lo hiciese fuera de la vista de Larry. Si, Larry era apocado, de acuerdo, y se sentía muchas veces carente de sofisticación, sobre todo delante de la gente. Larry tenía veinte años. Perdería su timidez, desarrollaría una sofisticación que adquiría gusto. A su debido tiempo. No podía fingirlo, y por ahora no lo necesitaba. Como Bono y Edge, Larry era indispensable para U2. Como ellos, había sido hecho para y por U2. Adam trajo su mundanidad y su encanto a la causa desde el principio. También trajo su valor, su irreductible determinación de ser el mismo, cualidades que le habían permitido sobrevivir a Castle Park y St Columba’s, cualidades que habían sido desde el primer día la quinta esencia de U2, la banda que quería ser ella misma, crear su propia identidad independiente en el mundo de la música y, más profundamente aún, en su propio país y cultura. Adam no había inventado las cualidades que arropaban a U2 desde el primer día, pero era el primero de los muchachos que intentó exhibirlas en público, solo y sin apoyo. Fue a la ciudad, exploró la escena, consiguió actuaciones, encontró a Bill Graham, que encontró a Paul McGuinness, el que se casó con Kathy y que le apoyó, -y les apoyó a ellos- durante el horrible, sudoroso e innoble proceso de convertirse en U2. Adam trabajó siempre duro. También jugaba duro, pero siempre después de haber hecho el trabajo. Adam fue y es un oyente comprensivo cuando Bono acudía al cobertizo de los Evans con sus imágenes, aun sin formar, inseguro, no realizado. Otro bajo más estilista se hubiera echado a reír, hubiera hecho algunas preguntas originales, hubiera desechado lo que no comprendía, Adam no. -Ven, vamos a intentarlo- decía siempre. El tolerante, razonable y bien dispuesto Adam. Era bueno con los miembros del equipo, hacía preguntas, escuchaba cuando a veces Bono no lo hacía, razonaba cualquier problema que se presentara. Era estupendo con la gente del negocio, las compañías discográficas, los hombres de marketing. Adam sabía ahora cuanto costaba hacer un álbum, dónde se gastaba el dinero y cómo podía despilfarrarse. Su relación con Steve Lillywhite fue importante y crítica para la producción de Boy, su charla con Paul una influencia decisiva cuando banda y manager se embarcaron en el viaje de U2. Adam había captado lo esencial del rock n’ roll americano, todo el asunto de las emisoras de radio, la televisión y la prensa. Adam era tolerante, encantador e inteligente. Adam era indispensable para U2. Como Bono, Edge y Larry, Adam se había sentido completo gracias a U2. Desgraciadamente, nada de esto parecía claro después del show en Pittsburgh y tomar el avión hacia Nassau para un breve descanso la tarde del 22 de abril de 1981.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 October Bono paseaba por la vacía playa. Era otoño. La playa de Portrane, más allá de Malahide y Portmarnock, tenía un aspecto desolado. El viento del este soplaba sobre la orilla, haciendo que se encogieran los hombros contra el frío. Nassau estaba a casi seis meses de distancia en el pasado. Habían sido unos meses no muy felices, y con la aclamación pública restregando traumáticamente contra la miseria privada. U2 había grabado «Fire» un nuevo sencillo, con Steve Lillywhite, en los Compass Point Studios de Nassau. Cuando la canción apareció en junio de 1981, proporcionó a la banda su primer éxito en las litas británicas. Lillywhite estaba empezando a comprender a la banda y a definir su papel de acuerdo con ello. Las letras y las imágenes eran fuertes y personales. Tenía que equilibrar la emoción con un sonido agudo y claro, y así arrojar luz a los rincones más oscuros de las canciones. En «Fire», las imágenes llevaban el testimonio de la angustia que consumía a Bono y del hecho de que había estado leyendo el Libro de las Revelaciones: Llamando, llamando, el sol arde negro, llamando, llamando, golpea mi espalda. Con un fuego, fuego, con un fuego, fuego. La canción se abre con esas apenadas palabras. Más tarde, el cantante exclama: Hay un fuego dentro, incluso cuando estoy desertando. Y más tarde: Las estrellas caen, me golpean contra el suelo. Al final, Bono confiesa: Encendí un fuego, fuego, pero vuelvo a casa, Llamando, llamando, llamando, llamando. Sus dos amigos cristianos estaban por alguna parte en los alrededores mientras paseaba por la fría playa de Portrane, reflexionando sobre el reciente pasado y más intensamente sobre el futuro. El compromiso al que él, Larry y Edge habían llegado y que les permitiera continuar en el rock n’ roll y llenar sus obligaciones hacia su fe no habían funcionado. Era imposible aislarse en la parte de atrás del autobús de la gira y no alienarse a sus compañeros de viaje. Adam se había sentido intimidado por el arreglo. Estaba empezando a abrirse un abismo entre Adam y Paul y los miembros cristianos de U2. ¿Era ahora una banda cristiana? October, su nuevo álbum grabado en Windmill Lane durante Junio y Julio pasado, era una abrumadora expresión del conflicto aludido en «Fire», entre el concepto original de U2 y el camino elegido ahora por Bono, Edge y Larry. Era imposible escapar a un compromiso. Los tres estaban ahora allí en Portrane con sus amigos cristianos, viviendo una vida sencilla y contemplativa al servicio de Dios. Venían allí a reunirse con los otros cada vez que podían. Shalom tenía algunos hogares móviles diseminados a lo largo de la aislada playa de Portrane, donde vivían retirados de la ciudad, a quince kilómetros de distancia. De vuelta del circo del rock n’ roll, Bono, Edge y Larry observaban ahora una rutina diaria radicalmente distinta. Se levantaban a las seis de la mañana, rezaban y estudiaban las Escrituras durante una hora, luego tomaban un desayuno 128

Unforgettable Fire: La Historia de U2 sencillo. Allí, entre sus amigos cristianos, se sentían cerca de la naturaleza y de Dios. Si tenían que ir a la ciudad durante el día, regresaban al atardecer para leer sus Biblias, hablar y cantar con los demás alrededor de un fuego en la playa. Aunque esta forma de vida pueda parecer melancólica y falta de alegría, nada más lejos de la verdad. Las tardes eran alegres, había risas, canciones y camaradería entre la gente que había hallado la paz y un sentido de finalidad a través del espíritu de Dios. Desde allí las perspectivas eran distintas. La locura del materialismo, de las religiones llenas de iconos y símbolos de las iglesias establecidas que se hacían la guerra una a otras como políticos, podía ser vista como lo que era: el espíritu de Dios pervertido y corrupto a causa de las debilidades del hombre, del ego, del rechazo del hombre a rendir su espíritu a Dios. Eso era el mundo. El mundo de U2 y del rock n’ roll. Desde la pacifica perspectiva de Portrane, donde Dios estaba real, sencilla, maravillosamente presente, el rock n’ roll parecía una distracción mundana en conflicto con la espiritualidad que el hombre debía buscar para su salvación. Era con ese trasfondo, con la creciente presión sobre ellos de elegir entre el espíritu y la carne, entre Dios y el ego, que Bono, Edge y Larry entraron en Windmill en Junio de 1981 para grabar el álbum October. La gira americana había terminado en Mayo de forma espectacular con dos conciertos con todas las localidades vendidas en el Palladium de la ciudad de Nueva York y el Fast Lane de Asbury Park, en Nueva Jersey. Ahora U2 necesitaban un álbum para llenar la promesa de Boy, algo que les permitiera edificar sobre el apasionado apoyo que sus actuaciones en directo en los Estados Unidos, el Reino Unido y Europa habían inspirado. Eso era lo que exigía la estrategia. Sin embargo, en lo que a música se trataba, U2 no podía conformarse solo con la estrategia, por racional y necesaria que fuera para sus ambiciones profesionales. La música de U2 era personal y las semillas de su creatividad existían en sus experiencias y emociones. El rock n’ roll que tocaba la banda tendía a conformarse de algo más profundo que la estrategia. Tenía que referirse a las vidas de los cuatro hombres que la creaban y Steve Lillywhite debía encontrar en el sonido el sentido de esas vidas, su respeto hacia sus preocupaciones, su habilidad técnica para levantar un puente musical entre la espiritualidad y el rock n’ roll. Grabar October resultó muy duro. Llegaron al estudio con ideas nuevas, sonidos más ricos y más confiados que antes y Steve tuvo que buscar lo necesario a todo lo que le pedían. Edge llegó con nuevas ideas para su guitarra y ya empezaba a establecer una auténtica maestría con ella. También había aprendido a tocar los teclados, un dividendo de las lecciones de piano que Gwenda le había hecho tomar en los días anteriores a Mount Temple. El efecto conseguido por la mezcla de su guitarra y sus teclados añadía una dimensión melancólicamente evocadora al sonido de U2. Adam brillaba también en October. Lillywhite, su amigo, comprendió su solitario lugar en el orden de las cosas y creó un poderoso papel para el bajo melódico de Adam en el álbum. La sensibilidad de Steve y su sentido especial hacia la percusión inspiraron la contribución de Larry al álbum, que fue desinhibidamente apasionada, característica y perfectamente unida sin costuras a la música. Las letras de October fueron escritas por un hombre desesperado, y decían más acerca del conflicto que devoraba la existencia de la banda de lo que sugería la conseguida música que las acompañaba. «Gloria» el himno-rock que se convirtió en el sencillo extraído del álbum, no era acerca de ninguna chica. Atrapado por la urgencia del tiempo al llegar al estudio sin letras, y consumido por la imposibilidad de reconciliar la relación de Windmill Lane con Portrane, Bono escribía improvisando sobre la música. Las noches se mezclaban insensatamente con los días. Mientras Lillywhite y el resto de la banda miraban desde la cabina de control, él componía las letras de pie ante el micrófono en el estudio. Bono, siempre el animoso optimista, afirmaba que la virtud de grabar bajo tensión era que la adrenalina desencadenada por el miedo era vigorizante, le ayudaba a alcanzar el núcleo de su ser, y barría toda jactancia y superficialidad. Todo lo que tenías en la parte delantera de tu cerebro no era más que basura y cosas que sólo creías que te 129

Unforgettable Fire: La Historia de U2 preocupaban. Las autenticas preocupaciones se hallaban más soterradas pero eso igual no tranquilizaba a los otros, a pesar de que Bono sacara la tarea adelante. Edge creía que todo el proceso era una pesadilla y Adam resentía la capacidad de las cosas en cuanto al tema cristiano que distraían a Bono y U2 del asunto al que ahora deberían dedicarse enteramente: grabar un disco de rock n’ roll. Bono había estado estudiando un libro de cantos gregorianos y utilizando el flujo de la conciencia, como hacían los creyentes en las reuniones de rezos, creó una letra que dio voz a su tortura interior: Intento cantar esta canción, intento, intento mantenerme erguido, pero no puedo hallar mis pies. Intento, intento hablar, pero sólo en ti estoy completo. Así, la indecisión, la sensación de impotencia, recibía su expresión en la música de U2. Continúa con la súplica: Sólo en ti estoy completo Gloria Libera mis labios Y termina: Oh Señor, si tuviera algo, alguna cosa, te la daría a ti, te la daría a ti. Hay confusión en la letra, no sigue una línea coherente, sino más bien un tortuoso sendero que oscila entre la pasividad y el activismo, entre promesas y suplicas, entre rock n’ roll y cristianismo: Intento cantar esta canción, Intento, intento entrar, pero no puedo hallar la puerta. La puerta está abierta, tú estás de pie ahí, déjame entrar. La confusión que atormentaba a Bono, Edge y Larry se centraba en esta pregunta fundamental: ¿Exigía Dios, como parecía implicar su grupo cristiano, que abandonara U2 y el rock n’ roll? Oh Señor, si tuviera algo, alguna cosa, te la daría a ti, te la daría a ti. Pero, ¿lo harían? Y eso, ¿era necesario? La inseguridad personal expresada en esa letra se ve coloreada, en October, por una poderosa música rock conducida por la guitarra, el bajo y la batería. October puede ser considerado en retrospectiva como un intento sorprendentemente galante de expresar, a través de un idioma más usado para tratar con la fantasía, los complejos dilemas personales de los cuatro jóvenes amigos que lo crearon. En la canción «Rejoice», Bono flirtea con una solución: No puedo cambiar el mundo, pero puedo cambiar el mundo en mí. Esto refuta la noción central del compromiso entre U2 y Dios: que el/ellos pueden utilizar el rock n’ roll y su fama e influencia para evangelizar y llegar al cristianismo. La estrofa «puedo cambiar el 130

Unforgettable Fire: La Historia de U2 mundo en mí» argumenta que esto, el salvar el alma de cada uno, puede conseguirse, pero sólo, parece, haciendo la elección entre ego y Dios. October se cierra con «Is That All?», donde Bono el optimista pregunta: ¿Es eso todo lo que deseas de mí? Aquí, quizá Dios comprenda y aprueba el compromiso; ¿es eso todo lo que deseas de mí? En sus momentos menos optimistas, Bono, Edge y Larry pugnaban con una verdad menos aceptable: que el cristianismo requería de ellos y que renunciaran a su ego y quizá por lo mismo, fueran incapaces de hallar dentro de sí mismo la humildad para conseguirlo. Pese a la crisis personal y creativa que preocupaba a aquellos principalmente implicados en la grabación de October, la atmosfera en los estudios de Windmill Lane se veía aligerada de tanto en tanto por el sonido de algunas risas. Había mucho en juego allí para todos ellos; tendrían que soportar el choque del análisis crítico, explicar October y vivir con él en la carretera durante la siguiente fase de su gira. La reputación de Steve Lillywhite estaba también en la cuerda floja. Desde Boy, había producido importantes artistas como Joan Armatrading y Peter Gabriel. La producción se había visto revolucionada desde los viejos días de «encalado» de Phonogram Records en Marble Arch. Los productores de discos eran ahora claramente identificados, y su trabajo reconocido. Eran estrellas por derecho propio, y tan sujetos a critica como los propios artistas a los que producían. Como la mayoría de los principales productores, Lillywhite tenía su propio manager-agente que negociaba los contratos de producción, tan complejos como los demás dentro del mundo de la música.

Turku, Finlandia, Agosto 1982

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 Lillywhite no podía permitirse un mal álbum de U2 y Adam fue el que más salió beneficiado de la presencia de su amigo Steve. Lillywhite definió un papel para la guitarra baja de Adam, y le dio apoyo en otras formas musicales menos tangibles. Dentro de Adam estaba creciendo la convicción de que su indiferencia hacia el cristianismo, combinada con su vulnerabilidad en el bajo, esto último no enteramente desconectado con el aislamiento creado por lo primero, podía conducir a ser echado a un lado por los otros. Ninguna palabra tranquilizadora de Paul, Steve y Joe O’Herlihy podía reemplazar la confianza que había perdido Adam en los últimos meses. Se sentía solo en el escenario y fuera de él, y aunque la mayor parte del tiempo consideraba su vida como algo miserable. A menudo, durante aquellos meses, Adam se descubrió asistiendo a fiestas y reuniones por la noche. La euforia después de los conciertos podía sostenerle durante algunas horas pero, cuando el amanecer se insinuaba lentamente en el horizonte y volvía a casa en taxi, reflexionaba sobre el vacio que se extendía más allá de la euforia y se preguntaba desanimadamente qué le estaba ocurriendo a U2. Desde fuera, Adam parecía estar pasándolo en grande. Pero él no se sentía así desde dentro. Paul McGuinness no se dejaba caer por Windmill Lane. En vez de ello sufría como un padre embarazado, como lo decía irónicamente Lillywhite, aguardando noticias del recién nacido. Su tarea iba era llevar el álbum a Island y a Warner. Pese a las tensiones subyacentes, un residuo del respeto, el afecto y el tipo de amistad que sólo aquellos que han hecho juntos la carretera pueden compartir, mantenía a raya la amargura y el resentimiento. Bono, torturado y creativamente bajo presión, seguía siendo un buen compañero, si bien distinto de una hora a la siguiente. Era, como en La Galería de Mount Temple, el mímico revoltoso, «haciendo» de todo, desde Elvis a Brush Sheils y a Paul McGuinness y a B. P. Fallon, el eclécticamente dotado excéntrico del rock irlandés, mientras agonizaba sobre letras y sonidos. Su fetichismo hacia el fantasear a menudo la presión yendo a echar unos tragos al Dockers, una destartalada taberna de los Quays. Las creencias cristianos no excluían el humor o un ligero asomo de hedonismo. Pero la pasión estaba siempre centrada en el trabajo, hasta un grado que Lillywhite consideraba absolutamente extraordinario. Había pocas bandas en la historia del rock n’ roll, pensaba, tan irrevocablemente abocadas al trabajo en estudio. La mayoría de los álbumes contenían algunas canciones que hubieran debido ser desechadas, los rellenos ofrecidos al productor con los ojos bajos y la esperanza de que él pudiera transformarlas mágicamente en algo. U2 deseaba que cada canción significara algo, cada canción. No había rellenos. Errores, ambiciones no realizadas y distintos niveles, si. Por eso tanta sangre era derramada en la primera canción como en la última. El 16 de agosto, mientras aguardaban ansiosamente la aparición en otoño de October, U2 actuó en un importante concierto en Slane Castle, compartiendo los honores con Thin Lizzy. El castillo era el hogar de Lord Henry Mountcharles, un joven e inteligente noble anglo irlandés. La aristocracia anglo irlandesa era notable por sus atrevidas excentricidades y muchos de sus miembros más prominentes daban la impresión a la población en general de que estaban completamente locos. Henry no era de esa clase. A través de sus apariciones en televisión y sus actividades políticas, proyectaba una imagen que era una mezcla atractiva de estilo: llevaba unos sorprendentes calcetines, pero había sustancia: sus puntos de vista sobre el gobierno de Irlanda eran modernamente progresistas. Este era el civilizado y graciosamente aceptable rostro de una agonizante y hoy en día empobrecida estirpe. Y con el fin de restaurar su hermosa casa ancestral, Henry unió sus fuerzas con Jim Aitken, el más ambicioso organizador de conciertos de Irlanda, para promocionar extravagantes shows en el anfiteatro natural al costado del castillo. Atraídos por el dinero y la idea de actuar en un entorno único como aquél, los principales intérpretes acudieron a actuar a Slane, entre ellos los Rolling Stones, Bob Dylan, David Bowie y Bruce Springsteen. Slane era el tipo de desafío al que normalmente respondía U2. Que Lynott y Lizzy compartieran con ellos el show añadía un aspecto vitalmente competitivo con el acto. 132

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Abrieron su actuación con la más evocadora de las canciones de October, «Tomorrow». Aunque hay en ella referencias a la venida de Jesús y al amor del Cordero de Dios, «Tomorrow»: con sus primeras estrofas: ¿No vas a volver mañana? ¿No vas a volver mañana? ¿Puedo dormir esta noche? Es un lamento por Iris Hewson. En la segunda estrofa, Bono revive la terrible mañana de su funeral: Fuera, hay alguien afuera, alguien está llamando a la puerta. Hay un coche negro aparcado al lado de la calle. No vayas a la puerta, no vayas a la puerta, voy a salir. Voy a salir fuera, madre, voy a salir fuera de aquí. «Tomorrow» sigue refiriendo su propia reacción violenta a la muerte de Iris y preguntándose quién «curará las heridas» y «cicatrices» ahora que se ha ido. Steve Iredale, un joven de Kiltimagh, del condado de Mayo, se había unido al equipo de U2 como auxiliar general y operador del back stage durante las cinco fechas de Agosto, previas a la gira de promoción del segundo Álbum y que empezaría en Octubre por toda Europa. Steve, a los veintiún años, era un veterano que había pasado tres años en la carretera con los Horslips. Slane fue su primer show con U2, y pronto empezó a ir todo terriblemente mal. Cada vez que tendía a Edge una guitarra, le era devuelta impacientemente. Mientras la multitud en el anfiteatro allá abajo aplaudía su número anterior, Steve comprobaba la afinación. Las guitarras le parecían correctas. Pero le eran devueltas después de cada canción. Le pidió a un compañero que las comprobara, uno de los auxiliares de Lizzy, que le aseguro que estaban correctas. El problema era que la banda había olvidado decirle que en los conciertos afinaban sus guitarras medio tono menos para que Bono pudiera cantar más fácilmente. Como tantas veces y de una forma muy típica, U2 batallaba a través de la crisis. La adversidad era una vieja amiga. La presencia de Phil Lynott en Slane Castle aquel día de agosto de 1981 fue muy significativa en el contexto de los conflictos internos de U2. Philo era un buen tipo, lo apreciaban y respetaban su trabajo. Sin embargo, no podían impedir el observar el precio que su colega dublinés estaba pagando por su fama en el rock n’ roll. Lynott procedía del suburbio de clase trabajadora del Lado Sur de Crumlin. Su padre, un marinero negro, jamás había estado con él durante su infancia. Como escribiría Fintan O’Toole en un brillante ensayo tras la muerte Phil en 1986. La música nunca lleno por completo el hueco dejado por su padre. Philip buscaba héroes, en los libros y en el cine. En el Roxy y en el Stella se aficionó a los intrépidos salvadores, hombres solitarios enfrentados al mundo. En sus canciones regresaría una y otra vez a la figura del héroe, en el Salvaje Oeste o la mitología celta. Considerándose a sí mismo un héroe, se había hecho adoptar por los heroicos solitarios de su mundo de ensueño. Llamo a una de sus primeras bandas The Orphanage, y escribió canciones como «Shades of a Blue Orphanage»: El Roxy y el Stella, donde brillaban las estrellas de cine, Donde yo y Hopalong Cassidy, y Roy Rogers nos emborrachábamos y peleábamos. Y podíamos llegar a ser los salvadores de los hombres, El capitán capturado en la guarida del demonio. 133

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Así, observa O’Toole. Philip adquirió la peculiar mezcla de un romanticismo ostentosamente artístico y una pavoneante dureza machista que se convertiría en su imagen para el estrellato. Su personalidad era encarnada por las letras que escribía, ninguna tan poco comprometida como la de su canción «The Rocker»: Yo soy tu hombre, si estás buscando problemas, No me vanagloriaré de ellos porque nadie es más duro que yo. Si te pateé la cara, será mejor que te lo pienses dos veces, Hey, pequeña, mantén tus manos fuera de mí. Philo tuvo su mejor momento cuando «Whiskey in the Jar», una versión rock de una vieja canción folklórica irlandesa, alcanzó las listas británicas en 1973. Sólo hizo dinero tres años más tarde, cuando el sencillo «The Boys are Back in Town» alcanzo los Diez Principales en Gran Bretaña y en los Estados Unidos, arrastrando en su estela al álbum Jailbreak. Con el dinero y la fama llegaron el sexo y las drogas, los viejos placeres, disponibles ahora en cantidad suficiente para aplacar para siempre el dolor y la inseguridad emocional que yacían detrás de la imagen machista. Philo, diez años mayor que U2, podía ser visto por la ciudad, como la estrella del rock, como héroe y víctima, teniéndolo todo y malgastando tristemente, con los cansados y atormentados ojos desmintiendo el sonriente rostro. Él era el rock n’ roll, y aquél era el mundo donde estaba U2 ahora. El mundo de los niños trágicos, donde la fama no era más que un aleteante momento entre el dolor adolescente y la solitaria muerte creada por las drogas. El rock n’ roll era Janis Joplin, Keith Moon, Brian Jones, Keith Richards rondando aún por allí, pero con la desesperación reflejada en cada arruga de su maltratado rosto. U2 sabía todo aquello. Los inicios del otoño en Portrane fueron un tiempo para hablar consigo mismos y con sus amigos. El cristianismo no podía reconciliarse con una cultura que trataba con la muerte, el abuso y la explotación. Quizás October fuera lo más cerca que pudieras llegar. Quizás ahora fuera el momento de rendirse ante Dios, de elegir apartarse del rock n’ roll, del mismo modo que sus amigos se habían apartado de sus preocupaciones mundanas. El nuevo Álbum recibió la aclamación de la crítica apenas salió publicado el 20 de octubre de 1981. Aunque el disco nunca llegaría a alcanzar las listas americanas, si entró con fuerza en sus equivalentes británicas con el número 11 de la semana misma de su aparición. «Gloria», el sencillo, entró también en las listas, aunque a gran distancia de los Diez Principales. Aquel modesto logro mostró la valía de las giras de los 2 años anteriores. Una vez vistos en directo, U2 eran algo imposible de olvidar. Extrañamente, por razones que no eran muy distintas a su propuesta en vivo, los críticos del Reino Unido escribieron reseñas favorables del nuevo álbum. El conocer personalmente a la banda era un cambio vivificador para unos periodistas más acostumbrados a los pavoneos de los bisoños de la comunidad del rock n’ roll. Allá donde otras bandas alardeaban de sus más bien trillados talentos, U2 hablaban honestamente de sus limitaciones. Allá donde las bandas rivales enviaban sueltos a la prensa donde sus miembros eran pintados como superhombres u objetos de fantasías sexuales, U2 aparecían en persona para hablar de su música, sus esperanzas y sus luchas. Representaban la realidad en un mundo del rock n’ roll poblado de jóvenes que decían que sabían todo, y cada uno de ellos tan increíble como el clon que habías conocido la semana pasada. U2 no estaban cultivando una imagen. Estaban intentando venderse tal como eran. Las palabras «reales» y «refrescantes» eran asociadas constantemente con la banda de Dublín. Para los periodistas ingleses en busca de una buena historia, la realidad era noticia. Se trataba de escribir sobre algo real, alguien al que comprendías, alguien al que realmente podías respetar. Sus sentimientos acerca de U2 eran rematados por Paul McGuinness, un manager educado y sincero que arrastraba a los periodistas a un nivel muy 134

Unforgettable Fire: La Historia de U2 alejado del ansioso que espera el próximo éxito con el que debían tratar normalmente en el cumplimiento de su deber. Siendo la virtud más que su propia recompensa, October fue criticado con simpatía por los periodistas que habían reconocido U2 en su desastroso viaje a Londres dieciocho meses antes: Melody Maker era un poderoso amigo; . Dave McCullough, de Sound Magazine, era otro converso de U2: . McCullough seguía afirmando que October señalaba que U2 avanzaba en una dirección mucho más interesante, «de contenida reflexión, más equilibrada, menos quejicosa. Este October será perenne». Otro crítico inglés, Ian Cranna, en Smash Hits, garantizaba que October echaba a Boy a un lado. «Si ese álbum [Boy] era magia, éste [October] es brujería.» Hot Press proporcionaba también una crítica entusiasta, firmada por Neil McCormick, que sabía mucho más que la mayoría los antecedentes de aquella historia: . Bono, Edge y Larry llegaron sin anunciarse al piso de Paul en Waterloo Road una tarde a principios de Noviembre. Querían hablar. Habían decidido, dijeron, no seguir con la gira del álbum October. Todavía no estaban seguros, pero tenían la sensación de que habían terminado con el rock n’ roll. Simplemente no podían reconciliar esa forma de vida con sus creencias religiosas. Estaba listo el tour promocional que seguiría por toda Norteamérica, el Reino Unido y Europa durante los próximos doce meses. Bono, que era su portavoz, dijo que simplemente no podían comprometerse hasta ese punto. McGuinness se mostró asombrado, pero reaccionó comprensivamente. ¿Podían concederle un par de horas para pensar en lo que acababan de decirle, y volver y hablar con él luego? Aceptaron. Paul siempre había respetado las convicciones de Bono, Edge y Larry. Desde el momento en que se habían conocido en el Project, había tenido la sensación de que eran unos jóvenes desacostumbradamente decentes e inteligentes, todos ellos, incluido Adam. Eran aquellas cualidades personales, más que la música, lo que convenció a Paul de implicarse con ellos. La habilidad musical podía adquirirse, aprenderse. La decencia, inteligencia e integridad, cosas imprescindibles para enfrentarte a los desafíos de este mundo, eran algo que no podías adquirir. Estaban o presentes o ausentes, en un rostro, un par de ojos, la línea de la boca de alguien. Le había gustado su tipo de decisión. Era simple, una vez conocías el código. Su fe en ellos había 135

Unforgettable Fire: La Historia de U2 oscilado, pero solo su fe en ellos como ejecutantes, pero nunca su confianza en ellos como personas. En Belfast, en el Queen’s, aquella horrible noche, había dudado de la habilidad de U2 de ganarse al público. Pero esas dudas habían sido borradas después una docena de veces, en el Stadium, el Ritz y en los anónimos y triviales clubs de rock a lo largo y ancho de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Incluso ahora, con October, un álbum equivocado para finalidades de Marketing, la fe de Paul seguía siendo fuerte. Podía vivir con October porque encajaba con la experiencia de la banda, era un error cara al mercado, pero el disco era moral, espiritual y artísticamente fiel a sus creadores. De acuerdo. ¿No era eso lo que U2 afirmaba que querían hacer? El cristianismo carismático era algo de lo que Paul sentía que los tres muchachos deberían liberarse. Con ello no pretendía mostrarse protector, era más bien una reflexión sobre su propia juventud en el Trinity, donde los mismo hombres que ahora conocía como agentes de bolsa, abogados y contables, los pilares del establishment irlandés, habían abrazado el maoísmo, exigiendo el derribo de un gobierno irlandés cuyos principales políticos eran «los perros fieles del capitalismo». Bono, Edge y Larry tenían veintiún años. Tenían derecho a sus pasiones. Pero cuanto más pensaba en ello, más creía McGuinness que al final del día tenían que guiarse por su inteligencia y sus instintos básicos, que sabía eran honorables y decentes. Cuando se presentaron de nuevo en su casa-oficina, fue a su sentido del honor a lo que apeló Paul. Aceptaba el compromiso que habían establecido con el cristianismo. Pero él también había adquirido una serie de compromisos, unos lazos tantos legales como morales, en beneficio de U2. El 13 de noviembre estaba previsto el inicio en América del October Tour y partirían en el J. B. Scott’s de Albany, Nueva York. Y había muchas otras fechas contratadas en los Estados Unidos y Europa durante todo el resto del otro año. Se habían establecido compromisos con los promotores, así como con su propio equipo, gente como Joe O’Herlihy, que se había ligado a ellos a expensas de su familia y su negocio, y Steve Iredale. Estaban Chris Blackwell e Island. Frank Barsalona, Ellen Darst y Barbara Skydel. Paul se dejó a sí mismo y a Adam fuera de aquello, pues no era necesario señalar su posición. Había un terrible montón de gente comprometida con U2. La banda se había especializado en su integridad. ¿Cómo era posible que renegara ahora de sus obligaciones? Paul no podía ver cómo aquellos que animaban a Bono, Larry y Edge a salirse de sus obligaciones podían encajar en un acto así con el cristianismo. Les recordó, entre otras cosas, a Bob Regehr, el ejecutivo de Warner Brothers que había entregado 100.000 dólares para apoyar la gira de Boy. El contrato entre Island y Warner representaba muchos millones de dólares para los americanos, y sin embargo Regehr había respondido a las súplicas de Paul y estaba dispuesto a entregar otros 100.000 dólares para promocionar October. El razonamiento era innegable. Si deseaban abandonar el rock n’ roll podía hacerse, pero había que hacerlo adecuadamente. U2 como banda podía retirarse progresivamente, lo que no podían ellos hacer era simplemente renunciar. Hacer esto sería negar todo aquello por lo que habían luchado. Puede que transcurriera largo tiempo antes de que Bono, Larry y Edge resolvieran los problemas a los que se enfrentaron tal como se los subrayó McGuinness aquella tarde de noviembre, pero la argumentación que les planteó parecía innegable. Resistieron las presiones del grupo Shalom, renovaron su compromiso con U2 y volvieron a la carretera. El contacto con su público en el primer tramo estadounidense de su gira October ayudó a curar las heridas de los últimos seis meses. McGuinness apoyó a su banda cuando el se presentó en Warner Brothers en Nueva York con el álbum October bajo el brazo. Fue sincero. Comprendía que October no era exactamente lo que habían estado esperando y que sería un álbum difícil de vender, pero era un álbum que tenía que hacerse, explicó. La convicción que expresó, o quizá más exactamente la tortura que reflejó, era genuina. No se trataba de autocomplacencia, aseguró Paul a Warner. Apóyennos, y haremos que funcione en vivo. 136

Unforgettable Fire: La Historia de U2 La banda regreso a Londres para dar dos conciertos en el Lyceum Ballroom el 20 y 21 de diciembre. Agotaron ambas noches las localidades. Abriendo su actuación con «Gloria», U2 toco con una nueva confianza y la antigua convicción. Gill Pringle, en Record Mirror, describió a U2 en el Lyceum como «la actuación de 1981»: . Karen Swayne, de Sounds, escribió: . Los críticos musicales ingleses eran, como el público inglés, lentos en abrazar algo o a alguien nuevo. Así pues, el Lyceum fue un triunfo desacostumbradamente gratificante. Un notable incidente a la mitad de la actuación de U2 la primera noche subrayó la genuina preocupación de la banda por todos aquellos que acudían a verles. Uno de los miembros de seguridad que retenía al público impidiendo que se abalanzara contra el escenario abofeteó a un joven que se estaba dejando llevar excesivamente por el entusiasmo. A medida que las cosas iban subiendo de tono, las bofetadas se convirtieron en puñetazos: y el chico fue apaleado. Larry abandonó la batería, saltó del escenario y empujó al guardia de seguridad. Bono saltó detrás de Larry, y entre los dos arrastraron al fornido hombre lejos del muchacho. Bono saltó de vuelta al escenario, agarró el micrófono y pidió a la administración del Lyceum. Habló calmadamente, con tonos comedidos, pero claramente, de modo que todo el mundo en la atestada sala pudiera oírle. -Quiero a ese tipo fuera de aquí- exclamó, señalando al hombre. -Y ahora, antes de que cantemos otra canción-. Era una petición extraordinaria para una joven banda tocando en un lugar tan prestigioso como aquél. Su petición fue aceptada inmediatamente por la dirección que, a la vista de 2.000 personas, se hubiera visto en dificultades de haberse negado. Durante el mes de enero U2 hizo su gira por Irlanda, terminando con una serie de conciertos coronados por un éxito extraordinario, con un gran show en el RDS, al que asistieron 5.000 personas. La confirmación de que esa importante crisis de finales de 1981 había pasado, llegó cuando la banda escribió «A Celebration», su siguiente sencillo, previsto para ser lanzado al mercado en marzo de 1982. Bono empieza: Creo en una celebración, creo que me has liberado. Creo que puedes soltar esas cadenas, creo que puedes bailar conmigo. «A Celebration» sigue para declarar la creencia del letrista en el mundo real, de bombas atómicas, de la prisión de Mountjoy, los niños de la ciudad y los poderes existentes; Pero no me subyugarán. La banda tenía intención de romper su programa para actuar en el desfile del Día de San Patricio en Nueva York. Pero, cuando descubrieron que el Gran Maestro de Ceremonias que conducía el desfile tenía vínculos con la «Lucha Armada» en casa decidieron no prestar el nombre de U2 a la causa. La segunda mitad de su gira americana empezó en Nueva Orleans el 11 de febrero. Barbara Skydel, de Premier Talent, había hecho una proposición a Paul McGuinness al final de la primera fase de la gira de October. La J. Geils Band, uno de los principales clientes de Premier, estaría de gira durante 137

Unforgettable Fire: La Historia de U2 el viaje de regreso de U2 a los Estados Unidos. La J. Geils Band había tenido una sucesión de números 1 en las listas y estaba normalmente en los primeros puestos. Tocaba en pabellones cubiertos, con 10.000-15.000 asientos, algo muy distintos a los clubs y universidades en los que U2 había estado tocando. Barbara ofreció a U2 el puesto de teloneros para diez de las fechas de J. Geils. Paul había aprendido mucho acerca de la industria de la música americana en los últimos dieciocho meses. Ahora, sentado delante de Barbara Skydel, con la línea del cielo del Nueva York como un fondo intimidador, comprendió que lo que ella le estaba proponiendo significaba el mayor desafío musical con el que jamás se hubiera enfrentado U2. A Premier le gustaba la banda, era una gente encantadora, pero no era lo que sabías lo que importaba en los Estados Unidos, sino lo que podías hacer. Si realmente le gustabas a gente como Frank Barsalona y Barbara Skydel no te ofrecían ningún regalo…, te ofrecerían una oportunidad de demostrar que valías. En este caso los riesgos eran enormes. Los conciertos americanos en arenas los daban las estrellas. Los teloneros actuaban mientras el auditorio se llenaba de gente que comía palomitas de maíz, de fans que bebían coca cola mientras buscaban sus asientos e intentaban localizar a sus amigos entre el público. La J. Geils Band era algo grande en estos momentos, y ellos tocarían ante el público de J. Geils. No habría fervor residual hacia U2, sólo un enorme local en el que la banda de Paul jamás había tocado antes. Era poner a prueba la habilidad de U2. Barbara y Paul llegaron a un acuerdo. Si tenían auténtico potencial, aquélla era la ocasión de demostrarlo. October probablemente no sería ningún éxito en los Estados Unidos, no había en él nada adecuado para las emisoras de radio orientadas a los álbumes. Era imposible clasificarlo, y en consecuencia un problema. Aceptar el desafío de J. Geils era la forma de salirse de aquel agujero en particular, y el dinero sería bueno en cualquier caso. Joe O’Herlihy sonrió hoscamente para sí mismo cuando oyó la noticia acerca de J. Geils. Si Paul sabía que era un riesgo, Joe sabía exactamente qué tipo de riesgo. Aquélla era la división de Honor, y había estado en ella antes con Rory Gallagher. Joe sabía que a J. Geils ellos no importaban en absoluto. Todo serían sonrisas y encantados de conoceros, pero, como cualquier otra banda importante, J. Geils no deseaba que su show alcanzara el clímax mientras ellos aún estaban en los camerinos. Su equipo haría todo lo posible para asegurarse de que grandes actuaciones de rock n’ roll empezaban por la tarde. Llegabas al lugar, colocabas tu equipo y disponías el sonido de la mejor manera posible. Cada problema de sonido tenía su solución, peor primero tenías que encontrar el problema. Para eso era la prueba. Si la banda telonera era prometedora, tenía alguna posibilidad de robarte la actuación, tu equipo sabía cómo ocuparse del asunto. Así que probabas el sonido tanto y tan a última hora como te era posible. La banda telonera aguardaría ansiosamente su turno. Antes de que lo supieran, las puertas se abrirían y la gente empezaría a sentarse lista para presenciar el show. Joe estaba en lo cierto respecto a J. Geils. Eran encantadores. Y los miembros de su equipo conocían su oficio. U2 no contaba para nadie allí, eran los teloneros. Cada noche apenas habían tenido tiempo de colocar sus cosas en el escenario justo antes de que las puertas se abrieran. A Joe no le preocupaba. Había imaginado ya cómo hacer las cosas de la mejor manera posible para su banda. La gente recordaba a Joe. Era bajo, robusto y ahora llevaba barba. Siempre estaba de buen humor. Su lírico acento de Cork, su pálido y sonriente rostro, le distinguían de los habituales miembros del equipo, que fingían una hastiada, desencantada mundanalidad de ya-hemos-vistotodo-esto-antes. Joe se mostraba vivo y disfrutaba con lo que hacía. Le había encantado Rory, y le encanta aún más U2. Sabían dónde iban. Sentían todo lo que decían. Era difícil trabajar para ellos, siempre haciendo preguntas, nunca convencidos de sus respuestas hasta que él se las demostraba. Había veces en que esto exasperaba a Joe, pero casi siempre se sentían excitado por el desafío. Y sabía que Bono, que podía ser peor que un grano en el culo, con quien se mostraba más duro era consigo mismo. 138

Unforgettable Fire: La Historia de U2 El mayor desafío para Joe, el ingeniero de sonido, era trabajar con Edge. Era también el placer más intenso de toda su vida de trabajo. Edge era un genio, Joe lo sabía muy bien ahora, siempre aprendiendo, siempre jugando con sus cajas, manteniendo a Joe de un lado para otro, pero el resultado era sonidos que Joe nunca había imaginado que pudieran brotar de una guitarra. Estaba orgulloso de U2, orgulloso del sonido y los valores subyacentes a todo lo que hacían. No había particiones en el autobús de la gira esta vez, las cosas eran más relajadas de lo que nunca habían sido. Pero a veces Joe si se había dirigido a Bono, Pod, Edge y Larry en la gira de Boy y había rezado con ellos. Era católico, pero respetaba su tipo de cristianismo y compartía su decencia fundamental. El 03 de marzo de 1982 fue la primera noche con J. Geils Joe y se salió con bien. Clare Brothers eran los encargados del sonido de Geils. Joe los había utilizado para un show en Nueva York hacia una o dos semanas. Y se presento a Frank Darrion, el ingeniero encargado de J. Geils. Pronto se hicieron buenos amigos. Mike Stall, el hombre de Clare Brothers en el lugar, era otro viejo colega de Joe. Mike estaba a cargo de los millones de dólares que valía el equipo de sonido que la j. Geils Band había alquilado. Joe deseaba un pequeño favor. Tenía un pequeño aparato de eco para la voz de Bono. ¿No sería una osadía conectarlo a los millones de dólares de su equipo? Por supuesto que no, se apresuró a responder Mike. ¿Cómo podía negarle algo a aquel agradable tipo irlandés? Ese favor, tímidamente solicitado, creó toda una diferencia en el show. En otro lugar del Lee County Arena, Steve Iredale estaba luchando también contra los riesgos. Cada pequeña victoria contaba. Pero lo que más contaba era U2. Enfrentados a un desafío infinitamente mayor que cualquiera que hubieran aceptado antes, Bono, Adam, Edge y Larry salieron en tromba ante el público de J. Geils. Antes del show de esa primera noche, el promotor acudió a visitar a U2 en su camerino. Había venido a disculparse… por anticipado. Así son las cosas, muchachos, empezó. Si no le gustáis a este público, puede que os abucheen. Estamos en Fort Myers, Florida, este es un pabellón de jockey, y ocasionalmente los espectadores arrojan botellas. Solo el mes pasado, prosiguió el promotor, uno de los músicos recibió un botellazo en la cabeza. Ahí fuera hay 15.000 personas. Buena suerte. ¿Lo había enviado la J. Geils Band?, rieron nerviosamente los muchachos mientras el promotor abandonaba la habitación. Cuando Paul había aceptado la oferta de Barbara Skydel, le había explicado a la banda lo que significaba aquello. Nunca tomaba unilateralmente una decisión importante. Ellos eran sus clientes. El trabajaba para ellos. Las reuniones de la banda eran ocasiones formales, con Paul actuando como presidente. Los acuerdos de principio eran tomados en otros lugares, pero las decisiones eran adoptadas allí. Así que U2 conocían lo que se jugaban actuando con la J. Geils, las recompensas si ganaban y el precio del fracaso. Elaboraron una actuación de treinta minutos consistente en lo que a Edge le gustaba llamar «las cerezas» de sus álbumes. Nada de peroratas, nada de introducciones folklóricas, solo salir y golpearles con «Gloria», «Out of Control», «I Will Follow». La decoración del escenario ayudaba. La J. Geils Band había colgado una enorme bandera anunciando la presencia de J. Geils. U2 salieron – bajo la bandera -, no dijeron nada, simplemente tocaron. ¿Quiénes eran? ¿Qué eran? Antes de que se formularan las preguntas, la música, el sonido de U2, había llegado al público de J. Geils. Bono estuvo magnifico, pensaron sus amigos. Agresivo, valiente, salvaje e increíblemente potente, halló el carisma animal para llenar el enorme espacio que ahora bostezaba ante él. Si alguien hablaba, agitaba la bolsa de palomitas de maíz o sorbía demasiado ruidosamente la paja de su coca cola, Bono lo veía, lo sentía y enfocaba su atención en el culpable. «Estamos aquí arriba, no en tu coca cola», gritaba, buscando dominar todos los espíritus del lugar. Noche tras noche, luchó y venció. Hubo bises en todas ellas, excepto cuando la gente de J. Geils consiguió desenchufar su aparato del equipo antes de que Bono alcanzara el micro. Pero aquello ya no importó. El riesgo había valido la pena. 139

Unforgettable Fire: La Historia de U2 War U2 pasó el verano tocando en festivales por toda Europa. Hicieron una visita a Inglaterra, al Festival de Gateshead, en el nordeste, para actuar como teloneros de Police. La experiencia con J. Geils había lanzado a la banda cerca de la Primera División. Todavía les quedaba mucho trabajo por hacer, especialmente en el estudio, donde el nuevo álbum sería crucial, pero la segunda mitad de la gira de October había demostrado que con la música correcta U2 podían tocar en cualquier parte. Premier Talent estaba convencido de ello. También lo estaba la propia banda. Todos los pensamientos se centraban ahora en el próximo álbum, previsto para empezar las sesiones en Windmill en septiembre próximo. Pero Paul McGuinness tenía otras cosas en que pensar. La organización de U2 era pobre, por decirlo de un modo suave. La casa de Paul seguía siendo su oficina. No tenía secretaria. En la carretera, Joe O’Herlihy y Steve Iredale eran el equipo permanente. Tim Nicholson, su anterior director de gira, se había retirado debido a su mala salud. Para la gira de October habían contratado en Inglaterra algunos miembros más para el equipo. Pod había ayudado. Si U2 tenía que dar el siguiente gran paso, iba a necesitar mayor experiencia en la carretera. Se habían superado en el trabajo junto a J. Geils, pero la necesidad de un director de gira y de alguien que supervisara la producción de su show en directo era subrayada también por el hecho de haber probado las excelencias de las grandes actuaciones. Tales consideraciones planteaban inevitablemente la cuestión del dinero en la mente de Paul. U2 no tenía dinero. Eran estrellas en Irlanda; eran adorados en el Reino Unido y los Estados Unidos; la revista Rolling Stone había escrito de ellos que eran el próximo boom. Sin embargo, los cuatro muchachos seguían viviendo en casa con sus padres, conducían coches pequeños de segunda mano, y no se atrevían a mirar a los ojos a los directores de sus bancos. Cuando había dinero eran empleados en la banda. Giras, equipo, colaboradores, fotógrafos y tiempo de estudio para grabar los discos, todo aquello devoraba el dinero que llegaba solamente de dos fuentes: el dinero de Island de apoyo para las giras, y la clásica actuación que permitía ganar varios miles de libras de una sola tacada. Pero en líneas generales todo era invertido en la estrategia. Los beneficios llegarían del éxito de un álbum y de las giras en grandes pabellones que seguirían automáticamente a un disco de impacto. La siguiente fase de las giras era vital para consolidar los beneficios de los últimos dos años y con un poco de suerte capitalizar el álbum que llevarían a la carretera. Paul había hecho indagaciones acerca de managers de gira experimentados que estuvieran disponibles y dispuestos a correr el riesgo con una banda joven. Un antiguo amigo, Robbie McGrath, era el director de gira de los Boomtown Rats. Recomendó a McGuinness que se pusieran en contacto con Dennis Sheehan. Sheehan era el mejor por los alrededores, afirmó McGrath: había estado en la carretera con Led Zeppelin durante cerca de diez años, y también había trabajado para Maggie Bell, Iggy Pop y Patti Smith. Y, añadió Robbie como gancho, «el es irlandés». Paul arregló una entrevista con Sheehan, que vivía en Bristol, en el hotel Portobello de Londres. Dennis visitaba justo aquel día a su contable en Londres, e iba vestido en consecuencia con zapatos negros, pantalones de franela gris, chaqueta de buen corte, camisa blanca y corbata. -No parece usted director de gira- exclamó McGuinness cuando abrió la puerta de su hotel para descubrir a Sheehan al otro lado. Dennis Sheehan no parecía un director de gira, ni siquiera cuando no visitaba a su contable. Era de mediana estatura, con un pelo rubio muy corto, musculoso, y una expresión seria, ligeramente agobiada. Parecía cauteloso, atento, agradable. No era efusivo. Dennis era la antítesis del destello del rock n’ roll; era, en una palabra, austero. Tenía 140

Unforgettable Fire: La Historia de U2 treinta y cinco años, y nunca había trabajado fuera del mundo del rock n’ roll. Había nacido en Dungarvan, en el condado de Waterford, en la soleada costa sudeste de Irlanda. Sus padres fueron a trabajar a Inglaterra cuando él era niño, y Dennis fue criado por sus abuelos y educado por monjas y los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Cumplido ya los diez años, fue a Londres para reunirse con sus padres. En Cardinal Manning, una de las primeras escuelas no religiosas de Londres, empezó a tocar la guitarra y termino en un grupo que era el orgullo y la alegría de los alumnos. A los diecisiete años, Carnival, como se hacían llamar, estaba tocando en los clubs de Londres y en las bases de las fuerzas americanas en Inglaterra y Francia. Tocaban blues, canciones de Little Richard y otras cosas parecidas, enormemente influenciados por los discos importados de Estados Unidos. «The House of the Rising Sun», que más tarde harían famosa Eric Burden y los Animals, era el plato fuerte de Carnival. La tocaban cuatro o cinco veces cada noche para los americanos, que respondían arrojando monedas al escenario. Carnival tocaban tres o cuatro noches a la semana, a veces como teloneros de bandas importantes como Georgie Fame y los Blue Flames. Cuando, inevitablemente, Carnival se separaron, para encaminarse los demás hacia el mundo real, Dennis tenía diecinueve años, y estaba decidido a seguir en el mundo de la música. Consiguió trabajo como director de gira con Jimmy James y los Vagabonds, una banda negra de soul de éxito. James era el Otis Redding de Gran Bretaña, un espléndido cantante cuya banda de ocho miembros ofrecía un auténtico show. Dennis era diligente, responsable, y trabajaba duro. Tras su aspecto severo, era un tipo agradable al que le encantaba la música soul y los deliciosos músicos negros que la tocaban de una forma tan natural. James y los Vagabonds tocaban en los clubs de trabajadores de toda Gran Bretaña, principalmente en el norte y nordeste de Inglaterra, lugares como Sunderland, Stockton, Newcastle. Era duro, y un trabajo de siete noches a la semana. Al cabo de un tiempo, este circuito era como vivir en una puerta giratoria. Desaparecida la novedad, eras consciente de la monotonía. Dennis se salió de ella para aceptar un puesto similar con Cartonne, cuyos managers eran dos conocidas figuras de la industria discográfica, Mark London, que había escrito la banda sonora para el film Rebelión en las aulas, y Don Black, un prominente arreglista de música pop. La banda partió a tocar algunas fechas en los Estados Unidos, y después de un par de años fuera de la carretera, Dennis volvía como director de gira. La primera actuación en Nueva York fue un desastre. Se culpó a los nervios. Y el manager decidió abandonar. “Que tengáis una buena semana en Nueva York”, sonrió, mientras se encaminaba hacia el aeropuerto Kennedy y de ahí a Londres. Los cuatro miembros de la banda se sintieron destrozados. Dennis contactó con la agencia de contratos. Le aseguraron que las fechas seguían aún contratadas y, tras explicar la desaparición de Mark London, Dennis ofreció cumplir con el programa planeado. Estableció un presupuesto, habló con la banda, y pasó el siguiente mes haciendo que todo funcionara como manager provisional. Cuando subió al avión de vuelta a Londres, Dennis llevaba un beneficio de 1.000 libras en su cartera. Se las dio a Mark London, que se mostró sorprendido y agradecido. Sheehan era un raro ejemplo en el mundo del rock; competente y honesto. El perfecto hombre capaz. Esto ocurría en 1969; Dennis tenía veintidós años, ganaba 25 libras a la semana: no era mucho dinero. Mark London y Peter Grant, que eran los managers de Led Zeppelin, estaban tras Maggie Bell, una cantante de talento al borde del éxito internacional. Dennis recibió la oferta de ser el director de gira de Maggie y su banda, Stone the Crows. Les Harvey, padre del famoso músico de blues, Alex, era su guitarrista solista. Una noche tocaban en un club en Swansea cuando un borracho se dirigió tambaleante a la zona de mezcla de sonido y empezó a arrancar cables de sus enchufes. Dennis fue alertado, y corrió hacia la mesa de mezclas de sus enchufes para apartar al borracho de allí. Mientras comprobaba el lío que se había organizado, Les Harvey y la banda se preparó para actuar. Harvey puso su mano en su guitarra, la otra en el micrófono. Murió al instante. Dennis lo llevó urgentemente al hospital, pero ya no podía hacerse nada. Cuando la gente comentaba el 141

Unforgettable Fire: La Historia de U2 absoluto perfeccionismo de Sheehan en años posteriores, cuando su serio y concentrado rostro se volvía fríamente, sin parpadear, a la gente que hacía bromas entre bastidores, la hostilidad personal no le preocupaba. Sabía cuál era el coste de la complacencia. Sabía que las fiestas del rock n’ roll terminaban siempre al lado de la tumba de alguien. Peter Grant le dio a Dennis el trabajo para Led Zeppelin. La banda, cuyo manager era Richard Cole, estaba abriendo nuevos terrenos de gira. Nadie había tocado antes en los enormes estadios al aire libre, bueno, los Beatles y los Rolling Stones quizá, pero sin mover los labios ni tocar los instrumentos. Aquellos eran shows monstruosos. Zeppelin eran serios. Vendían 120.000 entradas semanales en Europa, los Estados Unidos y Gran Bretaña. Y en cualquier otro lugar que desearan. El trabajo era de responsabilidad en muchos sentidos. Dennis organizaba el viaje, toneladas de equipo, decenas de personas. Aquellos eran los días de los excesos del rock n’ roll. Nadie había visto tanto dinero antes. Los costes casi no importaban. Led Zeppelin se alojaba en los mejores hoteles, viajaba en primera clase. Dennis reservaba las suites, normalmente seis, y decidía quién dormía cerca de quién, qué miembros de la banda situar en pisos distintos, cuáles alojar en suites contiguas. La seguridad era un factor, otro era los conflictos y fobias personales. Normalmente Zeppelin era un grupo de dieciocho personas. Establecían su base en, digamos, Chicago, durante tres semanas, y desde allí volaban los cientos de kilómetros hasta el lugar de actuación y luego volvían al hotel. El trabajo de Dennis era crear un hogar en anónimos hoteles; tenía que haber flores esperando en cada habitación, el servicio de lavandería y tintorería debía actuar cada día. El conjunto de la operación era una burbuja que raras veces era penetrada por el mundo exterior. La banda, Robert Plant, John Bonham el batería, apodado «Bonzo», John Paul Jones y Jimmy Page, eran superestrellas. Fuera de la burbuja había gente; gente que deseaba hablar, decirles lo maravilloso que eran, cómo la música había cambiado sus vidas, lo realmente estupendo que era conocerlos después de todos aquellos años oyendo hablar de Led Zeppelin y escuchando sus discos. Era emocionante. Había habido un tiempo en que también había sido emocionante para Robert, Bonzo, Jimmy y John Paul. Pero ya no. Ahora la gente era una molestia. Incluso la gente agradable que sabias que era sincera en lo que decía, que era la mayoría. Había otros, los descarados, los locos, los decepcionados y aquellos cuya imaginación se veía inflamada por toda la excitación y que creían que la vida en el interior de la burbuja era como un largo y espléndido salón de baile, alguna especie de fiesta grande como la vida llena de chicas aguardando junto a todas las paredes y champan a chorro. Y droga, chocolate y coca en sacos sin fondo. Aquello era los años 70, y eso era lo que se decía. Algo de ello era cierto. Pero lo que quedaba fuera cuando el sueño del rock n’ roll era imaginado de forma indirecta era lo más importante. Nadie se refería al hastío de tenerlo todo. El horrible, horrible vacío que sentías cuando podías acostarte con cualquier chica, o con cualquier combinación de seres humanos, beber tanto como te apeteciera, comer a la carta y hacer que Dennis se asegurara de que tu ropa interior y sus tejanos estuvieran siempre limpios, solo podía experimentarse. No podía explicarse. Aquel era un mundo donde los cumplidos carecían de sentido, donde el amor íntimo era virtualmente imposible, donde no había niños, donde no había lugar para mamá y papá, donde la capacidad del hombre para la autodestrucción era probada a diario. Durante casi diez años Dennis Sheehan vivió en una burbuja propia. Era un sirviente de la locura, pero deslizaba el servicio por debajo de la puerta, permaneciendo fuera, permaneciendo cuerdo. Bonzo murió en 1979. Richard Cole, el inteligente manager que guió a Zeppelin hasta la cima de la ambición del rock n’ roll, disfrutaba tan de corazón como todos los demás los frutos de su éxito. Vendió más tarde su historia a los periódicos. Pero Dennis Sheehan no la vendió. No tenía nada que vender. Le gustaban los chicos, quería y admiraba a Richard Cole, veía la gran época de aquellos años, la gente decente a la que conocías, las chicas maravillosas cuando la música que 142

Unforgettable Fire: La Historia de U2 yacía en el centro de la locura, la música que irónicamente subrayaba esa locura, limpiaba el espíritu de la desesperación que giraba y giraba dentro de la burbuja. Dennis protegía sus recuerdos, los atesoraba, y se preguntaba por qué las cosas tenían que ser así. Dennis permanecía firme a través de todo eso. Le gustaba ir en su barco, un pequeño yate a motor que sacaba fuera de Bristol cuando no estaba trabajando. Le encantaba jugar al futbol los domingos con el equipo de músicos. Y sobre todo a Dennis le gustaba hacer su trabajo. Después de diez años con Zeppelin sabía todo lo que había que saber, pero aún permanecía atento al truco que todavía no había aprendido. Lo sabía todo acerca del dinero, como gastarlo y como malgastarlo. Envío del equipo, aviones, hoteles, llegar a la ciudad y salir de ella sin problemas, esas eran las cosas que Dennis conocía. Zeppelin había muerto en realidad con Bonzo. Robert Plant había perdido a su hijo pequeño de una forma trágica casi por la misma época. Dennis se sentía muy unido a Robert, que deseó que fuera a trabajar con él en la granja en los Midland donde el cantante se había retirado. En vez de ello Dennis eligió seguir en la carretera como director de gira independiente para varios grupos de rock n’ roll. Llevaba cuatro o cinco meses sin trabajar cuando se vio con McGuinness. Se estaba volviendo un poco quisquilloso. Con un vaso de vino en la mano, escucho la historia de Paul. U2 iba a ser una gran banda. Pero los desafíos, los auténticamente duros, estaban aun por venir. Tres de los miembros de la banda eran cristianos, pero el cuarto cuida de ellos, bromeó Paul. Dennis acepto el trabajo. Se encargaría de la gira corta por el Reino Unido prevista para diciembre de 1982 para promocionar el nuevo álbum. Luego él y Paul podrían hablar de algo a más largo plazo. Dennis conoció por primera vez a la banda en el aeropuerto de Londres. Eran muy jóvenes, muy agradables. Había sentimiento en sus apretones de mano, respeto en sus ojos. Dennis no había experimentado aquellas cosas desde hacía largo tiempo. Paul Hewson y Alison Stewart se casaron el 21 de agosto de 1982 en la antigua iglesia Guinness de la iglesia de Irlanda en Raheny. Treinta y dos años antes, Bobby Hewson se había casado con Iris Rankin en una iglesia similar en Drumcondra, a cinco kilómetros en diagonal cruzando los suburbios del norte de la ciudad. En 1950 la novia había aparecido con el pelo oscuro, la piel pálida, serena y hermosa, el novio apasionado, obstinado, un romántico al que le gustaba actuar, que veía más allá de las frígidas costumbres de su tiempo, que conocía el valor del amor y estaba valientemente preparado a pagar el precio de casarse con Iris. Ali era hermosa, una mujer de principios a los veintidós años, que veía en su hombre, como Iris había visto en Bobby, la vulnerabilidad que se escondía en el corazón de su exuberancia. El matrimonio de Ali y Paul unió a los dos jóvenes que habían flirteado en La Galería de Mount Temple. No hubo estrellas del rock presente. Todos los miembros de U2 estaban allí, Bobby, Granny Rankin, la madre de Iris, Norman, los Evans, los Clayton, los Mullen, Larry Sr y Cecilia, Paul y Kathy McGuinness, Onagh Byrne, la amiga de Iris del número 14 de Cedarwood Road. Jack Heaslip, el profesor de Mount Temple que había sido el consejero de Paul a través de los peores momentos de su adolescencia, se había convertido en ministro de la iglesia de Irlanda y ahora oficiaba la ceremonia matrimonial. The Village estaba allí, olvidadas hoy todas las diferencias, mientras Gavin, Guggi, Skello, Pod, Strongman, Reggie, Bad Dog y Day-Vid presentaban sus respetos a la feliz pareja. Los Virgin Prunes estaban yendo bien. Su banda escénica de art-rock tenía un culto de seguidores, en especial en Europa. Y aun confiaban en tener éxito por la ruta alternativa. Bono le había pedido a Adam que fuera el padrino. Fue un generoso gesto de reconciliación, una declaración pública de amistad y respeto, un mea culpa, quizá, por la intolerancia de la que había sido víctima Adam durante los últimos dieciocho meses. U2 era lo más importante en sus vidas, y Adam era un miembro amado e indispensable de la banda. Su presencia en el altar se vio 143

Unforgettable Fire: La Historia de U2 equilibrada por el papel prominente que Shalom tuvo en el servicio. Leal a sus amigos del grupo, Bono compartía ahora su día más feliz con ellos. Los invitados cristianos formaron un círculo alrededor del altar, cantando sus canciones y celebrando el acontecimiento a su inimitable manera. Jack Heaslip se mostró paciente. Bobby Hewson angustiado. Aquel hijo suyo era incorregible. Granny Rankin se esforzaba por ver algo del servicio. Los invitados de Shalom ni siquiera se dieron cuenta de su presencia. En el centro de aquel día estaba Bono, el tímido y apasionado niño-hombre. Todo el mundo allí tenía una relación singular con él. Todos habían sentido su compasión, y su ira, y su frustración. Todos le querían. Todos se sentían protectores hacia él. Todos, en diferentes formas, dependían de él, para dar voz a sus secretas esperanzas, miedos y sueños. En él, tan abierto, tan expuesto, a veces fuerte, a veces débil, a veces alocado, a menudo intuitivamente sabio, tan físicamente torpe como un trago a última hora de la noche, tan ágil y equilibrado como Nureyev, articulado y sin embargo dolorosamente inarticulado, perversamente divertido, embarazosamente empalagoso; en su genio de actor, su gran alma de cantante, todo el mundo podía verse a sí mismo, la parte de si mismo odiaba exponer a un mundo brutal. Bono, que amaba a todo el mundo, que velaba por todo el mundo, y que sin embargo era escrutado después atentamente por todo el mundo. El banquete de bodas en el Sutton Castle fue tumultuoso, y en él familias y amigos íntimos vieron como se les unían colegas y amistades de la escena dublinesa de la música. Allá, en el ambiente del hola-amigo-que-bueno-verte-por-aquí inspirado por la bebida, la banda y aquellos que estaban más unidos a ella olvidó las tensiones, profesionales y personales, de los últimos dieciocho meses. U2 había llegado como una fuerza al mundo del rock n’ roll. Eran una pequeña gran banda que ahora todo el mundo predecía que iba a conseguir todo lo que quisiera. Todos estaban seguro de ellos; todos excepto la banda. Porque se enfrentaban a la cuestión de cómo conseguirlo. El nuevo álbum ya estaba previsto. Tenían la sensación de que iba a ser un disco de consíguelo-o-vete. También estaba el problema por resolver de la relación del rock n’ roll con el cristianismo. El honor rendido a Adam aquel día era una decisión racional. Pero la inquietud espiritual aun persistía, en particular en Bono y Edge. Larry había decidido abandonar Shalom. Tenía la sensación de que era algo que se había escapado de sus manos. Se estaba convirtiendo en un intolerante, juzgando a sus amigos, alejándose lentamente de aquellos a quienes quería. Comprendía la bondad y la sensación de compromiso espiritual que era parte fundamental de Shalom, pero sus exigencias eran demasiado extremas, las soluciones que proponía requerían no solo que vivieras decentemente sino apartado del mundo que había a tu alrededor. Larry tenía la sensación de que había de existir un compromiso razonable entre ser músico -que era como se consideraba, más que como un ídolo del rock- y ser cristiano. La compasión y la caridad eran lo que importaba para él, y no iba a emprender el camino por ninguna otra carretera que tuviera un poste indicador distinto. Para aquellos que ahora, y en el futuro, desearan comprender la diferencia entre el Larry de la mitología de U2 -el muchachito rubio, el hermano pequeño de Bono que le seguía en todas las cosas- y el Larry Mullen que era realmente, un hombre voluntarioso, listo e independiente, esta decisión unilateral de practicar el cristianismo a su propia manera, tomada en aquellos momentos, era el mejor indicio. Maeve O’Regan, ahora una activista cristiana, acudió a la fiesta nupcial de Bono y Ali. Ella y Bono hablaron del conflicto que aun había dentro de él. Ella había tomado ya su decisión. Él aún seguía buscando un compromiso. Y lo mismo Edge. La cuestión de quién debería producir el nuevo álbum había preocupado a U2 durante varios meses. El tema era complicado debido a una incómoda realidad musical: aun no habían definido una identidad de rock n’ roll para sí mismos. Sabían lo que no eran, pero aun no sabían lo que eran y lo que U2 podía llegar a ser. Incluso la cuestión de cuales debían ser sus metas estaban nublados 144

Unforgettable Fire: La Historia de U2 por la incertidumbre. Saber que no deseabas sonar como los demás era una cosa, un inicio, pero la realización artística solo podía empezar a conseguirse cuando el objetivo estaba claro, o al menos claro en sus líneas generales. El sonido de U2 había sido establecido en su forma más básica. Las preocupaciones personales y espirituales de las imágenes de U2 habían sido hasta entonces expresadas vívidamente por la música. Ahora, con el advenimiento de su nuevo álbum, el contenido visual, emocional e intelectual debía ser más complejo, con las amplias y simplistas afirmaciones de la juventud fertilizadas por la experiencia de la madurez. U2 trabajaba con sus entrañas, Bono y Edge, cuyo genio como ingeniero de sonido fluía de las profundidades de su oscura alma galesa. Trabajar así era arriesgado, espontaneo, informal, y nunca susceptible de llegar al estudio con algo aceptable para el productor. U2 venía de la nada en términos de la tradición del rock n’ roll. No sabían exactamente adónde iban, y necesitaban un productor que comprendiera la noción del misterio de la creación. En agosto de 1982 trabajaron experimentalmente con Sandy Pearlman, un distinguido americano que había producido a los Clash y a muchas otras bandas de éxito. La experiencia fue agradable y fructífera; Pearlman era artísticamente imaginativo y lo bastante grande para el trabajo. Finalmente, sin embargo, llamaron a Steve Lillywhite, por razones que tenían mucho que ver con su personalidad y su excelencia en la mesa de sonido. Steve comprendía. Steve sabía lo vulnerables que eran U2 y cuáles eran sus principales virtudes. Tenía la sensación de poder hacer un buen trabajo con ellos esta vez, y recibió con alegría la noticia de otra oportunidad. Mientras Bono y Ali partieron de luna de miel a Jamaica, los restantes miembros de la banda pasaron la mayor parte del tiempo trabajando en el nuevo álbum, y Edge se quedo en Malahide batallando con algo aún más importante. De todos ellos, Edge era la mente más firme, clara y brillante. Era un realista, vigoroso sobre todo consigo mismo. Se sentía profundamente trastornado por el compromiso alcanzado entre cristianismo y rock n’ roll. Era él mismo quien se hacía las preguntas. Admiraba la decisión de Larry. Larry había tomado la decisión correcta…, para él. Ahora Edge sentía que él también debía hacerlo. No era un asunto de emociones, era una cuestión que debía resolver intelectualmente, racionalmente, sin mentirse a sí mismo. ¿Se trataba de una solución lógica antes que oportuna? ¿Había intentado conseguir su parte del pastel y comerla? Edge decidió que sus profesadas creencias debían ser seguidas a lo largo de todo el camino. La conclusión lógica, racional, era desechar el rock n’ roll ahora. Y Cuando Bono regreso, Edge le comunico su decisión. Durante una semana la nueva crisis flotó sobre ellos, sin que ninguno acabara de creer lo que había oído o se atreviera demasiado a rechazarlo. Edge se hallo enfrentado a sí mismo. La confrontación duro varios días. Finalmente, su intelecto y sus emociones se reconciliaron. Tomó su guitarra, trasteo con sus cajas, y en una tarde en el estudio, derramo todo lo que había en su interior y lo ofreció en el mejor rock n’ roll jamás compuesto. «Sunday Bloody Sunday» era música de Edge. Bono proporciono la letra, y Adam y Larry sus propias contribuciones. Como toda la música de U2, aquella canción era hasta cierto grado la composición de una banda. Pero, en esencia, «Sunday Bloody Sunday» era una recia, atrevida y franca declaración surgida de un hombre que había descubierto algo acerca de sí mismo. Acerca de sí mismo, sí, pero más profundamente, a través de su prolongada angustia, Edge había descubierto, imaginando, razonando, una propuesta filosófica: que no puedes separar la mente del espíritu. Que el cristianismo sin la vida es algo tan vacio como la vida sin el cristianismo. El que estas dos cosas te obligaran a una elección, que te pidieran sacrificar una por la otra, era un error. Podías renunciar a tu espíritu sin perder tu mente. El fanatismo, religioso y político, exigía que renunciaras a una o la otra. Parte de esto era la declaración de «Sunday Bloody Sunday», a Bono, 145

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Adam y Larry, a Paul, a los amigos, al mundo. Edge había definido su cristianismo. El resultado era «Religión Bloody Religión». «Sunday Bloody Sunday» puede ser interpretada como una referencia a otros incidentes en la historia irlandesa; Croke Park en 1920, donde, durante un alboroto, los «Black and Tans», los soldados británicos (de la tierra de nacimiento de Edge y Adam) mataron a gente inocente en represalia por los crímenes de guerra cometidos aquella mañana por el IRA, que provocaron la venganza de asesinar a una serie de oficiales británicos en sus camas. Hubo un Domingo Sangriento en Derry en 1971, cuando trece civiles inocentes fueron muertos a tiros por el Regimiento de Paracaidistas del ejército británico. Y, por supuesto, la «guerra» en Irlanda del Norte seguía su horrible camino cuando finalmente resultantes, tras la colaboración de Bono, Adam y Larry, son, puede concluirse razonablemente, una reflexión más amplia sobre Irlanda y el mundo. La batalla a la que se refiere constantemente la canción es personal: Pero no escucharé la llamada a la batalla. Apretaré mi espalda, apretaré mi espalda contra la pared. Esa espalda podía ser la de Edge. O la de Larry. O la de Bono. O la de Adam, o la de Paul. De hecho, podría ser la espalda de cualquier hombre o mujer irlandés en un Domingo Sangriento Domingo cuando las iglesias te llaman, cuando te sientes identificado, dividido, odiado, armando, echado, despreciado o simplemente protegido, según donde reces a tu Dios. Sobre la furiosa y potente música, Bono canta: Y la batalla sólo empezó, muchos perdieron en ella, pero decidme, ¿quién ganó? Las trincheras, cavadas en nuestros corazones, y madres, hijos, hermanos, hermanas, desgarrados. Domingo, Sangriento Domingo. Los problemas irlandeses, a los que esta clásica canción rock parece referirse, no habían «solo empezado». Tenían cientos de años de antigüedad. Lo que había solo empezado en las vidas de sus compositores era una «batalla» distinta: la batalla para reconciliar sus creencias espirituales con sus acciones mundanas. En la infancia de Bono se hallaba la experiencia del Domingo Sangriento domingo, cuando Bobby iba a una iglesia, y él, Norman e Iris a otra: Las trincheras, cavadas en nuestro corazones, y madres, hijos, hermanos, hermanas, desgarrados. Las últimas estrofas de «Sunday Bloody Sunday» ofrecen una perspectiva sobre la cual reflexionar acerca de Irlanda, acerca de la religión y, mucho más significativamente quizá, acerca de U2. La auténtica batalla sólo empezó, para proclamar la victoria ganada por Jesús, Un domingo, Sangriento Domingo, Domingo, Sangriento Domingo. No hay interpretación definitiva a un logro artístico tan inmenso como esta canción de U2. Hay muchas otras imágenes que reflejar en «Sunday Bloody Sunday», y es necesario recurrir a todas ellas para compartir las riquezas que hay allí. Pero de todas las canciones de lo que iba a convertirse en el álbum War, ésta era la más completa cuando U2 se reunió con Steve Lillywhite en Windmill Lane. Bono siempre había sido generoso con los periodistas…, con su tiempo. Era voluble, dispuesto a hablar sinceramente durante horas seguidas, pero el resultado de todo ello era como la música 146

Unforgettable Fire: La Historia de U2 que escribía, impresionistas. A veces sus palabras parecían un mero charloteo. Se mostraba curioso hacia todo y hacia todos, incluidos aquellos que acudían a entrevistarle. Sus impulsos eran generosos, pero el camaleón evitaba las afirmaciones tajantes, no le gustaba ser etiquetado. Su explicación de lo que era «Sunday Bloody Sunday» es una perfecta ilustración de esta técnica de relaciones públicas. Liam Mackey, de Hot Press, uno de los mejores periodistas jóvenes de Dublín, acudió a la casita en Howth donde vivían Bono y Ali, para hablar acerca de War. Charlaron hasta el amanecer. Tras leer la entrevista-perfil de 2.000 palabras que dio como resultado aquella reunión, es difícil afirmar con exactitud cuál es el tema de la misma…, o cualquier otra cosa. Observando que mucha gente había entendido mal «Sunday», Bono intenta subrayar su punto de vista sobre los problemas del Norte: Quiero decir que, aunque soy republicano, no soy una persona muy territorial. La idea misma de la bandera blanca [que ahora enarbolaba U2 en el escenario] era la de apartarse del Verde y Naranja, apartarse de las Barras y las Estrellas, apartarse del Pabellón Nacional. Soy irlandés y somos un grupo irlandés… ¡y basta! Pero me asustan las fronteras, me asustan las restricciones a esos niveles, y me asusta cuando la gente empieza a decir que está dispuesta a matar para defender sus creencias respecto a donde deben estar las fronteras. Quiero decir que me gustaría ver una Irlanda Unida, pero no creo que puedas poner una pistola junto a la cabeza de alguien para hacer que vea las cosas del mismo modo que tú. «Sunday Bloody Sunday» es un día que ningún irlandés puede olvidar, pero que debería olvidar, y eso es lo que decimos… « ¿Durante cuánto tiempo deberemos cantar esta canción?» Cuando la presento, digo: «No es una canción rebelde.» El titulo aparece constantemente en nuestras bocas, y estamos diciendo: « ¿Durante cuánto tiempo deberemos tener canciones tituladas “Sunday Bloody Sunday”?» Éste es un tema en el que estoy de acuerdo con Bob Geldof: «La historia no es más que un error después de otro». Tras leer esto muy atentamente, unas cuantas veces, un punto sustancial emerge de esta afirmación: los irlandeses deberían olvidar los Domingos Sangrientos. Pero hay contradicciones envolviendo este punto central, sí es el punto central; por ejemplo, ser «republicano» tiene connotaciones en un contexto irlandés. Si eres republicano estás muy a favor de la bandera Verde, Blanca y Naranja, y la gente que pone las pistolas junto a la cabeza de la gente es el Ejército Republicano irlandés. Si afirmas que «te gustaría una Irlanda unida», debes aceptar que esta aspiración es una negativa a la identidad de ese millón de protestantes en el norte de Irlanda a los que no les gustaría ver una Irlanda unida. Lo cual es primordialmente el motivo de que haya Domingos Sangrientos. Con todo esto, la autentica riqueza y diversidad de una canción maravillosa se pierde en el proselitismo que es poco más que una retorica bienintencionada, desprovista de rigor intelectual. War no era un álbum de concepto, sino más bien un titulo de concepto. La imagen era fuerte, agresiva, masculina, pintando a sus creadores como algo más que místicos introvertidos, los buenos e intensos jóvenes de sus dos álbumes anteriores. War miraba hacia fuera. Era un desarrollo. El nuevo álbum resulto tan traumático de grabar en el estudio como sus predecesores, presentando las letras, como siempre, el principal problema. Bono era un incansable perfeccionista, nunca satisfecho de que las mezclas fuesen las correctas, siempre presionando, pidiendo más, cuestionando cada estrofa, cada nota, cada efecto de sonido. Perseguía la canción que tenía en su cabeza y nunca parecía contento con lo que encontraba en el estudio. Era duro con todo el mundo, pero más duro aún consigo mismo. Su proceso creativo era doloroso y complejo, la letra era siempre un complejo final de emociones del que nunca se sentía enteramente satisfecho, nunca encajaba con las imágenes y sonidos de los que había empezado. Primero, la sensación. Luego, la imagen. Todo ello seguido por una melodía, reposando sobre 147

Unforgettable Fire: La Historia de U2 sonido. Todo ello tortuosamente convertido en una letra, una poesía de rock n’ roll que su propia mente jamás servía por completo para contar la historia que deseaba. En War llego más lejos que nunca antes de resolver este problema. Con Edge en «Sunday», con «Surrender» y con «Two Hearts Beat as One» (el sencillo del álbum), las letras son más literales de lo que nunca antes habían sido, la metáfora más precisa. «Surrender» testimonia las dudas que aún flotan en torno a ellos acerca de la vida del rock n’ roll, la amenaza de la fama y el ego. La protagonista es Sadie, pero podría ser Bono: Sadie dijo que no podía comprender lo que estaba ocurriendo, así que lo dejó correr. Intento ser una buena chica, y una buena esposa, Educar una buena familia, llevar una buena vida. Esto no es suficiente. Subió hasta el piso 48, intento descubrir, descubrir, Para que estaba viviendo. Renunciar, renunciar. Renunciar, renunciar. La exigencia esencial del cristianismo de Shalom era que uno renunciara a su espíritu ante Dios. Renunciar al yo, al ego, a la fama. Pero, como explica el cantante en las últimas estrofas de «Surrender». La ciudad es un fuego, una llama apasionada que me conoce por mi nombre. La ciudad es un deseo de llevarme hacia más, y más. Está en la calle que hay bajo mis pies, está en el aire, Está en todas partes hacia donde mires, está en las cosas que hago y digo, Pero si deseo vivir tendré que morir algún día. Ello es la fama. Ello es el ego. Tú eres Dios. Y si un cristiano deseaba «vivir», primero tenía que «morir» para renacer. War se cierra con el Salmo 40, un conmovedor canto que se convertiría en el evocador adiós de los conciertos de U2 a lo largo de los años. « ¿Durante cuánto tiempo cantar esta canción?», suplica «40». El verso es de la Biblia y de «Sunday Bloody Sunday». Puede aplicarse a cualquier persona, país o circunstancia. Universal, ecléctico, evocándolo todo y sin embargo sin apoyar ningún punto de vista particular, ni político ni religioso. «40» es quinta esencialmente U2, la esencia de Bono al menos. Adornado por el violín eléctrico de Steve Wickham, la trompeta de Kenny Fradley y los coros de Kid Creole, las Coconuts, War era un importante álbum de rock n’ roll, sofisticado, complejo y mucho más maduro que cualquier cosa imaginada anteriormente por la banda. La contribución general de Edge fue identificada por el siempre perceptivo Bill Graham, que definió en Hot Press a la U2 de War como «la orquesta de Edge». War, con canciones como «Sunday» y «New Year’s Day», ostensiblemente acerca de Polonia y Solidaridad, llenaba un hueco en el mercado del rock n’ roll. Mientras otros competidores ignoraban tales cosas, parecía como si U2 tomara partido políticamente. Esto era una ilusión. War, como toda la música de U2 hasta entonces, estaba arraigado en las emociones, tenía que ver con la experiencia personal antes que con los comentarios políticos o sociales. En «Two Hearts Beat as One», esto queda declarado de una forma clara y honesta en las primeras estrofas: No sé. No sé de qué lado estoy, no sé distinguir mi derecha de mi izquierda, O lo que está derecho de lo que está torcido. 148

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Luego, tomando partido, la canción prosigue: No sé cómo decir lo que debe decirse, No sé si es negro o blanco, allá donde los demás lo ven rojo. War recibió la aclamación de la crítica cuando apareció en marzo de 1983. Los escritores de rock lo consideraron un progreso significativo para una banda destinada a ser una fuerza en el mundo de la música. Esta corta crítica de Richard Rayner en la respetada revista londinense Time Out es, tanto en tono como en contenido, un perfecto resumen de la relación de la crítica en todo el mundo: Una maravillosa tercera oferta de cuatro muchachos con base en Dublín y, como Bono el cantante ha dejado bien claro en sus declaraciones en la prensa, ésta es «la oferta», no sólo el más seguro de sí mismo de sus trabajos sino también una apuesta hacia un enorme éxito comercial. Apuntalado por la introducción del violín eléctrico, la trompeta y una producción mucho más compleja, sin mencionar las Coconuts de Kid Creole como coro vocal. Un proceso sofisticado que, afortunadamente, no desmerece en nada la energía original de U2. Aunque la voz de Bono parece alcanzar ocasionalmente sus límites en los registros altos y no hay nada que iguale a la profunda alegría devota de «I Will Follow» o «Rejoice», War contiene sus canciones más impresionantes hasta el momento. Destaquemos la fuerza de «Sunday Bloody Sunday», no una canción rebelde sino una directa reflexión sobre la tragedia de Irlanda del Norte, y la impresionante participación del bajo en «New Year’s Day» y «Surrender». Un pop urgente, político y melódico. Steve Iredale no estaba por allí cuando la banda grabó War. Había ido a su casa en Kiltimagh, en el condado de mayo, para recuperarse. Steve se había unido a la banda como auxiliar general en el verano de 1981, cuando estaban grabando October en Windmill Lane. Un año más tarde ya tenía bastante de todo aquello. No hubo forma de que acudiera de nuevo al estudio. Había quedado harto de estudios después de October. Había quedado harto de U2 por el momento. Steve había nacido en Kiltimagh en 1960. Su familia era inglesa, de Huddersfield, Yorkshire, y se había trasladado a Mayo cuando su padre consiguió un empleo como ingeniero en la industria lanera local. Los Iredale llevaban viviendo en Kiltimagh junto con otras seis familias inglesas desde hacía cuatro años cuando nació Steve. Steve fue enviado a un internado mixto en el Wilson’s Hospital de Multyfarnham, cerca de Mullingar, cuando tenía once años. Seis años más tarde abandono la escuela con honores en ingles, geografía y ciencias. Siempre había sido un fan de la música, particularmente de Horslips. Los conoció cuando estaba en la escuela y viajo con ellos, ayudando como auxiliar general, durante su último año en Multyfarnham. Era un muchacho inteligente, agradable, lleno de recursos, que Michael Deeny, Barry Devlin y sus colegas de Horslips apreciaban a su alrededor. Cuando la banda partió de gira a los Estados Unidos, Steve se salió de ella para buscar trabajo. Le hubiera gustado ir a la universidad, pero era el menor de cuatro hijos, todos los cuales habían sido una carga en los estudios. No había dinero para la universidad. Irlanda no sabía cómo emplear a sus jóvenes más inteligente, educados y llenos de recursos cuando Steve acudió a Dublín en busca de trabajo en el verano de 1977. Probó en la Aer Lingus y la RTE, sin hallar suerte ni animo en ninguno de los dos sitios. Vagabundeo por las granjas de los Midland y trabajo para un joyero en Port Arlington. Finalmente consiguió el buen trabajo que soñamos para nuestros hijos, aprendiz de encargado en Burgerland, en la calle O’Connell. Por primera vez en su vida, Steve se dedico a un trabajo estable. Las hamburguesas parecían algo 149

Unforgettable Fire: La Historia de U2 prometedor. Se mantenía en contacto con Horslips cuando acudían a la ciudad. Pero la música era un sueño, apenas entrevisto en algún viaje ocasional a la calle Grafton, donde ocurrían las cosas. Burgerland cerró sus puertas en 1978, y Steve se encontró de nuevo en la calle, muy mal pagado por las largas horas dedicadas a su Buen Trabajo. Aquella noche, mientras se consolaba en el Bailey, el pub «in» de la escena, conoció a Pat Maguire, el jefe del equipo de Horslips. Le fue ofrecido el trabajo de auxiliar con la banda de Deeny. Cuando Horslips se escindió dos años más tarde, Steve había demostrado su valía. Ascendió a la responsable posición de director de gira y encargado de sonido. Recién tenía veinte años.

Torhout - Bélgica, Julio 1983 A lo largo del camino, Steve conoció a U2. En McGonagles se empleaba el sistema de amplificadores de Horslips, y U2 lo utilizaban también. Pero eran diferentes, observo Steve. Podía decir exactamente por qué: las otras bandas que pululaban por allí aceptaban lo que les decías. -Esto es un amplificador, esto es un micrófono, este es tu sonido-. Pero U2 lo preguntaba todo. Eran algo así como un grano en el culo. Pero los respetaba, pese a que sabía que no estaban en absoluto seguros de cómo había que utilizar el equipo. Observo también a Paul McGuinness. Por un lado, McGuinness siempre estaba allí. La mayoría de los managers solo aparecían a la hora de cobrar, pero Paul no dejaba de meter la nariz antes y durante la actuación. Una noche, en el Baggot, Steve se sintió impresionado. Normalmente, en el escenario, los monitores, las cajas de sonido, estaban vueltos hacia el público. Allí, Bono, Edge y Adam habían invertido el proceso, volviendo los monitores hacia ellos y Larry quería volver también el suyo. McGuinness quería saber por qué. Se lo pregunto Steve. Parece que esta banda no da nada por sentado, respondió Steve. Cada vez que los veo intentan algo nuevo. Al verse de nuevo unos meses más tarde, en el Stardust Ballroom, actuando como teloneros de los Greedy Bastards, Steve observo el impresionante resultado de los experimentos de U2. Los Greedy 150

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Bastards representaban a la clase, imitando a gente como Phil Lynott, Gary Moore y Steve Jones de los Sex Pistols en una combinación que cambiaba constantemente. Con tan ilustre compañía, U2 tenía que emplearse a fondo. Del mismo modo que él los vio, U2 y McGuinness también vieron a Steve. Elegir a la gente para que trabaje contigo era algo vital. U2 buscaban la inteligencia, la capacidad de trabajar duro, alguien que hiciera el trabajo, no alguien que te dijera como puede hacerse. No contrataban a idos, bocazas y presuntuosos. La decencia importaba. Deeny y Devlin confirmaron la impresión de Iredale acerca de U2. Empezó como auxiliar con ellos en la elaboración de October. Fue una época de tensiones. Nadie trabajaba más que la banda. Si, alguien lo hacía, era el nuevo auxiliar. Y Steve estaba solo. Joe O’Herlihy se había ido a su casa en Cork con Marion y los chicos. El equipo que había trabajado en la gira de Boy era inglés, y ahora estaba fuera de nómina. Era Steve quien preparaba el té, iba a buscar la comida, y movía el equipo de un lado a otro del estudio; Steve quien conseguía las quince planchas de hierro galvanizado para colocar por todo el estudio a fin de lograr los efectos de sonido para «Brick Through a Windows». Iba en busca del contrachapado de madera para alguna otra canción; traía los nuevos instrumentos de percusión para Larry; colocaba las sillas en el pasillo para sostener la hoja de castaño que Lillywhite y Larry acababan usando cuando la nueva percusión no funcionaba. Steve recogía a los visitantes en el aeropuerto, y los llevaba de vuelta al día siguiente. Hacía los encargos para madres, padres y hermanos. Y luego iba en busca de raciones de pescado y patatas fritas para todos a las tres de la madrugada. Pronto empezó a cansarse. Pero se mantuvo en su sitio. Durante la gira de October, cambiando camas, yendo a comprar coca colas, buscando amigos, haciendo un poco de todo, el resentimiento de Steve fue haciéndose mayor. Siempre hacia todo lo que le pedían, pero aquella no era forma de vivir. Era orgulloso, educado, listo, y se sentía confuso. Le gustaba la banda, respetaba la organización, se sentía excitado, inspirado por la música. Sabía que todos tenían que servir a la banda, sabía que en el último término, U2 era la actuación y la creatividad de aquellos cuatro muchachos. Tenían que ser mimados, protegidos, cuidados, porque sobre ellos recaía todo el peso, y todo el mundo -Llámese Paul, Joe, Pod, Dennis y cualquiera que fuera con ellos a la carretera o entrara en un estudio- tenía que trabajar ese ideal para la gente que lo hacía posible. Lo sabía, pero a Steve no le gustaba su parte en ello, ese papel que él inconscientemente sentía que le había sido asignado. Antes de empezar la grabación de War, se fue sin despedirse. No grito ni discutió, simplemente se fue. Fue echado en falta y buscado. Bono y Edge hablaron con el en la casita de Howth, un día. Se sinceró, se lo dijo todo. Pidió ser despedido o que le dieran una posición de autentica responsabilidad. McGuinness se mantuvo al margen y Steve se resintió de ello. McGuinness siempre había adoptado la postura de que quienes debían trabajar íntimamente con ellos era, en último término, decisión de la banda. Él no podía imponer nada. No pensaba interferir, ni en uno ni en otro sentido. Aquello fue duro. No pretendía ser evasivo o despreocupado, sino consciente, una cualidad que formaba el núcleo de aquella cosa llamada U2. La condescendencia era aceptada en todo…, excepto en el trabajo. Y eso se aplicaba a todo el mundo, Paul, Adam, Larry, Edge y Bono los primeros. Y Steve Iredale fue nombrado director de escena para la gira de War.

Respeto Mientras U2 terminaba el álbum, en el mundo real exterior se estaban celebrando elecciones generales. Garrett Fitzgerald era el candidato demócrata liberal que encabezaba el partido de la oposición. Unos meses antes, Bono y el político hicieron amistad en el viaje de 151

Unforgettable Fire: La Historia de U2 regreso a casa. La historia llego a los periódicos irlandeses. Dan Egan, El hábil ayudante de Fitzgerald y encargado de prensa del Partido, no se perdió la ocasión. La imagen de su jefe como un profesor distraído y en cierto modo parlanchín necesitaba un golpe populista. Bono serviría. Egan preparo una sesión fotográfica durante la campaña electoral. Fitzgerald, acompañado por su esposa Joan, visito Windmill Lane para animar a su amigo el ídolo del rock. Las fotos resultantes de los dos parlanchines héroes nacionales conversando fueron aceptadas ansiosamente por los desesperados editores de noticias y colocadas en las primeras páginas por todo el país y Fitzgerald fue elegido taoiseach la semana siguiente. Si había alguna duda respecto a U2, era hacia la habilidad de la banda por conseguir discos de éxito. Nadie dudaba de la capacidad de U2 para trabajar duro, ni de la calidad de su rock n’ roll en directo. Con War, U2 demostraron ser capaces de producir álbumes comercialmente logrados, y en consecuencia se convirtieron en auténticos competidores, mereciendo el respeto de todos los implicados en el mundo del rock n’ roll. Island Records y Premier Talent, parecía, habían apoyado a unos triunfadores. Ya no eran una «baby band» admirada por su trabajo duro y sus buenas intenciones. Los expertos en rock n’ roll afirmaban que la banda de Paul McGuinness tenía autenticas posibilidades de convertirse en el próximo boom. Llega un momento en la carrera de los grandes artistas en que las cualidades que los distinguen de sus semejantes se convierten en afirmaciones antes que en razones de por qué «nunca serán grandes». Ese momento para U2 llego en 1983. Los grandes artistas en los Estados Unidos, Depeche Mode, The Human League, Gary Numan y A Flock of Seagulls, estaban estableciendo nuevas tendencias a través de la utilización de la tecnología del video y los sintetizadores para crear imágenes y música. El rock n’ roll estaba cambiando. La vieja idea de «lanzar» una banda a la carretera estaba pasada de moda en los años 80. Los discos de éxito, los videos y la imagen de un sencillo eran los caminos a los que se lanzaban las ambiciosas bandas de rock y sus managers. La estrategia de giras de U2 exigía demasiado tiempo, representaba mucho trabajo y además era mucho más cara. El rock en directo estaba un tanto pasado de moda. Hasta el disco War, U2 eran considerados poco listos por elegir el camino largo, difícil y caro de alcanzar la cima. Después del War Tour, fueron respetados por hacerlo. El éxito de War no trajo la riqueza económica a U2. Los beneficios del álbum igualaban la inversión de Island Records en Boy y October y el apoyo a las giras que habían sido la base de su acuerdo. Como el Premier Talent de Frank Barsalona, Chris Blackwell e Island había sido más bien una fuente de apoyo y ánimos. El autentico dinero llegaría con el siguiente nivel de crecimiento al que ahora aspiraba U2. La estrategia concebida por Michael Deeny y Horslips, y ahora aplicada a su «baby band» por Paul McGuinness, estaba basada en un crecimiento firme y continuado. Te tomaba tu tiempo, pero, después de eso, en el lugar en que se hallaba U2 ahora, la estrategia se volvía menos importante que el talento y solo el ansia de recorrer el resto del camino era lo importante. Muchas bandas ansiaban el éxito, el suficiente para satisfacerse a sí mismos de que «lo habían conseguido», y para demostrarse que aquellos que los habían rechazado estaban equivocados. Solo las grandes bandas seguían ansiosas una vez el mundo se había convencido de su talento. Para esas pocas, Los Beatles, Los Stones y The Who, el asunto estribaba en demostrárselo a sí mismos. No ansiaban el éxito, anhelaban la grandeza, creer que eran los mejores, no unos de los mejores. No se trataba de dinero o de discos de éxitos. Ni siquiera se trataba de ser respetados en el mundo del rock n’ roll, aunque esto fuera agradable. El ansia que empujaba a las grandes bandas hacia adelante y hacia arriba tenía que ver con el auto-respeto, con hacer más estrecho el abismo que se abría entre el éxito y lo que tu sabias que podías conseguir, ya que la música y la actuación que sabias y conocías, estaba aun dentro de ti. Resultaba claro, cuando U2 se lanzó a la carretera con el álbum War, que la banda estaba más ansiosa que nunca. Hicieron una gira de veintisiete fechas, con todas las localidades vendidas, por 152

Unforgettable Fire: La Historia de U2 toda Gran Bretaña, antes de llegar a los Estados Unidos para iniciar una cruzada de tres meses en abril. El fervor con el que U2 se embarcó en esta gira hacia que la palabra cruzada fuese la más adecuada.

Devore - USA, Mayo 1983 Tom Mullally procedía de Cork. Llevaba unos cuantos años en la escena musical. Tom empezó a trabajar para Joe O’Herlihy en la compañía de sonido de éste en Cork. Al principio no sabía nada de música ni de sonido. Pero era un buen trabajador, aprendía rápido y era tan obstinado e independiente como su pelirroja cabeza sugería. Tom había hecho una docena de trabajos, incluido un reemplazo en el ejército irlandés como policía militar. Eso duro seis meses. En la escena del rock n’ roll derivo de Cork a Dublín, terminando en 1983 con una banda llamada Sweet Savage, que era lo bastante buena como para actuar de teloneros para Phil Lynott y Thin Lizzy en una gira inglesa. Tom se ocupaba de la línea de fondo, Lynott y Lizzy le impresionaron. Había drogas, drogas duras, chicas y peleas. Las chicas eran explotadas. También los miembros del equipo. La bebida estaba a la orden del día. Era el rock n’ roll como lo pintaban las peores leyendas. Tom era un muchacho alegre, con apetitos y gustos normales. Tenía veintitrés años. Pero odiaba aquel ambiente, la franca depravación de la escena de Lizzy. No había dignidad allí. Se limito a hacer su trabajo, honestamente y bien. Tras la gira, Lynott engaño a su equipo. Hubo una pelea respecto al dinero. Tom fue invitado a unirse a Lizzy. Era una posibilidad de pasárselo en grande, de progresar y, quizá, salirse después de ello. Tom ignoro sus instintos y acepto la oferta. Al diablo, era una oportunidad. Pero dos días después de empezar, se marcho. Lizzy apenas había iniciado los ensayos en Dublín, y el ambiente era desesperado. Joe O’Herlihy había utilizado a Tom para algunas actuaciones de U2 a lo largo de los años. Ahora había la posibilidad de algo permanente. El álbum War era un éxito, y U2 necesitaba gente para la carretera. Tom acepto el trabajo para la gira de War. La elección no tuvo nada que ver con Cork ni con la amistad. Tenía que ver con un trabajo que debía hacerse, las horas que había que emplear 153

Unforgettable Fire: La Historia de U2 en él, el ser capaz de resistir las tentaciones. Si eras serio, como lo era Joe, como lo había sido Rory Gallagher, y como parecían serlo los jefes de perspectiva de Tom, odiabas aquel otro ambiente. El rock n’ roll era trabajo. Tom Mullally, aseguró Joe a la banda, era un real trabajador. Paul McGuinness tenía treinta y dos años. Y pronto celebraría los cinco años en el negocio del rock. Había sido en líneas generales una dura prueba, pero sentado en el autobús de la gira mientras U2 recorría las autopistas desde Carolina del Norte hasta Denver, desde Los Ángeles hasta Nueva York, Paul sintió una enorme satisfacción personal por lo que tenía a su alrededor. Su modesta casa suburbana en Ranelagh seguía siendo su oficina. Todavía no era rico, ni siquiera próspero. Pero el concepto de U2 había crecido hasta convertirse en algo merecedor del respeto del que ahora gozaba. Tenía la sensación de que el problema religioso había sido superado y ya no era ninguna amenaza para la banda. War había demostrado que la excitación generada por las actuaciones en directo de U2 no era su única arma. El abismo entre estudio y escenario había sido una causa legítima de mucha preocupación. Paul también había sentido dudas acerca de ello. War era el antídoto a tales dudas. Ahora que sabía que podían grabar álbumes que fueran sofisticados, comerciales y aun fieles a sus experiencias, sabía también que no podían fallar. Si, podía ver los atractivos de utilizar el video y los sencillos de éxito para abrirse camino, ciertamente en términos de la calidad de tu vida, pero las giras, aunque más largas, duras y caras, seguían siendo más seguras, y cuando aparecía el disco de éxito tu apoyo se hallaba mucho más firmemente basado. El equipo que servía a la banda era otra fuente de placer y tranquilidad para McGuinness ahora. Dennis Sheehan, Joe O’Herlihy, Steve Iredale y Tom Mullally compartían las actitudes de U2 hacia el rock n’ roll. El que fueran irlandeses no era importante, aunque era agradable. Lo que realmente importaba era el entusiasmo, la inteligencia y la profesionalidad que Dennis, Joe, Steve y Tom añadían a la causa de U2. Dennis era el director de la gira, y como tal el jefe en la carretera. Paul había asegurado a Sheehan que él y la banda acatarían las decisiones del director de gira acerca de cómo viajarían, dónde se alojarían y cuánto gastarían. El presupuesto de la gira era responsabilidad de Sheehan. Ellen Darst era otra valiosa adquisición profesional para la formidable organización que McGuinness estaba edificando en torno a la banda. Ellen era una mujer ambiciosa y experimentada que conocía el negocio de la música en los Estados Unidos desde dentro. Ella también prestaba su inteligencia y convicción a la causa. La causa no era War. Aunque aquella era la gira de War, y su finalidad era ostensiblemente promocionar el álbum, no era así como funcionaba la estrategia. Aquella gira era hacia el futuro, hacia el próximo álbum, no hacia el que acababan de grabar. Así era como siempre había trabajado U2; prendiendo en el ánimo de la gente que les veía por primera vez en algún pequeño club o local universitario, y siempre mirando hacia delante, nunca hacia atrás, hacia lo que habían hecho. Mirando hacia adelante en la primavera de 1983, Paul McGuinness estaba preocupado por dos ideas. Deseaba producir un video de U2 que captara la excitación de los shows en directo de la banda, y deseaba renegociar su contrato con Island Records, que requería de ellos que hicieran otros dos álbumes por un anticipo de 50.000 libras, como los moderados royalties que habían tenido que aceptar cuando Bill Stewart firmó con ellos tras el Stadium hacia tres años. Entonces no había sido tanto el dinero como la oportunidad de crecer y desarrollarse. Ahora que la banda había crecido y se había desarrollado a una grandeza potencial, el dinero empezaba a importar más. Libre de las más pesadas tareas de la gira gracias a Dennis Sheehan, Paul reflexionó en sus planes mientras U2 cruzaba los pequeños pueblos de los Estados Unidos. U2 celebró el veintitrés cumpleaños de Bono tras su actuación en la universidad de Yale en New Haven, Connecticut. Bebieron un poco de champán y algunas cervezas después del show. La fiesta prosiguió en el autobús que los conducía a Nueva York, donde estaba previsto que actuaran en el Palladium la noche siguiente. En los negocios Paul era obsesivamente formal, tan meticuloso como 154

Unforgettable Fire: La Historia de U2 lo había sido en sus rituales infantiles, ya fuera haciendo regalos o coleccionando piedras. Sus reuniones con la banda eran corteses, casi afectadas. La otra cara de Paul aparecía en las fiestas, cuando los negocios habían terminado y era el momento de relajarse. A su debido tiempo. Entonces, Paul era sociable, emotivo, ocasionalmente indiscreto, hasta el punto que tenía que disciplinarse a sí mismo para seguir siendo Paul McGuinness, el manager, para que su otra personalidad se reflejara en el desinhibido placer que hallaba en los contactos sociales. Una buena compañía y unas copas eran las válvulas de seguridad por las que rezumaba el alivio. Correcto era la palabra usada más a menudo para describir a McGuinness el manager. Cuando era el momento de relajarse, podía ser tan convincentemente desinhibido. New Haven trajo de vuelta recuerdos a aquellos que celebraban el cumpleaños de Bono. U2 había tocado en el Toad’s Place de la ciudad el 15 de noviembre de 1981, en plena gira del October. Por muchas razones, personales y profesionales, las tensiones eran entonces altas entre los miembros de la banda. Bono era quien soportaba una mayor tensión. Durante meses se había mostrado susceptible hacia todo, incluida la música que se tocaba a sus espaldas. Se volvía y miraba furioso a Larry, Edge o Adam si cambiaba el ritmo de la batería o una guitarra se desviaba de la línea. Y esa última vez que tocaron en New Haven estaba supertenso. Hacia el final de la actuación, el parche del tambor pequeño de la batería de Larry se rompió. Todo lo que sabía Bono era que Larry había dejado de tocar. Olvido la actuación y el público y se volvió, furioso, para descubrir a Larry sonriendo tímidamente. Bono cargó con todo el peso de su cuerpo contra el batería, que emprendió una acción evasiva saltando hacia atrás del escenario. Bono derribo la batería. Mientras se estrellaba contra el escenario, el público rugió su aprobación. Creyeron que aquello formaba parte del show. Bono corrió tras Larry. Cuando llego al borde del escenario, Edge se adelanto y le sujeto por el pelo. El guitarrista raras veces perdía el control, pero ahora la pasión galesa tan lentamente suscitada hirvió, y le chilló a Bono. Edge sintió deseos de patear al cantante en la cabeza. Pod lo impidió. Luego, Bono permaneció despierto durante toda la noche. La ira fue diluyéndose para reemplazada por los remordimientos, que expresó cuando se reunió con los demás al día siguiente, a la hora del desayuno. Todos se echaron a reír, y achacaron lo sucedido a las presiones y a los peligros de los parches de poca confianza en las baterías. Y ahora el éxito había incrementado las presiones, sobre todo en Bono. Las audiencias eran mayores, más público acudía a verles, y los shows de U2 eran noticias allá donde actuaban. Los más respetados críticos acudían a juzgar a una de las más respetadas bandas. Las responsabilidades eran ahora mayores. Aquellos que decían que Bono era U2 estaban absolutamente equivocados. Pero en directo, cada noche, Bono era el punto de contacto entre audiencia y banda. Su habilidad para actuar, para dar voz y expresión física a la angustia, alegría, furia, dolor y optimismo de la música era lo que hacia únicos los shows de U2. Él lo sabia, y Adam, Edge y Larry también. Y le querían por el volver que revelaba cada vez que salía al escenario. No siempre era lo mismo, no siempre funcionaba, había embarazo y a veces incluso autentica vergüenza mientras aguardaban a que el público respondiera, viniera a ellos, se uniera a la celebración de U2. Nada se ahorraba para asegurar que aquel momento llegara, más pronto o más tarde, cada noche. Siempre les había importado, pero ahora, que actuaban en pabellones de 10.000 localidades, les importaba más que nunca. Éste era el trabajo de Bono, y pensaba en él todo el día. El trabajo diario de la banda empezaba a media tarde con la comprobación del sonido. Algunas otras bandas, especialmente aquellas con álbumes de éxito, pasaban de la prueba de sonido, confiado en el equipo para que las cosas funcionaran. Pero cada actuación era distinta, y U2 sabía, de demasiadas malas experiencias como teloneros, lo importante que era prepararse por la tarde. Joe O’Herlihy instalaba el equipo y lo probaba durante el día. La banda hacía luego los últimos ajustes hasta que todo quedaba de su gusto. Bono entraba en el vacío pabellón por la tarde desde la parte de atrás, por el ángulo de los apostadores. Miraba y escuchaba para comprobar que todo 155

Unforgettable Fire: La Historia de U2 aquel que había pagado pudiera ver y oír. Especialmente aquellos en las gradas, los que habían comprado las entradas más baratas. ¿Qué hacia aquella columna en medio del camino y por qué? ¿Acaso ese monitor o columna de sonido no bloqueaba la vista de la fila 93? Corredlo. Así está bien. El sonido era algo curioso, ningún oído oía del mismo modo un mismo sonido, aún no se había imaginado ninguna maquina que pudiera calibrarlo con exactitud. El oído humano, su oído humano, era la guía de Joe. Bono y Larry efectuaban una doble comparación. Adam y Edge permanecían en el escenario trasteando con los aparatos, ajustando aquí y allá. Todo el mundo trabajaba durante un par de horas, asegurándose de que el show estaba preparado. Bono se dedicaba entonces a pensar estrategias para la inmersión de cada noche en su audiencia. Emocionalmente, sus viajes espectaculares a través de los teatros eran zambullidos a lo desconocido. Físicamente, le gustaba saber donde iba, y como podía regresar al escenario. Ningún otro artista del rock n’ roll se había aventurado nunca del modo que lo hacia Bono. Él siempre había arrastrado físicamente al público. En un club pequeño era sencillo, un asunto de contacto visual o de bajar del escenario. Pero a medida que los locales se iban haciendo más grande, la tarea de romper la barrera física entre interprete y espectador se hacia más difícil. Tras ello iba Bono, el concepto de Iggy Pop de unidad entre audiencia y estrella llevado un paso más lejos, con mayor significado. Los viajes de Bono eran simbólicos, pero no por ello menos vitales. Eran, también, una variación de la creencia en el renacer, el romper barreras artificiales. Las aventuras de Bono a lo largo de los anfiteatros, por los pasillos, subiéndose a los andamiajes, siguiendo caminos que ninguna estrella del rock se había atrevido a recorrer nunca antes, eran espectaculares, una garantía de que U2 serian recorrer nunca antes, eran espectaculares, una garantía de que U2 serian recordados, que el show, este show, el de esta noche, en este pabellón, cada noche, seria algo especial. Steve Iredale o Dennis Sheehan ayudaban a Bono a establecer su ruta. Steve se encargaba del cable del micrófono de Bono y lo acompañaba allá donde fuera. En cada loco viaje. Steve comprobaba las posibles rutas. ¿Qué puertas había que abrir? ¿Cuál era la altura de ese palco? ¿Era seguro este andamiaje de tubo metálico? ¿Cómo regresaría Bono al escenario? A Bono le asustaban las alturas, pero cuando actuaba parecía prescindir de todo, no pensar en nada excepto en las emociones que estaba transmitiendo y recibiendo de la gente ante la que actuaba. Normalmente iniciaba su viaje en «Electric Co.», un pulsante y furioso rock guitarrístico escrito en sus primeros días acerca de un amigo suyo tratado con terapia electroconvulsiva en una institución mental de Dublín. Tan pronto como oía los primeros compases, Steve Iredale se preparaba. Nunca estaba seguro de donde iba a ir o que iba a ocurrir. Bono había perdido el equilibrio unas cuantas veces, aterrizando afortunadamente sobre sus pies. El cable del micrófono se había enrollado una vez en torno a su cuello, casi estrangulándole. Pero seguía cantando, empujando por alguna especie de instinto maniaco a tocar a la gente de una forma en que esta nunca había sido tocada antes. En la gira de War, Bono agitaba una bandera blanca por los pasillos, un símbolo de paz para suavizar la imagen de violencia pintada por el titulo del álbum. Esto hacia sus incursiones más peligrosas que nunca. El 25 de mayo, en el Queen Elizabeth Hall de Vancouver, las cosas casi fueron seriamente mal. Había un andamiaje de mecanotubo en la parte exterior de la galería que parecía llegar hasta el suelo. No lo hacia: a medio metro más debajo de la galería se interrumpía. Bono salto a él. No había nada entre él y el suelo de cemento, seis metros más abajo. Todo el mundo supuso que sabia lo que estaba haciendo. Solo él y Steve sintieron el aterrador miedo cuando apareció el vacio. Steve lo sujeto por el cinturón y tiro fuerte mientras el pesado cuerpo de Bono se balanceaba sobre el público de abajo. El camino de vuelta no fue digno, pero de alguna forma, aun cantando y saltando, agitando la bandera blanca sobre su cabeza, Bono regreso al escenario. 156

Unforgettable Fire: La Historia de U2 La preocupación crecía entre banda y equipo ante la histeria que estaba generando Bono cada noche en los teatros. Podía hacerse daño, o alguna cosa peor. ¿Qué podía ocurrir si uno de los chicos, drogado, borracho o simplemente arrastrado por la excitación de la proximidad del héroe, decidía seguir el ejemplo de Bono? No estarían Steve o Dennis para ayudarle a él o a ella. Dennis expreso las preocupaciones del equipo antes de que U2 tocara en el festival de los Estados Unidos en San Bernardino, el 30 de mayo. Aquel acontecimiento iba a durar tres días en un local al aire libre en el desierto. Estaba previsto que U2 actuaran el segundo día. The Clash actuarían el día antes, David Bowie cerraría los actos. Se esperaba un cuarto de millón de personas. La histeria estaba garantizada, no iba a ser necesario generarla. Dennis Sheehan estaba preocupado, realmente preocupado. El día antes fue a comprobar el lugar. El escenario estaba montado sobre un andamiaje metálico con una altura total de seis pisos. Un dosel de plástico se extendía cubriendo la parte superior. Aquel era el ventajoso punto que Bono desearía ocupar, especialmente con toda aquella gente a la que llegar. Los promotores dijeron: que no trepe. Dennis transmitió las instrucciones. Bono empezó a trepar, de todos modos. Steve y Dennis, asustados pero comprometidos a permanecer junto a él, le siguieron. Una vez arriba, Bono se volvió triunfante y saludo a la multitud congregada abajo. El día anterior The Clash había anunciado que estaban actuando bajo coacción: la banda británica había tenido una pelea con el promotor Steve Wozniak por motivos de dinero. U2 había dejado bien claro su postura al principio de su actuación: -Nadie me ha retorcido el brazo, yo deseaba estar aquí- declaró Bono cuando la banda ocupo el escenario. El tono populista quedo establecido. Ahora, a seis pisos de altura, el mesías saludo a la multitud. Bono se dispuso a cruzar la lona de plástico para descender por el otro lado del andamiaje. Dennis Sheehan estaba furioso. De pronto el dosel empezó a rasgarse bajo el peso de Bono. Dennis, que no se había atrevido a añadir más tensión siguiendo a Bono por allí, tuvo una terrible visión mientras el cantante se arrastraba de vuelta a la seguridad. Bono y Ali se habían casado aún no hacia un año. Supongamos que ocurría algo como aquello en una escapada. Ali estaría arrastrando a Bono en una silla de ruedas durante todo el resto de sus vidas. Era una locura, y Sheehan decidió terminarla. Dennis ataco duramente a Bono en el camerino del remolque después de la actuación. No tenía derecho de correr aquellos riesgos. Era algo irresponsable, innecesario, absolutamente loco. Paul McGuinness intervino, algo raro en aquellas ocasiones. Dennis estaba siendo un poco duro. No, insistió Dennis. Quería a U2, le gustaba lo que eran, le encantaba el sentimiento que ponían en su música. Él, que había visto de todo con Zeppelin, disfrutaba con lo que la gente obtenía de U2. Sabia que era algo real, un deseo de dar, de unirse con la gente de ahí fuera. Pero Bono tenía que situarse más allá de todo aquello. La gente ya no venia por eso. Venia por la música. Era una gran música. Bono no tenía que ir al público. El publico vendría a el. Ya no necesitaba hacer aquello. Dennis hablaba como un viejo profesional, un tipo serio. La habitación quedo en silencio. Las cosas habían sido dichas.

Under A Blood Red Sky Cuatro días más tarde, U2 llego a Red Rocks, a quince kilómetros de Denver. Mientras actuaban en Denver durante la gira de October, Paul y la banda habían ido a echar un vistazo a Red Rocks, una espectacular formación de peñascos de arenisca que emergía del suelo, formando un anfiteatro natural. A dos mil quinientos metros por encima de Denver, y con una altura propia de mil quinientos, Red Rocks era utilizado para conciertos de verano por muchos de los mejores 157

Unforgettable Fire: La Historia de U2 artistas de música popular contemporáneos de los Estados Unidos. Nueve mil personas podían disfrutar de un esplendido picnic en un día de verano mientras escuchaban el concierto. Paul McGuinness tenía algo mas elaborado en mente. El escenario de Red Rocks había impresionado al cineasta que había en el como la localización perfecta para un video de U2. Podía imaginar a Bono silueteado contra el horizonte desde la percha de uno de los peñascos de arenisca. Tocarían un concierto, grabando simultáneamente un video, y terminando con un film espectacular y un álbum de U2 en directo, quizá titulado Under a Blood Red Sky, por lo espectacular del ambiente de Red Rocks. Era una brillante idea pero, debido a la logística de la actuación en aquel lugar inaccesible, muy cara. U2 tenia en reserva 30.000 libras irlandesas, lo cual no era con mucho suficiente. McGuinness propuso un trato a Island Records y Feyline Presents, los promotores locales, ofreciendo a cada uno de ellos un tercio de los beneficios a cambio de una inversión de 50.000 libras, un tercio del coste. Steve Lillywhite fue llamado para producir el álbum, y pidieron a Gavin Taylor, de The Tube, el prestigioso realizador de rock de la Independent Television, que dirigiera el video. Red Rocks era el momento de la verdad para U2. Representaba un enorme esfuerzo financiero puesto en un solo objetivo: al aire libre, logísticamente difícil, con una cara y abrumadora tecnología que podía resultar inutilizable a causa de los elementos si las cosas iban mal. Y las cosas fueron tan mal desde el momento mismo en que llegaron a Red Rocks que resulto casi increíble. Tres días antes del show empezó a llover. A medida que la lluvia se hacia mas intensa, una fría niebla descendió sobre la montaña. El día antes del concierto, un tornado golpeo a sesenta y cinco kilómetros al norte de Denver. Mientras arrastraban el equipo cinematográfico y de sonido por el peñasco, en el que se hundían ahora hasta los tobillos y hasta su emplazamiento, los miembros del equipo se vieron azotados por una fuerte lluvia, aguanieve y copos de nieve. Fue el peor tiempo jamás visto en Denver en junio durante todo este siglo. La banda fue al lugar de la actuación la noche antes para comprobar el sonido. Las rocas de arenisca emitían ondas de radio que complicaron la labor de Joe O’Herlihy y Steve Lillywhite. Pero empezaron a manifestarse otros problemas más grandes. Los que estaban a cargo de la tecnología del sonido y la filmación deseaban abandonar aquel loco lugar. Su equipo podía resultar dañado y, con todo aquel cableado eléctrico a su alrededor, había un autentico peligro de que alguien resultara muerto. McGuinness llego por avión de un viaje de negocios a Nueva York el día antes del concierto. Kathy había venido desde Dublín para la gran ocasión. Paul convoco a Dennis Sheehan, Joe O’Herlihy, Steve Iredale y Steve Lillywhite a una reunión en su hotel en Denver. Deseaba saber como iban las cosas. Barry Fey, el promotor, también había estado fuera. Ahora que había vuelto quería que se suspendiera todo. Podían rodar el video en interiores en Denver. Dennis Sheehan no creía en correr riesgos. Recordaba a Les Harvey, y sabía que hablar de muertes en torno a las actuaciones de rock no era simple sensacionalismo. Ahora, sin embargo, tranquilizo a McGuinness. Él, Steve y Joe lo habían comprobado todo. Tendrían que pasar de algo de iluminación, y había el riesgo de que algo del equipo de sonido sufriera daños si llovía mucho, pero el lugar era seguro. Se pondrían perdidos, seria desmoralizador trabajar así, se llenarían de barro, tendrían frio y se empaparían hasta la medula, pero nadie moriría, excepto de pulmonía. McGuinness se enfrentaba ahora a una decisión. Podían seguir y esperar que con aquel tiempo terrible la gente viajara desde Denver para ver el show y que U2 pudiera tocar el tipo de concierto que fuera lo bastante memorable como para ser grabado en video. Su opción era cancelar el acontecimiento, retirar el equipo de la montaña y hacer el tipo de video más habitualmente producido en el mundo de la música. No hubo asomo de duda en la actitud de Paul cuando dio instrucciones a su equipo; si realmente resulta seguro hacerlo, tocaremos. Si alguien de producción se queja del clima, decidle que lea el contrato y que busque si dice algo allí acerca de tocar solo en días esplendidos. 158

Unforgettable Fire: La Historia de U2

Red Rocks - USA, Junio 1983 Los elementos se pusieron peores el día del concierto. Paul permaneció lejos de Red Rocks, se quedo en su habitación del hotel en la ciudad. Puso un anuncio en la radio prometiendo un concierto gratuito de U2 en el Colorado University Evens Center, la noche siguiente, para aquellos que se hubieran perdido el show de Red Rocks a causa del mal tiempo. Aquella era una respuesta típica de McGuinness. Cuando peor iban las cosas, mejor se comportaba. Ofrecer una actuación gratuita la noche siguiente difícilmente iba a hacer que su audiencia potencial desafiara los elementos. Corría el riesgo de no tener ninguna audiencia en absoluto para inspirar a la banda. Pero el concierto gratuito era la acción más honorable que podía tomar incluso con el culo fuera de la ventana, por mucho más dinero que tuviera. Kathy le dejo solo. No iban a discutir las crisis, nunca discutían las crisis cuando se producían. ¿De que servía? Red Rocks había sido idea de Paul. Ahora se había convertido en una enorme apuesta. La banda permaneció todo el día en el lugar, hablando con su equipo, que eran las únicas personas allí, aparte Lillywhite, que compartía su determinación de seguir adelante. Y cuando empezaron a llegar los fans, Bono, Edge y Larry chapotearon por entre el mantillo y los charcos para recibirles. Aquello bien hubiera podido ser Criccieth en Gales, seis años antes, reflexiono Bono. Recordó aquel horrible pero maravilloso fin de semana cuando, empapados y hambrientos, enfermos y cansados, The Village había sido escoltado hasta el barco por un Bobby local. El desastre podía ser bueno para el espíritu, si sobrevivías y no flaqueabas. Ocho mil personas acudieron a Red Rocks. U2 ocupo el escenario, con el sol entre medio de las nubes poniéndose a sus espaldas, las impresionantes rocas de arenisca silueteadas contra el horizonte. No fue un concierto sino una reunión de personas unidas por una emocionante sensación de haberse enfrentado y conquistado juntas la adversidad. Mientras U2 tocaba su maravillosa música - «Gloria», «I Will Follow», «Sunday Bloody Sunday» y «Electric Co.» -, la euforia de banda y audiencia se aferro a las gargantas de los endurecidos profesionales diseminados por Red Rocks. El rock n’ roll era en su mayor parte fantasía, su heroísmo, al igual que 159

Unforgettable Fire: La Historia de U2 su dolor, no eran ni más ni menos que una noción en una letra. El rock n’ roll era en el mejor de los casos una grandiosa ilusión. Pero lo que estaban haciendo allí en Red Rocks era real. Ningún video podía hacerle justicia. Para Dennis, Joe, Steve y Tom, aquello era U2, gente real haciendo una música real. Kathy McGuinness presencio el concierto a través de un monitor de televisión debajo del escenario, donde Steve Lillywhite estaba grabando el álbum. A mitad de la actuación, supieron que Red Rocks había funcionado, mientras la disposición de público y ejecutantes allá arriba se infiltraba lentamente a su pequeño y húmedo agujero en el suelo. Kathy y Steve sintieron deseos de llorar, pero se contuvieron y en vez de ello sonrieron. Fuera, cinco cámaras captaban la escena mientras un helicóptero flotaba, filmando también, encima. Nadie pudo descubrir a Paul McGuinness. La lluvia había disminuido y las nubes bajaron al encuentro con la música. Y entonces Bono subió a la parte superior de un peñasco, con pequeñas nubecillas de vapor brotando de su empapada piel. Se irguió silueteado contra el cielo que se iba oscureciendo, iluminado por las antorchas de propano colocadas encima de la roca, que enviaban proyectantes llamas hacia el cielo. McGuinness tuvo la impresión de que las llamas cobraban vida. Tendría que ver el video para comprobarlo. Porque estaba llorando, lagrimas de alivio y orgullo, las lagrimas íntimas del hombre no deseoso de mostrar sus emociones a un viejo y endurecido mundo. Mientras volvían a casa, los ocho mil héroes de Red Rocks hicieron eco a la canción de «40», que resonó por todo el valle de arenisca mientras descendían. Doug Stewart, el coordinador de producción americano en Red Rocks, dijo a un periódico local: -Voy a centenares de conciertos al año, y sé que, no importa cuántos otros conciertos asista el resto de mi vida, jamás habrá otro donde el intercambio de energía entre el público y los actuantes sea tan fuerte como lo fue en este show. Fue simplemente absoluta magia-. Red Rocks demostró que la banda era atrevida en la mejor tradición del rock n’ roll. El triunfo sobre la adversidad subraya, una vez más, una de las mayores cualidades de Paul McGuinness, su valor. No había perdido los nervios cuando se enfrento a circunstancias fuera de su control. En lo que al futuro se refería, algo aun más importante quedo claro durante la crisis de Red Rocks. Y eso era que Dennis Sheehan, Joe O’Herlihy, Steve Iredale, Tom Mullally, McGuinness y su banda, habían hallado el núcleo de un equipo de carretera tan bueno en su trabajo como los héroes públicos lo eran en el suyo, sin nada más que el orgullo profesional en juego. Dennis, Joe, Steve y Tom trabajaron como perros durante tres días, reforzando los valores de U2 ante los americanos contratados a su alrededor. Muchos de aquellos veteranos del mundo del rock eran personajes duros, flemáticos, que no se implicaban emocionalmente con las estrellas a las que servían. La inspiración no constituía un factor en sus vidas. Sin embargo, intimados, arrastrados y finalmente respetando la genuina dedicación del equipo irlandés, los ayudantes contratados arrimaron también el hombro todo lo que pudieron para hacer que aquella maldita cosa funcionara. Dadas las circunstancias, ganar aquella batalla importaba tanto como cualquier otra cosa que ocurriera en Red Rocks. Un nuevo lazo se había forjado entre U2 y aquellos que hasta entonces simplemente les habían servido. El concepto original se había expandido. U2 consistía ahora en algo más que cuatro músicos y su manager. Era una pequeña organización hermética, fundada y firmada con sangre y sudor en Red Rocks. Allá arriba en Red Rocks, la banda inicio el tramo final de su gira por los Estados Unidos. La cuestión de las invasiones de Bono entre el público estaban aún por resolver. La noche del 17 de junio, en el Sports Arena de Los Ángeles, el asunto apareció de nuevo en la agenda. Cantando «Electric Co.», Bono subió las escaleras que había detrás del escenario, y rodeo el anfiteatro, con la bandera blanca en una mano, el micrófono en la otra y con Dennis detrás. Bono estaba casi en el lado opuesto al escenario cuando un puño apareció junto a él. Alguien quiso agarrar la bandera. Se subió a la barandilla del anfiteatro, amenazando con saltar si la mano que intentaba arrebatarle 160

Unforgettable Fire: La Historia de U2 la bandera no abandonaba. No lo hizo. Salto. El público, seis metros más abajo, recibió a Bono. Dennis le siguió, aterrizando sobre sus cuerpos. La locura entro en erupción. Otros saltaron exactamente igual que acababa de hacerlo el héroe. Nadie les sujeto. Los cuerpos se amontonaron sobre los asientos, con Bono debatiéndose debajo. Había ido demasiado lejos. La bandera fue desgarrada, multitud de manos se aferraron al cantante que, ayudado ahora por Dennis, estaba intentando desesperadamente escapar. Mientras su camisa era rasgada por varios lugares, Bono apuñeteó ciegamente hacia todos lados. Alguien le golpeo en la espalda. Llegaron los miembros de seguridad, apartando a los fans asustados por la histérica escena. Adam, Edge y Larry siguieron tocando «Electric Co.», mientras Dennis y los hombres de seguridad protegían a Bono de vuelta al escenario. La bandera blanca, hecha jirones, con el astil roto por varios lugares, quedo tirada por el pasillo, única víctima de la loca escena. Las emociones se desataron más tarde en el camerino. A la mañana siguiente, los diarios de Los Ángeles destacaron lo ocurrido en el show, reflejando los puntos de vista de los críticos a todo lo ancho de los Estados Unidos durante toda aquella primavera y principios de verano. Pero ambos críticos de Los Ángeles cuestionaron el significado del loco viaje de Bono a través de todo el pabellón. U2 no era eso, afirmaban, haciendo eco a las palabras de Dennis Sheehan de hacia algunas semanas atrás. Sheehan trajo las críticas a Bono, que leía todo lo que se escribía sobre U2, y espero que finalmente el mensaje calara en él. U2 regreso a Dublín para actuar como atracción principal en un festival veraniego el 14 de agosto, en un espectacular concierto de veinticuatro horas de duración ante 25.000 personas en el Phoenix Park Racecourse. Las bandas Simple Minds y los Eurythmics actuaban también, pero era a U2 a quienes venía a ver realmente la gente. Había una maravillosa sensación de volver a casa entre los viajeros. Dublín era la realidad, Los Ángeles y Red Rocks eran lugares que uno soñaba aunque hubieras estado allí. No era hasta que volvías a casa que veías tus logros, recuperabas tu sentido del yo y te afirmabas. Edge tenía una razón más personal aun para su sensación de bienvenida. Él y Aislinn se casarían el 14 de julio. Voces recordadas y rostros familiares se apiñaban entre bastidores en el parque. Dave Fanning, el dublinés arquetípico, sin dejarse impresionar por nada, alegre, tratando la fama, los logros y el éxito como los semi-chistes que realmente eran. Fanning, la irreverencia encarnada, era bueno para ti. Bill Graham, sonriente, desorganizado, ligeramente sudoroso, era otro recuerdo, otra forma de calibrar dónde estabas, como sentías, que importaba todo aquello para ti. Todas las familias acudieron al parque. Bobby Hewson, feliz, sin dejar de contar chistes, ligeramente achispado; Norman, erguido, complaciente, muy propio, sacudiendo la cabeza de tanto en tanto cuando, meditativo, pensaba en Paul-Bono; Jo Clayton, elegante, formidable, empezando a sentirse convencida de U2; y Brian, tranquilo, regocijado, Cecilia y Larry Sr, adoptando la línea de Fanning en todo aquello, felices por Larry Jr, felices de que finalmente fuera el músico que siempre había deseado ser, el señor y la señora Evans irradiaban orgullo, Gwenda más que Garvin, que permanecía digno pese a todo. Todos aquellos que conocían más íntimamente la historia de U2 estaban reunidos ahora detrás del escenario intentando aferrar con todas sus fuerzas el significado de lo que sabían, de lo que podían ver ante ellos en la creciente oscuridad que estaba envolviendo el histórico y querido parque de Dublín. ¿Cómo podías medir la gloria y la aclamación a aquella escala? ¿Significaba realmente algo, o era simple combustión? Era excitante ver a la multitud y oír el ruido. Pero una vez cesaba el frenesí, era imposible responder racionalmente a ninguna de las preguntas suscitadas por aquel día aparentemente glorioso. La banda había sobrevivido y había madurado, la expresión de juventud había abandonado sus rostros. Ahora había en los chicos una sabiduría que sugería que habían estado en algún lugar distinto, más duro, más mundano que Dublín. La inocencia había desaparecido, dejando en su lugar la autosuficiencia. 161

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Bono hizo callar a la audiencia para dedicar una canción a Thomas Reilly, víctima de un asesinato sectario en Belfast la semana pasada. El hermano de Thomas, Jim, era el batería de la banda de Belfast Stiff Little Fingers, cuyo líder Jake Burns había llevado esperanzas a U2 cuando permanecían sentados, desesperanzados, en una camioneta en Fishguard hacía casi una vida. Bono cantó «I Fall Down». Después de esto, la voz pública de U2 arrastro a su padre, Bobby, de entre bastidores, y bailaron ante el mayor público que hubiera tenido jamás el viejo actor de music-hall. Como había hecho la gente en Red Rocks y en todas partes al otro lado del mundo, la multitud de 25.000 dublineses abandonaron el Phoenix Park con el canto de «40» rezumando de sus mentes. Entre bastidores estallo la confusión cuando todo el mundo intento alcanzar las bebidas y a los héroes que las hacían posibles.

Atlanta - USA, Junio 1983 Hablando con Bill Graham inmediatamente después del concierto de Dublín, Bono declaro que U2 había llegado al final de una etapa en su viaje. Se habían necesitado seis años para ir desde el pasillo de Mount Temple hasta el Phoenix Park. Habían empezado con nada que pudieran decir que importara en el mundo del rock n’ roll. Nada al menos que se supusiera que tenía algún valor. Excepto Larry, ninguno sabía tocar sus instrumentos. No eran conscientes de lo que se había producido antes que ellos, nadie, ninguna banda a la que desearan imitar, ningún sonido, étnico o contemporáneo, inspiro la formación de U2. Musicalmente no tenían tradición ni, cuando lo examinabas de cerca, ninguna identidad auténticamente social, nacional o religiosa. U2 procedía de la nada. Como señalo Steve Averill cuando sugirió el nombre de U2, era algo nebuloso, abstracto, universal, que significaba cualquier cosa que desearas. U2, que se pronunciaba en inglés igual que you too, tu también, era un retruécano de los tiempos y de la sociedad donde había crecido la banda. El nombre era un golpe brillante, intuitivo, un producto de identificación par excellence. Seis años más tarde, Adam, Edge, Larry y Bono tenían una identidad: eran U2, una banda que pronto seria honrada por la revista Rolling Stone como Nuestra Selección: la Banda de los 80. Proyectaban una imagen ordinaria. Esto era una aspiración emocional antes que un hecho. Quizá deseaban identificarse con su generación, pero sus antecedentes eran demasiado variados y 162

Unforgettable Fire: La Historia de U2 distintos, su experiencia de la vida y mundo demasiado amplio para permitirles encajar cómodamente en una clase social o un carácter nacional. U2 era una banda irlandesa, una banda de Dublín. Hasta cierto punto esto era cierto, pero no absolutamente cierto. Adam había nacido cerca de Londres, de padres de clase media inglesa. Creció en un mundo crepuscular de los internados, algo tan lejano a Dublín como era posible sin perder el derecho de seguir reclamando la ciudadanía. Edge había nacido también en los Homes Counties, los condados cercanos a Londres, de padres cuyo carácter galés era tan intensamente autentico veinticinco años después de ir a vivir a Malahide como lo era el día que llegaron a Dublín. Bono era irlandés, insistía en ello y lo creía a pies juntillas. Pero, medio protestante indiferente, medio católico torpe, crecido en Ballymun en medio de la clase media baja, a la sombra de los bloques de viviendas de New Ballymun, Bono tenía tantos problemas de identidad como los otros. Se había convertido en el Gran Camaleón, ángel, amante, luchador, hombre de paz y que coescribió War. El hombre que inspiraba a una Irlanda Unida, pero no pondría una postila junto a la cabeza de nadie para conseguir su fantasía republicano-nacionalista. Larry parecía más fácil de categorizar, el directo Larry, tímido ante la fama y en consecuencia identificado como un torpe rubio. Si el rock n’ roll era el canto tribal del poblado global, Larry era el idiota del poblado por desear intimidad, por insistir en que él era un músico, un batería, y punto. ¿Pero ordinario? La historia de Larry Sr y Maureen, y el brillante trabajador que rechazo valientemente el seminario después de siete años y la joven triste-alegre que vivió sola la mayor parte de su vida… ¿ordinario? La determinación de Larry Jr de ser batería, de ser el batería que él quería ser, no el que intentaban hacer de él, de mostrar ese tipo de coraje en la avenida Harmonstown, donde todas las indicaciones señalaban hacia el anonimato… ¿ordinario? ¿Vender la supuesta timidez y anunciarse en el tablón de anuncios de la escuela? Si U2 tenía un denominador común, era que nadie en la banda pertenecía realmente al lugar donde había permanecido. Larry no era una excepción. Hasta que encontró a U2. Paul McGuinness, nacido en una base de las Reales Fuerzas Aéreas en Alemania Occidental, estaba tan sorprendentemente desplazado como los cuatro jóvenes a los que conducía por la jungla del rock n’ roll. Su madre procedía de la línea divisoria entre Cork y Kerry. Su hijo se estableció en Dublín, como productor-director cinematográfico fracasado, sentándose a última hora de la noche a beber unas copas y a soñar en una «baby band» que llevar hasta el mundo de Jagger, Presley y Bowie. Si mirabas de nuevo a Steve Iredale, un hombre de Yorkshire en Kiltimagh, condado de Mayo, o a Dennis Sheehan, decente y responsable, de Durgarvan, condado de Waterford, veterano de Led Zeppelin y los locos excesos del rock n’ roll de los años 70, podías ver que ellos también estaban desplazados, que Steve y Dennis sólo encontraron lo que estaban buscando en esa cosa llamada U2. Lo que quedo bien establecido en el momento en que U2 alcanzo el Phoenix Park era que U2 existía. Existía en las mentes de otra gente. U2 era real, era más que una identidad imaginada para las personas que pertenecían a la banda. El éxito de War, la triunfante gira por los Estados Unidos, la ciudadela de la fama y la autentica apreciación del rock n’ roll, y finalmente el glorioso regreso a casa, al parque, y el tipo de respeto tan a regañadientes concedido por una ciudad que se las daba de mundana, esos eran los logros que daban sustancia a U2, que hacían que la banda y aquellos que la servían sintieran que ya no eran personas desplazadas. Eso fue lo que Bono describió como el final de U2 Mark I. después de seis años de lucha, personal y profesional, después de muchas batallas, estaba asegurada una importante victoria. U2 existía.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 Fire La semana siguiente del “final de ciclo” Paul McGuinness entrevisto a Anne-Louise Kelly para un trabajo que no tenia titulo pero cuyas obligaciones entraría bajo el encabezamiento de “ayudante personal”. Anne-Louise tenía veintiún años y era una joven con un rostro agraciado, abierto, pecoso, bajita, muy inteligente y con unos modales agradablemente confiados. Había sido recomendada a McGuinness por el director del curso de la muchacha en la Escuela de Comunicaciones de Rathmines, que Anne-Louise había abandonado hacía unas semanas. Su entrevista con Paul duró menos de diez minutos. McGuinness trabajaba por instinto cuando se trataba de gente, y Anne-Louise se encontró con un trabajo que no estaba segura de desear. Había nacido en Brighton, en la costa sur de Inglaterra. Su madre era inglesa, de Eastbourne, su padre un irlandés que practicaba la abogacía y enseñaba leyes en Inglaterra y Nigeria. Sus padres se retiraron a Dublín cuando Anne-Louise tenía cuatro años. Fue educada por las monjas en la escuela del Presentation Convent, tras lo cual trabajo en Dockrells, una empresa de materiales para la construcción, durante un año, a fin de ganar el dinero suficiente para estudiar en la Escuela de Comunicaciones. El diploma que obtuvo le permitiría esperar conseguir un trabajo en la comunidad radiofónica. Muchos jóvenes tenían ese tipo de diplomas. De hecho, podían hallarse cualificaciones muy superiores en los cajones de muchas casas suburbanas por toda Irlanda en 1983. Había bosques de títulos y diplomas, pero muy pocos trabajos. En realidad Anne-Louise estaba interesada en la producción dramática, que había sido su especialización en la escuela. Pero nada ocurría, ni para ella, ni para los miles de otros jóvenes que, conscientes de la depresión nacional, abandonaban el sistema educativo, desmoralizados por el aspecto de la Irlanda de los años 80. Fue en aquellas circunstancias que Anne-Louise conoció a Paul McGuinness. Acepto el trabajo, feliz de tener al menos un sueldo semanal. Pensó que resistiría hasta navidades. De hecho, Anne-Louise Kelly se quedo para siempre. Durante los próximos cuatro años adquirió poder, influencia y responsabilidad dentro de la comunidad de U2, igualados solo por McGuinness y la propia banda. Cuando cumplió los veinticinco años, Anne-Louise se sentaba junto a los cinco principales en la sala de juntas de U2, una igual a la que los cinco hombres más públicamente asociados con la causa respetaban y en la que confiaban. McGuinness la recibió aquel primer día en su casa-oficina en Ranelagh. Cuando concluyeron su acuerdo informal, llevo a Anne-Louise arriba, a un dormitorio desocupado que servía como oficina para U2. La habitación contenía un teléfono, un escritorio antiguo y una maquina de escribir portátil que necesitaba una urgente reparación. Había un silencio absoluto. Paul ni siquiera estaba seguro de qué debía pedirle a una ayudante personal. Ella no sabía nada acerca del mundo de la música. Había trozos de papel por todas partes, los contratos estaban metidos detrás del viejo sofá que dominaba la habitación. Anne-Louise no sabia escribir a maquina, pero sabia organizar. Empezó con el montón de papeles apilados detrás del sofá. McGuinness presento a Anne-Louise a la banda aquella misma semana. Ella nunca había oído hablar de ellos, pero parecían unos muchachos agradables. Bono y Larry destacaban. El cantante tenía un toque áspero, todo bonhomie, «encantado de conocerla»; el batería era tranquilo, tímido y observador; fue el ultimo en entrar y el primero en salir. Los resultados de Red Rocks fueron variables. El video estaba bien, el sonido de la música menos que bien. Habían tomado la precaución de registrar el audio de dos shows, -grabaron la presentación del 06 de mayo en el Orpheum Theater de Boston y el del 20 de agosto en el Loreley Amphitheater de St. Goarshausen, Alemania-, en caso de que cualquier caso fuera mal en Denver. Cuando finalmente salió al mercado en Noviembre de 1983 el álbum en vivo Under a Bloody Red 164

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Sky, contenía solamente dos canciones, «Gloria» y «Party Girl», de Red Rocks. Jimmy Iovine, que efectuó la producción en Boston y en el Rockpalast de Alemania, fue quien apareció en los créditos del disco. Los reflejos del álbum Red Sky se vieron teñidos por la compensación de 50.000 dólares que U2 se vieron obligados a pagar por la versión no autorizada de Bono de «Send in the Clowns» que incluye en los snippets de Electric Co. U2 estaban preocupados por su siguiente álbum en los primeros meses de 1984. Deseaban que lo produjera Brian Eno, pero cuando contactaron con él rechazó la proposición. La banda insistió, y finalmente, tras un par de reuniones, Eno aceptó ir a Dublín con Danny Lanois, un ingeniero de sonido canadiense de reputación internacional, Eno era una figura de culto en el mundo del rock. Su reputación había sido establecida produciendo a Roxy Music, David Bowie y Talking Heads. Aparte el rock n’ roll, era un artista. Resultaba difícil describir su trabajo, que era de vanguardia y muy relacionado con la luz y el sonido. Se afirmaba que había algo llamado ambiente-Eno. Ambiente era también la palabra más asociada con la música que producía. Tenía pedigree, clase, una cierta mística. Brian Eno atraía a U2 porque estaban dispuestos a iniciar la segunda fase de su carrera. Estaban buscando desafío y exploración antes que consolidación. No querían que su siguiente álbum fuera el Son of War, el hijo de War. A pesar que un disco así podría alcanzar muy bien el numero 1 en las listas, esto representaría el estancamiento. Buscaban seguir creciendo. Profesionalmente, esto era pensar con la cabeza y también era muy valiente: War acababa de cumplir un doceavo mes en las listas del Reino Unido. En marzo de 1984, los colaboradores de Rolling Stone eligieron a U2 como banda del año en 1983. El espaldarazo fue una respuesta al álbum War y a la magnificencia de la gira que lo había seguido. Pero los colaboradores de Rolling Stone tal vez estaban señalando también algo que trascendía de los logros mensurables de U2; ellos, la gente que pensaba más y más inteligentemente sobre el idioma del rock n’ roll y la cultura a la que estaba arraigado, habían identificado en aquella banda irlandesa una seriedad de propósitos que resultaban rara. U2 parecían desear cambiar y expandir el idioma, estaban comprometidos a darle a la música rock antes que a recibir de ella, a cambiar aquello que amaban antes que explotarlo. Los votantes de Rolling Stone habían comprendido sagazmente de donde procedían U2. Y aunque nadie sabía adónde iban, su presencia era vital e interesante. En la era del nihilismo y la afectada «serenidad», cuando, miraras hacia donde miraras, el rock n’ roll estaba mirando hacia atrás, una joven banda tenía el valor y la imaginación de explorar y desarrollar algo que parecía agotado. El premio de Rolling Stone llego en un momento oportuno para Paul McGuinness. Estaba renegociando el contrato original de U2 con Island, según el cual otros dos álbumes todavía debían ser pagados al precio antiguo, 50.000 dólares, y los antiguos royalties. «El negocio de la música, en sus rasgos específicos, e incluso en los más amplios, no es un negocio terriblemente complicado.» Las palabras son de Owen Epstein, el abogado de U2 en Nueva York. Él, junto con Ossie Kilkenny, un contable de Dublín que trabajaba para U2 desde el principio, fueron la cohorte de McGuinness en la renegociación con Island. Owen afirmaba respecto al rock n’ roll: «Es un negocio que requiere que tengas un sentido de la imagen y del marketing y las relaciones entre editar música, grabar discos y realizar giras. Si eres una persona muy lista puedes aprenderlo muy rápido. Pero no todo, no las sutilezas. Paul era evidentemente muy listo». Epstein tenía treinta y cinco años cuando estaba siendo negociado el nuevo contrato. Se había iniciado en leyes trabajando para los sindicatos, pero había hallado que el mundo artístico encajaba mejor con él. Conoció a McGuinness a través de Frank Barsalona. Chris Blackwell era también «un gran amigo». Epstein se describía a sí mismo como un «especialista en tratos». Hacer tratos era una forma de arte, según lo describía él. Ossie Kilkenny era el jefe de una empresa de contabilidad de éxito en Dublín. Ossie tenía estilo. Combinaba la seriedad tradicionalmente asociada con su profesión con unos modales agudos, 165

Unforgettable Fire: La Historia de U2 divertidos, casi callejeros. Ossie era un experto. Había sido educado por los franciscanos en el Gormanstown College, un internado de fama a treinta kilómetros de Dublín. (No hay internados de mala fama en un país donde una educación decente es un privilegio para unos pocos antes que un derecho para todos.) Cuando joven, Ossie tocaba, bastante mal por cierto, en una banda llamada los Chosen Few, cuyo vocalista, Paul Brady, se convertiría más tarde en un importante artista discográfico, compositor de «The Island», la clásica canción antibélica. Estudiando por su cuenta en el University College de Dublín de noche, mientras durante el día trabajaba en un banco y tocaba con los Chosen Few a última hora de la noche, Ossie adquirió su titulo. Cuando empezó a practicar la contabilidad, sus amigos del show business acudían a menudo a pedirle consejo. Represento a los Boomtown Rats y arreglo algunos problemas para Bob Geldof. Chris de Burgh es otro de sus clientes. Shakin’ Stevens, los Smiths y Dexy’s Midnight Runners se hallan también en los libros de Ossie. McGuinness y Ossie eran amigos. Ambos eran inteligentes y mundanos, y ambos conocían y les gustaba Epstein. Aquel fue el formidable triunvirato al que se enfrento Chris Blackwell cuando intento mantener el contrato existente con Island. Los años 80 habían sido difíciles para Blackwell, U2 aparte, y todo lo que habían recibido hasta entonces habían sido promesas. Pero eran la próxima banda, a un sencillo de éxito o un gran álbum de distancia de la cima de la Primera Division. Blackwell podía extraerles otros dos álbumes baratos sobre la base del contrato existente, pero sabia que la pelota había cambiado de manos desde el Stadium en 1980. Blackwell, McGuinness, Kilkenny y Epstein eran amigos, y siguieron siendo amigos a lo largo del periodo de tres meses de negociaciones. Pero los negocios son negocios, como todos ellos decían. Paul McGuinness declaro que la principal preocupación de U2 en cualquier nuevo arreglo era el control de su música. Él, Kilkenny y Epstein consiguieron esto. Además, negociaron uno de los tratos mas hábiles en la historia del rock n’ roll. Para sus siguientes cuatro álbumes, U2 recibirían 2 millones de dólares por álbum, y el doble de los royalties que habían recibido anteriormente. Podían escoger su propio productor. Island debería aceptar -sin verlo- el álbum producido. Cada álbum seria promocionado a través de tres videos a un coste de 75.000 dólares cada uno, que seria pagado por Island. Esas eran las buenas noticias. Las noticias espectacularmente buena: que como parte del contrato para sus nuevos cuatro álbumes, a U2 le serian devueltos todos sus derechos de publicación. El valor de aquello era, y sigue siendo, inestimable. Había docenas de otras buenas noticias acerca de royalties automáticos, formas de pago y promociones discográficas. La línea del fondo decía que U2 estaba financieramente asegurada para el resto de su vida y con control absoluto de su trabajo…, pasado, presente y futuro. Las viejas historias de horror acerca de artistas del rock, desde Elvis, pasando por los Beatles, hasta Elton John y los Rolling Stones, siendo despojados de su obra, nunca podrían contarse acerca de U2. Y una última clausula fue añadida al contrato U2-Island Records: Los mismos derechos se aplicarían aunque alguno de sus miembros abandonara la banda. «Tres cuartos de este contrato para una banda sin Bono», declaro Epstein, seguía siendo algo «sensacional». Fanning, Epstein y Ossie Kilkenny volaron de vuelta a Dublín vía Londres en el Concorde. Brindaron por su éxito con champan. Como viajo Blackwell de vuelta a casa no quedo registrado. Mientras las líneas financieras del contrato empezaban a aclararse a lo largo de las anteriores semanas, McGuinness se mantuvo en contacto constante con la banda. Los muchachos estaban terminando de grabar The Unforgettable Fire en Windmill. Como sus predecesores, la grabación de Fire fue un infierno. Esta vez no estaba Steve Lillywhite para actuar como honesto intermediario entre la ambición, la búsqueda de la perfección y la realidad que eran posibles en un estudio de grabación. La tarea de sintetizar ideas, imágenes, música y actuación en aquel álbum tenso las relaciones hasta el punto de ruptura. 166

Unforgettable Fire: La Historia de U2 U2 se habían trasladado a una agradable suite de oficinas encima del estudio de grabación de Windmill. La reunión para desvelar el contrato fue convocada en la sala de juntas durante una pausa en la tormenta de abajo. McGuinness y Epstein presidieron. La banda escucho en silencio la noticia de que estos chicos entre 23 y 24 años de edad nunca más tendrían que volver a trabajar. Cuando McGuinness y Epstein concluyeron, hablo Bono. El dinero podía destruirles. Era corruptor. Les separaría de sus amigos, desgajaría la banda de sus raíces. El contrato era una buena noticia, pero no era una razón para dejarse arrastrar por él. Tenían un disco que terminar abajo. Los otros asintieron. Por el espíritu santo, pensó Epstein, no puedo creerlo. La noche siguiente Paul y Kathy McGuinness dieron una fiesta para celebrar el contrato. Todos los padres fueron invitados, junto con amigos como Barry Devlin, que había ayudado a lo largo del camino. La noticia, admitieron todos, era maravillosa. Si he de ser corrompido, bromeo alguien, que sea de esta forma. Más en el fondo, Jo Clayton, Bobby Hewson, Norman, Gwenda y Garvin, Brian y Larry Mullen Sr, se sintieron más que nada aliviados. Como Paul McGuinness, sabían que el dinero no lo era todo. Pero esa era la forma cómo funcionaba el mundo. El dinero significaba libertad. El dinero significaba poder. Como recordó Paul a todo el mundo, el dinero respaldaría sus ambiciones, les permitiría seguir empleando a la mejor gente, concentrarse en la música, sobrevivir y crear en sus propios términos.

Slane Castle – Irlanda, Julio 1984 Unforgettable Fire era, como War, un titulo conceptual. Estaba inspirado por una exposición que la banda visito en el Museo de la Paz de Chicago. Se exhibían una serie de pinturas y dibujos hechos por los supervivientes de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, bajo el titulo de The Unforgettable Fire, el Fuego Inolvidable. La colección era considerada como un tesoro nacional por el Japón. Bono, Larry, Ada, y Edge se sintieron profundamente impresionados por las horribles imágenes de la vida después del holocausto atómico. Y junto con la colección The Unforgettable Fire, el Museo de la Paz alberga una serie de obras dedicadas a Martin Luther King y su lucha no violenta por la emancipación negra.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 Eran esas imágenes y las emociones que desencadenaron lo que ahora intentaban capturar desesperadamente U2 en las sesiones de grabación de Slane Castle y Windmill Lane, con Eno y Lanois. Y dos semanas antes de la fecha prevista para iniciar la grabación, la banda estimó que debía detener las sesiones. Habían cambiado de una sensación de confianza hacia el proyecto a un estado de pánico. Se sentían intimidados por la perspectiva de Eno. Las canciones no estaban saliendo como habían imaginado. «Wire» era un batiburrillo. Bono estaba trabajando en una canción llamada «White City» que no salía. Y no podían conseguir una versión más ajustada de «Pride», una canción dedicada a Martin Luther King. Pero al final decidieron seguir adelante. En secreto, la banda del año estaba aterrorizada ante la idea de no conseguir la música que hiciera justicia a una gran idea y concepto. Cuando empezó el proyecto del disco en la primavera de 1984 en el Catillo de Slane, Eno, Lanois y la banda decidieron empezar de cero. Edge y Eno congeniaron inmediatamente. Edge era la inteligencia musical de U2, una mente de primera clase aplicada a la tecnología del rock n’ roll. Brian Eno era un animal similar a U2. Y empezaron a encontrar el sonido correcto. El horror de la devastación nuclear, la dignidad que poseía Martin Luther King: emociones como ésas eran un importante desafío para un idioma como la música rock, creada, informada e inspirada por nociones mucho menos profundas. Pero Edge y Eno lo consiguieron. Bono estaba también allí. No debiera estar, pensaba Eno. Bono debería estar escribiendo las letras, que tendrían que haber sido entregadas hacia ya mucho. Pero Bono no se ocupaba únicamente de las letras. Bono oía melodías y sonidos en su cabeza. U2 no era un simple asunto de Edge igual a música, Bono igual a letras, y Adam y Larry para hacer el adorno bonito. Ellos lo sabían. Eno estaba empezando a descubrirlo. Edge fue el mediador entre los dos principales protagonistas, Eno y Bono. Y gran parte de la preparación y grabación de Fire tuvo su lugar en Slane Castle. Pero la angustia empezó cuando el proyecto se traslado a Windmill Lane en la etapa crítica de su conclusión. Y finalmente se agoto el tiempo. Se tuvo que contratar un mes extra de estudio. Eno acepto, reluctante, seguir en la mesa de sonido y Bono, reluctante también, ir a escribir las letras. Adam veía todo aquello de una forma algo desprendida. El era un músico profesional. -Tú encárgate de tu trabajo. Si estas a cargo de las letras, escribe de una vez esas jodidas letras-. El ambiente en Windmill Lane era interesante si te hallabas metido en esta loca idea general. Irónicamente. Adam, el menos convencido ante la llegada de Eno, fue quien maduro mejor a lo largo de la experiencia. Por muchas razones, Adam había soportado los peores tiempos de U2. Había sido un desterrado social durante un largo y solitario periodo de tiempo en los años en la carretera con Boy y October. Sus aliados habían sido Paul y Steve Lillywhite y los miembros del equipo, todos los cuales le apreciaban, realmente le apreciaban, por su humor, inteligencia, buenos modales y deliciosa actitud desprendida ante el hecho mismo de ser grandes. Adam era serio en el trabajo, alegre en la diversión. También había sufrido por el hecho de no ser un virtuoso del bajo, por no tener la confianza que hubiera debido tener en su forma de tocar. Animado, alimentado por Lillywhite, Adam era un músico excelente. Pero su confianza en su forma de tocar era susceptible de evaporarse en territorio hostil. En el estudio con Eno podía ser, temía, ese territorio. Pero los acontecimientos demostraron que la confianza de Adam no era la única propiedad frágil en aquel lugar. Comprensiblemente, aquello hizo que se sintiera mejor. La noticia filtrada de que eran millonarios había tenido el efecto de hacer que la banda intentara más duramente que nunca enfrentarse a las responsabilidades que el nuevo contrato arrojaba sobre ellos. De todo el conflicto y la tensión creadora surgió un álbum impresionante, que contenía dos grandes creaciones de rock n’ roll, el épico «Bad» y la cruda «Pride», una gloriosa evocación de Martin Luther King que conseguía capturar en sonido la nobleza de la vida de aquel gran hombre y la conmovedora intensidad de su muerte en la terraza de un motel en Memphis. U2 ya no se ocupaba de asuntos meramente personales, ya no proyectaban juventud e inocencia a 168

Unforgettable Fire: La Historia de U2 los 23 o 24 años. Habían crecido, y sus dones habían madurado en consecuencia. Había algo más, algo que atraía a aquellos en la revista Rolling Stone y en otros lugares que se preocupaban por el rock n’ roll; el rock, y la cultura que inspiraba, nunca habían sido tomados en serio por nadie fuera de su gueto colorista. El rock había sido protegido, ridiculizado, y ocasionalmente pateado en la cabeza por los presidentes y lideres políticos. Sus tragedias ocupaban las primeras páginas y eran constantemente perseguidas. Nadie se tomaba en serio la música o sus héroes; los más grandes de ellos: Dylan, los Beatles, The Who y los Stones, lo habían descubierto. Ahora, en 1984, ni siquiera los héroes creían en sí mismos. El nihilismo era la tónica de esos tiempos. Esta lógica se aplicó hasta que llegó U2. Esta banda estaba haciendo algo más que vender álbumes y llenar pabellones. Los cuatro muchachos de Dublín estaban haciendo una revolución, no fuera en la sociedad, sino aquí, dentro de la propia cultura del rock n’ roll. Puesto que ahora el rock deseaba ser tomado en serio, deseaba crecer, y U2 importaba ahora más que las bandas que habían vendido más discos y habían conseguido una más amplia aclamación popular. «Pride» ayudaba a crecer al rock n’ roll, ganaba para él respeto y auto-respeto. El primer single del Unforgettable Fire nacido bajo presión en Windmill Lane en Dublín, había sido concebido en una prueba de sonido el 16 de noviembre de 1983 en el NBC Arena de Honolulu, Hawaii. Joe O’Herlihy siempre grababa las pruebas de sonido. No había una prueba de sonido en la historia de U2 que Joe no hubiera grabado. Para el observador casual, parecía como si no estuviera ocurriendo nada, como si simplemente estuviera trasteando por ahí. Pero las pruebas de sonido eran trabajo. Edge experimentaba con una secuencia de acordes, Adam desgranaba una línea de bajo, Larry, afinando su batería, tropezaba de pronto con un nuevo sonido o esquema de sonidos. Y Joe lo registraba todo. Cuando le preguntaban, podía encontrar el fragmento que deseaba, el atisbo de inspiración, el momento y el cuando, sin ninguna presión encima, la musa llamaba inesperadamente. Así es como empezó «Pride». La canción fue completada, como lo era todo el mejor trabajo de la banda, en directo, en concierto, música del mundo real llevada hasta su cúspide creativa en el mundo real. Consiguiera lo que consiguiera U2 en el estudio, la verdadera grandeza de la banda residía en sus actuaciones, donde Bono arropaba el rock n’ roll con sus dotes de gran actor. En su expresión máxima, el rock n’ roll es una mezcla de música y actuación. Allá donde la canción exigía pasión, tristeza, alegría, furia, amor, o una emocionante mezcla de todas las emociones, conflictos y experiencias, Bono, en directo, a la cabeza de su banda, lo ofrecía de una forma que muy pocos antes lo habían hecho, si lo había hecho alguno. Si no había nada especialmente profundo en el concepto de «Pride», nada profundamente imaginativo acerca de U2, lo que hacía de su música, y esta canción en particular, tan especial, era la poderosa mezcla de ideas, sonidos, imágenes y logros. El idioma del rock n’ roll nunca había sido desafiado de una forma tan general antes. U2 estaban extrayendo más del idioma que sus contemporáneos. La música que deseaba crear tenía que hacerte sentir deseos de bailar, pero también debía animarte a pensar, ayudarte a reflexionar. «Pride» era lo más cerca que habían llegado hasta entonces de ello. La sensación dentro del campo de U2 era que «Pride» iba a convertirse en el número 1 que nunca hasta entonces habían conseguido. Sin embargo, cuando apareció en septiembre de 1984, sólo llegó hasta el número 3 en las listas del Reino Unido. En los Estados Unidos «Pride» ni siquiera consiguió llegar a los Diez Principales, una decepción que fue achacada a la falta de energía en el marketing por parte de Island Records y Warner en el más importante de todos los mercados. Pero Fire subió directamente al número 1 en las listas de álbumes del Reino Unido cuando apareció en octubre. En los Estados Unidos Fire ascendió a los primeros puestos en las listas universitarias y progresistas, pero fracaso en dominar sus equivalentes generales. Los sencillos de éxito que captan la atención del comprador casual de discos son la clave para vender álbumes en la cantidad necesaria para llegar a los primeros puestos de las listas de álbumes americanas. 169

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Cuando finalmente fueron cotejadas las listas de ventas en los Estados Unidos de Fire, se descubrió que U2 había vendido un millón de álbumes en un periodo de dos años. Esto contrastaba con la idea y sensación del público de que creían que la banda había vendido tres o cuatro millones de discos. Seguían llegando y aumentando los fans de U2, y cada vez había más de ellos y se demostraba en los llenos de los pabellones, pero la popularidad universal de alguien como Bruce Springsteen, que vendía del orden de decenas de millones de álbumes, seguía eludiendo a U2. La canción que daba título al álbum, «The Unforgettable Fire», fue lanzada como sencillo en abril de 1985, alcanzado el número 8 en el Reino Unido. La canción era musicalmente rica, con teclados y un hermoso arreglo para cuerdas de un dotado músico irlandés, Noel Kelehan. Conseguía un objetivo, que era evocar el terror del holocausto nuclear. La relación entre música y letra era, sin embargo, tenue y difícil de aprender en términos del presunto tema tratado. Algunas personas cercanas a la banda, conscientes de las pasiones dedicadas al renacimiento cristiano, consideraron «The Unforgettable Fire» como una metáfora de la experiencia por la que habían atravesado Bono, Larry y Edge durante el periodo Boy-October-War de sus vidas. En ese contexto, los últimos versos de «Fire» parecen más comprensibles: No me empujes demasiado, no me empujes demasiado, esta noche. «A Sort of Homecoming», vista desde la misma perspectiva personal, describe, quizás, el compromiso alcanzado entre cristianismo y rock n’ roll. «A Sort of Homecoming» contiene la siguiente reflexión: Oh, oh, corremos por el limite, y seguimos corriendo, corremos y no miramos hacia atrás. U2 se embarco en una gira mundial que empezó en Australia y Nueva Zelanda en otoño de 1984. Steve Iredale fue promovido a director de producción. Timmy Buckley, el ayudante de Joe de los viejos días en el Arcadia, en Cork, actuaba ahora como director de escena. Tom Mullally, otro producto de la «Academia de Cork» de O’Herlihy, se convirtió en el auxiliar de Larry. Allá en Dublín, Anne-Louise Kelly habían aceptado un puesto permanente ocupándose de la oficina de U2 en Windmill Lane con un personal de cinco auxiliares. El dinero de Island estaba siendo usado para edificar una estructura que sirviera a la banda. En poco más de un año Anne-Louise había establecido una estrecha relación con McGuinness y los muchachos, que ahora la consideraban una buena amiga, protectora, en la que podían confiar, una hermana mayor (aunque a sus veintidós años era realmente más joven que ellos), que además tenía la habilidad ejecutiva de tratar con un mundo donde la norma eran las prácticas dudosas. Los conciertos en Nueva Zelanda y Australia de septiembre fueron un desastre. U2 actuó ante 60.000 personas en cinco shows en Sídney, y más de 30.000 volvieron para verles de nuevo en Melbourne. Por desgracia, la música creada con la ayuda de Eno en Windmill Lane simplemente no funcionaba en directo. «The Unforgettable Fire», con su arropamiento orquestal, no podía ser traducido al escenario. «Wire» era también imposible en concierto. La verdad era que habían pasado demasiado tiempo en el estudio y se habían permitido menos tiempo del que necesitaban para preparar su show en directo. Todo aquello se vio complicado por la presencia de Timmy y Tom, nuevos miembros del equipo que aun estaban aprendiendo su trabajo. Las pruebas de sonido en Australia se pasaron intentando resolver los problemas con los arreglos musicales antes que comprobando los sistemas para el espectáculo de la noche. Los shows eran recibidos extasiadamente, pero la banda, perfeccionista, con sus propios estándares ahora bien establecidos, sabía que existía un problema importante. Fue durante esta crisis que «Bad» se convirtió en algo más que en la maravillosa pieza que era en el disco. Bono la anunciaba como una 170

Unforgettable Fire: La Historia de U2 canción acerca de la adicción a la heroína en Dublín, pero la heroína no era mencionada en la letra. «Bad» habla de dolor. Cantada por alguna otra persona, seria lacrimogenicamente melodramática. Arropada por la poderosa habilidad de Bono, «Bad» es genuinamente emocionante, salvaje y agridulce, teatro musical en su mejor forma. Bono había dejado de invadir al público. Seguía anhelando el contacto, la unión entre intérprete y espectador, y ahora, durante «Bad», que era maravillosamente flexible, usaba su enorme presencia en el escenario para arrastrar a la gente hacia él. Cada noche, era extraída alguna muchacha de la oscuridad de la sala para ser izada simbólicamente hasta en el escenario. Ahora todo era más controlado, más elaborado que un sentimiento primario, más efectivo, mejor. Y más seguro. Desde la adversidad de las Antípodas, U2 gano una victoria en cierto modo significativa con el descubrimiento de «Bad». Menos de un año más tarde, aquella canción, sorprendentemente interpretada en Wembley durante Live Aid, serviría para robarle al gran show todo el tiempo para U2. En Australia, el desarrollo de «Bad» pareció un pequeño consuelo a la incapacidad de la banda de interpretar adecuadamente «Unforgettable Fire», la canción que daba título a su nuevo álbum. Impaciente y furioso, Bono recurrió al equipo de U2 en busca de su ayuda perfeccionista. La relación entre banda y equipo es crítica en todas partes, pero en ninguna parte más que en la operativa de U2. Son la mejor banda en directo debido a que cuidan al máximo ese aspecto de sus vidas profesionales. Todo lo relacionado con el show tiene que ser perfecto. Sonido, visión, iluminación, seguridad, precio de las entradas, calidad de las camisetas a la venta, todo era de la máxima importancia. El programa de la gira tenía que ser legible, no una forma de extraer unas cuantas libras extras de los fans. Las concesiones de bebidas y bocadillos, ¿eran como correspondía?, preguntaba Larry. A veces una chica guapa vagaba por los alrededores durante todo el día. Si alguno de los miembros del equipo, personal de U2 o auxiliares contratados utilizaba su posición para aprovecharse de alguna forma de ella, podía empezar a buscar una nueva banda dos o tres días más tarde. Larry captaba su acción. Joe o Dennis eran preguntados al respecto. Esas chicas estaban allí a causa de U2, nadie podía aprovecharse de ellas. Esas eran las reglas. Joe o Dennis explicaban las reglas a los nuevos reclutas apenas llegaban. El mensaje era claro: ahora trabajáis para U2, muchachos, no nos importa lo que hagáis con otras bandas o lo que hagáis en vuestras vidas privadas. Pero alrededor de esta banda, nada de droga, nada de chicas, nada de alcohol. Los sueldos son buenos, la banda se sentará y comerá con el equipo y os tratará con respeto. Pero eso funciona en las dos direcciones. ¿Habéis entendido? Esto no abolía las drogas, el sexo o la bebida en los márgenes de las giras de U2, por supuesto. Lo que establecía era un código de comportamiento que sólo era roto furtivamente, cuando era roto. Tras seis semanas en el Australian Skies Tour, U2 regreso a Dublín para resolver sus problemas con la gira. Se les esperaba en los Estados Unidos en febrero, y resultaban claro que necesitaban un nuevo programa. Hubo que cancelar algunas fechas en Europa mientras era elegida la música. El problema número uno era las dificultades de comunicación entre banda y equipo. Joe, Steve, Timmy y Tom Mullally habían soportado el peso de la frustración de U2, o más exactamente del temperamento de Bono. Dennis era el mediador. Fue convocada una conferencia en Windmill Lane. Fueron aireadas las quejas. Se llego a una decisión que sería aplicada en todas las giras futuras; Adam pasaría por encima de Bono como enlace entre banda y equipo. Adam era un profesional, razonable, racional, que captaba los problemas técnicos a los que se enfrentaba el equipo. Era consciente de las dificultades de realizar una producción de estudio en el entorno incontrolado de un show en directo. Bono era un genio. Sus dotes como actor y creador servían a la causa. Era también el portavoz, el catalizador, el espíritu de todo aquello que se llamaba U2. Así fue definido su papel en el nuevo arreglo que reconocía la profesionalidad del equipo y le devolvía su dignidad perdida. 171

Unforgettable Fire: La Historia de U2 En el tramo de Nueva Zelanda de la gira, U2 habían conocido y empleado a un maorí llamado Greg Carroll. Steve Iredale encontró a Greg mientras paseaba por la calle principal de Auckland, cuando el fornido y agraciado joven detuvo al director de producción y le pregunto por la chaqueta de U2 que llevaba. Steve le explico que la chaqueta formaba parte de su trabajo, y que no se vendía. De acuerdo, sonrió Greg, era sólo un intento. En el concierto en Auckland, resulto que Greg trabajaba para una de las bandas teloneras. Era amigable, con un rostro abierto y bondadoso. También parecía inteligente. U2 contrato a Greg para un par de actuaciones. Trabajo rápido y con eficiencia, y pareció congeniar inmediatamente con Bono. Antes de abandonar Nueva Zelanda, Paul McGuinness, Dennis y Steve tuvieron una reunión para explorar la posibilidad de ofrecer a Greg el trabajo de auxiliar de Bono. Sobre la base de su inteligencia, su voluntad y su tratable naturaleza -cualidades esenciales si tenía que trabajar para Bono en los momentos de más presión-. Greg se unió a U2 con una responsabilidad especial hacia Bono.

San Francisco – USA, Diciembre 1984 Tras una gira de preparación por Gran Bretaña, Europa y Estados Unidos entre octubre y diciembre de 1984, U2 inicio un viaje de cuatro meses por los Estados Unidos, partiendo en el Reunion Arena de Dallas, Texas el 25 de febrero de 1985. Aun sin ningún sencillo de éxito, y conscientes de que el cambio de estilo de su nuevo álbum dejaba algunas cuestiones acerca de ellos aun sin responder, U2 seguían gozando de la aclamación de la crítica. Eran una banda importante, y el suyo era el mejor rock en directo del mundo. Su actuación era ahora un tour de forcé, que contenía las mejores canciones de sus cuatro álbumes. El show estaba soberbiamente medido, la histeria de años anteriores se había transformado ahora en pura energía. La música y la presencia de la banda en el escenario podía aun cautivar el mayor de los recintos y hacerlo vibrar de emoción. Pero los mensajes eran más complejos, el medio más maduro, y la banda aprendía cada noche. Bajo el titular: «Nuestra Elección: Banda de los 80», U2 apareció en la portada de la edición de marzo de 1985 de Rolling Stone. Este honor situaba a U2 junto a las grandes figuras del rock n’ roll de otras épocas, los Beatles, los Stones, Bob Dylan y The Who. Aquello era un empuje 172

Unforgettable Fire: La Historia de U2 extraordinario para una banda que aun estaba madurando, que aun luchaba por trepar la barrera entre el respeto en el mundo de la música y el tipo de popularidad masiva que habían gozado los grandes del pasado. U2 todavía tenía que situar algún sencillo en el número 1. Sus álbumes aun seguían vendiéndose a un nivel medio. «Pride» había fracasado como sencillo en América. El disco The Unforgettable Fire se vendía a los fans de U2, gente que los había visto en directo, pero no eran suficientes como para empujar el álbum al número 1 en las listas. Una de las grandezas ostensibles de U2 residía en el inmenso poder teatral y musical que generaban en sus actuaciones en directo. Por ello, siendo la música en directo la esencia de la experiencia del rock n’ roll, merecían respeto. Describiendo la música de U2, identificando las ideas que luchaban por expresar, y alabando la revolucionaria decencia de la banda, Rolling Stone concluía: «Para un número creciente de fans del rock n’ roll, U2 se ha convertido en la banda que más importa, quizá incluso en la única banda que importa». Este análisis cristalizaba los sentimientos de aquellos que seguían y comprendían a U2. La ascensión de U2 de esta forma casi aspiracional sugería que aquellos que se lamentaban de la retirada del idioma hacia la trivialidad creían, o al menos esperaban, que esta banda, su música y los valores que la respaldaban, podía hacer al rock n’ roll de nuevo relevante, tan influyente como lo había sido en los años 70, en los días de Lennon, Dylan y Townshend. Era debido a que U2 representaba las mejores esperanzas del rock n’ roll de conseguir relevancia, antes que por las ventas de su álbum, y por lo que eran identificados como «Banda de los 80». Las «mejores esperanzas» del rock se habían visto durante demasiado tiempo abotagado y demasiado indulgente consigo mismas, ni capaces de, ni interesadas en, enfrentarse al mundo real tal como era experimentado por la gente real. Por supuesto, no todo podía ser real. Como otras formas de arte de masas, la música rock era, de hecho tenía que ser, quinta esencialmente escapista. Fantasía e ilusión tenían sus lugares, pero, sin ninguna raíz en común con la experiencia, el rock se convertía en algo absolutamente trivial, una forma de volverse, en una memorable frase de Geldof, «rico, famoso e indolente». Con su base en Dublín, viviendo en casas reales en calles reales, conociendo a gente real y conviviendo con ella en pubs, clubs y restaurantes, y quizá por encima de todo expuestos a la benigna mundanalidad de los dublineses, no impresionados por la fama y la fortuna del rock n’ roll, Bono, Edge, Adam y Larry vivían en el mundo real. Allá encontraban el material en bruto para su trabajo, que era virtualmente único en el rock n’ roll de los 80 por el hecho de dar expresión a los sentimientos de la gente normal. Gente normal de todas partes, porque Dublín formaba parte del poblado global, y su vida espiritual, sus temores y ansiedades, así como sus placeres y aspiraciones, eran universalmente compartidos. En sus esfuerzos por reflejar la experiencia real de los 80, U2 estaban desafiando a sus contemporáneos en el mundo de la música que no comprendían la obligación del rock de ocuparse de los asuntos cotidianos. De hecho, estaban haciendo más que eso, estaban haciendo algo que constituía una revolución musical. Porque el rock n’ roll no se ocupaba tradicionalmente de las experiencias normales, sino de una versión romántica de ellas. La música rock expresaba alienación. Y como era definida por, entre otros, Dave Marsh, biógrafo de Springsteen y The Who, el rock era «una voz y un rostro para los olvidados y los desheredados». En términos del lugar tradicional del rock en la cultura y la conciencia populares, esta afirmación era indudablemente valida. La pregunta a mediados de los 80 era, sin embargo, ésta: ¿Quiénes eran los olvidados y los desheredados? Los ritmos primarios del rock siempre habían conducido a la protesta, y las más importantes bandas y cantantes de otras épocas habían sido, por definición, anti-establishment. Sin embargo, en 1985, las cosas habían cambiado. Los problemas eran distintos, y si el rock n’ roll tenía que ofrecer «una voz y un rostro para los olvidados y desheredados», debía cambiar también. 173

Unforgettable Fire: La Historia de U2 La definición de Dave Marsh de la función de la música del rock tras ecos de algo que Pete Townshend, de The Who, había dicho cuando había intentado explicar las pasiones que movían a su banda en los años 60: «Todo era droga, droga, droga y horribles vibraciones de agresión y amargura. Fuera de eso estábamos diciendo: “Somos el espejo de la desesperación y la amargura y la frustración y la miseria de adolescentes incomprendidos; gente en un vacío”.» la ilusión de los años 60 era una creencia de que tú podías ser personalmente libre, la inhibición era el problema. Cuando el rock n’ roll se miraba en el espejo de los años 80, la realidad que te devolvía la mirada era radicalmente distinta. Pete Townshend creció en un mundo donde conseguir trabajo era fácil, el mundo de naciente materialismo donde la austeridad era una palabra que utilizaban los sociólogos para describir las condiciones en las que habían crecido tus padres. Los años 60 prometían también una solución a problemas más amplios: se estaba luchando contra el racismo, Martin Luther King estaba ganando, la libertad estaba en marcha. Gran Bretaña estaba liberando sus colonias africanas, los Estados Unidos y la Unión Soviética estaban llegando a acuerdos sobre las pruebas nucleares, la gente parecía estar haciéndose cada vez más rica. Y todo el mundo se sentía satisfecho. O pronto se sentiría. Los Beatles eran recompensados con el título de Miembros de la Orden del Imperio Británico, el mundo era casi libre, y los rockeros podían permitirse el lugar de centrar sus miradas en «la miseria de los adolescentes incomprendidos». Las cosas habían cambiado en 1985. Ahora conocíamos la tiranía de la libertad personal, la terrible y vacía opresión de la promiscuidad sexual. Conocíamos la depresión que estaba emboscada al otro lado de las alturas inducidas por la droga. Martin Luther King estaba muerto -asesinado-, el racismo era más popular que nunca, y el arsenal nuclear se multiplicaba de año en año. La austeridad había vuelto en forma de desempleo masivo, con un vicioso y paradójico retorcimiento a aquellos que conservaban sus empleos ganaban más que nunca antes y probablemente estaban viviendo en tu misma calle, acumulando nuevos electrodomésticos en su casa, tomándose unas vacaciones extras en invierno, proporcionándote un amargo recordatorio de cómo tú habías fracasado. La austeridad en los años 80 era aleatoria y cruel, aislando a sus víctimas en un mar de plenitud. La austeridad de este tipo conducía a la desesperación. La desesperación no inspiraba nada. Te hacía sentir vacio, impotente, sin esperanzas. La desesperación era una experiencia adulta. Si los años 60 hablaban de frustración adolescente, los años 80 eran los años de la desesperación adulta. Aquí estaba la generación de los 60 que Townshend había despertado, la generación que había fornicado un poco más, había gastado un poco más, había sufrido la austeridad quinceañera un poco menos, la generación criada en una ilusión, la autentica Mi Generación que cantaban The Who, descubriendo la amarga verdad: lejos de resolverse, el problema no había llegado a ser definido nunca. Las viejas restricciones habían sido extirpadas. La promiscuidad sexual acechaba en cada living suburbano, parpadeando tentadoramente en todas las pantallas de televisión. La realización sexual era la fantasía moderna, hablada y escrita por todas partes y mentida en todas partes. ¿Debían mantener el celibato los sacerdotes y las monjas? ¿Debían tomar la píldora las chicas de catorce años? ¿Debías perdonar a tu marido? ¿Debías perdonar a tu esposa? Por supuesto, la mayor parte de los padres de hoy no lo hacían. Pero seguro que lo pensaban. Y desesperaban de ser personalmente felices. Porque la gratificación sexual era lo último en materialismo, la más grande de todas las ilusiones. Los padres no lo hacían pero contemplaban a Joan Collins, que era mucho más poderosa por el hecho de estar presente, constantemente presente, en tu sala de estar. Jean Harlow y Marilyn Monroe habías tenido que salir a verlas, y eran viajes ocasionales al cine. Collins venia a ti semanalmente, a tu casa. La frustrada generación de Townshend había crecido en una época sorprendente. Sus héroes, John Kennedy y Martin Luther King, habían sido desenmascarados y destruidos. El idealista, idealizado 174

Unforgettable Fire: La Historia de U2 presidente había sido un atleta sexual clínico. El dignificado evangelista negro que debía haber emancipado su raza había sido en secreto un exaltado. Nixon había sido un mentiroso y un estafador, Elvis un pervertido, Mao (el dictador Chino) un patrocinador de asesinatos en masa. Por eso Harold Wilson daba la apariencia de ser un pequeño traficante escurridizo. Ahora el cinismo era la regla. En los años 80 era posible publicar y vender varios millones de ejemplares de un libro que identificaba al Papa como el personaje central de una conspiración para cubrir el asesinato de su predecesor. El mismo libro, fuertemente promocionado en tu librería local, revelaba los lazos del papado con la Mafia, y afirmaba algo que hacía que muchos de los 500 millones de personas que miraban hacia Roma en busca de guía espiritual se sintieran terriblemente impresionados: ¡Que una de las compañías propiedad del Vaticano era el principal fabricante del mundo de preservativos! El mismo Papa que denunciaba los anticonceptivos estaba ganando millones con los anticonceptivos. Así, durante los años 70 y principios de los 80, mientras la canción Mi Generación crecía hacia la edad adulta, el mundo era retirado de debajo de los pies de cualquiera que creyera en algo. No había héroes; ninguna ideología permanecía sin teñir. No existía ninguna fe que en el fondo de su corazón, no fuese una mentira. No había certidumbre moral. La Mi Generación (My Generation), se volvía así moralmente impotente, incapaz de imponer los viejos valores en niños concebidos cuando aún había esperanza. Había, un supuesto, un último recurso: el dinero. Trabajos, coches, casas, videos, casas de vacaciones, cocteles, estéreos, súper-estéreos, lo podías conseguir todo esto trabajando duro. Los progresos personales a través del trabajo duro se habían convertido en el refugio de la generación del rock n’ roll para la que la esperanza, en el sentido de antes la habían experimentado, ya no era una emoción válida. Las promesas no habían sido mantenidas. El mundo no se había convertido, y nunca se convertiría, en un lugar mejor. Lo mejor que podía esperar ahora era el regreso de Margaret Thatcher a los valores victorianos, la fe de Ronald Reagan en la religión fundamentalista. Crecer en los años 60 era creer -o al menos sentir- que el mundo podía ser transformado, expandido, liberado por el sexo, los alucinógenos y las canciones de Bob Dylan y Frank Zappa. Crecer en los años 60 era saber lo absurdo de esta ilusión, era creer -o al menos sentir- que la felicidad tenía más que ver con la responsabilidad colectiva que en la libertad individual. 20 años después era ver esos ideales como algo lejano y casi inexistente. Crecer en el año 1985 era preguntarse si no era ya demasiado tarde. La heroína estaba en todas las calles, en todas las oficinas y clases de campus universitarios. En el pasado el adicto a las drogas se pudría en la peor parte de la ciudad y moría en las páginas de los periódicos. Ahora la miseria inducida por la droga era semi-desprendida y suburbana, acechaba en algún lugar en las sombras de tu vecindario. Y el SIDA te decía que el sexo ya no era libre. En 1985 podías morir con resultado de una breve relación con el muchacho o la chica de la puerta de al lado. Los tiempos de Dylan habían cambiado. Por eso cuando la banda canta sus canciones e indica que el orgullo ya no existe en “Pride (in the name of love)”, la heroína esta viva en “Bad” y la guerra nuclear se vive a diario en “Unforgettable Fire”, proporciona “una voz y un rostro” a otra gente distinta a la imaginada por Dave Marsh cuando escribió acerca de “los olvidados y los desheredados” para quienes tocaba tradicionalmente música rock. U2 toca para toda la gente decente que esta en el mundo indecente, son los nuevos olvidados y desheredados. Los héroes del rock n’ roll ya habían abandonado para siempre los suburbios y las pequeñas ciudades donde habían crecido. El éxito para Lennon, McCartney, Jagger y Richards y Dylan era salir de donde provenías. Una parte esencial de volverse urbano y sofisticado para estos héroes de los 60, era el rechazo de los valores sostenidos por aquellos que quedaban atrás en el vecindario del que habías huido. No había alma, no había espiritualidad en los suburbios. 175

Unforgettable Fire: La Historia de U2 U2 rechazan esta vida urbana y legitimizan la existencia suburbana, identificando sus preocupaciones y expresándolas vívida y poderosamente a través del rock n’ roll. Esto constituye un revolucionario logro artístico, imaginativa y brillantemente realizado. Las ideas en si no son nuevas. Lo que es original e inspirador es la expresión de la común experiencia humana, real y contemporánea, a través del idioma del rock n’ roll. La elevación de U2 por la revista Rolling Stone era la confirmación de que se habían producido cambios culturales. El más decadente de todos los niños, el rock n’ roll, había sobrevivido y madurado para convertirse a mediados de los años 80 en el defensor de la verdad y la decencia, el más vigoroso agitador en aras de una espiritualidad perdida en el cambio de los tiempos. En U2 parecía que el rock n’ roll había nacido de nuevo. Su tiempo había llegado. U2 actuó el 1 de abril en el Madison Square Garden de New York, dos semanas después de su aclamación en la Rolling Stone. El show, en aquel antiguo y famoso lugar, agoto todas sus localidades. Se sintieron aliviados. El placer inicial del artículo había traído en su estela la consciencia de la responsabilidad que ahora había sido depositada en ellos. U2 serian juzgados bajo los más altos estándares a partir de ahora. Cada crítica de un concierto les mediría en busca de la grandeza y arrojaría dudas sobre ellos si fracasaban en entregarla. Pero la banda tenía la sensación de que podían hacerlo. Habían pasado por las suficientes crisis como para no saborear el desafío que les presentaba ahora la histórica sala de conciertos. Pero pesando con más fuerza sobre sus pensamientos había un desafío que estaban menos seguros de poder ganar: estaba previsto que empezaran a trabajar en un nuevo álbum en otoño. El grabar álbumes había sido siempre la pesadilla, la parte de ser U2 que no era divertida. Si la banda tenía que llenar las esperanzas depositadas ahora en ellos, si tenía que justificar el título de “Banda de los 80”, el próximo álbum tenía que ser más accesible que nada que hubieran producido hasta entonces. Para emular a los Beatles y a los Stones y a los demás con los que ahora se alineaban, tendrían que escribir grandes canciones, canciones, como las expresó Bono, “que la gente pudiera silbar en su camino al trabajo o cantar en las fiestas en torno a la chimenea”. Era un desafío mucho mayor en cualquier otro al que nunca se hubieran enfrentado. Edge se despertó a las once de la mañana. Habían dado una conferencia de prensa el día anterior, de modo que tenía tiempo de entretenerse un poco en su habitación del hotel. Se sentía nervioso y distraído, como siempre le ocurría en los días de conciertos importantes. Miro un rato la televisión matutina y se hizo subir el desayuno a la habitación. A la una de la tarde la banda se reunió con Dennis en el vestíbulo para ir al local y efectuar una segunda prueba de sonido. Era temprano, pero Nueva York era siempre diferente, más gente que ver, más gente que recibir, la distinta dimensión de los personajes, las historias y los tratos tendían a encoger el tiempo y hacer que al final siempre fueras con retraso. Para Edge la llegada a primera hora de la tarde al Garden fue la primera autentica liberación de adrenalina. Veías a los fans montar guardias fuera. Mientras pasabas junto a ellos te dabas cuenta de lo que la gente soportaba para verte tocar. Dentro estaba todo lleno de hombres de seguridad, miembros de tu equipo y los aparatos. Captabas la naturaleza jerárquica de todo aquello y sentías de nuevo que tú eras responsable. La sensación no excitaba a Edge, le intimidaba. La prueba de sonido era alivio, era trabajo; se absorbía, sus problemas y ajustes desviaban los pensamientos ociosos. El periodo entre la prueba de sonido y el concierto era el peor de todos los momentos. Volvías al hotel y sin embargo no estabas allí. La adrenalina se enfriaba en la sangre. No podías concentrarte en las conversaciones. Todo, todo el mundo, incluso tu familia, era una intrusión a la que medio te acomodabas, medio resentías. Comías algo, un ritual necesario, observado más que gozado. Luego vestirse, las visitas al cuarto de baño, el miedo, mas buenos deseos, pero ahora estas mas alejado que nunca mientras te retiras en tu mundo privado. El 176

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Garden fue un buen show, como recordaba Edge mas tarde. Mientras se celebro no sintió nada excepto alivio cuando hubo terminado. Recordó haber pensado, en el momento y que pisaba el escenario, que el lugar era más pequeño de lo que había imaginado. A veces, en las noches realmente grandes, cuando la música funcionaba de la forma que tú sabias que lo haría, podías relajarte en el escenario y saborear la experiencia de estar en una banda. Pero también había noches raras. El Garden fue bueno, pero no fue raro. Las mejores localidades del Madison Square Garden estaban ocupadas por las familias de la banda y amigos de Dublín. Fueron proporcionados billetes de primera clase para transportar a aquellos más cercanos a ellos desde Ballymun, Artane y Malahide hasta aquella gran ocasión en Nueva York. La presencia de los seres más queridos añadió una pizca necesaria de realidad al día. La visión de Jo Clayton, Bobby Hewson, Garvin Evans, Cecilia Mullen, Bill Graham o Dave Fanning después de meses en la carretera era un recuerdo tranquilizador de lo que había de real y precioso de sus vidas. Los visitantes, pasándoselo bien, tratándolo todo como “gas”, servían para recordar a Paul, Adam, Bono, Larry y Edge que efectivamente todo era gas. Formando un circulo protector entre la turbamulta de celebridades después del concierto, familia y amigos del Lado Norte y de los días de la calle Grafton servían también para mantener a raya la locura. El aburrimiento de las giras temporalmente aliviadas con drogas, alcohol y sexo era menos probable ante la presencia de madres, hermanos y auténticos amigos. A medida que U2 se acercaban cada vez más a ser realmente famosos, la sensibilidad que mostraban hacia aquellos más cercanos a ellos en una medida del sentido común y la decencia que gobernaba todo lo que hacían. Demostraba también que sus instintos auto-protectores estaban en su lugar y funcionaban. Teniendo en cuenta hacia donde se encaminaba U2, aquello no era nada de poca importancia. Tumbas y clínicas por todo el mundo testimoniaban los peligros de ser La Banda de cualquier época.

La Llegada U2 eran noticia de primera página en Irlanda. Eran conocidos y apreciados por aquellos interesados en el rock n’ roll y por los observadores que mantenían los ojos abiertos en busca de cosas que estuvieran a punto de «ocurrir». La población en general tenía una vaga sensación de que existía algo llamado U2. Se rumoreaba que la banda estaba haciendo grandes cosas por Irlanda en el mundo real. Fue en Madison Square Garden el que puso una imagen y cuatro rostros a U2 en su propio país. Jim Aitken, que estaba promocionando lo que se denominaba el concierto de Vuelta a Casa en el Croke Park en junio envió por avión a un grupo de periodistas irlandeses a Nueva York para el concierto del Garden. Junto con los principales escritores musicales, Aitken invito a algunos de los más inteligentes columnistas sociales y a un corresponsal de la RTE. Cuando regresaron a casa convenientemente impresionados por la histeria del Garden, saturaron los periódicos irlandeses y las ondas de radio con la noticia de que U2 «había llegado». Una banda irlandesa era ahora la mayor actuación en el mundo del rock n’ roll. Al cabo de pocos días todo el mundo había oído hablar de «los cuatro chicos de Mount Temple que han entrado en tromba en el mundo del rock n’ roll». El concierto de Vuelta a Casa agoto rápidamente sus entradas. Allá en la calle de Grafton, Brummie leyó las primeras ediciones de los periódicos en la tarde con Bono y U2 en primera página. -Que me jodan, muchachos- rió maravillado, -Bono es un héroe nacional-. De hecho, U2 eran más un fenómeno nacional que héroes de ningún tipo identificable. La publicidad post-Madison Square Garden había ido tomando como guía el artículo de Rolling Stone, pintado a U2 como una banda que cantaba acerca de «asuntos tales como Dios y la política». El 177

Unforgettable Fire: La Historia de U2 titular del articulo de Christopher Connelly en Rolling Stone rezaba: «Manteniendo la fe», e identificaba «Sunday Bloody Sunday» como una canción acerca de «una masacre de civiles por los británicos en Irlanda del Norte». Pese a su presencia de identificar a U2 como la banda que podía enarbolar de una forma más vivida y fiel la bandera del rock n’ roll, Rolling Stone había fracasado en distinguir entre el trabajo del grupo y las afirmaciones efectuadas en entrevistas. La música de U2 brotaba del alma, estaba arraigada en las emociones antes que en ninguna fe religiosa o ideología política en particular. Lo excitante era la música, y eso, como todo el trabajo creativo, procedía del subconsciente antes que de la mente racional. U2 no tocaba o cantaba acerca de Dios o la política. Su música reflejaba lo que ellos, y millones de otros, sentían acerca del mundo. Pero los periodistas seguían situándolos en una caja etiquetada Dios + Política y esta era la imagen que Irlanda, como el resto del mundo, recibía de sus nuevos héroes. Bobby Hewson fue uno de los millones que absorbió el mensaje que comunicaban los medios. Se había jubilado antes de tiempo de la Oficina Postal y vivía ahora en un apartamento maravillosamente situado que dominaba el puerto en Howth. Jugaba al golf, se dedicaba más entusiásticamente que nunca al teatro aficionado e, inspirado por la vista del mar, había empezado a pintar de nuevo, por primera vez desde la muerte de Iris. Exteriormente seguía sin mostrarse impresionado por los logros de su hijo. «Ese hijo mío es así», reía cuando le hablaban del papel de Bono como gurú con Ali. A Bobby le gustaba la muchacha, se daba cuenta de que comprendía a aquel loco «hijo mío». Padre e hijo, ahora reconciliados, raras veces cruzaban sus espadas. Una cosa eso si, molestaba a Bobby, y se la planteo a Bono después de que U2 volviera de una de sus giras. Bono había dado la impresión en una entrevista con una revista americana de que había nacido «en el lado malo del camino». Un periódico local había recogido la historia, que Bobby leyó con creciente furia. Frases como «callejero» y «duro vecindario», intentando describir The Village y sus aventuras, ayudaban a trazar un cuadro de Cedarwood Road que ofendía a Bobby. No nos dábamos cuenta, le decían amigos y conocidos en Dublín, del duro entorno del que procedes. Hemos estado leyendo en los periódicos lo de tu hijo. Escuchen, intentaba explicar Bobby, eso no es así. Pero no servía de nada. La gente creía en los periódicos. Aparte de esas malas interpretaciones menores, Bobby Hewson estaba orgulloso de su hijo, aunque aun preocupado de que la cosa que era U2 se evaporara de la noche a la mañana del modo que, decía la leyenda, solía hacerlo la fama en el rock n’ roll. U2 termino su gira americana en Florida con dos conciertos a tablero vuelto el 03 y 04 de mayo en el Hollywood Sportatorium de Fort Lauderdale. Se tomaron unos cuantos días de descanso en Marcus Island. Bobby se reunió con su hijo. Fama y giras significaban que tenían poco tiempo para pasar juntos últimamente. Fueron a dar un paseo por el lujoso lugar de descanso y hablaron como padre e hijo suelen hacer raras veces. Cosa que no tiene demasiada importancia cuando la vida se vive normalmente. Pero Bobby había leído todas las historias de horror del rock n’ roll acerca de vidas malgastadas, dinero esfumándose. Sabía que no había nada tan triste como un héroe del ayer, nadie tan duramente contemplado por aquellos que le querían cuando todo iba bien. Paseando por Florida, Bobby recordó a Bono -Paul todavía para su padre-, todas esas cosas. Paul lo tranquilizo, U2 no eran así, el dinero esta siendo inteligentemente invertido. Y conocían todas las trampas desde un principio. Todo estaba bien. -Pero si todo esto termina mañana, hijo, ¿qué harías?- pregunto su padre ansiosamente. -Nada de esto significa nada, papá, excepto la música. Es un don de Dios, y está en su mano el retirarlo de nuevo. Si eso es lo que tiene intención de hacer, no hay nada que podamos hacer nosotros. Por primera vez Bobby comprendió realmente la fuerza de la fe de su hijo. Envidio a Paul y admiro la humildad que había detrás de su personalidad pública. -Y de todos modos Papá- bromeó Paul mientras volvían al hotel, -el dinero está bien invertido-. 178

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Una semana antes de Croke Park, el 22 de Junio de 1985, U2 tocó en Milton Keynes, al sur de Inglaterra. Se alojaron en el Bell Hotel, en Aston Clinton, un pequeño pueblo de Buckinghamshire, a unos veinticinco kilómetros del lugar de la actuación. El Bell era uno de los mejores restaurantes de Gran Bretaña. La noche antes del concierto, Paul McGuinness y la banda les dieron una cena a familiares y amigos. Ali, Ann, Aislinn y Kathy McGuinness estaban allí, junto con los miembros del equipo y algunas de sus esposas y novias. Michael Deeny vino desde Londres, donde se dedicaba a la dirección musical. Deeny era divertido, lleno de estilo, ligeramente distinguido: muy Trinity College. La comida fue exquisita, el vino Chateau Latour. No se alzo ninguna voz, no volaron los panecillos, nada incorrecto altero el ambiente normal de un viernes por la noche en el Bell. La amable y cordial escena sirvió para recordar al observador interesado la diferencia entre el mito de 1965 y la realidad del rock n’ roll en 1985. El sexo, alcohol y drogas, el egotismo y la indecencia general asociados al rock n’ roll en la mente popular estaban llamativamente ausentes cuando la banda de los 80 se sentó para cenar. La charla versó sobre los días, no tan lejanos aun, cuando la camioneta de U2 que conducía por Paul McGuinness se había estropeado en la autopista M1 que pasaba unos pocos kilómetros más arriba de la carretera de Aston Clinton. Evocados ahora, en aquel restaurante de muchas estrellas en la guía Michelin, las grasientas cenas a base de patatas fritas de otras noches inspiraron nostálgicas risas. Lo grande de ser rico y famoso no era tanto la forma en que vivías como la forma en que ya no tenias que vivir más. Brindaron por esto, y se acostaron a la una de la madrugada. El día del concierto en Irlanda, el 29 de junio, fue cálido y nublado, una tarde típica de verano dublinés. Croke Park estaba lleno, con 55.000 personas, apretujadas y sudorosas, aguardando impacientes algún atisbo de los héroes. El concierto de Vuelta a Casa había capturado la imaginación de la nación. Políticos y otras celebridades se aposentaban en los reservados de los VIPs, sin saber exactamente que estaban celebrando pero sabiendo que estaban celebrando algo. Para la banda, el equipo, sus respectivas familias, para antiguos profesores, amigos y vecinos, aquella era la tarde en que el sueño se convertía en realidad. Croke Park arrojaba la sombra más larga sobre el Lado Norte de Dublín. En muchas formas, aquel grande y viejo estadio deportivo arrojaba una sombra sobre Irlanda. Era el hogar de la Asociación Atlética Gaélica, los autonombrados guardianes de la cultura oficial de Irlanda. «Croker» era terreno sagrado, el emplazamiento, un domingo de septiembre de 1920, del original Domingo Sangriento. De ahí había tomado su nombre la más reciente sangría británica en Derry. Croke Park era pues tanto un símbolo de la persecución imperialista como un terreno de deportes y un local de conciertos. Era también un monumento, guardado por fanáticos que afirmaban representar el espíritu irlandés. El concepto de deportes extranjeros era algo que existía en aquellas mentes dañadas. La música también era clasificada en pura o extranjera. Los juegos extranjeros eran aquellos jugados por los británicos. Sesenta años después del Domingo Sangriento, el futbol inglés y los extranjeros en Croke Park, estaban también prohibidos, hasta que Neil Diamond vino a Dublín a principios de los años 80. Diamond, traído por el promotor Jim Aitken, fue capaz de generar el dinero suficiente como para comprar los principios de aquellos que recordaban el Domingo Sangriento. Pero el futbol inglés seguía aun excluido. Así, Croke Park era efectivamente un santuario desconocido para muchos hombres y mujeres irlandeses que se sentían excluidos de aquel bastión de pureza irlandesa. Larry Mullen había acudido regularmente a Croke con su padre para ver el futbol irlandés y vitorearlo. Pero para Bono, Adam y Edge el lugar del concierto de Vuelta a Casa era territorio virgen, un enorme cascarón de cemento del que eran vagamente conscientes cuando entraban y salían de la ciudad durante sus infancias en el Lado Norte. Un país dividido por tales símbolos, y 179

Unforgettable Fire: La Historia de U2 con esas divisiones reforzadas por aquellos que conocían su historia, dio la bienvenida a U2 aquel fin de semana de junio y sonrió con conocimiento de causa ante la ironía del emplazamiento. Para la banda, familias y público, la ironía no era más que un humor pasajero. Croke Park era el hogar y, para U2, algo real, de una forma como no podía serlo ningún otro acontecimiento. El éxito en cualquier otro lugar tenía una sensación abstracta. Aquella era su ciudad. Las calles que cruzaban camino al concierto eran las mismas que las de Artane, Drumcondra, Fairview y Ballybough donde habían crecido. Los rostros de aquel día, familiares e íntimos, vecinos de la puerta de al lado, fans de hacia años, cuando aun no eran lo que eran ahora, amigos de la escuela, chicos de la calle con los que habías jugado cuando eras chico. Era abrumador, en cierto modo alarmante. Esta noche no iban a conseguir ninguna bonificación extra por el hecho de ser una «Apasionada Banda Irlandesa». La ciudad estaba llena de ellas. Esta noche tendrían que demostrar que eran de primera clase. Dave Fanning hizo la presentación. Aquella fue una de esas raras noches en que la música fue tan buena como siempre debería ser. El escenario parecía elástico, los muchachos sentían las olas de la marea emotiva barrer la enorme multitud sin rostro que se extendía en el campo delante de ellos. Haciendo una pausa antes de «Sunday Bloody Sunday», Bono intento hablar acerca del autentico significado de la canción. Sentado en el Hogan Stand, llamado así en memoria del futbolista abatido por los Black and Tans sesenta años antes, algunos debieron reflexionar sobre la belleza de la escena que ahora presenciaban. La música era una poderosa fuerza curativa. Ese pensamiento, sin embargo, se vio atormentado por otro: cuando terminara el concierto en Irlanda seguiría recordando. Croke Park cerraría de nuevo sus puertas a todas las cosas «extranjeras» y mantendría el espíritu de sus antepasados. Joe O’Herlihy conocía bien el espíritu Croker, había seguido a sus queridos jugadores de beisbol Irlandés a Dublín muchas veces. Conocía la belleza de Croke Park en los domingos de septiembre, cuando se jugaban las finales de toda Irlanda. Entonces veías a los irlandeses tal como era realmente, deportistas, maravillosamente alegres, gozando de las fiestas y del espectáculo. Hombres y mujeres de la ciudad y del campo, riendo, vitoreando y protestando mientras el espectáculo se desarrollaba en el campo. Niños por todas partes, excitados, con sus brillantes ojos engullendo tradición a bocados demasiado grandes para ser digeridos por sus jóvenes espíritus. El pasado glorioso de Croke Park pertenecía a los lanzadores de Cork y Kilkenny y los futbolistas de Kerry y Dublín. El deporte era la esencia del espíritu irlandés, el deporte, la cultura y la música. La yuxtaposición de las tres cosas que más amaba en aquel escenario histórico hicieron que Joe, el viejo profesional del rock n’ roll, llorara ahora mientras mezclaba el sonido para su banda. El ciudadano de Cork, católico, y tan gaélico como había que ser, lloró en el concierto de Vuelta a Casa. Gwenda Evans, galesa y baptista, lloró también. Cruzando en coche la ciudad tras el concierto, camino de la fiesta de U2 en el Blooms Hotel, Bono y Ali se vieron metidos en un embotellamiento. Era la semana de carnaval, y Dublín estaba lleno de celebrantes. Un joven con la tricolor verde, blanca y amarilla divisó a Bono sentado en el coche. Corrió cruzando la estrecha calle y estrelló su puño contra el cristal del parabrisas. Señalando la bandera irlandesa, gritó: -Eres un bastardo, Bono-. Negar la historia podía ser peligroso en el Dublín de última hora de la noche. Más tarde, en la terraza del hotel, Bono oyó una trifulca abajo en la calle. Una pareja borracha estaba discutiendo algo acerca de U2 y «Sunday Bloody Sunday». -No jodas, Des- estaba diciendo su mujer, -No significa eso-. Habiéndose perdido el principio de la disputa, Bono nunca llegó a saber qué era lo que no significaba. Edge y Aislinn se detuvieron brevemente en la fiesta antes de marcharse a casa a reunirse con Holly, su hija recién nacida. Edge era la cordura personificada en el rock n’ roll, un genio 180

Unforgettable Fire: La Historia de U2 conduciendo un coche familiar, viviendo en una paz semiindependiente, el héroe suburbano. Todo el mundo hablaba de su confianza, mucha de la cual era debida a Aislinn. Como la amiga de Larry, Ann, y Ali, Aislinn había estado allí desde el principio de lo que ahora parecía un glorioso viaje. Las mujeres no hacían una gran causa del hecho de permanecer a la sombra de U2. No concedían entrevistas porque sus vidas eran privadas, pero su existencia no era negada, no al estilo que pretendía el viejo mito del rock n’ roll, «para mantener a las fans felices». Contraviniendo la tradición, las parejas vivían vidas normales en circunstancias extraordinarias. Al llegar a su casa en Rathgar, Edge fue llamado desde el otro lado de la calle mientras buscaba la llave de su puerta. -Ha sido un gran show- exclamó una voz. Ven con nosotros, estamos dando una fiesta. Edge declinó la invitación, afirmando, sinceramente, que estaba demasiado cansado. Dentro, Aislinn, siempre atenta a las circunstancias, le animó: -Anda, ve, llévales una botella y brinda con ellos-. Decidió ser sociable, y llevó con él una botella de whisky. La pequeña puerta delantera de la casa vecina estaba atestada de quinceañeros. Chillaron y corrieron hacia él, y entonces se dio cuenta de su error. Aquella, pensó irónicamente, era el tipo de fiesta a la que siempre había deseado ir cuando era el tímido Dave Evans de Mount Temple. Ahora deseaba irse a casa. Aceptaron, si primero les cantaba una canción. Cantó «Maggie’s Farm», de Bob Dylan, acompañándose con una guitarra que le prestaron. Cuando volvió a su casa se dio cuenta de que aun llevaba la botella de whisky. Probablemente pensaran que soy un miserable bastardo de todos modos, rió para sí mismo. Conociendo Dublín, sabía que al día siguiente todo aquello correría por la mañana por toda la ciudad: « ¿Habéis oído lo que hizo ayer el hombre ése, Edge…? ».

Estocolmo – Suecia, Enero 1985 Dos semanas después de Croke Park, partieron a Wembley para actuar en el Live Aid. Bob Geldof había inspirado, convencido y suplicado a los más grandes artistas de la música popular para que cedieran un día de sus vidas a la causa de paliar el hambre. Ese día fue el 13 de julio de 1985, cuando los conciertos celebrados simultáneamente en Londres y Filadelfia fueron retransmitidos en directo por televisión a todo el mundo. Videos de niños muriendo de hambre eran intercalados 181

Unforgettable Fire: La Historia de U2 entre las actuaciones de las leyendas del rock n’ roll. Ahora Elton John, luego un flaco niño negro agonizando de malnutrición. David Bowie y Mick Jagger aparecieron con un video de la clásica canción «Dancing in the Streets». Fue seguido por una filmación en un atestado campo de refugiados en Etiopía. Presidiendo aquel espectacular collage de diversión entenebrecida por la muerte se erguía Geldof, el alcahuete arquetípico del rock n’ roll convertido en conciencia del mundo occidental. Zarrapastroso, con unos tejanos azules y una camiseta, convenientemente sin afeitar. Geldof significaba la diferencia entre la compasión, que podía ser sucia y amarga, y la complacencia, con sus trajes grises y cuellos blancos y corbatas. Hablando con el escritor John Mortimer varios meses más tarde Geldof negó que el rock n’ roll pudiera ser llegado a tomar nunca en serio, pudiera ser alguna vez algo más que el «bi-bop-alula». Incidiendo en este tema, señalo las respuestas de una generación a los héroes contemporáneos del rock n’ roll como Bruce Springsteen y U2. -Realmente miran a Bruce en busca de integridad y seriedad. Incluso piensan que un grupo como U2 es la espina dorsal de la civilización, y dicen: «U2 no nos abandonará»-. Geldof estaba ligeramente equivocado. Lo que «ellos» buscaban en Springsteen y U2 era algo que no podía definirse fácilmente con una frase hecha. No era integridad y seriedad, sino un sentido de decencia y esperanza, calidades en su mayor parte ausentes de la vida moderna. Live Aid, inspirada por Geldof el escéptico, confirmo que con un poco de ayuda de sus amigos, el rock n’ roll, durante mucho tiempo identificado con vidas malgastadas, con sexo, drogas, alcohol y egotismo podía, sin perder nada, agitar a la gente a favor de la decencia, en compasión y el autentico amor como opuesto al sexo barato. Live Aid fue el más magnifico ejercicio de elevación de las conciencias de los años 80, y tuvo éxito, en una tarde y una noche, en conseguir algo que en clero y los profesionales de la caridad, los predicadores en las vacías iglesias y los burócratas frente a sus cuentas de gastos, habían fracasado en conseguir durante dos décadas. Live Aid puede haber recordado también al propio rock n’ roll que hay algo decente en su propia esencia que vale la pena alimentar. Para U2, una banda cuya existencia había estado amenazada aun no hacía mucho por el conflicto aparente entre la cultura del rock n’ roll y la vida decente cristiana, Live Aid barrió cualquier duda que quedara acerca de la elección que habían hecho. Más que ningún otro acontecimiento aislado, Live Aid aseguro a U2 la sensación de una profunda satisfacción profesional. Si tan solo hubieran sido otra banda con un cierto público, si, en otras palabras, fueran lo que sus críticos decían que eran, entonces Wembley, aquel día, les hubiera visto salirse. No lo hicieron. Habían participado en la más grande actuación de la historia emparejados a leyendas como Bowie, Jagger y McCartney, y había salido adelante. Un tiempo después y en plena gira americana del Joshua Tree, Adam sentiría un agradable resplandor cada vez que pensara en Wembley. Recordando lo aterrado que se habían sentido, como Bono había corrido un riesgo y había ganado, se estremecía ligeramente y sonreía satisfecho. Ahora sabía que habían llegado, que U2 era una banda importante. Sabía que el público estaba allí y no iba a abandonarles. No tendría que luchar cada vez, no de la forma desesperadamente ansiosa que habían tenido que hacerlo hasta entonces. Quizá no fueran la banda de los 80. Pero quizá merecieran una consideración. Tenía la confianza de que, después de todos aquellos centímetros, habían avanzado un par de metros a lo largo de la carretera. Pero para recorrer todo el camino, para conseguir la estatura que gozaban los otros artistas junto a los que habían actuado con tanta distinción en Wembley, necesitaban un gran álbum y un número 1 en las listas de sencillos del mundo. Volvieron al trabajo el lunes 11 de noviembre de 1985, un oscuro día de invierno. Fueron a la nueva casa de Larry al borde del mar en Howth. La casa era confortable, recogida, la residencia de 182

Unforgettable Fire: La Historia de U2 un hombre de negocios de éxito antes que la de una famosa estrella del rock. Y aun no estaba amueblada. Los muchachos se metieron con todo su equipo en una habitación no mayor que cualquier sala de estar de una casa suburbana. Tras un par de meses separados, se sentían felices de estar juntos de nuevo. U2 era estar en casa para cada uno de ellos. Como en cada casa, querías salirte de ella de tanto en tanto, pero al cabo de un tiempo deseabas el confort y la seguridad de tu propia gente, tus propias cosas. Quizás era más que nada esa identidad con la banda, una sensación de destino compartido, la fuerza impulsora detrás de U2. El contrato de U2 con Island Records admitía una completa libertad creativa. Esto significaba responsabilidad. El plan era trabajar durante aproximadamente seis meses antes de mandar llamar a Brian Eno y Danny Lanois. El álbum estaba previsto para Octubre de 1986. Según este plan, en enero deberían trasladarse a Danesmoate, una enorme y descuidada casa solariega en Rathfarnham, a diez kilómetros de Dublín. Mantendrían un esquema de ocho horas de trabajo diarias, más o menos, empezando el trabajo al mediodía, haciendo una pausa a las cuatro para comer, y siguiendo luego hasta las siete o las ocho de la tarde. Se tomarían los viernes libres para ocuparse de sus otros asuntos. Y no comunicarían nada a la prensa de su nuevo proyecto. Aquel era un tiempo para la discreción. Empezaron escuchando las pruebas de sonido del Fire Tour. Aquellas horas vacías en los días de gira, viajando a través de paisajes extraños, tendidos en anónimas camas de hotel, eran a menudo, en sentido creativo, las más fructíferas. Un verso o un solo acorde llegaba a veces, sin ser solicitado, hasta tu cabeza. Algunas estrofas, algunos acordes, no quedaban y se alejaban tan misteriosamente como habían venido. Otros quedaban anclados. Te excitaban. Eran los que ensayabas en la siguiente prueba de sonido. ¿Funcionaban? ¿Podían ser desarrollados? ¿Qué opinaban los demás? «Pride» había sido concebida así. El proceso que empezó en Howth aquel día gris de noviembre de 1985 iba a terminar, no como imaginaban, un año más tarde, sino en marzo de 1987, cuando su siguiente álbum aparecería al mercado. La misión de Howth era buscar indicios y un principio donde llegar. En paralelo U2 se había comprometido, ellos y su organización, a la Conspiración para la Esperanza (Conspiracy of Hope Tour), desde sus inicios en agosto de 1985. Jack Healey, el director americano de Amnistía, viajaba a una reunión en Finlandia. Pero decidió hacer una parada en Dublín para visitar al manager de U2, Paul McGuinness. No se conocían personalmente, pero Healey había visto a la banda en el Madison Square Garden, y había decidido que la pasión de Bono era autentica, no simple escenografía. Healey creía que debía intentar conseguir algún tipo de compromiso de la banda a propósito del veinticinco aniversario de Amnistía de 1986. Cuando entró, algo tentativamente, en Windmill Lane, Healey estaba dispuesto a conformarse con un concierto benéfico de U2. Cuando salió, hora y media más tarde, llevaba una carta firmada por McGuinness comprometiéndose al menos a una semana del tiempo de la banda en 1986. Y con un compromiso tan incondicional se concibió la Conspiración de la Esperanza. Healey había abierto una puerta con McGuinness y U2. McGuinness era un antiguo amigo de Tiernan McBride, hijo de Sean McBride, uno de los miembros fundadores de Amnistía. La banda conocía muy bien el valor concienciador de las contribuciones del mundo del espectáculo. Habían sido conscientes por primera vez de Amnistía como resultado de ver un show benéfico por televisión The Secret Policeman’s Ball, en 1979. Llevando unos años con U2, Anne-Louise Kelly había demostrado ser una mujer de negocios tremendamente capaz. Muchas de las tareas cotidianas de lo que se había convertido en una organización le eran delegadas. Las decisiones, todas las decisiones relacionadas con U2, eran tomadas en torno a la mesa de juntas en Windmill Lane. Los cuatro miembros de la banda, Paul 183

Unforgettable Fire: La Historia de U2 McGuinness y Anne-Louise se sentaban a la mesa. No había ningún liderazgo formal, ninguna voz dominaba como por derecho propio. Eran amigos, compartían los mismos intereses y objetivos y, entre los seis, había una confianza absoluta. Sus mentes eran lo bastante buenas como para que no fueran tomadas opciones demasiado blandas. Paul McGuinness se había convertido en una poderosa y respetada figura en el mundo del rock n’ roll. El éxito de U2, ahora ampliamente apreciado y reconocido en Irlanda, le había valido a Paul el respeto en Dublín. Era considerado como un hombre de principios, algo más que un negociante del espectáculo. No cultivaba la publicidad personal, de hecho lo cierto era lo contrario. Como consecuencia, poseía una cierta aura. Privadamente disfrutaba del éxito, lo saboreaba con el placer de un hombre que ha corrido sus riesgos y ha ganado. Podía mostrarse impaciente con la gente que fracasaba en captar lo complejo y exigente que era el mundo de la música. McGuinness estaba orgulloso de los logros de U2, e incluso más de la forma ética y profesional como habían sido conseguidos. En ocasiones era arrogante, normalmente con la gente que se lo exigía. Cuando alguien especulaba acerca de su relación con la banda y lo situaba en el papel de Svengali, se equivocaba por completo. Alrededor de la mesa en Windmill, todo el mundo conocía las cifras. Poder y responsabilidad eran equitativamente compartidos entre banda y manager. El trabajaba para ellos. Y Anne-Louise trabajaba para los cinco. Tenia que demostrar su capacidad, como ellos lo hacían. Dos años después de llegar a su casa-oficina en Ranelagh, McGuinness le ofreció a AnneLouise el trabajo para Amnistía. La carta que Paul le había afirmado a Jack Healey significaba abrir las puertas del rock n’ roll para Amnistía. Si U2 se había comprometido, decía la teoría, otros se reunirían a la banda de los 80 en una gira por los Estados Unidos. Sting, que llevaba años apoyando a Amnistía, aceptó de inmediato. Y entonces el optimismo de Healey corrió hacia la realidad. Utilizando los nombres de U2 y Sting, empezó a llamar a puertas. Su plan era una gira de dos semanas en junio de oeste a este, de San Francisco a Nueva York. Pero las puertas permanecieron cerradas: Dylan, Stevie Wonder, Springsteen. Healey estaba pidiendo mucho. No era como Live Aid, un glorioso espasmo de un solo día. La conspiración que estaba incubando Healey significaba dos semanas en la carretera. Las excusas ofrecidas fueron muchas y variadas. «En estos momentos no dispongo de ninguna banda.» «Por esas fechas estaremos en el estudio.» «Mi matrimonio se está deshaciendo.» Formas de decir gentilmente no. Healey se sintió desanimado al descubrir que muchos de aquellos a quienes se acercaba ni siquiera habían oído hablar nunca de Amnistía. Trabajando noche y día durante los siguientes seis meses, Anne-Louise hizo honor al compromiso de U2. Con la ayuda de Paul y la banda, que estaba preocupada por su nuevo álbum, pero la mayor de las veces trabajando sola, Anne-Louise demostró que había crecido al mismo ritmo, si no más rápidamente, que sus amigos de la sala de juntas. La carta de Paul McGuinness a Amnistía cobró vida en forma de gira de la Conspiración para la Esperanza, que empezó en San Francisco el 3 de junio de 1986. Apoyados por el equipo de U2, la banda de los 80 se unió a Sting, Peter Gabriel, Joan Baez, Bryan Adams, los Neville Brothers, Jackson Browne y Lou Reed en un barrido a través de los Estados Unidos, seis ciudades en quince días, que proporcionó a Amnistía 4 millones de dólares, y el triple a los miembros de la organización en los Estados Unidos. Este compromiso, que ocupo las dos primeras semanas de junio, fue su única salida a la carretera entre julio de 1985 y abril de 1987, cuando estaba previsto el inicio de otra gira mundial. Aparte del altruismo, la Conspiración para la Esperanza proporciono a la banda la oportunidad de recordarle al mundo que seguían vivos y en buen estado. Pasaron seis semanas preparando una actuación que deseaban que fuera memorable. Había un cierto número de limitaciones a considerar; tendrían poco más de treinta minutos en el escenario. La música en la que estaban trabajando para el nuevo álbum estaba todavía muy en sus primeras 184

Unforgettable Fire: La Historia de U2 fases y aun no podían ofrecérsela al publico. No deseaban limitarse a una actuación de «grandes éxitos», principalmente porque reforzaría una imagen de la banda con la que habían empezado a impacientarse. Esa imagen podía ser descrita de la mejor manera como U2, “los buenos chicos del rock”. La percepción que tenía el público de ellos como unos muchachos honrados, serios y buenos tenía ahora aromas de una trampa profesional. Se habían desarrollado personalmente, y estaban decididos a que su música, especialmente el siguiente álbum, expresara ideas y emociones más complejas que la simple bondad. Después de Live Aid y la gira de Fire, se sentían más seguros, ahora estaban dispuestos a enfrentarse con la incertidumbre, a luchar con ideas y conceptos más personales que la guerra de War, el holocausto nuclear de Fire y más profundos que las ansias adolescentes de Boy. La vida para unos muchachos de veinticinco años, ahora ricos y famosos, era acerca de algo más que esos valores simplistas. La vida era divertida, irónica, paradójica, y a menudo te ponía furioso. La pura honradez ya no era una respuesta adecuada. Las canciones seleccionadas para la Conspiración para la Esperanza reflejaban su deseo de romper con su pasado. U2 no tenía nueva música propia con la que llegar al público…, todavía. Así que pasaron las seis semanas antes de lanzarse a la carretera haciendo algo que siempre antes habían eludido, por temor a poner al descubierto sus limitaciones: aprendiendo a interpretar canciones de otros. El resultado fue un programa para Amnistía que consistía en tres de las canciones estándar de la banda: «Bad», «Pride» y «Sunday Bloody Sunday», y tres clásicos del rock n’ roll: «C’mon Everybody» de Eddie Cochrane, «Maggie’s Farm» de Bob Dylan, y el «Help» de los Beatles. Confianza y madurez significaban rediseñar esas canciones al estilo y puntos fuertes musicales de U2. Faltaba por ver como reaccionaria el público. Pero, cualesquiera que fuesen las preocupaciones acerca de llevar esas nuevas canciones a la carretera, se vieron algo apaciguadas por un ensayo general en su ciudad natal dos semanas antes del primer show en el Cow Palace de San Francisco, el 04 de junio de 1986. Inspirado por el Live Aid de Bob Geldof, Tony Boland, un productor de la Radio Telefis Eireann, había decidido intentar ayudar a los jóvenes sin trabajo de Irlanda promoviendo Self-Aid, un concierto de rock donde las bandas y solistas irlandeses de más éxito actuarían en un Festival para la Esperanza que duraría todo un día. El mensaje básico era: «No esperes a que el gobierno ayude, puedes ayudarte tú mismo». Aquel iba a ser el más grande show en la historia de Irlanda. Bob Geldof actuaria con los Boomtown Rats. Van Morrison, Paul Brady y Chris de Burgh estaban también en el programa. U2 acepto cerrar el show. Más aún, la banda cedió toda su organización a Boland. Así, con su típica generosidad, pasaron de una cautela inicial a un compromiso absoluto, siendo considerados al final virtualmente como copromotores. Un par de días antes del show, la revista In Dublín, la Biblia antiestablishment de la calle, apareció en los quioscos con un amargo ataque contra Self-Aid. Sobre una fotografía de Bono en la portada, In Dublín dejaba clara su postura de oposición: «La gran farsa de Self-Aid; rock contra el pueblo», declaraban los titulares. Ideológicamente hablando, Self-Aid era una afrenta a los radicales de izquierdas que creían que esa filosofía ofrecía el establishment una forma fácil de salirse de sus responsabilidades en el área del desempleo. Este legítimo argumento era expresado en términos un tanto sensacionalistas por In Dublín, llegando incluso a hacer retruécanos con el “Ayúdate a Ti Mismo” del nombre con el que había sido bautizado el acto. En el concierto, 30.000 personas se pusieron en pie para recibirles. El viejo estadio del RDS bajo la temperatura cuando la tarde del 17 de mayo dejó paso a la noche. Van “The Man”, Geldof y Christy Moore habían actuado ya, y ahora U2 empujó a la audiencia hacia el clímax con los acordes familiares de «C’mon Everybody» de Eddie Cochrane, su primer número. La banda no había tocado en directo desde Wembley, hacia diez meses. Deseaban impresionar con su elección de la música. Lo consiguieron. Bono se dirigió a la multitud después de «C’mon Everybody». Eran afortunados de no haberse hallado nunca sin empleo, pero él sabia cómo se sentía uno «de pie en 185

Unforgettable Fire: La Historia de U2 la cola», aguardando tu «dinero de bolsillo». Cuando hablaba representando su propio papel, las palabras sonaban artificiales, sentimentales, casi insinceras. Raras veces podía encontrar la voz requerida, el grado de locuacidad necesario para conseguir que el hablar en público funcionara, sin la música detrás. Pero cuando canto «Maggie’s Farm» de Bob Dylan, el tono de salvaje ira fue perfecto. Aquello era Bono y U2, música, no palabras, pasión, no sentimientos. Self-Aid fue el inicio de una nueva fase en la vida creativa de U2. Por primera vez la música que interpretaban reconocía abiertamente las raíces y tradiciones del rock n’ roll. Eligiendo las canciones de Dylan, Cochrane y los Beatles para presentarse de nuevo ante el publico, señalaban que estaban preparados, ahora eran lo bastante fuertes, como para enfrentarse al rock n’ roll en sus propios términos. Ahora era el momento de escribir canciones utilizando la herencia de su idioma, de mirar al mundo en busca de inspiración.

La Conspiración Un par de meses después de Live Aid, Bono se encontró con Keith Richards y Mick Jagger en un estudio de grabación de Nueva York. Los dos viejos héroes estaban distrayéndose con una guitarra acústica, cantando viejos números de los Stones en cuya elaboración habían participado. -Cántanos una de tus canciones, Bono- sugirió Richards, tendiéndole su guitarra. Bono se sintió embarazado. No tenía canciones nuevas. Su pensamiento inmediato fue: «Mierda, ¿Dónde están Larry, Adam y Edge?» Aquella noche, encendido de vergüenza, se encerró en su habitación del hotel y escribió «Silver and Gold» que aparecería en el álbum “Sun City: Artists Against Apartheid”. Era la pieza más líricamente conseguida que jamás hubiera conseguido. Describiendo la vista desde la celda de una prisión sudafricana, «Silver and Gold» muestra la distancia que el letrista había recorrido desde los días de improvisación ante el micrófono del estudio: Y en la letrina una metralleta, manos suplicantes me empujan hacia abajo. Si solo el cazador fuera cazado en esta ciudad de hojalata. No hay estrellas en la negra noche, parece como si el cielo estuviera cayendo. No hay sol a la luz del día, parece como si estuviera encadenado al suelo. La espalda rota contra el techo, la nariz rota contra el suelo, le grito al silencio, Se arrastra por debajo de la puerta. Grafica, contenida, y sin embargo poderosa, «Silver and Gold» es la obra de un escritor que está madurando. Self-Aid fue la actuación de una banda que había alcanzado la madurez también en otros sentidos. Lo que había sido chillón e inexperto, el grito primario de la juventud era ahora algo poderoso, resonante; pasión, furia, sentimiento y comprensión en términos más amplios y más profundos que aquellos que habían sido simplemente personales. El análisis no encaja completamente habiendo estado en el RDS aquella noche, donde podía experimentarse la energía del nuevo U2. En el año transcurrido entre Live Aid y Croke Park, los muchachos se habían convertido en hombres. La madurez, sin embargo, no había amortiguado la pasión. Al final de la actuación en Self-Aid, los primeros acordes de «Bad» enviaron un estremecimiento hacia el público allí adelante. Donde amigos como Dave Fanning, Pod, Gavin, Guggy y Day-Vid permanecían clavados en sus lugares en el viejo local del RDS. Habían visto un centenar de actuaciones de U2, pero nunca nada tan poderoso como aquello. Cuando «Bad» alcanzo su improvisado clímax, Bono agarro el micrófono, los nudillos blancos, el rostro

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 contorsionado por la furia; había decidido responder a las criticas de In Dublín hacia U2. A los compases de «Candles in the Wind» de Elton John, mirando con ojos intensos a la multitud, cantó: Se arrastran fuera del enmaderado a las páginas de las revistas baratas de Dublín. El dolor de dos días antes, al salir a la calle In Dublín, amargo, crudo, irracional, se esparció brevemente por la noche. Pero desapareció en uno o dos versos. Pero había estado allí. Dublín aún estaba con ellos. La respuesta fue moderadamente paranoide, prueba de que la riqueza y la fama no habían separado a U2 del mundo que les rodeaba. Puesto que aquello era Dublín. Self-Aid terminó con una fiesta en la cual Bono y Eamonn McCann autor de la ofensiva polémica de In Dublín, pero también antiguo fan de U2, se estrecharon las manos y aclararon todos los «malentendidos». La primera semana de junio, ocho bandas, treinta y seis músicos y doscientas toneladas de equipo partieron desde San Francisco en la Conspiración para la Esperanza. Se preveía la contribución a lo largo del camino de muchos otros héroes populares; Dylan y Jack Nicholson acudirían al Forum de los Ángeles. Yoko Ono y Muhammad Ali estarían en el Stadium de los Gigantes de Nueva Jersey para el show final. Robin Williams había prometido estar en el Rosemont de Chicago. Pero el grupo central siguió siendo el mismo a través de San Francisco, Los Ángeles, Denver, Atlanta, Chicago y Nueva York.

Atlanta - USA, Junio 1986 Paul McGuinness debía unirse a la gira en Chicago. Por ahora estaba en Dublín, donde Kathy estaba dando a luz a Max, su primer hijo. Anne-Louise Kelly representaba a U2; era su propia actuación. Junto con la ayudante de Paul, Barbara Galavan, y cualquier miembro de su equipo al 187

Unforgettable Fire: La Historia de U2 que podía agarrar, Anne-Louise había hecho todas las gestiones necesarias en beneficio de U2. Bill Graham resulto ser un enérgico aliado. Jack Healey había acudido antes a Graham. Aunque la causa era noble, existía un riesgo potencial en una aventura tan ambiciosa como el Tour de la Conspiración. Bill Graham estaba allí para subrayar las buenas intenciones. Graham era el principal promotor de conciertos de rock en los Estados Unidos, y un hombre enérgico. A lo largo de más de dos décadas en el negocio había visto de todo, y se había sentido disgustado por parte de ello: la ambición, la vanidad, la absoluta estupidez, las trágicas muertes. A menudo había tenido causas para estar de acuerdo con la observación de que la fama es la madrastra de la muerte y la ambición el excremento de la gloria. Los mejores y los peores en el rock n’ roll respetaban a Bill Graham. Su presencia hacia creíble la Conspiración para la Esperanza. No vaciló en absoluto en aceptar unirse a ella. Bill sabía qué era Amnistía, sabía mejor que nadie en la gira con qué males debía enfrentarse. Los padres de Graham habían muerto en un campo de concentración alemán. En la posguerra, fue abandonado para recorrer Europa como un refugiado quinceañero sin un penique en el bolsillo. Llego a América sin nada. Amnistía era también una causa. Incluso antes de la llamada de Healey, Graham se había opuesto públicamente a la visita del presidente Reagan a Bitburg, el cementerio alemán donde estaban enterrados los miembros de las SS de Hitler. La noche después de la visita del presidente, las oficinas y almacenes de Graham fueron incendiados hasta los cimientos. Dos semanas en la carretera no eran nada. Socialmente, la gira de la Conspiración para la Esperanza era contenida. Tras la actuación había el ritual de visitas en los camerinos de amigos, amigos de los amigos, VIPs locales (y sus amigos) que eran importantes, o creían serlo, y cualquiera lo suficientemente osado como para engañar a seguridad y sus guardias. Esto era el show business. De vuelta al hotel, la escena era más bien de viajantes de comercio. Amnistía estaba en la carretera para conseguir dinero, así que los músicos y sus equipos se alojaban en hoteles modestos, el Hyatt, el Ramada, el Marriott. Allá se reunían en el salón a tomar una cerveza o un vaso de vino antes de irse a la cama. Los días de las orgias del rock n’ roll parecían haber pasado. No había groupies, solo las posibilidades cotidianas que tenia cualquier hombre de llevarse a alguien a la cama. El viejo porro hacia la ronda como en la más normal de las reuniones suburbanas. Nada de coca. Nada fuerte. Una charla, unas copas acerca de cómo iban las cosas, acerca del nuevo álbum (o del último que uno acababa de sacar). El Ramada Renaissance de Atlanta estaba en una zona industrial, eso pensó Bono. Mirando por la ventana podías creer que estabas en cualquier parte. La línea de los tejados en el horizonte no te daba ningún indicio. Era lunes, habían transcurridos ya tres actuaciones y faltaban otras tres, Atlanta, Chicago, Nueva York. Tenían dos días libres antes del show el miércoles 11 de junio. Bono se sentía bien. Tras todos aquellos meses luchando con las letras, trabajando en el vacío, era vigorizante actuar de nuevo ante un público. El nuevo set list había funcionado. La gente aceptaba el “nuevo U2”, si producía el material correcto. Tres años antes U2 habían actuado como teloneros de The Police en Gateshead. Habían sido jóvenes competidores. Ahora eran la actuación principal y como demostró la gira de amnistía, aceptado así por Sting, Lou Reed, Peter Gabriel y los demás. Y por los críticos que respondían como si fueran el público de U2. Sin embargo, contemplando a los dotados músicos e intérpretes del programa de amnistía, U2 sintió, al principio, que ellos eran los extraños, los otros músicos que participaban eran virtuosos, Reed, Báez, Gabriel, todos ellos leyendas. La aceptación por parte de aquella gente era una prueba tangible de que, tuviera U2 lo que tuviera (y la mayor parte del tiempo ni ellos mismos estaban seguros de lo que era), se trataba de un valor firme, un autentico valor firme en el mundo del rock. 188

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Si, como U2, operabas más por instinto que por cálculo, era gratificante descubrir que habías tomado el camino correcto en la carretera. En aquellas circunstancias, Bono podía vivir con la vista desde el Hotel Ramada de Atlanta. Estaba aguardando la hora de la cena. No era que aquellas reuniones y encuentros casuales le complacieran demasiado. Era intenso, sincero, inteligente, serio y comprometido con su idea de la bondad. Era también el joven irlandés furioso. Tenía un sentido en la espiritualidad altamente desarrollado. Pero se adaptaba a la compañía que le rodeaba. Socialmente, Bono era el gran actor, su elevada inteligencia y poderoso espíritu sintonizaban con las longitudes de once de aquellos que estaban a su alrededor o, para ser más exactos, de aquellos que deseaban estar a su alrededor. Era el don irlandés de asimilación llevado hasta sus límites creativos. Así, cuando muchacho se había ganado los corazones de madres, maestros y vecinos. Con quinceañero, en las fiestas, se desgajaban de su pandilla callejera, charlaba con la chica más guapa, el pilluelo de la calle convertido en un serio joven. Ultrajados por su traición, los otros chicos intentaban desgarrar su disfraz. Gavin o Guggi se presentaban y hacían alguna observación obscena: «Hola, cojones pelados», con la intención de ir a presionar desfavorablemente a la encantadora chica suburbana. Bono fingía horror y repudiaba a sus amigos. El don, ahora, se había desarrollado enormemente. Con una persona intelectual, Bono era intelectual. Con un financiero, hablaba de dinero. Con su equipo, hablaba de equipo. Con los periodistas, hablaba del mundo. Era un agudo y perversamente divertido exhibidor de los actos de los demás. Pero ese don raras veces era revelado en público, era para la banda y sus amigos más íntimos, que sabían y comprendían de dónde procedía. Después de cenar se trasladaron al salón a tomar unas copas. Lunes en Atlanta. Tocaba una banda de bar, contaban la historia del rock n’ roll, en forma completa con cambios de vestuario inclusive. La gente de Amnistía los contemplaba indulgente. Era medianoche. Edge se había ido a la cama. Lo mismo había hecho Lou Reed. Bono se sentía relajado, no preparado todavía para irse a la cama, de un humor travieso. -Alguien debería liberar esos instrumentos- sugirió una voz de Amnistía mientras la banda del bar arrancaba con su versión de Bruce Springsteen y la E Street Band. Afortunadamente, Springsteen llevo la historia del rock contada por la banda del bar a su horrible clímax. El público aplaudió. El humor de apenas reprimida hilaridad entre la gente de Amnistía se expreso con un exagerado aplauso. Toda la tensión de la gira, todo el hielo se fundió mientras la banda del Ramada saludaba y se iba. Manu Katche, el brillante batería de Peter Gabriel, junto con el guitarrista de Lou Reed, negociaron un préstamo de los instrumentos de la banda. -¿Podemos tocar un poco?-Por supuesto, adelante-. Bono, arrastrado por lo absurdo de la noche, subió a cantar. Eligió una canción, «Sweet Jane», y se la canto a una joven de aspecto vulgar que se exhibía en el bar. Ella se lo tomo en serio. Bono se estaba acercando a ella, un perezoso lagarto soleándose ahora en la atmosfera de la vida provinciana de última hora de la noche, haciendo su número para la femme fatale local. Ella respondió a sus significativas miradas. Cuando el llego a su lado, ella le susurro: -No me llamo Jane, mi nombre es Rose-. -De acuerdo; Sweet Rose, entonces-. Todo el mundo toco y canto. Así transcurrió la noche, con Báez, Gabriel, Adams, los Neville Brothers, Larry, Adam y Bono. A las cuatro de la madrugada, la dirección les indicó que debían cerrar el salón, así que siguieron cantando en el vestíbulo. El Ramada Atlanta fue la cumbre social de la gira, una noche maravillosa y de libre alegría. ¿Quién necesitaba drogas? ¿Quién necesitaba orgías? Aquello era la infancia, una limpia y buena diversión. Cuando se enteraron al día siguiente, Lou Reed y Edge lamentaron haberse perdido la fiesta. 189

Unforgettable Fire: La Historia de U2 -Si lo vuelven a hacer, asegúrate de despertarme- recriminó Reed a Bono. De acuerdo, lo haremos de nuevo esta noche, respondió Bono. Sólo que esta vez la cosa estaba preparada. La magia no acudió a la cita la noche del martes. Pero sí el placer. Reed era uno de los héroes de Bono. Bono nunca había sido un gran coleccionista de discos cuando era joven, pero uno de los pocos elepés buenos que tenía era de Velvet Underground, el grupo de Reed. La sabiduría de la calle era una expresión demasiado trillada, pero en el caso de Reed era aplicable. Había corrido mundo, había recibido golpes, pero no había sufrido daño. Era inteligente y osado, y Bono se sintió intrigado. Hablaron por la carretera. Sobre música, sobre el poder del rock n’ roll para influenciar las cosas. Había una parte de Bono que podía haber vivido donde había vivido Reed, en el crepúsculo inducido por las drogas de la ciudad de Nueva York. Reed comprendía. Bono y U2 eran una generación distinta. Eran listos también, no iban a dejarse engañar. Reed comprendía lo que su música estaba intentado decir y comprendía, porque lo había vivido, la diferencia entre libertad y responsabilidad. Bono lo invito a que cantara aquella segunda noche en el Ramada. Reed, tras mucha persuasión, finalmente consintió. El viernes, cuando la Conspiración para la Esperanza llego al Westin O’Hare de Chicago, Jack Healey transmitió la buena noticia: la gira había sido algo más que un éxito artístico y social, había sido un triunfo para Amnistía. Iban a conseguir entre 3 y 4 millones de dólares y, quizá más importante aún, miles de jóvenes americanos se habían detenido a la salida de los conciertos para unirse a la campaña de cartas de Amnistía a favor de los presos políticos. La batalla de Healey nunca seria vencida, pero después de la Conspiración para la Esperanza la lucha no volvería a parecer tan solitaria. Los Estados Unidos de Reagan aun tenían conciencia. El Westin Hotel no era de gran estilo. Funcionaba de forma en que desean que funcionen los viajantes de comercio. El vestíbulo estaba diseñado para desanimar la intimidad: techo alto, sofás bajos, muchos espejos. Te sentías ligeramente disminuido. La recepción, un largo escritorio ligeramente elevado para permitir al personal mirarte desde un poco más arriba, estaba igualmente desprovisto de un toque personal. Los empleados del hotel eran formalmente educados con sus «Buenos días». La gente llegaba, la gente se iba. El Westin era el agujero negro de la experiencia. El anonimato era el motivo principal. El Westin cumplía lo que prometía: obtenías tu comida y tu cama. Todo lo que te pedía a cambio era la huella de tu tarjeta de crédito. Esto convenía a Bono. El séptimo piso del Westin era un refugio contra la fama, el mundo, la gente con sus ojos inquisitivos. A los veintiséis años, comprendía ahora que era ser famoso, ser un hombre público: era ser violado constantemente. La gente miraba. Algunos de forma atrevida, otros divertidos, muchos con adoración. Algunos hablaban con él, de él, acerca de él. Se daba cuenta de todo. Las miradas, las palabras. Sentía que todo aquello le vaciaba. No había encuentros casuales. Sentado en su coche ante los semáforos, podía sentir los ojos del coche de al lado penetrar el delgado cascaron de hierro y cristal que conducía. En los bares, las conversaciones se interrumpían, las chicas reían nerviosamente, los hombres parecían vagamente divertidos. La fama te separaba más aun del centro, te robaba el confortable anonimato esencial para observar. La fama te obligaba a alertar los ojos. A él le gustaba observar. Le gustaba mirar a la gente, verla dedicarse a sus cosas. Le gustaba jugar a él también, pero eso cada vez era más difícil. Así que el Westin era perfecto. Podías perderte, almacenar tus emociones para la actuación de esta noche. El aburrimiento del día formaba parte de la gira, era una parte esencial. Chicago era la penúltima parada. Aquellos eran los Estados Unidos de Reagan, donde Rambo era el héroe folk. La rama americana de Amnistía no era tan despreciada, pero si ignorada. La gira era un intento de despertar las conciencias. Seducida por sus héroes del rock, la generación de jóvenes cuyos padres habían elegido a Reagan veía expuesta ante ella los derechos, los videos y la literatura, veía expuesta la realidad de la tiranía y la opresión a lo largo y ancho del mundo, y recordaba que había más cosas en la vida que las aspiraciones materiales y emocionales del Sueño 190

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Americano. Que había más cosas en la vida que el aire acondicionado y el orgasmo semanal. Que había, para la abrumadora mayoría en la Tierra, más cosas en la vida que conseguir. Lo que Geldof había hecho para aliviar el hambre estaban intentando hacerlo ahora los turistas de Amnistía, aunque a una escala más pequeña, por los derechos humanos. Como el hambre, la opresión política no conocía fronteras ideológicas, raciales, religiosas o culturales. Era un flagelo universal. Éste era el mensaje de Amnistía. Robin Williams, una estrella de la comedia de la televisión americana, hizo su aparición como estrella invitada en el Rosemont de Chicago. Apareció entre Peter Gabriel y U2. Williams fue recibido con entusiastas aplausos por 18.000 personas. Gabriel había terminado su actuación brillantemente teatral con un emocionante lamento por Steve Biko, el joven líder de la Conciencia Negra que había sido asesinado cuando estaba detenido por la policía sudafricana. El «Biko» de Gabriel era la cúspide emotiva de los conciertos de Amnistía, el momento en que la diversión dejaba paso a la conciencia, cuando la Conspiración para la Esperanza que actuaba en aquel pabellón se enfrentaba cara a cara con la realidad del mundo de fuera. Durante «Biko» era posible sentir, al mismo tiempo, esperanza y desesperación. Esperanza porque Amnistía existía, porque Gabriel se preocupaba de una forma tan clara y podía hacer durante aquel aleteante momento que la América media se preocupara también. Pero desesperación también porque sabías que las buenas intenciones, incluso 18.000 de ellas, no eran suficientes. La actuación de Robin Williams no hizo nada por disipar tales pensamientos. El héroe millonario de la televisión llevaba una gorra estilo Tom Paxton y unos tejanos. Gritos de alegre reconocimiento escaparon de todo el auditorio: « ¿Qué estás haciendo tú aquí?», parecían preguntar. « ¿También estás con Amnistía?» Williams extrajo oleadas de risas. Maldijo un montón: «A la mierda esto, a la mierda aquello, a la mierda todo.» ¡Hey, Robin Williams dice a la mierda! Se refirió a Ronald Reagan y a la mierda en una misma frase! Era infantil y triste. ¿A esto se había visto reducido el radicalismo americano? Hacia una generación, Mort Sahl, Lenny Bruce o Dick Gregory hubieran sido divertidos y auténticamente relevantes. Seguro que un presidente que admiraba a Rambo, que creía que Zimbabwe era el nombre de un juego de salón, estaba maduro para la sátira y la parodia. ¿Acaso en la cultura estadounidense contemporánea, en Sylvester Stallone, Joan Collins, el vicepresidente George Bush, no había suficiente material para algo cómico? Si eras radical y divertido, ¿no podías hacer nada mejor que aquello en 1986? Con sus a la mierda y bastardos y joder, Williams fue un patético calibre por el que medir el estado de la oposición americana al ramboismo patriótico. Por sus chistes los conocerás. Williams dejo tras de sí una nutrida ovación, con la gente puesta de pie. La tarea de Amnistía Americana se situó en su adecuada perspectiva. U2 restableció el talante. Edge tuvo la impresión de que chicago fue su mejor actuación. La palabra que empleo fue madurez. Tenía la impresión de que estaban empezando a comprender mejor qué era lo que tenia de bueno la banda, a darse cuenta de que había algo musicalmente poderoso, algo innatamente valioso en ellos como interpretes. No tenían que trabajar duro, hacer algo sensacional como colgarse del andamiaje por todo el escenario, no necesitaban trucos, físicos o teatrales; la música y la voz de Bono eran suficientes. Tenían autentica confianza. Podían refrenar sus pasiones. Enfocarse en lo que deseaban decir antes que en como dominaban el escenario. Dejemos que hable la música. En el Rosemont, The Police iban a actuar después de ellos. U2 sabía que tenían que ser especiales. Lo fueron. Desde los primeros acordes de «Pride», pasando por «Help», U2 transformo aquella velada de concienciación política, con sus vagas y esencialmente significativas abstracciones, en una experiencia personal. El Rosemont se contrajo cuando Bono avanzo y atrajo hacia sí a la gente de Reagan vía Lennon; Ayuda, necesito a alguien. 191

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Ayuda, no simplemente a cualquiera. Ayuda, sabéis que necesito a alguien. Como en «Bad», la versión de U2 del antiguo clásico de los Beatles fue una emotiva mezcla de suplica y proclamación. Las palabras evocaban la vulnerabilidad humana, la música y el cantante encarnaban la resistente fuerza y el optimismo del espíritu humano. La sugestión era que la ayuda estaba al alcance de la mano. De alguna forma, te sentías fortalecido por la música. Más tarde, en el camerino, Dick Gregory definió esa realidad. El era un fantasma de los años 60, cuando Bono, Edge, Larry y Adam apenas habían nacido. Era un comediante negro que había hurgado en la conciencia de América cuando Kennedy estaba en la Casa Blanca y Martin Luther King estaba compartiendo su sueño con una exuberante audiencia, y que ahora llevaba las señales de la derrota. Allá entre bastidores, en el Rosemont, representaba otra era. Su traje azul estaba inmaculadamente cortado, su camisa limpiamente almidonada era media talla más grande. Tenía el pelo canoso, el rostro profundamente surcado de arrugas, los ojos inexpresivamente atentos. Bono y Sting se unieron respetuosamente a él en el centro de la habitación. Gregory había escrito hacia tiempo un libro titulado Nigger, la palabra más despectiva con la que un blanco puede llamarle a una persona de color. «Cuando oigas lo que van a decir, no te desesperes», le dijo a su madre. «Van a echarse como lobos sobre él.» Gradualmente, a través de los derechos civiles, Vietnam, los presidentes Ford, Nixon, Reagan, el aislamiento y la autodestrucción de Teddy Kennedy, Dick Gregory se había descubierto alejándose cada vez más de la corriente principal de la vida americana. Él era demasiado para Hollywood, para la avenida Madison, demasiado incluso para los americanos negros en masse, que se retiraba de su inflexible enfrentamiento con el racismo cotidiano, el racismo del otro lado de la calle. A medida que emergían nuevos héroes negros como el reverendo Jesse Jackson y Bill Cosby, Gregory pasó a representar la irracionabilidad. Empezó a resultarle difícil hallar trabajo en el show business. Y empezó a pasar más y más tiempo como activista político. Larry Mullen odiaba la tensa artificialidad de las charlas en los camerinos después del show. Todavía tenía que aprender la gimnasia conservadora del circuito de los cocteles. No era muy bueno en el lenguaje cultural de los encuentros educados. A menudo sentía la necesidad de abandonar la habitación, de lanzar un fuerte rugido: « ¡Qué os jodan todos!» En ocasiones actuaba impulsivamente, con gran embarazo de Bono, a quien le gustaba tanto todo aquello como a su vecino. Ahora, observando a Bono con Dick Gregory, Larry sintió una reluctante admiración hacia su compañero. Él podía hablar, evidentemente, con los mejores. Mientras aguardaba impaciente a poder salir de allí y regresar al hotel, Larry se desvió hacia nuevos rostros y habló con aquellos a los que conocía. « ¿Cómo fue el show?» Eso era lo que deseaba saber. Nunca había oído hablar de Dick Gregory, y sólo fingió un discreto interés cuando le dijeron exactamente quién era y lo que había hecho. Los años 60 eran historia, historia antigua, tanto en política como en rock n’ roll. De vuelta al Westin. Bono hablo de Gregory. El activista negro había dicho a Bono y Sting que el SIDA era un complot del gobierno maquinado en Washington, una forma de guerra bactericida usada por la mayoría moral para castigar a los homosexuales y a los heterosexuales promiscuos, ¡una Conspiración Vengativa! Cuando el avión de Amnistía voló hacia Nueva York, la sensación que prevalecía era la de que estaban llegando al final del proyecto. Cuando los techos de Manhattan aparecieron al otro lado de las ventanillas, se desató en el avión una lucha de almohadas. Así expresó la clase de rock n’ roll de 1986 su alta moral y la excitación de alcanzar Nueva York, donde, ante 55.000 personas en el 192

Unforgettable Fire: La Historia de U2 Stadium de los Gigantes de Nueva Jersey, la Conspiración para la Esperanza alcanzaría su glorioso clímax. El domingo 15 de junio en el Giants Stadium iba a ser un gran día, Yoko Ono, Elliot Gould, Joni Mitchell, Carlos Santana y Miles Davis se habían comprometido a participar. Pete Townshend estaba volando desde Londres. Muhammad Ali y Bob Geldof se dejarían caer también. La MTV iba a transmitir en directo durante doce horas desde el mediodía. Sería una Gran Ocasión. Segundos después de que el avión golpeara la pista hubo un fuerte bang, que hizo guardar silencio a la feliz compañía. La gente intercambio miradas curiosas y ligeramente preocupadas. ¿Qué había sido aquello? Se trataba del estallido del neumático de una de las ruedas, un desastre potencial que fue olvidado cuando la compañía alcanzo la conferencia de prensa en el Estadio de los Gigantes. Los artistas se sentaron a una larga mesa bajo una marquesina en el terreno del estadio. A un lado, y en un banco un poco más atrás, se sentaba un pequeño grupo de ex prisioneros liberados bajo las presiones de Amnistía. Entre ellos se sentaba Fela, un cantante nigeriano detenido por su gobierno bajo acusaciones amañadas de evasión de divisas, y una atractiva aunque de aspecto tristemente ajado Señora de Argentina. Junto a los informalmente elegantes, cómodamente confiados en sí mismos representantes de la música, y los representantes con aspecto de ejecutivos de la prensa y la televisión de Nueva York, los desheredados parecían fuera de lugar. Sus ropas eran nuevas, baratas y delgadas, sus rostros estaban enrojecidos por el nerviosismo, y exhibían las extrañamente indefinibles marcas de la derrota, de una luz que se ha extinguido en algún lugar muy profundo dentro de uno mismo. En aquella cálida y húmeda tarde de sábado, la realidad de la opresión política contrastaba agudamente con las buenas intenciones y la banal irrelevancia del interrogatorio de los medios. Sting, el sereno, dueño de sí mismo, inteligente inglés, habló elocuentemente de los modestos objetivos de la Conspiración para la Esperanza. Bono, a su lado, se mostró menos seguro al responder a las malintencionadas y profundamente equivocadas preguntas de una periodista que deseaba unir la relación de la campaña de asesinatos del IRA en Irlanda del Norte con la campaña de Amnistía a favor de los políticamente oprimidos. -¿Qué me dice de los prisioneros de Belfast?- pregunto la periodista. Según mi opinión, sólo hay dos respuestas creíbles a esto que podría plantear Bono: un completo rechazo sobre las mismas bases en que se apoya la pregunta, o una larga o compleja explicación que señale por qué el IRA no lucha por la libertad. ¿Había oído alguna vez aquella periodista «Sunday Bloody Sunday»? Botellas rotas bajo los pies de los niños, cuerpos esparcidos en una calle sin salida, Pero no seguiré la llamada a la batalla, le volveré la espalda, Apoyaré mi espalda contra la Pared, domingo sangriento domingo. Obviamente, no. La respuesta de Bono eludió diplomáticamente el tema. Más allá en la mesa, Cyril Neville escuchaba escéptico la condena general a la brutalidad y la opresión en todo el mundo. La conferencia de prensa se estaba agotando. Todo el mundo se sentía bien. Nadie había mencionado todavía los Estados Unidos. -Si eres negro y estás en la calle en este país, estás políticamente oprimido- estalló. Aquella fue la primera señal de la autentica ira aquella tarde, un irónico recordatorio del asunto del que estaban hablando realmente. Una intrusión incomoda, que fue eliminada del reportaje de televisión y de las crónicas periodísticas. Cuando llego a Chicago el viernes para las últimas dos fechas de la gira, Paul McGuinness se sintió encantado al descubrir que las cosas iban bien. Se sentía orgulloso de U2, la banda, el equipo, Barbara, y sobre todo de Anne-Louise, más que nunca abocada a su trabajo. Así pues, aquella 193

Unforgettable Fire: La Historia de U2 tarde de sábado en Nueva Jersey, Paul pudo considerarse un turista. A las once de la mañana salió a solas hacia el Stadium de los Gigantes. No estaba previsto que U2 ocuparan el escenario hasta dentro de doce horas. Paul iba a disfrutar aquel día, divertirse. Iba a ser un día divertido y quizás útil. Toda la gente importante en el negocio de la música estaría en el concierto, aquel era el acontecimiento del día en Nueva York. Aunque proyectaba una imagen más bien seca, seria, con su bien modulado acento de escuela privada sugiriendo la cantidad precisa de gravedad, McGuinness era una persona sociable. El mayor placer de conseguir todo lo que había conseguido con U2, de haber llegado, era el contacto entre los mejores y los más inteligentes. La comida era mejor, las bromas más sofisticadas, las charlas elevadas. Paul esperaba disfrutar de aquel día. Para Anne-Louise y la banda que había dejado atrás en el Loews Hotel, aquel era un importante día de trabajo. Deseaban que todo estuviera a punto, pero tenían problemas. U2 saldría al escenario como la penúltima actuación de un largo programa. A todo lo largo de la gira de la Conspiración habían tenido la sensación de tener las cosas controladas. Nadie se había tomado libertades, ninguna de las otras actuaciones se había pasado de tiempo. Había sido una aventura en cooperación. Hoy era diferente. La MTV, la emisora de televisión de música, iba a emitir en directo desde el estadio. A cambio de esta oportunidad sin precedentes de alcanzar a millones de personas con el mensaje de Amnistía, Jack Haley había tenido que renunciar a parte de su control sobre los acontecimientos del día en beneficio de la gente de televisión. Esto significaba que la banda que actuara penúltima estaba a merced de cualquier otra actuación que se pasara de tiempo. Su actuación podía verse cortada en seco o interrumpida por la publicidad, podía ocurrir casi cualquier cosa que estropeara lo que era un día importante en la vida de U2. Deseaban algún tipo de garantía. Deseaban que Anne-Louise consiguiera de alguien aquella garantía. ¿Cuánto tiempo tendrían en el escenario? ¿Se vería su actuación interrumpida de alguna forma, o simplemente cortada?

New Jersey - USA, Junio 1986 194

Unforgettable Fire: La Historia de U2 A media tarde aun no había ninguna garantía. Estaban intentando elaborar un programa para una de las actuaciones más comprometidas de su carrera, en medio del vacío. Deseaban a Paul. AnneLouise le telefoneó al estadio. Él no podía hacer mucho. La gira de Amnistía estaba ahora fuera de control. Todo el mundo estaba en el acto: el senador Bill Bradley estaba en aquellos momentos en el escenario, haciendo un discurso. Él, que acababa de votar a favor de la ayuda para los “Contra” en el Congreso, estaba invocando ahora los derechos humanos por la MTV. La Conspiración para la Esperanza se había convertido ahora en un acontecimiento para los medios de comunicación, una oportunidad para políticos, estrellas de cine, para que los bienintencionados y los no tan bien intencionados aprovecharan sus quince minutos de gloria en hora punta. No había nada que Jack Healey pudiera hacer. No había nada que Bill Graham pudiera hacer. Paul McGuinness, cuyo generoso impulso había inspirado todo aquello, era ahora solo otro tipo con un brazalete que le permitía ir a todas partes dentro del recinto. Y todo el mundo tenía aquellos brazaletes. Fuera, en el estadio mismo, Joe O’Herlihy, el ingeniero de sonido de la banda, se está poniendo nervioso; necesitaba saber que iban a interpretar para poder programar el secuenciado. Allá en el hotel, la banda se estaba poniendo furiosa. Las grandes actuaciones no se producían por accidente, y aquella tenía que ser una gran actuación. Se sentían un poco resentidos de que Paul no estuviera con ellos. ¿Acaso esperaba que hicieran milagros? Anne-Louise se hallaba en medio. Tendrían que improvisar; ¡delante de 55.000 personas, en Nueva York! Delante de un público que seguramente incluía a algunos de los representantes discográficos y de agencias que importaban, que realmente importaban en el negocio. Gente como Frank Barsalona, que no les había visto ni oído desde hacía más de un año, que les juzgaría, juzgaría sus progresos, su habilidad para tocar en un estadio al aire libre. E iban a tener que improvisar. ¡En un programa en el que Miles Davis, Carlos Santana y algunos de los principales intérpretes del medio estaban actuando antes que ellos, y The Police iban a ir después! Aquel día tenía todos los ingredientes para ser un rotundo fracaso. El miedo estaba empezando a descontrolarse. Los focos del estadio habían sido encendidos, estaba anocheciendo cuando salieron. Aquel era el momento en que hacías de tripas corazón, cuando la adrenalina empezaba a fluir y el miedo al fracaso corría por tu sangre. Aquel era el momento en que empezabas a concentrarte en la realidad de la película dentro de la cual sabias que te habías metido. El estadio, cualquier estadio, era una masa de ruido y de rostros, famosa y familiar. Más allá aguardaba la realidad; el escenario, la música, el público, la reacción a tus canciones. Podías confiar mas en ti mismo, ser mas aclamado, convertirte en una estrella, ser la banda de los 80, pero nunca te libraras de la vulnerabilidad. Actuar era algo único en el sentido que no había formula, proceso o conjunto de circunstancias en la existencia que garantizara el éxito de esa noche. Cada actuación era distinta, cada audiencia, cada atmosfera, cada recinto. Chicago era historia. Lo mismo eran Croke Park, Live Aid, Self-Aid y todos los demás triunfos. Este era siempre el acontecimiento del que dependía tu vida. El camerino era un pequeño rincón tapado con cortinas del restaurante del estadio. El lugar estaba lleno de rostros famosos; la gente comía, hablaba y reía y se miraba la una a la otra comer, reír y hablar. Podía ser divertido, si no tenias que actuar. Les llego la noticia de que Muhammad Ali y a sus dos hijas quinceañeras les gustaría visitar el camerino. En aquella habitación llena de famosos, Ali arrojó una sombra de autentica grandeza sobre todos ellos. Mientras se servía una cena de pollo del buffet del restaurante, todos los ojos, famosos y no, se volvieron en su dirección. Volvió lentamente a su mesa, un gigante que arrastraba los pies, acompañado por sus hijas y un alto e impasible guardaespaldas musulmán. Todo el mundo conocía su forma estropajosa de hablar, su confusión. Todo el mundo había oído 195

Unforgettable Fire: La Historia de U2 los rumores sobre las consecuencias de aquellas últimas peleas. Pero no todo el mundo en aquella habitación podía ver y sentir la tragedia. El hombre que había sido el mayor atleta de su tiempo, el más valiente, el más amable y divertido, permanecía ahora sentado, luchando por ensartar el maldito pollo con su tenedor. Un hombre de mediana edad se acerco a la mesa con su hijo pequeño, quizá diez, doce años. -Muhammad, por favor, ¿puedes firmarme este libro?- pidió el hombre tentativamente, tendiendo al viejo campeón un libro de autógrafos. Ali alzo la vista, sonrió, tendió una mano hacia el muchacho y la otra hacia el libro. -¿Cómo te llamas?- susurró. El padre tenía lágrimas en los ojos. Estampada la firma, Ali atrajo al chico hacia él y le acarició ligeramente la mejilla. El hombre intentó decir algo, pero no pudo. Tragándose el pesar, el apoyo una mano en el brazo de Ali y apretó fuerte. -Gracias campeón-. Ali sonrió de nuevo, una sonrisa que tenía un asomo de impotencia, como si tuviera diciéndole al hombre que sí, que él también sabía que era trágico lo que le ocurría, que sí, que el sabia mejor que nadie que estaba atrapado, victima de su propia inocencia. Era casi la hora de actuar para U2. Ali se irguió por encima de ellos, sonriendo con aquella sonrisa fantasmal. Les mostro a los muchachos su truco mágico. Cuando Ali abandono la habitación, Bono agito la cabeza, con el dolor del encuentro llameando brevemente en los ojos del cantante. Cuando salieron del escenario Bono casi se quedo paralizado por la impresión. Deberían haber amortiguado la iluminación. En vez de ello, los focos del estadio brillaban cegadoramente sobre él. Ninguna posibilidad de captar nada. Se sintió como un espécimen de laboratorio con 55.000 técnicos escrutándole atentamente. Estaba desnudo. Intercambió una mirada asesina con Edge, agarró el pie del micrófono y lo echó hacia atrás. Entre bastidores, Paul McGuinness permanecía de pie, impasible, pero sabiendo que algo iba seriamente mal. Anne-Louise permanecía más hacia atrás, entre las sombras. Allá fuera la audiencia se levantó y se inclinó hacia adelante. La MTV se había hecho cargo, Willie Williams, el iluminador de U2, había perdido el poder de actuar ante la televisión. Nadie se dio cuenta de nada de aquello, excepto los actores principales. La actuación fue soberbia, alimentada, como lo había sido la del RDS, por la furia y el orgullo. Y por una crueldad que exigía la perfección, una calidad que la banda buscaba en primer lugar en sí mismos y después de eso en todo y todos los que estaban a su alrededor. Frank Barsalona y Barbara Skydel estaban sentados orgullosos en el recinto de los VIPs, recordando el Ritz, una historia que había pasado hace solo 6 años atrás. Más tarde, mientras Eamonn McCann y Terry O’Neill comentaban el show con Geldof y otros rostros famosos, la banda de los 80 realizo una encuesta en el camerino. Bono deseaba saber qué era lo que había ido mal. Pero fuera, la gente hablaba de los grandes que habían estado y se preguntaba en qué se convertiría U2 cuando reprodujeran aquella magia en un disco.

The Joshua Tree Greg Carroll murió trágicamente en un accidente de circulación en Dublín, pocos días después del regreso de la gira de Amnistía. Resultó muerto cuando la moto que conducía, que pertenecía a Bono, chocó con un coche en Morehampton Road, a unos pocos minutos del centro de la ciudad. Madge Smyth, la ayuda de cámara de la banda, recibió la noticia del accidente de Greg. Para ella fue quizá, más que para ningún otro, una devastadora impresión. Ella y Greg eran grandes amigos, vivían en la misma casa y compartían la misma forma de vida. Madge, que había llegado a U2 procedente del mundo de la moda, se había unido a la banda al mismo tiempo que Greg. Eran extrañamente similares, los dos amables, alegres, modestos y felices de estar 196

Unforgettable Fire: La Historia de U2 trabajando para su banda. Anne-Louise Kelly fue avisada a primera hora. Estaba en el St Vincent’s Hospital cuando Greg murió poco después de ser ingresado. Greg había estado dieciocho meses con la banda. Cuidaba de Bono, en el escenario y fuera de él. Eran amigos. Ser un auxiliar era lo que tú extraías de ello. Ser un cantante de rock n’ roll era lo que tu extraías de ello. A Greg le encantaba su trabajo. Quizá no lo haría toda la vida, pero era joven y resultaba divertido. U2 era una pequeña comunidad, Greg los quería a todos, todos le querían. Había sido contratado por sus cualidades personales, como casi todo el mundo a su alrededor. Aprendió su trabajo como Paul y la banda aprendieron el suyo, y como Joe, Dennis, Anne-Louise, Steve y Tom habían aprendido el suyo. La robusta prestancia maorí de Greg irradiaba dignidad y buen humor. No era auxiliar. U2 no empleaban auxiliares. Sólo empleaban a personas. El padre natural de Greg era un ministro del gobierno de Nueva Zelanda. Y siguiendo la tradición maorí, Greg había sido adoptado a su nacimiento por la hermana sin hijos de su padre y el esposo de ésta. Steve Iredale y Joe O’Herlihy llevaron a Greg a su casa en Nueva Zelanda. Larry, Ann, Bono, Ali y Kathy McGuinness asistieron a su funeral. Cuando The Joshua Tree apareció en marzo de 1987, fue dedicado a la memoria de Greg Carroll. Greg había pasado los últimos dieciocho meses de su vida de gira con la banda, estuvo en el Fire Tour y la gira de Anmistía, además de compartir con la banda en Danesmoate. La enorme mansión georgiana se alzaba en Rathfarnham, contigua al St Columba’s, la antigua escuela de Adam. Allí fue creado el álbum que respondía a la importante pregunta acerca de U2. Brian Eno y Danny Lanois lo coprodujeron, volando a Dublín para inspirar, corregir o simplemente animar a la banda de los 80. Greg estuvo allí cada día de trabajo como lo estuvo Mary, que proporcionaba la comida. The Joshua Tree era el álbum que U2 tenía que hacer, el único que podían hacer, a diez años de distancia de Mount Temple. Era honesto, como de costumbre, y reflejaba la experiencia de unos músicos de rock n’ roll de veintisiete años que deseaban componer canciones que pudieran ser cantadas en las fiestas. El nuevo álbum tuvo al respecto un éxito magnifico. The Joshua Tree ascendió hasta la cima de las listas de álbumes a los pocos días de aparecer en Gran Bretaña, en los Estados Unidos y en cualquier lugar donde la música popular era tocada y apreciada. «With or Without You» les proporciono su primer sencillo número 1 en los Estados Unidos. El segundo sencillo extraído del álbum, «I Still Haven’t Found What I’m Looking For», alcanzo también la cúspide de las listas en los Estados Unidos. En abril, Bono, Larry, Edge y Ada, aparecieron en la portada de la revista Time. U2 fue la tercera banda de rock n’ roll en alcanzar la afamada portada de Time, después de los Beatles y The Who. The Joshua Tree era una maravillosamente orquestada pieza de arte popular. Toda la energía de los discos anteriores estaba en este álbum, y se mostraban más originales que nunca en la elección del sonido. A esas cualidades fundamentales habían añadido una rica melodía y una nueva lirica que hacia su música más accesible de lo que nunca antes había sido. Los buenos artífices miran hacia fuera antes que hacia dentro, se resisten al impulso de gritar, invierte la pasión en vez de dominar los instrumentos con los que trabajan. En The Joshua Tree las letras de Bono, el bajo de Adam, la batería de Larry y la «orquesta» de Edge trabajan, individual y colectivamente, como nunca antes lo habían hecho. Con músicos de veintisiete años así es como debe ser, pero raras veces lo es en el rock n’ roll. Hombres y mujeres que deberían madurar regresionan, olvidan sus habilidades, nunca aspiran al arte. U2 son diferentes. Aman su trabajo. La banda de los 80 había irrumpido desde la carretera tocando en directo, trabajando. Un mes antes de la revista Time, nunca habían tenido un número 1 en sencillos. Después de esos 10 años de sudor, no habían conseguido lo que otras bandas pop no tan esforzadas, y nacidas de creaciones de hábiles ingenieros de sonido, podían lograr una y otra vez. Eso dolía un poco. Pero ahora el dolor había desaparecido. 197

Unforgettable Fire: La Historia de U2

Los Ángeles - USA, Noviembre 1986 «Running to Stand Still», un lamento por una mujer de Dublín adicta a la heroína que cierra la Cara Uno de The Joshua Tree, contiene unas estrofas que dicen una verdad acerca de los hombres que crearon el álbum: Tienes que llorar sin derramar lágrimas, hablar sin pronunciar palabras, gritar sin alzar la voz. La madurez alcanzada por U2, en su música y en sus vidas, está presente en The Joshua Tree. Cuando miran hacia fuera, la visión reflejada es perceptiva pura y simple. América, la cultura que gobierna todo lo que puede ser alcanzado por el rock n’ roll (o por la revista Time), es capturado allí en palabras, música, sonido e imágenes tan vivas como cuadros. «Bullet the Blue Sky» evoca el lamento del alma de América Central, encogiéndose ante el gigante en la puerta. El feo rostro del imperialismo cultural, el turista en busca de pasárselo bien, están allí también, en palabras tan vívidas como el rock n’ roll que las conduce: Traje y corbata vienen hacia mí, El rostro enrojecido como una rosa en un arbusto espinoso, Como todos los colores de una escalera real, Y va contando todos esos dólares en billetes, (Tirándolos sobre la mesa) cien, doscientos. Casi diez años antes Bono escribió «Out of Control» en su decimoctavo cumpleaños. Aquella canción era personal, acerca de «chicos y chicas que van a la escuela», y el autor no sabía aun como expresar las dudas y ansiedades de la vida quinceañera: Tenía sentimientos fuera de control, Tenía hormigueos por todas partes fuera de control. A diez años de distancia, el hombre ya maduro sabe exactamente lo que está viendo y sintiendo en sus viajes a través de América Central, y ha adquirido la habilidad literaria para expresarlo: Y puedo ver los cazas, y puedo ver los cazas Por entre las chozas de barro mientras los niños duermen, 198

Unforgettable Fire: La Historia de U2 A través de los callejones de una tranquila calle, Subiendo las escaleras hasta el primer piso Giramos la llave y lentamente abrimos la puerta. Un hombre sopla profundamente en un saxofón, A través de las paredes oímos gruñir la ciudad, Fuera está América, afuera está América. Esas palabras, describiendo el terror que la presencia estadounidense infligen en el pueblo de Nicaragua, fueron escritas para una pieza musical creada por Edge, Adam y Larry mientras estaban tocando en un estudio unos meses antes de la mezcla finales de «Bullet». Fue Edge quien compuso el sonido de amenaza. Como pieza, «Bullet» es arte, la expresión de la experiencia humana a través del rock n’ roll, más profundo y accesible de lo que nunca lo ha sido. «Bullet» no es una de las «canciones» de The Joshua Tree, es el «Brazo Armado» del álbum. Sin embargo, «Bullet» proporciona la clave de hacia dónde puede encaminarse U2 ahora que su habilidad de alcanzar los primeros puestos del hit parade no son el objetivo. Una de las tragedias del rock n’ roll ha sido la incapacidad del idioma de dar facilidades a sus grandes músicos y letristas más allá de un cierto punto en su desarrollo artístico. Especulando acerca de su futuro, John Lennon afirmo su temor de terminar en un callejón sin salida creativa, atrapada por la necesidad de escribir al instante canciones accesibles que se conformaran al idioma que él había desarrollado. «No deseo terminar como Elvis, cantando para ricachones en Las Vegas», insistió Lennon. Deseaba seguir creciendo, permanecer siempre relevante, pero nadie había demostrado todavía que el rock n’ roll pudiera alimentar los talentos de los hombres y mujeres más allá de una cierta edad. Pete Townshend, otra enérgica fuerza ya no furiosa, planteo la mismas preguntas acerca de las limitaciones del rock n’ roll. Las malgastadas vidas de tantos grandes músicos dan testimonio de ello. Townshend sugería, para la frustración artística, una especie de disgusto hacia sí mismo, experimentado cuando lo que tenías que decir ya no podías ser expresados a través del idioma que dominabas. Este frustrante dilema aguardaba al fondo del camino para U2. Si había una respuesta, entonces quizás ellos fueran la banda que debiera descubrirla. Brian Eno y Danny Lanois habían ayudado finalmente a que llegaran a dominar el estudio. Eno era el vínculo con el pasado, con Bowie y Roxy Music. Tenía una mente original y pedigree, y poner su alma mater en la música de U2 importaba. Lanois, el músico-ingeniero, era crucial para la traducción de ideas a sonidos. Buscaron a Steve Lillywhite para las últimas semanas de grabación. Steve mezcló la primera sección del album; «Bullet the Blue Sky», «With or Without You» y «Where the Streets Have No Name». Con su presencia, Steve aseguraba la continuidad, el suyo fue el veredicto definitivo del álbum más importante de su carrera. En la última noche del mezclado, a mediados de febrero de 1987, Lillywhite y los cuatro muchachos sudaron juntos en los estudios de Windmill Lane. Quedaba por tomar una decisión crítica: «Bullet» terminaba con las duras palabras «afuera está América». Pero había sido grabado un segundo final que dejaba al oyente la cuestión de decidir sobre la culpabilidad de América. Este verso alternativo decía: «afuera está el mundo». Confrontar o solo implicar, ¿cuál era la decisión final? Lillywhite telefoneó a Paul McGuinness buscando una decisión. Paul se decidió por la confrontación. «América», no era el mundo quien tenía que ser identificado. Hubo una fiesta la noche siguiente del final de la grabación en casa de Edge en Mokstown, donde había tenido lugar gran parte de las mezclas finales en un estudio de grabación adaptado. Hicieron sonar el disco para sus amigos, y aguardaron su reacción. The Village estaba allí, pero no todos. Unas semanas antes, Gavin había abandonado los Virgin Prunes para seguir su carrera en solitario. Los Prunes habían sobrevivido a los 80 como una banda músico-teatral de culto, popular en el 199

Unforgettable Fire: La Historia de U2 circuito alternativo del Reino Unido y Europa. Dick Evans se había marchado en 1984, con Gavin y Guggi ocupando los papeles principales en el escenario. Habían sido contratados para efectuar una gira por los Estados Unidos cuando, dos semanas antes de la prevista para iniciarla, Gavin había desenchufado el proyecto colegial. Pod se había quedado sin empleo. Por eso el más bravo de todos los caballeros no asistió a las celebraciones de The Joshua Tree. Tampoco lo hizo Maeve O’Regan, que estaba ahora viviendo en Inglaterra como una comprometida cristiana trabajando por sus creencias. Seguía la carrera de U2 desde lejos, feliz por Bono, sorprendida de los progresos que la banda había conseguido en todos estos años desde Mount Temple. En los meses siguientes Maeve se sorprendería aun más cuando The Joshua Tree creara ecos en todo el mundo, llegando a gentes que nunca antes había oído hablar de U2. Eran, proclamó la revista Time, los líderes de su generación. Los años 80 habían dado nacimiento a un nuevo tipo de héroe, suburbano antes que urbano, auténticamente inteligente antes que con la inteligencia de la calle, arraigado en la cordura de Dublín antes que desarraigado en Los Ángeles, Nueva York o Londres. Perteneciendo a alguna parte…, lo cual quería decir, en la era del poblado global, a todas partes. La fiesta en casa de Edge hubiera podido celebrarse en cualquier lugar de los suburbios. La gente bebió vino, tinto o blanco, comió del buffet de la cocina. No había champan, ni cocaína, nadie organizo ningún escándalo. Hubo un tiempo en que la gente iba a la ciudad en busca de drogas. Ahora las drogas viajaban hasta los suburbios. «Running to Stand Still» estaba situada en las torres que habían sido edificadas detrás de Cedarwood Road cuando Bono era aún un niño. Dulce el pecado, pero amargo el sabor en mi boca. Veo siete torres, pero sólo veo una salida. Hubo un tiempo en que Bobby e Iris Hewson buscaron la bendición suburbana en Ballymun. Hoy a las siete torres de Ballymun Flats arrojaban una sombra sobre los verdes campos que tanto habían prometido. La heroína es «una salida» a la miseria del nuevo Ballymun. Lennon, Dylan, Townshend y Keith Richards abandonaron los suburbios en busca de lo que ellos llamaban vida. Ahora la vida se extiende, tocándonos a todos, seduciendo con sus vacías promesas a aquellos que antes buscaban mera tranquilidad. The Joshua Tree consiguió más que hacer a U2 famosos. Los liberó. Ya no necesitaban demostrar que podían llegar a los primeros puestos de las listas. Tomando libremente de la tradición del rock n’ roll, The Joshua Tree refleja las influencias de Dylan, Lou Reed y Jimmi Hendrix. Allí está Bono, ese gran actor y mímico, más convincente que nunca cuando alcanza la madurez artística. El tipo de fama de la que gozaba ahora U2 destruyó a la mayor parte de sus predecesoras. La fama y el dinero eran fines en sí mismos, el producto del talento que habían alcanzado su cima creativa y ya no necesitaba saber dónde ir. Esta banda será diferente. Y todavía siguen creciendo musical y personalmente. Aun no han hallado lo que están buscando. Bono, letrista, actor, creador de imágenes, pintor de vívidos paisajes, continuara viéndose enriquecido por la experiencia. Edge, el genio compositor de sonidos, interpretara esas imágenes y las melodías que brotan en cascada de la cabeza de su compañero de colegio. Larry comprendería intuitivamente la parte de la batería que seguirá siendo tan distinta como las palabras y los acordes que le ponen su musculatura. Adam tocara su bajo, proporcionando con sus acordes inspiración a todos aquellos que han viajado desde Castle Park a la portada del Time. U2 son, finalmente, un grupo. Cada etapa de su viaje ha revelado la verdad, acerca de sí mismos o de los tiempos que su música ha intentado reflejar. 200

Unforgettable Fire: La Historia de U2 La penúltima canción de The Joshua Tree es «Exit». Una creación que desconcertó a muchos críticos y oyentes. «Exit» significa salir de la confusión del pasado, fuera del mundo crepuscular donde el cristianismo se mezclaba con el rock n’ roll para conformar dudas. Eso ha terminado. U2 han salido a la luz del día, seguros ahora de que la música es un don de Dios, y que como músicos su responsabilidad es utilizarla. Expuestos por la fama a las tentaciones del ego y de la carne a una escala que muy poca gente puede imaginar, su historia, en esencia, sólo está empezando. Las más grandes batallas de U2 se hallan todavía por delante.

Desierto de Mojave - USA, Noviembre 1986 Los artistas irlandeses han sido invariablemente víctimas de la cultura que los ha respaldado. Aquellos que no languidecieron amargamente en el exilio fueron, como Kavanagh, Behan, O’Riada y «Myles», destruidos por la indiferencia nativa. Sólo se convirtieron en irlandeses oficiales en la muerte, evidencia, ofrecida sin vergüenza al mundo, de que eran una gente dotada detrás de todo aquello. Detrás de todo aquello: la iglesia sectaria sirviendo como sistema de apoyo vital al Parlamento nacionalista-republicano de la Irlanda oficial; la mediocridad espiritual alimentando a los pigmeos políticos y filosóficos cuyo alcance era suficiente para castrar a los hijos nativos más imaginativos. Si tenías ideas que «no pertenecían» y un espíritu que era «demasiado amplio», eras echado fuera o bebías hasta la muerte, con la penuria aguardando en vigilia al pie de tu cama. Irlanda ha cambiado un poco. U2 no están solos, en absoluto. Pertenecen a una generación de artistas irlandeses que está luchando, o al menos intentando luchar. La mayoría aun se exilian, como Pat O’Connor y Neil Jordan. Seamus Heaney no ha muerto, permanece, junto con Bono y los muchachos, prueba viviente de que en estos días no necesitas golpear tu talento contra las paredes a lo largo de la parte de atrás de la calle Grafton que presenció la degradación de Kavanagh. En otros aspectos, la cultura irlandesa, de la que el deporte forma parte integrante, produce grandes hombres como Stephen Roche y Sean Kelly, los mejores ciclistas del mundo, y Pat Eddery, uno de los más esplendidos jockeys que han conocido las carreras. Todos esos hombres poseen cualidades que son manifiestas en la nación, la Irlanda no oficial, que los ha dado. Son amables, ocurrentes, confiados en sí mismos, su visión del mundo ha sido formada por el mundo antes que por las enfermizas fantasías de la Irlanda de otras épocas. U2 son parte de esto, son nuevos irlandeses, que utilizan los recursos que constituyen su autentica herencia antes que la genuflexión delante de los desgastados símbolos del dogma de la iglesia y el mito nacionalista. Los irlandeses son distintos no solo porque recen o porque luchen, sino porque son sensibles, imaginativos, ricos de espíritu en esa parte de su cultura que no ha sido empapada en sangre. La nueva generación forjara su propia identidad.

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Unforgettable Fire: La Historia de U2 Hablando acerca de cómo acostumbraban a ser las cosas en el rock n’ roll, Tom Mullally señalo la ruindad que infecto el entorno de Phil Lynott, que probó el sabor de la gloria en el mundo de la música antes de U2. ¿Tenía que ser así, se preguntaba Tom, allá en 1983? Cuatro años más tarde sabe que el rock n’ roll puede desafiar esas malsanas tradiciones. Tom es ahora ayudante del director de producción de U2, la mano derecha de Steve Iredale. Son los mejores del mundo en lo que hacen. Dennis Sheehan y Joe O’Herlihy han demostrado también ser maestros en un arte que ningún irlandés había dominado antes. Todos ellos son irlandeses, refugiados de pasados que prometían mucho menos de lo que ellos han conseguido. Todo lo que necesitaban era una nueva melodía a cuyos sones poder bailar. © 1987 por Eamon Dunphy

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